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ArribaAbajoLópez de Ayala, Adelardo

Guadalcanal (Sevilla). 1828 - Madrid. 1879

Estudia Derecho en la capital hispalense, trasladándose a continuación a Madrid. Llegó a ser diputado y ministro de Ultramar en cuatro ocasiones.




A un pie


   El pie más lindo que acaricia el suelo
jugaba ante mi vista complacida;
yo, con mano dichosa y atrevida,
de un espacio mayor levanté el velo.

   Bella columna descubrió mi anhelo,  5
por los mismos amores construida,
como, del recio vendaval movida,
se abre la noche, y se descubre el cielo.

   Detenido en las puertas de la gloria,
aguardo a que el amor quiera propicio  10
dilatar en sus reinos mi victoria.

   Y hoy, recordando tan gallardo indicio,
mil veces se complace mi memoria
en dibujar completo el edificio.




Plegaria


   ¡Dame, Señor, la firme voluntad
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad;

   la que trueca en tesón la veleidad  5
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!

   Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí  10
te ofrezcan algún fruto en galardón...

   y aun Tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya que pusiste en mí.




A unos pies


   Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.

   Quiso el amor y mi fortuna quiso  5
que ellos el fiel de mi esperanza sean;
si aparecen, de pronto me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.

   ¡Oh, pies idolatrados; yo os imploro!
Y pues sabéis mover todo el palacio  10
por quien el alma enamorada gime,

   traed a mi regazo mi tesoro
y yo os aliviaré por largo espacio
del dulcísimo peso que os oprime.




Semáforo


   Verde, amarillo, rojo; se ha quedado
la vida en una orilla. ¿Quién espera
más allá de la luz, en la otra acera?
¿Quién, que era luminoso y se ha apagado?

   Verde; esperanza, prisa. ¿Quién ha dado  5
la orden de marcha? La ciudad entera
camina, va a la muerte, sale fuera
de las luces. ¿Quién queda aquí parado?

   Rojo, amarillo, verde. Luz eterna.
Arbol de soledad. Señal eterna,  10
para coronación de las esquinas.

   Aquí, Señor, me tienes indeciso.
¿Seguir, parar, morir? Da Tú el aviso
que Tú sabrás por qué me lo iluminas.




Sin palabras


   Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío;
más. ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?

   Penetre en ti callada mi ternura,  5
sin detenerse en el menor desvío,
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.

   Abreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho  10
sus regiones, de amor y encanto llenas...

   Fiel pensamiento, animaré tu mente;
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.




Al oído


   Déjame penetrar por este oído,
camino de mi bien el más derecho,
y, en el rincón más hondo de tu pecho,
deja que labre mi amoroso nido.

   Feliz y eternamente y escondido  5
viviré de ocuparlo, y satisfecho...
¡De tantos mundos como Dios ha hecho,
este espacio no más a Dios le pido!

   Ya no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,  10
ni la gloria de tantos codiciada...

   Quiero cifrar mi fama en tu memoria;
quiero encontrar mi aplauso en tu mirada,
y en tus brazos de amor toda mi gloria.




Soneto


   Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu dueño, y callado, apoderarme,
de todos tus riquísimos despojos.

   Aire sutil que con tus labios rojos,  5
tuvieran que beberme y respirarme;
quisiera ser tu alma y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.

   Quisiera ser la música, que en calma,
te adula el corazón; mas si constante  10
mi amor consigue la aspirada palma.

   Ni aire sutil, ni sueño delirante;
ni música, ni amor, ni ser tu alma...
¡nada hay tan dulce como ser tu amante!




A mi hermana en su cumpleaños


   Un año más. No mires con desvelo
la carrera del tiempo siempre alado,
que un año más en la virtud pasado,
un paso es más que te aproxima al cielo.

   Llora, sí, con amargo desconsuelo,  5
pues nunca lo bastante habrás llorado
el año que al morir te haya dejado
de alguna falta el interior recelo.

   El tiempo que bien obres no es perdido;
pues los años de paz, hermana mía,  10
que en la santa virtud hayas vivido,

   se conviertan en siglos de alegría,
en el eterno edén que hay prometido
al alma justa que en su Dios confía.




Soneto


   Yo perdonara la traición artera,
huésped eterno de tu pecho ingrato,
si alguna vez en tu amoroso trato
me hubieras dicho una verdad siquiera.

   ¡Yo perdonarte inicua!... Cuando adquiera  5
todos los bienes que de ti insensato,
el ardor de mi cálido arrebato,
el noble arranque de mi edad primera.

   Pido al cielo que en cambio de tu calma
te di mi pena, y que tu pecho herido  10
llore con sangre la perdida calma.

   Mas ¡ay! en vano la venganza pido,
que estos males se sufren en el alma,
y tú, perversa, nunca la has tenido.




A una bañista


   ¡Quién fuera el mar, que enamorado espera
que tu cuerpo interrumpa su llanura
y rodear tu espléndida hermosura
de una abrazo y a un tiempo toda entera!

   Si yo en sus aguas infundir pudiera  5
el alma ardiente que adorarte jura,
en muestra de mi amor y mi ventura
te alzara en triunfo a la celeste esfera.

   Y, al descender con mi tesoro, ufano,
convirtiendo la líquida montaña  10
en olas que anunciaran mi alegría.

   En las rosas del reino lusitano,
y en África, en América, y Bretaña,
mi grito de placer resonaría.




La cita


   ¡Es ella!... Amor sus pasos encamina...
Siento el blando rumor de su vestido...
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina.

   Mil ansias, con la dicha repentina,  5
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.

   ¡Mi bien! ¡ mi amor! ¡por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo  10
penetra el alma, de tu ser avara!...

   ¡Ay! ¡ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!




A Sara


   Noé, segundo Adán de los mortales,
de turba irracional acompañado,
en el arca famosa anduvo a nado
hasta que vio pacíficas señales.

   En la ausencia, que es arca de mis males,  5
me encierran tu rigor y desagrado,
de mil remordimientos acosado,
que son los más feroces animales.

   Con esta carta, a guisa de paloma,
tímidamente me aventuro, y pruebo  10
si se ha calmado el mar tus enojos...

   Dímelo por piedad; que, si no asoma
la pacífica oliva, no me atrevo
a presentarme a tus divinos ojos.




A Isabel


   De Málaga, la tierra encantadora
puso en tu frente cuantas rosas cría,
y el espléndido sol de Andalucía
en tus ardientes ojos se atesora.

   Cuando la risa endulza y aminora  5
el rayo audaz que tu mirada envía,
el alma s estremece de alegría,
bañada en luz de la primera aurora.

   Un espejo te mando... ¡error profundo!
si al retratarte, el gozo te despierta  10
de admirar en tu rostro un paraíso,

   mustio después encontrarás el mundo,
y temo que el espejo se convierta
en la encantada fuente de Narciso.




Mi pensamiento


   Bendigo el pensamiento, que no cesa
de abrasarse en tus ojos seductores,
y alado, como el dios de los amores,
siempre a tu oído mi pasión te expresa:

   Que te sigue constante, y se embelesa  5
en vagar por las hojas de tus flores,
y te abraza, a pesar de tus rigores,
y cuanto más te enojas, más te besa.

   Pájaro que del vuelo sostenido
gime cansado, reposar ansía  10
entre las pajas del oculto nido...

   ¡Oh Madre del Amor! En este día
confúndanse en un trémulo gemido
mi pensamiento y la adorada mía.




Invocación


   Espíritu sutil que, condensando
varias especies de la mente inquieta,
sueles a veces ofrecer completa
la forma que el ingenio anda buscando:

   Hoy tus favores con afán demando.  5
¡Haz el milagro que hace la trompeta,
cuando al disperso ejército concreta
y lo muestra formado y peleando!

   Sólo exige de ti mi pensamiento
un momento feliz que con vehemencia  10
coloque en su lugar cada elemento...

   ¡Y en verdad que no es floja la exigencia;
que muchas veces un feliz momento
suele influir en toda la existencia!




El sol y la noche


   Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.

   Ansioso de sus sombras regaladas,  5
en vano corre la abrasada vía:
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.

   La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia  10
llevando en sus entrañas su enemigo...

   ¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!




Ausencia


   La piedra imán recibe de una estrella
el influjo en que busca su gobierno
la nave audaz, y, en éxtasis eterno,
contempla enamorada su luz bella.

   Siente en su espalda el mar la blanda huella  5
de la luna gentil, y, amante tierno,
suspire y gime, o, con furor interno,
en cien montañas a la par se estrella.

   ¡Ama una flor al luminar del día;
dispersas y apartadas, sus amores  10
se comunican las flexibles palmas...!

   ¿Por qué ausente no escuchas la voz mía?
¿Por qué siente mejor el mar, las flores,
y hasta las mismas piedras que las almas?




En la duda...


   «Para ti, cuanto quieras...» Te confieso
que, al leer estas letras de tu mano,
quedé como el avaro que cercano
viera el tesoro que guardaba Creso.

   Recordé de tu boca el dulce beso,  5
de tus ojos el fuego soberano,
tu pródiga hermosura, y el arcano
en que el amor se enciende y vive preso.

   Si es verdad que a que elija te acomodas
entre más joyas que mujer alguna  10
llevó jamás para alegrar tus bodas,

   yo dudoso entre tantas, ¡oh fortuna!
todas las quiero, todas, todas, todas...
¡Pero, por Dios, que no me falte una!




El olvido


   ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué, ingrata,
niegas tu corazón a mi gemido,
y, afligiendo mi pecho comprimido,
tu inhumano silencio se dilata?

   No le roba la muerte al que arrebata,  5
ni el nombre ni el recuerdo agradecido...
¡Tumba sin epitafio es el olvido,
que traga al muerto y hasta el nombre mata!

   ¡Háblame, por piedad, aunque al hablarme
destruyas mi esperanza y sea mi suerte  10
vivir llorando tu rigor eterno!

   Acuérdate siquiera de matarme;
que odio más el olvido que la muerte,
y más temo la nada que el infierno.




Soneto


   Consuelo Vuelve en sí; medita, y halla
que ama a Ricardo y no es correspondida.
Ricardo siente el alma enardecida
por la triple del Real, que le avasalla.

   Bien aconseja Antonia, o sufre y calla.  5
Fulgencio a todos ama, y les convida
a la calma. Consuelo, inadvertida,
mete a Fernando en áspera batalla.

   Por picar a su esposo, coquetea
con el que fue su novio. este vacila,  10
y su antigua pasión s enseñorea...

   Tras la borrasca, viene la tranquila
apariencia. Fulgencio se recrea,
y la infeliz Antonia se horripila.




Soneto


   Dices que la conciencia te provoca
a contarme, por fin, lo sucedido;
que es verdad el recelo que he tenido,
y con fulano me ofendiste loca...

   ¡Y me pides perdón! ¡A mí me toca  5
demandarlo de ti, que injusto he sido;
pues que nunca posible había creído
que una verdad saliese de tu boca!

   Y tú imaginas, de rubor turbada,
que hoy mi desprecio con razón comienza,  10
¡cuándo nunca te he visto tan honrada!

   Mas no es extraño que el pudor te venza,
que el hacer algo bueno es humorada
que ha de costarte un poco de vergüenza.




A Carmela


(En camino de ser madre por segunda vez)


   ¡Vengan hijos de ti, cuya ternura
se hará apacible del vivir la senda,
si luce en cada uno alguna prenda
de tantas como adornan tu hermosura!

   Imiten los varones la bravura  5
con que el potro andaluz sueltas la rienda;
y enamore en las hembras y suspenda
tu dulce trato, tu virtud segura.

   Mire el mundo sin fin reproducidas
tu faz hermosa, tus contornos bellos,  10
alma sencilla y corazón valiente:

   y en tus nietos tus gracias esparcidas,
la edad futura te amará por ellos,
como por ti te adora la presente.




Al remitir a una señorita un tomo de biografías de músicos célebres


   Aunque el solo teatro tu alma fuera
de tantos genios y de numen tanto;
aunque sólo por fruto de su canto
una lágrima tuya se vertiera;

   recordarán con gozo en la alta esfera  5
su vida transitoria y su quebranto,
y sintieran de nuevo el dulce encanto
de la sublime inspiración primera.

   Tú sola bastas a colmar su anhelo,
y bastas a su premio y su ventura,  10
y a fijar sus miradas en el suelo:

   Que ni el amor que persuadir procura
ni el arte, ni la fe, ni el mismo cielo,
tienen templo mejor que un alma pura.




Fragmento de una leyenda


   Nací soberbio en miserable cuna;
volé al combate y alcancé renombre:
mi salvaje valor y mi fortuna
me hicieron luego despreciar al hombre.

   Ni el bosque solitario con su calma  5
un pensamiento levantó en la mente,
ni el ronco son de la batalla hirviente
un sentimiento despertó en mi alma.

   Tú solamente, Elena, vida mía,
tú, como Dios, que arranca con su mano  10
agua sin fin del pedestal que toca,

   sacaste amor y sentimiento humano
de este desierto corazón de roca
haciendo hervir mi sangre siempre fría.




A Antonio


   Grande llaman, Antonio, -¡qué simpleza!-
a los que mueren por la patria cara...
¿Ves que manera tan inculta y rara
tiene la plebe de adquirir grandeza?

   Mete por esos hierros la cabeza;  5
derriba la columna, rompe el ara;
si te falta valor, vuelve la cara;
que, de espaldas, asusta tu fiereza.

   ¡Murieron de arrojados e inexpertos!
Y ¿han de estar por tan fútiles motivos,  10
de grandeza y honor siempre cubiertos?

   ¡Acaben los recuerdos aflictivos!
¿Qué importan las cenizas de los muertos
a quien vende la sangre de los vivos?




A Emilia


   Cuando cantas en dulce melodía
la Oración de la Virgen, me parece
que otra vez el Arcángel aparece
y se postra a las plantas de María.

   De aquel hondo misterio la alegría  5
mi espíritu levanta y ennoblece;
la niebla se disipa, y esclarece
la estrecha senda que el Empíreo guía.

   Hoy que tu pura voz ha enmudecido,
entre el cielo y el mundo denso velo  10
van poniendo las sombras del olvido...

   ¡Ay! canta, Emilia, que escucharte anhelo,
para mirar de nuevo establecido
el contacto del mundo con el cielo.




Improvisación


   Tomar pretendo la expresión guerrera;
miro la luz de tus brillantes ojos,
y al punto se convierten mis enojos
en endecha meliflua y lisonjera.

   Me animo, y pienso, cual la vez primera,  5
en batallas, soldados y despojos...
te contemplo otra vez, y mis arrojos
otra vez se derriten cual la cera.

   Guerras ya de mi numen no demando:
mas tú no formes contra mí querella,  10
si voy tus peticiones dilatando:

   culpa no más a la piadosa estrella
que a mí me diera corazón tan blando,
o a ti, primita, te formó tan bella.




ArribaAbajoLópez de Briñas, Felipe

Cuba. Siglo XIX




A Marta


   Crecen dos aves en un bosque unidas
y entonan juntas su cantar sonoro,
y en verdes valles y en florestas de oro
vuelan alegres y del pico asidas.

   Hermanas tiernas del amor queridas,  5
parten gozosas su feliz tesoro,
y se confunde su amoroso lloro
como en un beso de placer dos vidas.

   Mas sientes ambas saciedad de amores
y buscando otro bien con vago anhelo,  10
las dos se apartan entre bellas flores.

   ¡Ay! luz de mi alma, del amor recelo,
no con tus rayos mi esperanza dores,
también se aleja el esplendor del cielo.




ArribaAbajoLópez Domínguez, Emilio

Córdoba. Siglo XIX

Poeta.




Soneto


   Olvidarte... jamás; si tú imprudente
despreciaste mi amor, yo te perdono;
gigante lucho con el rudo encono
con que haces mofa de mi amor creciente.

   Hoy que ya mi dolor marca en la frente  5
las huellas de tu mísero abandono,
en mi pecho por ti levanto un trono
más puro que la luz del sol naciente.

   No te puedo olvidar; y si mañana
implacable la muerte me arrancase  10
del pecho esta pasión que crece pura,

   quisiera que una flor, cual tú galana
y puesta por tus manos adornase
la piedra de mi humilde sepultura.




ArribaAbajoLópez García, Bernardo

Jaén. 1838 - Madrid. 1870

Célebre por sus décimas al «Dos de Mayo» . Estudió en el Colegio de Santiago de Granada y en la Universidad de Madrid.




La fe


   Yo soy amor y del amor camino;
soy blanca nave del sagrado puerto;
por mí, postrado en el peñón desierto,
canta el asceta su triunfal destino.

   Soy consuelo del triste peregrino  5
que cruza el mundo, de pesares yerto;
soy árbol santo del eterno huerto;
rosa bendita del rosal divino.

   Sin mí, la pena se desgarra y llora;
sin mí, el dolor sus amarguras vierte;  10
sin mí, el sepulcro con furor devora.

   Aspirando mi luz el alma es fuerte;
la pena de hace amor, la noche, aurora;
la tumba, claridad; faro, la muerte.




El amor divino


   La esclavitud en el mar adora,
y la miseria en los altares clama;
la pena llega a Dios, cuando lo llama;
el hombre llega a Dios, cuando le implora.

   Ya la estatua del mundo vencedora  5
no es el guerrero que postró la fama;
es el martirio que a Nerón infama;
es el pecado que en el templo llora.

   Los que lloráis...¡amad!, grande y fecundo
rompe el amor los lazos con que oprimen  10
el vicio infame y el dolor profundo.

   Ante sus altar esperan los que gimen;
una explosión de amor, dio vida al mundo,
otra después, lo redimió del crimen.




Soneto


   Ellos murieron con la frete erguida;
también la tumba devoró al coloso
que humilló con su brazo poderoso
la cabeza de Europa enardecida.

   Ellos cedieron con afán su vida  5
por el patrio blasón, noble y hermoso;
él, por regir con cetro belicoso
segundo Dios la humanidad vencida.

   Una corona altiva y esplendente,
del tercer Bonaparte el culto abona  10
regia brillando en su blasón potente;

   de ellos la tumba la virtud pregona;
¡héroes... dormid en paz...! para el que siente,
vuestra tumba es mejor que su corona.




Soneto


   De asombro y de dolor el alma llena,
severa juzga al que en el mal camina;
el bárbaro Nerón en la colina,
juez sin piedad la humanidad condena.

   Lucrecia que el pudor desencadena;  5
Calígula, Tiberio, Mesalina,
cuantos hollaron la verdad divina,
ofrenda son de la mundana escena.

   Pero al llegar a Boot, los corazones
se estremecen y tiemblan, agitados  10
tiran la sonda, miden las pasiones,

   y sólo aprenden de dolor prensados,
que han de estar los Tiberios y Nerones
de tan vil criminal avergonzados.




El pan eucarístico


   Tú nos diste la luz, nos diste el viento,
la cumbre secular, y el océano;
con tu gigante y poderosa mano,
hiciste al mundo del mortal asiento.

   Tú nos diste el amor y el sentimiento  5
y el genio de las artes soberano;
tú bajaste a la tierra, como hermano
de a criatura que te alzó el tormento.

   Tú diste al hombre del saber la palma;
la fe que alumbra; la razón que advierte;  10
la religión que los pesares calma;

   ¡y grande, santo, generoso y fuerte,
te diste Tú, como manjar del alma,
al mundo infame que te dio la muerte.




Ruinas


   Arcos, templos, columnas seculares
ceniza son no más, en polvo vano,
Sidó reflejo del poder humano,
ve rodar sus sepulcros y sus lares,

   de Roma la pagana, los altares  5
se hacinan sobre el mundo grano a grano;
Venus sin tronco, sin cabeza Jano
coronan sin pudor los muladares.

   Los gimnasios, el circo, el ateneo
cayendo van; su túnica divina  10
cede el genio a la muerte por trofeo;

   y el tiempo canta cuando así camina,
al Gran Poder, que puede a su deseo
hacer de la creación una ruina.




A un plagiario


   Ratero del Parnaso; bardo huero;
Petrarca en comisión; sabio anarquista;
del divino jardín contrabandista;
Judas del arte; sacristán de Homero;

   acólito del genio verdadero;  5
de ajeno capital, capitalista;
conquistador sin medios de conquista;
Moreto de cartón; Tasso de cuero;

   detén tu audacia ya; de tu delito
se ocupan, rebuscándote un fracaso,  10
cuantos aman del arte lo infinito;

   y por cerrarte para siempre el paso,
se ha mandado a las Musas por escrito
que haya Guardia Civil en el Parnaso.




Soneto


   Se alzó la cruz; su rayo soberano
rompió el altar del paganismo impuro;
el alto Partenón antes seguro,
templó su orgullo ante el dolor pagano.

   Desde el leño divino el sol cristiano  5
postró la niebla destrozando el muro,
y cayeron de horror en antro oscuro
Júpiter y Plutón, Saturno y Jano.

   Veinte siglos pasaron; el madero
que Palestina alzó, tiende triunfales  10
sus santas ramas sobre el mundo artero,

   y anuncia el estandarte a los mortales,
que ha de dormir el universo entero,
al rumor de sus hojas celestiales.




A Marco Bruto


   Detén el vil puñal; detén tirano
la acción estoica de tu brazo fiero;
de la santa virtud el atrio austero
no se atraviesa con puñal en mano.

   «¡Patria!» repites con afán, insano  5
al levanta la muerte en el acero;
¿por qué la invocas en el golpe artero?
La patria es noble, el puñal villano.

   ¡Roma es ya libre! Corre al Aventino
que con lauros te espera en sus cabañas:  10
mas esconde el puñal dentro del lino;

   ¿no lo ocultas aún? ¿aún lo acompañas?
¡por mentida virtud, fuiste asesino...
lo tendrás que esconder en tus entrañas!




A un mal poeta romántico


   Escritor funeral; genio sin cena;
cantor de tumbas y demás horrores:
perpetuo cazador de ruiseñores;
espectro sin dinero y con melena.

   Funerario conserje de la pena;  5
perseguidor de parcas y dolores;
Safo varón, que al recordar amores
quieres morir por abreviar la escena...

   Deja la muerte ya... mas por si aspira
tu genio a abandonar la humana zona,  10
no busques árbol, ni cordel ni pira;

   oye mi voz que la verdad abona;
ponte al cuello las cuerdas de tu lira,
y cuélgate después... de tu persona.




Dante


   Coloso entre los genios soberanos,
te alza la gloria en pedestal seguro;
Beatriz suspira, sobre el mármol duro
que guarda el genio entre sus santas manos.

   Tu voz se escucha; jóvenes y ancianos  5
llegan contigo hasta el lasciate oscuro;
de tu noble creación el rayo puro,
refleja sin cesar en los humanos.

   Moriste sin morir... urna mortuoria
abrió en le mármol a tu cuerpo inerte  10
el cincel inspirado en tu memoria;

   mas tu nombre inmortal se eleva fuerte;
que para abrir sepulcros a la gloria,
no encuentra mármol ni cincel la muerte.




A mi esposa la señora doña María del Patrocinio Padilla


   Es altar la familia; piedra santa,
el dulce amor que en la mujer reposa;
sobre esta piedra colosal y hermosa
sus cúpulas de luz la fe levanta.

   En el árbol familia, libre encanta  5
ruiseñor la mujer siempre amorosa;
y dulce o varonil, madre y esposa,
su amor bendice, o sus dolores canta.

   Niño era yo, y entre angustioso grito
la muerte hundió mi hogar; su labio fiero,  10
lo dejó sin calor, triste y marchito;

   hoy eres tú mi corazón entero...
¡columna de mi amor! que Dios bendito,
te de más vida que a mi hogar primero.




A España


   Solar de pundonor; de valor río;
columna y valladar de las naciones;
e mundo al tremolar de tus pendones
se espanta de tu noble poderío.

   Con Cartago y con Roma, el hado impío  5
te hizo luchar, por armas tus peñones;
del árabe las bárbaras legiones,
flotaron cual aristas a tu brío.

   Venciste sin cesar; y ¡ay! apenada
riegas con llanto de dolor profundo  10
tu corona gloriosa y venerada;

   ¡Patria! levanta tu esplendor fecundo;
no te destroces con tu propia espada;
véncete a ti, como venciste al mundo...




Amor mundano


   Yo la juraba amor; por fiel trofeo
mi vida la ofrecí con mis destinos;
sus ojos grandes, cándidos, divinos,
contemplaban mi loco devaneo.

   Como tiemblan las almas al deseo  5
temblaban los remansos cristalinos;
el ruiseñor cantaba entre los pinos
los cantos de Julieta y de Romeo.

   Recordando un amor que es maravilla,
«Tú serás mi Isabel», grité con pena  10
doblando en su presencia la rodilla;

   y ella me dijo con su voz serena:
«Ya me duele el estómago, Marsilla;
convídame a cenar, que no estoy buena.»




Esperanza


   ¡Bendecid al Señor! Alzad las manos,
siervos de ayer, sin sangre ni cadenas;
ya ruedan las fortísimas almenas,
murallas de soberbios y tiranos.

   Ya no hay persa, ni godos, ni germanos,  5
ni verdugos cual Roma, o cual Atenas;
que en las cimas del Gólgota serenas
murió Jesús por enlazar hermanos.

   ¡Hermosa libertad! ¡presta tus dones...!
Desde el Indo hasta el Rin, del Volga al Tibre  10
repite tus magníficas canciones...

   Que tu poder en las conciencias vibre,
para que digan pronto las naciones:
bendigamos a Dios... ¡el mundo es libre!




A don Juan Antonio Viedma


   Sigue, cantor; de tu inspirada mente
brote en raudales el cantar sonoro;
pulsa la lira, que en sus cuerdas de oro
refleja audaz tu inspiración potente.

   Sigue, cantor, porque tu canto ardiente  5
llevando al alma celestial tesoro,
arranca al corazón risas y lloro;
llena de gloria la entusiasta frente.

   Sigue; que al Bardo que con dulce vuelo
cruza este charco mísero y profundo  10
brindando al alma celestial consuelo.

   Dios lo levanta de este mar inmundo
y le hace llegue con la frente al cielo,
desde su indigno pedestal el Mundo.




A mi amigo D. Antonio Almendros Aguilar en sus días


   Mueran De Italia en el jardín riente
del déspota opresor los escuadrones,
y alce la libertad rojos pendones
del Apenino en la nevada frente;

   desgarre el mar su vuelo transparente;  5
muera el mundo en su lecho de ilusiones;
nada me importa a mí, que en dulces sones
anhelo saludarte blandamente.

   Que en este charco mísero y profundo
que cruza el alma orlada de dolores,  10
la amistad es del bien árbol fecundo.

   Deja, pues, que siguiendo sus fulgores
desprecie las borrascas de este mundo,
y a ti dedique mis marchitas flores.




A Luisa


   Bríndate el mar sus copos argentados;
sus suspiros de amor murmuradores;
el bosque ameno sus risueñas flores,
y el prado sus perfumes delicados.

   Los ecos de la selva perfumados  5
te brindan sus acentos seductores,
y coronas de plácidos amores
te ofrecen los jardines y los prados.

   Y yo también coronas te ofreciera
si en el mundo unas flores encontrara  10
dignas de orlar tu frente placentera;

   mas fuera aqueso dicha bien avara,
pues si dignas de ti flores quisiera,
en el cielo quizás no las hallara.




A Napoleón


   Genio feliz; conquistador gigante;
émulo de Alejandro, sin segundo,
que hundiste la cerviz del ancho mundo
bajo el asombro de tu ardor pujante;

   que ceñiste de imperio relumbrante  5
la faz de Europa y de estupor profundo,
el trono de San Luis y Faramundo
convertiste en águila triunfante.

   ¿Dónde está ¡cielos! tu mirar de hiena?
¿Dónde el fulgor de tu tajante espada?  10
¡Sólo cubre una tumba en Santa Elena

   tu corona imperial despedazada...!
Mira tus glorias, vanidad terrena:
¡Orgullo, polvo, desengaño, nada...!




ArribaAbajoLópez Guijarro, Salvador

Málaga. Siglo XIX - Madrid. 1906

Diplomático y poeta. Residió en América.




No temas


   Si no ha mentido mi esperanza loca;
si al fin prendió mi fuego en tu alma pura,
y tu mirada dice a mi ventura
lo que se niega a confesar tu boca;

   si no puedes ser ya la dura roca  5
en que se estrella el mar de mi ternura,
y tu rubor a mi febril locura
con llamarada cándida provoca.

   Cese, bien mío, el despiadado arte
de tu silencio y dime que la callarlo  10
más profundo este amor logró abrasarte.

   No temas por mi vida al confesarlo;
pues como he de vivir para adorarte,
no moriré de gozo al escucharlo.




ArribaAbajoLópez Lacarra, Enrique

Utrera (Sevilla). Siglo XIX

Laureado en certámenes de Sevilla y Málaga.




A Dios


   ¡Sin principio ni fin! ¿Quién lo describe?
Aunque mi ser en todo admira y siente
a un Supremo Creador omnipotente,
jamás su esencia mi razón concibe.

   ¿Por qué si el pensamiento lo percibe,  5
revelado en sus obras a la mente,
y en su palabra al ser inteligente,
de su augusta presencia nos proscribe?

   Nuestra débil razón germen fecundo,
es átomo no más de esa grandeza,  10
que eterna brota del Creador del Mundo.

   Por eso nos privó Naturaleza
descifrar ese arcano tan profundo
de saber, de bondad y de belleza.




ArribaAbajoLópez Velarde, Ramón

Jerez (Zacatecas, México). 1884 - Ciudad de México. 1921




Domingo de provincia


   En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la plaza descubran las gentiles cabezas
las mozas, y sus ojos reflejan dulcemente
y la banda en el quiosco toca lánguidas piezas.

   Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora,  5
los amantes se miran con la mejor mirada
y las orquesta en sus flautas y violín atesora
mil sonidos románticos en la noche enfiestada.

   Los días de guardar en pueblos provincianos
regalan al viandante gratos amaneceres  10
en que frescos los rostros, el Lavalle en las manos,

   camino de la iglesia van las mozas aprisa;
que en los días festivos, entre aquellas mujeres
no hay una cara hermosa que se quede sin misa.




Noches de hotel


   Se distraen las penas en los cuartos de hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yanquis, sacerdotes, quincalleros infieles,
niñas recién casadas y mozas del partido.

   Media luz... Copio al huésped la desconchada luna  5
en su azogue sin brillo; y flota en calendarios,
en cortinas polvosas y catres mercenarios
la nómada tristeza de viajes sin fortuna.

   Lejos quedó el terruño, la familia distante,
y en la hora gris del éxodo medita el caminante  10
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:

   que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.




A una ausente seráfica


   Éstos, amada, son sitios vulgares
en que en el ruido mundanal se asusta
el alma fidelísima, que gusta
de evocar tus encantos familiares.

   Añoro dulcemente los lugares  5
en donde imperas cual señora justa,
tu voz real y tu mirada augusta
que ungieron con su gracia mis pesares.

   Y recuerdo que en época lejana,
por tus raras virtudes milagrosas  10
y tu amable modestia provinciana,

   ebrio de amor te comparó el poeta
con la mejor de las piedras preciosas
oculta en pobres hojas de violeta.



   Tuviste, en la delicia de mi sueño,
fuerza de mano que se da al caído
y la piedad de un pájaro agreño
que en la rama caduca pone el nido.

   De tu falda al seráfico pergeño  5
cual párvulo medroso estoy asido,
que en la infantil iglesia de mi ensueño
las imágenes rotas han caído.

   Yo sé que en mis catástrofes internas
no más quedas tú en pie, señora alta,  10
de frente noble y de miradas tiernas.

   Condúceme en las noches inclementes
porque sin ti para marchar me falta
el óleo de las vírgenes prudentes.




En un jardín


   Al decir que las penas son fugaces
en tanto que la dicha persevera,
tu cara es sugestiva y hechicera
y juegan a los novios los rapaces.

   Al escuchar la apología que haces  5
del mejor de los mundos, se creyera
que lees a Abelardo... En voz parlera
dialogas con los pájaros locuaces.

   De pronto, sin que tú me lo adivines,
cual por un sortilegio se contrista  10
mi alma con la visión de los jardines.

   Mientras oigo sonar plácidamente
los trinos de tu plática optimista
y el irisado chorro de la fuente.




Ella


   Esta novia del alma con quien soñé un día
fundar el paraíso de una casa risueña
y echar, pescando amores, en el mar de la vida
mis redes, a la usanza de la edad evangélica.

   Es blanca como la hostia de la primera misa  5
que en una azul mañana miró decir la tierra
luce negros los ojos, la túnica sombría
y en un ungir heridas las manos beneméritas.

   Dormir en paz se puede sobre sus castos senos
de nieve, que beatos se hinchan como frutas  10
en la heredad de Cristo, celeste jardinero;

   Con propiedades hondas y los labios de azúcar,
y por su grave porte se asemeja al excelso
retrato de la Virgen pintado por San Lucas.




Alejandrinos eclesiásticos


   Tú, Fuensanta, me libras de los brazos del mal;
queman mi boca exangüe de Isaías los carbones;
por ti me dan los cielos profundas contriciones
y el ensueño me otorga su gracia episcopal.

   Para comer las viandas del convite nupcial  5
en que se han desposado nuestros dos corazones,
tomo el báculo y ciño mis pies y mis riñones
cual se hacía en las fiestas del Cordero Pascual.

   Las llaves con que he abierto tu corazón, mis llaves
sagradas son las mismas de Pedro el Pescador;  10
y mis alejandrinos, por tristes y por graves,

   son como los versículos proféticos de un canto,
y hasta las doce horas de mis días de amor
serán los doce frutos del Espíritu Santo.




A la traición de una hermosa


   Tú que prendiste ayer los aurorales
fulgores del amor en mi ventana;
Tú, bella infiel, adoración lejana
madona de eucologios y misales.

   Tú, que ostentas reflejos siderales  5
en el pecho enjoyado, grave hermana,
y en tus ojos, con lumbre sobrehumana,
brillan las tres virtudes teologales.

   No pienses que tal vez te guardo encono
por tus nupcias de hoy. Que te bendiga  10
mi señor Jesucristo. Yo perdono

   tu flaqueza, y esclavo de tu hechizo
de tu primer hijuelo, dulce amiga,
celebraré en mis versos el bautizo.




Para tus dedos ágiles y finos


   Doy a los cuatro vientos los loores
de tus dedos de clásica finura
que preparan el pan sin levadura
para el banquete de nuestros amores.

   Saben de las domésticas labores  5
lucen en el mantel su compostura
y apartan, de la verde, la madura
producción de los meses frutidores.

   Para gloria de Dios en homenaje
a tu excelencia, mi soneto adorna  10
de tus manos preclaras el linaje.

   Y el soneto dichoso, en las esbeltas
falanges de mis índices se torna
una sortija de catorce vueltas.




Mientras muere la tarde


   Noble señora de provincia: unidos
en el viejo balcón que ve al poniente,
hablamos tristemente, largamente,
de dichas muertas y de tiempos idos.

   De los rústicos tiestos florecidos  5
desprendo rosas para ornar tu frente,
y hay en los fresnos del jardín de enfrente
un escándalo de aves en los nidos.

   El crepúsculo cae soñoliento,
y si con tus desdenes amortiguas  10
la llama de mi amor, yo me contento

   con el hondo mirar de tus arcanos
ojos, mientras admiro las antiguas
joyas de las abuelas en tus manos.




Del pueblo natal


   Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle
desahuciada por todos, iré por los caminos
por donde vais cantando los más sonoros trinos
y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle.

   A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle,  5
enredados al busto los chales blanquecinos,
decora vuestro rostro -¡oh rostros peregrinos!-
la luz de los mejores crepúsculos del valle.

   De pecho en los balcones de vetusta madera,
platicáis en las tardes tibias de primavera  10
que Rosa tiene novio, que Virginia se casa;

   y oyendo los poetas vuestros discursos sanos
para siempre se curan de males ciudadanos,
y en la aldea la vida buenamente se pasa.




Flor temprana


   Mujer que recogiste los primeros
frutos de mi pasión, ¡con qué alegría
como una santa esposa te vería
llegar a mis floridos jazmineros!

   Al mirarte venir, los placenteros  5
cantares del amor desgranaría,
colgada en la risueña galería,
la jaula de canarios vocingleros.

   Si a mis abismos de tristeza bajas
y si al conjuro de tu labio cuajas  10
de botones las rústicas macetas,

   te aspiraré con gozo temerario
como se aspira en un devocionario
un perfume de místicas violetas.




Clor de cuento


   ¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos
en que quiso la infancia regalarnos un cuento!
Dormida por centurias en un bosque opulento,
despertaste a la blanda caricia de mis manos.

   Y después, sin que fueran los barbudos enanos  5
o las almas en pena a turbar el contento
del señorial palacio, en dulce arrobamiento
unimos nuestras vidas como buenos hermanos.

   Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente
no eres tú; la ilusión de trinos musicales  10
se fue para otros climas, y pacíficamente

   celebraré contigo mis regios esponsales,
al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente,
en la paz evangélica de los campos natales.




Del seminario


   Hoy que la indiferencia del siglo me desola
sé que ayer tuve dones celestes de continuo,
y con los ejercicios de Ignacio de Loyola
el corazón sangraba como al dardo divino.

   Feliz era mi alma sin que estuviese sola:  5
había en torno de ella pan de hostias, el vino
de consagrar, los actos con que Jesús se inmola
y tesis de Boecio y de Tomás de Aquino.

   ¿Amor a las mujeres? Apenas rememoro
que tuve no sé cuales sensaciones arcanas  10
en las misas solemnes, cuando brillaba oro

   de casullas y mitras, en aquellas mañanas
en que vi muchas bellas colegialas: el coro
que a la iglesia traían las monjas Teresianas.




Para tus dedos ágiles y finos


   Coses en dulce paz, y son divinos
tus mirares y plácido tu gesto,
cuando escuchas la rima que he compuesto
para tu dedos ágiles y finos.

   La candidez sin mancha de los linos  5
nieva y decora tu regazo honesto,
y en grato ir y venir tocan el cesto
las yemas de tus dedos marfilinos.

   Mirándote coser, tan envidiosa
de tu aguja está el alma, que quisiera  10
tener, en la existencia fastidiosa,

   la suerte de la aguja afortunada,
por quedar un momento prisionera
entre los dedos de la bien amada.



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