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ArribaAbajoLosada, Joaquín G.

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Furore


   «Ni aun el altar bendito en que te amparas
a mi justa venganza pondrá freno.
¡He de verte morir de gozo lleno!
¡He departirte en esas mismas aras!

   Antes que de mi cólera escaparas  5
nublárase por siempre el sol sereno,
cruzara el tiburón el valle a mano,
nadara el tigre por las ondas claras.»

   Dijo sacando airado su cuchillo,
que a la luz del augusto santuario  10
lanzaba rayos de siniestro brillo,

   y luego... el sacristán de Candelario
cortó la vela, se la echó al bolsillo,
y se fue a dar el toque del rosario.




Exageraciones


   ¿Qué se dice en el pueblo? ¿Qué murmura
de mí esa ingrata y pervertida gente?
preguntó al sacristán, su confidente,
un párroco rural de Extremadura.

   -Dicen... ¡qué atrocidad!... una impostura.  5
-Háblame sin rodeos, francamente.
-Pues no hay por aquí chico viviente
que no le pertenezca, señor cura.

   Lanzó un suspiro místico frailuno
el pater, y exclamo: ¡Voto a mil santos!  10
¡cómo exageran las flaquezas de uno!

   Me gustan de las hembras los encantos,
y esos chicos... tal vez... tal vez alguno...
pero ya tantos, no. No, ¡ya no tantos!




El monago


   He aquí un modelo de aprendiz de cura;
rapaz, astuto, hipócrita, taimado,
en el templo es humilde y resignado,
en la calle perversa criatura.

   No hay vela que con él esté segura,  5
burla de los cepillos el candado,
y en cuanto pilla al sacris descuidado
las vinajeras insolente apura.

   En los conventos suele hacer carrera,
mas ¡ay! en las parroquias no da un paso,  10
y sólo un triste porvenir le espera.

   Pues suele acontecerle algún fracaso
con cualquier tenientillo calavera...
como el de San Ginés... pongo por caso.




El sacris


   Ese es el tipo, ¡vedle! con sotana
sucia, pringante, desgarbada y rota
y que a coz de canónigo denota
ser el lugarteniente del curiana.

   El latín eclesiástico profana,  5
no sabe en canto llano ni una nota,
mas chilla, vocifera y alborota,
y a fuerza de pulmones el pan gana.

   Limpiar los ornamentos es su oficio,
es lechuza de aceite de ofrendante,  10
y, al parecer no tiene ningún vicio.

   Y suele haber un cura tan galante
que le da, como premio a su servicio,
por esposa algún ama interesante.




A Frasco Antonio


   Aunque ya te han comido los gusanos,
sobreviven los hechos distinguidos,
¡Oh cristiano modelo de bandidos,
y bandido modelo de cristianos!

   Ora lucían tus callosas manos  5
el rosario, consuelo de afligidos,
o ya por vericuetos escondidos
facturaban al cielo ciudadanos.

   De medallas y cruces, verdadero
almacén fue tu pecho, y no me explico  10
tu afición a ejercer de bandolero.

   Si te da por ser fraile, certifico
que robas sin peligro más dinero,
y mueres en tu cama santo y rico.




La confesión


   -¿Y te enmendaste ya de aquel pecado?
No, Padre, no he podido, harto lo siento:
sigo amando a la niña de Sarmiento
y a la consorte de Simón Cuadrado.

   -¡Réprobo! ¡Libertino! ¡Condenado!  5
-Un día, tras las tapias del convento
hablé a Juana... -¿Tú ignoras el tormento
que Satanás te tiene reservado?

   -Otra vez en la senda del cortijo...
-¡Piensa en la eternidad! ¡Piensa en la muerte!  10
-Después en el molino... -Amado hijo,

   no puedo de tus culpas absolverte.-
Fuese el joven y luego el cura dijo:
-Pero ¡qué atrocidad! ¡Jesús, qué suerte!




El magistral


   Como el gimnasta vive del trapecio,
él vive de la cátedra sagrada:
sube al púlpito erguido, con mirada
arrogante y con aire de desprecio.

   Escupe, agita el brazo, chilla recio,  5
aturde el templo con su voz cascada ,
y aunque habla mucho sin que exprese nada,
admira su oratoria el vulgo necio.

   Es un santo, es un hombre docto y grave,
dicen, el magistral Luis Elice,  10
y el eco lo repite por la nave.

   Mas yo juro, aunque al vulgo escandalice,
que es un barbián que dice lo que sabe
y no sabe jamás lo que se dice.




El último encargo


   No me duele encontrarme en este lecho
abocado por fin a la agonía.
Me muero... la mirada se extravía...
me falta el aire... se me oprime el pecho...

   Sé, Carmen, que al sepulcro voy derecho.  5
¿Qué no?... Lo sé muy bien, esposa mía.
Sé que el primer fulgor del nuevo día
ha de alumbrarme en ataúd estrecho.

   Lo sé todo, mujer, mas no me apura;
como a todo mortal, llegóme el plazo;  10
mañana dormiré en la sepultura.

   ¡Adiós, Carmen!... ¡Adiós!... Dame un abrazo...
Carmen... ¡Por caridad! Si viene un cura...
que le den de mi parte un estacazo.




ArribaAbajoLozano Casado, Manuel

Cuba. Siglo XIX




Sinfonía


   Como el incienso en el altar humea,
así, del valle a la atmósfera tranquila
en inmensa espiral sube y vacila
la bruma, que la brisa espolvorea.

   En la dormida y solitaria aldea,  5
lanza al espacio su canción la esquila,
y en oriente, entreabriendo su pupila,
el sol en la penumbra parpadea.

   Lo mismo que una lágrima, el rocío
brilla en las hojas; la canción del río  10
repercute en los valles y colinas;

   al beso de la luz, late la tierra,
y cantan los jilgueros en la sierra,
y al pie de mi balcón las golondrinas.




Idilio


   Acércate, mi bien; bajo el sombraje
que forma en tu balcón la enredadera,
veremos como agita la palmera
el luciente verdor de su plumaje,

   y el sol que entre el brumoso cortinaje  5
surge como fantástica quimera,
en tanto, que lamiendo la ribera,
el agua remurmura entre el boscaje.

   Quiero encender mi espíritu en la llama
que despiden tus ojos, mientras ama  10
el sol a la natura y a las cosas:

   quiero besar tus labios encendidos,
mientras cantan las aves en sus nidos,
y se besan las brisas y las rosas.




ArribaAbajoLuaces, Joaquín Lorenzo

La Habana (Cuba). 1826 - 1867

Poeta cubano. Tuvo colaboraciones en las revistas del tabaco La Piragua y La Aurora.




La pesca


   Corre por entre margen cenagosa
un arroyuelo sin bramar con saña;
puebla su cauce la flexible caña,
borda su orilla la fragante rosa.

   Como ninguna, mi guajira hermosa,  5
sobre una peña que la linfa baña
contra los peces con furor se ensaña
la mano presta, la mirada ansiosa.

   Salta alegre por fin y delirante
la cuerda tira con presteza suma,  10
saciar creyendo su traidor anhelo.

   Y cuando fue a mirar el pez brillante
que se agitaba en la ruidosa espuma...
¡halló mi corazón en el anzuelo!




Recuerdos de la infancia


   Entre los campos son donde corría
hollando flores de exquisita esencia;
este monte que forma una eminencia
me vio cuando al insecto perseguía.

   Este mamey sus frutos ofrecía  5
a mi pueril y cándida impaciencia,
y en campestre y feliz independencia
miré en sus troncos reflejarse el día.

   En aquel techo de sonante guano
me inspiro Rosa mi primer cariño  10
medio rústico y medio cortesano...

   ¡Oh campos, al mirar tan verde aliño
el joven corazón me late ufano!
¡Hombre os bendice el que os amaba niño!




Resignación


   En vano con tus bárbaros desdenes
piensas herir mi corazón de fuego:
el frenesí con que te adoro ciego
tus iras trueca en regalados bienes.

   En vano por mi amor me reconvienes  5
y el rostro vuelves a mi estéril ruego;
y cuando acaso a tu presencia llego
coronas, cruel, de mi rival las sienes.

   Cuando Efigenia sin temor veía
el paternal cuchillo enarbolado  10
como un favor la muerte recibía.

   Y yo, sintiendo el golpe inesperado
como viene de ti, gacela mía,
beso el puñal y expiro resignado.




Tu falta


   El verde mirto del amor emblema
jamás brilló sobre su frente pura;
Cupido nunca en su febril locura
audaz rozó la virginal diadema.

   Te dio, no obstante, la bondad suprema  5
arrobadora y pálida blancura,
melena crespa cual la noche oscura
y rojo labio que besando quema.

   Turgente seno de marfil y grana,
voz que remeda en lo melifluo al canto,  10
pie vaporoso, recogido y breve...

   Pues ¿qué te falta para ser cubana?
¿Qué te falta? ¡Ay de mí! ¡Que un amor santo
haga latir tu corazón de nieve!




La concha de Venus


   Dijo la antigüedad en sus ficciones
que los mortales que rindió Cupido,
en la concha de Venus, la de Gnido,
arrastraban, gimiendo sus pasiones.

   Voló Dione del cielo a las regiones  5
cuando su culto se entregó al olvido,
y la concha de nácar se ha perdido
partida en menudísimas porciones.

   Ansiosas de agradar todas las bellas,
la buscan de la mar en las orillas,  10
y nada encuentra su avaricia loca.

   Y ¿cómo la hallarán esas doncellas,
si una parte se ostenta en tus mejillas
y Amor formó con lo demás tu boca?




Adiós


   ¡Virgen adiós! Si arrebatado un día
juzgué en tu seno reclinar la frente,
al mirar tu pupila refulgente
que el fuego del amor humedecía;

   cuerdo a la voz de la conciencia fría  5
la flecha arranco de mi pecho ardiente,
al verte en el festín, indiferente
al mudo amor y la constancia mía.

   Jamás mi lengua murmuró turbada
¡piedad de mí que delirando muero!  10
Mas hoy parto... Y escucha, desgraciada:

   El beso grave de mi amor postrero
era digno, en tu frente avergonzada,
del casto beso de tu amor primero.




A ti


   Aunque en tus verdes años juveniles
de amor sintieras la punzante espina,
tú no sabes de amor, joven divina,
en la pompa mayor de tus abriles.

   No has sentido los celos que sutiles  5
nacen, y estallan cual preñada mina;
el estupor de la cercana ruina,
el odio cruel ni los temores viles.

   Tú no has bebido en ponzoñoso ramo,
sedienta del amor y los placeres,  10
la atmósfera de muerte en que me inflamo.

   Y ejemplo al hombre, espanto a las mujeres,
no has amado jamás como te amo,
ni te han odiado como odiarme quieres.




La muerte de la bacante


   Erigone, en desorden la melena,
de Venus presa con ardor salvaje,
oculta apenas en el griego traje
los globos de marfil y de azucena.

   El seco labio, que el pudor no frena,  5
del lienzo muerde el tempestuoso oleaje,
y rasgando el incómodo ropaje,
besa y comprime la tostada arena.

   Ebria de amor, frenética de vino,
en torno extiende la febril mirada,  10
mal tendida en las piedras del camino.

   Y al contemplarse sola, despechada
se oprime el pecho, con rumor suspira,
cierra los ojos, y gozando expira.




La salida del cafetal


   Tasca espumante el argentino freno
el bridón principeño generoso;
enarca el cuello en ademán rijoso,
de noble ardor y de soberbia lleno.

   La dura boca en el membrudo seno  5
exhala un resoplido extertoroso,
y bate con estrépito ruidoso
con fuerte callo el desigual terreno.

   Suelta la crin de la ondulante cola,
abierta la nariz, el ojo esquivo,  10
poco es el llano a su impaciencia sola.

   Salta mi bien, al fin ; toma el estribo;
el restallante látigo enarbola,
y parte el bruto con su carga altivo.




Bruto, primer cónsul


   Muestra el puñal en sangre purpurino,
Bruto, al pueblo en el foro congregado,
en el turgente pecho sepultado
de la esposa infeliz de Colatino.

   Al clamor del romano y del latino  5
que rugen como tigre desatado,
apenas, entre «vivas» sofocado,
se escucha el grito del audaz Tarquino.

   Se conmueven los bosques seculares,
retiembla estremecido el Capitolio,  10
al mar se arroja alborozado el Tibre.

   Y elevando las fauces consulares,
el héroe dice, derribando el solio:
¡Lucrecia a muerto, pero Roma es libre!




ArribaAbajoLuján, Agustín

Costa Rica. Siglos XIX - XX

Viajó por Europa y América del Sur. Poeta.




Patria


   A la luz de un ensueño sacrosanto
de cinco estrellas que a su verso anudo,
en Montufar, oh, Patria, te saludo,
¡y con su verbo mi clarín levanto!

   Revive, Patria, bajo el mismo manto,  5
la sacra escena, tu soberbio escudo,
con que el destino esplendoroso pudo
hacerte libre sin sufrir quebranto.

   No vano influjo de letal quimera
en el esfuerzo que lograr quisiera  10
de verte grande coronar tus dones:

   Morazán, con Jerez y, con Cabañas,
también, oh, Patria en vívidas hazañas,
lucharon por unir tus corazones.




Salmo


   Su númen fue una estrella... Brillaba en lontananza
do vagan los ensueños de artístico esplendor;
fue luz de claros rayos, fue luz de venturanza,
¡fue góndola celeste de mago trovador!

   El estro de sus cantos fue amable remembranza  5
de noches esplendentes o noches de dolor!...
Cantaba la tristeza, cantaba la esperanza,
¡cantaba en sus ensueños el ósculo de amor!

   Vagando en el boscaje, vagando en la espesura
de su alto pensamiento, soñaba con su amada,  10
cubriéndola de rosas, la flor de su vergel.

   El bardo ya no existe. ¡Su canto de ternura
su canto melodioso, su estrofa cincelada,
reviven su recuerdo, ¡reviven su laurel!




ArribaAbajoLumbreras, Francisco

Galicia. 1825 - 1901

Poeta. Actor. Hizo el papel de don Luis Mejía en el estreno de la obra Don Juan Tenorio. Acabó sus días de conserje en una Sociedad Literaria.




A tu esposa


   Un ramo quiero hacer en un soneto,
lo cual dicho en verdad no es fácil cosa,
un lirio, una azucena candorosa,
anémona y jazmín, he aquí un cuarteto.

   Geranio y tulipán, ya me prometo  5
un éxito feliz, ¡qué linda rosa!,
¿te agrada esta begonia caprichosa?
tómala, y vamos al primer terceto.

   Camelia, flor de lis y dionea.
¿Por qué dos flores más sólo me pides?  10
Son tres: un pensamiento, una ninfea,

   y la flor del recuerdo, no me olvides.
Cuéntalas bien, y tu atención reclamo,
catorce flores hay, soneto y ramo.




ArribaAbajoLuque Gutiérrez, Vicente

Málaga. Siglo XIX

Trabajador de los Ferrocarriles Andaluces.




Amorosa


   En tus caricias tanto yo he soñado
que el ansia de gozar me hizo buscarte,
y si mucho he sufrido antes de amarte,
mucho sufrí después de haberte amado.

   Rendido de quererte, esclavizado,  5
pensé que lo mejor era olvidarte;
y si mucho sufrí con adorarte,
mucho sufro de haberte abandonado.

   Tal la desdicha a mi pasión va unida,
que ni volver hasta tu lado espero,  10
ni eterna puede ser mi despedida.

   Ni quiero verte, ni olvidarte quiero,
que amarte es la esperanza de mi vida
y sin embargo, amándote, me muero.




ArribaAbajoMadan, Augusto E.

Cuba. Siglo XIX




Ripios ratoniles


   Roedores, retened recalcitrantes
rústicos rumorcillos requirentes;
repoblando, rebeldes reverentes,
recónditos rincones rezumantes.

   Rastreras ratoneras rutilantes  5
reporten ratonismos repelentes,
rebanando rumiantes reincidentes,
reprimiendo retozos rechinantes.

   Rencores resistid reconcentrados,
republicanas ratas repentistas,  10
rufianes ratoncillos rezagados.

   Resolviendo reductos rigoristas
repuestos roncaréis regocijados,
¡respetables ratones reformistas!




¡Cómo comes!


   ¡Caramba! ¡Cómo comes, compañero!
Comiendo cada cosa con cuidado.
¡Cual canónigo comes, condenado!
Como, como cumplido caballero.

   Comiste caracoles, col, carnero,  5
calamares, caviar, corzo cebado,
costillas, coliflor, congrio curado...!
¡Comieras, comilón, curtido cuero!

   ¡Claro! Como comer, como caliente.
Con cólico caerás. Con candamomo  10
curarlos conseguí completamente.

   ¿Compotas? ¡Compasión! ¡Cómico cromo!
¿Cómo comes con cara complaciente?
¿Cómo como? ¡Cá! Como como como.




Contra el histérico


   Mezcla un poco del ácido sulfúrico,
con el láctico, el pícrico y el bórico;
y agrégale después ácido clórico
bien disuelto en el ácido ingasúrico.

   Por la reacción del ácido telórico,  5
y sometiendo el líquido al calórico,
con adición del ácido fosfórico,
combinando en caliente con el úrico,

   obtendrás, si incorporas el butírico,
una sal, a que el ácido subérico  10
dará un brillo metálico hidrargírico.

   Bébete este compuesto climatérico;
y ya veras, mujer, como un empírico
te libra para siempre del histérico.




Sales sin sal


   ¡Sal soneto sin sal! ¡Saca sensato
salobridad siquiera! ¡Sé salino!
Sorbiendo sal seguido, Saladino
salvó su situación sin ser silbato.

   Salicinina, salol, salicilato,  5
sub-sales salicílicas, succino,
solimán, sulfureto, santonino,
sulfaminol, sílicio, silicato;

   si sabias sales sois, salad sextetos.
Salvando salaciones superables,  10
sugiriéndome símiles secretos,

   sacaré, -sí señor- siendo sacables,
salobres, saladísimos sonetos...
si salidos sin sal, salificables.




Soneto chino


   ¡Qué higiénico resulta el té Houlong,
mezclado con un poco de gin-seng,
cuando es del puro que recibe Weng
el mercader de efectos de Hong-Kong!

   Comprendo que no teman a un Armstrong  5
los chinos de Tsung-Hái y de Tái-Yuéng,
de Kwansi, de Ning-Kiang y de Chung-Tiéng,
de Ning-Pó, de Nankín y de Souchóng.

   Bebido el té, me pongo el Smocking;
y fumando mi pipa de Kwantúng,  10
me paso un rato en el Skáting-Ríng.

   Vuelvo a casa: reposo la Zeitúng;
y después de saber que aún vive el King,
pido el sueño a otra taza de Yuén-Súng.




Soneto sueco


   ¿Porqué me detendría en Strewjmoj?
¡Hielos, bálago, musgo, almoraduj!
Por cubrirme la faz con un cambuj
me dejaron un día sin reloj.

   Húbeme de calzar suecos de boj  5
y encapillarme bien con el ganduj.
A mi costa esa gente sacó el fluj,
cada vez que pegaba un pedicoj.

   Si no es porque me embarco en un pataj,
prometiendo volver al abenmej,  10
dejo allí bolsa, flechas y carcaj.

   Escarmentado estoy, amigo Aruéj.
Aunque me den las minas del balaj,
me vuelvo a mi región de Abaguanej.




Soneto hebreo


   Bebiendo mansedumbres en Jacob,
que a la vez que patriarca fue nabab,
forjó Gentrudis su novela Sap
con la paciencia mística de Job.

   Yo no puedo escribir. La acción del rob  5
me sumerge en las sombras de un boabab,
de aquellos que en la patria de Moab
trocaron en asceta al más snob.

   ¿Cómo pedir sus alas al querub,
o sus estóicos fallos al hegib.  10
o su fe de profeta a un Habacub,

   o sus conceptos mágicos a un Gib,
quien no acierta a encontrar, desde su Horeb,
tierras de promisión como Caleb?




Soneto persa


   Contando con la ayuda de Jheováh,
me interné por la estepa del Agréh,
llegando, sano y salvo, a Devayeh,
donde tuve el honor de ver al Shah.

   Cubierto de riquísimo surah  5
y leyendo el grandioso Shah-Nameh,
hallémelo, de nuevo, en Boureydéh,
punto en que lo guardaba el padischáh.

   ¡Pero que sol! ¡Ni el hielo de Sandóh,
ni los árticos musgos del Suróh  10
refrescan las llanuras de Ghutníh!

   Entre abrasada arena fui a Barkúh,
y me embarqué asfixiándome en Tarkúh,
maldiciendo el calor de Osmanfalíh!




Soneto turco


   Para bárbaros blancos, Ghemorúk.
Para zancos ridículos, Albék.
Para maderas vírgenes Ilék.
Para ágiles refígeros, Ipúk.

   Para marfiles diáfanos, Murzúk.  5
Par higiénicos lúpidos, Pysék
Para tebáicos báquicos, Hupék.
Para dátiles cándidos, Mabrúk.

   Para ostrícolas regias, Chesapík.
Para búfalos gordos, Omenák.  10
Para bálago helado, Upernavík.

   Para bichos mortíferos, Sihák.
Par tétricas focas, Reykjhavík.
Para kábila cruel, Kjalikasák.




Soneto ruso


   ¡Qué herejía, Señor! Ir al Falstaff
zumbándome las notas del Surcouff!
Seguro que no duermo ni en le Pouff,
si no tomo el Estroncio de Paraff.

   Igual que en mares el pirata Graff  5
o en tierras firmes el emir Yusuff,
persígueme Offenbach, Verdi y Buruouff,
como persigue en los Madgyares, Raff.

   Por ver al general Stambuloff,
que parece un espectro de Radcliff,  10
alto como la torre Malakoff,

   fui al teatro no más. Venga un rosbiff;
y o me olvido del ruso del Azoff...
o sueños con los bárbaros del Riff.




¡Anda aprisa, ayudante!


   -Ayestarán: amaneció apirético.
-Alimento adecuado-. Amat: artrítico.
-Analgesina-. Arbués; abceso ascítico.
-Acupuntura. Apiol. Acido acético.

   -Alzugaray: anuria-. Algo aloético.  5
-Ausúrez: aneurisma-. Algo aconítico.
-Antón: albuminuria-. Al analítico.
Aurelia Azúcar: aborto-. Aceite abético.

   -Argüelles: accidente aponeurótico.
-Afusiones. Anís-. Achón, asiático:  10
ascárides-. Almácigo apazótico.

   ¡Avívate!- Acabóse. Auset: asmático.
-Amapola. Aspirar ácido azótico.
¡A almorzar, ayudante anagramático!




La Enmienda Platt


   Tal vez porque a las buenas no medrabas,
simulacro naval quiso imponerte;
y opinión del país, fue, sin leerte,
que Libertad y Patria cercenabas.

   La Convención después, de luchas bravas,  5
aprobarte decide al conocerte.
Diplomacia o lealtad, ¿temió al más fuerte
o salvándote vio que nos salvabas?

   Si entiendo de política muy poco,
la tierra miro que tu ley nos quita  10
sin descubrir, en cambio, el bien que creas.

   De tu propia conciencia el juicio invoco,
y te digo: ¿Proteges? ¡Sé bendita!
¿Cubres la usurpación? ¡Maldita seas!




ArribaAbajoMagallanes Moure, Manuel

Chile. 1874 - 1924

Poeta. Pintor y crítico de arte.




¿Recuerdas?


   ¿Recuerdas? Una linda mañana de verano.
La playa sola. Un vuelo de alas grandes y lerdas.
Sol y viento. Florida la mar azul. ¿Recuerdas?
Mi mano suavemente oprimía tu mano.

   Después, a un tiempo mismo, nuestras lentas miradas  5
posáronse en la sombra de un barco que surgía
sobre el cansado límite de la azul lejanía
recortando en el cielo sus velas desplegadas.

   Cierro ahora los ojos, la realidad se aleja,
y la visión de aquella mañana luminosa  10
en el cristal oscuro de mi alma se refleja.

   Veo la playa, el mar, el velero lejano,
y es tan viva, tan viva la ilusión prodigiosa,
que, a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.




Sobremesa alegre


   La viejecita ríe como una muchachuela
contándonos la historia de sus días más bellos.
Dice la viejecita: «¡Oh, qué tiempos aquellos,
cuando yo enamoraba a ocultas de la abuela!»

   La viejecita ríe como una picaruela  5
y en sus ojillos brincan maliciosos destellos.
¡Qué bien luce la plata de sus blancos cabellos
sobre su tez rugosa de color de canela!

   La viejecita olvida todo cuanto la agobia,
y ríen las arrugas de su cara bendita  10
y corren por su cuerpo deliciosos temblores.

   Y mi novia me mira y yo miro a mi novia
y reímos, reímos... mientras la viejecita
nos refiere la historia blanca de sus amores.




El barco viejo


   Allá, en aquel paraje solitario del puerto,
se mece el viejo barco a compás de las ondas,
que tejen y destejen sus armiñadas blondas
en derredor del casco roñoso y entreabierto.

   De la averiada proa cuelga un cable cubierto  5
de líquenes que ondulan cuando pasan las rondas
de los peces, clavando sus pupilas redondas
en el barco que flota como un cetáceo muerto.

   Y el barco, que fue un barco de los van a Europa,
y que era todo un barco de la proa a la popa,  10
ahora que está inválido y hecho un sucio pontón,

   sus amarras sacude y rechina y se queja
cuando ve que otro barco mar adentro se aleja
mecido por las olas en blanda oscilación.




ArribaAbajoMallara, Juan de

España. Siglo XIX

Poeta. Residía en Madrid.




A la invención del reloj español


   Febo la clara España contemplando
para mejor en ella declararse,
quiso por un artífice reglarse
el cómo y cuándo de su luz notando.

   En las armas de Rojas reloj dando,  5
hizo los signos meses divulgarse
el calendario santos celebrarse,
las horas, día y noche señalando.

   Letra dominical, fiestas movibles,
elevación del sol sobre horizontes,  10
los puntos que de eclíptica se aparte,

   altor de las estrella más visibles,
largura de una torre, pozo o montes...
Es Hugo Frisio quien escribe este arte.




El médico y el ciego


(Imitación de Esopo)


   Un hombre enfermo de ojos se dolía,
y un médico tirano lo curaba,
y entrando a visitarlo, le hurtaba
una alhaja de casa cada día.

   Y por poder llevarle cuanto había,  5
la cura de los ojos dilataba
hasta que ya entendió que no quedaba
cosa alguna que fuese de valía.

   Los parches le quitó muy denodado,
y díjole: «Cumplido es tu deseo;  10
págame, pues ves que te he sanado.»

   El miró acá y allá; «mas antes creo,
le respondió, que es cierto que he cegado,
porque en toda mi casa nada veo.»




Diálogo entre el autor y un celoso


   ¿De dónde te ha venido tal locura,
hombre ciego, cruel y sospechoso?
-De verme en tanto bien estoy medroso;
y así, cualquier dolor se me figura.

   -Pues gozando tan alta hermosura  5
y tanto bien, ¿estás tan sin reposo?
-Por ser en ese don tan venturoso,
principio de mi mal fue mi ventura.

   -Si tú te muestras pobre en gran bajeza,
que tan precioso don no mereciste,  10
no es bien que de entre manos se te huya.

   -Antes haré como avariento triste,
que ni goza, guardando la riqueza,
ni a otro le consiente que sea suya.




ArribaAbajoManzano, Juan Francisco

La Habana (Cuba). 1797 - 1857

Esclavo negro cubano. Poeta




Amor


   Azucena gentil, fragante y pura,
que das galas al vergel, vertiendo amores,
tú eres, flor, la más linda de las flores
siendo igual tu modestia a tu hermosura.

   La peregrina llama que fulgura  5
en tus cubanos ojos brilladores,
disipa en su expresión mis sinsabores
como emblema de gloria y de ventura.

   Yo te adoro, mi bien, como a la brisa
ama el gentil sonoro riachuelo,  10
como adora el sunsún a la floresta;

   pues en tu joven frente se divisa
el timbre halagador que te dio el cielo
de hermosa, de cubana y de modesta.




Mis treinta años


   Cuando miro el espacio que he corrido
desde la cuna hasta el presente día,
tiemblo, y saludo a la fortuna mía,
más de terror que de atención movido.

   Sorpréndeme la lucha que he podido  5
sostener contra suerte tan impía,
si tal llamarse puede la porfía
de mi infelice ser, al mal nacido.

   Treinta años ha que conocí la tierra;
treinta años ha que en gemidor estado  10
triste infortunio por doquier me asalta.

   Mas nada es para mí la cruda guerra
que en vano suspirar en soportado,
si la calculo ¡oh Dios! con la que falta.




ArribaAbajoMarín de Solar, Mercedes

Santiago de Chile. 1804

Poeta.




A la sepultura del obispo Vicuña


   Yace bajo esta losa muda y fría
el despojo mortal del Pastor santo,
que en vano riega el abundoso llanto
de su gran solitaria noche y día.

   La tierna Magdalena así gemía,  5
no encontrando el cadáver sacrosanto
de Jesús, y tal era su quebranto,
que la divina voz desconocía.

   Cumplióse aquí la ley de la natura,
un vacío, un dolor, una memoria,  10
sólo deja al morir la criatura.

   Mas si rauda se eleva hacia la gloria
el alma terna, refulgente y pura,
¿dónde está de la muerte la victoria?




La existencia de Dios


   «El Universo es Dios» dice el impío
que otro tiempo dijera: «Dios no existe.»
¡de humana corrupción gemido triste!
¡de la frágil razón hondo extravío!

   La luz, la tierra, el sol, el monte, el río,  5
el prado que de flores se reviste,
el aire, el ancho mar, tú los hiciste,
¡Oh, Señor, con tu inmenso poderío!

   Pero, toda esta gran naturaleza
a sí misma se ignora, y al potente  10
autor de sus arcanos y belleza.

   Sólo al hombre, ser libre, inteligente,
Dios reveló su nombre y su grandeza,
¡y el necio huye de Dios ciego y demente!




ArribaAbajoMarina, Ángel

Extremadura. Siglo XIX




A S. A. R. la infanta doña Isabel el 3 de julio de 1916


   Perdonad si mi musa entrometida
se atreve a dirigiros sus cantares
hoy que vos visitáis los regios lares
de esta Virgen Morena, que es mi vida.

   Escuchadme, Señora: sólo os pido  5
que digáis al Monarca y a su esposa
que aquí existe una Virgen milagrosa
y un florón de su reino en el olvido.

   Decidle que no traiga tropas reales,
pues no las necesita aquí en mi tierra,  10
donde todos los pechos son leales.

   Que venga, gran Señora, el Rey bizarro,
a ver este terruño, que aún encierra
las sombras de Cortés y de Pizarro.




ArribaAbajoMariño de Riverón, Adelina («Yolanda»)

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




El sol


   Del Sol , bendigo el luminoso rayo,
que quizá va marcando mi destino...
Luz divina, que das al peregrino,
pomas rosas en el fértil mayo.

   Quiero tu luz, para alumbrar mi senda  5
cegada por el oro de la gloria...
De tu gloria sin par, que abrió en la Historia
un mundo generoso de leyenda.

   Quiero envolverme en tu dorado manto,
ofrendarte el lirismo de mi canto,  10
y en el claro alborear de una mañana...

   si audaz te acercas a mi tibio nido,
sentir que tu caricia me ha dormido,
al penetrar sutil por mi ventana.




La luna


   Princesa de los Cielos, caprichosa
Margarita Gautier, pálida y bella,
amiga del poeta que te glosa
en estrofas azules su querella;

   pizpireta feliz, que a los luceros  5
flirteas, retadora entre el celaje,
porque son tus galantes caballeros
y uno muere de amor... ¡Tu rubio paje!

   Soñadora romántica y divina
que discurres cual maga peregrina,  10
por un reino que te unge soberana...

   ríete de Pierrot que en vano insiste,
vive en la noche que tu engaño viste,
y hurta tu rostro blanco a la mañana.




ArribaAbajoMaristany, Fernando

España. Siglos XIX - XX

Poeta especializado en traducciones de poetas extranjeros.




Los ojos de mi amada...


   Los ojos de mi amada hablan de amor
y ennoblecen a todo lo que mira;
todo el que pasa vuélvese y la admira,
y su saludo da un dulce temblor.

   Se humilla la mirada y la color,  5
y al ver su pequeñez uno suspira;
ante ella huye el desdén y huya la ira;
ayudadme, doncellas, en su honor.

   Nace, oyéndola hablar del corazón
una humilde dulzura deliciosa,  10
y es feliz quien la logra contemplar.

   No se puede decir ni imaginar
cuán dulce es sonriendo su expresión.
¡Tanto es su gentileza milagrosa!




Mateo María Boiardo


(1434-1494)


   Del mar vi el sol surgir, por tan divina
melena de áureos rayos circundado,
y el rostro tan rojizo e iluminado,
que un incendio hizo en toda la marina.

   Vi abrirse, a la rociada matutina ,  5
las rosas de un color tan inflamado,
que se hubiera de lejos estimado
que un fuego ardiera por su verde espina.

   Vi en la alegre y florida primavera,
salir la muelle hierba perfumada  10
y abrir sus hojas en la pronta edad;

   y a una mujer graciosa y hechicera,
bellas rosas coger de madrugada,
y vencer a esas cosas en beldad.




Soneto


   Alabe otro la faz o los cabellos
de su amada, o alabe el marfil blanco
con que formó Natura el pecho y flanco;
cante otro de sus ojos los destellos.

   Yo a una belleza incorruptible tal  5
que aun ingenio divino no ha trazado;
un espíritu franco y elevado
que no sienta su peso corporal.

   Lleno de esta elocuencia, que deriva
del saber, de esa amable honestidad  10
de actos bellos y gracia nada esquiva.

   Si mi arte se pudiera a la bondad
de la materia igual, si estatua viva
tendría que durar más de una edad.




Soneto


   ¡Cuán bella sois, señora! Lo sois tanto,
que yo no vi jamás cosa más bella;
miro la frente y pienso que una estrella
mi senda alumbra con un brillo santo.

   Miro la boca, y quedo en el encanto  5
de la dulce sonrisa que destella;
miro el áureo cabello, y veo aquella
rede de amor que tendió con tierno canto.

   Y de terso alabastro el seno y cuello,
los brazos y las manos, finalmente,  10
cuanto de vos se mira o bien se cree,

   es admirable, ¡oh, sí!..., y a pesar de ello,
permitid que os lo diga osadamente:
mucho más admirable es aun mi fe.




Diego Bernardes


(1530 - 1605)


   Horas breves de mi contentamiento,
jamás me pareció cuando os vivía,
que aquel bien trocaríase algún día
en tan cumplidos días de tormento.

   Aquellas torres que formé en el viento  5
las llevó el viento que las sostenía;
del mal que me ocurrió la culpa es mía,
pues hice en cosas vanas fundamento.

   Amor, con blandas muestras aparece;
todo lo hace posible y lo asegura,  10
mas luego, a lo mejor, desaparece.

   ¡Oh, ceguera tamaña, oh, desventura!
¡Por un pequeño bien que desfallece
aventurar un bien que siempre dura!




Aquella suave y dulce...


   Aquella suave y dulce madrugada
tan llena de clemencia y de piedad
para calmar la angustia y la ansiedad,
quiere sea por siempre celebrada.

   Sólo ella, cuando amena y esmaltada  5
irradió, dando al mundo claridad,
vio cual se separó una voluntad
de do no volverá a verse apartada.

   Sólo ella vio los llantos, suyo y mío,
que de unos y otros ojos derivados  10
juntándose formaron vasto río.

   Y escuchó unos acentos apenados
que podían tornar el fuego frío
y dar paz a los pobres condenados.




Un mover de ojos...


   Un mover de ojos tímido y piadoso
sin causa alguna; un reír blando, honesto,
casi forzado; un dulce, humilde gesto,
de cualquier alegría receloso.

   Un despejo tranquilo y vergonzoso;  5
un responder gravísimo y modesto;
una clara bondad, cual manifiesto
indicio de un espíritu gracioso.

   Un osar apocado; una blandura;
un aire a un tiempo tímido y sereno;  10
un largo y obediente sufrimiento:

   Esta fue la seráfica hermosura
de mi Circe y el mágico veneno
que logró transformar mi pensamiento.




Yerros, culpa, fortuna...


   Yerros, culpa, fortuna, amor ardiente;
para mi perdición se conjugaron.
Yerros, culpas, fortuna, me sobraron;
me bastaba el amor tan solamente.

   Todo murió, mas tengo bien presente  5
el dolor de las cosas que pasaron,
pues sus hartas frecuencias me enseñaron
a renunciar a cuanto me contente.

   Erré todo el transcurso de mis años
e hice que la fortuna castigase  10
mis mal fundadas, locas esperanzas;

   del amor sólo vi breves engaños;
¡ay, quien tanta pudiera que quebrase
este mi genio altivo de venganzas!...




Soneto a la muerte de su esposa


   Aquel radiante sol que me mostraba
el camino del cielo llano y cierto,
que de mi corazón triste e inexperto
toda sombra mortal siempre ahuyentaba,

   dejó ya la prisión en que se hallaba,  5
y ciego y solo estoy... Con paso incierto,
voy como un peregrino en el desierto
al que falta la luz que le guiaba.

   Con la alma triste y el juicio oscuro;
sus benditas pisadas voy buscando  10
por los montes y valles florecientes.

   En todas partes verla me figuro;
ella toma mi mano y va guiando,
y mis ojos la siguen hechos fuentes.




Sonetos


   Pues que ella es todo invierno y aun en el mismo hielo,
pues que su corazón de témpanos armado
tan sólo de mis cantos se muestra enamorado,
¿Por qué tan loco soy que sigo con mi anhelo?

   ¿Qué puedo de su nombre lograr ver alcanzado  5
más que un honesto yugo, que oprime aun siendo bello?
No está, dueña y señora, tan blanco mi cabello
que vuestro lugar otra no ocupe de buen grado.

   Amor, que al fin es niño, no oculta la verdad:
no sois tan arrogante ni tan rica en beldad  10
que hayáis de desdeñar a un corazón leal;

   volver a mis abriles no puedo hacerlo hoy;
amadme si podéis amarme como estoy,
y os amaré también cuando estaréis igual.




II


   Cuando al correr los años, ya vieja y achacosa,
os sentéis junto al fuego a devanar o hilar,
diréis maravillada mis versos al cantar:
Ronsard me celebraba cuando era tan hermosa.

   Ya no tendréis a nadie para escuchar tal cosa  5
junto a vuestra labor, a medio dormitar,
que al ruido de mi nombre se sienta despertar,
y vuestro nombre alabe con dicha fervorosa.

   Yo estaré bajo tierra. Fantasma descarnado,
ala sombra de un mirto me hallaré reposado,  10
y vos en vuestro hogar, anciana y encogida,

   lloraréis de mi amor vuestro altivo desdén.
No aguardéis a mañana para gozar del bien;
recoged desde hoy las rosas de la vida.




Remy Belleau


(1528 - 1577)


   ¡Ah!, os lo ruego, ojos míos, quered serme corteses;
suministradme llanto, brindadme la fontana
que no se seca nunca, del agua de mi pena;
¡por esta vez al menos suministradme lágrimas!

   Siento un dolor tan fuerte que vela mi garganta,  5
que me hiela la sangre y mi hálito retiene,
y siento que me lleva la muerte de la mano
a donde los pastores son grandes como reyes.

   Me viene este dolor de un íntimo deseo
de ver, estando ausente, las gracias de mi vida,  10
ya presto a abandonarla, y de besar de nuevo

   su pecho nacarado, de ver sus lindos ojos,
su mano diminuta, su gracia peregrina,
y morir en sus labios de púrpura y de oro.




Jean Vauquelin de la Fresnaye


(1536 - 1606)


   ¡Grato viento de aliento perfumado
que ofreciendo vas bálsamo de flores!
¡Praderas deliciosas en que han llorado
Damoetas y Amarante sus dolores!

   ¡Umbrío bosque, río susurrante  5
que buen fin dar supiste a sus azares,
y en halago cambiaste sus pesares,
y una en otra sus alma suspirante!

   Quitóles la edad de oro el goce humano;
mas aunque hubieron el deseo sano  10
de siempre rechazar al amor fuera,

   siempre un remordimiento de ternura,
les hizo amar, al ver tanta hermosura,
el viento, el bosque, el río y la pradera.




Philippe Desportes


(1546 - 1606)


   Esta fuente es helada. Su dulce agua corriente
tiene color de plata, parece hablar de amor;
suave reverdece el musgo en derredor,
y dan sombra los álamos contra el fulgor ardiente.

   A Céfiro el follaje acógele obediente,  5
suspirando a la sombra del día encantador;
el sol, claro, de llama, da todo su calor,
y agriétase la tierra por el ardor hirviente.

   Si pasas, del trabajo de caminar cansado,
quemado del calor, de sed extenuado,  10
párate en este sitio que Dios te da, clemente:

   el reposo, tu cuerpo cansado aliviará,
la dulce y fresca sombra tu ardor se llevará,
tu sed irá a perderse en la agua de la fuente.




Félix Arvers


(1806-1850)


   En mi alma y en mi vida escóndese un secreto:
en un punto un amor eterno concebido;
es mal sin esperanza y es fuerza ser discreto,
y así, quien causa el daño jamás lo habrá sabido.

   Habré, ¡ay!, cerca de ella pasado inadvertido,  5
y habré vivido solo estando ella a mi lado;
mi vida hora tras hora por fin habré gastado
sin osar pedir nada ni haber nada obtenido.

   Aunque el Señor la hizo más dulce que la miel,
del murmullo amoroso que eleva su pisada,  10
siguiendo distraída su ruta, nada oirá.

   Al austero deber piadosamente fiel,
si esos versos leyere, do está, dirá extrañada:
«¿quién es esa mujer?»... y no comprenderá.




John Keats


(1795-1821)


   Cuando a veces me inquieta poder dejar de ser
antes que en mi cerebro mi pluma haya espigado,
antes que unos libros acierte a recoger,
como en ricos graneros, el fruto sazonado.

   Cuando veo en la noche los astros relumbrar  5
-vasto y oscuro símbolo de impenetrable arcano-,
cuando pienso que nunca podré tal vez trazar
su imagen con la magia de un arte soberano.

   Y cuando siento a veces, mi bella de una hora,
que no veré ya más tan dulce maravilla,  10
se me nubla de pronto la magia encantadora

   del impulsivo amor. Y a solas, y a la orilla
del ancho mundo, ansío sumir mi alma en la nada,
hasta que amor y gloria me den la hora soñada.




Elisabeth Barrett-Browning


(1806-1861)


   Cuando nuestras dos almas cara a cara
quedan en el silencio, y se aproximan
hasta quedar sus desplegadas alas
en dos puntos unidas y encendidas,

   ¿qué daño hacernos puede o qué injusticia  5
la tierra? ¡Bah! Si más nos ensalzáramos
los ángeles, mi amor, nos brindarían
de su áureo mundo el armonioso canto.

   ¡Y adiós nuestro amadísimo silencio!
Quedémonos más bien donde los goces  10
más altos son extraños a los hombres,

   donde las almas puras viven lejos
del mundo, en un rincón en que quererse
rodeados de las sombras de la muerte.




Soneto


   Fuéseme poco a poco amorteciendo
la luz que en esta vida me guiaba,
los ojos fijos en la cual pensaba
ir también al sepulcro descendiendo.

   En nublándose aquélla, en la viendo  5
toda otra luz también se me nublaba;
despuntaba ella apenas, despuntaba
luego en mi alma la luz que iba muriendo.

   Alma mía gemela, ingenua y pura
cual si los serafines la soñaron...  10
¡Bien me hiciste saber que el bien no dura!

   No se después, no sé ni si me alzaron;
no pueda yo jamás mi desventura
contar a los que en vida no lloraron...




ArribaAbajoMarqués de Almendar

España. Siglos XIX - XX




La reja andaluza


   A través de la reja musulmana
que adereza la yedra y los claveles;
dando asunto a los mágicos pinceles
aparece la típica ventana.

   El sol que alumbra a la gentil mañana  5
haya en la reja a los amantes fieles,
y dorando del majo los caireles
un rostro femenil tiñe de grana.

   Se quiebran en moriscos azulejos
del luminar gigante los reflejos  10
que roban al esmalte sus colores,

   y los ojos de ardiente fantasía
ven la reja en mi hermosa Andalucía
como clásico altar de los amores.



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