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ArribaAbajoMorgado, Pedro A.

España. Siglo XIX - XX

Poeta. Publicó estos sonetos en La Revista Católica de Sevilla.




A la virgen del rocío


   Virgen de la marisma solitaria,
a tus plantas se tiende la llanura
y por ella, magnífica, murmura
la fronda de los pinos su plegaria.

   Reina triunfante: la Naturaleza  5
te rinde adoración con su amplio rito;
y el sol -en su rodar- con infinito
trazo de luz te nimba la cabeza.

   Virgen, Reina y Pastora: la guirnalda
perenne de los campos de esmeralda  10
forma, a tus pies, inmensa canastilla...

   Y te levas magnífica y serena
como deidad espléndida y morena
arrancada del alma de Sevilla.




Fe


   Bálsamo salvador que de la altura
desciende en rayos de fulgor divino;
sol que guía en la senda al peregrino
de aqueste triste valle de amargura.

   Palacio de sublime arquitectura;  5
lago eternal brillante y cristalino
que besa las riberas del destino
con el beso de luz de su agua pura.

   Sacra unción de los cielos Redentora
ráfaga de virtud. Fe salvadora.  10
Lazo espiritual que al cielo alcanza:

   En lo largo y estéril del camino
tu brindas al cansado peregrino
con la dulce mansión de la Esperanza.




La patrona de la aldea


   Apenas sale el sol, ya la campana
consagra al pueblo el despuntar del día
y con rápida y loca algarabía
inunda d e sus ecos la mañana.

   Despierta su tañir a la aldeana  5
que en vagares de dicha sonreía
y el mocetón fornido que dormía
el sueño de la paz tranquila y sana.

   Brilla el sol en la bóveda serena;
en la verde enramada el ave trina  10
y allá en la plaza el tamboril resuena.

   Su fúnebre canción el sauce entona
a la par que la fuente cristalina
se desliza incitante y juguetona...




Cofradía


   Hay un ígneo penacho en cada cirio
que se alarga en la atmósfera, y crepita
con un gesto suave de martirio
y de tortura vaga e infinita.

   Los cofrades avanzan lentamente  5
y los clarines dicen su lamento;
de cuando en vez, la copla penitente
-igual que una saeta- rasga el viento.

   Hay como un retroceso milenario;
y al escena sublime del Calvario,  10
por un momento, cubre nuestros ojos.

   ...Después solo el azul. Y de los cielos
-cual fuente de benéficos consuelos-
baja una nube de matices rojos.




ArribaAbajoMosquera, Rubén J.

Colombia. Siglo XIX - XX




España


   Si hervir entre mis venas no sintiera
la enrojecida sangre de Castilla.
SI ante el altar sagrado la rodilla
con humilde fervor no se rindiera.

   Si su sonoro idioma no tuviera,  5
que gloria fue de Moratín y Ercilla,
podría sin rubor en la mejilla
negar que de españoles descendiera.

   Arrostrando del mar rigor y saña,
desde oculto repliegue de los Andes  10
he venido hasta ti, gloriosa España;

   Vengo a inspirarme en tus recuerdos grandes,
y ávido sitio contemplar, do un día,
Colón, absorto, un mundo te ofrecía.




Ante la estatua de Bolívar


   ¡Vedlo! ¡Allí está! Parece que se anima
su enjuto rostro, su nervudo brazo;
súbdito de su genio, el Chimborazo
a soportar su pie dobla la cima!

   La Libertad que como a Dios estima,  5
roto sintió de la opresión el lazo,
y, Padre de la Patria, unió en abrazo
los hijos del Rimac y del Tolima.

   ¡Habla fundido bronce! Dinos cuántas
al par que tristes, infecundas luchas  10
murieron, al surgir, bajo las plantas;

   y si la voz del patriotismo escuchas,
yergue la frente, y en tus ojos muestra
el ígneo rayo que blandió tu diestra!




ArribaAbajoMujía, María José

Chuquisaca (Bolivia). 1820 - 1888

Poeta hallada en Internet.




Bolívar


   Aquí reposa el ínclito guerrero:
Bolivia triste y huérfana en el mundo,
llora a su padre con dolor profundo,
libertador de un hemisferio entero.

   Al resplandor de su invencible acero,  5
cayó el león de Iberia moribundo;
nació la libertad, árbol fecundo,
al eco de su voz temible y fiero.

   De los soberbios Andes el coloso
yace en la tumba, mas su ilustre nombre,  10
grande cual ellos inmortal, glorioso.

   Honra a la historia y engrandece al hombre
¡Bolívar! Genio de eternal memoria,
nombre que dice: ¡Libertad y gloria!




ArribaAbajoMunizaga Ossandón, Julio

Chile. 1888 - 1924

Poeta hallado en Internet. Publicó su único libro, Las Rutas Ilusorias, en 1914.




Soneto al soneto


   Flor de mirto te llaman, ¡oh!, regio estuche de oro
que has guardado la gema de tantos pensamientos.
Yo aprisioné en tus torres de ilusión mi tesoro
de armonías que huyeron hacia todos los vientos.

   Mis errantes quimeras sintonizan el coro  5
en las catorce pautas de tus catorce acentos,
y en ti puso el milagro de mi ensueño sonoro
parnasianas bellezas y dolidos tormentos.

   Jardín de lirios líricos y heráldicos laureles,
sobre el plinto de oro que escudan tus doseles,  10
se plasman el Amor, el Dolor y el Hastío.

   A tu carro se ayuntan tus catorce corceles,
y como abejas áticas te ungieron con sus mieles
Heredia, Baudelaire, Walt Whitman y Darío.




Soneto


   Yo soy aquel a quien no modelara
caricia de mujer en tierna infancia,
un boceto inconcluso, un alma rara
siempre como sumida en la distancia.

   Callado, solitario y pensativo,  5
gestando estoy la madre que yo añoro;
su remoto recuerdo apenas vivo,
cuando empieza a surgir me turbo y lloro.

   Augusta sombra de mi sueño nace;
hija de mi pensar, mi madre acude;  10
prosigue su tarea, y así rehace

   su obra. Inconcluso ella me reanude.
¡Oh, madre, nuevamente me acompañas!
¡Oh, alegría al gestarte en mis entrañas!




Soneto


   Tanto conozco esta ciudad pequeña,
su mar, su caserío, su laguna,
que el corazón la mira y la desdeña;
no encuentra en ella novedad alguna.

   Y una vez en mi vida, sólo en una  5
-tanto el amor la eternidad enseña-
noche de niebla azul, anhelo y luna,
el alma vi de mi ciudad que sueña.

   La más bella y amada compañía,
con la luna y la niebla evanescente,  10
otra ciudad me dieron, diferente

   toda calle del mundo se salía;
seguí por ellas, sin saber que hacía;
por ellas sigo indefinidamente...




La senda


   Contemplo airado mi único destino;
yo voy trazando, sin saber, mi senda;
si tengo algún igual tal vez comprenda
la nada, en campo abierto, de un camino.

   Todo lo quiero en mi vivir sin tino;  5
y he de escoger, en íntima contienda,
esta miseria; y no hay quien me defienda
de tan estrecho y despreciable sino.

   ¿De qué me sirve este vivir menguado?
Las olas al nacer, ya van muriendo;  10
para vivir la vida, la consumo.

   Inútil tierra, de mi senda, al lado;
deseo inextinguible, no comprendo
que aun mi nada se disuelva en humo.




ArribaAbajoMuntadas Joumet, Juan Federico

España. 1826 - 1912

Poeta hallado en Internet.




Inquietud


   Viene del día en pos la noche oscura,
truécase en duelo el juvenil contento,
la suerte es varia, a un dulce pensamiento
un pensamiento sigue de amargura.

   Fui ayer dichoso, empero hoy la ventura  5
huye de mí con malhadado intento;
que este dolor que dentro el alma siento
calmarlo en vano la razón procura.

   Tú sola puedes, adorada mía,
de mi ferviente amor en desagravio  10
apaciguar estériles enojos

   que al alma abruman con tenaz porfía;
¡salga un acento de tu puro labio!
¡vuelve hacia mí tus encantados ojos!




A la muerte del Excmo. Sr. Marqués de Gerona


   «Descubro un porvenir con noble intento
lo alcanzaré, dijiste: ¡patria mía!
para servirte de piloto y guía
no me falta saber, me sobra aliento.»

   Y España te admiró en el Parlamento  5
cuando en aciago, tormentoso día,
de allí alejaste la discordia impía
con tu suave irresistible acento.

   Todo pasó: la muerte despiadada,
con rostro horrible y expresión aviesa,  10
en tu carrera te detuvo, osada:

   «En vano luchas: eres ya mi presa
grito: el lindero es este de la nada.»
Y sin piedad te sepultó en la huesa.




ArribaAbajoMuñoz, Leonor

España. Siglos XIX - XX

Poeta.


La Fe




I


   Por la empinada cuesta del camino,
como la imagen viva del pasado,
andrajoso, descalzo, mal tapado,
va marchando un anciano peregrino.

   Su rostro lleva impreso del destino  5
el sello con que marca al condenado,
y la pena continua le ha dejado
el rostro cadavérico y cetrino.

   La boca en una mueca contraída
expresa un doloroso no sé qué...  10
Sus ojos van perdiendo ya la vida,

   no sabe qué será n lo que fue,
y va gritando: «Es grande mi caída,
un gusano es mi igual, perdí la fe.»




II


   La escena cambia; una mezquina pieza;
en un jergón tres niños dormitando,
y una bujía que se va apagando
en luz envuelve a una mujer que reza.

   De pronto, por la puerta, la cabeza  5
aparece de un hombre que va entrando,
y míseras porciones va dejando
de peces y de pan sobre la mesa.

   -«¿Es todo lo que el cielo nos envía?»,
pregunta la mujer que antes oraba.  10
Y él le contesta con fervor profundo:

   «Demos gracias a Dios por este día
que me dio pan, aunque la mar bramaba,
y me devuelve al seno de este mundo.»




III


   ¿Qué es la Fe? Esa fuerza misteriosa
que nos lleva a luchar por el destino;
el faro que nos guía en el camino
de esta vida tan corta y dolorosa;

   es la mano ignorada y poderosa  5
que va lenta trazando nuestro sino;
ella dirige de la mente el tino...
y es la pasión más grande y más hermosa.

   Sin ella, todo esfuerzo es vano empeño.
Sin ella, toda dicha se destruye.  10
Ella hermosea y glorifica el alma;

   ella enciende las luces del ensueño
que en ondas de oro al pensamiento afluye...
¡Y el que pierde la Fe, pierde la calma!






ArribaAbajoMuñoz San Román, José

Camas (Sevilla). Siglo XIX

Poeta y novelista.




Paz de aldea


   Al caer de la tarde, está la fresco sentada,
de la casa a la puerta, la familia tranquila...,
tiende la buena madre hacia el sol la mirada,
y del corral baldío llega en eco de esquila.

   El cura, por el porche de la iglesia pasea,  5
y con besos, los niños le acarician las manos,
limpias como la luna que a la noche blanquea
las copas de los árboles en los montes lejanos.

   Los segadores vuelven con los cuerpos transidos,
las piaras retornan con correr presuroso,  10
y con el sol se muere la luz del claro día...

   Los pájaros revuelan en torno de sus nidos,
y al sonar la campana del «Angelus» glorioso,
todos los labios rezan: «Dios te salve, María.»




Soneto


   Sobre un rojo tapiz de terciopelo
se nos muestra su carne lacerada,
así como de nardo inmaculada,
entre claveles, del jardín del cielo.

   En su capilla, triste y silenciosa,  5
un fulgor misterioso lo ilumina,
como si un sol de invierno que declina
le llegase a besar la faz gloriosa.

   De Montañés, el genio poderoso,
dio vida a este portento y hermosura,  10
para honor de las artes de Sevilla...

   Poniéndole en el rostro milagroso;
tal humano semblante de amargura,
que el ánimo nos pasma y maravilla.




ArribaAbajoNápoles Fajardo, Juan Cristóbal

Las Tunas (Cuba). 1829 - 1862

Llamado el «El Cucalambé» Sus versos circulaban clandestinamente entre los campesinos y juglares de Cuba. Poeta independentista.




A Julia


   Si la brillante luz que el sol fulgura
en lóbrego color se convirtiera,
y el claro azul de la celeste esfera
se trocara también en sombra oscura;

   si deshecho en pedazos de la altura,  5
el fanal de la noche descendiera,
y vagar por el orbe no se oyera
el soplo tenue de la brisa pura;

   si en breñal se tornara el mar profundo
y la tierra quedara de repente  10
convertida también en lago inmundo.

   Entonces mi pasión pura y ardiente,
para ti de una vez se extinguiría
entonces no te amara, ¡Julia mía!




A la luna


   Melancólica y triste te suspendes
hacia el cenit del tachonado cielo,
y por todos los ámbitos del suelo
tu blanca luz y tu furor extiendes.

   El mar azuleo con tu brillo hiendes;  5
en él refleja tu amarillo velo;
y luego ¡oh, Luna! con sereno anhelo,
del sol las huellas al seguir desciendes.

   Si mudo te contemplo, de repente
se disipan del todo mis enojos,  10
y con mi plectro débil yo te canto;

   porque, cuando tú brillas mansamente
puedo yo contemplar los dulces ojos
de la bella mujer que adoro tanto.




A Ermita


   Si tú del bando azul eres adepto,
y a tu reina defiendes cortesano,
yo a la lucha me lanzo, pluma en mano,
aunque soy en lidiar un poco inepto.

   Yo defiendo el Punzó, que este precepto,  5
por mi reina gentil cumpliré ufano,
ni mi esfuerzo en vencerte será en vano,
ni mi valor tendrás en mal concepto.

   Armate, pues, al punto, y pluma en ristre
a tu reina suplica humildemente,  10
que constancia y valor te suministre.

   Encomiéndate al genio, alza la frente,
y que cante mi bando sin demora
el triunfo de mi reina encantadora.




Al sol


   Al asomarte ¡oh, Sol! por el Oriente
con bellos y radiantes resplandores
los árboles, las plantas y las flores
reviven en tu llama refulgente.

   Las sombras de la noche de repente  5
disipas con tus mágicos colores,
alegras todo el orbe, y mil primores
nos brindas con tu luz resplandeciente.

   ¡Oh, Sol hermoso! Lumbre diamantina
derramas con ardiente señorío,  10
desde el Oriente a Ocaso tu rutina.

   ¡Fúlgido Sol, a mi existir sombrío
arranca, desvanece mi tristura,
infundiéndome luz con tu luz pura.




El cauto


   Cuando en tus aguas límpidas y bellas,
que a los mares del Sur bajan ruidosas,
contemplo duplicadas las hermosas,
fulgurantes y vívidas estrellas;

   cuando mis pobres ojos fijo en ellas,  5
admirando tus ondas majestuosas,
y las nocturnas aves pavorosas
entonan sus monótonas querellas;

   ¡Cuán hermoso te encuentro! Allí en mi mente
bajo tus verdes palmas y yamaguas  10
mil recuerdos se agrupan dulcemente,

   te bendigo y te canto, y de tus aguas
me parece mirar en la corriente
de los salvajes indios las piraguas.




Mi guajira


   Cuando en los prados de mi Cuba hermosa
mi guajira gentil llena su falda
de frescas hojas de jazmín y gualda
para jugar con ellas primorosa;

   cuando vaga sencilla y majestuosa  5
sobre la verde alfombra de esmeralda,
y de flores bellísimas guirnaldas
se coloca en su frente candorosa;

   las aves la saludan dulcemente,
el sol la baña con sus rayos rojos,  10
y en sus labios perfúmase el ambiente;

   los guajiros adóranla de hinojos,
y yo embriagado de pasión vehemente,
de amor me abraso en sus divinos ojos.




Al cielo


   ¡Puro y divino cielo! ¡Cuán hermoso
es al hombre infeliz y desgraciado
contemplarse de estrellas tachonado,
o por tu Sol, radiante y luminoso!

   Inmenso, colosal y portentoso,  5
sin límites ni cotos, dilatado;
corona de los astros te ha formado
quien te reina y es Todopoderoso.

   ¿No podremos los hombres algún día
de cerca contemplar tu bella lumbre  10
al marchitarnos la guadaña impía?

   ¿No podremos pararnos en tu cumbre?
En eso cifro la esperanza mía,
y no tengo siniestra incertidumbre.




Nada


   Nada es todo en el mundo en que vivimos,
«Nada» es todo en verdad lo que miramos;
de la «nada» los hombres son formados,
y en la «nada» después nos convertimos.

   «Nada» son los pesares que sufrimos,  5
«nada» son los placeres que gozamos,
y son «nada» los bienes que adquirimos
como «nada» las glorias que anhelamos.

   «Nada» es toda la tierra bien mirada;
«nada» es todo por Dios, y es mucho sólo  10
el Señor que nos hizo de la «nada».

   «Nada» el mundo del uno al otro polo
y «nada» viene a se reste soneto,
que sin decir más «nada» aquí completo.




La avispa


   Batiendo alegre sus hermosas alas
este pequeño insecto americano
sube a los montes y atraviesa el llano
y se remonta a las etéreas salas.

   Del rubio Abril las primorosas galas  5
le brindan el sustento cotidiano,
y si le ofende destructora mano
suele zumbar con intenciones malas.

   Bella y brillante como ardiente chispa
por agradable céfiro arrullada,  10
forma un run-run que mi semblante crispa.

   Busca la flor, porque la miel le agrada,
y ¡ay! del zanguango a quien le da la avispa
un picotazo cuando zumba airada.




Mi retrato


   Tengo, señores, el cabello rubio,
una frente en que cabe un buen escaño.
Y dos ojos que son si no me engaño
del color de las llamas del Vesubio.

   Es larga mi nariz como el Danubio,  5
mis orejas también de igual tamaño,
y caben en mi boca, que es un caño,
todas las aguas que hubo en el diluvio.

   El color de mi rostro es encarnado,
no tengo barbas, ni tenerlas creo;  10
soy de talla gigante y muy delgado.

   Y siendo, como soy un hombre feo,
de mujeres bonitas hay atajos
que incansables me roen los zancajos.




Mis resabios


   Despreciar a magnates orgullosos,
nunca vociferar mis padeceres,
tener siempre unos mismos pareceres
y odiar a lenguaraces perniciosos.

   Criticar a los tontos y chismosos,  5
del mundo despreciar varios placeres,
no fiar en promesas de mujeres
y punzar a los hombres ambiciosos.

   Buscar de lo que callo gran renombre,
decir sin subterfugios lo que siento,  10
hablar poco y burlarme de aquel hombre

   que por sabio pasando, es un jumento.
Esto lo digo sin fruncir los labios:
Serán toda la vida mis resabios.




A Teotima


   Con ese genio desigual, satánico,
y ese maldito sonreír, herético,
me tienes triste, moribundo y ético,
y harto de tolerar tu afán tiránico.

   Con tu altivez y tu mirar volcánico,  5
me haces al mundo parecer estético,
encuentro lo más bello antipoético,
y me lleno por Dios de terror pánico.

   ¡Oh! tú, que armada de valor intrépido
tienes por siempre mi bolsillo escuálido,  10
tú, que sonríes con semblante lépido,

   mientras yo gimo con el rostro pálido
oye mis gritos por la vez centésima,
¡y ten piedad de mi desgracia pésima!




La casa del poeta


   En casa de Don Gil estuve un rato,
y en tanto que le hablara cara a cara
de su grande familia la algazara
por un poco me pone mentecato.

   Estaba la mujer fregando un plato,  5
un chiquillo arrastraba un cuchara,
y un negrito infernal con una vara
zurraba sin piedad a un pobre gato.

   La familia d hambre se moría,
y la pobre mujer una peseta,  10
para pan al marido le pedía.

   Pero Don Gil escucha y no se inquieta,
pues vendió su taller de sastrería
y hace catorce meses que es poeta.




El capricho


   Son los ojos de Elvira matadores,
su boca purpurina y muy pequeña,
su nariz diminuta y aguileña
y todos sus modales seductores.

   Al igual del carmín son los colores  5
que hermosean su faz tersa y trigueña,
su mirada muy dulce y halagüeña,
y es adornada, en fin, de mil primores.

   Es muy rica también, y por lo dicho,
tiene mil aspirantes la muchacha,  10
y ella tiene también cierto capricho.

   Yo no sé, vive Dios, si es mal facha,
el que de noche por distintas rejas,
de distintos amantes tenga quejas.




A Hipólita


   En el acceso de mi afán erótico,
al ver tu rostro sin igual simpático,
quedéme de placer mudo y estático,
como agobiado por atroz narcótico.

   Aunque soy para ti pájaro exótico  5
sin nido y sin hogar, pobre y apático,
para adorarte fiel soy un maniático,
y tengo un corazón sublime y gótico.

   Lleno de amor y de constancia sólida,
te adoro siempre con ardor frenético,  10
y, aunque te aprecies tú de ser estólida.

   aunque te burles de mi amor patético,
tuya es mi vida y mi pasión insólita,
tuyo mi corazón, amada Hipólita.




Siete verdades


   A todo literato que es plagiario,
opino que lo zurren como a un quinto,
y el ministro que juegue al par y pinto,
suele luego jugar lo del Erario.

   La cabeza de todo secretario  5
viene a ser un confuso laberinto,
y abogado que toma vino tinto,
vende luego su cliente a su contrario.

   Una mujer coqueta es una arpía,
y es un ruin badulaque, es un bolonio,  10
el que encomia su vil coquetería.

   Y llevar una suegra al matrimonio,
que nos muela de noche y todo el día,
es llevar por los cuernos al demonio.




El Coburgo de Celedonio


   Sin oro poseer, plata ni cobre,
se casó Celedonio con Tomasa,
porque es rica la novia, y en su casa
pretende que el boato se le sobre.

   Y él, que antes era celibato y pobre,  5
hoy se contempla con esposa y casa;
come y bebe a sus anchas, y sin tasa
y él, que antes era celibato y pobre.

   Pero ¡ay! que la fortuna, de repente,
que le llevó Tomasa al matrimonio,  10
pronto le hizo cosquillas en la frente.

   ¿Y qué se siente en las sienes Celedonio?
¿Será tal vez -respóndame el prudente
lo que en ellas le, pintan al demonio?




Soneto


   Lastimosa desdicha es esta vía;
insólito pesar a mí me agobia;
no tengo ni un centavo ni una novia,
no próxima a morir rica a una tía.

   Para alegre pasar la noche fría,  5
nadie me da un colchón ni una moscovia,
y si algún tuno mi conducta oprobia,
no falta quien secunde su osadía.

   El cólera acabó con mis deudores,
ningún placer mi corazón arroba,  10
me persiguen ingratos acreedores,

   nadie me quiere dar la sopa boba;
y entre penas, congojas y disgustos,
no gano en este mundo para sustos.




Petición de una niña


   ¡Un soneto me pides! ¡Qué diablura!
A la tal petición no me someto;
me pone tu pedido en tal aprieto,
que no fuera contártelo cordura.

   Mas, ¡cómo desairar a una criatura  5
que pedírmelo supo con respeto!
Toma pronto, mujer, toma el soneto
que estoy al acabar esta obra dura.

   Pero exijo una cosa antes que todas,
que espero me concedas, por ser justo:  10
pidiéndome sonetos me incomodas,

   y dártelos no puedo de buen gusto;
cuando quieras pedirme una poesía,
pídeme el corazón, hermosa mía.




ArribaAbajoNavarro Montes de Oca, José

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




En la playa


   Se riza en el sonoro acantilado
el temblor de las olas palpitantes,
y al romperse la espuma en el collado,
se convierte en diluvio de diamantes.

   Va muriendo el crepúsculo. Encorvado  5
viejo lobo de mar, de ojos brillantes,
nos narra un cuento, con su hablar pausado,
de un naufragio que tuvo tiempos antes.

   El viejo marinero se anticipa
a las preguntas con un gesto fino,  10
y enciende, al fin, con parquedad, su pipa.

   Y en sus ojos, azules y salvajes,
se pinta la visión de otros paisajes
que vio en sus juventudes de marino.






El mar...


   El mar se prolongaba en tus pupilas
de esmeraldas oblicuas. Se borraba
la tarde, y sobre del confín temblaba
un último fulgor de tintas lilas.

   Las olas remansadas y tranquilas,  5
morían en la playa. Semejaba
la costa un vientre herido que sangraba
entre un temblor de acuáticas esquilas.

   El triángulo latino de la vela
de una barca, en el aire opalescente,  10
era un ala tendida. Blanca estela

   quedó en la solas tras la frágil barca;
obscureció después. Y el mar durmiente
se prolongaba en tu pupila zarca.




Motivos del mar




I


   El mar, sobre el brumoso arrecife costero,
en florones de espuma rompe sus blancas olas;
y en la jarcia embreada de un bergantín velero
hace sonar al viento sus fuertes caracolas.

   Cruza el aire la copla de un cantar marinero;  5
y mientras tañe el mar sus plañideras violas,
se va quedando en sombra el poblado pesquero
y las olas se duermen sobre las playas solas.

   En la arena movible, que el mar suave refresca,
después de la marina faena de la pesca,  10
descansan viejos lobos de rostros atezados.

   Un grumete remienda su red. En el poniente
es otra red de oro la urdimbre transparente
de la tarde, colgando de mástiles dorados.




II


   Cruza el aire, oliente a salitre marino,
veinte gaviotas juntas que vuelan hacia el mar;
llegan ecos discordes del poblado vecino
y de la mar afuera, un cansado remar.

   Una moza, de rostro bizarro y pelo endrino,  5
al compás de las olas apareja su andar,
y muestra las desnudas piernas de cutis fino,
blancas, como la espuma, que hace al caminar.

   La noche, tras la glauca turquesa de los mares,
ha borrado las cárdenas tintas crepusculares  10
que son belleza y gala del lejano confín.

   Brilla la luna como una concha marina,
y en las ondas dormidas, vierte su estela, fina
y larga, la luz roja de un negro bergantín.




V


   Ha cerrado la noche sobre la playa sola
y es ahora solemne el silencio del mar;
sólo, de cuando en cuando, el vaivén de una ola
rompe el hondo silencio de la noche lunar.

   Fulgen sobre las aguas veinte luces de anclados  5
bergantines, de mástiles que hienden el azul;
y se escucha un chis chas de dos remos cansados
que vibran a compás, bajo el nocturno tul.

   Brincan sobre la playa, rasgadas en vellones,
las olas, como Ondinas cazadas por Tritones,  10
que ajustaran a un ritmo su canción pertinaz.

   La costa luce incierta; el viento pasa y gime;
y, al suave movimiento que el viento al mar imprime,
se balancea una barca en lánguido compás.




VI


   Sobre el plafón lejano de la costa sonora
la madrugada empieza a dibujar su flama,
y el primer resplandor, rosado, de la aurora,
en el ónix del cielo proyecta blanca llama.

   El horizonte opaco, bajo la madrugada,  5
toma un color de ópalo con vetas escarlata;
y el arrecife abrupto de la costa extenuada,
lleno de claridades, parece que es de plata.

   Del ábside que forman dos nubes, como una
caracola marina se retuerce la luna,  10
arrojando en las olas su fúlgido cendal.

   Sopla el viento pausado en su flauta marina,
y, suavemente, toda la costa se ilumina
bajo la deslumbrante luz del alba coral.




VII


   El cielo luce envuelto entre cerúleos tules
y en el lejano anillo del mar surge la aurora:
todos los horizontes están blancos y azules
y en la costa la turbia neblina se evapora.

   Los pescadores, mozos llenos de bizarría,  5
preparan las barquillas sobre la playa angosta,
y el sol hace, de luces, roja polifonía
sobre el húmedo y negro rocaje de la costa.

   Dentro de poco todas las frágiles barquillas
harán rumbo a la mar, como gaviotas blancas,  10
y quedarán de nuevo desiertas las orillas.

   Luego vendrá la tarde, suave, tranquila y fresca,
y otra vez a la playa saldrán las mozas francas
para aguardar las barcas que llegan de la pesca.




VIII


   ¡Oh, costas escarpadas de apariencia bravía,
bien arrulladas siempre por el canto del mar;
costas del mar del Trópico, costas del Mediodía
que estáis contra las rocas en constante luchar;

   costas que desde luengo y nebuloso día  5
arrulláis con el mismo, monótono cantar,
y conserváis, en cada yerma gruta sombría,
recuerdos de naufragios en noches de pesar!

   Sobre la arena limpia de vuestra playa quiero
sentarme a descansar, cual viejo marinero,  10
remendando las redes de mis sueños sombríos...

   Viendo como restalla la ola embravecida;
y como, sin sentirse, va pasando la Vida,
como pasan de viaje remoto los navíos...




Las piedras preciosas




Granate


   Es de un vivo matiz de roja flama,
como fresa en sazón que se madura;
si se mira a través finge una llama,
o una gota de sangre, que fulgura.

   Su reflejo de oro, se derrama,  5
con tonos de carmín, por tu blancura,
sobre la cual, en armoniosa gama,
como en nieve, diluye su luz pura.

   Cuando a tus dedos de marfil lo engarzas,
tus dedos blancos son alas de garzas  10
opresas entre fúlgida sortija.

   Y si lo prendes en tu blusa floja,
pienso que un ascua, calcinante y roja,
te quema el cuello con su llama fija.




La sanguinaria


   Finge un botón de acero empavonado,
lleno de gris y oscura luz ambigua,
que despide un reflejo abrillantado,
prendido en tu ideal sortija antigua.

   Aún de su matiz ensombreado  5
no cuaja en su interior la luz exigua,
sino que irradia y brilla, iluminado,
y su belleza lírica atestigua.

   Como rosa de acero, peregrina,
en tu extraña sortija bizantina,  10
a extraño insecto disecado iguala.

   Y es en tu mano, de oro y nácar pura,
como un botón de acero, en la blancura
impecable y lunática de un ala.




La amatista


   Piedra de transparencia delicada,
de un color de violeta luminoso,
sobre tu blanca mano, ensortijada,
es un extraño talismán hermoso.

   Cristal teñido de óxido violado,  5
de transparente gama brilladora,
derrama su fulgor iluminado
en radiación joyante y seductora.

   Son tus ojeras, cárdenas y bellas,
que marcan en tu faz las hondas huellas  10
del íntimo deseo que te agobia,

   dos largas amatistas voluptuosas,
que, bajo tus pupilas luminosas,
palpitan en tu blanca faz de novia.




El ónix


   No hay pupila letal ni negra yema
que se compare a tu negror intenso;
si lo miro sobre tu dedo, pienso
que la noche en tu dedo se ha hecho gema.

   Es pupila de esfinge alucinante,  5
donde un hondo misterio se columbra,
y al par que es negro nítido, relumbra
lleno de luz, lo mismo que un diamante.

   Una de tus pupilas lo he creído,
porque en el fulgurar de tus miradas,  10
sombra con luz, a un tiempo se han fundido;

   y porque en su negror de gema fina,
igual que en tus pupilas encantadas,
miro el mismo misterio que fascina.




El coral


   Del fondo de los mares extraído
de los raros zoófitos calizos,
sobre tu cuello, a tu collar prendido,
aumenta su belleza tus hechizos.

   Flor marina de púrpura sangrienta,  5
roba a tu boca su color de grana,
y finge clavel rojo que revienta
y en pétalos de oro se desgrana.

   Cuando en tu nuca, de blancor intenso,
lo miro ensangrentar tu carne, pienso  10
en el abierto rictus de una herida,

   por donde, entre raudales desbordados,
brotara, de tus senos traspasados,
la sangre, como púrpura encendida.




La esmeralda


   Finge una verde rosa peregrina
prendida de tus dedos armoniosos,
que tienen la apariencia, blanca y fina,
de una manojo de lirios temblorosos.

   Es de un glauco color de ola marina,  5
y cual los verdes ojos misteriosos
de la serpiente, es verde que fascina
con sus claros reflejos luminosos.

   Tus pupilas poseen su verde vivo,
aunque es el de tus ojos más lascivo  10
y tiene vagas luces temblorosas.

   Mas tus ojos, así, se me figuran
dos verdes esmeraldas que fulguran
sobre dormidas aguas azulosas.




El crisoberilo


   De suave brillo, claro y transparente,
tenue y redonda lágrima brillante,
auna a su matiz blanco y luciente,
limpia luz de reflejo fulgurante.

   Al lirio imita en su color. Se siente  5
mirándolo en tu dedo palpitante
la ilusión de mirar un refulgente
lucero de blancura alucinante.

   Si te adornas con él, Venus radiosa,
se piensa que su magia prodigiosa  10
conserva todo su feliz encanto.

   Y cuando lloras de inquietud sencilla,
es un crisoberilo en tu mejilla
cada gota de nieve de tu llanto.




La perla


   Lampo de luna luminoso y leve,
o tembloroso copo cristalino,
finge la perla, de blancor de nieve,
sobre tu blanco dedo alabastrino.

   Tus uñas, nacaradas y pulidas,  5
son diez perlas joyantes, engarzadas
sobre diez blancas yemas florecidas,
o en diez conchas de mar aprisionadas.

   Si en diadema de lírica realeza,
la ciñes a tu frente de alabastro,  10
da prestigio ideal a tu belleza;

   y eres reina de altivo continente,
con una perla sobre de la frente,
luminosa y radiante, como un astro.




El ágata


   Gema de aristocracia. En su dorado
engarce, llena de fulgor palpita,
como un bello pistilo iluminado
de azucena o extraña margarita.

   Es un copo de nieve abrillantado,  5
y en tus ricas sortijas de oro, imita
un botón de alabastro, veteado
con patina sutil de hoja marchita.

   Cuando la llevas en la negra nube
que finge tu radiante cabellera,  10
de tu cabello un claro nimbo sube.

   Y, así, en tu cabellera colocada,
es una hermosa estrella que fulgiera
sobre una noche oscura. desmayada.




La cornelina


   Tiene un color rosado y ambarino
en conjunción, radiante y armoniosa,
de ámbar delirio con carmín de vino,
y oro geranio con carmín de rosa.

   Gema de bella y limpia luz de oro,  5
en claros nimbos su fulgencia arroja,
y parece, en su lírico decoro,
la flor sangrienta de tu boca roja.

   Su luz en clara irradiación difunde
sobre tu mano, como sobre un ala,  10
y con tu carne de ámbar se confunde;

   porque tu carne, que es rosada y crema,
su matiz transparente y puro, iguala
por una extraña afinidad de gema.




El rubí


   Finge gota de sangre congelada
sobre el lascivo borde de una herida;
para aumentar su luz a la granada
roba su gama de carmín teñida.

   El cáliz de la rosa ensangrentada,  5
encierra del rubí luz encendida,
y de los belfos de la puñalada
brota el rubí de grana desleída.

   Al mirarlo en tu seno colocado,
y ver sobre tus senos, he pensado,  10
la herida de un florete damasquino;

   o bien que ardiendo, en vivos resplandores
incendiara tu cuello alabastrino,
una llama de vivos resplandores.




La sardónica


   La ilumina un reflejo opalescente
de naranja en sazón que al sol se dora,
como un cáliz de rosa, transparente,
que en pétalos de luces se desflora.

   Si la luz la ilumina levemente,  5
de matices de grana se colora,
cual si encerrara en su cristal luciente,
el oro luminoso de una aurora.

   Engarzada en tu antiguo camafeo,
derrama su dorado parpadeo,  10
de luminoso esmalte de granada.

   Y al mirarla en tu nuca alucinante,
semeja el rictus, rojo y enervante,
de una honda y sangrienta puñalada.




La piedra de luna


   Nítida y transparente como bella
perla de agua, tranquila y armoniosa,
guarda una tenue claridad de estrella
y un aparente languidez de rosa.

   En su fulgir sereno tiene aquella  5
suavidad del lucero, que en la hermosa
placidez de la noche, se querella
con la fuente, que mana temblorosa.

   Tal es de blanca, pura y transparente,
una gota de lágrima doliente  10
sobre el cáliz de un lirio derramada.

   El llanto que tus ojos atesoran
piedras de luna son, que se evaporan
al rodar por tu faz anacarada.




El zafiro


   Azul cual tus pupilas luminosas,
copia, en su transparencia cristalina,
el claro azul del cielo, en temblorosas
y delicadas luces peregrinas.

   Si te vistes de azules terciopelos  5
tu cuerpo es un zafiro luminoso,
que labrara, entre líricos desvelos,
algún extraño orfebre caprichoso.

   El zafiro diluye en las tranquilas
y temblorosas aguas de los lagos  10
su limpio azul, cual el de tus pupilas.

   Y en el cobalto de azulada gama,
y en los cielos románticos y vagos,
como en tus ojos, su matiz derrama.




La crisolita


   Es de un vivo color verde amarillo
de hojas secas o pálido alabastro,
y, así, radiante, el derramar su brillo,
fulge en tu dedo, cual pequeño astro.

   Su luz, que vierte un fúlgido tesoro,  5
en uno solo dos colores funde:
el de la rosa y el jazmín de oro
que en sus facetas de cristal difunde.

   Los áureos nimbos, que en doradas huellas,
tiemblan sobre los lirios ideales,  10
son luminosas crisolitas bellas.

   Y son, también, radiante crisolitas,
los tranquilos reflejos boreales
del Polo, entre las nieves infinitas.






Otoño


   Otoño. Se despojan las campiñas
de sus frutos miríficos y opimos
y cuelgan, como senos, los racimos
entre el duro sarmiento de las viñas.

   Llena el campo un efluvio afrodisíaco,  5
y cubiertas de pámpanos fragantes,
danzan y giran lúbricas bacantes
sobre el césped, en torno del Dios Baco.

   Caen las hojas... La enramada escueta
arde bajo el crepúsculo violeta  10
que eleva al cielo su dorada alquimia.

   Y entre el olor a mosto fermentado,
se escucha el evohé que, acompasado,
lanzan los que trasiegan la vendimia.






Crepúsculo


   En el amplio confín la tarde trama,
como una araña, su dorada urdimbre,
y la ola que al mar bota y derrama,
vibra, al romperse, con sonoro timbre.

   Brinca el pescado de luciente escama  5
en la canasta de tejido mimbre,
y en el peñón de bronceada gama,
se abre, en la entraña, la profunda cimbre.

   A un lado de la costa, la montaña
se tiende sobre el mar, hosca y huraña,  10
donde las olas dejan blancas huellas.

   Y se apaga la tarde en las profundas
cisternas de tus ojos, donde inundas
la exótica oblación de mis querellas.






Alba


   ¡Oh, el blanco alborear de la mañana
sobre el monte que al alba se refresca!
¡Oh, la sonora voz de la campana
que despierta la aldea pintoresca!

   ¡Las golondrinas! De la fuente mana  5
el chorro de agua cristalina y fresca,
en donde llena, idílica y lozana,
su cántaro la moza picaresca.

   Las comadres van juntas a la iglesia,
y la pastora -hembra garbosa y recia-  10
guía un rebaño de corderos blancos.

   ¡Ah qué buena esta vida campesina!
Se despierta la aldea pueblerina
y en la sombra negrean los barrancos.





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