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ArribaAbajoRomero, Francisco

Cuba. Siglo XIX




Lice


   Cortejo de su helénica belleza
fueron amor aplauso y simpatía;
mas d su gloria el luminoso día
llegó al cenit y a declinar empieza.

   El himno en que su gracia y gentileza  5
amor galante celebrar solía,
tornóse melancólica elegía
que a media voz el desengaño reza.

   Ve ante el espejo de bruñida luna
que de sus gracias la oriental fortuna  10
entre sombras de ocaso se evapora;

   y en triste adiós a su beldad marchita
perlas y flores de sus rizos quita
y, con el rostro entre las manos, llora.




ArribaAbajoRos de Olano, Antonio

Caracas (Venezuela). 1802 - Madrid. 1887

A los cinco años se trasladó a España. Militar y político español. Marqués de Guad-el-Jolú.


En la soledad




I


   ¡Madre Naturaleza!... Yo que un día,
prefiriendo mi daño a mi ventura,
dejé estos campos de feraz verdura
por la ciudad donde el placer hastía,

   vuelvo a ti arrepentido, amada mía,  5
como quien de los brazos de la impura
vil publicana se desprende y jura
seguir el bien por la desierta vía.

   ¿Qué vale cuanto adorna y finge el arte,
si árboles, flores, pájaros y fuentes  10
en ti la eterna juventud reparte,

   y son tus pechos los alzados montes,
tu perfumado aliento los ambientes
y tus ojos los anchos horizontes?




II


   Más precio en este valle y pobre aldea,
términos de mi vida peregrina,
despertar cuando el aura matutina
las copas de los árboles menea;

   y al volver de mi rústica tarea,  5
hora, en la tarde, cuando el sol declina,
mirar, desde esta fuente cristalina
el humo de mi humilde chimenea,

   que en la rodante máquina lanzado
cruzar como centella por los montes;  10
pasar como relámpago el poblado;

   robar, en fin, el péndulo un segundo,
y en pos de los finitos horizontes,
sentir la nada al abarcar el mundo.




III


   Hay junto a la ventana de mi estancia
un laurel de la sombra protegido,
en donde guarda un ruiseñor su nido
apenas de mi mano a la distancia;

   y entre el verde follaje y la fragancia,  5
celoso, ufano, amante, requerido,
dice su amor con lánguido quejido
y dulce y elevada consonancia.

   Las horas de la noche una tras una
en sigilosa hilera huyendo el día,  10
siguen el curso a la encantada luna...

   Y en esta soledad, el alma mía
goza, sin envidiar cosa ninguna,
de su quieta y feliz melancolía.




IV


   ¿Qué fueron al gran Carlos sus hazañas
en la celda de Yuste recogido?
El quiso relegarlas al olvido
y ellas emponzoñaban sus entrañas.

   Suele el que nace humilde en las cabañas  5
dejar su techo y olvidar su ejido,
por el lucro del mar embravecido,
por el sangriento lauro en las campañas.

   Mas el recto varón que honró su historia
sin codiciar fortuna envilecida  10
ni envidiar de los Césares la gloria,

   un apartado albergue le convida
a esperar sin tormento en la memoria
la breve muerte de su larga vida.




V


   Lamentos de hembra y lloros de nacido;
duelos de viuda y quejas de casados;
de la vejez y el hambre los cuidados,
que cesan cuando espira el afligido...

   ¡Nacer! ¡Vivir! ¡Morir! Después ¡olvido!  5
¡Los siglos son sepulcros numerados
de seres mil y mil tan olvidados
cual sino hubiesen en el mundo sido!

   Y el corazón es péndulo que advierte,
con vaivén de dolor, que a la existencia  10
sólo enjuga las lágrimas la muerte.

   ¿A dónde, pues, con bárbara violencia,
río de la vida, corres a perderte,
si no es tu mar la Santa Providencia?






En la tribulación


   Antes que fuese el Tiempo en la medida,
era la Eternidad en el vacío;
y Tú en la Eternidad eras, Dios mío,
ser increpado, Verbo de la vida.

   «¡Sea!» dijiste; y fue de Ti nacida  5
la Creación cual desatado río;
que, a tanta potestad de su albedrío,
nació la muerte a la existencia unida.

   Ahora dime, Señor, (para que sienta
fecundo mi pesar, y espere en calma  10
a que se rompa la fatal concordia),

   si este algo del no ser que me atormenta
es mi esencia inmortal, ¡el yo del alma!
que ha de encontrar en Ti misericordia.






El hombre ante Dios


   Altiva voluntad y tedio inerte;
inextinguible sed junto al disgusto;
desprecio de la vida y fiero susto
sólo al pensar en la terrible muerte.

   La obstinación en oprimir al fuerte,  5
la terquedad en deprimir al justo,
la eterna ingratitud de ceño adusto,
con quien benigno procuró mi suerte...

   ¡Así soy! ¡así soy! Porque en mi alma
algo devorador hay que destroza  10
el bien que nace del afán que espira...

   ¡Quiero morir, o que me des la calma!
¡Qué cuando lloro el corazón se goza,
y cuando río el corazón suspira!






Recordando el entierro de Espronceda


   ¡Cayó sin dar un ¡ay! en la primera
y última desventura de su vida!
¡Ya no asusta el cometa sin medida
que se apagó en mitad de la carrera!

   Y este llanto que moja mi severa,  5
rugosa faz en la vejez sumida,
es ya la última lágrima exprimida
de una fuente de amor que amor no espera.

   ¡Poeta del pesar!... De la clemente
tumba que de los vivos te separa,  10
rompe la losa con tu férrea mano...

   Canta el himno a la muerte que inspirara
a tu virtud el infortunio humano,
y escupe al vulgo hipócrita en la cara.






Regalando una botlla de vino añejo


   De ésta que envío, anciana generosa,
frágil tapada, indúbita doncella,
cuanto de más edad, mucho más bella,
rival temible a la mujer hermosa.

   No queda en el origen ni aun la hojosa  5
vid de que fue racimo y es botella:
¡Quiso el deleite, hasta saciarse en ella,
tenerla en claustro, por gozarla añosa!

   Profana, amigo, su recinto escaso;
que a sensual Naturaleza plugo  10
en breves bordes provocar a exceso...

   La boca femenina es chico vaso,
y allí embriaga el amoroso jugo
que vierte el labio al recibir un beso.






Fatalidad


   De luz vestida en el azul sereno,
limpio reflejo de la casta luna,
diosa del mar en transparente cuna,
la amé en un tiempo de esperanza ajeno.

   ¡Fatal amor!... El corazón sin freno  5
triunfó del Hado... ¡mísera fortuna!
¡La Náyade de límpida laguna
fue Venus libre y me abismé en su seno!

   Luego la vi en el féretro tendida,
pavorosa beldad de carne inerte,  10
astro apagado en luctuosa esfera...

   Y ¡ay del deseo! Me atedió en la vida...
y amé el dolor con que me hirió su muerte,
¡vuelto al afán de mi ilusión primera!






Eva


   Era, el Edén: la Creación, naciente,
tipos aislados del Autor divino,
y el Arte vislumbraba su destino
en la forma inicial de la serpiente.

   Abrió la rosa al margen de la fuente:  5
mujer desnuda, en plácido camino,
llegó a mirarse el rostro peregrino
al limpio espejo de agua transparente.

   Entonces fue la femenil flaqueza;
primera envidia, en donde el Arte cupo  10
enmendar la infantil naturaleza.

   Eva la flor en su cabello supo
prender, y fueron de la ideal belleza
la mujer y al rosa el primer grupo.






Funerales


   «¡El Rey ha muerto!» «¡Viva el Rey!» Corrieron
a ensordecer el ámbito estos gritos;
las galas con los lutos se fundieron
en el aplauso y funerales ritos.

   ¡Oh página del tiempo en que escribieron  5
privados y magnates sus delitos!
«¡¡El Rey ha muerto!!...¡Ha muerto!»
las tumbas en airados plebiscitos.

   Y entonces el furor con mano fuerte,
¡epopeya cruel del vulgo zafio!  10
¡venganza de la vida y de la muerte!

   Grabó en la losa con cincel de encono,
convirtiendo la historia en epitafio:
«¡Divinidad mortal este es tu trono!»






No hay bien ni mal que cien años dure


   El corazón es péndulo que advierte,
golpe tras golpe, en una misma herida,
¡cuán próxima a la muerte anda la vida!
¡cuán cerca de la vida está la muerte!

   Las empuja el dolor hasta la inerte  5
tumba, que en nuestra senda está escondida,
¡a tan serena sombra que convida
a redimir muriendo nuestra suerte!

   Mas el dolor no mata en un instante,
como la fiera daga; y la asemeja  10
porque se clava con seguro tino:

   Y así en el seno, el péndulo oscilante,
golpe tras golpe advierte al que se queja
que va la vida andando su camino.






Progresión


   Del fértil seno de la madre España
nace el altivo Tajo en breve cuna;
y, creciendo con rápida fortuna,
ceden los pinos a su adulta saña.

   Si rompe cerros, si florestas baña,  5
río es el Tajo; su corriente es una,
sea en la vega, anchísima laguna,
sea sierpe que enrosca la montaña.

   Miradle de Aranjuez en los vergeles,
vedle desde la cántara extremeña;  10
contempladle al llegar al Océano...

   Y así del alma, en cálidos rieles,
la idea brota, y rauda se despeña,
río caudal del pensamiento humano.






Amor tardío


   Junto a los días de tu edad primera
fueron los años de mi edad florida;
pasaron ¡ay! aquellos de mi vida,
y son los de tu hermosa primavera.

   Esta del labio confesión sincera,  5
voz de recuerdo, endecha dolorida,
llegue a ti como tierna despedida
del cisne cuando espira en la ribera.

   Mas si el poder de la hermosura es tanto,
que así presta a mi cítara apagada  10
el grave acento en que mi pena fío;

   ¡Musa de mi dolor..., tuyo es mi canto,
y al repetirlo el alma enamorada,
sólo el suspiro que te mando es mío.






A un soldado


   Deja suelto el bridón; suelta la espada;
plázcante la quietud y los sencillos
festejos que tus hijos pobrecillos
te ofrezcan al volver a tu morada.

   La voz de la tribuna hoy deshonrada;  5
en manos de la plebe los cuchillos;
la libertad forjándose los grillos...;
esta es la Roma de la edad pasada.

   El acto de Catón a otros asombre;
de César muerto nace el cesarismo;  10
Bruto exclama: «¡Virtud, eres un nombre!»

   Y así van las naciones a su abismo,
sin que a salvarlas baste un solo hombre,
sea Catón, o Bruto, o César mismo.






El conde don Julián


   Dentro el alcázar de doblado muro,
frontero al campo de Tarik, leía
en letra de Florinda, y repetía,
aún de sus mismos ojos mal seguro:

   «Cerró mi boca con su labio impuro...  5
¡Hembra débil, su fuerza me oprimía!
Por vos fiada a quien su guarda os fía,
mi afrenta acusa al forjador perjuro...»

   Y, al salir la gótica melena,
león, que yerra el salto carnicero,  10
subió al adarbe, descolló en la almena;

   Padre ofendido, desciñó el acero;
tendió la puente, y la cristiana arena
manchó la planta del traidor primero.






Los castillos de la reconquista


   Son esqueletos de gigante hechura:
helos en pie; la Religión los vela:
asomos del cristiano centinela,
ásperos muros, torres de la jura.

   Quedó de Troya, donde fue insegura  5
defensa la pelasga ciudadela,
contra el griego invasor que la debela,
ceniza al aire, al suelo sepultura.

   Y éstos ahora, en soledad sagrada,
viejos testigos del tesón ibero,  10
mientras luchó por siglos la mesnada.

   Desde la brecha en que se alzó el primero,
llevan de Covadonga hasta Granada
la Cruz triunfante por blasón frontero.






Napoleón


   Silencio impuso, y le escuchó la Europa;
habló, y su voz fue estruendo de cañones;
marchó, y de sus infantes y bridones
cubrió la tierra innumerable tropa.

   Lánzase, nuevo Atila, que galopa  5
sobre cetros y ruinas de naciones,
y es su lecho, en mitad de su legiones,
la púrpura imperial con que se arropa.

   Su madre fue la expiación: su cuna
la mecieron humanas tempestades:  10
la gloria amó; casó con la fortuna:

   No tuvo origen ni dejó heredero...
Vino al mundo a marcarle dos edades...
¡Su nombre pertenece al orbe entero!






El simún


   La soledad lo aborta sin destino
sobre el páramo inmenso del desierto;
a su presencia duélese el Mar Muerto
y gime triste el campo palestino.

   Con polvorosa crin barre el camino,  5
y a su bochorno el caminante incierto,
el cuerpo tiende, el hálito cubierto
del raudo y abrasante remolino.

   ¡Pasó!... Y el tigre bota en la candente
arena, en que el león ruge erizado,  10
y silba y se retuerce la serpiente...

   ¡Pasó!... Y en la quietud del despoblado
la ciudad solitaria del Oriente
llora con el Profeta su pecado.






En el nacimiento del Ebro


   Aquí do nacen del ibero río
en breve cuna, claras las primeras
ondas que allá tan turbias y altaneras
mueren bebidas por el mar bravío:

   ¡Arpa del triste sentimiento mío!  5
Si desterrado como yo no fueras,
negaras a estas plácidas riberas
el grave acento que en mis penas fío.

   ¡Ay! Que los dos lloramos adorando,
arpa, la gloria y la ambición frustradas,  10
y en tanto van las ondas caminando...

   Mas míralas que corren afanadas
al mar, que es tumba y fin de su tortura,
cual lo es de mi ambición su pobre cuna.






ArribaAbajoRubalcava, Manuel Justo de

Cuba. Siglo XIX




Soneto


   Cuando risueño se levanta el día
se agrava con las horas mi tormento
y crece de continuo el sentimiento
cuando cae la noche oscura y fría:

   lejos de la quietud y la alegría  5
descanso busco, pero no lo siento,
porque si es que reposo algún momento
es cuando me desmaya la agonía.

   Vuelve otra vez el día congojoso
y me encuentra del modo que me deja,  10
despierto sin alivio ni consuelo,

   tú Roselia, procura mi reposo,
no renueves la causa de mi queja,
haz porque mude de semblante el cielo.






Amo, triste de mí...


   Amo ¡triste de mí! amo, y tomara
no amar, Roselia cruel, que si así fuera
los males que ahora temo, no temiera,
las penas que ahora paso, no pasara.

   Libre, de tus crueldades me apartara,  5
y del amor tirano me riera,
que si Menardo al fin no te quisiera
seguro de traiciones descansara.

   Mas sino puede ser que yo te olvide,
¿para qué me despojas del sosiego  10
cuando toda mi gloria en ti reside?

   Piedad ninguna en fin halla mi ruego
en quien así traidora me despide
aunque a cenizas me reduzca el fuego.






Pues se acercan, Roselia...


   Pues se acercan, Roselia los momentos
en que darás entrada a otro amor fino,
convirtiendo mi plácido destino
en mal sufridas horas de tormentos:

   no apures mis quejosos sentimientos  5
de suerte que mi amor después sin tino
para volverse a ti no halle camino,
ni para procurarte tenga alientos.

   Si estimas como tuyo mi albedrío
no me pierdas de vista ni un instante,  10
aunque sea forzoso tu desvío.

   Que te sea el aviso interesante,
pues corazón, Roselia, como el mío,
no lo hallarás tan tuyo en otro amante.






Cuando con disimulo...


   Cuando con disimulo y con engaños
del mérito amoroso me desnudas,
entonces con mayor fuerza me ayudas
a ofrecerte mis días y mis años.

   Cuando arrostro a las penas y los daños,  5
y aun contra las saetas más agudas,
el amor que te tengo tú lo dudas,
y sábenlo, Roselia, los extraños.

   Todos dicen que te amo, y que delira
mi fino corazón, pues es constante  10
el amor que te tengo reiterado.

   Tan sólo para ti digo mentira,
¿y es posible, Roselia, que tu amante
logre no ser creído, siendo amado?






¡Oh, qué dulce es amor...


   ¡Oh, que dulce es amor cuando comienza!
Pero que amargo es y denegado,
qué fiel, qué libre, injusto, osado
cuando cumplido su apetito piensa!

   Mira sin atención la recompensa  5
y todos los favores que ha logrado
los borra con olvido descuidado,
cuando no los iguala con la ofensa.

   Lo más querido ve con repugnancia,
de lo que pudo apenas evitarme  10
por ser cuasi tu amor duro despecho.

   No apures, no, Roselia, mi constancia,
que si pretendes pérfida olvidarme
repara bien el daño que me has hecho.






Amo, pero ¡qué digo!...


   Amo, pero ¡qué digo! ¡dolor fiero!
Muero, rabio, ¡ay de mí! pues cuando lloro,
si me obliga a la vida el bien que adoro
es un motivo cruel del mal que muero.

   En uno y otro estado considero  5
neutral mi vida, pues con vil desdoro
en las contrarias ansias que atesoro
me irrita y cansa ya lo que más quiero.

   Busco en vez del sosiego la fatiga
y hallo en lugar de amor un ciego abismo  10
que cuanto encuentro en él me desobliga.

   Triunfo soy de tu loco despotismo
y siendo tú, Roselia, mi enemiga,
¿qué paz esperar puedo de mí mismo?






Acaba de salir...


   Acaba de salir, sagrada aurora,
acaba d e salir entre pintadas
nubes, que con sus luces regaladas
el mismo campo reverdece y dora.

   Con tu amable espectáculo enamora  5
las aves que te esperan desveladas,
y devuelve las horas ya pasadas
a todo el triste que en la noche llora.

   Mueve las fuentes y las blandas hojas,
y pon todo viviente en movimiento  10
ya que al rendido amante desenojas.

   Propaga tus delicias por el viento,
y pues es causa Lais de mis congojas,
dile, porque me priva del contento.






Es tan firme, Roselia...


   Es tan firme, Roselia, el amor mío,
que primero verás sin orden luego
arder la blanca nieve, helar el fuego
y revolver atrás el curso el río:

   Antes que experimentes mi desvío  5
saldrá en la noche el sol pálido y ciego,
pues antes que me mude sin sosiego
por si lo hará un peñasco innoble y frío.

   Nacerá del temor dulce esperanza
y tierna compasión del bronce duro  10
primero que yo intente abandonarte.

   Todo verás sujeto a la mudanza;
todo tendrá su fin, mas te aseguro
que lograré morir sin olvidarte.






Tengo mi corazón...


   Tengo mi corazón tan lacerado
que aunque los golpes sufre, ya no siente,
pues tu insano rigor injustamente
en duro pedernal le ha trastornado.

   Cuanto hay que padecer he soportado  5
con tu traición, Roselia, pues cruelmente
me has dejado la vida solamente
para llorar tu olvido inesperado.

   ¿Qué tienes que esperar? Prevén la herida
si es que tienes piedad de mi tormento,  10
y ya que es tuya quítame la vida;

   acabe con mi muerte el sentimiento,
que ya si no resuelves el matarme
ninguna cosa buena puede darme.






Aunque yo, mi Roselia...


   Aunque yo, mi Roselia, considero
que tu infiel corazón me das partido,
con mucha más lealtad lo he recibido
devolviéndote el mío por entero.

   Tus finezas no igualan a mi esmero  5
dando el corto pedazo que has tenido
pues yo sin vil reparo te he ofrecido
todo el bien que a ninguno dar espero.

   Solo soy en mi amor, jamás te iguales
a quien sabe finísimo ofrecerte  10
su corazón, sin partes desiguales.

   Todo favor que espero merecerte
es, Roselia, la causa de mis males,
¿e intentas a mi ingenio parecerte?






EL varón constante


   Cuando el tiempo feliz desaparece
el constante varón jamás declina,
entero en los aprietos de su ruina
con rostro serenísimo aparece.

   Firme si airado el cielo se oscurece,  5
igual si muestra el sol su luz divina,
ni el bien de la esperanza le alucina,
ni el temor de los males le entristece.

   Si caen sobre de él las altas cumbres
las soporta con ánimo constante,  10
venciendo las mayores pesadumbres:

   Y aunque trueque la suerte de semblante,
de estado mudará, no de costumbres,
al mismo que antes era semejante.






A la vanidad de los héroes mundanos


   Vano Lelio, que ignoras el camino
de la inmortalidad, mira primero
de este funesto mármol el letrero;
leerás el desengaño más divino.

   ¿A dónde vas, te dice, oh peregrino,  5
con tan altivo y torpe desafuero?
No pases adelante si el sendero
pretendes encontrar de buen destino.

   Puerta soy, aunque triste, de la gloria,
subterráneo camino de la vida,  10
no me apartes jamás de tu memoria.

   Deja a un lado la senda fementida,
pues es nada la fama de la historia
para una eternidad que te convida.






Qué importa, amigo...


   ¿Qué importa, amigo, que el natal y oriente,
la luz primera y la primera aurora
tuvieses en la Reyna y la Señora
Emperatriz antigua de la gente?

   ¿Qué importa que la patria reverente  5
que Rómulo engrandece, Curcio honora,
Catón ilustra y Cicerón decora,
fuese tu cuna y tu primer ambiente?

   Nada incluye la patria en los varones,
que es error vanamente encarecido:  10
Romanos fueros Silas y Escipiones,

   Quincio glorioso y Apio fementido:
al hombre le hacen grande sus acciones,
no la patria y el tiempo en que ha nacido.






El tiempo


   El tiempo, que con tiempo no he mirado,
el tiempo es vengador de mi apatía,
bien me castiga el tiempo la porfía
de haberme con el tiempo descuidado.

   Vime en un tiempo en tan feliz estado  5
que al tiempo en tiempo alguno le temía,
mas no espero ya tiempo de alegría
pues el tiempo sin tiempo me ha dejado.

   Pasaron horas, tiempos y momentos
en que pude del tiempo aprovecharme  10
para evitar en tiempo mis tormentos;

   y pues del tiempo quise confiarme
teniendo el tiempo varios movimientos,
yo de mí, no del tiempo he de quejarme.




Sonetos burlescos




La pobreza perseguida


A bocados me come el zapatero,
y a gritos me confunde el boticario
con que vaya y veré en su recetario
como consta deberle el mundo entero.

   Por otro lado sale el tabernero  5
trayéndome de cruces un calvario,
y por otro con modo extraordinario
una vieja cobrándome el braguero.

   Ni en estío me dejan, ni en invierno
para cobrarme siempre con fiereza,  10
a pesar de mi modo afable y tierno.

   No me deja esta gente alzar cabeza,
y yo les digo, diablos del infierno,
¿por qué así perseguís a la pobreza?




A Nise bordando un ramillete


   No es la necesidad tan solamente
inventora suprema de las cosas
cuando de entre tus manos primorosas
nace una primavera floreciente.

   La seda en sus colores diferente  5
toma diversas formas caprichosas,
que aprendiendo en tus dedos a ser rosas
viven sin marchitarse eternamente.

   Me parece que al verte colocada
cerca del bastidor, dándole vida,  10
sale Flora a mirarte avergonzada;

   llega, ve tu labor mejor tejida
que la suya de abril, queda enojada
y sin más esperar, vase corrida.




A una alcahueta


   Ojos que lloran de continuo suero,
menguado peluquín, frente arrugada,
barba con la nariz contrapunteada
las que aparta por boca un sumidero.

   Fó cuyo olor anuncia matadero,  5
persona de las moscas celebrada,
retrato de la muerte enmascarada
a quien demanda propios el carnero.

   Visión de la vejez, ánima impura
condenada a camándula y muleta,  10
cocodrilo feroz sin dentadura,

   que si merece crédito el poeta
todo lo que decanta es la figura,
cuando del diablo no, de una alcahueta.




Perdí el sueño...


   Perdí el sueño a las tres de la mañana,
de mi cama salté despavorido,
y no sé si despierto, o bien dormido,
arrojarme intenté por la ventana.

   Con un frío me siento de terciana,  5
gritos doy sofocado y oprimido,
levántase mi hermana y aburrido
le digo mil insultos a mi hermana.

   De mi cuarto salí ciego y sin tino,
le rompí la cabeza a mi criado,  10
mandé mudar de casa a mi vecino:

   pero tanta locura y atentado,
¿quieren saber, señores, de qué vino?
Sólo de que soñé que era casado.




A una vieja


   Viejo soy, si señora, yo soy viejo,
padezco gota y tengo romadizo,
y cuando con usted no simpatizo
bueno debo de ser para un consejo.

   Tampoco es usted moza, y no me quejo  5
cuando la miro usar pelo postizo,
ajenos dientes, colorín rojizo,
en consulta privada del espejo.

   Lo que si me da rabia y desazona
es que usted busque mozo que la quiera  10
a costa de mi bolsa cincuentona.

   Y que pague mi pobre faldiquera
al gran Matusalén de su persona
pecados que el Demonio sugiriera.




Soñé que la fortuna


   Soñé que la fortuna en lo eminente
del más suntuoso trono me ofrecía
el imperio del orbe y que ceñía
con diadema inmortal mi augusta frente.

   Soñé que del ocaso hasta el oriente  5
mi formidable nombre discurría
y que del septentrión al mediodía
mi poder se adoraba humildemente.

   De triunfantes despojos revestido
soñé que de mi carro rubicundo  10
tiraba César con Pompeyo uncido.

   Despertóme el estruendo furibundo,
solté la risa y dije en mi sentido:
así posan las glorias de este mundo.




La vida del avaro


   Sumar la cuenta del total tesoro,
ver si están los talegos bien cabales,
aquí poner los pesos, allí reales,
y de la plata separar el oro.

   Advertir cual doblón es más sonoro,  5
distribuirlos en rilas bien iguales,
calcular los escudos por quintales,
fundando en esto su mayor decoro.

   Ver de cerca y de lejos este objeto,
notar si el oro es más subido o claro  10
registrar de las onzas el secreto,

   y en fin sonarlas con deleite raro,
todo esto es describir en un soneto
la vida miserable de un avaro.






ArribaAbajoRubio, Antonio

Granada. Siglo XIX

Poeta. Director de la Escuela Normal de Almería.




A mi escopeta


   Te miro con el alma contristada,
como si fueras la ilusión hermosa
que acarició mi juventud fogosa
y hoy se deshace en la vejez helada.

   Tú fuiste para mí dicha soñada,  5
que, al pasar fugitiva y presurosa,
convierte un cielo de color de rosa
en nimbo que oscurece la mirada.

   Contigo ardió mi juventud florida,
sin ti se apaga mi existencia inerte;  10
contigo hallé felicidad cumplida,

   sin ti el desmayo de mi pecho fuerte;
tú, matando, colmábasme mi vida;
tú, sin matar, me empujas a la muerte.




ArribaAbajoRuiz, Aureliano

Granada. Siglo XIX

Poeta y profesor de Instrucción Pública.




Soneto


   En la copa de un árbol, cierto día,
sus amores un pájaro cantaba,
y el eco de sus trinos resonaba
del campo abierto en la extensión vacía.

   Oyóle con transportes de alegría  5
un cazador que por allí cruzaba
y apenas a su víctima apuntaba
cuando a sus pies exánime caía.

   Y mudo quedó el campo y silencioso,
mudo cual sin señor queda un palacio,  10
y yo también enmudecí por suerte,

   y emprendí mi camino trabajoso,
considerando el reducido espacio,
que separa la vida de la muerte.




ArribaAbajoRuiz Aguilera, Ventura

Salamanca. 1820 - Madrid. 1881

Escritor, periodista y poeta. Director del Museo Arqueológico Nacional.




Episodio del cólera


   Ya el negro monstruo en el espacio gira
de esa desierta habitación callada;
¡Huid!... ¡no haya piedad!... está apestada
y en el revuelo lecho un hombre espira.

   El hijo, ingrato, con horror le mira;  5
y lívida, y la frente desgreñada,
lejos su madre arrástrale espantada...
¡De entrambos el amor era mentira!

   Cunde el miedo en el tímido y el fuerte;
y al grave riesgo el ánimo abatido,  10
y en todos mudo el sentimiento humano.

   ¿Habrá infeliz que llore por tu suerte?
Sí, que exhalando lastimero aullido,
lame un perro leal tu yerta mano.




ArribaAbajoRuiz de Apodaca, Fernando de Gabriel

España. Siglo XIX

Poeta. Caballero profeso del hábito de Alcántara, comandante de Artillería, y de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Gobernador.


Sonetos




I


   Cuando rota en pedazos se mostraba
la unidad de la hispana monarquía
y rota entre sus redes la armonía
segundo Guadalete amenazaba,

   De Alcántara, Santiago y Calatrava,  5
y de Montesa luego, a luz nacía
la sagrada, marcial caballería,
y de nuevo la patria se salvaba.

   Cuatro siglos sus lides contemplaron;
De Lasso, Calderón, Quevedo, Ercilla,  10
sus insignias después el pecho ornaron.

   Si en armas como en letras maravilla
su historia, y nuestros tiempos alcanzaron,
¿Quién extinguirlas osará en Castilla?




II


   Allá a las costas de Turana envías
muestra brillante del valor natío,
y en México y al Rif con noble brío
naves y huestes presurosa guías.

   ¿Será que toman los antiguos días  5
de gloria insigne y alto poderío,
y el hado antes adverso, hora ya pío,
tus duelos trueca ¡oh patria! en alegrías.

   Sí; que los manes de Guzmán el Bueno,
del gran Cortés, Córdoba y Pizarro,  10
por ti constantes velan, madre España;

   y el mundo todo, de respeto lleno,
aun ha de verte en el triunfante carro,
y ha de admirar hazaña tras hazaña.






ArribaAbajoRuiz Estébez, Francisco

Sevilla. Siglo XIX - XX




A Colón


   Venció tu fe, la líquida llanura
paso te abrió, Colón, mansa a tu acento,
y en lucha la ignorancia y el talento,
ceñiste palma inmarcesible y pura.

   Tu edad, esclava de calumnia impura,  5
negó a tu nombre digno monumento,
cuando alzaba tu claro pensamiento
hasta el nivel de Dios a la criatura.

   ¡Crear un mundo! Europa rechazaba
problema tal de solución sombría,  10
y loco tu cerebro prejuzgaba;

   y es que Europa, infeliz, no comprendía,
que otro mundo tu genio reclamaba,
porque en el viejo mundo no cabía.




Hombres castrando un potro


(Pintura)


   Apretaron las cinchas de la bestia indomable
ángeles que humillaron a la noche lasciva
y surgió, cual relincho de la fiera cautiva,
el sol por el oriente como sangre intratable.

   Derribada la noche, los ángeles sudando,  5
qué cuajados silencios al grito sucedieran,
en la final estrella de occidente temblando
la luz de aquel zodíaco purpurado perdiera.

   Y ya manos el caballo, su furia dominada,
estéril para siempre, sin bella descendencia,  10
sacro el cuchillo vil en la mano sin freno,

   sólo el silencio agudo, la música apagada
del sol sobre los montes, y el acto de violencia,
terriblemente duro, sin dulzura, y obsceno.




Aspiración prosaica


   Que al llegar el verano no sea pobre
porque en Sevilla la calor te mata
y que en la playa esté con una lata
de coca cola, y que el money me sobre.

   Ya sé que este soneto no lo vale,  5
no me darán por él ni mil pesetas
y el alma ente verso se me sale
como inmenso geranio de maceta.

   Doy este verso por cien mil pesetas,
loco no estoy, tan sólo por diez mil,  10
quizás por mil, ¿por cien, por diez, por una?

   Ay qué penar de desolado asceta,
y luego han de decir que es algo vil
querer vender el brillo de la luna.




La trampa del cazador


II


   Después de que escondiera la violenta
forma de vil metal para la muerte,
después de que tomara de la absenta
de la sombra del bosque más inerte

   acechó el animal semidesnudo  5
pretendiéndole el mal sólo por vicio
y ya de vuelta el evitar no pudo
caer sobre su propio precipicio.

   De lirio y de metal brilló el acero
más frío que moneda despiadada  10
llevó púrpura manto aquel enero

   y la luna una insignia ensangrentada.
Con mi propia violencia me lacero,
mi propio cepo me hace de almohada.




La trampa del cazador


III


   La trampa de metal brilló sangrienta
ay con la sangre de su propio dueño,
no fue de hechicería su violenta
ponzoñación de tigres y beleños.

   Olvidose el lascivo su mordida  5
y su vil herramienta lacerante,
y de su cruel lascivia fue medida
su sangre de rubíes y diamantes.

   Por olvidar la trampa en la negrura
sufrió de su ignorancia su castigo,  10
del mal que pretendió la mordedura,

   nopales tenebrosos por amigos,
y locura terrible a su locura
haciendo de sí mismo su enemigo.



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