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ArribaAbajoVélez, Pedro

Colombia. Siglo XIX - XX

Poeta hallado en Internet.




La Alhambra


   La indecisión en mi ánimo domina,
al manchar entre dudas y temores
con mis marchitas e inodoras flores,
tu álbum inmaculado, Catalina.

   La página primera me destina  5
tu bondad. ¡Quién pudiera los colores
robar al alba y plácidos rumores
a la sonante fuente cristalina!

   Con ellos complacido entretejiera
don preciado, poético, brillante,  10
que orgullosos a tus plantas depusiera.

   ¡Imposible! A tu súplica galante
contesta como nota lastimera
el canto gutural de un ave errante.




ArribaAbajoVelilla, José de

Sevilla. Siglo XIX - XX

Poeta, procurador y autor dramático.




Ecos


   Con lágrimas ardientes, niña mía,
de mis venturas las memorias riego,
entre cenizas apagado el fuego
que en otras horas por mi bien ardía.

   Trocadas la ilusión y la alegría,  5
mi corazón enamorado y ciego,
en triste paz, en lánguido sosiego,
no volverá a latir como solía.

   ¡Y pides hoy para adornar tu palma,
un eco de mi lira desprendido!  10
¡Oh, deja, deja que repose en calma!

   A tu súplica, al fin, ha respondido:
respondió con el eco de mi alma,
y el eco de mi alma es un gemido.




A la memoria de la inspirada poetisa Concepción de Estevanera


   Sé que fuiste infeliz como ninguna:
te hirió el dolor, mirarte conmovida
de todas tus venturas la caída,
y las viste morir una por una.

   También me ha herido sin piedad alguna,  5
y bebí de una vez la copa henchida
de todos los dolores de la vida...
y...¿lo creerás? envidio tu fortuna.

   No te oprime terrena pesadumbre,
tu paso por el mundo fue ligero;  10
gozas del cielo la divina lumbre.

   ¡Y yo, más infeliz, que nada espero,
estoy de mi calvario en la alta cumbre
y, clavado en mi cruz, gimo y no muero!




ArribaAbajoVelilla Rodríguez, Mercedes de

Sevilla 1852 - Siglo XX

Poeta y autora dramática.




A la poetisa Isabel Cheix


   Alma sublime, de virtud modelo,
vida honesta, en el hogar honrada,
dulce cantora, por la fe inspirada,
fuiste, Isabel, en el mezquino suelo.

   En pos dejando lágrimas y duelo,  5
tu espíritu estregaste, resignada,
y tu frente en la tierra laureada,
mejor corona ceñirá en el cielo.

   Nos abandonas, por fatal destino
y en crespones se envuelve la poesía,  10
que engalanó tu númen peregrino.

   ¡Mi alma te llora y con dolor te envía,
al despedirte en el postrer camino,
un tristísimo adiós, hermana mía!




Fray Diego de Cádiz


   Consagró a Dios en el altar cristiano
su fe, su corazón, su inteligencia;
brotaba de su labio la indulgencia,
la caridad bendita de su mano.

   Culpas y errores que del ser humano  5
ennegrecen y manchan la conciencia,
confundió con su ejemplo y su elocuencia,
mostrando el bien eterno y soberano.

   ¡Varón preclaro, de virtud modelo,
recibe los altísimos honores  10
que te rinden gozosos tierra y cielo!

   Y en tu solio inmortal de resplandores,
no olvides, no, las sombras de este suelo;
¡da a nuestras almas luz con tus favores!




Soneto íntimo


   Abrí mi corazón, de amar ansiosa,
a una ilusión, como al nacer el día,
recogiendo las perlas que le envía,
abre su cáliz la purpúrea rosa.

   Sobre mi corazón vertió amorosa  5
mi mágica ilusión luz y alegría
y de esa luz el resplandor veía
resbalar mi existencia venturosa.

   Mas la rosa que al alba sonriente
abre su cáliz de frescura lleno,  10
del sol la abrasa luego el rayo ardiente.

   Mi corazón, que de temor ajeno
a una ilusión abrí, luego inclemente
del desengaño lo abrasó el veneno.




Sonetos íntimos


   Lira infeliz en que en pasados tiempos
mi esperanza y mi afán canté dichosa,
y halagüeña a mis sienes ofreciste
tal vez del genio la inmortal corona,

   adiós, adiós; a mi existencia unida,  5
sufre también la suerte que me toca.
Adiós por siempre, juventud que huyes,
noble ambición, imágenes hermosas,

   que acaso vi, mi frente coronando
con un laurel de inmarcesibles hojas;  10
esperanzas de un bien, dichas inmensas,

   ¡ay! tan inmensa como fuisteis cortas,
quedad todas adiós... ¿Y habéis podido
sin que muriera yo, morir vosotras?




Ante unas cartas


   No ajadas por el tiempo, como el día
en que amor o doblez os escribieron,
os mostráis a mis ojos, que tuvieron
en vosotras su luz y su alegría.

   Olvido injusto y esquivez impía  5
mi pobre corazón rasgar pudieron;
pero yo no os rasgué, que os defendieron
mi fiel cariño y la constancia mía.

   Aún guardáis, como resto de ventura,
¡hojas en que mi amor logró su palma!  10
promesas y palabras de dulzura.

   Y diréis siempre a mi dolor sin calma
que en un frágil papel subsiste y dura
lo que tan pronto se borró de un alma.




Soneto


   Sueño: ¿por qué si ahuyentas mis dolores
hora no acudes al acento mío?
Ven, que tú calmas mi dolor impío;
ven, no te muestres sordo a mis clamores.

   Ven, que escucho fatídicos rumores  5
entre el silencio aterrador, sombrío;
ven, que en tus brazos contemplar ansío
el ángel celestial de mis amores.

   ¡Cuánto le adora el alma dolorida!
Mas su fiero desdén me da la muerte;  10
que yo no quiero sin amor la vida.

   ¡Ay! si consigo la dichosa suerte
de contemplarlo cuando esté dormida,
¡déjame, sueño, que jamás despierte!




Soneto


   Una flor de azahar me diste un día,
que ya perdió su aroma y su hermosura:
para siempre murió cual mi ventura;
marchita está cual la esperanza mía.

   Sobre su cáliz lágrimas vertía,  5
lágrimas de dolor y de amargura:
vertí llanto de fuego en mi locura,
y mi llanto tal vez la abrasaría.

   Y al recordar que un tiempo ya perdido
bella y lozana embalsamó el ambiente,  10
mi pobre corazón lanza un gemido.

   ¡Ay! lo recuerda con pesar mi mente:
también un tiempo venturosa he sido,
y el desengaño marchitó mi frente.




Soneto


   Tú eres altar de mi cariño santo;
tú el sólo bien de la existencia mía;
tú eres el astro que su luz me envía;
tú quien inspira mi amoroso canto.

   Tú eres del alma misterioso encanto;  5
tú eres del corazón dulce alegría;
tú eres la estrella que mis pasos guía;
tú eres consuelo de mi atroz quebranto.

   Tú eres la gloria donde nunca llego;
tú eres el mar do naufragó mi calma;  10
tú eres el rayo que encendió mi fuego.

   Tú quien me diste del sufrir la palma;
tú a quien adoro, y si el amor es ciego,
tú eres la sola luz que ve mi alma.




Soneto


   Cuando el ángel sombrío de la muerte
toque mi corazón con mano helada,
el dulce resplandor de tu mirada,
vertiendo sobre mí, quisiera verte.

   Quien sólo supo, por su mal, quererte,  5
no en su pecho tu imagen adorada,
ni en su memoria tu memoria amada,
podrá tener cuando repose inerte.

   Que libre entonces de su cárcel dura,
tal ve, tal vez el alma volaría  10
a un ignorado cielo de ventura.

   Y abandonara el cielo el alma mía;
que por vivir mirando tu hermosura,
otra vez a la tierra volvería.




Soneto


   Mírame tú; que si dolor impío
rasga mi corazón con mano dura,
como el rayo de sol la niebla oscura,
disipa tu mirada el dolor mío.

   Mírame tú, porque la muerte ansío  5
cuando alcanzar no pueda esa ventura:
si no me alumbra el sol de tu hermosura,
mi vida es un desierto muy sombrío.

   Mírame tú; que son de mis enojos
tus miradas dulcísimos consuelo,  10
flores que nacen donde miro abrojos.

   Mírame tú; que en mi amoroso anhelo,
viendo la luz de tus azules ojos,
pienso mirar el resplandor del cielo.




Soneto


   Logré al fin con esfuerzo sobrehumano
a la cumbre subir de esta montaña:
muéstranse abajo, en pequeñez extraña,
el bosque espeso, la colina, el llano.

   Con cendales de púrpura engalano  5
mi frente altiva que en la luz se baña;
la estrella de la tarde me acompaña,
y el sol declina cerca de mi mano.

   Y por subir aún más lucho y porfío:
que es la más alta luminosa cumbre  10
la que en mis sueños escalar ansío:

   En donde el sol del genio me deslumbre,
y de él recoja el pensamiento mío
siquiera, un rayo que al morir me alumbre.




Soneto


   Augusta musa, divinal poesía;
si te ensalzaron liras inmortales
y tú mereces cantos celestiales,
¿cómo mi humilde voz te cantaría?

   Yo adoro tu dulzura y tu armonía,  5
la luz de tus divinos ideales,
y amo el fuego que guardan tus vestales,
llama del genio que a la gloria guía.

   Mas si piadosa tú, cuanto eres bella,
también aceptas los humildes dones,  10
yo seguiré tu luminosa huella.

   Toma mi lira de apagados sones,
y a un beso tuyo brotarán en ella
inspiradas, dulcísimas canciones.




Soneto


   Tejieron en tu honor, hermano mío,
consagrados efectos bienhechores,
esta corona de admirables flores,
para librarlas de abandono impío.

   Les dio tu numen mágico atavío;  5
tu sentimiento, aromas y colores;
el hondo manantial de mis dolores
les dará de mis lágrimas rocío.

   Esta ofrenda el cariño te destina:
el libro en que tu espíritu se siente  10
y que tu genio altísimo ilumina.

   Si, en larga noche, mi pensar doliente
sobre sus hojas mi cabeza inclina,
tu alma querida besará mi frente.




Safo


   Una mujer, como visión o hada,
en la roca de Léucades se agita;
retrátase en su faz pena infinita,
la desesperación en su mirada.

   Es Safo, la poetisa enamorada  5
que el arpa hiere con doliente cuita,
y en su última canción llora y palpita
la pasión infeliz y desdeñada.

   Tú fuiste, oh mar, de su dolor testigo,
y en tu seno aquel cuerpo recibiste,  10
que al sacro numen y al amor dio abrigo.

   Así, en tu inmensidad tumba le diste;
en tus amargas olas, llanto amigo,
y en tu eterno rumor, funeral triste.




Soneto


   Ofrenda de infortunios y dolores
el destino dejó sobre mi cuna:
no me brindó sus dones la fortuna,
y el amor me dio espinas, nunca flores.

   Me hirió la ingratitud de los traidores,  5
a los que el alma abrí sin sombra alguna;
vi prendas adoradas, una a una,
sucumbir de la muerte a los fulgores.

   Nada a mi alrededor en pie subsiste,
y vivo como el árbol sin ramaje  10
que carcomido y solitario existe.

   Y al fin, cayendo en lúgubre paraje,
mis pobres restos, en olvido triste,
descansarán de su fatal viaje.




Primavera


   Huye el invierno: a tu sonrisa pura
nacen las mariposas y las flores;
los pájaros, tus dulces trovadores,
celebran en la fronda tu hermosura.

   Los campos con su verde vestidura  5
del labrador compensan los sudores,
y en tus brillantes galas, sus amores,
sus glorias, simboliza la criatura.

   Desde el átomo al ser tu influjo alcanza,
y a tus dones la tierra, agradecida,  10
himnos de honor a los espacios lanza.

   Nos dejas, por consuelo, en la partida,
y en señal de retorno, la esperanza,
¡supremo bien de la afanosa vida!




Madre y fiera


   A su ley te rindió Naturaleza,
de la pasión irresistible al grito,
y huyes del mundo, juez de tu delito,
a ocultar tu desdicha y tu flaqueza.

   Un inocente que a vivir empieza,  5
sin nombre, sin hogar, quizás maldito,
yerto y temblando, cual jazmín marchito,
sobre tu pecho inclina su cabeza.

   Reanímale el calor de tus abrazos;
que si es acusador de tu caída,  10
tu alma sujeta con amantes lazos;

   y en tu misión augusta, ennoblecida,
sufriendo por su amor, desde sus brazos
puedes volver al mundo redimida.




II


   De la Virtud, y del deber el ruego
halló tu corazón débil y frío;
más de liviano amor el desvarío
le encontró, por tu mal, esclavo ciego.

   Y recibes con ira y con despego  5
al débil ser que acusa tu extravío,
y lo desprendes de tu pecho impío,
y al ignorado azar lo arrojas luego.

   Para olvidar cuanto el honor merece
invocaste ese amor, y hoy no te grita  10
que es vida de tu vida el que perece.

   La clemencia de Dios, aunque infinita,
ante culpa tan vil desaparece:
para ti no hay perdón, estás maldita.




¡Paz, año nuevo!


   Ven, Año Nuevo, y sobre Europa ondea
la blanca enseña de la paz bendita:
del fiero encono, que a la lucha excita,
no más el mundo los horrores vea.

   Caiga extinguida la incendiaria tea  5
que alza soberbia la ambición maldita,
y únanse pueblos, que el rencor agita,
con lazo fraternal que eterno sea.

   Gime la tierra de la sangre al riego
bajo el tronante vendaval de fuego  10
que extermina a los míseros humanos.

   Ven, y recuerda al hombre empedernido
la palabra de Dios, que está en olvido;
su palabra de amor: «Todos hermanos».




A la memoria de mi hermano


   Como la amante yedra al muro asida,
como dos aves juntas en su vuelo,
como lago tranquilo copia el cielo,
mi vida fue reflejo de tu vida.

   ¿Y has podido partir, alma querida,  5
dejando sola, en infecundo suelo,
la pobre yedra, que en su amargo duelo,
no será por tus brazos sostenida?

   ¡Ya el muro de mi hogar se ha derrumbado;
ya consiguió la muerte su victoria;  10
pero es más grande la que tú has logrado:

   Que de la muerte triunfe tu memoria,
y es algo de tu ser, que me has dejado,
el destello bendito de tu gloria!




Gustavo Adolfo


   En la margen del Betis murmurante,
donde expira, entre flores, la onda inquieta,
en monumento digno del poeta,
su hermosa estatua se alzará triunfante.

   El sol le ofrecerá nimbo radiante;  5
sus perfumes, la rosa y la violeta;
la aurora, el beso de su luz discreta;
el crepúsculo, brisa refrescante.

   Traerá la noche espíritus y hadas,
visiones de Leyendas peregrinas  10
que poblarán las verdes enramadas.

   La alondra y las oscuras golondrinas
cantarán, al lucir las alboradas,
las Rimas inmortales y divinas.




A la memoria de la señorita María Montoto de Sedas


   Era ayer juventud llena de encanto,
hermosura, bondad, inteligencia;
hoy, polvo nada más, que la conciencia
contempla muda en angustioso espanto.

   Trueca el destino en fúnebre quebranto  5
el caro bien cifrado en su existencia,
y ojos que hallaban luz en su presencia
ciega la oscuridad y abrasa el llanto.

   Pasó por estas tierras de tristura
breve mañana, como flor preciosa,  10
cual paloma sin mancha en su blancura.

   En su eternal ausencia dolorosa,
deja de su recuerdo la dulzura,
de su virtud la estela luminosa.




A la Giralda


   A tu sombra nací, Giralda mía,
y con el aire que te besa aliento;
de su arte soñador te hizo portento
la árabe raza triunfadora un día.

   De la reina gentil de Andalucía  5
eres la maravilla y ornamento,
y te levas gallarda al firmamento,
y esplendes a la luz que el sol te envía.

   Yérguete siempre en mi nativo suelo,
y, al mágico vibrar de tus campanas,  10
olvide mi ciudad tristeza o duelo.

   De alzarte entre los ángeles te ufanas;
que a tu vértice tienes los del cielo,
y al pie las hechiceras sevillanas.




Ni en la alta cumbre por el sol luciente


   Ni en la alta cumbre por el sol luciente,
ni en el valle de flores matizado,
ni en el pico de nieves coronado,
ni sobre el cráter del volcán ardiente.

   Ni en la ciudad de bulliciosa gente,  5
ni en el desierto estéril y abrasado,
ni en el mar anchuroso que he cruzado,
ni en el templo en que Dios está presente.

   En parte alguna donde el ansia loca
me lleva de olvidarte, lo consigo,  10
y de Dante el poema mi alma evoca:

   pues como aquellos que en atroz castigo
marchan cargados con la enorme roca,
yo tu recuerdo llevaré conmigo.




En mi afán tan inmenso por mirarte


   En mi afán tan inmenso por mirarte,
que el alma entera por mirarte diera;
mas si doy por mirarte el alma entera,
me quedaré sin alma para amarte.

   Quisiera aborrecerte y olvidarte;  5
no conocerte, por mi bien quisiera;
pues he perdido mi ilusión primera,
y de dolor mi corazón se parte.

   Era tu amor el sol que me alumbraba,
y ese sol ocultó nube sombría  10
que horrorosa tormenta presagiaba.

   Por ti no encuentro calma ni alegría,
por ti suspiro si la noche acaba,
y por ti lloro si se aleja el día.




No puedo más: mi corazón se parte


   No puedo más: mi corazón se parte
de sus dolores al impulso fiero;
que llegue un día en que te olvide espero,
y no tengo valor para olvidarte.

   Que fue en la tierra mi destino amarte  5
con fiel cariño, con amor sincero,
y siempre te amaré, que en vano quiero
¡ay! ni pensar en ti, no recordarte.

   Calma el dolor de un alma que te adora,
que no vio en su camino más que abrojos  10
y en un mar de pesares vive ahora.

   Y no tienen consuelo mis enojos;
sed de tu amor mi corazón devora,
y sólo bebe el llanto de mis ojos.




ArribaAbajoVerdaguer, Jacinto

Folgarolas (Barcelona). 1845 - Vallvidrera (Barcelona). 1902

Poeta español en lengua catalana. Eclesiástico.




El canto materno


   Postrado el padre en miserable lecho
está por espantosa y cruel dolencia;
cercano halla el final de su existencia
y sollozos exhala de su pecho.

   Piensa que, bajo el hoy paterno techo,  5
mañana su familia , en la indigencia,
por siempre llorará su eterna ausencia.
de duelo horrible el corazón deshecho.

   Allí, mientras se queja el infelice,
la dulce esposa canta, y él le dice:  10
¿Cómo cantas, mujer, mientras me aflijo?

   Muestra el niño que tiene entre los brazos,
y dice: -con el alma hecha pedazos-:
Canto... porque no llore nuestro hijo.




Ladrar a la luna


   ¡No desmayes jamás ante una guerra
de torpe envidia y miserables celos!
¿Qué le importa a la luna, allá en los cielos,
que le ladren los perros a la tierra?

   Si alguien aspira a derribarte, yerra  5
y puede ahorrase inútiles desvelos;
no tan pronto de abate por los suelos
el Escorial que tu talento encierra.

   ¿Qué no cede el ataque ni un momento?
¿Qué a todo trance buscan tu fracaso?  10
¿Qué te cansa el luchar? ¡No lo disputo.

   ¡Mas oye, amigo, este refrán de paso:
¡Se apedrean las plantas que dan fruto!
¿Quién del árbol estéril hace caso?




ArribaAbajoVerson Brunet, Rafael

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Algo extraño...


   Algo extraño se anuncia en mi cuerpo sensible
que en lo íntimo turba y conmueve mi vida,
y me clava, en la carne, una garra invisible
el recuerdo lejano de tu cuerpo suicida.

   Y se anima la llama del anhelo inextinto  5
que antaño, insinuante, me obsedía por verte:
en mi ser inferior me predice el instinto
que de hallarte muy pronto a través de la muerte.

   De mi cuerpo terreno, se diría que vibra
un estremecimiento, en la íntima fibra  10
por tu ser abolido, por tu psiqui olvidada.

   Y al lejano conjuro que mi interno conmueve,
me revela el instinto que he de hallarte muy breve
a través de la muerte, del abismo y la nada.




Rosas rojas


   Estas rosas, pletóricas de escarlata violenta,
rojas, cual el deseo, cual la venganza y cual
las púrpuras intensas de una herida sangrienta,
y que dan sensaciones de un veneno mortal,

   semejan, entreabiertas, crueles bocas malignas,  5
espléndidas en hondas lujurias venenosas.
Estas rosas extrañas, estas rosas son dignas
de los vasos de nieve de tus manos nerviosas.

   Porque ellas florecen en raros maleficios,
y tus manos florecen en ofrendas al vicio  10
como ideas gemelas, como sueños que rimen.

   A veces he sentido que se crispan mis nervios,
pues he visto asomarse a tus ojos soberbios
el fantasma silente del pecado y del crimen.




ArribaAbajoViada y Lluch, Luis Carlos

Barcelona. 1863 - Siglo XX

Tipógrafo, periodista y colaborador del diccionario de la Real Academia de la Lengua.




Soneto


   Según que use en sus versos el poeta
la métrica de Italia o de Castilla,
compondrá una sextina o una sextilla,
un cuarteto o cuartete, o una cuarteta.

   Si el quinteto a ocho sílabas sujeta,  5
quintilla llamáralo; y octavilla
a la octava, y al terceto, tercerilla
será que a iguales límites someta.

   Sonetistas que en metro castellano
soneteáis, y cada sonetada  10
vuestra llamáis, al modo italiano,
soneto: ¿no es más lógico y sencillo

   que, usando la voz propia y adecuada,
la llaméis simplemente sonetillo?




ArribaAbajoVidaurreta, Antonio

Cuba. 1832 - 1899




Al Hanabanilla


   Entre follajes de verdor lozano
de un monte dilatado y suspendido,
tajando la mitad, estremecido
desciendes con estrépito lejano.

   Sobre el peñón en que te admiro ufano,  5
despiertas vivamente en mi sentido
el nombre del cantor esclarecido
del grandioso torrente americano.

   ¡Oh! si de Heredia el rítmico lenguaje
al dominar del Niágara la altura,  10
sacudiera en mi frente su oleaje,

   no discurrieran en su esfera oscura
tu raudal sepultado en el boscaje
ni mi acento perdido en su espesura.




ArribaAbajoVignier, Rafael

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Figuras de novela


Gabroche


   Nació en París y se bañó en el Sena,
y cantó por sus calles y arrabales;
los supremos y grandes ideales
junto a una copia del arroyo, obscena.

   ¡Cachorro de león! Pisó la arena  5
burlándose de buitres y chacales...
¡De hierro con orín hizo puñales
y miró con desprecio las cadenas!

   Al ruido del cañón se echó a cantar
y haciendo contorsiones de juglar  10
ante la muerte comenzó a reír;

   ¡y voló a la región desconocida,
donde la Libertad estremecida
le besó como a un Dios del Porvenir!




ArribaAbajoVila, Juan Lorenzo Jesús

Cuba. Siglo XIX




El perdón


   Idólatra en su amor, rendido y ciego,
la fe en mi corazón, tierno y sensible;
y cual la sierpe con ponzoña horrible
pagó la ingrata mi ardoroso fuego.

   De amargo llanto en sempiterno riego,  5
mi penar desde entonces invencible,
ni el rutilante sol miró apacible,
ni le calmó la noche en el sosiego.

   Y en vano la memoria ¡Oh Dios¡ me irrita
del fementido amor de esa perjura,  10
si el sentimiento opone a la venganza.

   Que cuando un pecho compasivo excita
la que fue amante y el perdón procura,
ningún poder a sostenerse alcanza.




A la noche tempestuosa


   ¿Ves en la noche estrepitoso viento
rasgar los cedros y la ceiba umbrosa,
y en terrible ascendencia presurosa
romper las aguas su continuo asiento?

   ¿Ves a los brutos con feroz lamento,  5
-¡Ruge la tempestad más pavorosa!-
y al retumbar el rayo en su escabrosa
falda del monte, retener su aliento?

   Pues mil veces, Ramiro, más terrible
el ceño airado de mi dulce amante  10
anonada este pecho en sus enojos,

   cuando desoye mi aquejar sensible,
y ocultando el candor de su semblante
¡arden en ira sus divinos ojos!




A don Juan Noriega


   Ya el sol vibraba sobre el claro Oriente
y en carro de oro entre la mar salía,
cuando ya Euterpe en mi interior decía:
canta el día de Juan, gloria eminente.

   Holgábase con esto ya la mente  5
en obsequiar tu alegre y feliz día;
de intérpretes sirvió la pluma mía
y el pecho aquí grabó lo que en sí siente.

   Huye las penas, que el vivir penando
es muerte doble a tu orfandad injusta  10
que acero impío de asesino bando,

   labró malvado... y en tu edad adusta,
recuerda siempre que nos son prestados,
el oro, hacienda, y el vivir amados.




ArribaAbajoVilla, José J.

Cuba. Siglo XIX - XX

Poeta.




Umbra


   Amo las cosas tristes: esas flores
que ostentaron amantes desposadas,
y en un rincón, después, abandonadas,
van perdiendo su esencia y sus colores.

   Las misivas que ayer fueron de amores  5
un tesoro, y hoy yacen sepultadas
entre rizos y cintas arrugadas,
sufriendo del olvido los rigores.

   Amo los rostros mustios, que comentan
de un pasado feliz la historia breve,  10
y triste, del presente se lamentan.

   Y amo a un ciprés, que baña en sombra leve
unos despojos que mi amor le cuentan,
cuando él su copa, quejumbroso, mueve.




El obrero


   Ajeno de la vida a los placeres
que goza el adalid de falso brillo,
el golpe de la fragua y del martillo
es carne mutilada en los talleres.

   No parece el hermano de esos seres  5
que encumbró la fortuna; es tan sencillo
que sube, por un solo panecillo,
la escala de los múltiples quehaceres.

   Doblada la cerviz y sudoroso,
como una bestia en el trabajo ungida,  10
atraviesa las calles silencioso.

   Pero ¡ay! lleva en el alma comprimida,
toda una tempestad: ¡el pavoroso
problema de su clase redimida!




El esquife


   La blanca vela desplegando al viento,
el azuloso mar surca triunfante,
reclinada la borda vacilante
al impulso del loco movimiento.

   Dominador del líquido elemento,  5
parece que su dicha ve distante
y que en pos de ella lánzase anhelante,
como tras la ilusión el pensamiento.

   Desde un peñón, en la arenosa playa,
pasar le veo la cerúlea raya  10
que al mar y al cielo en el confín divide.

   Y al ocultarse en el espacioso umbroso,
se esfuma como un cisne misterioso
que moviendo las alas se despide.




El caballo


   Echando espumarajos por la boca,
sueltas las riendas y la crin tendida,
con dos ascuas por ojos, lleva erguida
la audaz cabeza en su carrera loca.

   Cruje la tierra que su planta toca;  5
doblégase la yerba estremecida;
y él, resoplando, en la veloz huida

   parece un dios que la tormenta evoca.
Ya rebrame el cañón en las alturas,
ya alumbre el sol o rujan los ciclones,  10
fantasmas por colinas y llanuras,

   o entre nieblas fulgor de exhalaciones,
allá va como el héroe denodado,
intrépido, valiente, desbocado.




Crepúsculo


   El horizonte, con cambiantes grises,
de grana y oro, y perlas se colora,
y ya luce jirones de la aurora,
ya del iris espléndidos matices.

   Del esmaltado suelo los tapices  5
el sol a trechos con sus rayos dora,
y cual negro crespón que descolora,
baja la sombra en mágicos deslices.

   Como un ángel que expira delirante
abrazado a una diosa, en ese instante  10
muere la tarde en brazos de la noche.

   Y yo al mirarla, entristecido, siento
que en el jardín del alma abre su broche
la delicada flor del pensamiento.




Como yo hago un soneto


   Tomo un papel más blanco que el armiño;
lo extiendo en mi carpeta con esmero;
la pluma empuño, mojo en el tintero,
y con cualquier tesis me encariño.

   Por ejemplo, el Amor, que es un buen niño,  5
aunque a veces un tanto majadero:
mis cuitas le relato placentero,
le acaricio después, y al fin le riño.

   Medito un poco más. De nuevo mojo
la péñola que, exhausta, ya no escribe,  10
y el hilo del asunto otra vez cojo.

   Pero, ya aquí, la musa se apercibe
de que hacer un soneto fue mi antojo,
y que lo de por hecho me prescribe.




ArribaAbajoVillar, Ubaldo R.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Una tarde me dijo...


   Padecía de un mal que no se cura...
¡Y siempre estaba triste! ¡Era tan hondo
el dolor que mostraba, allá en el fondo
de los ojos velados de amargura!

   Una tarde me dijo: -Siento el frío  5
de la muerte en los huesos, y quisiera
no apartarme de ti... ¡Ay! ¡Si pudiera
tu corazón de fuego unir al mío!

   Y suspiró después. En sus pupilas
las lágrimas pugnaron intranquilas  10
cual si quisieran escapar de acuerdo.

   Y cuando al fin rodaron, fue tan largo
el copioso raudal y tan amargo,
¡qué aun se nublan mis ojos al recuerdo!




ArribaAbajoVillar y Macías, Manuel

España. Siglo XIX.

Poeta hallado en Internet. Soneto publicado en La Voz de Peñaranda el día 11 de diciembre de 1881.




Soneto


   Morir ¡ay Dios! cuando en el noble foro
la Justicia sus palmas te ofrecía,
y a tu elocuencia varonil abría
la ley severa su inmortal tesoro.

   Y cuando el crimen vergonzoso lloro  5
tu poderosa voz verte hacía,
y la hollada inocencia sonreía
al recobrar por ti su alto decoro.

   Abrasaba tu rápida existencia
sed de justicia, sed devoradora;  10
y ¡oh inescrutable y santa Providencia!

   Hoy el sol de Justicia eterno dora
el cielo para ti, y a su presencia
tu alma feliz estática le adora.




ArribaAbajoVillegas, Eduardo

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Ódiame


   Aunque siempre me miras con desprecio,
altivo el ademán y el continente,
ni me asustan los surcos de tu frente
ni el golpear de tu carácter recio.

   Mi delito, lo sé, es delito necio:  5
¡haberle dicho lo que el alma siente
a un corazón sin vida, indiferente,
que menos me ama cuanto más le aprecio!

   Más prefiero que me ames con encono
dejándome a tu ímpetus tan terca  10
que te premie «El Odiar» con su guirnalda;

   pues yo, con la esperanza, te perdono,
porque el amor y el odio están tan cerca
que se estrechan las manos por la espalda.




Soneto


   Al recuerdo, sin fin, de mi ventura,
aun el alma vibrando se estremece
como tiembla, de noche, allá en la altura,
Sirio, que nace cuando ya oscurece.

   Y es que beber en tu mirada pura  5
lágrimas de otros tiempos me parece,
y creo sentir en tu vital blancura
ese suave calor que crece y crece...

   Deja, deja que goce, amada mía,
de aquel tiempo pasado en mi agonía;  10
pues aunque mi cariño vive muerto,

   ahogada la ilusión, te sigo amando...
¡qué no hay cosa mejor que estar soñando
si se sabe soñar y esta despierto!




ArribaAbajoVillegas, J. M.

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




El cólera


   Hubo cólera morbo en Santa Eufemia,
lugar francés, y tanto miedo hacía,
que esperar en la ciencia se tenía
por inútil y estúpida blasfemia.

   Resolvióse en levítica academia  5
que el cura un buen sermón predicaría,
porque este santo antídoto sería
bastante a la extinción de la epidemia.

   Sube al púlpito el cura, y de sus galos
así alentar los ánimos procura:  10
-Si alguien teme morir, merece palos,

   pues debe ser perversa criatura;
que ya no mata Dios más que a los malos
-Y acabóse el sermón, murióse el cura.




ArribaAbajoVisillac, Félix B.

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




Invierno


   Invierno, viejo triste que mis flores desglosas
has puesto una nostalgia en mi antiguo balcón;
de mi rosal cayeron moribundas las rosas
y en mi jardín la fuente suspendió su canción.

   De un parque olvidado, en las sendas sombrías  5
hallo dulces recuerdos de mi edad infantil;
cómo pasan las horas, cómo huyen los días...
la vida es un perfume embriagante y sutil.

   Invierno, viejo triste, mi loca fantasía
te imaginas que partes con tu melancolía,  10
con tu aspecto severo, con tu cara tan gris,

   por eso es que reclamo mis rosas y glicinas,
y las dulces viajeras del amor, golondrinas,
que me traigan romances de un lejano país!




ArribaAbajoVital, Aza

Pola de Lena (Asturias). 1851 - Madrid. 1912

Comediógrafo. Médico. Letrista de zarzuelas.



   -Haga usted un soneto a una corista-
dice Francos, autor de «El Señorito»,
y yo en estos renglones me permito
probar que su candor salta a la vista.

   A una chica del coro, amable y lista,  5
y que tenga además un buen palmito,
yo le haría con gusto un papelito,
para halagar su presunción de artista.

   Le haría un buen regalo por hermosa,
o una caricia si ella la prefiere;  10
quieras que no, le haría la forzosa;

   le haría hasta el amor..., o lo que fuere;
le haría, ¡en fin!, quien sabe, cualquier cosa.
¿Pero un soneto? ¿Para qué lo quiere?




ArribaAbajoWen Maury, José

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.


Los doce meses




Enero


   Bate la nieve los tejados, dura,
del aire hendiendo la flotante niebla,
y de sus copos nítidos se puebla
la extensa tierra con sutil albura.

   Alfombra cubre, de vivaz blancura  5
el yerto suelo que mortal despuebla
y de la noche en la letal tiniebla
se oculta el mundo con fatal tristura.

   Así el destino inexorable y rudo
al hombre, el cielo de la dicha vela  10
y con las nieves del dolor, austero,

   en el invierno de la vida, crudo,
marchita el alma y de pesar la hiela.
¡Qué también tiene el corazón su Enero...!




Febrero


   Fue en una noche de Febrero umbría
cuando una vez te vi. ¿Lo has olvidado?
Del Norte, el cierzo, que soplaba helado,
nuestros nerviosos cuerpos atería.

   Tenue rubor, de púrpura teñía  5
tu encantadora faz, y emocionado,
vi que volviste el rostro avergonzado
que de mi erótica mirada huía.

   Otro Febrero, para mí, muy triste,
con un Pierrot traidor y divertido  10
en tumultuoso Carnaval, -¡me acuerdo!-

   mi amor burlaste, y de mi amor huiste...
Por eso, aun, de tu traición herido,
cuando Febrero llega, te recuerdo.




Marzo


   Pasó por fin la tenebrosa era
de los fríos, las nieblas y la bruma;
cantan las aves de dorada pluma
en la florígera y vivaz pradera.

   Flagrante el Sol, en la celeste esfera,  5
la tenue escarcha del albor abruma,
y en el espacio diáfano se esfuma,
dejando paso ya a la Primavera.

   Naturaleza, embellecida, torna
a vestirse de galas y primores  10
de ingente luz y de gallardas flores.

   Renueva el campo y el collado adorna
con capullos de vívidos colores
porque ya Marzo plácido retorna.




Abril


   Como gallardo paladín, que al freno
de su corcel asido se abalanza
y el campo de la guerra, presto, alcanza
llevando el corazón de sueños lleno,

   del tiempo, Abril, en el eterno seno,  5
en su carro flamígero se lanza
de rayos al través y alegre avanza,
flores al mundo y luz brindando ameno.

   ¡Oh, dulce Abril que iluminó los días
de mi niñez feliz...! ¿Por qué no envías  10
tu brillantez al corazón ajado,

   como a la fronda tus fulgores baña
y de mi pecho apartas empañado
las negras brumas que mi vida empañan?




Mayo


   Mayo gentil, que el corazón renueva,
cual de Natura renovó las rosas...
Tus frescas flores son más olorosas
que las que Dios en el Edén dio a Eva.

   ¡Oh, mes que tornas, imperial, con nuevas  5
vestiduras de galas ostentosas,
por ti exhala sus rimas melodiosas
el ruiseñor que el pensamiento eleva...!

   Ya que disipas de la vida el llanto
que al corazón marchita, acoge el canto,  10
si el alma al cielo de placer la encumbras.

   Porque no al mundo sólo, tú deslumbras...!
que en misteriosa inspiración y encanto
también la muerte del poeta alumbras.




Junio


   Recuerdo bien, que en estival aurora
en un alegre huerta, en vacaciones,
dado a un amor que me engendró ilusiones,
-¡Oh, abnegación felice del que adora!-

   «-Mira... A esta golondrina enseño, ahora,  5
a mensajera fiel de mis pasiones...
Cuando vuelvas al aula y las lecciones
embarguen tu atención, hora tras hora,

   no te verás de su presencia falto,
con nuevas en tu pico». Dijo, y, suelta,  10
la golondrina de que habló, dio un salto,

   crespó las plumas, y voló muy alto...
Fue en Junio y hoy con la ilusión disuelta
en vano espero su anhelada vuelta.




Julio


   De tu divina efigie en la tarjeta,
preciosa frase de pasión grabaste;
y tras tu firma, luego que fechaste
besé la copia de tu faz coqueta.

   «-Por largos años estará sujeta  5
tu vida a mi existencia -suspiraste-
o apagárase, en mágico contraste,
mi firma, con mi amor, toda completa».

   Ya ha vuelto el mes aquel, de mí, más caro;
más fiel es Julio, pues tu amor se ha ido,  10
como se apaga en lontananza un faro.

   Mas, ¡ah!, tu juramento te ha vendido,
tu firma, con tu amor, ya se ha extinguido,
y ¡qué casualidad! Julio está claro.




Agosto


   Agosta el campo, desde el ígneo cielo,
del sol la lumbre que vivaz fulgura
y abrasador de la feraz llanura
la flor marchita y descolora el suelo.

   Detiene el águila caudal su vuelo,  5
buscando amiga sombra en la espesura,
y entre las breñas de la selva oscura
da tregua el pastorcillo a su desvelo.

   Así, es un campo el corazón humano;
amor, un sol que, fulgurante, quita  10
las sombras de su cielo soberano.

   Mas nada agosta, en su feliz alarde:
¡qué el sol de amor, si como Agosto arde,
jamás la flor del corazón marchita...!




Septiembre


   Meses en que los mares dieron perlas
y bandos de corales arrastraron,
y que al par con la vida germinaron
ilusiones que el mar no pudo henderlas.

   ¡Cómo gozara el corazón al verlas,  5
meses que dulces dichas provocaron,
si las horas felices que pasaron,
con los meses pudiéramos volverlas...!

   Que el corazón de zonación escaso
guarda quimérico, por siempre, acaso,  10
tristes recuerdos, de escapada gloria...

   Así, en efluvios de ilusión, por eso,
tengo a Septiembre siempre en la memoria,
pues me diste en Septiembre el primer beso.




Octubre


   Pliegan las naves sus rendidas alas,
y de su garbo, Otoño, las despojas,
y al aire dando sus marchitas hojas
denudas a Natura de sus galas.

   De la pradera en las ardientes salas,  5
hálitos de letal pereza arrojas,
y cuando aquí, devorador, te alojas,
mortales soplos, por doquier exhalas.

   También de amor, el corazón se hastía,
y, por pasiones impelido, ciego,  10
en sus abismos hondos se desvía.

   Y al fin marchito y agostado luego
¡tenemos!, ¡ay!, en la vejez impía...,
marchito el corazón de tanto fuego...!




Noviembre


   ¡Oh, cementerio, templo de los yertos...!
De Noviembre en el triste desvarío,
hacia tu seno tétrico y sombrío
nos arrastró el amor de nuestro muertos.

   Sobre tus sauces de sopor cubiertos,  5
los agoreros pájaros de estío
discurren en tu seno, yerto y frío,
y salmodian sus lúgubres conciertos.

   Entre las sombras de tu seno, inciertas,
tristes presagios de pesar, despiertas;  10
porque la mente de dolor transida

   sufre por cosas que creyera inciertas...
¡Ay! En la lucha cruenta de la vida,
¡cuántas almas que viven, están muertas...!




Diciembre


   Diciembre dio de nieve a la alta cumbre
gruesa mortaja blanca y aterida,
y en la ciudad alegre y divertida
se agita sin cesar la muchedumbre.

   Arde, el amor de la caldeante lumbre,  5
de Noche Buena el pan. Pascua es florida,
y Humanidad de regocijo henchida
en cada hogar, de paz pone vislumbre...

   Mas del festín en la feliz locura
no todos gozan. Solitario llora  10
víctima triste de la suerte impura,

   un pobre viejo que gimiendo implora
sin pan, ni lumbre; sin amor, ni cena...,-
[. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ]





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