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ArribaAbajoPalacio, Manuel del

Lérida. 1831 - Madrid. 1906




Mi lira


   En cada corazón hay una lira,
cuya voz nos aflige o nos encanta:
cuando la pulsa el entusiasmo, canta;
cuando la hiere la maldad, suspira.

   Ruge al contacto de la vil mentira;  5
el choque de la duda la quebranta,
y al soplo del amor y la fe santa
himnos entona con que el mundo admira.

   Yo la mía probé, y estoy contento:
¡Bendito tú, Señor, que me la diste  10
templada en la bondad y el sentimiento,

   y las cuerdas en ella no pusiste
del necio orgullo, del afán violento,
del odio ruin y de la envidia triste!






Amor oculto


   Ya de mi amor la confesión sincera
oyeron tus calladas celosías,
y fue testigo de las ansias mías
la luna, de los tristes compañera.

   Tu nombre dice el ave placentera  5
a quien visito yo todos los días,
y alegran mis soñadas alegrías
el valle, el monte, la comarca entera.

   Sólo tú mi secreto no conoces,
Por más que el alma con latido ardiente,  10
sin yo quererlo, te lo diga voces;

   Y acaso has de ignorarlo eternamente,
como las ondas de la mar veloces
la ofrendan ignoran que les da la fuente.






Al borde de la tumba


   Pequé, Señor, mas no porque he pecado,
de vuestra alta clemencia me despido;
que cuanto más hubiere delinquido,
os tengo a perdonar más empeñado.

   Si verme pecador os ha indignado,  5
cederéis al mirarme arrepentido;
la misma culpa con que os he ofendido
os tiene a la indulgencia preparado.

   Cuando vuelve al redil de sus amores
una oveja perdida y recobrada,  10
en júbilo se inundan los pastores;

   yo soy, Señor, oveja descarriada;
mirad, Pastor divino, mis dolores,
y recobradme al fin de la jornada.






A un artista al abandonar su país


   ¿Partes? ¡adiós! Del Sena turbulento
o del Arno feliz por la ribera,
dejas la patria que en tu edad primera
madre amorosa te enseñó su acento.

   Flotando quedan en le vago viento  5
los ecos de tu voz dulce o severa,
y el alma que tu canto conmoviera
lágrimas da otra vez al sentimiento.

   Tal es del genio la misión sublime;
de dichas y placer raudal fecundo,  10
las glorias canta, y las miserias gime:

   lo quiere Dios en su saber profundo;
el mundo por el arte se redime,
y el arte tiene como patria el mundo.






Tristeza


   Dentro de mí te escondes enemiga,
y mi aliento envenenas con tu aliento;
tú conviertes en pena mi contento,
y mi reposo cambias en fatiga.

   Cual madre que rencor tan sólo abriga,  5
nutres mi corazón de sentimiento;
pero mi voluntad vence tu intento,
y tu constancia mi dolor mitiga.

   Cruel eres conmigo y yo te amo;
soy de ti tan celoso, que quisiera  10
del mundo a las miradas esconderte;

   cuando de mí te ausentas yo te llamo,
sin ti mi vida el ocio consumiera,
por ti pienso en la gloria y en la muerte.






Dos amores


   Te amé cuando en la senda de la vida
flores no más holladas con tu planta;
te vuelvo a amar en esta que te encanta
edad de sueños para mí perdida.

   No es el amor que a la virtud mentida  5
himnos de gloria y de ventura canta,
ni la pasión consoladora y santa
al dulce soplo de la fe nacida.

   Es ese afán que en su entusiasmo loco
funde lo deleznable con lo eterno,  10
que trueca en oro la mundana escoria,

   que hasta su misma dicha tiene en poco,
y que si un dolor copia del infierno,
da en un placer la imagen de la gloria.






A un amigo muerto


   Rico, noble, feliz, enamorado,
pródigo de talento y alegría,
amigo caro me llamaste un día,
y placer y amistad hallé a tu lado.

   Del mundo por el piélago agitado  5
los dos corrimos sin timón ni guía,
sin esperar de la tormenta impía
pesadumbre, ni susto, ni cuidado.

   Luego, en vez del amor y la ventura,
te dio el martirio su temida palma,  10
siendo el sepulcro fin a tu amargura.

   ¡Duerme tranquilo en paz, cuerpo sin alma!
¡Dichoso aquel que encuentra en el altura,
tras la deshecha tempestad, la calma!






A una mujer


   En balde jurarás que me aborreces
y que fue mi ilusión delirio vano;
yo diré que tu juicio no está sano
o que a una infame cábala obedeces.

   ¿Aborrecerme tú? Cuenta las veces  5
que tus cabellos destrenzó mi mano,
las que de amor en el altar profano
escuchaste mis himnos y mis preces.

   Cuenta las noches que arrullé tu sueño,
las promesas que hiciste cada día,  10
de nuestro mutuo afán el loco empeño;

   y si en odiarme insistes todavía,
di que tu corazón es muy pequeño
para encerrar un alma cual la mía.






En un calabozo


   ¡Cuán triste debe ser y cuán amargo
vivir en este sucio asilo estrecho,
sintiendo sin cesar dentro del pecho
de la airada conciencia el justo cargo!

   ¡Cuántas horas de angustia y de letargo  5
ofrecerá al culpable el duro lecho,
y cuántas, ¡ay! en lágrimas deshecho
de su existencia el fin hallará largo!

   Pero a mí ¿qué me importa tu tristeza?
como en almohada de caliente pluma  10
reclino en tu tarima mi cabeza.

   La culpa, no el castigo, es lo que abruma,
y rompe mi virtud toda vileza,
lo mismo que el bajel rompe la espuma.






Despedida


   Cual deja el ruiseñor la enamorada
doncella de quien fue cautivo un día,
trocando por el valle en que vivía
tiernos halagos y prisión dorada,

   tal dejo yo vuestra amistad preciada,  5
dulce consuelo de la pena mía,
mi libertad buscando y mi alegría,
únicos bienes de mi edad cansada.

   Pronto entre brumas al perder el puerto
soñaré con el puerto suspirando  10
de las iras del mar término incierto:

   ¡Voy a partir! Los que me habéis amado
recibid estas lágrimas que vierto;
¡No tiene más que dar el desterrado!






¡Tierra!


   Envuelta en los celajes de la tarde,
¡oh tierra codiciada! al fin te miro,
y brota de mis labios un suspiro
y se dilata el corazón cobarde.

   ¡Tierra que siempre amé, que Dios te guarde!  5
Y ora tumba me ofrezcas o retiro,
haz que la dulce brisa que respiro
el fuego temple que en mis venas arde.

   Dicha, esperanza, amor, en ti se encierra
cuanto el humano corazón ansía,  10
cuanto nos da placer, encanto y guerra.

   Por eso lloro, al verte, de alegría;
y pues te llaman todos madre tierra,
¡Recíbeme en tus brazos, madre mía!






Bebamos


   No lo quiero saber, no me lo cuentes;
pasó lo que pasó y estoy sereno;
me importa poco que en tu blanco seno
aniden ruiseñores o serpientes.

   Deja a su antojo murmurar las gentes  5
a cuya lengua nadie puso freno,
¿me calumnia? mejor; ¿me envidian? bueno,
siempre el mar se burló de los torrentes.

   ¿Quién del vino que liba entusiasmado
la pureza y el mérito contrasta?  10
Tu vino era exquisito; lo he probado.

   Y aunque es, dicen, la vid de mala casta,
las horas que el amor nos ha durado
¿no hemos sido felices? Pues ya basta.






A la egregia artista Virginia Marini


   ¡Sí, te conozco! De la patria vienes
donde el arte inmortal hizo su asiento,
y ternura, y pasión, y sentimiento
en el alma y la voz y el rostro tienes.

   Ora finges halagos o desdenes,  5
ora expresas placer, ora tormento,
¿que corazón no inundas de contento?
¿qué ojos hay que de lágrimas no llenes?

   ¡De nuestro amor has hecho la conquista;
por eso, si laureles ambicionas  10
y pueblo que a tu yugo no resista,

   no olvides que en la tierra que abandonas
siempre habrá para ti, sublime artista,
llanto, aplausos, recuerdos y coronas!






Contemplando la torre inclinada de Pisa


   ¡Cómo desde esa cúspide gigante
mísera y ruin la humanidad parece,
y como el corazón se empequeñece
de esta soberbia fábrica delante!

   Mientras ella inclinad y vacilante,  5
sus mil bellezas a la vista ofrece,
un siglo tras el otro desaparece,
y una edad a otra edad vence arrogante.

   Enigma de la humana inteligencia,
siempre que absorto te contempla el juicio  10
aprende una verdad en tu existencia:

   Todo se inclina a que, ser y edificio;
mas ¡ay! la inclinación que da la ciencia
subsiste y se desploma la del vicio!






La Venus de Médicis


   Por la fuerza del genio concebida,
en un delirio de placer creada,
eres la imagen del amor soñada,
que a la ventura celestial convida.

   Nada te falta para ser querida;  5
hermosura, candor, juventud, nada;
¡Ay, quien al mármol del que estás formada
llevar pudiera el fuego de la vida!

   Más de una vez, cuando al pasar te veo
del pedestal queriendo desprenderte,  10
buscando a tu belleza digno empleo,

   cautiva entre mis brazos sueño verte;
¡Aberración sublime del deseo,
que va a estrellarse en la materia inerte!






En las ruinas de Pompeya


   Henchida el alma de mortal tristeza
penetro en ti, Necrópolis gigante,
y de tu vasta inmensidad delante
inclino silencioso la cabeza.

   De tu desierto Foro la belleza,  5
de tus pinturas el matiz brillante,
vivo me representan cada instante
un pasado de gloria y de grandeza.

   Vi los escombros de Numancia un día:
de Itálica y Sagunto el polvo vago,  10
que el viento arrastra en la extensión vacía.

   Do quien de la fortuna vi lo aciago,
pero jamás soñó la mente mía
¡ni tanta soledad ni tanto estrago!






Una noche en el Coliseo


   Solo en la arena estoy; ¡a mí, lictores!
Augusto Emperador, te desafío:
El Dios de los cristianos es el mío,
y tu poder desprecio y tus furores.

   Cérquenme ya los tigres bramadores,  5
que quiero en ellos ensayar mi brío,
y una vez más el holocausto impío
ofrece en el altar de tus errores...

   Aun en la arena estoy, reposo mudo,
fatídico silencio, quietud santa,  10
indecible terror hallo do quiera;

   nadie responde a mi lenguaje rudo:
¡Sólo una cruz al cielo se levanta,
donde la luna inmóvil reverbera!






Super fluminem


   Burlándose del piélago bravío,
y de joyas magníficas cargado,
con viento en popa y pabellón izado
vi romper las espumas un navío.

   No lejos de él, inútil y vacío  5
de cuatro tablas a lo más formado,
débil esquife contemplé, llevado
por un remero sin vigor ni brío.

   Súbito ruge el huracán furioso,
y en la costa el esquife ya a cubierto  10
mira estrellarse el buque poderoso:

   Tal es de la fortuna el fallo cierto;
el humilde se salva el orgulloso
tan sólo por milagro gana el puerto.






Desaliento


   Placeres, gloria, juventud, poesía,
sueños del corazón enamorado,
a través de las brumas del pasado
aun os evoca la memoria mía.

   Cual eco de lejana melodía  5
regocijáis mi espíritu apenado,
y a vuestro aliento dulce y regalado
reviven mi ambición y mi alegría.

   Pájaro soy doquiera peregrino,
que preso en tosca malla o red de seda,  10
a cantar y sufrir al mundo vino:

   El anhelo del bien sólo me queda,
¡Y acaso nunca fijará el destino
de mi fortuna la inconstante rueda!






¡A ella!


   Alma del alma, imagen de mi sueño,
luz de mi noche, viva de mi vida,
estrella de los cielos desprendida
para ser de mi ser único dueño.

   ¿Que te puede importar si en loco empeño  5
corrí una vez tras ilusión mentida,
cuando sólo tu amor en mí se anida
y es a mi afán mi corazón pequeño?

   Vivir para adorarte sólo ansío;
libre me entrego a ti, sin otros lazos  10
que el que une mi ventura a tu albedrío.

   Los ídolos de ayer hice pedazos,
y hoy anhelo no más, ídolo mío,
la seductora cárcel de tus brazos.






En El Escorial


   ¡Todo aquí es grande! Soledad, tristeza,
horizonte, recuerdos, poesía;
el templo que a los siglos desafía,
la salvaje y feraz naturaleza.

   Donde un prodigio acaba el otro empieza;  5
donde el pecho no siente se extasía,
y a Dios el labio su plegaria envía
sin que la voluntad le diga: -¡Reza!

   Ejemplo vivo del orgullo humano,
aquí Felipe, del francés triunfante,  10
tumba labró, y alcázar soberano.

   Hacer no pudo más, y fue bastante,
que al enterrar su corazón enano
le dio por compañero el de un gigante.






La bandera española


   De rojo y amarillo está partida;
dice el rojo del pueblo la fiereza;
el amarillo copia la riqueza
con que su fértil suelo nos convida.

   Plegada alguna vez, jamás rendida,  5
ningún borrón consiente su pureza
y aun al mirarla doblan la cabeza
los que a su sombra fiel hallan cabida.

   Si hoy, como en otra edad, el mundo entero
leyes no dicta desde polo a polo  10
ni el sol la manda su fulgor primero,

   cuando con vil traición a torpe dolo
pisarla intente audaz el extranjero,
¡Teñida la veréis de un color solo!






La guerra de dos pueblos


   Eran ayer hermanos: de la ciencia
los dos propagadores se llamaban,
y la industria y el arte cultivaban,
felices en la paz y la opulencia.

   Un hombre, en hora de fatal demencia,  5
irritó sus pasiones, que callaban,
y hoy con mares de sangre quizá lavan
el impuro borrón de su conciencia.

   ¡Madres! Mañana al despuntar la aurora
no busquéis del hogar en los confines  10
al que vuestras venturas atesora.

   ¿El eco no escucháis de los clarines?
¡Tras ellos va la furia soladora
de esta maldita raza de Caínes!






Sobre el sepulcro de una mujer


   ¡Mira! recién cavada está la fosa;
y sobre el mármol funeral caída
una guirnalda de ciprés tejida,
ofrenda de una mano cariñosa.

   Los negros caracteres de la losa  5
todo el secreto encierran de la vida;
lee, y de un alma para el bien nacida
aprenderás la historia dolorosa.

   -Antemia soy; en Gnido tuve cuna;
esposa fui de Eufrome, y dos gemelos  10
le di para su gloria y mi fortuna:

   No faltarán a su vejez consuelos,
que uno le queda, de su noche luna,
y otro en mis brazos se elevó a los cielos.






Ante la momia del emperador Carlos V


   ¡El es! ¡Lo reconozco! Aún en su mano
la huella se adivina de la espada;
aún fulgura la luz en su mirada,
que impresa en lienzo nos dejó Ticiano.

   De su altivez el gesto soberano  5
aún conserva la boca desdentada...
¡Pluguiese al cielo que su diestra armada
de nuevo soterrase al africano!
Quedó su historia en bronces esculpida;

   como la sombra al alejarse crece;  10
quien a verlo llegó nunca le olvida.

   La tumba al encerrarle se estremece,
y fue tan grande y poderoso en vida,
que hasta después de muerto lo parece.






La libertad


   ¡Celeste libertad! ¡Astro fecundo,
que triste a veces su fulgor derrama,
cuando al mirar su luz trocada en llama,
mejor destruye que ilumina el mundo!

   Ya hundida del abismo en lo profundo,  5
ya rica de poder, de gloria y fama,
rival del hijo que su madre aclama,
aclamo yo tu imperio sin segundo.

   Dentro del corazón tu nombre leo;
antes que ausente de mi hogar te llore,  10
antes que el hierro del esclavo muerda,

   de mi existencia el fin hallar deseo:
¡Maldito aquel que hipócrita te adore!
¡Maldito aquel que estúpido te pierda!






A Enrique Tamberlick, al ver su «Otelo»


   ¡No muere el arte, no! ¡Mientras potente
vibre tu voz que los espacios llena;
mientras pintado el júbilo y la pena,
la noble inspiración arda en tu frente;

   mientras te aclame la asombrada gente  5
monarca soberano de la escena,
y el alto aplauso que do quier resuena
vaya hacia ti como hacia el mar la fuente.

   ¡El arte vivirá! ¡Numen del alma!
tiene siempre un atleta que en sus hombros  10
le lleve cual las vírgenes su palma;

   y cuando el mismo Dios causando asombros,
vuelva la tierra a su primera calma,
¡aún flotará del mundo en los escombros!






En la muerte de Mariano Fortuny


   ¡Maldito, Roma, el ponzoñoso ambiente,
pérfido aborto de tu estéril llano,
que una vez más del genio soberano
llegó a nublar la poderosa frente!

   Hieras en buena hora la indolente  5
pálida sien del abatido anciano,
del rico prócer el cerebro vano,
del necio audaz la conturbada mente.

   Mas ¡ay! que no fue así. Cayó el atleta,
el artista sin par, el que tenía  10
la inspiración a su pincel sujeta;

   y ante el recuerdo del infausto día,
triste el amigo, atónito el poeta,
sólo sabe llorar el alma mía.






Sin esperanza


   Como van hacia el mar precipitadas
las aguas del torrente rumorosas,
atropellando las humildes rosas
que a su cauce crecieron asomadas,

   así mi corazón y mis miradas  5
fueron, amante aquel y estas ansiosas,
al mar que les copiaron engañosas
tus pupilas profundas y rasgadas.

   Hoy, bebiendo en sus olas la amargura,
por sus fieras corrientes absorbida  10
navega el alma en la tiniebla oscura,

   sin que le den consuelo en su caída
la inocencia, la paz y la ventura,
que atropelló el torrente de mi vida.






A la fraternidad de españoles y americanos


   Si hubo una edad en que por vil flaqueza,
envidia ruin o miserable saña,
entre los hijos de la noble España
levantó la discordia su cabeza,

   hoy que la nube a disiparse empieza  5
y el mismo sol de libertad les baña,
unidos todos lograrán la hazaña
de restaurar su nombre y su grandeza.

   Del Ebro al Orinoco, del Yapura
al Tajo, de la Plata al manzanares,  10
el iris de la paz doquier fulgura:

   ¡Paz! resuena en discursos y cantares;
y en ofrenda de amor sublime y pura,
¡Paz! repiten los montes y los mares.






A la dispersión de los restos que debieron guardarse en el Panteón Nacional


   ¡Dejémosles pasar! No con impías
promesas vanas, que el honor condena,
turbemos otra vez la paz serena
que hallaron en sus tumbas, hoy vacías.

   Duerman en calma las cenizas frías  5
a cuya gloria se atrevió la ajena,
y como arrastra el siervo su cadena,
arrastren su infortunio nuestros días.

   No durarán columnas ni trofeos,
ni lápidas, ni bronces, ni diamantes,  10
lo que duran Virgilios y Tirteos,

   y ya cerca se miren, ya distantes,
el pedestal que achica a los pigmeos
nada puede añadir a los gigantes.






Relámpagos


Romper airado la tiniebla oscura,
brillar un punto iluminando el cielo
y sumergirse como mar de hielo
del olvido en la inmensa sepultura;

   dibujar en el aire una figura  5
con todos los colores del anhelo,
y verla a otra región tender el vuelo
o bien fundida en la materia impura...

   ¡Todo eso hace el relámpago! Mucho antes
de afligir o alegrar con su presencia  10
muere en las sombras que alumbró distantes;

   amor, ventura, fe, gloria, inocencia,
¿Qué sois sino relámpagos brillantes
en la noche sin fin de la existencia?






A Bretón de los Herreros


   No por ti, por la patria vierto llanto,
que apurando miserias y dolores ,
ve caer uno a uno, los mejores
hijos que fueron su placer y encanto.

   Roto en jirones el purpúreo manto,  5
la sien orlada de marchitas flores,
del genio ante los últimos fulgores
muda se inclina con terror y espanto.

   ¡Ay, los dioses se van! dijo un poeta,
y gracias si en la noche del olvido  10
se agita alguna vez su sombra inquieta.

   Si en mi tiempo, Bretón, hubiera sido,
dijera el vate la verdad completa:
«¡Los dioses no se van, no! ¡Ya se han ido!»






Corona fúnebre


   ¡Amo, cantó, pasó! grato destino
que más que compasión envidia inspira
de quien, teniendo un alma y una lira,
para cantar y amar al mundo vino.

   No sentir de los celos lo mezquino,  5
la hiel del odio el fuego de la ira;
correr tras esa mágica mentira
que nos borda de flores el camino...

   ¡Tal fue su vida! Regalado sueño,
dulce ilusión, magnífica ventura  10
de un ser a quien el orbe era pequeño;

   y al remontarse a la celeste altura,
dejando de reinar, volvió a su dueño
el cetro del ingenio y la hermosura!






Ausencia


   ¡Todo un día sin verte, dueño amado!
¡Cuán triste va cayendo el Occidente
la moribunda luz del sol poniente
que aún ayer contemplaba embelesado!

   ¡Qué marchito y desierto miro el prado  5
junto a ti tan hermoso y floreciente!
¡Qué lúgubre murmura la corriente
del bullicioso arroyo desatado!

   Cuando pienso, mujer, que sólo un día
tanta mudanza y tal ha producido,  10
siento... no siento nada, prenda mía;

   pues ¿hubiera este amor en mí nacido
si Dios no me enseñase que podría
triunfar con él del tiempo y del olvido?






A Quevedo


   De las amargas olas de tu llanto
nacieron las espumas de tu risa,
y hoy no distingue el ánima indecisa
lo que es en ti gemido y lo que es canto.

   Ya del austero Bruto con el manto,  5
ya de Marcial siguiendo la divisa,
del tiempo, que de ti se aleja aprisa,
eres admiración, gloria y encanto.

   Bajo los dardos de tu ingenio agudos
el vicio y la maldad doblan las frentes,  10
hay jueces sordos y tiranos mudos;

   que tal fue tu misión entre las gentes,
ir por la tierra con los pies desnudos
aplastando cabezas de serpientes.






La guerra


   Huye la tarde; a su fulgor incierto,
suelta la rienda sobre el pecho herido,
cruzando va un corcel solo y perdido
el campo de batalla, ya desierto.

   De sangre y lodo y de sudor cubierto,  5
con ojo audaz y con atento oído,
al césped interroga en que el gemido
oyó hace poco del soldado muerto.

   Allí se para. al aire dilatando,
la entreabierta nariz, el aire aspira,  10
llegan los cuervos la festín nefando,

   apaga el sol su funeraria pira,
mueve la hierba el bruto resoplando,
lame la frente al paladín, y espira.






La paz


   El sonrosado albor de la mañana
inunda con su luz monte y pradera,
y de amor y consuelo mensajera,
da sus ecos al aire la campana.

   Rechina el trillo que la mies desgrana;  5
busca el zagal su hermosa compañera,
y la turba de pájaros parlera
de un nido al otro nido vuela ufana.

   Todo es reposo y calma y armonía;
sin que su azul empañe nube alguna  10
convidando al placer despunta el día:

   Y rica d esperanzas y fortuna,
su bendición a Dios la madre envía
arrodillada al lado de la cuna.




Contra siete vicios...




Humildad


   Envuelta en los harapos del mendigo,
acompañando al sabio en su jornada,
bajo el regio dosel acariciada...
¡Dónde quiera que estés, yo te bendigo!

   De la vida en el mar eres abrigo  5
contra los golpes de tormenta airada,
y el guerrero a tus pies rompe la espada
y tiembla de pavor el enemigo.

   Cuando el águila audaz desata el vuelo
puede, rota la nube en que se mece,  10
precipitada descender al suelo:

   Mientras gala del campo donde crece
la luciérnaga humilde mira el cielo
y el polvo de sus alas resplandece.






Largueza


   Madre nuestra es la tierra, y nunca ha sido
quien no imita a su madre un hijo bueno;
todo cuanto hay en su fecundo seno
está para nosotros prevenido.

   La flor hermosa. el fruto apetecido,  5
el dulce manantial, el bosque ameno,
el patrio albergue de delicias lleno,
la tumba, precursora del olvido.

   Avaros, ¿qué guardáis? ¡poder, riqueza,
inquietud, ambición!... ¡delirios vanos!...  10
la vida acaba y la verdad empieza.

   Dios pide amor y aplauso a los humanos.
¿Quién ama lleno el pecho de vileza?
¿Quién aplaude con oro entre las manos?






Castidad


   Hermana del amor y la inocencia
al contacto del vicio se marchita,
y el vaso donde Dios lo deposita
no pierde nunca su divina esencia.

   Sorda de la pasión a la demencia  5
a la voz del deber sólo palpita,
y si luchar a veces necesita
es luchando mayor su resistencia.

   La frente que con ella se corona
ganada tiene la celeste palma  10
con que el Señor a pocos galardona.

   Prenda es de dicha y símbolo de calma.
¡Triste de la mujer que la abandona
vendiendo el cuerpo y mancillando el alma!






Paciencia


   Injusticia del hombre, saña horrible,
agravios de la edad, dolor agudo,
nada sois contra mí, tengo el escudo
que, si no vencedor, me hace invencible.

   Ira que, blasonando de terrible,  5
todo lo arrollas en tu choque duro,
contigo lucharé pobre y desnudo
y en mí te estrellarás: soy tu imposible.

   La fuerza queda y el furor concluye;
el aura que los campos vivifica  10
es más que el huracán que arrasa y huye.

   La fe lo dice y la razón lo, explica;
no lo olvidéis, con ira se destruye
y sólo con paciencia se edifica.






Templanza


   Más que la mesa de manjares llena
y el vino de los odres derramado,
placen a todo espíritu elevado
el goce honesto y la palabra amena.

   De la razón que el apetito enfrena  5
se burlan el demente y el malvado;
sólo vive feliz y muere honrado
quien en la suya manda y en la ajena.

   Nada hay que el mar en su fiereza imite;
cuando sus olas irritado lanza  10
mas parece Medusa que Anfitrite;

   pero le ponen dique y ya no avanza.
¿Cuál será el hombre que su mal no evite
si es dique de la gula la templanza?






Caridad


   En medio del fragor de la pelea
vierte en los corazones el consuelo;
cubre la peste la ciudad de duelo,
y ante el peligro impávida pasea.

   Del incendio al brillar la roja tea  5
sofocarla o morir busca en su anhelo,
al débil da valor, y alza del suelo
a quien cansado y trémulo flaquea.

   ¡Sublime caridad! ¡Virtud preclara!
La huella de tu paso a Dios nos guía  10
y es venturoso aquel que en ti se ampara.

   De todo eres capaz y si algún día
el sol que nos alumbra se apagara,
la llama de tu amor lo encendería.






Diligencia


   ¿Veis ese campo yermo e infecundo
en el que no germina ni aun maleza?
Imagen es cabal de la pereza,
como el estéril o funesta al mundo.

   Trabajar es vivir, desde el profundo  5
volcán que alimentó naturaleza,
hasta el gusano ruin, cuya destreza
labra un alcázar en el lodo inmundo,

   todo se agita, y en provecho o daño
del mísero mortal su fuerza mueve,  10
obedeciendo a su destino extraño.

   Quien es ley a quebrantar se atreve,
preso en las redes de su propio engaño,
al hombre usurpa lo que al hombre debe.






A la cascada La Caprichosa


   A tu arrullo gentil me dormí un día,
y parecióme en sueños ver un hada
que, del agua y del cielo enamorada,
desde el cielo entre espumas descendía.

   Alfombra era a su planta la onda fría,  5
túnica de su cuerpo la enramada,
y de su sien corona regalada
la nube que en sus pliegues la envolvía.

   Pronto volví del éxtasis divino;
mas de nuevo admirando tus cambiantes,  10
tu regia pompa y tu feliz destino,

   trocose en realidad el sueño de antes,
y el hada que me ocultas adivino
detrás de su aderezo de brillantes.






Después de una enfermedad


   ¡Máquina miserable y quebradiza,
esta que adora la miseria humana!
Bronce y hierro parece a la mañana,
y es a la tarde escorias y ceniza.

   Cuando la juventud la vigoriza  5
de realizar milagros corre ufana;
luego el choque menor la desengrana,
y el aire más sutil la paraliza.

   ¡Cuerpo, vencido estás! ¡Gratos antojos,
placeres, apetitos, devaneos,  10
morded de la materia los cerrojos;

   y olvidando victorias y trofeos,
quede solo en el alma y en los ojos
la semilla inmortal de los deseos!






Remenbranza


   -¡Tuya o de Dios!- con infantil denuedo
de hito en hito mirándome decía.
-¡mía, prenda del alma, siempre mía!-
le contestaba yo casi con miedo.

   El viento que murmura triste y ledo  5
de su voz me repite la armonía;
ella ya no está aquí, Dios la quería,
y ni llorar su desventura puedo.

   Viva, del tiempo la inflexible mano
desvanecido hubiera poco a poco  10
aquel amor, que guardo en mi memoria:

   Muerta, la tierra me la oculta en vano,
y aún con mis labios trémulos la toco
cuando penetro en sueños en la gloria.






Oyendo un reloj


   ¿Qué me quieres decir? ¿Por qué en mi oído,
vibrando con sonora campanada,
ya remedas alegre carcajada,
ya finges melancólico gemido?

   ¿Lloras acaso el tiempo que he perdido  5
corriendo tras la gloria suspirada,
o es que al mirarme al borde de la nada
a risa te provoca mi descuido?

   ¡Autómata infeliz, sigue adelante!
Naciste esclavo, y de tu suerte impía  10
llevas la marca impresa en el semblante.

   ¿Y quien de verte libre gozaría,
si al placer arrebatas el instante
y das la eternidad a la agonía?






En la muerte de S. M. la reina Mercedes de Orleans


   Fue su hermosura su menor encanto;
de la virtud y el bien destello vivo
apagóse cual astro fugitivo
en el profundo mar de nuestro llanto.

   Sólo un instante bajo el regio manto  5
vivir pudo su espíritu cautivo,
que de otro amor más fuerte y más activo
oyó en el cielo el misterioso canto.

   ¡Para reinar nació! Mas no en la tierra
donde combaten con tenaz porfía  10
los vivos y los crímenes en guerra.

   ¿Qué hubiera sido aquí? Reina de un día;
hoy tras la tumba que su cuerpo encierra
¡Ya en el trono estará que merecía!



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