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ArribaAbajoBaralt, Rafael María

Maracaibo (Venezuela). 1819 - Madrid. 1860

Establecido en España, Sevilla, desde 1843 después de su paso por París, acabó en Madrid y adoptó la nacionalidad española. Colaboró con Alberto Lista en La Floresta Andaluza. Académico de la Lengua. En 1960 se publicaron sus Obras Completas.




A Dios


   Perlas son de tu manto las estrellas;
tu corona los soles que al vacío
prendió tu mano, y de tu imperio pío
espada y cetro al par son las centellas.

   Por el éter y el mar andas sin huellas;  5
y cuando el huracán suelta bravío
sus mil voces de un polo al otro frío,
con tu voz inmortal sus labios sellas.

   Doquiera estás; doquier llevan tu nombre
mares, desiertos, bosques y palacios,  10
cielos y abismos, el animal, el hombre.

   Aunque estrechos la mente y los espacios
te llevan, ¡oh Señor!, sin contenerte;
te adoran, ¡oh Señor!, sin conocerte.






El mar


   Te admiro, ¡oh mar!, si la movible arena
besas rendida al pie de tu muralla,
o si bramas furioso cuando estalla
la ronca tempestad que al mundo atruena.

   ¡Cuán majestuosa y grande si serena!  5
¡Cuán terrible si agitas en batalla,
pugnando por romper la eterna valla,
con cólera de esclavo tu cadena!

   Tienes, mar, como el cielo, tempestades;
de mundos escogidos, prodigiosa  10
suma infinita que tu mole oprime.

   Y son tu abismo y vastas soledades,
como imagen de Dios, la más grandiosa;
como hechura de Dios, la más sublime.






A la señorita venezolana Teresa G.


   Si del Guaire gentil en la ribera
naciste ufana entre risueñas flores,
y sus plateadas ondas los ardores
del sol templaron en tu edad primera.

   Si allí constante daba primavera  5
a tus tersas mejillas sus colores;
si todo te reía, si de amores
en torno a ti brillaba la pradera.

   ¿Por qué luego, del Betis seducida,
la maternal orilla abandonaste,  10
prefiriendo el extraño al propio cielo?

   Vuelve, Teresa, a do empezó tu vida,
o pagando el amor que me inspiraste,
dame una patria en el hispano suelo.





POETA:


   El ardor que me inflama, niño avieso,
a Celia ingrata justiciero inspira,
tu dios, ella mujer, y no te aira,
verla ostentar el corazón ileso.

CUPIDO:


   Lleva con gloria de tu amor el peso,  5
y en tan grande ocasión pulsa la lira.
¿No es sublime el dolor que a Safo inspira
el canto no mortal, en bronce impreso?

POETA:


   De intentar el gran salto no respondo,
ni de vate llorón, quiero yo estado,  10
fugitivo andaré. ¿Dónde me escondo?

CUPIDO:


   Emprende ufano entre celestes flores.
Y en tanto muero de tu luz privado;
que no verte es morir ídolo amado.






Imprecación al sol


   ¡Rey de los astros, eternal lumbrera,
del vasto mundo, fecundante llama
que al hombre, al bruto, al vegetal inflama,
y luz, vida, y amor vierte do quiera!

   Por ti se rige la anchurosa esfera;  5
el jilguero feliz trina en su rama;
brilla el rocío, y su caudal derrama,
de flores coronada, primavera.

   ¿Por qué, cual barro vil, inerte y ciego,
al malvado y al justo igual concedes  10
tus rayos de oro, tu esplendor, tu fuego?

   ¡Oh! La luz celestial, al bien propicia,
si severa castiga, da mercedes;
pues Dios no es la Igualdad: es la Justicia.






A Alberto Lista


   ¡Bien haya la piedad que augusta ofrenda
de oliva y lauro a tu inmortal memoria
justiciera dedica y tu alma gloria
a las celestiales musas encomienda!

   ¡Que en la patria infeliz acaso encienda  5
espíritu vital tu clara historia
y trueque en oro nuestra vil escoria,
llama de honor, que de virtud sea prenda!

   Mas no será; que envejecida España
varones como tú ya no concibe,  10
ni en fecunda labor produce un hombre.

   Murió la ínclita edad, ni héroe, ni hazaña
la presente enaltece, y triste vive
sin amor y sin fe, sin Dios, sin nombre.






Contestando a una invitación


   No niego la costumbre: menos niego
su fin estomacal, su origen santo,
ni el alto rito que con dulce encanto
nos convida de Pascua el grato juego.

   Entre pavo y jamón; al vivo fuego  5
que enciende el vino, repitiendo el canto
del vate alegre, y de una hermosa en tanto
cumpliendo el gusto, adivinando el ruego.

   Mas sin que pueda el que con fiebre yace,
dado al demonio, en maldecida cama  10
oler siquiera la exquisita cena.

   Al Parnaso con ella. Cristo nace:
adoradle y comed. la mesa os llama:
sois cristiano de pro, y es Nochebuena.






A Dios


   Cielos, orbes y abismos reverentes
narran tu gloria, ¡oh Dios!, y tu grandeza;
y ante el sol inmortal de tu belleza
postran los santos las radiosas frentes.

   Materia y forma, especies y vivientes  5
sacaste a luz con próvida largueza;
y bebe, sin cesar, naturaleza
copiosa vida en tus eternas fuentes.

   Diste al hombre tu imagen, y un destello
es su razón de tu razón sublime,  10
con que pusiste al gran prodigio el sello;

   pues sólo aquel es digno de adorarte
que en libre estadio el pensamiento esgrime,
y libre puedo, aunque en error, negarte.






A la Santa Cruz


   Fuiste suplicio en que a morir de horrenda
muerte de oprobio y de dolor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

   Y ora, contrito, religiosa ofrenda  5
de amores rinde ante tus pies el mundo
y de ti brota en manantial fecundo
consuelo al justo, al pecador enmienda.

   ¿Por qué trocado tu baldón en gloria,
y en júbilo por qué tu pesadumbre,  10
y en santo libro tu infernal historia?

   Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su amor inextinguible lumbre.






Otra versión del mismo


   Suplicio fuiste en que a morir de horrenda
muerte afrentosa y con valor profundo
el hombre a sus esclavos, iracundo,
en su justicia condenó tremenda.

   Purificada por Jesús, ofrenda  5
de amor y cultos te consagra el mundo;
y hallan en ti consuelo el moribundo,
el justo premio, el pecador enmienda.

   ¿Por qué trocados tu baldón en gloria,
en dulce libertad tu servidumbre,  10
en santo libro tu infernal historia?

   Porque el Venido de la excelsa cumbre
dejó en tus brazos su feliz memoria,
y de su empírea majestad vislumbre.






Al mismo asunto


   Alto Portento del amor divino
tus oprobios, ¡oh Cruz!, torna en blasones
y el suplicio de esclavos y ladrones
de Dios a la mansión abre el camino.

   Lábaro fuiste al magno Constantino  5
y por ti victoriosas sus legiones
anunciaron a pueblos y a naciones
nueva luz, nuevo altar, nuevo destino.

   Entre cielo y tierra lazo fuerte,
del orbe antorcha, de la historia guía  10
en quien eterna la verdad reposa;

   cuando vive y respira vendrá a muerte;
Tú con Jesús en el postrero día
asistirás triunfante y gloriosa.




Luzbel en la redención




I


   Muere Jesús y al punto estremecida
siente crujir la esfera su cimiento;
enmudece la mar, párase el viento;
viste de luto el sol su luz querida.

   Los muertos en sus tumbas por la vida  5
asaltados se ven, y hondo lamento
mustia levanta al alto firmamento
la tierra toda en su Hacedor herida.

   Del redentor la sangre gota a gota
se derrama en Luzbel, y su tortura  10
descubre y su terror así el precito.

   Nunca, ¡oh Dios!, el hombre agota
tan sólo mi dolor por siempre dura
inmortal como tú, cual tu infinito.




II


   Y una voz le responde: «En medio al coro
de los benditos ángeles un día,
tu belleza sin par resplandecía
como en lóbrega noche ígneo meteoro.

   Fugaz como él, riquísimo tesoro  5
perdió de gracia y luz tu rebeldía;
y el que al trono de Dios cortejo hacía
bajo al abismo en sin igual desdoro.

   Allí tu reino; allí de tu delito,
y del antiguo honor cruda memoria:  10
allí eterno dolor, eterno llanto.

   De tu rabia feroz vano es el grito:
venció la cruz, y su inmortal victoria
para el hombre es salud, para ti espanto.




III


   Ni de sangre siquiera horrible llanto
en los ávidos ojos embargada
yace la lengua, y al feroz mirada
fija y sin luz, rebela su quebranto.

   Así en presencia del Madero Santo,  5
su primera sentencia renovada
oye Luzbel, y con la faz velada
lloran los justos infortunios tanto.

   Blasfemando de Dios alzan empero
«Derribaré la Cruz, dice, y triunfante  10
en trozos mil la arrojaré al profundo...»

   Mas, ¿cómo ¡ay me!, sin arrancar primero
de sus eternos quicios de diamante
al alto cielo, el anchuroso mundo?






La redención


   Cuando del pecho en la garganta helada
sube de Cristo el postrimer aliento,
para los orbes su feliz concento
y absortos miran la fatal jornada.

   Del impío Lucifer en la morada  5
suena aquel grito en tremebundo acento
y el rayo vengador penas sin cuento
fija en su mente de terror postrada.

   Mas luego alzando la incendiada frente
de sierpes nido y de furor insano:  10
«¿De qué os sirviera maldecida gente,

   la fruta de Eva, que os brindó mi mano?
Dijo y bramando, en su dolor profundo,
al Dios maldice Redentor del mundo.






Adán en la redención


   Cuando al morir Jesús, en su cimiento
retiembla el orbe, y con fragor y susto
se abren las tumbas, soñoliento, adusto,
Adán en pie se pone al caso atento.

   Mira absorto en redor, mira al portento,  5
e inquiere con afán quien es el justo
que en medio a chusma vil, sublime, augusto,
así se ofrece en sacrificio cruento.

   Sábelo, en fin, y al punto la rugosa
frente, y el rostro, y los cabellos canos,  10
con rudo brazo arrepentido hiere.

   Y mostrando la Cruz, dice a la esposa:
«Yo recibí la muerte de tus manos,
y Él por tu culpa y por mi culpa muere.»






A la muerte de Judas


   De su traición el peso infame a tierra
Judas arroja, al árbol se abalanza
y de un ramo oscilando el cuerpo lanza
pendiente al lazo que su cuello cierra.

   El alma en su prisión, contra sí en guerra,  5
se agita y ruge y blasfemando alcanza
los cielos aterrar y de esperanza
hendir el antro en que Luzbel se encierra.

   De su cárcel al fin sale bramando;
y entonces la justicia, en la inocente  10
sangre de Cristo el índice empapando,

   al Gólgota la arrastra y en su frente
sentencia escribe de penar eterno
y, vuelto el rostro, lánzala al infierno.






A una señorita con motivo de haber entrado en religión


   En la cándida frente el sacro velo
muestras como señal de la victoria
que sobre el mundo y su falaz memoria
consiguió tu virtud, hija del cielo.

   Así burlaste mi amoroso anhelo  5
palma inmortal labrándote de gloria;
cuando, ausente de ti, será mi historia
llamarte en vano y sin cesar con duelo.

   ¡Espíritu feliz! de la clausura
del cuerpo desatado, alegre, altivo,  10
libre de tu prisión miras la altura;

   Mientras con mi pasión el alma enclavo
en este oscuro suelo, donde vivo
del ya imposible amor mísero esclavo.






A Simón Bolívar


   Él fue quien fulminando el hierro insano
recorrió de Colón el ancho mundo,
dejando en pos de sí surco profundo,
de gloria y triunfos su potente mano.

   Truena su voz del uno al otro océano  5
y libertad en manantial fecundo
brotó la tierra que secó iracundo
el hado injusto del valiente hispano.

   Cinco naciones, que formó su espada,
sacra aureola de perpetua lumbre  10
a la radiante frente le ciñeron.

   Y al ver la antigua afrenta ya vengada
de los soberbios Andes en la cumbre
las sombras de los incas sonrieron.






Otra variante


   Fiero en la lid y en la victoria humano
fuiste, ¡oh Bolívar!, salvador de un mundo,
nuevo Colón, cuando del mar profundo
de servidumbre le sacó la mano.

   Clavado al asta el pabellón, en vano  5
tormenta y rayos contra ti iracundo
lanzó un tirano en la maldad fecundo:
lo quiso el cielo y sucumbió el tirano.

   Y las naciones que fundó tu espada
sacra aureola de perpetua lumbre  10
a la frente radiosa te ciñeron.

   Y al ver la antigua afrenta ya vengada,
de los soberbios Andes en la cumbre
las sombras de los incas sonrieron.






A la batalla de Ayacucho


   ¡Mudo EL cañón, del campo fratricida
el suelo en sangre tinto; la bandera
que triunfadora el orbe recorriera,
por española menos abatida!

   ¡Oh Pizarro! ¡Oh dolor! Si aquí blandida  5
tu centelleante espada reluciera,
del mundo de Colón señora fuera,
no de mis propios hijos, ¡ay!, vencida.

   Así, sobre los Andes, real matrona,
el manto desprendido, adusto el ceño,  10
con llanto de furor su mal pregona.

   Y al ver un mundo en manos de otro dueño,
a la vencida tropa, por desdoro,
lanza en pedazos mil el centro de oro.






A Cristóbal Colón


   ¿Quién La fiereza insulta de mis olas?
¿Quién del rumbo apartado y de la orilla,
entre cielos y abismos hunde la quilla
de tristes naves, náufragas y solas?

   Las banderas triunfantes que enarbolas,  5
en la mojada arena con mancilla
miedo al mundo serán, no maravilla
y el casco de tus naves española.

   Rugiendo el mar clamó; pero sonora
¡Colón! dijo una voz, y al fuerte acento  10
inclina la cerviz, besa la prora.

   Cruje el timón, la lona se hincha al viento
y, Dios guiando, el nauta sin segundo
a los pies de Isabel arroja un mundo.






Al nacimiento de la Princesa de Asturias


   ¡La Reina es madre! Venturoso día
luce por fin en el Oriente hispano:
présago de salud, con hondo arcano
a Trono y Pueblo el Hacedor le envía.

   Cesa la guerra; la Discordia impía  5
huye al profano; y del bifronte Jano
cerrado el templo, con augusta mano
la regia prole a la virtud nos guía.

   Y la patria revive; árbitro y dueño
es de la tierra; y su blasón divino  10
brilla otra vez con inmortal hazaña.

   Ángel querido, así al mirarte, el ceño
la suerte depondrá, y alto destino
de honor y gloria labrarás a España.






A S. M. la reina doña Isabel II


   Vierte tu sangre con furor insano
horrendo crimen, y al trocar la tierra
fecundiza tu sangre cuanto encierra
de sublime y heroico el pueblo hispano.

   Te protege el Señor; por él, en vano  5
tu cuna de oro contrastó la guerra;
y del puñal, que a tu valor no aterra,
más grande y bella te guardó tu mano.

   Así tras noche tenebrosa y fría
al sol más puro que el rosado Oriente  10
con acrecido amor saluda el hombre;

   Y la belleza al contemplar del día,
del sumo Dios con pasmo reverente
saluda humilde el infernal renombre.






A un plagiario


   Tranquilízate, amigo, tus escritos
libres están de crítica y censores;
pocas habrá de clásicos autores
quien, docto y fiel, no los aplauda a gritos.

   Conviene de buen grado los peritos  5
en llamar a tus versos lindas flores
y añaden que recuerdan sus olores
a nuestros padres del Parnaso invictos.

   Yo de mí sé decir que a Garcilaso.
León, Rioja, en tus escritos veo  10
y también a la estrella sin ocaso.

   Divino Herrera, el hispalense Orfeo,
¿Mas que mucho bribón, si a cada paso
sus versos copias y sus versos leo?






A un ingenio de estos tiempos


   Soy incapaz, Ernesto, de engañarte:
adoro la verdad, que el bien inspira,
y contra el vicio de falaz mentira
hay en mi corazón firme baluarte.

   Ernesto, Ernesto, el corazón me parte  5
tu inútil afanar: rompe la lira
de tus cuerdas flojas «tu razón delira;
te falta inspiración; no tiene arte.»

   Pero sírvate al menos de consuelo
que, si ascender no puedes la escabrosa  10
cumbre del Pindo en tu cansado vuelo,

   tienes en tus escritos una cosa
mira si de franqueza soy modelo,
peor aún que tus versos... y es tu prosa.






A una tonta


   Nadie lo niega, Elisa, y yo el primero,
si alguno lo negara, lo diría:
todo en tu cara hermosa es simetría;
cada cual de tus ojos un lucero.

   Y nada excede en garbo al hechicero  5
talle gentil, ni en noble bizarría
la cadera, que al sesgo se desvía
y columpia amoroso el pie ligero.

   Nadie lo niega, hermosa, y quien delira
por tu albo seno que al placer provoca:  10
quien, tu cuello al mirar, tiembla y suspira,

   pero hay dos gracia sen tu linda boca
que el mundo sabio, sobre todo admira:
tu charla eterna, y tu reír de loca.






Al sol


   Mares de luz, ¡oh sol!, en la alta esfera
derrama triunfador tu carro de oro
y la vencida luna con desdoro
su antorcha apaga ante su inmensa hoguera.

   Y el águila de rayos altanera  5
hasta el cielo a buscar va su tesoro;
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

   Y la tierra y el mar y el claro cielo
penetrados por ti hierven de amores  10
cual de su esposo al fecundante anhelo.

   ¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.






Variante del anterior


   Mares de luz por la sonante esfera,
triunfador de la noche, el carro de oro
lanza del sol, y su perenne lloro
suspende el mundo y su aflicción severa.

   Dichosa al firmamento va ligera,  5
cual despedida flecha audaz condoro,
y esparce al viento su cantar sonoro
del umbroso pensil ave parlera.

   Y la tierra y el mar y el claro cielo
en alegre bullir hierven de amores,  10
cuando fecundo el luminar su vuelo.

   ¿Quién la lumbre te da? ¿Quién los ardores?
El ser a quien tu luz, que nos asombra,
es fuego sin calor, es mancha, es sombra.






El viajero


   Ave de paso que vagando gira
de nación en nación, de gente en gente
y de su amor y de su nido ausente
hoy llora aquí, mañana allí suspira.

   Rama infeliz que el ábrego en su ira  5
del almo tronco desgajó inclemente;
pobre arroyuelo que de ignota fuente
fluye gimiendo y en la mar espira.

   Ausente así del caro patrio suelo,
afanosa busco mi edad florida  10
para el alma un amor y mis amores.

   Tormentas fueron y furor del cielo.
Gocen otros el bien: que yo en la vida,
abeja de dolor, libo dolores.






A Sevilla


   Deja los juegos ya; deja de amores
la liviana canción que te adormía
con blando arrullo en la ribera umbría
del Betis claro, entre galanas flores.

   Ya probaste del arte los ardores  5
y al ronco son de bélica armonía
lidiar supiste en temeroso día,
ganar laureles, merecer loores.

   Ciñe pues, a tu frente la corona
de inmarcesible lauro con que el cielo  10
de potente y de justo en ti blasona.

   Y ya libre del yugo el patrio suelo
por tu esfuerzo feliz, lleva a Helicona
de más noble cantar el raudo vuelo.






La bombardeo de Barcelona en 1843


   De un eco en otro sordo retumbado
el rayo que en Monjuich hórrido suena,
de las precitas playas en la arena
pavor infunde al renegrido bando.

   El ay de Barcelona memorando  5
también allí tristísimo resuena:
más que los gritos del averno atruena
venganza a Dios en su dolor clamando.

   Cuando sentado en la Tarpeya roca
Nerón miraba como Roma ardía,  10
y con sus cantos celebraba el fuego.

   Eterno emblema a la arrogancia loca
de los tiranos se ofreció, que impía
del popular martirio se hace un juego.






A la memoria de don Alberto Lista y Aragón


   ¡Levanta de tu tumba, oh de la hispana
ilustre juventud émulo guía!
¡Tú a cuya voz absorto detenía
Betis sagrado el onda soberana!

   ¡Tú a quien Minerva de su oliva, ufana,  5
la noble frente coronaba un día
y el rubio Apolo del laurel ceñía
que en la pompa circense el vate gana!

   ¡Vives, sí, vives; de esplendor vestido
templo el mundo a tu fama es dilatado  10
y altar augusto la marmórea losa!

   ¡Alce otra vez tu plectro el gran sonido,
y en hombros de las Musas levantado,
sube triunfante a la mansión gloriosa!






Al mismo asunto


   ¿Por qué tristes, gemís, y en desconsuelo
amargo al corazón brota los ojos
ardiente llanto de dolor y enojos,
vestida el alma en funerario velo?

   ¿Impía querella enderezáis al cielo?  5
¿La escala de Jacob cubrís de abrojos
y ante míseros restos y despojos
por ella a Dios no levantáis el vuelo?

   ¡Oh ciegos, que no veis como en profundo
gozo bañada el ánima del vate  10
sube, y radiante, a la mansión de gloria!

   Su patria es ella; su prisión el mundo:
aquí, en la vida, desigual combate;
allí, en la muerte, sin igual victoria.






Al señor Conde de San Luis


   Sublima al cielo la sagrada frente
el poderoso; a su anhelar estrecho
es el ámbito patrio; al pie del lecho
encadenada la fortuna siente.

   Vuelo a mirar... y el héroe prepotente  5
por tierra está como ídolo deshecho
al gran soplo de Dios, y el áureo techo
guarida es de traición y odio furente.

   ¡Oh mengua del poder y su pujanza!
hoy sella el labio, en su defensa mudo,  10
el que ayer le ensalzó de zona en zona.

   Y muriera sin gloria y sin venganza,
si amigo el Arte no le diera escudo
y de oro y lauro su inmortal corona.





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