Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoMitre, Bartolomé

Buenos Aires (Argentina). 1821 - 1906

Llegó a ser Presidente de la República Argentina. Escritor. Periodista.




A la América


   Por las fieras hambrientas perseguido
cruza indómito potro las llanuras,
y amarrado con fuertes ligaduras
en sus hombros Mazzepa va tendido.

   Por la carrera al fin desfallecido  5
el bruto cae sobre las breñas duras,
y libre de sus recias ataduras,
Mazzepa se levanta rey ungido.

   Así América gime entre cordeles
al rudo potro colonial atada,  10
seguida por la jauría de lebreles,

   y exánime, y sangrienta y lacerada
corre, cae, se levanta, y de laureles
resplandece su frente coronada.




ArribaAbajoMolina, Juan Ramón

Comayagüela (Honduras). 1875 - San Salvador. 1908




Soneto


   Esquivando miradas indiscretas,
por oscuros y negros callejones,
al fin logré llegar a tus balcones
cargados de oloríferas macetas.

   ¡Cuántas pláticas dulces y secretas  5
llenas de juramentos e ilusiones,
tuvimos en aquellas ocasiones
al voluptuoso olor de las violetas!

   ¿En dónde estás, oh casta Margarita,
que en mi azarosa juventud lejana  10
me concediste la primera cita?

   Te evaporaste como sombra vana,
y hoy, hecha polvo tu feliz casita,
se ignora dónde estuvo tu ventana.




Sursum


   No nos separaremos un momento
porque -cuando se extingan nuestras vidas-
nuestras dos almas cruzarán unidas
el éter, en continuo ascendimiento.

   Ajenas al humano sufrimiento,  5
de las innobles carnes desprendidas,
serán en una llama confundidas
en la región azul del firmamento.

   Sin dejar huellas ni invisibles rastros,
más allá de la gloria de los astros,  10
entre auroras de eternos arreboles,

   a obedecer iremos la divina
ley fatal y suprema que domina
los espacios, las almas y los soles.




La araña


   Ved con que natural sabiduría
las finas hebras a las hojas ata,
y una red teje de fulgor de plata
que la infeliz Aracne envidiaría.

   Mas si el viento soplante con porfía  5
la prodigiosa tela desbarata,
vuelve otra vez a su labor ingrata,
y una malla más tenue alumbra el día.

   Hombre, que tus empresas no coronas
porque al primer fracaso o desperfecto  10
a un estéril desmayo te abandonas;

   ten de tu vida y tu rigor conciencia,
y aprende al ver el triunfo de ese insecto
una lección sublime de paciencia.




Péscame una sirena


   Péscame una sirena, pescador sin fortuna,
que yaces pensativo del mar junto a la orilla.
Propicio es el momento, porque la vieja luna
como un mágico espejo entre las olas brilla.

   Han de venir hasta esta ribera, una tras una,  5
mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,
y cantarán en coro, no lejos de la duna,
su canto, que a los pobres marinos maravilla.

   Penetra el mar entonces y coge la más bella,
con tu red envolviéndola. No escuches su querella,  10
que es como el aleve de la mujer. El sol

   la mirará mañana entre mis brazos loca,
morir bajo el divino martirio de mi boca,
moviendo entre mis piernas su cola tornasol.




ArribaAbajoMolina, Luisa

Matanzas (Cuba). 1821 - Sabanilla del Encomendador (Cuba). 1887

Poeta.




Amor ideal


   ¡Imposible! No puede su dulzura
retratar mi pincel, ni hallo colores
que coloren y adornen mis amores,
ni contornos que pinten su figura.

   Está clara, perfecta, dulce y pura  5
en mi mente su imagen entre flores,
y no hay voces, suspiros, ni rumores
que remeden su acento y su ternura.

   Él no existe, ¡ay de mí! sobre la tierra,
y aunque la luz de mi razón reclamo,  10
en mí vive este amor, y me da guerra.

   Mi consuelo, mi bien, así le llamo;
una heroica lealtad mi pecho encierra,
y un ardor y un suspiro es lo que amo.




ArribaAbajoMolina Vigil, Manuel

Honduras. 1853 - 1883

Poeta hallado en Internet.




Te amo aún


   Hubo un tiempo ¿recuerdas? que a tu mano
estrechaba la mía tiernamente;
hubo un día, es verdad, que allá en tu frente
mi ardiente labio se posaba ufano.

   ¿Quién me dijera entonces que cercano  5
estaba el fin de nuestro amor vehemente,
y que a tu corazón indiferente
mi corazón invocaría en vano?

   Embriagado en tu rostro, yo creía
eternas tu pasión y mi ventura;  10
pero al fin de olvidarme llegó el día;

   se extinguió de tu amor la llama pura,
y hoy miras impasible mi agonía
y yo adoro en silencio tu hermosura!




ArribaAbajoMontagú, Guillermo de

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




El encuentro


   Hermano, aguarda. Quiero descansar a la sombra
del árbol milenario. Ya encontré en el camino
el báculo amoroso que ayuda al peregrino
a rendir su jornada. Aquí, sobre la alfombra,

   que bordan esmeraldas y violetas, espero.  5
Bajo el manzano arrulla sosegada una fuente.
Deja que purifique su frescor transparente
mis plantas de la sangre y el polvo del sendero.

   Hermano, marcha solo. Un ensueño apacible
encadena mi espíritu al árbol milenario.  10
Hay un nido en las ramas y un ave que se queja.

   Ya no temo el cansancio. Ya me siento invencible.
¡Porque he visto al abrigo de un techo hospitalario,
asomarse la vida, sonriendo, a una reja!




II


   Serenamente casta, la paz de su belleza,
tiene ese dulce encanto que redime y cautiva.
No sabe de rubores su inconsciente pureza,
ni sabe ser su amable sinceridad esquiva.

   No provoca su carne las hambres del pecado  5
sino el místico anhelo de la santa ternura.
Nunca sus labios rojos el amor ha besado,
ni en su seno de virgen palpitó el ansia impura.

   Sus miradas tranquilas, de la madre y la esposa
tienen la mansedumbre espiritual y quieta  10
que sana las heridas y extingue todo fuego;

   y en su caricia fulge la llama misteriosa
de esas lámparas suaves que en la noche discreta
sobre el hogar derraman claridad y sosiego.




III


   Nos pusimos de acuerdo sin habernos hablado.
Cada uno esperaba ya al otro; de tal modo
que fue nuestro saludo la vuelta del pasado,
y cuando nos miramos, lo sabíamos todo.

   Así, sencillamente, bajo el árbol divino  5
se celebró la misa de nuestros esponsales.
Junto a la humilde fuente nos bendijo el Destino
y un diluvio de rosas floreció en los rosales.

   Y después... comulgaron unidas, en la sombra
nuestras dos almas sobre la perfumada alfombra;  10
y, descifrando el viejo secreto de la vida,

   a través de la noche silenciosa, emprendieron
la marcha lentamente... hasta que se perdieron
en el santo refugio de la paz escondida...




ArribaAbajoMonte, Domingo del

Maracaibo (Cuba). 1804 - Madrid. 1853

Estudió Leyes en la Universidad de La Habana.




Los celos


   Son los celos, Belinda, infierno ardiente
de odios, rabia, rencor y cruda ira:
¡infelice del hombre que los mira,
cual yo, en su pecho, y sus furores siente!

   No entonces, ¡oh Belinda! tiernamente  5
mi perdida razón tu gracia admira:
entonces te detesto, y no respira
más que venganzas la ofuscada mente.

   Bárbaro entonces, con puñal recibe
tus miembros bellos con placer rasgara,  10
tu corazón buscando aborrecible...

   Estos los celos son: si no probara
el amado tormento tan temible,
¿cuál dicha a la de amor se comparara?




ArribaAbajoMonte, Félix María del

Santo Domingo (R. D.). 1819 - 1890

Poeta hallado en Internet.




A la noche


   Un tiempo con ador por ti anhelaba,
tu sosegado imperio apetecía
y en él, junto a la hermosa amada mía,
tus horas entre el júbilo contaba.

   Si amante Diana su Endimión buscaba  5
y con plateados rayos nos hería;
si allá a lo lejos céfiro gemía
o el mar en la ribera rebramaba,

   eres hermosa ¡oh noche! Mi divina
idolatrada Flérida presente,  10
la majestad te daba que perdiste.

   ¿Qué dices hoy al corazón? Mezquina
luce la luna, miro indiferente
el tachonado manto que te viste.




ArribaAbajoMonte, Ricardo del

Matanzas (Cuba). 1828 - La Habana. 1909

Poeta, periodista, escritor y crítico.




Vida del arte


   El jardín de Verona, el balconaje
enramado de verde filigrana;
la niña, presa de pasión temprana,
suelto el cabello y desceñido el traje.

   El granado inmortal que su follaje  5
con flor y estrellas rojas engalana;
tardío ruiseñor o alondra ufana
trinando en la penumbra del paisaje;

   duran sin caducar, y confundiendo
con la ideal efigie de Julieta  10
su deleznable realidad, reviven.

   ¡Oh torpe que te engríes presumiendo
escarnecer los sueños del poeta,
tú morirás. Sus sueños sobreviven!






Comentando a Argensola


   De siglo en siglo el lastimero grito
de la conciencia universal resuena:
¿por qué tantos delitos sin condena?
¿por qué tantos suplicios sin delito?

   Vano clamor, se apaga en lo infinito  5
como el fragor del piélago en la arena;
nada responde a la razón serena
la ciencia nueva o el vetusto Mito.

   Y en tanto que el espíritu en la muda
inmensidad del ideal explora  10
y busca y busca el centro de las almas,

   se mece, antorcha sepulcral, la Duda
sobre el abismo que a la par devora
manos inicuas y triunfantes palmas.






Edén perdido


   Sobre la yerba del jardín lozana
dejan caer sus pétalos las rosas,
llueve el jazmín estrellas olorosas,
dobla el clavel su pabellón de grana.

   Dora el ambiente el sol de la mañana,  5
pero en las enramadas silenciosas
para nadie se esparcen deliciosas
mieles y aromas de la Flora indiana.

   ¡Qué lujo de fragancia y de colores
pródiga quiere malgastar Natura,  10
difunto el dueño, en su jardín desierto!

   ¡Ay! para mí más lástima, Dolores,
sentir junto al Edén de tu hermosura
venda en los ojos y en mi pecho un muerto!




Cleopatra y Marco Antonio




I


   La reina de los frívolos antojos
en el festín con báquida apostura
se levanta. Pasión, fiebre y locura
arden en los abismos de sus ojos.

   Manda, y la nubia esclava ya de hinojos,  5
en almirez de pórfido tritura
la regia perla. El polvo que fulgura
del vino escarcha los reflejos rojos.

   -Quiero, Antonio, brindar- dijo, en el suave
néctar de Clío revolviendo, altiva,  10
la más preciada perla de su erario.

   -¡Qué mis culpas de amor la muerte lave,
y Cleopatra en gloria así reviva
blanca y perenne como el mármol pario!




II


   Clama Antonio: ¡No más! -Cleopatra ansía
todo el vaso apurar, mas él la impide,
y apartando la espléndida clamide,
ase el cáliz de rica orfebrería.

   -Porque tu fe perdure sin falsía  5
más que ese olor que el ánfora despide,
que me dejes beber mi amor te pide
esa mitad que por derecho es mía.

   Fundiste la mejor joya del orbe
en el licor que Anacreonte amaba  10
y que en sus versos destiló su aroma.

   ¡Regio regalo! Mas tu copa hoy sorbe
más, algo más: mi gloria que aquí acaba,
y la silla imperial que pierdo en Roma.




Mi barquera




I


   Lleva en la mano un arpa laureada
y cíngulo de estrellas en la frente;
vaga en el éter y su huella ardiente
deja inmortales formas en la nada.

   Tiende el velo de Maya y hechizada  5
la Realidad transfigurar se siente.
Bebe del alma, un vino fervescente
la escancia que sus penas anonada.

   ¡Ah! vuelve a mí tus ojos, Poesía,
y el jugo suave de la flor del loto  10
vierte en el cáliz que me diste un día,

   ahora de acíbar rebosante y roto.
¡Sirena, ven; y la barquilla mía
lleva cantando, a su ancladero ignoto!




II


   Serenamente la barquilla mía
surca en el mar su fijo derrotero;
boga al Ocaso el lánguido remero,
y ya le alumbra Véspero la vía.

   Siento acercarse tenebrosa y fría  5
la noche sin mañana y si lucero.
¡Oh, tú la maga de mi amor primero,
baja a mi barca para ser su guía!

   ¡Adiós, cielos sin sol, campos sin rosas,
y adiós también, infieles compañeras,  10
Razón y Fe, Sibilas engañosas!

   Barquera, ven. Tus notas plañideras
me lleven por escalas melodiosas
al concierto de amor de las esferas.






Don Quijote


   ¡Sí! vive aún; y escuálido campea
erguido sobre el magro Rocinante;
y al malandrín, al mago y al gigante,
provoca lanza en ristre a la pelea.

   Virtud y honor aún bullen en la idea  5
que el brazo armó del caballero andante;
casta ilusión sonríele distante:
pura, invisible, intacta Dulcinea.

   ¡No morirá! La humana carnadura
tierra es no más; pero el viviente emblema,  10
forma sin cuerpo, de la mente hechura,

   escultura ideal, plástico esquema,
sueño del genio, incorruptible dura
si acude el arte con la unción suprema.






Sancho


   ¿Tú también vivo, Sancho, el escudero
panzudo y comilón, chusco y ladino?
¿Y de la gloria el elixir divino
tus venas hinche y tu magín grosero?

   Juntos los dos: delante el caballero,  5
tú a la zaga montado en tu pollino;
él, absorto en su heroico desatino,
tú riendo zumbón y majadero.

   Así van juntas, la trivial Cordura
siempre discorde, y la ideal Quimera  10
de su importuna sombra perseguida.

   ¡Emblema triste es, Sancho, tu figura!
Del alma pura la Materia asida,
de la Ilusión, la Realidad rastrera.






El habla de Cervantes


   ¡Pueblos, en ambos mundos moradores,
que la que fue de América señora
con su genio y su sangre bullidora
crió, de inquietos padres sucesores;

   guardad su lengua henchida de primores,  5
como el diamante límpida y sonora
como clarín de oro y que atesora
fuerza, esplendor, esmaltes y colores!

   Roto el yugo que esclavos nos uncía,
sea -libres ya y hermanos como antes-  10
la habla materna el lazo que nos una;

   dulce su acento al alma y su armonía;
y el homérico libro de Cervantes
joya de honor, blasón de nuestra cuna.






Vasco Núñez de Balboa


   Planta en la cumbre el pie Desvanecido
mira surgir grandioso panorama:
La áurea región que al cielo se encarama
y el Mar del Sur sin límites tendido.

   Se hinca y a Dios bendice, y con fornido  5
brazo en la peña clava su oriflama;
la espada esgrime con la diestra y clama
retumbando en los Andes el sonido:

   «¡Reinos que ha descubierto mi osadía
acatad de Castilla al soberano,  10
y a mi Patria y mi Rey valga esta hazaña!»

   Valióles, sí; mas por su culpa un día,
tierras del Sol, imperio americano,
cuanto Vasco le dio, piérdelo España.




Safo




I


   ¡No más, no más! Por la inocencia mía
que yo inmolé, Paón, a tu hermosura;
por ese filtro de letal dulzura
que bebo en tus miradas todavía;

   por el raudal de intensa poesía  5
con que ensalcé mi amor y mi ventura,
amor que aun arde en llamarada impura,
ventura muerta como flor de un día;

   y por aquellos ósculos de fuego
que en la embriaguez de impúdicas delicias  10
dejaban en mi piel marcas sangrientas,

   que pongas fin a mi furor te ruego;
y hasta el cielo me lleven tus caricias,
o al Averno mis celos y mi afrenta!




II


   ¡Vanos mi ruegos y mi lloro han sido!
A ti me acojo, Léucades bravía,
Safo en tu sirte milagrosa fía
que le dará la muerte o el olvido.

   ¡Duélate mi pasión, diosa de Gnido!  5
y si en hora feliz la lira mía
vibro en tu prez, mitiga en mi agonía
el amargor de mi postrer gemido.

   ¡Hijas de Lesbos! Si mi cuerpo inerte
llevase a vuestros pies la onda traidora,  10
cubridlo de verbenas y amarantos,

   y aplaque en él su cólera mi suerte,
pero el fuego que el mar apague ahora,
rojo esplendor irradiará en mis cantos!






En el baile


   Rompe el botón su cáliz de esmeralda
que ostenta al Sol la púrpura olorosa,
y el jardinero la entreabierta rosa
coge y la teje en su mejor guirnalda.

   Fresca y prendida en ondulante falda  5
brilla una noche en danza tumultuosa;
ajan allí su gracia ruborosa
groseros roces, y el calor la espalda.

   ¡Oh, juventud! No pagas lo que cuesta
la agitación febril que te alucina,  10
si oyes sonar las copas y la orquesta.

   Del lirio virginal, esencia fina;
de la diamela, candidez modesta;
Inocencia y Pudor; ¡ve cuánta ruina!






Cervantes y don Juan de Austria


I


   Cesó el combate; el triunfo del guerrero
príncipe, exalta el lustre de su cuna.
¡Cuán otra de Cervantes la fortuna;
manco, herido, olvidado y prisionero!

   El Pontífice, el Rey, el Orbe entero  5
honran al héroe que humilló a la Luna,
y el que a España dio gloria cual ninguna,
baja a ignorada huesa, como Homero.

   Corren los siglos, y cambiante gira
también la luz, y la razón s ensancha,  10
los fallos de otra edad el tiempo trueca,

   que a enaltecer la humanidad aspira,
engrandece a «El Hidalgo de la Mancha»
y los laureles de Lepanto seca.






La idea de Cervantes


   Me entristezco riéndome, y demando:
¿no erais locos, también, aventureros,
de Arturo inmaculados caballeros,
pares de Carlomagno y de Rolando;

   mártires voluntarios en nefando  5
circo inmolados con suplicios fieros;
paladines andantes y palmeros,
cruzando el pecho, el Asia ensangrentado!

   ¡Almas sublimes, rica florescencia
de heroica Juventud, cuando rendía  10
Cervantes culto a la Razón, su mente

   no fue apodar vuestra virtud demencia!
Amó el Honor, la Fe, la Poesía,
¡¡Y quién dijere lo contrario, miente!!






El alma de Cervantes


   Luchó con su infortunio; en el combate,
como en Lepanto, le vejó la suerte;
lo apresó la miseria, y lo halló fuerte
como en Argel, pero faltó el rescate.

   Lo abandona el amigo y el magnate;  5
la Envidia hiel en sus heridas vierte,
¡y el pobre! «con las ansias de la muerte»,
ni maldice, ni llora, ni se abate.

   Ve en torno el mundo sordo a su lamento,
y alma viril, bendice la pobreza,  10
«dádiva santa nunca agradecida».

   ¡Sí, que ella fue crisol de su pureza
y a su amparo labróse el monumento
que vengó los ultrajes de su vida!






El centenario en América


   En tu panteón levántate, y despierto,
recuerda, Rey adusto de Castilla,
aquel soldado que admiro en Sevilla
tu catafalco d esplendor cubierto.

   El que evocaba el ánimo del muerto  5
para gozar de tanta maravilla,
tiene hoy perenne túmulo que humilla
tu Escorial, triste mole en el desierto.

   ¡Goza en los triunfos del ingenio hispano!
Mira esos pueblos jóvenes, distantes,  10
de aquel que fue tu americano imperio;

   rompieron ya tu cetro soberano;
pero el habla y la gloria de Cervantes,
suyas las siente el índico hemisferio.






Cuba a Cervantes


   Prestó a tus huesos mísero hospedaje
tu tierra, adormecida en densa bruma;
orgullosa de ti, ya se consuma
tu desagravio del inciente ultraje.

   Y el mundo de Colón, con homenaje  5
de una y otra región, tu efigie abruma,
desde el solar que fue de Moctezuma
hasta el confín del patagón salvaje.

   Tejan los hijos de la ibera raza
coronas para ti. Si entre ellas brilla  10
torcida rama de laurel cubano,

   sean para bien; tu gloria nos abraza!
Así entre España y la remota Antilla
tiende la mar su inmensidad en vano.






Mi ofrenda


   Un arpa altisonante con maestra
mano y estro pindárico tañida,
ansiaba consagrarte, embellecida
con un laurel ganado en la palestra,

   y el vano esfuerzo mi impotencia muestra;  5
pero tu fiesta secular convida,
y al ara traen tus fieles la debida
ofrenda, humilde o pródiga, en la diestra.

   La que te da mi corazón es pobre,
aunque tu gloria amé desde mi infancia:  10
grano de mirra, para ti se enciende

   en incensario de inesculto cobre;
el humo blanco esparce su fragancia,
roza tus lauros y ondulando asciende.






Orfandad


   ¿Creíste que eran almas las estrellas,
como tú tristes, que en la niebla oscura
velan esa reciente sepultura
y trémulas escuchan tus querellas!

   Niña, no esperes que te expriman ellas  5
dulce cordial que alivie tu amargura,
cuando un raudal de angélica ternura
orla de perlas tus pestañas bellas.

   Llora infeliz, junto al ciprés sombrío;
baja esos ojos que volviste al cielo  10
y en la fosa derramen su rocío.

   Doblega, sauce, tu ramaje al suelo.
De arriba vienen el calor y el frío,
la luz y el rayo; pero no el consuelo.






ArribaAbajoMontes de Oca y Obregón, Ignacio

Guanajuato (México). 1840 - Nueva York. 1921

Obispo de Tamaulipas, Linares y San Luis de Potosí.




Ipandro Acaico


   Triste, mendigo, ciego cual Homero,
Ipandro a su montaña se retira,
sin más tesoro que su vieja lira,
ni báculo mejor que el de romero.

   Los altos juicios del Señor venero,  5
y al que me despojó vuelvo sin ira
de mi mantel pidiéndole una tira,
y un grano del que ha sido mi granero.

   ¿A qué mirar con fútiles enojos
a quién no puede hacer ni bien ni daño,  10
sentado entre sus áridos rastrojos,

   y sólo quiere en su octogésimo año,
antes que acaben de cegar sus ojos
morir apacentando su rebaño?




San Ignacio Mártir


   A padecer en Roma, como reo
de alta traición, me llevan diez sayones
de índole más feroz que los leones
que me reserva el rojo Coliseo.

   ¡Romanos! Acceded a mi deseo:  5
no ablanden vuestras tiernas oraciones
ni bestias, ni imperiales corazones,
ni me arranquéis de mártir el trofeo.

   Yo estaba entre los niños inocentes
que de Jesús acarició la mano,  10
a despecho de apóstoles renuentes.

   De Cristo ahora soy maduro grano
que de las fieras molerán los dientes
y cocerán los hornos de Trajano.




La cabellera de Magdalena


   ¿De dónde vienes, rubia Magdalena?
Tu destrenzada cabellera de oro,
y el que tu rostro baña amargo lloro,
víctima te proclaman de honda pena.

   Por ese olor a nardo y a verbena,  5
esa fragancia de placer tesoro,
dicen que bajas del celeste coro
o que en Betania ha habido nueva Cena.

   -Del Cielo, no: del Gólgota desciendo,
donde al pie de la cruz arrodillada,  10
me impregné del aroma a que trasciendo.

   Mi cabellera en sangre está empapada
de mi JESUS, en cuyo amor me enciendo,
y es su perfume el que exhalar me agrada.




Lapides torrentis illi dulces Fuerunt


   ¡Oh dulces piedras del feliz torrente
que al alma pura del Levita Esteban
de protomártir la corona llevan
en sangre virgen al teñir su frente!

   En el que me circunda, áspero ambiente  5
hoy del Cedrón los pastos se renuevan.
Pedradas mil sobre mi cuerpo lluevan
si idéntico dulzor mi ánima siente.

   Si al derribarme el pedregal de hinojos,
el cielo abrir sus puertas de zafiro  10
a ver lanzan mis sangrientos ojos;

   si a la diestra del Padre a Cristo miro,
y con mis labios, por la sangre rojos,
a mis verdugos perdonando expiro.




La lanza de Longinos


   De sangre de Jesús sólo una gota
tus pupilas benéfica dilata,
y disipa la negra catarata
que tu ojo nubla y tu valor agota!

   Sangre con agua del costado brota  5
de Cristo; y de tu espíritu desata
del Paganismo audaz la venda ingrata,
y de celeste claridad te dota.

   ¡Y yo que a tantos años mi alma riego,
y el labio pecador, con los raudales  10
que en el Cáliz apuro aun estoy ciego!

   Longinos, que en el cielo tanto vales:
mi empedernido corazón te entrego.
Venga tu lanza a remediar mis males.




El Cupido de cera


   ¡Qué bello amor de transparente cera!
¿Cuánto quieres, rapaz, por tu Cupido?
Tómalo desde luego, sólo pido,
señor, lo que tu mano darme quiera.

   Decirte debo la verdad entera:  5
ni artista soy, ni su escultor he sido,
mas mi revuelto hogar, del dios de Gnido
la grata soledad ya no tolera.

   Ten este dracma, y al gentil infame
pon en mis brazos. Aunque artero y ciego,  10
compañero lo haré, fiel y constante.

   Ven, ¡oh Cupido!, abrásame en tu fuego
o a las voraces llamas al instante
tu débil forma a derretirse entrego.




Bion de Smirna


(280-120 a. de J. C.)


Las musas y el amor


   No temen las Piérides hermosas
las áureas flechas del traidor Cupido;
antes adoran al rapaz de Gnido,
y sus pisadas siguen obsequiosas.

   Del poeta se alejan desdeñosas  5
en cuyo seno Amor no encuentra nido;
mas si alguien canta, de su arpón herido,
al vate todas cercan presurosas.

   Víctima yo de su venganza ruda,
si a dioses canto o ínclitos varones,  10
se pega al paladar mi lengua muda.

   Mas si a Lícida infiel, o al niño ciego
emprendo celebrar, en mis canciones,
¡cuánta dulzura entonces! ¡Cuánto fuego!




ArribaAbajoMontes Peña, M.

España. Siglo XIX

Poeta.




La gratitud


   Las olas espumosas y las flores,
galas del mundo, su esplendor perdieran,
si al sol que les da vida no rindieran
puro incienso de nieblas y de olores.

   Tal es nuestra existencia de dolores  5
las almas con horror languidecieran,
si cual mares y flores no esparcieran
de gratitud aromas seductores.

   Virtud divina que mi pecho adora,
único bien del triste que en su anhelo,  10
paga el bien con las lágrimas que llora.

   Gratitud, en las luchas de este suelo,
eres de Dios eterna y viva aurora,
cielo del corazón y luz del cielo.




ArribaAbajoMonti, Fernando de

Córdoba. Siglo XIX

Poeta con residencia en Córdoba.




A un árbol


   Bajo el verde dosel de tu ramaje,
grato refugio en calurosa siesta,
escuché de su amor firme protesta
cautivándome tierno su lenguaje.

   En sus brazos rendí dulce homenaje  5
a mi pura pasión, y manifiesta
su torpe liviandad, ¡hora funesta!
pagarme quiso en vergonzoso ultraje.

   ¡Solo me encuentro ya! De mis amores
y recuerdos ¡oh árbol! fiel custodio,  10
de hoy más mi pecho que perdió la calma,

   sabrá ofrecerte a cambio de dolores,
si pienso en él, del corazón el odio;
si pienso en mí, la bendición del alma!




ArribaAbajoMontoliu, Manuel de

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




A la amada


   Cuando al mirarte mi alma en paz adora,
y tu virtud divina en mí yo siento,
en silencio percibo el suave aliento
del ángel escondido que en ti mora.

   Una ilusión temiendo engañadora,  5
sonríe el labio, que en aquel momento
dudo que en ti por siempre halle contento
la excelsa beatitud que mi alma implora.

   De antro en antro resbalo yo sin tino;
en la profundidad sagrada, oscura,  10
oigo rugir las fuentes del destino.

   Turbado alzo los ojos a la altura,
y al ver sonreír los astros, me prosterno
y escucho su inflamado canto eterno.




ArribaAbajoMora, Emilio

España. Siglo XIX

Poeta.




Tempestades


   Horrible tempestad anuncia el trueno
por el cóncavo espacio resonando;
el torrente desbórdase inundando
cuanto halla al paso que le opone freno.

   Desde las nubes sobre el valle ameno  5
la centella veloz baja silbando,
y en la espantada tierra va sembrando
muerte y desolación, fuego y veneno.
Cual si fuera su tronco arista leve,
troncha el viento feroz la altiva palma,  10
y tiembla de pavor cuanto se mueve...

   ¡Sólo conserva su terrible calma,
y ningún cataclismo le conmueve...
quien siente tempestades en el alma!




ArribaAbajoMorales, Ernesto

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




Revelación


   Tumbado muellemente sobre el heno,
hundida la mirada en la llanura,
y aspirando un aroma de frescura
me he sentido vivir: soy sano y bueno.

   Hubiera derramado de amor lleno  5
mi salud sobre toda criatura,
y toda la bondad y la ternura
de que mi corazón se hallaba pleno.

   Y comprendí la poesía toda
que en los rubios panales de una oda  10
de Fray Luis -¡tan humilde!- se halla presa.

   Recién cuando tumbado muellemente,
púseme muy humilde, humildemente,
a dialogar con la naturaleza.




ArribaAbajoMorales, Sebastián Alfredo de

Cuba. Siglo XIX


A Nactalia




I


   Van esas plantas para ti cogidas
fueron, Nactalia, para ti sembradas,
con lágrimas del alma cultivadas
y al soplo de los céfiros nacidas;

   sus flores lucirán cual nuestras vidas,  5
un instante no mas, y deshojadas,
por los vientos serán arrebatadas,
y más tarde a vil polvo reducidas.

   Como el bello verdor de su ramaje
así es bello su rostro soberano,  10
y aunque el tiempo veloz la pompa ultraje

   de ese tu brillo juvenil lozano,
más días vivirán nuestros amores
que las plantas fugaces y sus flores.




II


   Brilla otra vez la Primavera hermosa,
y aquellas plantas para ti sembradas
han vuelto a florecer engalanadas
perfumando mi estancia silenciosa;

   humo fue nuestra dicha veleidosa;  5
aquellas horas del placer gozadas,
vuelven, en duro torcedor trocadas,
y hondo silencio en nuestro hogar reposa.

   Es sueño todo en este mundo vano,
mansión doliente de humanal locura;  10
el sol que ayer nos deslumbró lozano,

   hoy nos luce entre aciaga desventura,
secas del alma las risueñas flores,
sin familia, sin patria, y sin amores.






La fuente del soto


   Límpida, pura, murmurante y fría,
la undosa fuente de placer colmada
nos brinda entre su linfa regalada
el raro huir del caluroso día.

   Cruza del soto la florosa vía  5
con áurea lira de arrayán orlada,
Nactalia, bella, y en su borde echada
entónale dulcísima armonía.

   ¡Oh clara fuente de la paz asilo,
do el canoro turpial cantando amores  10
baña sus plumas en tus frescas ondas.

   abre tu seno con rumor tranquilo,
y calmando el pesar de mis dolores
el fuego apaga de mis penas hondas!






La voz de la tormenta


   Epico acento de fantasma fiera
que el mundo oprimes con soberbias plantas,
con ronca voz entre las sombras cantas
himno de muerte a la Natura entera;

   el orbe treme a tu veloz carrera,  5
del mar, rugido funeral levantas,
y al solitario leñador espantas
que oye tu silbo en la feroz pradera.

   Los altos montes y la selva hojosa,
el hombre, el bruto, el anchuroso cielo,  10
al tronar de tu furia procelosa

   cúbreme al punto de profundo velo;
mas feliz, sonriente y afanosa,
mi alma te sigue en tu gigante vuelo.






Marco Bruto


   -Eres, noble virtud, un nombre vano-
exclama Bruto al contemplar vencidas
en Filipos sus huestes, que oprimidas
huyendo van del vencedor romano.

   Roto yace el pendón republicano,  5
y las tristes legiones destruidas
van sin gloria a humillarse envilecidas
del fiero Antonio ante el poder tirano.

   Al ver de Casio perecer la armada,
venganza estoica de los hados toma;  10
hunde en su pecho la fulminea espada,

   el alma, exangüe por la herida asoma,
y al volar por la esfera dilatada
lleva tras sí la libertad de Roma.






ArribaAbajoMorales, Tomás

Moya (Gran Canaria). 1885 - Las Palmas. 1921


Poemas del mar




I


   Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico,
rielando en la movible serenidad marina...

   Silencio de los muelles en la paz bochornosa,  5
lento compás de remos en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido;

   fingen en la penumbra fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,  10
brillando entre las ondas muertas de la bahía...;

   y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía...




II


   La taberna del muelle tiene mis atracciones
en esta silenciosa hora crepuscular.
Yo amo los juramentos de la conversaciones,
y el humo de las pipas de los hombres de mar.

   Es tarde de domingo, esta sencilla gente  5
la fiesta del descanso tradicional celebra;
son viejos marineros que apuran lentamente,
pensativos y graves, sus copas de ginebra.

   Uno muy viejo cuenta su historia: de grumete
hizo su primer viaje el año treinta y siete,  10
en un patache blanco, fletado en Singapur...

   Y, contemplando el humo, relata conmovido
un cuento de piratas, de fijo sucedido
en las lejanas costas de América del Sur...




III


   Y volvieron de nuevo las febricientes horas;
el sol vertió su lumbre sobre la pleamar,
y resonó el aullido de las locomotoras
y el adiós de los buques dispuestos a zarpar.

   Jadean chirriantes en el trajín creciente  5
las poderosas grúas... y a remolque, tardías,
las disformes barcazas andan pesadamente
con sus hinchados vientres llenos de mercancías;

   nos saluda a lo lejos el blancor de una vela,
las hélices revuelven la luminosa estela...  10
Y entre el sol de la tarde y el humo del carbón,

   la graciosa silueta de un bergantín latino
se aleja lentamente por el confín marino,
como una nube blanca sobre el azul plafón.




IV


   Llegaron invadiendo las horas vespertinas;
el humo denso y negro manchó el azul del mar,
y el agrio resoplido de sus broncas bocinas
resonó en el silencio de la puesta solar.

   Hombres de ojos de ópalos y de fuerzas titánicas,  5
que arriban de países donde no luce el sol:
acaso de las nieblas de las Islas Británicas,
o de las cenicientas radas de Nueva York.

   Esta tarde, borrachos, con caminar incierto,
en desmayados grupos se dirigen al puerto,  10
entonando el Good save con ritmo desigual...

   Y en un ¡hurra! prorrumpen con voz estentorosa
al ver sobre los mástiles ondear victoriosa
la púrpura violeta del pabellón Royal...




V


   Esta vieja fragata tiene sobre el sollado
un fanal primoroso como una imagen linda;
y en la popa, en barrocos caracteres grabado,
sobre el Lisboa clásico, un dulce nombre: Olinda...

   Como es de mucho porte y es cara la estadía,  5
alija el cargamento con profusión liviana:
Llegó anteayer de Porto, filando el Mediodía,
y hacia el cabo de Hornos ha de salir mañana...

   ¡Con qué desenvoltura ceñía la ribera!
Y era tan femenina, y era tan marinera,  10
entrando, a todo trapo, bajo el sol cenital,

   que se creyera al verla, velívola y sonora,
una nao almirante que torna vencedora
de la insigne epopeya de un combate naval...




Final


   Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño,
oculta entre las sombras de lo desconocido...

   Acaso un cargamento magnífico encerraba  5
en su cala mi barco; ni pregunté siquiera;
absorta mi pupila las tinieblas sondaba,
y hasta hube de olvidarme de clavar mi bandera.

   Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el poderoso esfuerzo de mi brazo desnudo  10
logró tener un punto la fuerza del turbión;

   para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi cuerpo desfalleció cansado,
una mano en la noche me arrebató el timón.






Marinos de los fiordos


   Marinos de los fiordos, de enigmático porte,
que llevan en lo pálido de sus semblantes bravos
todo el alma serena de las nieves del Norte
y el frío de los quietos mares escandinavos.

   En un invierno, acaso, por los hielos cautivos,  5
en el vasto silencio de las noches glaciales,
sus apagados ojos miraron, pensativos,
surgir las luminosas auroras boreales...

   Yo vi vuestros navíos arribar en la bruma;
el mascarón de proa brotaba de la espuma  10
con la solemne pompa de una diosa del mar;

   y los atarazados velámenes severos
eran para el ensueño cual témpanos viajeros
venidos del misterio de la noche polar...






Vamos llegando en medio...


   Vamos llegando en medio de un poniente dorado;
el océano brilla como una intensa llama,
y poco a poco, lenta, la noche se derrama
en la paz infinita del puerto abandonado.

   Nada perturba el seno de esta melancolía;  5
sólo un falucho cuelga su velamen cansado,
y hay tal desesperanza en el aire pesado
que hasta el viento parece que ha muerto en la bahía...

   Entramos lentamente; a nuestro lado quedan
algunas lonas blancas, que en la noche remedan  10
aves de mar que emprenden una medrosa huida;

   y a lo lejos, en medio de la desierta rada,
del fondo de la noche, como un soplo de vida,
va surgiendo la blanca ciudad, iluminada...






Puerto desconocido...


   Puerto desconocido, desde donde partimos
esta noche, llevándonos el corazón opreso;
cuando estamos a bordo, y en el alma sentimos
brotar la melancólica ternura del regreso...

   Silencio; tras los mástiles la luna, pensativa,  5
en las inquietas ondas su plenitud dilata;
y en el cielo invadido por la pereza estiva,
las estrellas fulguran como clavos de plata...

   ¡Oh, sentirnos tan solos esta noche infinita,
cuando, acaso, un suspiro de nuestra fe marchita  10
va a unirse al encantado rumor del oleaje!...

   Y emprender, agobiados, la penosa partida
sin que un blanco pañuelo nos de la despedida
ni haya una voz amiga que nos grite: ¡Buen viaje!




Poemas del mar




I


   Esta noche, la lluvia, pertinaz ha caído,
desgranando en el muelle su crepitar eterno,
y el encharcado puerto se sumergió aterido
en la intensa negrura de las noches de invierno.

   En la playa, confusa, rezonga la marea,  5
las olas acrecientan en el turbión su brío,
y hasta el medroso faro que lejos parpadea,
se acurruca en la niebla tiritando de frío...

   Noche en que nos asaltan pavorosos presagios
y tememos por todos los posibles naufragios,  10
al brillar un relámpago tras la extensión sombría,

   y en que, al través del viento, clamoroso resuena
ahogada por la bruma, la voz de una sirena,
como un desesperado lamento de agonía...




II


   Es todo un viejo lobo; con sus grises pupilas,
las maneras calmosas y la tez bronceada.
Solemos vagar juntos en las tardes tranquilas;
yo le estimo, él me llama su joven camarada...

   Está bien orgulloso de su pasado inquieto;  5
ama las noches tibias y los días de sol;
y entre otras grandes cosas, dignas de su respeto,
es una, la más alta, ser súbdito español.

   En tanto el mar se estrella contra las rocas duras,
él gusta referirme curiosas aventuras  10
de cuando fue soldado de la Marina Real;

   de aquel famoso tiempo guarda como regalo,
la invalidez honrosa de su pierna de palo
y su cruz pensionada del Mérito Naval...




III


   Navegamos rodeados de una intensa niebla;
no hay un astro que anime la negra lontananza;
y nos da el buque, en medio de la noche de niebla,
la sensación de un monstruo que trepida y avanza.

   Baten las olas lentas su canción marinera,  5
el piloto pasea, silencioso, en el puente;
y un centinela, a popa, junto al asta bandera,
apoyado en la borda, fuma tranquilamente...

   Tiene un no sé qué indómito su mirada perdida,
el resplandor rojizo de su pipa encendida  10
en la toldilla a oscuras pone un candente broche;

   y al mirar su silueta de rudo aventurero,
sueña que viaja a bordo de algún barco negrero,
nuestra alma, que es gemela del alma de la noche...






ArribaAbajoMoreno de la Rosa, Modesto

Andalucía (España). Siglos XIX - XX

Poeta.




Mi gratitud al soneto


   Dicen, Soneto, que tormento eres
por las traviesas Musas inventado,
y que es más que difícil tu trenzado,
si ha de tener los justos caracteres.

   No me acomodo a tales pareceres;  5
par mí fuiste el cáliz nacarado
con que brindó mi afán de enamorado
al placer y al amor y a las mujeres.

   ¡En un soneto entronicé a Conchita!
¡Otro forjé para la excelsa Pura!  10
¡Otro puse a los pies de Isabelita...!

   Y, cantando en sonetos su hermosura,
con efusión romántica infinita
me colmaron de amor y de ventura.




Soneto al soneto


   En tus catorce líneas paralelas
debajo de tu nombre bien medidas,
a llenarte de versos me convidas,
a mi afición sirviéndole de espuelas.

   Sin sujetarme a rígidas escuelas,  5
y nunca nunca con placer nacidas,
y siempre siempre de amargura henchidas,
cuajo en tu nombre yo mis cantinelas.

   A mi musa rogándole, no en vano,
que ponga pulso a mi nerviosa mano  10
para acoplar cuartetos y tercetos,

   voy de mi vida por el mal camino,
acadenado a mi fatal destino:
¡llorar mis penas y escribir sonetos!



Anterior Indice Siguiente