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ArribaAbajoNúñez de Arce, Gaspar

Valladolid. 1834 - Madrid. 1903

Se dedicó al periodismo. Miembro de la Real Academia Española. Ministro de Ultramar.




A Voltaire


   Eres ariete formidable; nada
resiste a tu satánica ironía.
Al través del sepulcro todavía
resuena tu estridente carcajada.

   Cayó bajo tu sátira acerada  5
cuanto la humana estupidez creía,
y hoy la razón no más sirve de guía
a la prole de Adán regenerada.

   Ya solo influye en su mortal destino
la libre religión de las ideas;  10
ya la fe miserable a tierra vino:

   ya el Cristo se desploma; ya las teas
alumbran los misterios del camino;
ya venciste, Voltaire, ¡maldito seas!






Fotografías


   ¡Pantoja, ten valor! Rompe la valla:
luce, luce en tarjeta y en membrete
y cabe el toro que enganchó a Pepete,
date a luz en las tiendas de quincalla.

   Eres un necio. -Cierto-. Pero acalla  5
tu pudor y la duda no te inquiete.
¿Qué importa un necio más donde se mete
con pueril presunción tanta morralla?

   ¡Valdrás una peseta, buen Pantoja!
No valen mucho más rostros y nombres  10
que la fotografía al mundo arroja.

   Enséñanos tu cara y no te asombres:
deja a la edad futura que recoja
tantos retratos y tan pocos nombres.






Miniatura


   Pronto a partir, temiendo que la aurora
a sus contrarios delatarle pueda,
de pie en la escalera de torcida seda,
suspira el joven con pesar: «¡Ya es hora!»

   Y envuelta en la hojarasca trepadora  5
que por los hierros del balcón se enreda,
con voz, la dama, entrecortada y queda
retiene al dulce bien que la enamora.

   Tan solo el canto, precursor del día,
de la impaciente alondra, quebrar pudo  10
del furtivo coloquio el embeleso.

   «¡Ya va el alba a llegar; vete, alma mía!»,
ella gimió, y en el silencio mudo
de la vencida noche, estalla un beso.




A Lesbia




I


   Dan muchos en decir que tu inconstante
amor repartes aturdida y loca;
que no es tu fe de endurecida roca
ni tu virtud firmísimo diamante.

   Dicen que quien te estrecha delirante,  5
cediendo a la pasión que le sofoca,
siente y percibe en tu entreabierta boca
el calor de los besos de otro amante.

   Dicen que en el desorden de la vida
gozas con la traición; y soy tan necio,  10
que la escucharlo te maldigo y lloro.

   Anda tu fama en la opinión perdida;
pero hay alguien más digno de desprecio
que tú: yo, que sabiéndolo te adoro.




II


   Es en vano intentarlo. Cuando el río
en su profundo cauce retroceda,
quizá se apiade el cielo y me conceda
todo el valor que para odiarme ansío.

   Pugno por olvidarme, y mi albedrío  5
más en los lazos de tu amor se enreda;
seguir tus pasos el honor me veda
y me arrastro a tus pies, a pesar mío.

   Tu falaz persuasión me infunde miedo;
quiero escapar de ti, dejar de verte,  10
y a tus caricias engañosas cedo.

   Y es tal mi desventura y tal mi suerte
que, conociendo tu maldad, no puedo
estimarte, ¡ay de mí!, ni aborrecerte.






Soneto


   Cuando de tus desórdenes testigo
te sorprendo en los brazos del tumulto,
¡oh Libertad! , avergonzado, oculto
mi rostro y sollozando te maldigo.

   En lucha interna y desigual conmigo  5
arráncame el dolor airado insulto:
quiero olvidarte, abandonar tu culto,
y ciegamente a mi pesar te sigo.

   Te sigo a mi pesar. Sueño o quimera,
riges mi voluntad, llenas mi vida  10
y dejaré de amarte cuando muera.

   Eres como la hermosa fementida
que inspira al alma la pasión primera:
cuanto más inconstante más querida.






Los tiempos son de lucha...


   Los tiempos son de lucha. ¿Quién concibe
el ocio muelle en nuestra edad inquieta?
En medio de la lid canta el poeta,
el tribuno perora, el sabio escribe.

   Nadie el golpe que da ni que recibe  5
siente a medida que el peligro aprieta:
desplómase vencido el fuerte atleta,
y otro al recio combate se apercibe.

   La ciega multitud se precipita,
invade el campo, avanza alborotada  10
con el sordo rumor de la marea;

   y son, como el furor que nos agita,
trueno y rayo la voz; el arte, espada;
la ciencia, ariete; tempestad, la idea.






¡Amor!


¡Oh eterno amor, que, en tu inmortal carrera
das a los seres vida y movimiento,
con que entusiasta admiración te siento,
aunque invisible, palpitar doquiera!

   Esclava tuya la creación entera,  5
se estremece y anima con tu aliento,
y es tu grandeza tal, que el pensamiento
te proclamara Dios, si Dios no hubiera.

   Los impalpables átomos combinas
con tu soplo magnético y fecundo;  10
tú creas, tú transformas, tú iluminas,

   y en el cielo infinito, en el profundo
mar, en la tierra atónita dominas,
Amor, eterno Amor, alma del mundo.






Cuando el ánimo ciego...


   Cuando el ánimo ciego y decaído
la luz persigue y la esperanza en vano;
cuando abate su vuelo soberano
como el cóndor en el espacio herido;

   cuando busca refugio en el olvido,  5
que le rechaza con la helada mano;
cuando en el pobre corazón humano
el tedio labra su infecundo nido;

   cuando el dolor, robándonos la calma,
brinda tan sólo a nuestras ansias fieras  10
horas desesperada y sombrías,

   ¡ay, inmortalidad, sueño del alma
que aspiras a lo infinito!, si existieras,
¡qué martirio tan bárbaro serías!






Poemas cortos


   Amores y apacibles desvaríos
que encendisteis la sangre de mis venas,
ya tan lejanos de mi edad, que apenas
tengo valor para llamarlos míos,

   surgid de mi pasado, y luego hundíos  5
en el profundo abismo de mis penas,
como las ondas claras y serenas
que en el inmenso mar vuelcan los ríos.

   Rasgad la negra noche de mis males
cual atraviesa repentino lampo  10
las nubes más cerradas y sombrías.

   Y ser como las lluvias otoñales,
que hacen brotar en el desnudo campo,
quemada por el sol, flores tardías.






Ante una pirámide de Egipto


   Quiso imponer al mundo su memoria
un rey, en su soberbia desmedida,
y por miles de esclavos construida
erigió una pirámide mortuoria.

   ¡Sueño estéril y vano! Ya la historia  5
no recuerda su nombre ni su vida,
que el tiempo ciego en su veloz corrida
dejó la tumba y se llevó la gloria.

   El polvo que en el hueco de su mano
contempla absorto el caminante ¿ha sido  10
parte de un siervo o parte del tirano?

   ¡Ah! todo va revuelto y confundido,
que guarda Dios para el orgullo humano
solo una eternidad: la del olvido.






A España


   Roto el respeto, la obediencia rota,
de Dios y de la ley perdido el freno,
vas marchando entre lágrimas y cieno,
y aire de tempestad tu rostro azota.

   Ni causa oculta, ni razón ignota  5
busques al mal que te devora el seno;
tu iniquidad, como sutil veneno,
las fuerzas de tus músculos agota.

   No esperes en revuelta sacudida
alcanzar el remedio por tu mano,  10
¡oh sociedad rebelde y corrompida!

   Perseguirás la libertad en vano;
que cuando un pueblo la virtud olvida,
lleva en sus propios vicios su tirano.






Problema


   Quiero, dejando hipótesis a un lado,
una duda exponer, y es la siguiente:
-¿Por qué cruza la tierra el inocente,
de espinas o de sombras coronado?

   ¿Por qué feliz y próspero, el malvado  5
alza orgulloso la atrevida frente?
¿Por qué Dios, que es el bien, mira y consiente
el eterno dominio del pecado?

   ¿Por qué, desde Caín, la humana raza,
sometida al dolor, con sangre traza  10
la historia de sus luchas giganteas?

   Y si es ficción la gloria prometida,
si aquí empieza y acaba nuestra vida,
¿Por qué, implacable Dios, por qué nos creas?




Sonetos




I


   Al morir el invierno, el mundo siente
renacer su agostada lozanía
y cobra de improviso la energía
con que despierta el alma adolescente.

   Corre la savia, como oculta fuente,  5
por el árbol sin hojas todavía,
y do la tierra aletargada y fría
palpitan el insecto y la simiente.

   Cuando sus auras germinales lleva
marzo ventoso hasta el sepulto grano,  10
todo se anima y todo se renueva.

   Sólo, como un sarcasmo de la vida,
en el marchito corazón humano
¡ay!, no retoña la ilusión perdida.




II


   Amorosos y tiernos desvaríos
que encendisteis la sangre de mis venas,
ya tan lejanos de mi edad, que apenas
tengo valor para llamaros míos,

   surgid de mi pasado, y luego hundíos  5
en el profundo abismo de mis penas,
como las ondas claras y serenas
que en el inmenso mar vuelcan los ríos.

   Rasgad la negra noche de mis males,
cual atraviesa repentino lampo  10
las nubes más cerradas y sombrías.

   Y sed como las lluvias otoñales,
que hacen brotar en el desnudo campo,
quemado por el sol, flores tardía.




III


   Huyeron ya mis años de pelea,
y de la ardiente lucha retraído,
sólo a mis vagos pensamientos pido
la calma que mi espíritu desea.

   Soy como el veterano que, en la aldea  5
donde ignorado vive y escondido,
en contar los azares que ha corrido
sus veladas inútiles emplea.

   ¿Quién os pretende borrar de la memoria,
sueños de la ambición, locos deslices  10
de la edad juvenil, y ansias de gloria,

   si, como las honrosas cicatrices,
para siempre fijáis en nuestra historia
el recuerdo de tiempos más felices?




IV


   Quiero buscar reparador abrigo
bajo mi antigua y olvidada tienda,
que intervenir en la social contienda
no es honor para mí, sino castigo.

   ¿En dónde, en dónde están los que conmigo  5
se aventuraron en la lid tremenda?
Dejando voy por la escarpada senda,
uno tras otro, al deudo y al amigo.

   Fue nuestra vida atormentada y triste,
amargo el pan y la labor penosa;  10
pero el templo que alzamos aun subsiste.

   Y una voz inefable y misteriosa
me dice ya: «Con tu deber cumpliste.
Tienes derecho a descansar. Reposa».




V


   Viviré, ni envidioso ni envidiado,
en la quietud que el cielo me conceda,
y nada habrá que importunarme pueda
como lo que he sentido y he pensado.

   ¿A qué seguir con paso acongojado  5
de la fortuna la mudable rueda?
Toda mi vida a mis espaldas queda
y flota, como un sueño, en lo pasado.

   ¿Por qué, teniendo al fin de la jornada
la luz detrás, la lobreguez delante,  10
no tornar a otros tiempos la mirada?

   Vuelva hacia ti mi corazón amante,
¡oh aurora de mi vida, inmaculada,
más luminosa cuanto más distante!




VI


   De mi niñez la dócil compañera,
abrasada en la fe de sus mayores,
iba, llena de místicos temores,
a recibir su comunión primera.

   La luz de anticipada primavera,  5
quebrándose en los vidrios de colores,
con nimbos de irisados resplandores
coronaban su rubia cabellera.

   Cuando al pies del altar, con la creciente
exaltación de su cristiano celo,  10
rindiose a Dios al virgen inocente,

   me pareció que en sosegado vuelo,
agolpándose en torno de su frente,
la besaban los ángeles del cielo.




VII


   Nunca gozó al tierra castellana
más gentil y perfecta criatura.
Era su tez tan sonrosada y pura
como el nítido albor de la mañana.

   Tenía su mirada soberana  5
el brillo de un lucero en noche oscura,
y exhalaba su púbera hermosura
el frescor aroma de la flor temprana.

   Como el gorjeo halagador del ave
que canta en libertad, era su acento,  10
a un tiempo mismo, arrebatado y suave.

   ¿Quién competía, en le risueño coro
de alegres niñas, con aquel portento
de ojos azules y cabellos de oro?




VIII


   Ajenos al temor y a la tristeza
crecimos cual los frutos de una rama,
y aún alumbra el confuso panorama
de mi vida, su cándida belleza.

   Mas cuando la inmortal Naturaleza  5
dice a la juventud: ¡Despierta y ama!
y alcanzamos la edad en que la llama
de la pasión a embravecerse empieza,

   su genio se volvió, para mi daño,
cayendo en singulares extravíos,  10
suspicaz, melancólico y huraño.

   Ya extremaba, impaciente, sus desvíos
y ya, sumisa en estupor extraño,
no aparataba sus ojos de los míos.




IX


   A veces s escapaba de su pecho
forzado gozo y sin razón reía,
otras, entre sus manos escondía
   su hermoso rostro, en lágrimas deshecho.
Siempre alterado y nunca satisfecho,  5
yo con ávido ojos la seguía,
que era su angustia causa de la mía
y origen su esquivez de mi despecho.

   ¿Quién, turbado de pronto las serenas
horas de nuestra paz íntima y santa,  10
rompió nuestras dulcísimas cadenas?

   Preguntádselo al pájaro que canta,
labrando el nido, sus ocultas penas,
y al insecto, y al germen, y a la planta.




X


   Los dos, un día, en solitario huerto,
nos vimos con placer, fingiendo en vano,
junto a un almendro, que se alzaba ufano
de vigorosa floración cubierto.

   Ya del invierno entumecido y yerto  5
presentía la tierra el fin cercano,
y de verde matiz vistiendo el llano
esmaltaba la mies el surco incierto.

   Cruzáronse al azar nuestras miradas,
llenas de fuego, como en lid reñida  10
centellando se cruzan dos espadas.

   Y envolvió nuestras almas de tal modo
aquel desbordamiento de la vida,
que, sin hablar, nos lo dijimos todo.




XI


   No sé que impulso irresistible y rudo
me sacó de mi extático embeleso:
sé que en su casta boca estampé un beso
y la abracé con apretado nudo.

   La pobre niña, que evitar no pudo  5
de mi pasión el temerario exceso,
vaciló, temblorosa, bajo el peso
de aquel ósculo ardiente, intenso y mudo.

   Haciéndome sentir de sus enojos
el noble arranque, con nervioso brío  10
mis ímpetus contuvo y mis antojos.

   Pero ¿cómo ofenderme su desvío,
si el amor, asomándose a sus ojos,
a traición me entregaba su albedrío?




XII


   ¡Ay! ¡No era para mí ventura tanta!
Tenaz dolencia arrebatome aleve
de mi tierna ilusión la dicha breve,
que aún muerta en mi memoria se levanta.

   Del seno virginal de aquella santa,  5
como nube de incienso undosa y leve,
voló el alma, tan pura cual la nieve
que no manchó jamás humana planta.

   Cuando en su casto lecho, con profundo
recogimiento, el pan de terna vida  10
recibió, despidiéndose del mundo,

   clavó en mí su mirada entorpecida
con el supremo afán del moribundo,
y quedó, al parecer, como dormida.




XIII


   Han pasado los años, y aún la veo.
Aún, dejando tras sí radiante huella,
surca la oscuridad su imagen bella
como fulguración de mi deseo.

   Cuando en la lucha del deber flaqueo  5
y el brutal desengaño me atropella,
fijo el cansado pensamiento en ella
y, como en tiempos venturosos, creo.

   Hoy que, ceñido al corazón de espinas,
del sol poniente al resplandor escaso,  10
me siento a meditar sobre mis ruinas,

   por vez postrera, apresurando el paso,
¡ay!, llega con sus tintas matutinas
a templar las tristezas de mi ocaso.




A un agitador




I


   En vano mueves la opinión, y en vano
tu palabra de fuego centellea.
Para que llegue a germinar la idea
que arrojaste en el surco, aún es temprano.

   Fundiendo el tiempo en el crisol humano  5
razas y tribus, la naciones crea.
¿Hay, por ventura, alguna que no sea
lenta labor de su invisible mano?

   Por más que ceda a la presión del hecho,
no sacrifica un pueblo dócilmente  10
su fe, su tradición y su derecho.

   Y cual río caudal, cuya corriente
cambiando avanza por su antiguo lecho,
siempre es el mismo y siempre diferente.




II


   Cuando la nieve que el invierno frío
en las abruptas cumbres aglomera,
licuada por la tibia primavera,
baja de peña en peña al valle umbrío,

   el revuelto turbión que afluye al río  5
márgenes rompe, y la corriente fiera,
dilatando el estrago por doquiera,
lánzase al mar con indomado brío.

   El soberbio raudal devasta el llano,
arrebata los rústicos hogares,  10
descuaja el bosque y la ciudad inunda:

   hasta que Dios, con inflexible mano,
le reduce a sus cauces seculares,
y las campiñas que asoló, fecunda.




El único día del paraíso




I


   En la bóveda azul, antes sombría,
el fulgor de la gloria reverbera,
y es el mundo en su breve primavera
todo amor, todo paz, todo armonía.

   ¡Con qué infantil y extática alegría  5
alzan su vista a la insondable esfera
Eva y Adán, cuando por vez primera
abren los ojos a la luz del día!

   Rinden al hombre, sazonado fruto
la tierra, el cielo su vital fluido,  10
música el bosque y obediencia el bruto.

   Todos vienen a un signo de su dedo:
que, en brazos del dolor, aún no ha nacido
de las entrañas de la culpa el miedo.




II


   Despliega el sol, que por Oriente asoma
con regia majestad, su intensa llama
y el calor de la vida desparrama
por la extendida vega y fértil loma.

   Gustando, incautos, la madura poma  5
cuyo jugo sus picos embalsama,
juntos se posan en la misma rama
el halcón y la tímida paloma.

   Por el llano, feraz sin que la reja
le desgarre inclemente, en paz bendita  10
pastan el lobo y la sufrida oveja.

   Y en el Edén florido, que palpita
como un seno fecundo, se refleja
la calma de los cielos infinita.




III


   Eva, que aspira en el jardín ameno
el húmedo frescor de la alborada,
ve su casta hermosura retratada
de manso arroyo en el cristal sereno.

   Céfiro besa, de perfumes lleno,  5
su cabellera, como el sol, dorada,
que cae en leves ondas desatada
sobre el ebúrneo y delicado seno.

   Quédase un punto atónita, indecisa,
quiere luego abrazar la imagen pura  10
que en la corriente trémula divisa,

   y, al ver rota en el agua su figura,
lanza a los ecos su vibrante risa
perdiéndose a través de la espesura.




IV


   La muda soledad del firmamento,
como un lago, tranquila y transparente,
el murmullo apacible de la fuente,
la rumorosa undulación del viento,

   de la vida el perpetuo movimiento  5
que Adán, embelesado, admira y siente,
todo sume su espíritu inocente
en grave y religioso arrobamiento.

   Con el llanto agolpándose a sus ojos,
sobrecogido ante grandeza tanta,  10
póstrase, en tierna adoración, de hinojos.

   Y es, bajo el solio del espacio inmenso,
la primera oración que a Dios levanta,
pura cual nube de oloroso incienso.




V


   Eva, por la serpiente seducida,
cede al funesto ardor que la devora
y vuelve a Adán, confusa y tentadora,
de su belleza virginal vestida.

   Por gustar de la fruta apetecida  5
que despierta sus ansias en mal hora,
suplica humilde, apasionada llora
y en su inquietud febril de Dios se olvida.

   Fuego devorador y repentino
de Adán enciende el contenido celo  10
y abre a su infausta rebelión camino.

   Y cuando, en lucha con su propio anhelo,
sucumbe al dulce halago femenino,
va el sol llegando a la mitad del cielo.




VI


   ¡Cuán tremendo el estigma del pecado
sobre sus almas consternadas pesa
al ver pasar, como fugaz pavesa
barrida por el viento, el goce hurtado!

   Núblase el cielo de repente, el pardo  5
se agosta, el canto de las aves cesa
y huyen gimiendo por la selva espesa
las fieras en tropel desordenado.

   Como vagas imágenes de un sueño,
brillan y se deshacen de improviso  10
las dichas del Edén, antes risueño.

   Y en la gran dispersión del Paraíso,
sólo queda a las plantas de su dueño,
aullando de terror, el can sumiso.




VII


   «¡Gemid, gemid por vuestra infausta suerte,
-truena la voz de Dios desde la altura-
la paz del mundo en negra desventura
vuestra soberbia ingratitud convierte!

   Tú, Adán, tú labrarás como más fuerte,  5
desde hoy la tierra, a tus esfuerzos dura,
y será siempre tu progenie impura
esclava del dolor y de la muerte.

   Salid, hasta que en hora venidera,
el pie de una mujer inmaculada  10
la frente aplaste de la sierpe artera.»

   Dijo, y blandiendo su fulmínea espada
el ángel del Señor, echólos fuera
del mustio Edén, y les cerró la entrada.




VIII


   La tarde empieza a declinar. Con paso
medroso y torpe, la infeliz pareja
de aquel lugar de perdición se aleja,
dirigiendo su rumbo hacia el ocaso.

   El tímido pudor ante el fracaso  5
de la ventura humana, huye y los deja,
y con rígida piel de blanca oveja
cubren su cuerpo macilento y laso.

   Cada vez es más áspero el camino:
difusa franja de matices rojos  10
arrebola el celaje vespertino.

   Avanzan, y al través de los abrojos
con susto ven, del animal dañino
que está en acecho, relucir los ojos.




IX


   La rencorosa culpa que con ellos
marcha invisible, sus conciencias muerde
para que el bien pasado les recuerde
el dolor, y se ericen sus cabellos.

   Ya la tierra, a los pálidos destellos  5
de amortiguada luz, sus galas pierde
y no muestran el monte, ni la verde
selva, ni el cielo azul tonos tan bellos.

   La tristeza aumentando del paisaje,
oyen por donde van, lúgubre y queda  10
la voz de su delito que los nombra.

   Y lejos, por los troncos y el follaje
de la intrincada y tétrica arboleda,
ven flotar los fantasmas de las sombras.




X


   El sol, al trasponer la última cumbre,
su disco agranda y por instantes crece,
y está tan encendido, que parece
el rojizo horizonte, un mar de lumbre.

   ¡Oh Dios! Bajo su enorme pesadumbre  5
se precipita el sol. ¡Todo fenece!
Eva temblando grita y desfallece,
presa de su mortal incertidumbre.

   ¡Es el incendio, es el incendio!, -gime
desesperado Adán- ¡Tal vez la llama  10
que purifica el alma y la redime!

   Y alzando al alto cielo que se inflama
la faz inquieta, en su terror sublime,
-¡Dios que ofendí, misericordia! -clama.




XI


   Rendidos por la angustia y el espanto
caen en honda congoja, y mientras dura
su lánguido sopor, la noche oscura
cubre los cielos con su negro manto.

   ¡Ay!, al volver de su estupor, ¡con cuánto  5
afán, mezcla de asombro y de pavura,
clavan en las tinieblas de la altura
su mirada tenaz, que ciega el llanto!

   Con el aura que calla el ruido expira.
Un astro sin calor, por el sombrío  10
y mudo espacio, amarillento gira.

   Y, abrazándose a Adán, en su extravío,
Eva balbuce sollozando: -¡Mira!
¡Es el sol que se muere! ¡Siento frío!




XII


   Y la celeste bóveda enlutada
es para su creciente desconcierto,
urna de un mundo desquiciado y muerto
que toca en los confines de la nada.

   Llenos de horror, con la razón turbada  5
y el semblante de lágrimas cubierto,
por aquel vasto y lóbrego desierto
van a tientas siguiendo su jornada.

   Su propio pensamiento los hostiga,
la sombra todos los caminos cierra,  10
y es mayor por momentos su fatiga.

   Hasta que el susto embarga sus sentidos
y dan, como cadáveres, en tierra
por su medrosa ofuscación vencidos.




XIII


   ¡Oh claridad del alba, precursora
de un día inesperado! Tú viniste
a libertad a Adán de aquella triste
noche, con el pecado, abrumadora.

   Despiértase la vida, el sol colora  5
la tierra, el ciclo de fulgor se viste,
y en jubiloso coro cuanto existe
canta el himno sublime de la aurora.

   Desde que, envuelto en santa poesía,
un rayo matinal tenue y fecundo  10
calmó de nuestros padres la agonía,

   para el mísero, el pobre, el moribundo,
en el primer destello de aquel día,
¡tú, Esperanza inmortal, bajaste al mundo!




Al dolor




I


   Tú nos recoges al nacer, y en vano
es luchar contra ti. Nunca vencido,
la vida universal siempre ha gemido
sujeta la férreo yugo de tu mano.

   ¡Ah!, si en la inmensidad tu soberano  5
poder, sobreponiéndose al olvido,
el llanto condensase que ha vertido
desde su origen el linaje humano;

   si la lóbrega nube reventara
y bajo su espantosa pesadumbre  10
en lluvia torrencial se desatara,

   tocando el mundo en su postrero día,
el diluvio de lágrimas, la cumbre
de los más altos montes cubriría.




II


   ¿Quién escapa de ti? ¿Quién tu castigo
evita? ¿Quién se esconde a tu mirada?
Desde que el hombre emprende su jornada
de la cuna al sepulcro, va contigo.

   Mas no con torpe lengua te maldigo  5
¡oh Dolor!, cuya fuerza incontrastada,
como Dios sacó un mundo de la nada,
sacas del mal la luz que adoro y sigo.

   Fuerte artista que labras tu escultura,
el bloque humano sin piedad golpeas  10
y el bien arrancas de su entraña dura.

   Chispas de tu cincel son las ideas
con que iluminas nuestra noche oscura,
cuando tus obras inmortales creas.






Grandeza humana


   «¿Quién contra mí? Con el misterio en guerra,
nada resiste a mi potente anhelo:
Esclavizo la luz, escalo el cielo,
bajo al fondo del mar, reino en la tierra.

   De los secretos que Natura encierra  5
voy desgarrando el tenebroso velo,
y cuando, en mi ambición, remonto el vuelo,
Dios no me espanta ni el dolor me aterra.

   ¡Cuán grande soy! Dispongo del estrago.
Los mismos dioses que adoré en mi aurora  10
hoy, con desdén sacrílego, deshago...»

   ¡Bah! No tu loco orgullo se desmande:
el átomo invisible que devora
tu vida y tu soberbia, ese es más grande.




La esfinge




I


   La caravana por camino incierto
con recelosa indecisión avanza,
temiendo a cada paso la acechanza
de las nómadas tribus del Desierto.

   Por todas partes el espacio abierto  5
se pierde en fatigosa lontananza,
y donde quiera que la vista alcanza
todo está triste, desolado, muerto.

   Ni verde selva, ni azulado monte
el mar limitan de infecunda arena  10
en que el dócil camello hunde su planta,

   y sólo al fin del diáfano horizonte,
brillando al sol, inmóvil y serena,
la misteriosa esfinge se levanta.




II


   Sembrado está de huesos, que calcina
sol inclemente, el árido contorno,
y por el aire, ardiente como un horno,
no cruza ni una humilde golondrina.

   Alza polvo sutil densa neblina  5
de la cansada caravana en torno,
que, rindiéndose al peso del bochorno,
con soñolienta postración camina.

   Nada su sed inextinguible aplaca,
ante se irrita más, cuanto más finge  10
gratos oasis el febril anhelo.

   Y en la remota línea se destaca
la gigantesca mole de la Esfinge,
impenetrable y muda como el cielo.




III


   Buscando alivio a sus atroces penas,
en su camello el árabe dormita;
mas ¡ay!, de pronto se incorpora y grita
y siente hervir la sangre de sus venas.

   Es que el simum, rompiendo sus cadenas,  5
oscurece la bóveda infinita
y con terrible convulsión agita
el vasto mar de líbicas arenas.

   El monstruo asolador todo lo arrasa,
arrolla en desatado torbellino  10
la caravana sin ventura, y pasa.

   Y cuando vuelve a sosegarse el llano,
allá, ciega y brutal como el Destino,
cota la Esfinge el término lejano.






Fotografías


   ¡Pantoja, ten valor! Rompe la valla
luce, luce en tarjeta y en membrete
y cabe el toro que enganchó a Pepete
date a luz en las tiendas de quincalla.

   Eres un necio. -Cierto- Pero acalla  5
tu pudor y la duda no te inquiete.
¿Qué importa un necio más donde se mete
con pueril presunción tanta morralla?

   ¡Valdrás una peseta, buen Pantoja!
No valen mucho más rostros y nombres  10
que la fotografía al mundo arroja.

   Enséñanos tu cara y no te asombres:
deja a la edad futura que recoja,
tantos retratos y tan pocos hombres.






Luz y vida


   Cuando en el seno de la noche fría
oculta el sol su resplandor fecundo,
es para renacer, y espera el mundo
la nueva luz con el cercano día.

   Mas ¿quién penetra la inquietud sombría  5
que abruma el corazón del moribundo?
¿Quién sabe lo que guarda ese profundo
crepúsculo moral de la agonía?

   Desde la alta región del firmamento
el sol, en acordado movimiento,  10
con la nocturna oscuridad alterna.

   Pero tú, miserable vida humana,
no mueres hoy para brillar mañana.
¡Ay, no! tu noche es lóbrega y eterna.






A un traidor afortunado


   ¡Goza, goza en tu infamia! La serena
y osada faz levanta satisfecho:
insulta la virtud, huella el derecho,
y arrostra la opinión que te condena.

   Como lugar de crímenes que llena  5
de cruces la piedad, muestra tu pecho,
si para el vil a las perfidias hecho
son premios los honores y no pena.

   ¡Alienta pues! La multitud olvida,
el tiempo envuelve la verdad en dudas,  10
la historia engaña, el éxito sanciona.

   Únicamente amargará tu vida
la implacable conciencia, el juez de Judas,
que ni olvida, ni miente, ni perdona.






ArribaAbajoOlaguibel, Francisco Modesto de

México. 1874 - 1924

En 1897 publicó su polémico libro Oro negro.




Ni contigo ni sin ti


   No fue tu amor el que me dio la muerte,
por más que, al abrasarme con su lumbre,
sobre mi alma eché la pesadumbre
infinita y tremenda de quererte.

   Tampoco fue tu olvido; quedé inerte  5
al trasponer del ideal la cumbre;
pero luego volvió la muchedumbre
de los sueños, que huyeron al perderte.

   No, nada de eso fue: la triste vida,
la selva dolorosa, ensombrecida,  10
cuya helada tiniebla me da miedo...

   ¡Qué importan ni tus besos ni tu hastío!
La noche está muy negra; tengo frío.
¡Ni sin ti, ni contigo, vivir puedo!




Soneto


   No castas hermosuras ni rostros de princesa,
ni ojos donde brille la luz de la ilusión.
satánicas beldades, perfiles de faunesa,
y trágicas pupilas de ángel en rebelión.

   No bocas ideales de sonrosada fresa  5
en donde tiemble el ósculo gentil de la pasión.
Boca sensual y lúbrica que muerde cuando besa
con labios encendidos, -flores de tentación-.

   Amores ardorosos, vibrantes y soberbios
de donde brote el canto sonoro de los nervios,  10
hechos de fibra y fósforo, de médula y de luz.

   Y sea nuestra musa como un súcubo pálido
que ahogue nuestras vidas entre su abrazo cálido
mientras sucumbe el Sueño clavado en una cruz.




ArribaAbajoOlmedo, Antonio José

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Incertidumbre


   Un látigo de fuego ha cruzado el Abismo
y la Tierra ha temblado al estallar el trueno;
el Hombre ha desatado todo su ancestralismo,
y la blanca Paloma se ha enterrado en el cieno.

   Vanos han sido veinte siglos de cristianismo  5
para dulcificarle y para hacerle bueno,
y sigue siendo esclavo de su bajo egoísmo,
de sus torpes pasiones y de su desenfreno.

   Aun grazna el negro Cuervo de la desolación
por sobre las doctrinas del que murió en la Cruz.  10
¿Adónde marcha el Hombre sin fe ni orientación?

   ¿Quién dirá la palabra que del mal le desvíe
y en lugar de tinieblas su alma llene de luz?
La caravana pasa mientras la Esfinge ríe...




Evocación


   ¿Te acuerdas? bajo el palio azul-turquí del cielo
marchábamos unidos; y la dulce belleza
del vesperal paisaje, nos trajo la tristeza
de nuestras pobres vidas señeras, sin consuelo.

   Un tapiz de esmeralda perfumado en el suelo;  5
Filomena brindaba alegre su riqueza.
Nos miramos muy cerca. Tu voz, toda terneza,
tremaba ardiente, y suave como de terciopelo.

   -¡Quiéreme mucho, amor mío! ¡Quiéreme mucho!
Exoraste en acento que todavía escucho.  10
Tembló de envidia y celos una encarnada flor

   que al borde del camino lloraba sus agravios.
Yo te besé en la rosa sangrante de tus labios
consagrando aquel beso nuestro divino amor...




ArribaAbajoOlmedo, José Joaquín

Guayaquil (Ecuador). 1780 - 1847

Diplomático en Londres y París. Poeta hallado en Internet.




En la muerte de mi hermana


   ¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme?
inebriado en tu gloria y poderío.
¡ver el dolor que me devora impío
y la mirada de piedad negarme!

   Manda alzar otra vez por consolarme  5
la grave losa del sepulcro frío,
y restituye, oh Dios, al seno mío
la hermana que has querido arrebatarme.

   Yo no te la pedí. ¡Qué! ¿es por ventura
crear para destruir, placer divino,  10
o es de tanta virtud indigno el suelo?

   ¿o ya del todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante trino?
Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?




Al general Lamar


   No fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.

   Gloria fue tuya el levantar la frente  5
en el solio sin crimen, las peruanas
layes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito o inocente.

   Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:  10
pasará al fin su horrenda nombradía.

   A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.




ArribaAbajoOña, Inocencio de

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




El ideal


   ¿Amarla? No, que del amor cansado
es ya mi corazón sepulcro frío.
La contemplo, eso sí, con desvarío
porque es el ideal tan deseado.

   Cuanto pasa radiante por mi lado,  5
quiero vencer a mi constante hastío,
porque es la imagen del ensueño mío,
porque es el ángel por mi afán soñado.

   ¡Pase de largo, sus encantos guarde!
Aunque sería amarla mi consuelo,  10
hacer no puede de su amor alarde

   este maldito corazón de hielo...
¡Su sombra ha sido mi constante anhelo,
y hoy que la encuentro, para amarla es tarde!




ArribaAbajoOpisso, Alfredo

España. Siglo XIX - XX

Poeta.




A la memoria de Mme. Ackermann fallecida recientemente cerca de Niza


   Vivistes en silencio, pura, austera,
sin saber que era amar ni ser hermosa;
viviste como santa Dolorosa
para quien ningún mal extraño era.

   Siempre tu frente se mostró severa,  5
fruncida por la idea tenebrosa
del mal que al hombre sin cesar acosa
desde el nacer a su hora postrimera.

   Tú repetiste el desolado grito
que el náufrago del mundo lanza en vano,  10
y tuviste el amor por un deliro,

   y altanera retastes al tirano,
y en tus versos de lava y de granito
al fin su lira halló el dolor humano.




ArribaAbajoOrtega, Juan

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




¡Anhelo!... ¡anhelo!


   ¿Anhelo!... ¡Caro anhelo! No hay un día
que no vengas torturas a traerme
y a despertar el ruiseñor que duerme
en el jardín azul del alma mía.

   No vengas a aumentar mi fantasía  5
ni en vanas ilusiones a mecerme;
deja que pase mi existencia inerme...
Anhelo, no exacerbes mi agonía.

   Que es maldición que -nuevo Prometeo-
al Caúcaso fatal de mi deseo  10
encadenado viva, y mis entrañas,

   -nidal de mis románticos lirismos-
haciendo su festín en los abismos,
las devoren los buitres y alimañas...



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