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ArribaAbajoOrtega Morejón, José María de

España. Siglo XIX - Madrid. Siglo XX

Carrera Judicial. Fue Presidente de la Audiencia de Madrid. Poeta y autor dramático.




Plegaria


   Señor, yo creo en Ti; sé que tu mano
me arrancó de la nada; que tu acento
calma y encrespa al mar, desata el viento,
hunde la cumbre y agiganta el llano;

   que es sombra de tu paso soberano  5
toda la luz que esmalta el firmamento,
que lees el porvenir y el pensamiento
y que igualas al siervo y la tirano.

   Nada existe que olvides o que ignores.
la hoja del árbol por tu voz se mueve  10
y Tú ahuyentas o excitas los dolores,

   ¡mas sé también que nunca te conmueve
mirar mi corazón, lleno de amores,
siervo de un corazón lleno de nieve!




ArribaAbajoOrtiz, Carlos

Argentina. 1870 - 1910

Poeta. Murió asesinado.




El poema de las sombras


   Entre triunfales púrpuras se aleja
el sol, celeste Apolo que fustiga
luminoso y soberbio, su cuadriga
que un áureo polvo en el espacio deja.

   La noche de los crímenes amiga,  5
fúnebre avanza cual callada queja;
la Noche taciturna, que semeja
misterioso crespón que al mundo abriga.

   El crepúsculo, heraldo de la bruma,
la tierra en tenue claridad esfuma.  10
Se borran de la luz los rojos rastros;

   se extiende de las sombras el imperio,
y vibra de la Noche en el misterio
la celeste armonía de los astros.




La agonía de la rosa


   Infiriendo al armiño aleve ultraje
con su púrpura intensa y lujuriosa
prendida sueña la purpúrea rosa
entre las blondas del nevado traje.

   Arrancada al misterio del follaje,  5
languidece en la curva voluptuosa
del virgen seno, triste y misteriosa
en la pálida bruma del encaje.

   Agoniza; del lánguido capullo,
que fue de las florestas el orgullo,  10
un pétalo marchito se desprende

   con la tristeza de los hondos duelos,
y un perfume sutil, ligero asciende
como un alma que sube hacia los cielos.




Soneto


   El postrer rayo de la luz fulgura,
y en las vagas penumbras misteriosas
las dolientes campanas quejumbrosas
sollozan la canción de su amargura.

   Incubando tesoros, a la altura  5
se yerguen las montañas silenciosas,
y deshoja el crepúsculo sus rosas
sobre las cumbres de nevada albura.

   Y así como el crepúsculo derrama
los pétalos rosados de su llama,  10
-mientras lanzan los bronces su gemido-,

   en las gélidas nieves de las cimas
yo deshojo las «Rosas» de mis rimas
sobre la helada frente del Olvido.




Soneto


   Se acobarda la noche frente a aurora
cuyo fúlgido escudo la avasalla,
y repliega lo oscuro en la batalla
su guadaña de luna perdedora.

   Languidece la estrella luchadora  5
cual soldado en combate que desmaya,
mientras todo su aliento el grillo calla
y enmudece el triunfo que demora.

   Ya calzado su escudo el sol avanza
con el lauro lustroso de su gloria,  10
y a la estrella acorrala con su lanza

   de albo rayo, fatal como ninguna.
Y reitérase así la cruenta historia
cada día en que muere cada luna.




El ombú


   Con el firme tentáculo rugoso,
a un sombrío fragmento que le signa
sobre el suelo su mundo, se resigna,
infinito y soberbio en su reposo.

   Penitencia aprovecha del coloso  5
para hacer fugaz céfiro la indigna
burla inquieta y sutil, que suave asigna
un mohín a su fronda sigiloso.

   Y es el agua también, en su pasada,
que al mofarse del térreo enclavamiento  10
recrudece su estancia anquilosada.

   Mas consciente el ombú del valimiento,
nunca vio por el viento derribada
su corteza, y al agua hace alimento.




La rama


   Por azotes, colúmpiase la rama,
de la lluvia que tenue zigzaguea
en torrente a su vértice y gotea
un minúsculo cauce que derrama.

   Y en su límpido abrazo, tersa llama  5
de los rayos, la lluvia que golpea,
rauda niega a la rama que desea
nuevamente en el vástago la llama.

   Y tan triste se mece ante el celaje
que en grisáceo crisol vuelca su lloro,  10
que parece mendiga del paisaje

   estirando su brazo, aquella rama,
que limosna de gotas, no de oro.
cual monedas a lluvia le reclama.




El césped


   Ampulosa y anárquica prodiga
en el suelo su piélago cruzado,
un alfombra verdusca, denso prado,
bajo el pie quebradizo de la espiga.

   De los suelos tenaz y fina amiga,  5
bajo el sol prolifera y a su lado
en lo oscuro, con parche abigarrado
que del mundo retazo no desliga.

   Y de calma se viste, portentosa,
embriagando de paz enardecida  10
toda vista en su parche que se posa.

   ¡Pues que umbría la tierra y consumida
se vería si el manto que la acosa
no cubriese la muerte con su vida!




Espuma de mar


   Blanquecino fragor el filo abarca
de los mares con nieve murmurante,
en la arena muriendo, burbujeante,
sin dejar bajo el sol tumba ni marca.

   En la quilla revive de la barca  5
que tajando las aguas, navegante,
a la mar con estelas un instante
le abre y cierra las puertas de su arca.

   Luego muerte retrata de la ola
con un ruego que al pie humano se inmola.  10
Y arrastrada a la orilla, consumado

   su esponjoso vigor, sobre el costado
se postra del azul, lívida y sola,
como un hijo del mar abandonado.




Luz


   Entre pródigos campos, luminosa,
se desmonta la luz de la cosecha,
y proyecta en sus márgenes, estrecha,
mortecina la sombra que la acosa.

   Languidece su muerte perezosa  5
en un tenue crisol de gris que acecha,
y por fin de los campos se desecha
y en cadalso minúsculo reposa.

   Sobre el cáliz augusto de la noche
a su influjo reduce a la quimera,  10
y a la espera, en silencio y sin reproche,
de lo oscuro se torna su plebeya,
hasta el alba que lucha y la libera
de la cárcel disuelta de una estrella.




La sombra y la muerte


   Le pregunto a la sombra soberana
de la muerte su arcano y su conjuro,
pues si toda la muerte es ente oscuro,
enemiga es del brillo y luz que emana.

   A la sombra pregunto: ¿es tu hermana  5
esa muerte que alista con apuro,
su guadaña de temple sobrio y puro
sobre el alma con ansia de inhumana?

   Y replica la sombra, sulfurada:
«crea el manto, que huérfano de luces,  10
yo le tiendo a la tierra cuando salgo,

   un piélago de vida. No me acuses,
pues si oculto, mi brazo acuña algo,
es la muerte el abrazo de la nada».




«Fugit irreparabile tempus»


Pedro Calderón de la Barca


   De la cuan hacia el báculo, un instante,
ser resume la vida, golpe y brisa,
que lanzada al inicio con tal prisa,
es apenas comienzo, fin cesante.

   No hay engaño sutil, ni interrogante,  5
ni misterio insondable, ni premisa;
sólo imprime al carácter llanto o risa,
que se esgrimen testigos del semblante.

   Mas si efímera, da su desconcierto,
porque cede su brillo cuando oscura.  10
Pues es gota de agua, lo que dura,

   derramada en el medio del desierto,
y del astro que ha sido, su luz pura.
que la imagen nos lega cuando muerto.




Anhelo


   Como ilustre consigna incitadora
das tu leño al hogar de la pasión,
para quien, atizando su tesón,
enardece la brasa emprendedora.

   Caudalosa tormenta instigadora  5
que anegando al estéril corazón,
fertilizas la tierra de la acción
y alimentas su flor ensoñadora.

   Le confieres la gracia de tu sueño
al que insiste con ansia y con empeño,  10
y utopías falaces, reales son.

   Mas aquel que camina con desgano,
sólo avista en las señas de tu mano,
un esbozo de lúgubre ilusión.




La mariposa y el árbol


   Con el ruego que dura lo que el día
preguntaba la inquieta mariposa:
¿por qué son tus raíces tan añosas
que le sirven de tumba a mi agonía?

   ¿Por qué duran tus hojas temblorosas  5
lo que nunca jamás podrán las mías,
estas alas de efímera estadía
que de efímeras se hacen silenciosas?

   Pero el árbol, consciente del destino
que lo incrusta en el mundo soberano,  10
respondió con la vista en el camino:

   Heme aquí, con el verde haciendo gala,
mas la fuerza del siglo toda en vano,
si no tiene mi tronco tus dos alas.




Baldomero Fernández Moreno


   Soy un nómada nicho derruido
que epitafios resumo entre las manos,
y una lápida al alma de desganos,
y una lánguida muerte en el sentido.

   Soy en vida el escombro demolido  5
por cumplidos presagios soberanos,
que a mi ser le subyugan, e inhumanos,
atestiguan del cuerpo lo cedido.

   Un esbozo patético, una injuria,
que denota del tiempo la lujuria.  10
Tumba móvil, resabio de sí mismo,

   que demanda la fosa anticipada.
Progresivo desmán de un cataclismo
sobre el cuerpo inclinado hacia la nada.




Llanto por una muerte


   Es el llanto tenaz que me conjura
por la muerte hermanada con la mía,
a este tétrico adagio y elegía
cuya impronta a la ausencia no da cura.

   Llanto dócil que apenas da sutura  5
a ese tajo de pérdida que impía,
a la pérfida vida, raudo alía,
cicatrices tenaces de amargura.

   En su cauce tan brusco la impotencia
se desangra en dolor anquilosado,  10
y no ayuda alejando la conciencia

   de la imagen del cuerpo sepultado.
Llanto impío, canales de inclemencia,
en mi rostro te guían al pasado.




La vela


   Una trémula sombra reverbera,
acunándose en pómulos por mano
de la vela, que brinda más arcano
a la muerte, su dueña y compañera.

   Luz que infunde misterio al que ya era  5
el misterio insoluble de lo humano
en la cripta. Y mórbida, ya en vano,
suave azota la pronta calavera.

   Y parece la vela, voz siniestra
escuchar de la Parca, su maestra,  10
enseñándole enigmas como alumna.

   Y una ofrenda le hace de su cera
a la muerte por clase que le diera,
bajo el pie de su lánguida columna.




Filántropo anónimo


Alumbra con la gracia de su vida
a la vida tortuosa y más aciaga,
pues es tal su contento, que así paga,
con excesos en él lo que otro pida.

   E impulsado, con alma decidida,  5
cimentó al altruismo de su saga;
y el anónimo logro más le halaga
que la ayuda falaz, harto exhibida.

   Cobijado su nombre en el arcano,
de sus esencia, discute el hombre dos:  10
hay quien dice: tan sólo es un hermano,

   quien afirma: seguro es casi dios.
Mas que importa, deidad o simple humano,
si su nombre a la pena dice adiós.




Extremista


   De la entera negrura hasta la albura
jugaré con mi carta de albedrío,
acuciando en exceso el cuerpo mío
con el odio el amor y la locura.

   Probaré de lo feo la hermosura,  5
de la suma cordura el desvarío,
y de toda experiencia hasta el hastío
probaré, extremista hasta la hartura.

   Que al morir, por equívoco infinito,
inaugure entre espíritus un hito:  10
y por noble en el cielo me proclamen,

   y me exija el infierno residencia...
¡Que en eterna y sublime divergencia,
los demonios y santos me reclamen!




Apátridas


   Apartidas, el viento y aguacero,
desconocen impuesto enclavamiento
del humano, que fija el nacimiento,
y cercena del hombre libre fuero.

   Mas el cielo sin dueño, aventurero,  5
da el consejo cautivo de su viento,
sobre el agua, indómito sustento,
a los tímpanos blancos del velero.

   Pues natura en su díscolo deseo,
con sus manos, apartidas, furtivas,  10
desmenuza la ley del papeleo;

   quía al nómada en tránsito de vida,
desechando las normas decisivas
sin que número humano se lo impida.




Esfuerzo a la deriva


   Mas se vuelve la meta reacia, esquiva,
del suceso que en voz del tiempo calla,
cuando hirsuto, mi esfuerzo le batalla,
a la suerte su dote sorpresiva.

   Que la barca del hado más encalla  5
aunque el remo, con ímpetu reciba,
el impulso de mi ánimo que aviva
su velamen al mar que la avasalla.

   Ya depuesto mi remo, a la deriva,
su espolón dejo incierto que se vaya,  10
de su logro huidizo, fugitiva.

   Pues quizá, del fracaso fuerte valla,
quiebre al fin por azar de la deriva
sin denuedo, y arribe a excelsa playa.




Tristeza


   Si en la tela expectante de la vida
se deslucen los óleos animosos,
y agoniza de opaco ese brilloso
escenario de luces escondidas;

   si en todo el pensamiento haya medida,  5
y en un plazo fatal para lo hermoso
ya caduca el placer y muere el gozo;
si no hay gracia, alegría ni salida

   en el túnel estrecho de los días
que nos abra de risa a la sorpresa;  10
si un letargo de tiempo nos espía

   con el ojo de hastío y de pereza;
ya no hay dudas, con toda su porfía,
nos horada la vida la tristeza.




ArribaAbajoOsete, Antonio

Murcia. Siglo XIX - XX

Poeta.




¡Bien hallados todos!


   Al volver al lugar de mis amores,
tras una ausencia por demás penosa,
me buscaron en turba presurosa
deudos, amigos, siervos y señores.

   Nunca pude esperar tales favores;  5
jamás soñé acogida tan hermosa;
hicieron de mi vuelta una gran cosa;
¿dónde, cómo y por qué tantos honores?

   Todos, cuál más cuál menos, ya en sencillas
frases o ya entre rasgos de elocuencia  10
me dieron un saludo a maravillas.

   Mas lo que me causó gran complacencia
fue la banda de azules campanillas
de mi balcón... temblando a mi presencia.




Los dolores de la Virgen




Invocación


   Ecos fugaces de la selva umbría,
murmullos de arroyuelos bullidores,
suspiros de canoros ruiseñores,
confusas notas de la mar bravía;

   venid a secundar la lira mía,  5
que ha menester de fuerzas superiores,
y en mágico conjunto de primores
cantaré los tormentos de María.

   Tú, Madre celestial, a cuyo manto
se acoge el triste trovador sincero;  10
muéstrame las grandezas de tu llanto.

   Cantar tus penas cual merecen quiero;
dirige tú mi plañidero canto
y escuchará mi voz el mundo entero.




I


   Apenas el lucero matutino,
presentóse en la bóveda azulada,
dejan José y María su morada
llevando en brazos a Jesús divino.

   Las flores que guarnecen el camino  5
se yerguen para verlos de pasada,
y Ellos siguen su marcha acelerada
sin presentir los triste de su sino.

   ¡Oh Templo de Sión! Yo te saludo
con voz ferviente, de suspiros llena,  10
y ante tus gradas me prosterno mudo;

   que hoy en ti se consuma la alta escena
en que, a la voz de Simeón, sacudo
el primer eslabón de mi cadena.




II


   Obedeciendo celestial aviso,
con alma triste y con el cuerpo yerto,
la Sagrada Familia huye al desierto,
sin prepararse ni lo más preciso.

   En su curso anhelante e indeciso,  5
siempre a sus ojos el abismo abierto,
cuando es su rudo parecer más cierto
exclama resignada: -Dios lo quiso-

   ¡Flor la más delicada de las flores!
¡Oh Virgen! ¿Cómo puede tu ternura  10
sufrir de tanto daño los rigores?

   Mas ¡ay! el cáliz de vapor apura...
¿Qué sería sin eso tus dolores
de aquesta miserable criatura?




III


   -¿Habéis visto al amor del alma mía?-
pregunta a todos con afán prolijo
al verse sola sin su amado hijo,
la tan afligidísima María.

   Un vértigo de amor sus pasos guía  5
y busca por doquier sin rumbo fijo,
y no hay calle ni plaza ni escondrijo
que se cierre a su bárbara agonía.

   Sapientísima y alta Providencia:
¿do está Jesús que no oye tanto duelo?  10
¿qué lugar santifica su presencia?

   Vedle en el templo: esparce con anhelo
las primeras semillas de una ciencia
que puede hacer de nuestro mundo un cielo.




IV


   Todo inspira doquier duelo y pavura:
el sol que apenas arde, el triste acento
del aire enrarecido, y el lamento
de Jesús en la calle de Amargura.

   Rompiendo de la turba la espesura,  5
ya sin color y casi sin aliento,
cual paloma impedida por el viento
corre hacia el Salvador la Virgen pura.

   Anhelosa lo llama a su regazo,
y, aunque a entrambos el paso se les cierra,  10
al fin se funden en estrecho abrazo;

   y el miserable pecador se aterra,
sin saber que ese nudo es un abrazo
que sen dan hoy los cielos con la tierra.




V


   ¿Cómo podrá expresa mi baja lira
con fieles vibraciones el quebranto
de la Madre del Dios tres veces santo
que abrazada a la cruz hondo suspira?

   ¡Nube de horrores por la mente gira  5
que baja al corazón trocada en llanto,
y, al querer entonar fúnebre canto,
sobreexcitada la razón delira.

   ¡Oh de Dios y los hombres santa Madre!
Plegue a tu sacratísimo derecho  10
que tu negra aflicción a mi alma cuadre

   y que, en mi llanto abrasador deshecho,
la misma espada que te hirió taladre
la víscera amorosa de mi pecho.




VI


   Cubre negro crespón el firmamento,
riñen los mundos infernal batalla,
embravecido el mar rompe su valla
y silba desatado y seco el viento.

   De las piedras escúchase el lamento,  5
el trueno airado zumba, el rayo estalla,
y, temblando la cruz en que se halla,
lanza el Hijo de Dios su último aliento.

   En medio del desorden y la muerte
preséntase la Madre dolorida  10
y en sus brazos recoge a su hijo inerte;

   y lo oprime y lo besa estremecida
cual si le fuese dada tanta suerte
que pudiese otra vez darle la vida.




VII


   ¡Ya no existe Jesús! Pesada losa
aprisiona sus lívidos despojos.
¿Y María? Doquier lanza los ojos
halla la soledad más espantosa.

   Al ver tal duelo, la encendida rosa  5
temblando oculta sus colores rojos,
y al presenciar el ave sus enojos
pliega el vuelo y se oculta silenciosa.

   Todo ofrece señales de tristeza:
desde el negro crespón del firmamento  10
hasta el frío tapiz de la maleza

   se oye con voz sin timbre este lamento:
-Si así siente la gran naturaleza,
¿quién mide de María el sufrimiento?




Conclusión


   Ecos fugaces de la selva umbría,
murmullos de arroyuelos bullidores,
suspiros de canoros ruiseñores,
confusas notas de la mar bravía;

   los que auxiliasteis a la lira mía,  5
al cantar de la Virgen los dolores,
recibir de mi pecho los favores
que os devuelvo dichoso en este día.

   Tú, Madre celestial, a cuyo manto
se acoge el triste trovador sincero;  10
recibe con amor mi pobre canto.

   Yo, en la empresa, feliz me considero;
pues si pensé morirme al ver tu llanto
eterna vida por tu llanto espero.






En la Catedral de Toledo


   Al mirar este gótico portento
que el poder de los siglos desafía,
a impulsos de exaltada fantasía
se estremece el humano pensamiento.

   Desde el mármol del rico pavimento  5
a la cruz que las nubes desafía,
todo es arte y amor y poesía
y hermosura y belleza y sentimiento.

   Absorta el alma ve su mole ingente;
como leyendo en insondable arcano,  10
humíllase con pasmo reverente,

   y, de su autor al bendecir la mano,
adora en el Señor Omnipotente,
que dio al hombre poder tan soberano.






ArribaAbajoOsio, José de Jesús del

La Habana (Cuba). 1812 - 1862

Poeta.




Amor patrio


   Yo no dejo el San Juan por el Henares
ni un solar de mi Cuba por España,
ni por su pera nuestra dulce caña
ni por montes de olivos mis palmares.

   Goce el ibero allá sus olivares  5
que el áureo Tajo con sus ondas baña,
que a mí en Cuba me basta un cabaña
donde pueda entonar dulces cantares.

   Nunca el Pan trocaré por el Moncayo,
y ni el modesto túmulo de Hatuey  10
por la frígida tumba de Pelayo;

   y puesto que he nacido siboney,
quiero encontrar mi tumba en el Yucayo,
a la sombra apacible de un mamey...!




ArribaAbajoOssa, Jerónimo

Panamá. 1847 - 1907

Poeta creador del Himno Nacional de Panamá. Hallado en Internet.




La fuente del paraíso


   De una colina en la gentil ladera,
al fin de una quebrada primorosa,
hay una oculta fuente misteriosa
bajo un bosque de crespa enredadera.

   Feliz vive el amor en su ribera,  5
el genio del placer allí reposa
y en su linfa escondida y milagrosa
calma su sed la humanidad entera.

   Desde su fondo de pulida grama
en vivida corriente inagotable  10
la ardiente savia de los goces mana.

   Produce una embriaguez inexplicable.
Y aunque suele dar muerte su bebida
en ella está el principio de la vida.




ArribaAbajoOsuna, Francisco de

España. Siglos XIX - XX

Bachiller y pasante de Rodríguez Marín.




Soneto


   Yo quiero revelarte en un soneto
un secretillo a nadie confiado;
pero ¿cómo, si, apenas comenzado,
el fin ya toco del primer cuarteto?

   Empezaré el segundo, y me prometo  5
ser en él mucho más afortunado;
y es el caso, Juanilla, que he soñado...
Mas se acabó también. ¡Vaya un aprieto!

   Me avendré con seis versos, Juana mía;
que aunque mi secretillo es importante...  10
¿Con seis? ¡Si quedan tres, Virgen María!

   ¿Hay en el mundo cosa más cargante
que un soneto? Acabóse, no hay tu tía,
con el verso que escribo en este instante.




Cálamo currante


   Si escribir te propones un soneto,
ve haciendo lo que yo, que, a fe, no es harto;
tras el verso tercero saldrá el cuarto...
¡Si es coser y cantar! ¡Mira: un cuarteto!

   Haz otro igual después, que te prometo  5
que si aquesto es parir, es fácil parto;
van seis versos, y el séptimo ya ensarto;
otro, y van ocho, y al primer terceto.

   Todo es que el verso nono venga al baile
y el décimo en la rueda esté metido.  10
¿Hay consonante a baile y fraile? Haíle.

   Pues entonces, ya es esto pan comido,
y cata a Periquillo hecho fraile,
y cata el sonetejo concluido.




Chismografía


   Dícenme que decís, ex reina mía,
que os dicen que yo he dicho aquel secreto.
Y lo que yo os digo en un soneto,
que es decir por decir, tal tontería.

   ¡Qué tal cosa digáis! ¡Quién lo diría!  5
¿Digo? ¿Iba yo a decir? Digo y prometo
que digan lo que digan, yo respeto
lo que decís que dije el otro día.

   No digo que no digan (y me aflige)
lo que decís que dije, pues barrunto  10
que dicen que hay quien dice por capricho:

   Mas decís vos que digo que no dije
lo que dicen que dije de este asunto;
ni dije, ni diré. ¡Lo dicho, dicho!




ArribaAbajoOtero, Daniel

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Fue una mañana azul...


Fue una mañana azul, la linfa quieta
del infinito mar rasgó la nave.
¡Todo en silencio; ni el volar de un ave
turbaba aquella soledad discreta!

   Fue una mañana azul, pasó coqueta  5
besándote en la faz la brisa suave
y en el instante aquel, solemne y grave,
te confesé mi adoración secreta.

   Hubo en tu faz derroches de rubores
cuando en rapto fugaz de mis ardores  10
besé la fresca flor de tu mejilla.

   ¡Y a la radiante luz que el sol fulgura,
nos cubrió con rojiza vestidura
el palio bermellón de tu sombrilla!




ArribaAbajoOtero y Castroverde, Rafael

Matanzas (Cuba). 1858 - 1892

Poeta.




Mi tierra


   ¿Conoces tú la tierra bienhechora
donde la palma con la caña crece,
donde el mar, ondulante, s estremece,
vibrando eterna su canción sonora;

   donde la noche brilla cual la aurora  5
que en el ártico polo resplandece,
donde la indiana virginal florece,
y el bardo canta y el esclavo llora?

   ¡Pues bien! En esa tierra de palmares,
donde toda ilusión encuentra abrigo  10
y consuelo el dolor, y yo pesares;

   bajo ese cielo, de mi bien testigo,
entre besos, caricias y cantares,
vivir quisiera y fenecer contigo!...



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