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ArribaAbajoRivas Casala, Enrique

Málaga. Siglo XIX

Poeta y periodista. Dirigió la Revista de Málaga y El Correo de Andalucía.




Último amor


   Dame a beber enamorada loca
el néctar que las penas desvanece
aquel que la razón nos oscurece
y la fiereza del valor provoca.

   Dame con el perfume de tu boca,  5
el veneno sutil que me enardece,
y el dormido volcán que se estremece
vuelva otra vez a conmover la roca.

   De la edad juvenil y los engaños,
haz que de nuevo se despierte el brío,  10
renacerá también de aquellos años,

   la ardiente sangre que apagó el hastío,
si me dejas; ¡con tantos desengaños
entre la nieve moriré de frío!




ArribaAbajoRivas Frade, Federico

Colombia. 1858 - 1922

Poeta.




Consolatrix afflictorum


   Ante el viejo retablo donde lloras,
mi madre se postraba de rodillas,
y, lo mismo que en ti, vi en sus mejillas
rodar el llanto en las amargas horas.

   Como un rayo de luz de dos auroras,  5
de ella y del cielo en que sin mancha brillas,
bajaba con mis súplicas sencillas
la compasión que tú de Dios imploras.

   Muerta mi madre, en noches de amargura
ante el cuadro a caer vuelvo de hinojos,  10
y cuando el alma su oración murmura,

   se aplacan de mi vida los enojos,
porque al rogarte a ti, se me figura
que ella me está mirando con tus ojos.




En la sierra


   Hirsuto el pelo, el caminar doliente,
inútil o humillada la altanera
cornamenta que el tigre en lucha fiera
venció bajo la luz del sol ardiente.

   Hambriento, despeado, lentamente  5
el que antes fue señor de la pradera,
va de la rocallosa cordillera
ascendiendo por la áspera pendiente.

   Al fin, bajo el rigor de las jornadas,
imponente desplómase en la altura;  10
y al volver al oriente sus miradas

   lánguidas de cansancio y amargura,
regosto hay en sus nervios de vacadas,
y en sus ojos, nostalgias de llanuras.




ArribaAbajoRivera, Domingo

Araucas (Gran Canaria). 1852 - Las Palmas de Gran Canaria. 1929

Estudió Derecho. Fue relator de la Audiencia Territorial de Las Palmas.




Yo, a mi cuerpo


   ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?
¿por qué con humildad no he de quererte,
si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo,
viejo, a las tristes playas de la muerte?

   Tu pecho ha sollozado compasivo  5
por mí, en los rudos golpes de mi suerte;
ha jadeado con mi sed, y altivo
con mi ambición latió cuando era fuerte.

   Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
extenuada de angustia y de miseria.  10
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

   que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo sé que en tus hombros hice mía
mi cruz, mi parte en el dolor humano.




El muelle viejo


   Cuando el sol de la tarde sus rayos amortigua
y el muelle en sombra dejan sus pálidos reflejos,
por las aceras toscas de la explanada antigua,
siguiendo su costumbre, van llegando los viejos.

   Desde ese muelle -anhelo de tres generaciones-  5
en otro tiempo vieron, sobre la azul llanura,
cruzar las blancas velas de las embarcaciones
como presagio humilde de la ciudad futura.

   Y hoy, desde el viejo muelle, silencioso y desierto,
miran con turbios ojos salir del nuevo puerto  10
para Marsella o Londres, Hamburgo o Liverpool,

   en vez de los pequeños veleros de estos días,
vapores poderosos que exportan mercancías
y manchan de humo negro el horizonte azul.




ArribaAbajoRivera G., José Antonio

México. Siglo XIX - XX




El soneto


   Joya rara, primor de orfebrería
el Soneto ha de ser por su elegancia;
conviene a su linaje la arrogancia
y le da nuevos lauros la osadía.

   Grande de España a veces se diría,  5
o Príncipe italiano, o Par de Francia;
desdeña la vulgar intemperancia,
y es fiel a su blasón y su hidalguía.

   Caballero gentil, sobre Pegaso
asciende por las faldas del Parnaso  10
en busca de bellezas ideales...

   ¡Y al descender de la celeste altura
ofrece a los selectos la dulzura
del néctar que robó a los inmortales!




ArribaAbajoRobainas, Francisco

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Flor de otoño


   ...Y, a pesar de los años que han pasado, alma mía,
te adivino en la sombra por el huerto cruzar
sobre las hojas muertas que gimen todavía
bajo tus pies de seda, de nieve y de azahar...!

   Ven... no temas, te espero. Ya agoniza la tarde,  5
caen las hojas.. Es el viento un suspirar
de Fauno... Otoño mustia las flores, mientras arde
dentro de mí un horrible deseo de llorar...!

   Ven... no temas. Te llevo prendida en mi amargura;
veo en ti a la soñada, ya olvidé a la perjura;  10
eres sólo la muerta que al bardo sonrió,

   la flor evocadora de mis tristezas hondas,
la flor que sonreía debajo de las frondas
y que el Otoño -el fauno ebrio de amor- mustió...!




ArribaAbajoRobles, Concepción

España. Siglo XIX

Poeta y actriz dramática.




Yo he leído


   Yo he leído mil versos inspirados
en ese gran amor que nos domina
pretendiendo contarnos la divina
locura que nos tiene esclavizados.

   ¡Qué sonetos en llamas engendrados!  5
¡Qué décimas de forma peregrina!
Otros, como un jirón de la neblina
vagan tristes corriendo desolados...

   Yo, que soy una humilde enamorada,
entre tantos no he visto retratada  10
la pasión que me arrastra a lo invisible.

   Y es que está fuera del lenguaje humano
el gigantesco imperio del tirano
edificado sobre lo intangible.




ArribaAbajoRobles Yánez, Juan

España. Siglo XIX

Poeta.




Soneto


   ¿Quién eres? ¡Ay de mí! Por mi ventura
serás acaso de la estrella mía,
el sólo móvil que doquier la guía
o el Dios que fecundiza a la Natura?

   ¿Iluminas tal vez con tu hermosura  5
cuanto bello se ve a la luz del día,
o sin ti, cuanto existe, moriría,
de tétrico pesar, o de pavura?

   Algo tienes que ser, alma del alma,
ser de mi corazón, bien de mi vida,  10
que a delirios sin fin tu amor convida,

   símbolo eterno de la dulce calma,
inflamando amorosa y lisonjera,
llena de encantos la pasión primera.




ArribaAbajoRoca de Tagores, Mariano

Albacete. 1812 - 1899

Político y orador. Marqués de Molins. Vizconde de Rocamora.




Mi destino


   Campo estéril, mortífera laguna
me vio nacer, y la yermada arena
présago iluminaba de mi pena
fúnebre rayo de sangrienta luna.

   Trueno de muerte me arrulló en la cuna  5
cuando Castilla, al sacudir la ajena,
forjaba ya la bárbara cadena
que dio al Corso tirano la fortuna.

   Mi primer tierno involuntario llanto
uniose al llanto de la patria mía  10
y mis ojos lloraron su quebranto.

   De entonces miran en la luz del día
lúgubre antorcha de dolor y espanto
y amo a mi patria y lloro su agonía.




ArribaAbajoRodajo, Andrés

España. Siglo XIX

Poeta.




Soneto


   Muere la noche tétrica y sombría
cuando el rayo del sol ardiente asoma;
la fiera a quien jamás el hombre doma
siendo la reina de la selva umbría.

   La casta flor que al despuntar el día  5
perfuma el blando ambiente con su aroma
y el duro roble que en lejana loma
los fuertes elementos desafía.

   El pajarillo que con dulce trino
a su pareja enamorado llama...  10
¡Todo sucumbe ante el fatal destino

   que el universo como ley proclama!
Pero algo hay inmortal ¡ángel divino!
y es el amor con que mi pecho te ama.




ArribaAbajoRodao Hernández, José

Cantalejo (Segovia). 1865 - Segovia. 1927

Periodista, autor dramático y poeta. Fue director de El Adelantado de Segovia.




¿Perdón o disculpa?


   En un rincón del templo solitario
te vi ayer, con fervor, arrodillada,
dirigiendo, implorante, la mirada
a la cruz que se alzaba en el Sagrario.

   Pendía de tu cuello un relicario  5
y tu aptitud, humilde y resignada,
era de pecadora, confiada
en que borre sus culpas el rosario.

   Si a tus faltas pedías indulgencia,
merecerás del Cristo la clemencia;  10
mas si buscas disculpas a tu vida,

   aun más las iras del Señor provocas,
porque ese Dios inmenso a quien invocas
no se puede achicar a tu medida.




ArribaAbajoRodo, José Enrique

Uruguay. 1872 - 1917

Uno de los más leídos ensayistas de su país.




Lecturas


   De la dichosa edad en los albores
amó a Perrault mi ingenua fantasía,
mago que en torno de mi sien tendía
gasas de luz y flecos de colores.

   Del sol de adolescencia en los ardores  5
fue Lamartine mi cariñoso guía.
Jocelyn propició, bajo la umbría
fronda vernal, mis ocios soñadores.

   Luego el bronce hugoniano arma y escuda
al corazón, que austeridad entraña.  10
Cuando avanza en mi heredad el frío,

   amé a Cervantes. Sensación más ruda
busqué luego en Balzac... y hoy, ¡cosa extraña!
vuelvo a Perrault, me reconcentro, y río...




ArribaAbajoRodríguez, Amada Rosa

Cuba. Siglo XIX - XX

Poeta.




Vida campestre


   El céfiro ligero, suavemente
las flores del jardín acariciando,
a lo lejos el sol agonizando
en su rosado lecho de occidente.

   Cerca de aquí un arroyo transparente,  5
al pie de una colina murmurando;
y los frondosos árboles mirando
sus siluetas que copia la corriente.

   No lejos una palma majestuosa
sus penachos meciendo a gran altura;  10
la noche, con su sombra misteriosa,

   borrando los encantos de Natura;
y yo sola, en mi alcoba silenciosa,
buscando distracción en la lectura.




Quisiera


   Quisiera yo dejar estos lugares
para ir a conocer otras naciones,
con nuestros juveniles corazones
libres de desengaños y pesares.

   Dejara yo mi patria y mis palmares  5
donde vivo sin necias ambiciones,
por conocer el sol de otras regiones
y atravesar los insondables mares.

   Quisiera recorrer alegremente
un país para mí desconocido,  10
respirar otra atmósfera, otro ambiente;

   y sin dejar a Cuba en el olvido,
como la golondrina, nuevamente,
bajo su cielo fabricar mi nido.




ArribaAbajoRodríguez Cáceres, Ricardo

La Habana (Cuba). 1862 - 1918

Poeta.




Un rosal


   Para tu muerta ese rosal envío,
que no es amiga mano ni piadosa
la que al pie de una tumba no se posa
a ofrecer flores al sepulcro frío;

   y en un sitio tan lóbrego y sombrío,  5
le basta al muerto que en quietud reposa,
el vuelo de una leve mariposa
y unas flores cuajadas de rocío.

   Sembrado ese rosal sobre su fosa,
quizá en aquel lugar llene un vacío,  10
y al florecer la primavera hermosa

   o al desgranar sus perlas el estío,
le ofrezca más de una fragante rosa
cuajada en llanto del recuerdo mío.




Busto de Dante


   Tu busto, Dante, que extasiado miro,
la dulce imagen de Beatriz amada
trae a mi recuerdo, para ser cantada
de amor envuelta en caprichoso giro.

   Yo también por tu dama amo y suspiro,  5
en ella está mi esposa retratada,
y ambas, cual tú, en la celestial morada
encontraron ya juntas su retiro.

   Vuela un gentil espíritu a mi lado
que de invisible claridad me llena  10
y se queda en mi pecho sepultado.

   Y tú supiste reflejar tu pena,
y en la redes de amor aprisionado
dejar un himno que perdura y suena.




En el sepulcro


   Las matas de jazmín y de diamela
del jardín de tu patio, aquí transplanto;
porque esas flores que cuidabas tanto,
no verlas junto a ti me desconsuela.

   Aquí al menos mi pecho no recela  5
de que marchiten su florido encanto;
siempre en la tierra que humedece el llanto
viven las plantas cuando un alma vela.

   Solas en el hogar languidecían,
porque eras tú con tu color y riego,  10
la ninfa de la fuente, el sol de fuego

   que en sus tallos y vástagos nutrían,
y tendrán nueva savia en tus despojos
cuando estén mustios de llorar mis ojos.




Luisito


   En tu seno ese niño reclinado
cándidamente en actitud risueña,
parece un ángel que contigo sueña
en un lecho de rosas perfumado.

   Y bebiendo a tu pecho codiciado  5
el néctar que le brindas halagüeña,
perece un nardo en arrogante peña
del vendaval del mundo resguardado.

   Cede un instante al maternal cariño;
dame esa prenda de tu amor querida  10
para besarla con paterno anhelo;

   porque besando al candoroso niño,
beso a la madre que le dio la vida,
beso a la esposa que me ha dado el Cielo.




ArribaAbajoRodríguez Díaz, Carlos

España. Siglo XIX

Poeta.




La Puerta del Sol


   Un horrible y estúpido vaivén
donde un tipo descuella, el holgazán:
diez tranvías que vienen, seis que van,
treinta coches de punto y puntos cien.

   Un ministerio en que los tontos ven  5
bajar la bola si las doce dan,
y bastantes comercios donde están
tentaciones que pocos vencen bien.

   Una nube de golfos donde vi
reflejado el espíritu español;  10
un horizonte ñoño y baladí

   que jamás se ha teñido de arrebol;
y un paseo de niñas que hasta allí...
¡Esta es, la sin igual Puerta del Sol!




ArribaAbajoRodríguez Díaz, José

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




A Eros...


   No gastes, niña, tu sonrisa loca,
no derroches en vano tus venenos,
ni con la nieve de tus blancos senos,
pienses vencer mi corazón de roca...

   Es para hablarte la elocuencia poca  5
de tu cuerpo gentil... Tus ojos llenos
de lujuria inmortal no son ajenos
al labio ardiente que besó mi boca.

   Sigamos embriagados. Tu blancura
me brindará champañas de hermosura,  10
que a chorros brotan de tu cuerpo mago...

   Loba y Chacal, tú y yo... nos conocemos
y sin hablar de amor nos marcharemos
cuando quede la fuente sin un trago...




ArribaAbajoRodríguez Elías, Avelino

Galicia. Siglo XIX

Poeta.




El primer vuelo


   Pájaro implume que abandona el nido
creyéndose con fuerzas para el vuelo,
y un triste desengaño halla en el suelo,
es mártir del amor; lo que tú has sido.

   Uno que te vio hermosa, habló a tu oído;  5
tú le escuchaste sin ningún recelo,
después... lo que pasó, lo sabe el cielo!...
y hoy eres niña aún, ángel caído.

   Caíste ¡enorme falta! mas no importa
que puedes redimirte si constante  10
sigues la senda que al perdón conduce.

   Síguela, por tu bien, aunque no es corta,
que a su final ansiado, el sol brillante,
de la Clemencia célica reluce.




ArribaAbajoRodríguez Embil, Luis

Cuba. Siglo XIX


El poema del amor y de la muerte




I


   Hace tres meses que Madona Lisa,
la esposa del Francesco del Giocondo,
acude al «atélier» del duro y hondo
Leonardo; y hoy, tras de escuchar la Misa

   en Santa Croce, hermética y sumisa  5
ha entrado la Señora, acompañada
de su ama de llaves, y, sentada
frente al pintor, le entrega su sonrisa.

   Los músicos Salaino y Atalante
mezclan, muy piano, vagorosamente,  10
los sones del laúd y de la viola.

   Duerme el ama. Gioconda, un breve instante,
mira a Vinci. La mira él sonriente...
Solo él con ella está, y ella, en él, sola.




II


   Cuenta un cuento Leonardo, a los sonidos
de la música: «Contra la lejana
isla del amor de Chipre, hace la insana
tempestad naufragar a los perdidos

   navegantes que, ciegos, y atraídos  5
por la hermosura de la mar arcana,
son, al tocar en la isla soberana,
por la mar implacable destruidos.

   Los náufragos son tan numerosos,
como es bella la tierra, azul el cielo,  10
glauca la mar que el sol tranquilo irisa...»

   Callan Vinci y los sones vagorosos.
Sobre el silencio, extiende la modelo
la obscura claridad de su sonrisa.




IV


   En la noche lunar vuelve a su casa
Leonardo pensativo; en la calleja
vibran los ecos de canción añeja
que el corazón del solitario abrasa

   en recóndito fuego: «Todo pasa  5
-dice el canto-, cuál fábula o conseja
es esta vida, en la que se refleja
un instante de luz, y sobrepasa

   nuestro entender, sin que jamás sepamos
por qué nacimos, ni hacia dónde vamos:  10
amemos, pues, mientras amar podemos...»

   Leonardo, triste hasta morir, medita.
Y al alejarse la canción, le grita,
como un reproche una vez más: «Amemos...»




V


   -«Amemos» piensa a solas el artista-;
«pero ¿es amor aquello a que da el hombre,
sin saber lo que nombra, este alto nombre?
¿He menester siquiera yo que exista

   en la carne mi amor, o que revista  5
forma carnal, para que el milagroso
acto de creación, por prodigioso
ministerio se cumpla? ¿No es la vista

   el alma de sus ojos en los míos
el fecundo fundirse de su alma  10
con mi alma palpitante? Cual dos ríos

   en la mar, su mirada con la mía
junta, penetra en la inefable calma
de un mar sin fin de célica armonía...»






Quisiera...


   Quisiera, como el bienaventurado, Francisco,
haber llegado a ver, a saber, a sentir
que son hermanos míos el hombre, el agua, el risco,
pues que es una la Vida, y es uno el existir;

   que todo es uno, y todo, el nacer. el morir,  5
es un acto de amor o no es nada el ventisco
y la nieve y el cielo y el aire y el aprisco
mensajes de otro mundo donde es bello vivir,

   y este Universo todo una hermosa y divina
parábola del Cielo, que hacia el Cielo encamina,  10
un enigma divino, cuya clave está en nos,

   que todo cuanto existe es un misterio santo,
y una parte del manto, y una parte del manto,
que oculta a nuestros ojos la realidad de Dios...






Búscate a ti mismo...


   Búscate a ti mismo, si quieres hallarte,
mas no en tus palabras, ni en tus obras, ni en
tus actos, ni en nada que pueda enturbiarte
la visión, y te haga pensar que eres quien

   habla, actúa, crea; tan sólo al negarte  5
podrás poseerte; si ciñen tu sien
coronas, de todas has de despojarte
antes de ser libre y alcanzar el Bien.

   Por que tus coronas te son tan extrañas
como los torrentes, como las montañas  10
-que, al igual que todo, son sueño y no más-.

   En la oración tácita que pronuncia el hombre,
él es el sujeto, sin forma y sin nombre,
y es el predicado todo lo demás.






ArribaAbajoRodríguez Pinilla, Cándido

España. Siglo XIX

Poeta.




El cadalso


   Trono del crimen; del terror asiento;
de la barbarie del pasado herencia,
la caridad padece en su presencia
y solloza a su vista el sentimiento.

   Si es para el criminal duro tormento  5
usurpa su derecho a la conciencia
y el de Dios, acortando una existencia
que pudiera lavar el sufrimiento.

   Crimen nefando de la ley que asombra
en el Siglo infeliz que su arrogancia  10
el de las luces se apellida y nombra.

   Puesto en cadalso en pie por la ignorancia,
la extraña luz del Siglo es vana sombra
y en su encomiada caridad, jactancia.




ArribaAbajoRodríguez Zapata, Francisco

Sevilla. 1813 - 1889

Poeta y escritor. Bécquer, Campillo y Peñaranda fueron discípulos de este poeta.




Eternidad de Dios


   Cuando al lucir el postrimero día,
los astros en pavesas convertidos
reden, y el mar con hórridos bramidos
al caos torne en la región vacía:

   y, rota la ancha base do yacía,  5
la tierra, con sus ejes sacudidos,
vagar se mire en átomos perdidos
por espacios sin fin en noche umbría:

   y, ante un trono de luz, final sentencia
escuchen de la vida o de la muerte  10
los restos de las tumbas animados:

   el tiempo acabará, no la existencia
del Dios que es inmortal y santo y fuerte
sobre mundos y mundos consumados.




A Donoso Cortés


   Guarde en su margen el dichoso Sena
al que Europa admiró genio eminente,
y por quien dobla la abatida frente
España en el dolor que la enajena.

   Yace agotada allí la inmensa vena  5
del escritor, del místico elocuente,
que era el orgullo de la ibera gente
y aun en la tumba contra el siglo truena.

   Cedióle Tulio sus brillantes galas,
Demóstenes su fuego y energía,  10
Job su ternura, Ezequiel su vuelo:

   prestóle al fin la Religión sus alas,
y cual ciervo sediento en su agonía
voló a la eterna fuente del consuelo.




A la Asunción de la Virgen


   De aqueste valle de zozobra y llanto
al Empíreo elevándote, oh María,
tierras y mares bañas de alegría,
y al éter prestas inefable encanto.

   Sírvete el sol de esplendoroso manto,  5
oriente las estrellas a porfía,
la luna alfombra tu fragante vía
entre nubes de nácar y amaranto.

   Alzan los orbes cántico sonoro
a tu grandeza, augusta Soberana,  10
hoy de Sión apetecida aurora.

   Lo repite incesante el almo coro,
y con júbilo intenso, al verte ufana,
junto al solio de Dios tu solio adora.




En la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María


   Doble su luz el claro firmamento,
su espuma ricen los extensos mares,
brote la tierra flores a millares,
rico en aromas se dilate el viento:

   Las naciones convóquense al acento  5
de concordia y amor, y a los altares
lleven, con blancas rosas y azahares,
de férvida piedad el sacro aliento;

   que del Pastor universal sonando
do quien la voz, por el cristiano ansiada,  10
de la Virgen más pura ensalza el nombre;

   y hoy, a despecho del precito bando,
aplaude el orbe toda Inmaculada
a la que diera un Redentor al hombre.




A nuestro santísimo padre Pío Nono


   Brillas ¡oh Pío! en la moderna historia,
como el sol del espacio en las regiones,
y emana de las célicas mansiones,
cual sucesor de Pedro, tu alta gloria.

   Un siglo al otro siglo tu memoria  5
legará entre solemnes bendiciones,
hundidas del Averno las legiones
bajo tu planta en sin igual victoria.

   De la Madre de Dios la pura frente
por ti nos muestra el lauro soberano,  10
que tu grey canta con amor profundo.

   No temas, pues; que el rayo del Potente
obedece a tu voz, y alza tu mano
el Cetro de los cetros sobre el mundo.




Ofrenda a la Santísima Virgen


   Al pie de nuestras aras la rodilla,
de vuestro dulce amor al vivo fuego,
esta guirnalda a presentaros llego,
donde tu nombre enaltecido brilla.

   No desoigáis al que ante Vos se humilla,  5
acoged tierna mi piadoso ruego,
con las flores que dio en fecundo riego
de otra España mejor la Fe sencilla.

   A ellas, que ostentan variedad hermosa
y en mística fragancia el aire inundan,  10
pobres mirtos enlazo reverente.

   Aceptarlos también, reina gloriosa,
y con los puros rayos que os circundan,
prez de eterna salud, bañad mi frente.




ArribaAbajoRojas, Mercedes Ignacia

Chile. Siglo XIX

Poeta.




A Carlota Patti


   ¿Qué grata melodía es la que siento,
qué voz angelical llega a mi oído?
¿De do emana ese mágico sonido
que enloquece y embriaga de contento?

   ¿De más allá del alto firmamento  5
un ángel a la tierra ha descendido?
¡Yo encuentro ese trinar desconocido
y la voz de la gloria oigo en su acento!

   Y veo una mujer, y de ella brota
esa voz que al salir de su garganta  10
vierte un nuevo prodigio en cada nota.

   ¡Mas no es una mujer la que así encanta!
¡Hada huída del cielo eres, Carlota,
pues que sólo en el cielo así se canta!




ArribaAbajoRojo y Soto, Antonio

Cuba (España). Siglo XIX - 1886

Poeta. Residió en Cuba y en Cádiz.




Soneto


   Mientras que media humanidad se ríe,
y la otra media con pesar suspira,
existe un ser que en soledad delira,
no goza, no padece, no sonríe.

   No hay quien sus pasos vacilantes guíe,  5
no busca a quien mirar; nadie le mira;
cariño, compasión, a nadie inspira;
¡pobre de aquel que en los extraños fié!

   Cuán amargo es sufrir como dolencia
el splin que aniquila al ser más fuerte,  10
envidio ya con singular violencia

   el ajeno dolor, como la suerte.
No se acuerda de mí ni mi conciencia:
Señor, si esto es vivir, venga la muerte.




ArribaAbajoRoldán, José Gonzalo

Cuba. Siglo XIX




Soñar y amar


   Soñé que una selva silenciosa
junto a un lago risueño y transparente,
vi de mi Lesbia la serena frente
pura cual siempre y como siempre hermosa.

   Soñé que con manera pudorosa  5
puso en un lazo azul jazmín luciente,
y al seño los unió tierno y latiente,
con trenzas de áurea seda primorosa.

   Díjome «Adiós» y vuelvo a mi retiro.
En vano quise detener su brazo,  10
fue como el viento rápido su giro.

   Y mi dulce ilusión cumplió su plazo...
Y el corazón llevóse en un suspiro
selva, lago, jazmín, trenzas y lazo.




El ruego


   En un espeso bosque de cafetos
que el amor eligió para su gruta,
Lesbia se entró por ignorada ruta,
a contar a las hojas sus secretos.

   Como aquel que en delirios siempre inquietos  5
lleva sus estrella al bien que no disfruta;
al bosque así con precaución astuta,
lleváronme mis pasos indiscretos.

   Mi nombre al repetir su boca hermosa,
quiso libar el néctar bendecido,  10
y en púrpura tiñó su sien de rosa.

   El bello bosque susurró un gemido
y Lesbia se volvió triste y llorosa...
Y el ruego del amor fue desoído.




Al devolver las poesías de Espronceda a una amiga


   El blanco lirio que a la mar arrojas
no al tallo volverá do se mecía;
su perdido esplendor y lozanía
nunca recobran las marchitas hojas.

   Cuando tu vida de ilusión despojas  5
del encanto mejor que ella tenía,
no pretendas sentir como sentía
Elvira incomparable sus congojas.

   Hermosa tempestad para tu alma
fue aquel afecto que amistad llamaron;  10
luz de tu sueño, y de tus penas calma.

   Las dulces confidencias se acabaron...
Murió la fe, se deshojo la palma...
las nubes de zafir se disiparon...




Mis versos


   Sueños de amor, armónicos sonidos,
gaviotas extraviadas por el cielo,
augurios de esperanza y de consuelo,
hijos del corazón, versos queridos.

   Vosotros sois sobre el cristal tendidos  5
de murmurante y límpido arroyuelo,
cisnes que leves dirigís el vuelo
por bosques silenciosos y floridos.

   Ecos de mi laud ¡yo os amo tanto!...
Mi pecho al entonaros se contrista.  10
Os escribo con tinta de mi llanto.

   Tal vez un día os cantará el artista,
y un labio ardiente os prestará su encanto
cuando ni el polvo de mi ser exista.




Mi amor y la luna


   Eres tú con tu mágico lucero,
con tu luz que jamás brilla importuna,
pura, apacible, misteriosa luna,
cándida imagen de mi amor primero.

   Si eres tú la que vuelves lisonjero  5
sueño de cisne en límpida laguna,
la que viste mi amor y mi fortuna,
la misma que brillaste aquel Enero;

   Dile a aquella beldad de acento blando
que piense en mí cuando suspire al verte,  10
que contigo y su amor estoy soñando.

   Que yo mismo no sé cual es mi suerte,
que no sé si a la vida voy andando
o si voy caminando hacia la muerte.



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