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ArribaAbajoSantos Álvarez, Miguel de los

Valladolid. 1817 - 1892

Poeta. Amigo y compañero de Espronceda.




Cuán bella sale la naciente aurora


   ¡Cuán bella sale la naciente aurora
del fresco seno de los claros mares!...
¡Cuán bello el sol se inclina en los altares
de la noche feliz que lo enamora!...

   ¡Cuán bella es la vespertina hora,  5
cuando, al son de sus rústicos cantares,
vuelve el pastor a sus agrestes lares
y lágrimas de amor la luna llora!...

   ¡Cuán bello el cielo azul baña en reposo
a la luz de sus astros nuestra vida!...  10
¡Mas que hallará que le parezca hermoso

   el que guarda en el alma dolorida,
que halló feo y vacío y mentiroso
el corazón de una mujer querida!...




ArribaAbajoSantos Chocano, José

Perú. 1875 - 1910

Tuvo una vida y una muerte marcada por la violencia.




El sol y la luna


   Entre las manos de mi madre anciana
la cabellera de su nieto brilla,
y es puñado de trigo, áurea gavilla,
oro de sol robado a la mañana.

   Luce mi madre en tanto -espuma vana  5
que la ola del tiempo echó a la orilla-
a modo de una hostia sin mancilla,
su relumbrante cabellera cana.

   Grupo de plata y oro que en derroches
cubren mi corazón de regocijo.  10
No importa nada que el rencor me ladre,

   porque para mis días y mis noches,
tengo el sol en los bucles de mi hijo
y la luna en las canas de mi madre.






Seno de reina


   Era una reina hispana. No sé ni quien sería,
ni cual su egregio nombre, ni como su linaje:
sé apenas la elegancia con que de su carruaje
saltó, al oír a un niño que en un rincón gemía.

   Y dijo: -¿Por qué llora?- La tarde estaba fría;  5
y el niño estaba hambriento. La reina abrióse el traje;
y le dio el seno blanco por entre el blanco encaje,
como lo hubiese hecho Santa Isabel de Hungría.

   Es gloria de la estirpe la que le dio su pecho
a aquel hambriento niño que acaso sentiría  10
más tarde un misterioso dinástico derecho;

   y es gloria de la estirpe, porque es amor fecundo
con que la reina al niño le dio su seno un día,
¡fue el mismo con que España le dio su seno a un mundo!






El sueño del caimán


   Enorme tronco que arrastró la ola,
yace el caimán varado en la ribera;
espinazo de abrupta cordillera,
fauces de abismo y formidable cola.

   El sol le envuelve en fúlgida aureola,  5
y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que al reverberar se tornasola.

   Inmóvil como un ídolo sagrado,
ceñido en mallas de compacto acero,  10
está ante el agua estático y sombrío,

   a manera de un príncipe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de cristal de un río.






Blasón


   Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical...

   Cuando me siento inca, le rindo vasallaje  5
al Sol, que me da el centro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje,
parecen mis estrofas trompetas de cristal.

   Mi fantasía viene de un abolengo moro;
los Andes son de plata, pero León de oro.  10
Y las dos castas fundo con épico fragor.

   La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.






El sueño del cóndor


   Al despuntar el estrellado coro,
pósase en una cúspide nevada:
lo envuelve el día en la postrer mirada;
y revienta a sus pies trueno sonoro.

   Su blanca gola es imperial decoro;  5
su ceño varonil, pomo de espada;
sus garfios, siempre actitud airada,
curvos puñales de marfil con oro.

   Solitario en la cúspide se siente:
en las pálidas nieblas se confunde;  10
desvanece el fulgor de su aureola,

   y esfumándose entonces lentamente,
se hunde en la noche como el alma se hunde
en la meditación cuando está sola.






La magnolia


   En el bosque de aromas y de músicas lleno,
la magnolia florece delicada y ligera,
cual vellón que en la zarzas enredado estuviera
o cual copo de espuma sobre lago sereno.

   Es un ánfora digna de un artífice heleno,  5
un marmóreo prodigio de la clásica era;
y destaca su fina redondez, a manera
de una dama que luce descotado su seno.

   No se sabe si es perla, no se sabe si es llanto.
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto  10
en la que una paloma pierde acaso la vida;

   porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve
como un rayo de luna que se cuaja en la nieve
o como una paloma que se queda dormida.






Las orquídeas


   Ánforas de cristal, airosas galas
de enigmáticas formas sorprendentes,
diademas propias de apolíneas frentes,
adornos dignos de fastuosas galas.

   En los nudos de un tronco hacen escalas;  5
y ensortijan sus tallos de serpientes,
hasta quedar en la altitud pendientes,
a manera de pájaros sin alas.

   Tristes como cabezas pensativas,
brotan ellas, sin torpes ligaduras  10
de tirana raíz, libres y altivas;

   porque también, con lo mezquino en guerra,
quieren vivir, como las almas puras,
sin un solo contacto con la tierra.




Tríptico criollo




I


El charro


   Viste de seda: alhajes de gran tono;
pechera en que el encaje hace una ola,
y bajo el cinto, un mango de pistola,
que él aprieta entre el puño de su encono.

   Piramidal sombrero, esbelto cono,  5
es distintivo en su figura sola,
que en el bridón de enjaezada cola
no cambiaría su silla por un trono.

   Siéntase a firme; el látigo chasquea;
restriega el bruto su chispeante callo,  10
y vigorosamente se pasea...

   Dudase al ver la olímpica figura
si es el triunfo de un hombre en su caballo
o si es la animación de una escultura.






II


El llanero


   En su tostada faz algo hay sombrío:
tal vez la sensación de lo lejano,
ya que ve dilatarse el océano
de la verdura al pie de su bohío.

   El encuadra al redor su sembradío  5
y acaricia la tierra con su mano.
Enfrena un potro en la mitad de un llano
o a nado se echa en la mitad de un río.

   El, con un golpe, desjarreta un toro;
entra con su machete en el boscaje  10
y en el amor con su cantar sonoro,

   porque el amor de la mujer ingrata
brilla sobre su espíritu salvaje
como un iris sobre una catarata...






III


El gaucho


   Es la Pampa hecha hombre: es un pedazo
de brava tierra sobre el sol tendida.
Ya a indómito corcel pone la brida,
ya lacea una res: él es el brazo.

   Al son de la guitarra, en el regazo  5
de su «prenda», quejoso de la vida,
desenvuelve con voz adolorida
una canción como si fuera un lazo...

   Cuadro es la Pampa en que el afán se encierra
del gaucho, erguido en actitud briosa,  10
sobre ese gran cansancio de la tierra;

   porque el bostezo de la Pampa verde
es como una fatiga que reposa
o es como una esperanza que se pierde.






Troquel


   No beberé en las linfas de la castalia fuente,
ni cruzaré los bosques floridos del Parnaso
ni tras las nueve hermanas dirigiré mi paso:
pero, al cantar mis himnos, levantaré la frente.

   Mi culto no es el culto de la pasada gente,  5
ni me es bastante el vuelo solemne del Pegaso:
los trópicos avivan la flama en que me abraso;
y en mis oídos suenan la voz de un Continente.

   Yo beberé en las aguas de caudalosos ríos;
yo cruzare otros bosques lozanos y bravíos;  10
yo buscaré a otra Musa que asombre al Universo.

   Yo de una rima fácil haré mi carabela;
me sentaré en la popa; desataré la vela;
y zarparé a las Indias, como un Colón del verso.






Los volcanes


   Cada volcán levanta su figura,
cual si de pronto, ante la faz del cielo,
suspendiesen el ángulo de un vuelo
dos dedos invisibles de la altura.

   La cresta es blanca y como blanca pura:  5
la entraña hierve en inflamado anhelo;
y sobre el horno aquel contrasta el hielo,
cual sobre una pasión un alma dura.

   Los volcanes son túmulos de piedra,
pero a sus pies los valles que florecen  10
fingen alfombras de irisada yedra;

   y por eso, entre campos de colores,
al destacarse en el azul, parecen
cestas volcadas derramando flores.






Rubia


   Robó el oro su lustre a tu cabello
y a tu boca el coral su sangre pura;
ostenta el mármol como tú su albura
y el cisne arquea como tú su cuello.

   En tu sonrisa se estremece el sello  5
de un beso del amor a la hermosura,
y en tu mirada trémula fulgura
la lucha de una sombra y un destello...

   Lohengrín te ha soñado como un rubio
querub, envuelto entre flotantes tules,  10
sobre su cisne blanco, en el Danubio;

   y ha visto que halagando sus antojos,
no son tus ojos como el cielo azules,
sino el cielo es azul como tus ojos.






El elogio del quetzal


   Es un pájaro mudo, pero hermoso; una alhaja
que ha salido volando de un arcón reluciente.
En el hueco de un tronco, fino estuche trabaja,
donde finge un penacho de monárquica frente.

   Nunca en vil cautiverio sus prestigios rebaja;  5
y antes goza el orgullo de morir libremente:
si se quiebran las plumas en su estuche se encaja
y principia a morirse de la pena que siente...

   Tal orgullo es su orgullo que es un símbolo alado,
por su gesto de raza, por su instinto de gloria:  10
él jamás vivió en rejas, ni jamás se ha manchado.

   Con nobleza de artista y altivez de guerrero,
¡merecía la suerte de haber sido en la Historia
un blasón con la frase de Francisco primero!






Ciudad dormida


   Cartagena de Indias: tú que, a solas,
entre el rigor de las murallas fieras,
crees que te acarician las banderas
de pretéritas huestes españolas;

   tú, que ciñes radiantes aureolas,  5
desenvuelves, soñando en las riberas,
la perezosa voz de tus palmeras
y el escándalo eterno de tus olas...

   ¿Para qué es despertar, bella durmiente?
Los piratas tus sueños mortifican,  10
mas tú, siempre serena, te destacas;

   y los párpados cierras blandamente,
mientras que tus palmeras te abanican
y tus olas te mecen como hamacas...






En la brecha


   Si vivir es luchar -cuando la pluma
vibre en la mano del poeta ardiente,
debe el poeta levantar la frente
y sacudir el miedo que lo abruma.

   Si escribir es luchar -la gloria suma  5
es azotar al déspota insolente,
que estallando la ola prepotente
cubre su sien con delicada espuma...

   Revierte el verso al roce de la chispa;
y zumbe de la gloria entre las palmas  10
con el tenaz zumbido de la avispa...

   ¡Qué por la ley eterna de las cosas
y por la ley eterna de las almas,
los versos sin espinas no son rosas!






Las aves


   ¡Cuántas aves que anidan sin recelo
en un árbol, que luego es cruz o nave,
tienden por fuerza misteriosa y grave,
como el árbol también, al mar o al cielo!

   El ave es ambición que huye del suelo  5
y es alerta estentóreo o trino suave,
que el canto más glorioso es el del ave
y la línea más pura es la del vuelo.

   ¡No importa -ya que el sol rasga las brumas-
que el mar persiga al bien y el buitre altivo  10
a la paloma, hecho un Satán con plumas,

   que, mientras alas tengan y garganta,
serán las aves el emblema vivo
de todo lo que vuela y lo que canta!






Los conquistadores


   Ese, Pizarro: el de la frente erguida.
Ese, Cortés: el del caballo undoso.
Pasa Alvarado en su corcel nervioso;
Valdivia lleva el suyo de la brida.

   ¿Y ése? ¿Y aquél? En púrpura encendida  5
envueltos van bregando sin reposo,
a manera del grupo luminoso
de los conquistadores de la vida.

   Cuajado en oro el puño del cuchillo,
la coraza, cubierta de fulgores;  10
pleno de sol, el reluciente casco:

   pasando van, con el temblor de un brillo,
cual si fuesen bordados en colores
sobre grandes tapices de Damasco...






Símbolo


   Pasan por mis estrofas los virreyes egregios
y las líricas damas de otros tiempo de amor;
pero, en verdad, si entonces canto los florilegios
y las fiestas galanas, canto un canto mayor,

   cuando me dan las selvas vírgenes sus arpegios  5
y su orgullo los incas y Pizarro su ardor,
y así soy, en las pompas de mis cánticos regios,
algo precolombino y algo conquistador.

   Soy épico dos veces, y estoy enamorado
del Sol que hay en mi fina coraza de soldado  10
y del león rampante que ilustra mi broquel:

   tal el verso en que canto del virrey la fortuna
es un Sol que en las tardes le da un beso a la Luna
o un león que en los labios tiene un poco de miel.






Las punas


   Silencio y soledad... Nada se mueve...
Apenas, a lo lejos, en hilera,
las vicuñas con rápida carrera
pasan, a modo de una sombra leve.

   ¿Quién a medir esa extensión se atreve?  5
Sólo la desplegada cordillera,
que s encorva después, a la manera
de un colosal paréntesis de nieve.

   Vano será que busque la mirada
alegría de vívidos colores,  10
en la tristeza de la puna helada:

   sin mariposas, pájaros, ni flores,
es una inmensidad deshabitada,
como si fuese un alma sin amores...






Los ríos


   Lloran las cumbres lágrimas de hielo,
que corren por las trágicas pendientes,
y van formando en su camino fuentes,
enamoradas del azul del cielo.

   Entre las grietas del musgoso suelo,  5
aprisionan sus linfas los torrentes,
a manera de alhajas refulgentes
entre estuches de verde terciopelo.

   Súbito ensanchan sus ruidosas quejas;
y, dibujando monacales tocas,  10
envuelven su cristal en densas brumas.

   Y el río nace, cual tropel de ovejas
que va dejando en las filudas rocas
enredado el vellón de su espumas...






Los lagos


   Copia el lago en sus vidrios palpitantes
cuanto se asoma en su contorno vago,
como si fuera el voluptuoso halago
de una coquetería de gigantes.

   Llega un río cual sarta de diamantes;  5
y, por virtud de milagroso mago,
en el fondo del bosque, deja un lago
como un collar de chispas relumbrantes.

   Al ver el lago, entonces, se dijera
que la larga serpiente que antes era  10
se ha ensortijado entre la selva hosca;

   porque así son, en la montaña andina,
el río una serpiente que camina
y el lago una serpiente que se enrosca...






El Estrecho de Magallanes


   El capitán osado navega en la insegura
noche del mar. Su barco, de crujidora quilla,
que ve, de pronto, abierta la trágica cuchilla
de un monte en dos partido, por ella se aventura.

   Las velas se desgarran y hay vientos de locura;  5
allá, hacia un lado, a veces, una fogata brilla;
y enronquecidos lobos, desde una y otra orilla,
hacen sonar sus gritos sobre la noche oscura.

   Las olas ladran..., ladran... en los abruptos flancos;
y envueltas en espumas, parecen perros blancos  10
contra los lobos negros en las riberas solas...

   Y el barco sigue..., sigue...y al proseguir de frente,
como iban separándose ante Moisés las olas,
se van también abriendo las tierras, lentamente.






Caupolicán


   Ya todos los caiques probaron el madero.
-¿Quién falta?- Y la respuesta fue un arrogante: ¡Yo!
-¡Yo!- dijo; y, en la forma de una visión de Homero,
del fondo de los bosques Caupolicán surgió.

   Echóse el tronco encima, con ademán ligero,  5
y estremecerse pudo pero doblarse no.
Bajo sus pies, tres días crujir hizo el sendero,
y estuvo andando... andando... y andando se durmió.

   Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo:
él, muerto sobre un tronco; su raza, con el yugo,  10
inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual.

   Por eso, el tercer día de andar por valle y sierra,
el tronco alzó en los aires y lo clavó en la tierra,
¡cómo si el tronco fuese su mismo pedestal!






El añil


   Brinda al pintor el índigo cambiantes
con que luce en las sedas y en las flores;
prodigando el azul con los vigores
de ocasos regios como más brillantes.

   Ya es el añil zafiro entre diamantes,  5
ya lazo para atar cartas de amores,
ya vestido de tul que entre fulgores
giran en una danza de bacantes...

   Es en el lago como un brillo apenas:
corre bajo la piel de terciopelo  10
y se trasluce en perfiladas venas...

   Pero nunca es más noble en sus antojos
que cuando, en un pincel, recoge el cielo,
¡y en dos lo parte para hacer dos ojos!






Los cocuyos


   Parpadeos de luces vacilantes
bordan la selva cuando muere el día,
a manera de extraña pedrería
que relumbra y se apaga por instantes.

   En desatados círculos errantes,  5
brotan cocuyos en la selva umbría,
cual si alguien, con la fiebre de la orgía,
arrojara puñados de diamantes.

   De día ocultos en la verde alfombra,
sólo en las horas de nocturna calma  10
divagan a través de la espesura;

   y a fuerza de brillar entre la sombra,
acrisolan su brillo, como el alma
que a fuerza de sufrir se hace más pura...






La visión del cóndor


   Una vez bajo el cóndor de su altura
a pugnar con el boa, que, hecho un lazo,
dormía astutamente en el regazo
compasivo de trágica espesura.

   El cóndor picoteó la escama dura;  5
y la sierpe, al sentir el picotazo,
fingió en el césped el nervioso trazo
con que la tempestad firma en la anchura.

   El cóndor cogió el boa; y en un vuelo
sacudiólo con ímpetu bravío,  10
y lo dejó caer desde su cielo.

   Inclinó la mirada al bosque umbrío;
y pudo ver que, en el lejano suelo,
en vez del boa, serpenteaba un río...






La frase de Cortés


   El Rey del Sol, el hombre que vio a sus pies la Esfera,
enderezando al punto su testa coronada,
preguntó: -¿Quién detiene mi carroza?- Una espada
es menos penetrante que una pupila fiera.

   Vergonzante que un día su harapos zurciera  5
con un rayo de gloria, resistió la mirada;
y arrojó a las alturas una frase vaciada
en los épicos moldes de la clásica era.

   Tal el Rey: -¿Quién detiene mi carroza? Aquel hombre
se acercó respetuosos, y, en lugar de su nombre,  10
-¡Quién te ha dado más tierras que tu padre!- le dijo.

   Carlos V abrió entonces su carroza al instante;
y rogándole luego que pasara adelante,
lo sentó a su derecha, como Dios a su Hijo.






La quena


   No la flauta del dios, alegre avena
del bosque griego, en que trinar solía;
es flauta cual paloma en agonía
la que en las noches de los Andes suena.

   ¡Cuán profundo lamento el de la quena!  5
La quena en medio de la puna fría
desenvuelve su larga melodía
más penetrante cuanto más serena.

   Desgranando las perlas de su lloro,
a veces hunde el musical lamento  10
en el hueco de un cántaro sonoro;

   y entonces finge, en la nocturna calma,
soplo del alma convertido en viento,
soplo del viento convertido en alma...






La noche de los Andes


   Hay en las soledades de la puna,
cuando la noche aumenta ese reposo,
un misterio solemne y religioso
como el amor de un alma sin fortuna.

   Cada cumbre de nieve es como una  5
virgen, que, de la mano del esposo,
aparece en el templo luminoso
envuelta en fría castidad de Luna.

   ¡Oh, cuadro aquel de místicos reflejos!
Los mismos Andes a los cielos crecen  10
como torres de ingente campanario;

   los rayos se hacen cruces, a los lejos;
y hasta los astros, al brotar, parecen
las desgranadas cuentas de un rosario...






Ciudad vieja


(Antigua Guatemala)


   Hay en la paz de la ciudades yertas
ficción de campamentos desolados,
en donde, mientras duermen los soldados,
se oyen sonar tristísimos alertas...

   Vetustas casas, rechinantes puertas;  5
colgaduras de musgo en los tejados;
escombros contra escombros recostados;
y, dormidas al Sol, plazas desiertas.

   Histórica ciudad: nada amortigua
la pompa colonial que la engalana,  10
ni su hispano blasón mancha de lodo.

   Tiene el encanto de la edad antigua;
y la mayor felicidad humana:
¡la de vivir indiferente a todo!






La musa fuerte


   Pláceme el mismo tiempo los frutos y las flores,
el concentrado jugo, la perfumada esencia;
y en mi canción, por eso, de múltiple cadencia,
están todas las gracia y todos los vigores.

   Me han dado los virreyes sus líricos primores  5
y los conquistadores su augusta refulgencia;
y así hay de verso a verso la heroica diferencia
que hubo de los virreyes a los conquistadores.

   Confieso que, aunque yo amo las pompas coloniales,
a las más finas cuerdas prefiero los metales:  10
tal doy con mis clarines imperativas dianas;

   y, entonces, sacrifico mis bellas baratijas,
como los viejos nobles que echaban sus sortijas
al bronce destinado para fundir campanas...






Cuadro final


   Juan Santos Atahualpa lanzó el grito
de rebelión... Crujieron las cabañas.
Su voz, repercutiendo en lo infinito,
era la libertad de las montañas.

   Tal fue el derrumbamiento portentoso  5
de una sobre otra raza... Hecho un coloso,
él, Apú-Inca, que en el campo abierto,
se rubricó de heroicas cicatrices,

   supo en la lucha desplomarse muerto
como un árbol hachado en las raíces.  10
Y cumplió su deseo y murió ufano;

   que en las montañas a su empuje estrechas,
él, antes de morir, tuvo en su mano
todas las tribus como un haz de flechas.






La última vez


   Se yergue la figura del Cid embalsamado,
de espaldas contra el muro del templo silencioso;
no hay nada en el silencio que turbe su reposo,
no hay nada en tal reposo que mengüe al gran soldado.

   Dijérase que el tiempo se duerme fatigado  5
Hasta el mandoble mismo parece ya mohoso;
y sobre la armadura del ínclito coloso
las fúnebres arañas sus telas han colgado.

   Impávido judío, con planta retadora,
entrando en aquel templo, profana aquella hora:  10
llega hasta el héroe, y prueba tocar su faz sagrada.

   Y, cual si recobrase la vida de repente,
fue entonces cuando el héroe definitivamente
sacó por la vez última un palmo de su espada.






Soneto gráfico


   Dime, si has visitado la Real Armería,
¿qué sentiste ante aquellas antiguas armaduras?
Mi verso evocativo perfila las figuras
heroicas que se pierden en esa lejanía...

   Poeta que a ti llego desde un remoto día,  5
¿cómo podré halagarte con mis palabras duras,
si estoy enamorado de aquellas aventuras
y sólo siento aquella vetusta poesía?

   ¿Quieres oír mi canto? Visita el gran museo
de las armas; y, entonces, colmarás tu deseo,  10
posando en esas viejas panoplias tus miradas.

   Tal, ya que a tu capricho mi inspiración someto,
como una de esas viejas panoplias, mi soneto
desdobla el abanico de sus catorce espadas.






El soneto roto


   Parto yo este soneto para decir la pena
que me trae tu muerte de cacique sonoro,
cuya maza de roble, cuya flecha de oro
una voz despertaron que en mi lira resuena.

   Parto yo este soneto como ante sacra pira  5
una nerviosa rama, que, en la doliente escena,
se arquea hasta que cruje rompiéndose de ira.
Y así es como el soneto por el dolor partido

   hace pensar que, en este momento que me inspira
pongo bajo la tuya mi septicorde lira,  10
para que los dos tengan un único sonido.

   Nuestras dos liras juntan sus cánticos diversos
y hacen que, al confundirse, pasen como un rugido
por las catorce cuerdas de estos catorce versos.




El poeta galante




I


   Añoro yo aquel tiempo del miriñaque inflado,
de los bucles en torno de la ovalada frente,
de los largos zarcillos de plata reluciente
y del impertinente que hoy ha resucitado.

   En un daguerrotipo, que un fiel enamorado  5
guarda, he visto una dama de aquel tiempo; y mi mente
se ha sentido confusa, porque en nuestro presente
ya no hay aquella gracia que hubo en nuestro pasado.

   ¡Oh tiempo aquel de gentes que, al mirarlas de lejos,
aparecen rodeadas de una luz misteriosa,  10
cual si las reflejasen desconchados espejos!

   Tibio rincón de encanto donde el amor chispea,
mientras que en el ambiente perfumado de rosa,
flota el rumor de un ósculo entre una melopea...




II


   En la reja nerviosa gime una serenata,
bajo un celestinaje de picaresca Luna;
y tras la celosía, se presiente que hay una
mujer que es toda hecha de suspiro y de plata.

   El galán embozado sus querellas desata  5
en el claro silencio de la calle moruna;
y, como un ala de ave que roza una laguna,
va diciendo en su canto la pena que lo mata.

   Cesa la melodía; cruje la celosía;
y la miel de un coloquio se disuelve en la hora,  10
hasta que el gallo dice la anunciación del día.

   Se alarga un beso bajo la luna macilenta,
las penumbras sonríen y la reja se enflora...
y esto es aquí y en mayo y en el año cuarenta.




III


   Episodios galantes: citas breves y oscuras;
femeninos perfiles en cerradas calesas;
silbidos que se cruzan en la sombras espesas;
y brazos donjuanescos que aprisionan cinturas.

   Abadías que amparan un hervor de locuras,  5
monasterios que tienen encantadas princesas;
breviarios en que cartas de amor laten opresas,
rosarios que en los dedos cuentan cien aventuras.

   Es un tiempo que pasa todo él de soslayo:
la mujer sospechosa sufre siempre un desmayo  10
y el galán bajo el lecho disimula una cita.

   Se diría que Venus a rezar ha aprendido;
y, beatíficamente, moja el ramo florido
de sus dedos rosados en el agua bendita...




IV


   Y bien: todo ese tiempo de vidas amorosas
se estremece en la lira del poeta risueño,
que aparece en diez lustros como el único dueño
de cuanto sabe a mieles y cuanto huele a rosas.

   El poeta sonríe cuando habla de esas cosas;  5
y a través de su canto, como a través de un sueño,
Jesucristo sonríe también desde su leño...
y todas las sonrisas se vuelven mariposas.

   Noble, irónico, fino, disimula el manto
de su verso, el poeta, todo el vicio: su canto  10
torna el mal de las gentes en artístico bien;

   y, resaltando sobre la liviandad oscura,
de esa edad que él cantaba, sólo, al fin, su figura
quedará por los siglos de los siglos. Amén.






Inmaculada


   Tengo una Virgen modelada en cera,
ante la que arde extática mi vida,
cual si fuese una lámpara encendida
que en honor de un amor se consumiera.

   Por un rayo lunar de primavera  5
vino a mí, como el bálsamo a la herida,
esta gótica Virgen desprendida
tal vez de una litúrgica vidriera.

   Yo haré que siempre inmaculada brille
la Virgen de la frente taciturna  10
y los ojos metálicos y tersos;

   que, para que ni el aire la mancille,
la tengo -sin tocar- en una urna
hecha con los cristales de mis versos...






Tarde antillana


   La tarde se pasea como convaleciente
por el verdor espeso de los cañaverales...
Desflécase una lluvia de menudos cristales;
y el paisaje retiembla como a través de un lente.

   Las chimeneas rojas de la fábrica ingente  5
dan la impresión de un barco que espera las señales
para zarpar, y cuyas campanas funerales
de vez en cuando vuélcanse acompasadamente.

   Tal cual palmera impone contra el cielo su estampa
de abanicos, que luce calado el varillaje.  10
Las nubes fugan... Chillan los insectos... Escampa.

   Y un acordeón rústico alarga un danzón vago,
que se disuelve sobre la angustia del paisaje
como un jirón de niebla sobre la paz de un lago.





   Renunciamiento. Anchura para nuestras miradas
y oración para el duelo de nuestros corazones.
Es la hora propicia de las meditaciones,
de los poetas tristes y de las bienamadas...

   En los cañaverales se oyen chocar espadas;  5
en las nubes se miran galopar escuadrones;
y las rubias palmeras fingen crin de leones
que sacuden al aire sus cabezas colgadas...

   ¡Oh visión opresora de la muerte del día
sobre el campo! ¡Oh tristeza que difunde lo verde  10
dilatándose bajo esta parada agonía!...

   La añoranza imperiosa... La esperanza tardía...
La emoción que se agranda... La extensión que se pierde...
Y un murmullo que empieza: -Dios te salve, María...





   ... ¡Llena eres de gracia, madre Naturaleza!
Tú pones en mis ojos este Edén no perdido;
tú pones las más hondas palabras en mi oído:
tú pones el más alto laurel en mi cabeza.

   Y desde que en ti acaba todo lo que en mí empieza,  5
te hago saber ahora lo que de ti he aprendido:
sólo por ti mi verso tiene este buen sentido
de la melancolía bajo la fortaleza...

   Naturaleza madre: todo mi amor es tuyo...
En los cañaverales soy un vivaz cocuyo,  10
que horada la espesura con un furor cruel.

   Y en las palmeras sueño con la triunfal entrada
en el corazón mismo de la mujer amada
de besos tropicales más dulces que la miel...





   El acordeón rústico envuelve en un son lento
y monótono el alma del paisaje sensual:
es un danzón que ondula como una cinta el viento
o como el rizo de una fontana de cristal...

   La tarde se deshoja, con el recogimiento  5
de una monja que sueña lejos del bien y el mal,
y la eglógica música aletarga el momento
y circunscribe toda la vida tropical.

   Acordeón, que tienes vaivenes de resaca:
algo hay en ti que rima con la nerviosa hamaca,  10
en donde la pereza se mece en blando son...

   Así, bajo el penacho de familiar palmera,
mientras se va muriendo la tarde, el alma entera
del trópico, parece que rima una canción.






El bohío


   ¡Qué impresión de alegría da esta casa, a manera
de canoa que duerme junto a un brazo de mar!...
Leve techo de pajas y armazón de madera,
que recortan sus líneas entre un verde palmar.

   Aunque el agua la acosa, se levanta ligera  5
sobre estacas que préstanle expresión singular
de mujer, en la blanda y arenosa ribera,
aprendiendo, en las puntas de sus pies, a bailar...

   Goza de una pureza de cristal en su ambiente.
Coquetea en las linfas. Se enguirnalda la frente.  10
el rumor de las fondas le regala un collar...

   Y hasta aumenta esta dicha de sencillo donaire
tal cual garza, que, a veces, zigzaguea en el aire,
como copo de espuma que rompiese a volar...






El madrigal de las rosas


   Vi yo que sobre el pecho tenías una rosa;
e imaginé que tú eras un ramo que surgía
de un cáliz de alabastro, y en él se convertía
cada uno de tus ojos en una mariposa.

   Rayos de sol tejieron tus cabellos undosa,  5
y, así, bajo tu cutis se transparenta el día;
por eso es que la rosa ceñirte parecía
en torno de una estatua de nieve ruborosa.

   Estatua que apareces nimbada por un astro,
con cara hecha de rosas y cuerpo de alabastro,  10
en un jardín de plata, bajo un temblor de Luna:

   al ver la rosa encima del busto de carrara,
pensé yo que del ramo de rosas de tu cara
se había desprendido sobre tu pecho una...






Pétalos sueltos


   Guardados en un libro -que narra los tormentos
locos de ese tiránico absurdo del amor-
están, como señales, de mudos pensamientos,
los pétalos del leve cadáver de una flor.

   ¿Qué dulces remembranzas o qué afanes cruentos  5
se ocultarán en estos pétalos sin olor?
Románticos delirios o desfallecimientos,
que no hallaron manera de expresarse mejor...

   ¡Oh la melancolía con que una sabia mano
dejó estas hojas sueltas, que hablan de un sueño vano,  10
de un corazón enfermo, de una ansia de morir...!

   Pétalos, expresivos de una emoción intensa,
son la sílabas de una palabra que se piensa,
sin tener el consuelo de poderla decir...






Flor de una hora


   Diálogo de una hora... Somero que he vivido
con una linda joven, cuyo candor no empeño
y a la que -desde lejos ya para siempre- pido
perdón por esa hora... ¡Si hubiese sido un año!

   Hora de una doncella que en mi alma ha florecido,  5
para hacer ya de toda mi vida un desengaño:
no hay - pues ni ha de ser mía, ni he de darla al olvido-
mujer que en menor tiempo me hiciese mayor daño...

   No la podré en mi vida ya olvidar -¡es tan ella!-
ni escuchar -¡ y es tan dulce - ni mirar -¡y es tan bella!  10
El placer más pequeño cuesta mucho dolor;

   pero, aunque sufra tanto, yo no sé todavía
si en un soneto cabe toda la poesía
con que en sólo una hora cupo todo su amor...






Oblación


   No me ames como a un hombre que penetra en tu vida,
ámame como a un libro grato a tu corazón,
que ardientemente sabe cauterizar tu herida
o que como un consuelo te ofrece una canción.

   Un libro... (Sólo un alma que de letras vestida  5
surge a tus ojo como fantástica visión...)
Tendrás en él tu acaso página preferida
que te hablará de muchas cosas que ya no son...

   Ámame como a un libro de sabio o de poeta,
en el que hallen refugio tu combustión secreta  10
y tu temor por cuanto pueda venir después...

   Ámame como a un libro de ensueños y de arcanos,
que, en un arranque brusco, se escapa de tus manos,
para dejar sus hojas deshechas a tus pies...






La gloria del proceso


   Don Miguel de Cervantes me prestará su pluma,
para escribir mi nombre debajo del proceso.
Quien me enseñó su idioma, me enseñará a estar preso:
también quiso abrumarlo la pena que hoy me abruma.

   Insinuará él razones de sutileza suma  5
y aguzará ironías contra el destino avieso;
así, sobre las olas de mi iracundo acceso,
se mecerá su risa como una flor de espuma.

   Maestro de los siglos, me ayudará a ser fuerte:
el día que los hombres quieran pesar mi suerte,  10
vendrá a mí esa figura caballerosa y alta;

   y cuando el fiel severo del tribunal se exceda,
me tenderá Cervantes la mano que le queda
o arrojará a un platillo la mano que le falta.






Canto al río Magdalena


   Nunca supe que vieja caravana
resbaló por tus márgenes frondosas,
bebió en tus aguas y peinó con rosas
tu retorcida cabellera cana.

   Hay en el culto de tu pompa indiana  5
sombras de héroes, espíritus de diosas,
y ecos de una sbatallas fragorosas
que parecen venir del Ramayana.

   En tu caudal de trágicas arrugas,
hacen temblar sus mallas los caimanes  10
y brillar su coraza las tortugas,

   y en tu escudo ovalado y reluciente,
alrededor de un choque de titanes,
pone su monograma una serpiente.






Ahora es dolor


   Hablaba de la muerte y la sentía
como un temblor de vida demorada,
como una soledad arrebujada
en el fondo de cada compañía.

   La imaginaba en todo lo que hacía  5
retroceder la luz o la mirada,
buscando en la palabra silenciada
el eco de la voz que disolvía.

   Hoy que tengo una muerte que me vive
sé que toda la suerte que se escribe  10
por la ruta del canto se desvía.

   Sólo el hondo silencio que no expreso
lleva el caudal de mi dolor y el peso,
porque es dolor cuanto era poesía.





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