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ArribaAbajoValera, Juan

Cabra (Córdoba). 1824 - Madrid. 1905

Escritor. Hizo Derecho en Granada. Diplomático. Miembro de la Real Academia de la Lengua.




Amor


   Del tierno pecho aquel amor nacido,
que él viviendo mis delicias era,
creció, quiso el pecho salir fuera,
pudo volar y abandonó su nido.

   Y no logrando yo darle al olvido,  5
le busqué inútilmente por doquiera,
y ya pensaba que en la cuarta esfera
se hubiese al centro de la luz unido,

   cuando tus ojos vi, señora mía,
y en ellos a mi amor con esperanza,  10
y llamándole a mí tendí los brazos;

   mas él me desconoce, guerra impía
mueve en mi daño y flechas que me lanza
hacen mi pobre corazón pedazos.




Soneto


   Cual la perla que vierte la mañana
en el virgíneo cáliz de la rosa,
cuando el aura la mece cariñosa
y el sol desde el Oriente la engalana;

   tal sí de tus ojos, linda Juana,  5
se despende una lágrima que, hermosa,
rueda por la mejilla pudorosa,
y más con ella tu beldad se ufana.

   Que un delicado beso al darte amante
el que cubre tu rostro aljófar bello  10
inflama el corazón de tal manera,

   que quisiera mi pecho palpitante
que siempre, ¡dulce bien!, por recogello,
tu llanto el rostro plácido cubriera.




A Rojana


   Es mi anhelo vivir siempre contigo,
oír tu dulce y regalado acento,
mirar tus ojos, respirar tu aliento,
sin rival de mi dicha, ni testigo.

   Yo tanto bien, Rojana, no consigo,  5
mátame, pues, y acabe mi tormento;
mas al verme morir, por un momento
une tu labio al labio de tu amigo.

   Pensando en esta dicha que me espera,
si mi llanto y mis ruegos no son vanos,  10
con la esperanza de morir me alegro.

   ¡Cuán supremo deleite yo sintiera
si me amarrasen al morir, las manos
con una trenza de tu pelo negro!




Soneto


   Cuando robó Plutón, enamorado,
de los bosques de vívida esmeralda
a Proserpina, que la blanca falda
violas robada del florido prado,

   ardió de gozo en brazos de su amado;  5
y lanzadas las flores a su espalda,
lloró perdida la nupcial guirnalda
que en el suelo natal había segado.

   Así, el ardiente espíritu del hombre,
que desatar anhela las cadenas  10
que le sujetan, y volar al cielo,

   aunque al llegar la muerte no se asombre,
siente, no obstante, punzadoras penas
al perder los placeres de este suelo.




Imitación de Lamartine


   Cuando los años con veloz carrera
arrebaten la flor de tu hermosura,
y en lágrimas bañados de amargura
tus ojos lloren tu beldad primera,

   no en el cristal tu imagen lisonjera  5
busques entonces con falaz locura,
ni del arroyo en la corriente pura
que blanda fertiliza la pradera;

   sino en mi pecho, donde eternas viven
mi ternura y mi fe; de tu belleza  10
bajo el abrigo de mi amor florece;

   de tus recuerdos sin cesar reviven;
de tu virtud y virginal pureza
tienen un templo que jamás fenece.




ArribaAbajoValero Martín, Alberto

España. Siglo XIX

Poeta.




Nunca mi labio...


   Nunca mi labio romperá el secreto,
que por mí será siempre indescifrable,
del dolor me traspasa, inexorable,
toda mi entraña, todo mi esqueleto.

   Mas si rompiendo esta cruel cadena  5
mi fin abrevio con mi propia mano,
y queréis penetrar en el arcano
del íntimo por qué de tanta pena,

   preguntadle a la hembra olvidadiza
que mi vida amustió con los dos trazos  10
de una cruz de traición y de ceniza.

   A la mala mujer que hizo pedazos
mi juventud, que es sólo ya una triza,
y el corazón también, entre tus brazos.




Y muriendo por ti...


   Voy a morir... Mi espíritu me advierte
que silenciosa, imperturbable y fiera
con pisar cauteloso de pantera,
me acosa persigiéndome la muerte.

   ¡Y muriendo por ti, muero sin verte!  5
¡Qué triste llegará mi hora postrera!
¡No cerrarás mis ojos cuando muera
ni llorarás sobre mi cuerpo inerte!

   Yo era dichoso cuando eras mía.
Hoy me traicionas, y mi amor gigante  10
término pone a mi existencia fría...

   ¡Y sabe Dios si acaso en el instante
en que sufro mi bárbara agonía
deliras en los brazos de otro amante!




Haga Dios...


   Haga Dios que de un hombre te enamores
y te deje buscando otras mujeres,
que te quiera tan mal como me quieres
que le seduzcan cuanto más le adores.

   Que sólo para ti tenga rigores  5
y olvide desdeñoso tus quereres
y contemple impasible que te mueres
hecha trizas el alma de dolores.

   Que tu clamor no llegue nunca al cielo,
que sea tu infortunio su alegría,  10
que tenga el alma para ti de hielo.

   Que aborrezca tu amor más cada día,
que te niegue hasta el último consuelo
¡y que te escupa al verte en la agonía!




ArribaAbajoValle, Margarita del

Cuba. Siglo XIX - XX

Poeta.




Cabe la fuente del jardín


   Cabe la fuente del jardín sonoro
hay una amable y familiar glorieta:
muda testigo que atisbó, discreta,
descender un crepúsculo de oro.

   Cabe la fuente del jardín, un coro  5
forman canoros pájaros... Giuglietta
viene de nuevo en busca del poeta
que le dijera al suspirar: «Te adoro».

   Cabe la fuente del jardín yo sueño
y en emociones rítmicas pergueño  10
lo que en periodos líricos concibo...

   Me enamora una estrofa bien pulida
y en cada producción dejo la vida
puesto que el alma pongo en lo que escribo.




Exvotos...


   Alma que marchas disipando enojos:
igual que una mañana del estío,
deja verme en las niñas de tus ojos
como si fuera en el cristal de un río.

   Quiero mirarme en ti. A mis antojos  5
mirarte atravesar algún plantío...
La tarde luce sus pendones rojos
y quiero unir tu pensamiento al mío.

   Sé fresca como el agua cristalina
que vine de la olímpica montaña  10
y se arrastra, como una Mesalina

   que desciende a la paz de la cabaña,
bajo la dulce tarde zafirina
que en su precioso líquido se baña.




ArribaAbajoVallejo, Juan

España. Siglo XIX - XX

Poeta.




Obsequio


   Una canal sobre una cobertera
tapando de un melón la raspadura;
bajo un morrillo digno de un Miura
un aparato a modo de collera;

   un odre colosal en que cupiera  5
la vendimia de un año con holgura,
y encima una grasienta vestidura
manchada de tabaco, vino y cera;

   ahí tienes, buen católico, el objeto
a que, probando así que eres un zote,  10
das a la par tu bolsa y tu respeto.

   Mas yo te quiero, aunque tus faltas note,
y gustoso le brindo este soneto,
receta para hacer un ¡sa! cerdote.




El mestizo


   Reza cuando lo miran a destajo
al santo a quien despoja del cepillo,
y en la fauna carlista es el cuclillo
que en nido ajeno empolla sin trabajo.

   Mezcla de hipocresía y desparpajo,  5
rufián devoto o religioso pillo,
irrítale la merma del bolsillo,
no en la cara la afrenta del gargajo.

   De supuestas creencias hace escudo,
y no hay deuda de honor que satisfaga,  10
vil ante el digno, y ante el reto mudo.

   Es su lenguaje pues de inmensa llaga,
y quien su falso celo apreciar pudo,
vio que comulga porque a Dios se traga.




ArribaAbajoValverde López, Carlos

España. Siglo XIX

Poeta.




El jugador


   Sin Dios, porque lo olvida en su locura;
sin ley, porque atrevido, la vulnera;
sin hogar, porque, infame, lo perdiera;
sin hijos, porque pan no les procura.

   Sin salud, porque tiene calentura:  5
sin fe, porque del cielo desespera...
Tal es del jugador la verdadera
imponente, fatídica figura.

   Vedle: llega al tapete; su atonía
en sorda excitación se torna luego;  10
late su corazón con furia impía;

   el vértigo le invade, olas de fuego
azotan su cerebro... y todavía
con cavernosa voz exclama: «¡Juego!»




El soplo del ferral


   Si al sol y al mar sin duelo fui nacido
y al soplo del ferral abrí mi cielo
la tierra de tu pecho sea consuelo
al ansia de este pulso estremecido.

   Cual la turba y el humus esparcido  5
por legión de milenios en mi suelo
del aura de tu piel brota este anhelo
en miradas de siglos encendido.

   Y subo hasta las cimas estelares
que en aluvión modelan las corrientes  10
donde suicido amor a manos llenas.

   Y salto desde el viento hasta los mares
en leve vuelo sobre las rompientes
donde cantan tu nombre las sirenas.




Abierto


   Abierto al sol, el alma contenida,
coagulada la sombra mensajera
del húmedo clamor, roja la herida
en el umbral de pronta primavera.

   Abierto al mar, eterna voz bruñida  5
de la extensa y total vasta pradera
y larga y honda del azul ceñida
su infinita mirada marinera.

   Abierta al resplandor, su piel abierta
al celeste satén de lejanía  10
que en la espuma desvela sus silueta.

   Abierta la ilusión, nostalgia cierta
de sales y de breas, agonía
de ser en vendaval blanca cometa.




¿Quién?


   ¿Quién podrá en el ocaso labrar su feraz huella
y en las andas del viento enaltecer su afán
si en la cóncava entraña de una cálida estrella
no extinguió la energía de su bronco alazán?

   ¿Quién al templar el aura sutil de la Doncella  5
no navegó en el soplo del sublime huracán
si iluminó su pecho la radiante centella
transformado por Venus en ardiente galán?

   ¿Quién por las rubias alas de un jadear silente
entre dos tibios senos no perdió su ideal  10
y en el blanco perfume de esa blanca corriente

   no anegó sus sentidos de fulgor celestial,
entregado al espasmo febril y evanescente
que engendra el sortilegio de la pasión carnal?




Pálpito estelar


   Alza el manto de luz luna cautiva
que al pálpito estelar vela y apaga
y el albo resplandor ciegue la llaga
de la nocturna dama fugitiva.

   Hienda los cielos clara comitiva  5
del radiante fulgor que al orto embriaga
y el duende nocturnal que se deshaga
al eco de su voz imperativa.

   Que han de brotar mis ojos a la clara
marejada de albores tempraneros  10
y al niño de las luces marineras.

   Que he de nacer de nuevo a la algazara
de mis sueños de ayer aventureros
y ondean en la aurora mis banderas.




El corazón


   Ni el torbellino gris del desencanto,
ni la corola blanca del deseo,
ni la torva cadena en Prometeo
trocará su latir en cruel espanto.

   Ni la estampida negra en negro llanto  5
que el leviatán invoca en himeneo,
ni el rosa resplandor de un gineceo
conmoverán su pulso sin quebranto.

   No podrá el inmortal, el dulce arpegio
de la eternal Tanatos, ronca loba,  10
destrenzar el dogal de su razón.

   Sólo la voz sutil o el sortilegio
encendido por Eros en su alcoba
descorazonarán al corazón.




Habanera


   Bailando en el umbral del sol naciente
amaneciste ayer mujer entera,
empapada de anhelos la cadera
y en estampida el dios adolescente.

   Al paso tibio vas luna creciente,  5
humedades de piel, brisa hechicera
y en el vértigo azul de la habanera
marejada de ensueños en la frente.

   Paso a paso vendrás hasta mi orilla
de bongos al compás, lluvia sonora  10
de arenas alquitrán y campanilla,

   del palmeral al son cautivadora,
perfumes, arrebol, la maravilla
que anegará la playa de mi aurora.




Mi luz


   No fue mi voluntad ni mi albedrío
el hondo palpitar de aquel deseo
ni acrecentó mi afán su devaneo
en turbio manantial de desvarío.
No arrasó en aluvión mi labrantío  5
el cadente ondular de su jadeo
ni, en cálido huracán, el aleteo
de su cuerpo animal de escalofrío.

   Arrebató mi luz el alto anhelo
de desgarrar la piel en el acero  10
del tajo de su hoz en dentellada.

   Si en su boca libé mieles de cielo
en su hondura nací, fiel prisionero
del azul resplandor de su mirada.




Avemarías


   Murió al albor del alba madrugada
en estertor helado sobre el suelo
y en postrera merced cuajara el cielo
de golondrinas blancas la alborada.

   Del céfiro silbante la balada  5
que aventara zorzales en su pelo
ha labrado en su piel rosas de hielo
y velado sus ojos despiadada.

   Y no volvió a las ondas cristalinas
ni el juncal alfombró dulce a su paso  10
en cortejo de azul algarabías,

   sólo el ámbar de hiel y las espinas
sembradas en el surco de su ocaso
musitan vendaval de avemarías.




Voz


   Las pupilas al sol levantó un día
retando al leviatán enfebrecido,
suicida de la luz, en luz ceñido,
espinada de amores su agonía.

   Al sordo dios negó su primacía,  5
un ara levantó al ángel caído
y enturbia desazón escarnecido
al protervo rindióse en pleitesía.

   Oscura soledad, torvo lamento,
desde la sima negra del deseo  10
al estertor del alma enamorada.

   Amor quebró sus ojos y sus aliento
y en el abismo cruel de su aleteo
hasta la propia voz le fue negada.




El venablo


   El venablo me hirió, la flecha oscura,
del alto pecho la pasión florida
errática vagó, franca la herida
que irisa el resplandor de su hermosura.

   Sembrada la ilusión su flor madura  5
germinó en el torrente concebida
de un dorado fulgor, estremecida
y abierta en arrebol a su tersura.

   La vide se enroscó, la sierpe abraza
en sáfico jadeo de brocados  10
el manto carmesí de su conjuro

   y el albo talismán de su coraza
esconde en lo profundo troquelados
los aciagos designios que aventuro.




A F. G. L.


   Atado al sol esperas la sentencia
los pies anclados y la mar enfrente;
hoy las hordas te inmolan y al poniente
ya no ondean banderas de clemencia.

   Quieren borrar el rastro de tu esencia  5
y arrancar los laureles de tu frente,
reventar contenido y continente
y sepultar la flor de tu excelencia.

   Pero el soplo vital de tu legado
arrasará las huestes del oscuro...  10
y el volcán de tu verbo agigantado

   conformará el bastión firme y seguro
que extenderá el fulgor apasionado
de tu voz, de tu afán, de tu conjuro.




La fontana


   Esa clara fontana rumorosa
de lenguas verdes y cristal helado,
ese dulce manar acompasado,
es un borbotear de mariposa.

   Ese chorro de plata primorosa  5
forma un hilo de acero ensortijado
que, en el fondo del lecho anacarado,
borda una flor de escarcha esplendorosa.

   Salta tímido al cauce y se desgrana
en pompas de color... efervescente  10
y en la charca dorada se engalana

   con guirnaldas de cuarzo iridiscente.
vengo a verte esta vez clara fontana
para hundirme en tu seno dulcemente.




La fiera


   Si al persistir en ese afán terrible
de mezquino placer, labras la era
de un ensueño fatal, siembras la fiera
que engendra ese deseo irreprimible.

   Sucumbirás al vértigo temible  5
de ansiar sin freno lo que te lacera,
persiguiendo ofuscado esa quimera
que anhelas apresar siendo intangible.

   Y rodarás entre zarzales secos,
desgarrarás tu carne en las astillas  10
que apuntarán de tus tronchados huesos

   y en las aspas del viento oirás los ecos
de ese turbión infame, a quien te humillas,
triturando la pulpa de tus sesos.




La niña de la fuente


   La niña de la fuente, criatura
que fue del amor presa, guarda pena
con granitos de sal y hierbabuena
en su pecho de nácar y amargura.

   La niña de la fuente se figura  5
que es un ramo de lirios y azucenas
ese niño que guarda en la colmena
de la esfera que crece en su cintura.

   La niña de la fuente se equivoca
cuando siente brotar otro latido  10
que golpea su vientre palpitante...

   piensa que el corazón se le desboca,
que en su loco galope se ha perdido
y aguarda en su regazo jadeante.




Semana Santa


   Marcial suena el tambor y la trompeta
afila sus aullidos en el viento,
mil bocas acompasan el lamento
que en la noche desgrana la saeta.

   El silencio quebró la pandereta,  5
late el duelo en los ojos y presiento
que ese Cristo yaciente es el portento
que detendrá el aliento del planeta.

   Un aluvión de cuerpos espectrales
en la aurora morada se encadena  10
al tormento y al llanto, tras la rejas

   de su cárcel de luto, los mortales,
heridos de pasión, purgan sus pena
mientras entre mil flores Tú... te alejas.




Piel


   Quiere el viento saber de donde vengo,
el alba reventar sobre mi cuerpo
y las nubes de abril bañar el cierzo
que quiere conocer de mi silencio.

   Quiere mi flor hundirse hasta tu centro,  5
cantar mi muda voz en tu universo
y en la llama encendida de tu pecho
avivar los rescoldos de mi anhelo.

   De tu piel vengo ahora, a tu piel siento,
es su vértigo suave el aleteo  10
que palpita en las yemas de mis dedos.

   No hay dedos sin tu piel, sin ti no hay sueños,
atado en tu dogal desnudo espero
vestirme con tu piel y tu misterio.




¡No miento!


   Ya la escucho venir, ya la presiento,
el pelo ensortijado, caracoles
sus rizos azabaches, girasoles
bordando filigranas en el viento.

   ¿Y sus ojos? ¿Pensáis que me lo invento?  5
¡escarabajos negros!, son... faroles,
luciérnagas... ¡no miento!... dos crisoles
en que fundir mi eterno desaliento.

   ¿Y sus manos?... Mariposas de seda,
libélulas que danzan incesantes  10
y vuelan a libar mi rosaleda.

   ¿Y su boca?...Dos pétalos brillantes,
un corazón abierto en el que hospeda
almíbares y besos fascinantes.




El vértigo demente


   Sólo el camino sabe donde acaba el camino,
sólo el silencio sabe donde el silencio acaba,
sólo tu vuelo de ave sobre el vértigo... madre,
sabe donde se estrellan los anhelos del alma.

   Sólo el perfil sereno de tu cabeza blanca  5
sabe de los perfiles del volcán de mi almohada
y conoce mi espanto y mi amarga mirada
cuando miro de frente tus ojos esmeralda...

   Sólo el fulgor del alba que tu afección emana
apaga los crespones de mi locura de albas...  10
y en el ronco latido de esta torva acechanza

   sólo tu mano calma mi frente atormentada.
Sabes madre que sólo me aferro a tu nostalgia,
pariste soledades, pare ya mi esperanza.




El sol de porcelana


   Tiene mi niña un sol de porcelana,
sujeto en la madera de su cuna,
que mantiene un romance con la luna
a través del cristal de la ventana.

   La cuna de mi niña se engalana  5
con los juegos del tuno y de la tuna
y nada pueda haber que los desuna
hasta el umbral azul de la mañana.

   Y en su danza febril... polvo de estrellas,
en chispas de oro carrusel de plata,  10
purpurinas brillantes, mil centellas,

   fulgores irisados escarlata...
En la piel de mi niña veo las huellas...
cuando concluye al fin la cabalgata.




Azul en azul


   Si mi barco tuviera compañera
para bogar estela con estela,
azul en el azul, vela con vela...
podría cruzar la mar... la mar entera...

   Mi viejo galeón paciente espera  5
abordar a estribor tu carabela
y, en eterna derrota paralela,
ser gaviotas del alba marinera.

   Pero mi barco en soledad navega,
borda rizos de espuma y caracolas  10
en las aguas azules y despliega

   su pabellón desnudo entre las olas.
No cede en su tesón no se doblega...
será tu malecón... tu rompeolas...




Oropeles


   Traigo mi bolsa llena, por si acaso,
de bolitas de nácar cristalinas,
de lápices pastel y cartulinas,
y el unicornio blanco del Parnaso.

   Pompitas de jabón, lazos de raso,  5
esmeraldas y jades, serpentinas,
confetis de colores, golondrinas...
y mil sonrisas grandes de payaso.

   Y una sirena rubia, cascabeles,
campanitas azules, sonajeros,  10
lenguas de colibríes, oropeles...

   y de la mar marina... dos veleros.
¡Ya giran sin cesar los carruseles
en mi bolsa de ensueños lisonjeros!




Ahora sí... ahora no...


   Abierto el ventanal un sol caliente
de maracas y ron llega encendido,
palangana y jabón, trapo raído,
y mi oscura ansiedad adolescente.

   La mulata me abraza sonriente  5
y siento su pasión estremecido,
ahora sí... ahora no... como el latido
de la luz de neón... intermitente.

   Y su cuerpo de miel empapa el mío,
negra su piel sobre mi piel ardiente  10
y el cáliz de su flor lleno y vacío.

   Ahora sí... ahora no..., incandescente
su tronco en contorsión, escalofrío
su sexo de guayaba y aguardiente.




Amarillo


   Es amarillo el polvo del sendero
y en el fulgor candente de la tarde,
un mar de espigas amarillos arde,
bajo el soplo amarillo del estero.

   Abrasado el gañán, sudor y cuero,  5
enfurecido, grita al sol ¡cobarde!
levantando la voz en vano alarde
desde el sepulcro ardiente del calvero.

   En su mano animal... llagas de fuego,
belfos que beberán vinagre y sal  10
y en su espalda un carcaj, destino ciego

   de las flechas del astro en vendaval.
En su frente un soñar, un mudo ruego
por alcanzar del alba su cendal.




Hielos


   Han llegado los hielos a mi vida
y al hondo de mi ser la campanada
de la implacable y ronca carcajada
con la que dios rubrica mi partida.

   ¿Qué voz entonará la bienvenida  5
a ese lugar ignoto en la alborada
de mi postrer andar? ¿qué cruel celada
esconderá el turbión de mi caída?

   Aunque el alma resiste, prisionera
del vórtice fatal que ya describe  10
el último eslabón de mi cadena

   anhelo rebasar esa frontera
y escribir con mi pluma donde escribe
un convicto de muerte su condena.




De espumas y coral


   De espumas y coral quise mi casa,
y de sargazos y algas mi aposento,
de conchas el timbal que me acompasa,
de levante solano quise el viento.

   De crepúsculos rojos mi horizonte  5
y caracolas blancas mi celaje,
en ancho mar fui siempre polizonte,
con esencias marinas de equipaje.

   Y si en rompientes altos anidaron
con mis sueños de ayer altas gaviotas,  10
hoy viene a cubrirme una tras otra

   en mi lecho de arena sepultado,
calientes, cristalinas, rompedoras,
con sábanas de sal... saladas olas.




ArribaAbajoVaras Marín, Quiteria

Chile. Siglo XIX

Poeta y escritora.




A la muerte de don Lorenzo Sazie


   ¿Por qué a la frente joven y lozana
surcan las sombras do aterrante duelo
y lágrimas de acerbo desconsuelo
alumbra un sol de espléndida mañana?

   La flor que en la pradera se alza ufana  5
mustia se inclina y dolorida al suelo,
y hasta de la avecilla es triste el vuelo
porque siente el plañir de una campana.

   Es que se llora al sabio generoso,
filantrópico y noble en su carrera,  10
de mente altiva y corazón virtuoso.

   Exenta su alma de ambición rastrera,
al pobre siempre socorrió afectuoso,
honro a la ciencia a la virtud austera.




A mi abuelo, don Gaspar Marín


   De opresión en el caos lastimero,
la libertad soñabas inspirado,
y a la patria serviste denodado,
con alma grande y corazón sincero.

   Sin ceñirte la espada del guerrero  5
nobles triunfos también has alcanzado,
ya del pueblo tribuno firme, osado,
ya recto juez, valiente caballero.

   Infatigable fuiste en tu carrera,
y a la patria le es grata la memoria  10
del hijo que ilustró su edad primera.

   Virtuoso Marín, tu pura gloria
exenta de odio y ambición rastrera,
clara y sin mancha brillará en la historia.




ArribaAbajoVargas Tejada, Luis

Bogotá (Colombia). 1802 - 1829

Se suicido ahogándose. Poeta hallado en Internet.




Mi asilo


   De un bosque enmarañado en la espesura,
bajo un peñasco inmóvil y musgoso,
negra mansión del búho pavoroso,
hubo una cueva, aunque pequeña, oscura.

   En las entrañas de la tierra dura,  5
aquí mis manos con afán penoso
cavaron un asilo tenebroso,
de un ser viviente triste sepultura.

   Un giro anual el sol ha completado
desde que ausente y solitario moro  10
en mi lóbrega tumba confiando.

   Aquí mi amarga situación deploro;
y cuanto tiempo en tan fatal estado
he de yacer, ¡ay infeliz! ignoro.




ArribaAbajoVaz Ferreira, María Eugenia

Uruguay. 1875 - 1924




La estrella misteriosa


   Yo no sé donde está, pero su voz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!...
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.

   Si alguna vez acaso me apartó del camino,  5
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino...

   Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,  10
¡mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!

   Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega.




ArribaAbajoVázquez, Esther Lucila

Cuba. 1860 - 1906

Poeta hallada en Internet.




A la distinguida señorita mexicana Laura Mariscal


   Hay en el palpitar de la enramada,
al suave soplo de la brisa leda,
el deslumbrante brillo de la seda
por los rayos del sol iluminada.

   Y la luz al filtrarse tamizada  5
por la tupida red de la arboleda,
sus mallas de oro en el follaje enreda
y tiembla en la sombrosa encrucijada.

   Es la tarde. Con cárdenos reflejos
el verde bronce del ramaje enciende  10
y la corteza de los troncos dora.

   Y al ir desvaneciéndose a lo lejos,
la llama por los árboles asciende
y al fin en Occidente se evapora.




Inmortal


   ¡Qué bella es esa rosa engalanada
con sus rizados pétalos de nieve!
Al asirla tu mano blanca y breve
resplandeció la dicha en tu mirada.

   Ponla en dorado búcaro inclinada,  5
do vuela en torno mariposa leve,
donde la brisa que sus hojas mueve
pueda esparcir su esencia delicada.

   No importa que mañana se halle triste,
nunca podrá desparecer su gloria,  10
si en ti un recuerdo cariñoso existe.

   Que no es morir la postrimer partida,
cuando se deja en pos de una memoria
sino vivir ausente de la vida.




Perlas


   Toma el collar de nacaradas perlas,
en su nevado cuello lo coloca
mientras la risa escapa de su boca,
y en el vecino estanque corre a verlas.

   Mas temerosa luego de perderlas,  5
se sienta presto en la maciza roca.
Y una y cien veces con amor las toca
cual si tuviera miedo de romperlas.

   Cíñese el brazo nítido y redondo,
vierte alegre el collar en sus rodillas  10
y el fin lo enlaza en su cabello blondo.

   Pero un ave pasó: con sus alillas
lanzó el tesoro al cristalino fondo...
¡Y perlas mil bañaron sus mejillas!




A la poesía


   ¡Oh, celeste raudal de melodía
que jamás enmudeces ni te agotas;
en ti palpitan las sublimes notas
que arrancan de tu plectro la Armonía!

   Si de ti me aparté, si en triste día  5
miré las cuerdas de mi lira rotas,
hoy con fuerza mayor en mi alma brotas
e invocarte de nuevo me extasía.

   Esta corona de perfume agreste,
¡Oh, Deidad!, que en tus aras deposito  10
pueda tocar la fimbria de tu veste!

   Y al elevar a ti mi pensamiento,
de la edad en el piélago infinito,
¡blanca estela de luz deje mi acento!




Rosas


   Rosa de fuego era al nacer el día
el áureo sol de vivos resplandores,
y la luna, a la tarde, en los alcores,
«como rosa de nieve se entreabría».

   ¡Oh, fresca Rosa de la patria mía,  5
que estando de la vida en los albores,
a las pintadas y fragantes flores
tu arrogante colora desafía!

   Radia en tus ojos negros el vislumbre
de la rosa de fuego de la aurora  10
con eternal y poderosa lumbre,

   y en tus mejillas delicadas arde
la nacarada luz deslumbradora
de la rosa de nieve de la tarde.




ArribaAbajoVázquez de Aldana, Enrique

Córdoba. Siglo XIX - Madrid.

Poeta y escritor.




Del sur


   ¡Quién pudiera en el árabe corcel
llegar ante tu reja, cuando el sol
decora con magnífico arrebol
los frisos de tu gótico cancel!

   De tu patio feliz, que es un vergel  5
donde sueña el jazmín y el girasol,
oír, bajo el artístico farol
de la guitarra el lírico rondel.

   En la hermosa y sagrada catedral
hacer una visita; discurrir  10
luego por el frondoso naranjal;

   y al alejarse férvido, escribir
una rima a tu nombre, en el caudal
del celeste y cantor Guadalquivir...




Safo


   Es la Grecia inmortal, la que su lira
siempre aclama en su lírico torneo
pues de su inspiración el centelleo
resplandece ante el pueblo que le admira.

   Por el templo de Venus, do se inspira  5
ella se emancipó del gineceo:
y al goce le cantó, cantó al deseo
de aquel amor que inflama y que delira...

   Abandonada en bello plenilunio
llora la hermosa hetaria su infortunio  10
en un raudal de lágrimas ardientes;

   llega luego de un mar a la alta roca,
y después que a Faón llama y evoca
se sepulta en las ondas transparentes.




ArribaAbajoVega, Ventura de la

Buenos Aires. 1807 - Madrid. 1865

Escritor español de comedias. Político.


Sonetos




I


   «Cruza sin mí los espumosos mares;
saluda, ¡oh nave!, de mi patria el muro,
y déjame vagar triste y oscuro
por la orilla del lento Manzanares.

   Si osa turbar la paz de tus hogares  5
de soberbio extranjero el soplo impuro,
otra defienda con el hierro duro
su libertad y mis nativos lares.»

   Esto decía yo cuando las olas
surcó la nave en que partir debía,  10
y abandonó las costas españolas.

   Ella al impulso plácido del aura
voló a la orilla de la patria mía...
y yo en los brazos me volví de Laura.




II


   El Parnaso tembló: Febo indignado
despedazó su cítara de oro,
y en abundante y encendido lloro
Melpómene bañó su rostro airado.

   Carnerero, de berros coronado,  5
conduce al ara el furibundo coro;
Comella, oyendo el cántico sonoro,
desde el limbo sonríe alborozado.

   Intenso y fiero, con osada planta,
ante el marmóreo altar Solís parece  10
y la segur de Góngora levanta.

   Triste Racine al verla se estremece;
baja Alfiere desnuda la garganta,
y al sacrifico bárbaro la ofrece.




III


   «Este tronco que mayo adorna y viste,
donde grabas tu nombre idolatrado,
Laura, verasle pronto deshojado,
que a la furia del tiempo no resiste.

   Vendrá el noviembre con sus lluvias triste,  5
vendrá el enero con su escarcha helado,
o el huracán a desgajarle airado,
arrebatando el nombre que esculpiste.

   Templo más digno que tu nombre lleve
donde no le destrocen vendavales,  10
ni el invierno le cubra con su nieve,
un corazón será que te ame ciego.»

   Dijo Amor, y con rasgos eternales
grabole aquí con su buril de fuego.




IV


Al capitán general don Javier Castaños, en sus días


   Si atrevida tal vez la lira mía
osa turbar con importuno acento
el noble afán del alto pensamiento
en que la patria sus destinos fía;

   perdóname, Señor, que en este día  5
mal sintiera de Apolo el sacro aliento,
si al fiel clamor del popular contento
no mezclase mis cantos de alegría.

   Que nunca de tu aurora bienhadada,
por más que corran los veloces años,  10
la memoria feliz España pierde.

   No: que la patria que salvó tu espada
jamás recuerde el nombre de Castaños
sin que los lauros de Bailén recuerde.




V


A la toma de Tetuán


   Musas, alcemos de victoria el canto:
España despertó: su honor la inspira;
y fue el arranque de su noble ira
del mundo admiración, de África espanto.

   En desagravio al fin de ultraje tanto,  5
Tetuán postrada a nuestros pies se mira.
Musas, cantad y al eco de la lira
reverdezcan los lauros de Lepanto.

   Sí; que al ver por las ondas del Tirreno
allá lanzarse en la guerrera popa  10
hueste arrojada y adalid sereno;

   y que a sus antros con terror galopa
roto y vencido el bárbaro agareno...
ya con respeto nos saluda Europa.






ArribaAbajoVelarde, Fernando

Hinojedo (Santander). 1823 - Londres. 1880

Poeta y escritor. Marchó a América a los catorce años. Se casó en Lima y al final murió en Inglaterra.




El nacimiento del sol en el océano


   Gira la azul y cristalina esfera,
se transparenta el sonrosado Oriente,
y en el vago confín del Occidente
las sombras huyen en fugaz carrera.

   Los tibios rayos de la luz primera  5
pintan de luz la bóveda esplendente,
y del mar el abismo transparente
cual espejo infinito reverbera.

   El horizonte súbito se inflama,
ilumínase el piélago profundo,  10
y envuelto en viva y fulgurante llama

   el sol ardiente, corazón del mundo,
en catarata universal derrama
de la existencia el resplandor fecundo.




ArribaAbajoVelarde, José

Conil (Cádiz). 1849 - Madrid. 1892

Poeta y estudiante de Medicina.




Memento homo


   ¡Ah, cuánto nombre de grandeza vana
que se creyó inmortal, desvanecido,
al extinguir el último tañido
con que anuncia la muerte la campana!

   ¡Cuánto magnate de hoy, polvo mañana  5
que barrerá la mano del olvido,
como barre el Simoun embravecido
la huella de perdida caravana!

   ¿Qué gloria, qué poder que no sucumba?
Cuanto más alto el muro, menos fuerte  10
y con mayor estruendo se derrumba.

   Todo al fin, en cenizas se convierte
y a todos deja iguales en la tumba
el nivel del olvido y de la muerte.



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