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ArribaAbajo

Sonetos en «Don Quijote de La Mancha»

De la edición de 1605


Miguel de Cervantes Saavedra








Amadís de Gaula a don Quijote de La Mancha


ArribaAbajo   Tú, que imitaste la llorosa vida
que tuve, ausente y desdeñado, sobre
el gran ribazo de la Peña Pobre.
De alegre a penitencia reducida;

   tú, a quien los ojos dieron la bebida  5
de abundante licor, aunque salobre;
y alzándote la plata, estaño y cobre,
te dio la tierra en tierra la comida;

   vive seguro de que eternamente
(en tanto al menos que en la cuarta esfera,  10
sus cabellos aguije el bello Apolo)

   Tendrás claro renombre de valiente;
tu patria será en todas la primera,
tu sabio autor al mundo único y solo.




Don Belianís de Grecia a don Quijote de La Mancha


ArribaAbajo   Rompí, corté, abollé, y dije, y hice
más que en el orbe castellano andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.

   Hazañas di a la fama que eternice;  5
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y el duelo en cualquier punto satisfice.

   Tuve a mis pies postrada la fortuna.
Y trajo del copete mi cordura  10
a la calva ocasión al estricote.

   Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!




La señora Oriana a Dulcinea del Toboso


ArribaAbajo   ¡Oh quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en el Toboso,
y trocara su Londres con tu aldea!

   ¡Oh quién de tus deseos y librea  5
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero, que hiciste venturoso,
mirara alguna desigual pelea!

   ¡Oh quién tan castamente se escapara
del señor Amadís, como tú hiciste  10
del comedido hidalgo Don Quijote!

   Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre al tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escote.




Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote


ArribaAbajo   Salve, varón famoso, a quien fortuna,
cuando en el trato escuderil te puso,
tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
que lo pasaste sin desgracia alguna.

   Ya la azada o la hoz poco repuna  5
al andante ejercicio; ya está en uso
la llaneza escudera, con que acuso
al soberbio, que intenta hollar la luna.

   Envidio a tu jumento y a tu nombre,
y a tus alforjas igualmente envidio,  10
que mostraron tu cuerda providencia.

   Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen nombre,
que sólo a ti nuestro español Ovidio
con buzcorona te hace reverencia.




Orlando furioso a don Quijote de La Mancha


ArribaAbajo   Si no eres par, tampoco le has tenido;
que par pudieras ser entre mil pares;
ni puede haberle donde tú te hallares,
invicto vencedor, jamás vencido.

   Orlando soy, Quijote, que, perdido  5
por Angélica, vi remotos mares,
ofreciendo a la fama en sus altares
aquel valor que respetó el olvido.

   No puede ser tu igual; que este decoro
se debe a tus proezas y a tu fama  10
puesto que, como yo, perdiste el seso;

   mas serlo has mío, si al soberbio moro
y cita fiero domas; que hoy nos llama
iguales en amor con mal suceso.




El Caballero del Febo a don Quijote de La Mancha


ArribaAbajo   A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano,
ni a la alta gloria de valor mi mano.
Que rayo fue do nace y muere el día.

   Imperios desprecié; y la monarquía,  5
que me ofreció el Oriente rojo en vano,
dejé, por ver el rostro soberano
de Claridiana, aurora hermosa mía.

   Améla por milagro único y raro;
y ausente en su desgracia, el propio infierno  10
temió mi brazo, que domó su rabia.

   Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno,
y ella por vos famosa, honesta y sabia.




De Solisdán a don Quijote de la Mancha


ArribaAbajo   Magüer, señor Quijote, que sandeces
vos tengan el cerebro derrumbado,
nunca seréis de alguno reprochado
por home de obras viles y soeces.

   Serán vuestras hazañas los joeces,  5
pues tuertos desfaciendo habéis andado,
siendo vegadas mil apaleado
por follones cautivos y raheces.

   Y si la vuesa linda Dulcinea
desaguisado contra vos comete,  10
ni a vuesas cuitas muestra buen talante,

   en tal desmán, vueso conhorte sea
que Sancho Panza fue mal alcahuete,
necio él, dura ella, y vos no amante.




Diálogo entre Babieca y Rocinante


ArribaAbajo   «¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?»
«Porque nunca se come y se trabaja.»
«Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?»
«No me deja mi amo ni un bocado.»

   «Anda, señor, que estáis muy mal criado,  5
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.»
«Asno se es de la cuna o la mortaja.
¿Queréis verlo? Miradlo enamorado.»

   «¿Es necedad amar?» «No es gran prudencia.»
«Metafísico estáis.» «Es que no como.»  10
«Quejaos del escudero.» «No es bastante.

   ¿Cómo me he de quejar, en mi dolencia,
si el amo o escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?»



ArribaAbajo   O le falta al amor conocimiento,
o le sobra crueldad, o no es mi pena
igual a la ocasión que me condena
al género más duro de tormento.

   Pero si Amor es dios, es argumento  5
que nada ignora, y es razón muy buena
que un dios no sea cruel. Pues ¿quién ordena
el terrible dolor que adoro y siento?

   Si digo que sois vos, Fili, no acierto;
que tanto mal en tanto bien no cabe,  10
ni me viene del cielo esta ruina.

   Presto habré de morir, que es lo más cierto:
que al mal de quien la causa no se sabe,
milagro es acertar la medicina.

Del Quijote, Primera parte, capítulo XXXIII, Don Quijote a Sancho y de La casa de los celos, Jornada tercera, REINALDOS                




ArribaAbajo   Santa amistad, que con ligeras alas,
tu apariencia quedándose en el suelo,
entre benditas almas en el cielo,
subiste alegre a las empíreas salas,

   desde allá, cuando quieres, no señalas  5
la justa paz cubierta con un velo,
por quien a veces se trasluce el celo
de buenas obras que, a la fin, son malas.

   Deja el cielo ¡oh amistad!, o no permitas
que el engaño se vista tu librea,  10
con que destruye a la intención sincera;

   que si tus apariencias no le quitas,
presto ha de verse el mundo en la pelea
de la discorde confusión primera.

Del Quijote, Primera parte, capítulo XXVII, canta Cardenio                




ArribaAbajo   En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño a las mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.

   Y al tiempo cuando el sol se va mostrando  5
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales
voy la antigua querella renovando.

    Y cuando el sol, de su estrellado asiento
derechos rayos a la tierra envía,  10
el llanto crece y doblo los gemidos.

   Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.

En el Quijote, Primera parte, capítulo XXXIV, Lotario a Camila                




ArribaAbajo   Yo sé que muero, y no soy creído;
es más cierto el morir, como es más cierto
verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto
antes que de adorarte arrepentido.

   Podré yo verme en la región de olvido,  5
de vida y gloria y de favor desierto,
y allí verse podrá en mi pecho abierto
cómo tu hermoso rostro está esculpido.

   Que esta reliquia guardo para el duro
trance que me amenaza mi porfía,  10
que en tu mismo rigor se fortalece.

   ¡Ay de aquel que navega, el cielo oscuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece.

Del Quijote, Primera parte, capítulo XXXIV, Lotario a Anselmo                




ArribaAbajo   De entre esta tierra estéril, derribada
de estos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,

   siendo primero, en vano, ejercitada  5
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.

   Y este es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentable lleno  10
en los pasados siglos y presentes.

    Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

Del Quijote, Primera parte, capítulo XL, donde se prosigue la historia del cautivo                





El Monicongo, académico de la Argamasilla, a la sepultura de don Quijote


Epitafio


ArribaAbajo   El calvatrueno que adornó a la Mancha
de más despojos que Jasón de Creta,
el juicio que tuvo la veleta
aguda donde fuera mejor ancha,

   el brazo que su fuerza tanto ensancha,  5
que llegó del Catay hasta Gaeta,
la musa más horrenda y más discreta
que grabó versos en broncínea plancha,

   el que a cola dejó los Amadises,
y en muy poquito a Galaores tuvo,  10
estribando en su amor y bizarría,

   el que hizo callar los Belianises,
aquél que en «Rocinante» errando anduvo,
yace debajo de esta losa fría.

Del Quijote, Primera parte, capítulo LII                





Del Paniaguado, académico de la Argamasilla, «in laudem Dulcinea del Toboso»


ArribaAbajo   Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.

   Pisó por ella el uno y otro lado  5
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montiel, hasta el herboso
llano de Aranjuez, a pie y cansado.

   Culpa de «Rocinante». ¡Oh dura estrella!
Que esta manchega dama, y este invito  10
andante caballero, en tiernos años,

   ella dejó, muriendo, de ser bella:
y él, aunque queda en mármoles escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.

Del Quijote, Primera parte, capítulo LII                





Del caprichoso, discretísimo, académico de la Argamasilla, en loor de «Rocinante», caballo de don Quijote de La Mancha


ArribaAbajo   En el soberbio trono diamantino
que con sangrientas plantas huella Marte,
frenético el manchego su estandarte
tremola con esfuerzo peregrino.

   Cuelga las armas y el acero fino  5
con que destroza, asuela, raja y parte:
¡nuevas proezas!, pero inventa el arte
un nuevo estilo al nuevo paladino.

   Y si de su Amadís se precia Gaula,
por cuyos bravos descendiente Grecia  10
triunfó mil veces y su fama ensancha,

   hoy a Quijote le corona el aula
do Belona preside, y de él se precia,
más que Grecia ni Gaula, la alta Mancha.

   Nunca sus glorias el olvido mancha  15
pues hasta «Rocinante», en ser gallardo,
excede a Brilladoro y a Bayardo.

Del Quijote, Primera parte, capítulo LII                





Del Burlador, académico argamasillesco, a Sancho Panza


ArribaAbajo   Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico,
pero grande en valor, ¡milagro extraño!
Escudero el más simple y sin engaño
que tuvo el mundo, os juro y certifico.

   De ser conde, no estuvo en un tantico,  5
si no se conjuraran en su daño
insolencias y agravios del tacaño
siglo, que aun no perdonan a un borrico.

   Sobre él anduvo -con perdón se miente-
este manso escudero, tras el manso  10
caballo «Rocinante» y tras su dueño.

   ¡Oh vanas esperanzas de la gente!
¡Cómo pasáis con prometer descanso,
y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!

Del Quijote, Primera parte, capítulo LII                




ArribaAbajo   «Dadme, señora, un término que siga,
conforme a vuestra voluntad cortado;
que será de la mía así estimado,
que por jamás un punto de él desdiga.

   Si gustáis que callando mi fatiga  5
muera, contadme ya por acabado;
si queréis que os la cuente en desusado
modo, haré que el mismo Amor la diga.

    A prueba de contrarios estoy hecho
de blanda cera y de diamante duro,  10
y a leyes del Amor el alma ajusto.

   Blando cual es, o fuerte, ofrezco el pecho;
entallad o imprimid lo que os dé gusto;
que de guardarlo eternamente juro.»

En Don Quijote de La Mancha, Segunda parte, capítulo XII,
el Caballero del Bosque a don Quijote y Sancho
               




ArribaAbajo   El muro rompe la doncella hermosa
que de Píramo abrió el gallardo pecho;
parte el amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.

   Habla el silencio allí, porque no osa  5
la voz entrar por tan estrecho estrecho.
Las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.

   Salió el deseo de compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita  10
por su gusto su muerte; ved que historia.

   Que a entrambos en un punto, ¡oh extraño caso!
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.

En El Quijote, Segunda parte, capítulo XVIII
Don Lorenzo a Don Quijote, este soneto a la fábula de Píramo y Tisbe
               









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