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Citado por José L. Sánchez Lora, Mujeres, conventos y formas de la religiosidad barroca, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1988, p. 50. Son numerosísimos los textos que propagan este lugar común, aún vigente; Sánchez Lora dedica un capítulo entero, nutrido de citas, para probarlo. Sobre este mismo tema puede ser aclaratorio el muy completo y sugerente estudio de Marina Warner, Alone of all her Sex The Myth and Cult of the Virgin Mary; Londres, Picador Books, 1985.

 

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Relación histórica de la fundación de este convento de Nuestra Señora del Pilar, Compañía de María, llamada vulgarmente la «Enseñanza», México, Imprenta Felipe Zúñiga y Ontiveros, 1793, citado por Josefina Muriel, op. cit., p. 81. Para Josefina Muriel: «La importancia de los confesores es muy grande, [...] porque ellos, para poder conocerlas mejor, les ordenaron que escribiesen sus experiencias, y a eso debemos la existencia de nuestra literatura mística (cf. nota 169). Empero, ellos son responsables también de que no las conozcamos en forma total, ya que teniéndola completa, sólo publicaron las partes que les interesaron para sus biografías. Fue ese paternalismo clerical prepotente muy de época el que no dio valor literario a los escritos místicos femeninos y los refundió en el polvo de los archivos» (op. cit., p. 317).

 

173

Ibid., p. 81.

 

174

RF, p. 446.

 

175

Muriel, op. cit., p. 53.

 

176

En fray Sebastián de Santander y Torres, Vida de la Venerable Madre María de San José, Religiosa Agustina Recoleta, Sevilla, 1726, citado por Jean Franco (p. 195).

 

177

Muriel, op. cit., p. 51.

 

178

Juan Antonio de Oviedo, op. cit., s. p. Véase también Andrés de Borda, Práctica de confesores de monjas en que se explican los cuatro votos de Obediencia, Pobreza, Castidad y tonsura, por modo de Diálogo, México, Francisco de Ribera Calderón, 1708.

 

179

Cf. Santa Teresa de Ávila, Libro de las fundaciones, prólogo de José María Aguado, Madrid, Espasa y Calpe, 1950. Aguado explica: «Las fundaciones de Santa Teresa de Jesús comienzan en la de San José de la ciudad de Ávila, bien que el Libro de las fundaciones la omite por habérnosla dejado relatada como apéndice de la Relación que de su vida y modo de oración escribió para sus confesores» (p. 9). Es de notar que el rango de santa le confiere a Teresa un lugar excepcional: ella, como muchos de los confesores y autores de textos canónicos, se declara amanuense de Dios, de la misma manera en que implícitamente las monjas se declaraban amanuenses de su confesor.

 

180

Muriel, op. cit., p. 69. Aquí cabe hacer una digresión: Cuando la mexicana Sor Juana Inés firma su famosa renuncia a las letras con las palabras «Yo, la peor de todas», no es evidentemente -como lo demuestra el ejemplo anterior y muchísimos otros que abundan en los textos de la época- la única monja que fuera obligada por las circunstancias y los jesuitas a someterse a sus designios: se trata más bien, como ya lo decía en el texto, de una frase acuñada por la retórica de la época. Eso no altera el hecho de que, quizá, como otras monjas -Santa Teresa entre ellas-, Sor Juana tuvo que aceptar después de un largo periodo de rebeldía la dirección absoluta de su confesor sobre todos sus actos materiales y espirituales.

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