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En Maza, op. cit., pp. 101-102, s. f. Cuando entregué a la imprenta este libro, para su edición en la Biblioteca Ayacucho, se conocían poco los versos de Francisco Álvarez de Velasco, a quien llamó «el enamorado de Sor Juana». En 1994 José Pascual Buxó publicó un libro con ese mismo título, El enamorado de Sor Juana, México, UNAM, 1994, libro que nos hace ver con mayor claridad esta faceta de la monja, el carácter excepcional que tenía para sus contemporáneos, y en el caso específico de este poeta, la monja sobrepasa no sólo a las musas y las sibilas, sino que puede equipararse con Orfeo y con Virgilio, es decir, es ella misma la poesía, casi en estado puro, y, como muy evidentemente lo muestran los siguientes versos, su gloria no sólo es artística, es también política, supera su figura aun a la de Colón; su fama la convierte en mito, semejante a lo que más tarde será la Virgen de Guadalupe para los criollos, el símbolo de lo americano o de lo mexicano: «Y si por ser primero/ Colón, el que valiente/ descubrió nuestros polos,/ antes que a ellos Américo viniese,/ se mandó que estos orbes,/ que en sí tantos contiene,/ no América, como antes,/ sino sólo Colonia se dijesen./ Con cuánta más justicia,/ si a la tuya hiende,/ desde hay, mudando nombre/ o Nísida o Nisea llamarse deben», p. 204.

 

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Sor Juana, t. II, Sevilla, 1692, s. f.

 

33

«Romance (donde) aplaude lo mismo que la rama en la Sabiduría sin par de la Señora doña María de Guadalupe Alencastre, la única Maravilla de nuestros siglos», OC, t. I, p. 102.

 

34

Juan Antonio de Oviedo, op. cit., p. 3.

 

35

«Con el anterior (ser considerada como un tesoro) está trabado otro tema: el obvio, elementalismo, de los tesoros del Nuevo Mundo. La poesía de Sor Juana estaba, por así decir, metaforizada de antemano», Alatorre, Para leer..., p. 464.

 

36

Cf. Alatorre, op. cit., p. 468. Cf. asimismo pp. 464-470. Cito, entre muchos otros, a don Alonso de Otazo: «En elogio de la poetisa, que hacía versos entre sueños» en Fama, p. 12: «Y tú, apaña, que en números conduces/ el más noble tesoro americano,/ logra tu mineral, porque no envidies/ en Persia pomos, ni en Ceilán topacios». Cf. Franco, op. cit. La propia Sor Juana maneja como lugar común la idea de la fecundidad americana, «abundancia de los frutos», «abundancia de las provincias» (Loa al DN). «Que yo Señora, nací/ en la América abundante.../ Europa mejor lo diga,/ pues ha tanto que,/ insaciable,/ de sus abundantes venas/ desangra los minerales...», R 37 «A la duquesa de Aveyro», (pp. 102 y 103, respectivamente).

 

37

Reiterado por Alatorre, op. cit., p. 468. En este contexto son significativas las palabras de Horst Kurnitzky, en relación con algunos mitos primitivos actuales; véase en su texto de antropología filosófica, La estructura libidinal del dinero. Una contribución a la teoría de la femineidad, México, Siglo XXI, p. 82: «Estas historias describen el acto de represión del sexo femenino, que a continuación se incorpora en la materia como lo reprimido. Sobre esta represión se edifica toda la cultura que se halla en el enfrentamiento con la naturaleza, como también, en definitiva todos los productos naturales se deben a esa represión».

 

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En Relación histórica de la fundación de este Convento de Nuestra Señora del Pilar, Compañía de María, llamada vulgarmente la Enseñanza. Escrita por un grupo de monjas del mismo, en 1793, citado por Josefina Muriel, op. cit., p. 80. Nótese la persistencia del estereotipo, así un siglo más tarde de que le fuera aplicado a Sor Juana. Hay numerosos ejemplos, me conformo con citar uno.

 

39

Cf. Alatorre, pp. 485-489.

 

40

Cf. Kurnitzky, op. cit., pp. 97-98. Al referirse a Eva, la pecadora, la culpable del pecado original, explica: «Esta relación (entre Adán, Eva y la serpiente) es asimismo, en el novísimo concepto del conocimiento como búsqueda del fundamento y la posibilidad de una vida satisfactoria, todavía de actualidad cuando el conocimiento plantea la cuestión de lo reprimido, o sea se lo concilia. Pero no ocurre igual con la teoría del conocimiento: en ella la teoría privada como teoría filosófica de todo remanente material, se convierte en ciencia del señorío, en instrumento de sojuzgamiento de lo sexual y con ello del sexo femenino». Severo Sarduy agrega: «Este control generalizado, próximo a la visión panóptica de que mucho más tarde hablará Foucault -aquí el ojo central y observador es el Concilio-, no es más que el desbordamiento, en la práctica, de la -más que semiológica- sacrosanta "eficacia de los signos". No es ya sólo lo que ocurre en las almas, sino el recurso concreto a los signos lo que hay que vigilar», Ensayos generales sobre el barroco, México-Buenos Aires, FCE, 1987, p. 17. Sor Juana ejerce por eso un cuidadoso control de sus metáforas cortesanas, al tiempo que las impugna con esmero y eficacia. Cf. también Roland Barthes, Sade, Loyola, Fourier, Caracas, Monte Ávila, 1977 (Loyola, pp. 43-83).

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