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Aún se pelea esa batalla. Octavio Paz atribuye a la influencia de Núñez la gran ayuda de Velázquez de la Cadena, padrino de Sor Juana, uno de esos ricos indianos que para acrecentar su fama de magnánimos y para expiar sus posibles y reales culpas apadrinaban a las jóvenes sin dote para que pudieran tomar estado: «Lo más cuerdo es atenerse a la versión de Oviedo. Fue el padre Núñez de Miranda gran conseguidor de dotes para novicias pobres, el que obtuvo la suma de Velázquez de la Cadena», op. cit., p. 167. Es cierto que cuando Paz escribió su libro, la Carta al padre Núñez aún no había sido publicada y la tajante afirmación de Sor Juana respecto a su dote, no le era conocida. Sin embargo, el dato lo confirma el propio Calleja, de cuya Vida dice Elías Trabulse, otro eminente sorjuanista, que junto con la Respuesta a Sor Filotea es la única otra fuente fidedigna sobre la poetisa (Prólogo a Florilegio de Sor Juana Inés de la Cruz, México, Promexa, ed. 1979, p. XV). Calleja avisa que, en el convento de las religiosas de San Jerónimo «profesó, favoreciéndose don Pedro Velázquez de la Cadena, en pagarla el dote, que tales gastos enriquecen, merced a que siempre estuvo la madre Juana Inés, como patrón por quien se había guarecido de tanta prevista tormenta, agradecidísima...», (AP, s. f.).

 

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Sor Juana Inés de la Cruz, Inundación castálida, edición de Georgina Sabat-Rivers, Madrid, Castalia, 1982. Se respeta totalmente el orden de la primera edición, que Sor Juana enmendó para la segunda edición, «corregida y mejorada por la autora».

 

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Octavio Paz define la aprobación de Calleja no como una biografía en el sentido moderno de la palabra, sino como una narración edificante. Parece estar en contra: «Calleja elude todo lo que pudiese oscurecer su reputación y no dice nada que aclare realmente los dos grandes enigmas que tanto han intrigado a los que se han acercado a su figura: las razones que la movieron a profesar y las que la llevaron a renunciar a las letras... Es la leyenda que contamina la historia, agrega, después de relatar el ejemplo recién citado, acerca de su nacimiento en una Celda lo maravillase cristiano que disuelve la realidad prosaica» (TF, p. 91). Cabría añadir que la única forma de trabajar los documentos de una época es dentro de la perspectiva en que fueron producidos. Es imposible exigirle al padre Calleja, habiendo sido sacerdote y jesuita, que moldease sus escritos de acuerdo con los cánones actuales.

 

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En CN, Sor Juana insiste en la poca importancia que tienen sus poemas, sobre todo si se compara la persecución con el poco peso que, en la balanza, tienen esos negros versos: «La materia, pues, de este enojo de Vuestra Reverencia, muy amado padre y señor mío, no ha sido otra cosa que la de estos negros versos de que el Cielo tan contra la voluntad de Vuestra Reverencia me dotó. Estos he rehusado sumamente el hacerlos, y me he excusado todo lo posible (no porque en ellos hallase yo razón de bien ni de mal, que siempre los he tenido [como lo son] por cosa indiferente)...». (Alatorre, op. cit., pp. 621-622).

 

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Quizá las obras que se le pedían por encargo, villancicos, loas, el Neptuno alegórico, etc., la eximieran de algunas de las obligaciones diarias. O, lo que es más evidente, puede darse que las reglas fueran un poco más elásticas en la realidad. Copio un fragmento, es esclarecedor, aunque fuesen a veces esas reglas letra muerta: «Distribución del tiempo y ejercicios del día, que se han de acomodar y ceder a los de la comunidad: levantarse hacia las cuatro y media de la madrugada poco más o menos. Luego en despertando, acordarse de la materia que ha de meditar: recorrer los puntos, sin dar lugar a otros pensamientos excusables. Vestirse, dando gracias a Dios, porque le ha guardado aquella noche de todo mal... Vestida, leer los puntos, sino están prontos, y entrar luego en su oración hasta Prima, y si es posible en el mismo coro... Si es de comunión, hará la meditación algún punto del Santísimo Sacramento... En siendo hora, rezar Prima y horas con la comunidad en el coro con expresión clara, voz y tono de las demás, atención interior y exterior, reverencia, modestia y silencio; como quien está hablando con Dios, en nombre de la Santa Iglesia... Oír misa con la devoción debida, en la forma que tendrán escogida, de los muchos modos de oírla que traen los devocionarios. Subirse a la celda, descansar, desayunarse, leer meditando algún capítulo del libro 4 de Contemptus mundi... A las ocho, acudir a Misa mayor o de comunidad, si la hay, y hasta las nueve rezar devociones... de las nueve a once labor, o tareas exteriores de la celda, y si labor entre muchas pueda una leer a todas, en voz alta. De once a doce, el rosario de la Virgen, devociones y visitas del Santísimo y altares, examen general y particular. Si la comunidad lo reza en otra hora, hacer en ésta labor, visitar enfermas o los quehaceres ordinarios. A las doce al refectorio o a la celda, a comer, con la templanza y mortificación, presencia de Dios, memoria de la hiel y ayunos de Cristo... Reposar un rato si lo acostumbra o necesita. Descansar, sin ejercicio ni cuidado mental hasta las dos. De tres a cuatro labor, manuales o menesteres de la celda, oficio o oficina... A las cuatro maitines, y si sobra algún rato, visitar algún enfermo, bendición de dormitorios, etc., de cinco a seis lección espiritual... De seis a siete oración, y el cuatro siguiente, examinarla. Después de la siete, hasta las ocho, acudir a sus especiales menesteres, devociones o ejercicios. A las ocho, hasta la media cena: y descansar un rato, en buena y santa conversación. De la media a las nueve hacer examen general y particular y preparar los puntos para la oración de la mañana. A las nueve, recogerse a dormir, pensando en Dios [...]», texto inspirado, sin duda, en los Ejercicios Ignacianos. Folio encuadernado con un sermón impreso en México, por los herederos de la Viuda de Bernardo Calderón, 1686. Cf. Marta Dolores Bravo, «El cerco de la conciencia: Sor Juana, las Reglas y Constituciones de su Orden, dictadas por el Obispo Fernández de Santa Cruz» en Acciones textuales, Revista de Teoría y Análisis, 2, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1990, pp. 51-58.

 

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Las citas de El sueño provienen de la edición de Méndez Plancarte, UNAM, 1951: utilizo la reedición (Biblioteca del Estudiante Universitario) de 1989.

 

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Sólo seguiré una de las tramas de esta «oscura» e importante obra de Sor Juana, considerada, según el tiempo y los autores, como la cumbre o como la más deleznable de sus obras. Incluyo en esta nota, en desorden, algunos nombres de quienes le han dedicado especial atención dentro de la nutrida bibliografía sobre el tema: José Gaos, Emilo Abreu Gómez, Darío Puccini, Giusseppe Bellini, Marie-Cécile Bénassy-Berling, Emilio Carilla, Ezequiel Chávez, Manuel Durán, Gerald Flynn, Sergio Fernández, Eunice Joiner Gates, Pedro Henríquez Ureña, Francisco López Cámara, José Pascual Buxó, Octavio Paz, Rosa Perelmuter Pérez, Ludwig Pfandl, Robert Ricard, Georgina Sabat-Rivers, Alfonso Reyes, Elías L. Rivers, Andrés Sánchez Robayna, Elías Trabulse, Karl Vossler, Ramón Xirau, etcétera.

 

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José Gaos, «El sueño de un sueño», en Historia mexicana, 10, 1960-61, pp. 54-71.

 

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«A pesar de su extremado carácter intelectual, Primero sueño es el poema más personal de Sor Juana». «[...] Naturalmente, la pretensión de impersonalidad se quiebra al final: el poema es, simultáneamente, una alegoría y una confesión». Octavio paz, op. cit, p. 469; p. 481, respectivamente. Véase Rosa Perelmuter, «La situación enunciativa del Primero Sueño», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 11, 1986, pp. 186-191. Georgina Sabat-Rivers, «A feminist Re-ding of Sor Juana's dream» en Stéphanie Merrim, ed., Feminist perspectives..., pp. 142-161.

 

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Ludwig Pfandl, op. cit.

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