Acto I |
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Casa del JUEZ ALEN; habitación pobremente amueblada,
con un recibidor antiguo y barato, una mesa de comer, sillas
desparejas, estantería con algunos libros y expedientes.
Retrato de su padre y un espejo en la pared. Es mediodía.
|
ALEN.-
(Regresa de sus tareas de la mañana en el
Tribunal, con algunos expedientes bajo el brazo, modestamente
vestido.) ¡Puff! ¡Qué calor! (Arroja los expedientes
sobre una silla, se quita el saco.) ¿No hay nadie en esta
casa? |
SARA.-
(Entra precipitadamente.) ¿Cómo te va,
mi amor? No te había oído entrar. ¿Estás
muy cansado? |
ALEN.-
¡No es que esté cansado, sino
que hace tanto calor!... ¿Dónde llevaron el ventilador? |
SARA.-
Habrá sido Rafa; lo habrá llevado para
estudiar, y después no lo trajo. ¡Juana! |
ALEN.-
(Se
ha quitado la corbata y remangado la camisa.) Decile que
traiga también algo fresco. |
SARA.-
¿Una limonada? |
ALEN.-
Lo que sea, pero abundante. Me estoy licuando. |
SARA.-
¿Debiste salir a la calle? |
JUANA.-
(Chica de servicio.)
¿Qué quiere la señora? |
SARA.-
Andá
a decirle a Rafa, si está, que traiga enseguida el
ventilador, y preparále una limonada al señor,
en la jarra. |
JUANA.-
Sí, señora. (Sale.) |
ALEN.-
Ya sabés, en el ómnibus a esta hora
se viaja tan mal... |
SARA.-
Es muy mala hora. Ya pronto vas
a tener que comprarte el auto; ¿no podrías empezar
con una moto? |
ALEN.-
No, no me atrevo; un juez debe ser
discreto; no puede montar una máquina escandalosa
alborotando perros a su paso. |
SARA.-
Si tuvieses un poco
de coraje, ya tendrías el auto pagándolo por
cuotas. |
ALEN.-
No, mi vida, no me cargonees más con
ésas; estamos saliendo apenas de las apreturas anteriores.
Quiero respirar un poco de aire fresco. Necesito tranquilidad,
por un tiempo. |
SARA.-
Si pensás así, no tendrás
nunca ni auto, ni nada. |
ALEN.-
No exageres, y yo tampoco
seré exagerado. Un auto usado, una deuda pequeña,
que no hipoteque el sueño. Desconfiá de las
cuotas; mirá, en el Juzgado tengo montañas
de expedientes de prójimos que sucumbieron a la tentación
de las cuotas. |
SARA.-
Pero es la única forma en que
un pobre puede tener algo. |
ALEN.-
Claro, y es la única
forma en que los pobres mueren del corazón, igual
que los ricos. Hoy, mediante las cómodas y largas
cuotas, la enfermedad se ha popularizado. Hasta los pelagatos
tienen infartos. |
SARA.-
Eso, los que abusan. |
ALEN.-
¿Quién
no abusa ahora? Hay una organización mundial que te
obliga a abusar. Los periódicos, la radio, la televisión
son formas supereficientes de esa lerda y mansa serpiente
del Paraíso. |
RAFA.-
(Entra con el ventilador en una
mano, y en la otra una radio portátil que se pega
al oído.) ¡Hola!, aquí está el ventilador,
lo llevé por un rato. (Busca un enchufe.) |
ALEN.-
¿Es tan importante eso que escuchás? |
RAFA.-
Sí,
(Riendo.) es sobre un lío que pasó en la cancha.
Una discusión a trompadas y patadas. |
ALEN.-
¿Y cómo
podés hablar conmigo, enchufar el ventilador y todavía
seguir con los argumentos, las trompadas y patadas? |
RAFA.-
Es fácil: se conecta y se «des»; cuando me hablás,
me «des», de aquí, sobre todo si no dice nada «inte». |
ALEN.-
¿Y si dice algo interesante? |
RAFA.-
Oigo los dos;
hay una técnica para todo eso. Estos hablan mucho
y se repiten. Dicen que no hay que ser fan, pero ellos forman
fan, porque de eso viven, ¡je! |
ALEN.-
¿Por qué decís
que viven de los fanáticos? |
RAFA.-
Claro, cuanto
más fan, más hinchada, más revistas,
más fútbol, más negocio, y de vuelta,
más grescas y patadas, y juego sucio. |
ALEN.-
Así
es el mundo, contradictorio. |
RAFA.-
Hipócrita. |
ALEN.-
El hombre, en general, es un animal agresivo, conquistador
del planeta; a duras penas contiene las patadas y trompadas. |
RAFA.-
O la bomba atómica. (Sale.) |
ALEN.-
¿Querés
que te diga una cosa, Sara? |
SARA.-
Sí, ya sé,
que Rafa tiene talento. |
ALEN.-
¡Y lo tiene! Ojalá
también tenga carácter. |
JUANA.-
(Entra con
una jarra y vaso para la limonada.) Aquí tiene, señor,
la limonada. ¿Dónde la pongo? |
ALEN.-
Arrimame aquí
una silla. |
JUANA.-
(Lo hace.) ¿No quiere otra cosa? |
ALEN.-
No gracias. |
SARA.-
Poné la mesa, Juana. |
JUANA.-
Sí, señora. (Empieza a poner la mesa, pobre,
para cuatro personas.) |
SARA.-
¿Cómo te fue hoy en
tu despacho? |
ALEN.-
Bien, lo de siempre: firmar papeles,
papeles y papeles. Alguien te cuenta historias absurdas,
tristes, deformadas, con la mayor convicción; otros
que confunden los hechos con ingenuidad, y otros que se vienen
tortuosos, resbaladizos, entrando y saliendo del agua, como
esas víboras de los pantanos. |
SARA.-
¿Algunas mujeres,
también? |
ALEN.-
También algunas. |
SARA.-
Reconocés,
¿eh? |
ALEN.-
Claro; algunas viejas maniáticas, y otras,
hasta oliendo mal... pero a todos hay que escuchar atentamente.
Un juez es una especie de campo de batalla, y muchas veces
se siente pena, y miedo por lo que allí está
pasando. |
SARA.-
¿Miedo de qué? |
ALEN.-
De estar demasiado
cerca de la pelea. Estás obligado a tomar parte, porque
tenés que decidir. Hable, firme, juzgue, te apuran,
te aprietan, y uno vacila, espera, retrocede, se retuerce,
teme errar, piensa lo que dirán las partes, no se
quiere tomar partido. Decidir no es nada fácil. |
SARA.-
¿Qué hacés entonces? |
ALEN.-
Te tomás
tiempo, todo el tiempo que puedas, te engañás
decidiendo cuestiones simples. |
SARA.-
¿Vienen también
mujeres lindas? |
ALEN.-
Sí, una que otra, pero ninguna
como vos. |
SARA.-
¿Te escapás por la tangente, no? |
ALEN.-
Ni pienso; me casé con una hermosa y sólida
verdad. |
SARA.-
Abogado había de ser. |
ALEN.-
Tu admirador.
¿Me permitís que vaya a cambiarme esta ropa para sentarme
contigo a la mesa? (Sale.) |
SARA.-
No será cierto,
pero la deja a una bailando una galopa por dentro. (Llama.)
¡Juana! |
JUANA.-
(Que está poniendo la mesa.) ¿Señora? |
SARA.-
¿Ya vino Marta? |
JUANA.-
Sí, pero se fue un
momento a casa de la señorita Alicia. |
SARA.-
Andá
a llamarla. Decile que vamos a comer. |
MARTA.-
(Entrando.)
Hola, aquí estoy. |
SARA.-
Ya te iba a hacer llamar. |
MARTA.-
Ya oí. ¿Por qué tanto apuro? |
SARA.-
Ya sabés que a tu padre le gusta que todos estén
a la hora de comer. |
MARTA.-
Ya sé; iba a venir, pero
estaba hablando con Manuel. Me estaba pidiendo una cosa importante. |
SARA.-
¿Se puede saber? |
MARTA.-
Me preguntó si podía
conseguirle una entrevista con papá. |
SARA.-
¿Qué?
¿Para qué? ¿Se quiere comprometer? |
MARTA.-
(Con fastidio.)
No mamá; quiere venir a hablarle de un asunto del
Tribunal. |
SARA.-
Menos mal, ya creí que venían
a pedirla a mi chiquita. |
MARTA.-
Jesús, mamá;
ya sabés que eso no se hace más. |
SARA.-
¿No? |
MARTA.-
Claro que no. |
SARA.-
¿Cómo se hace entonces? |
MARTA.-
No seas tonta; todo se entiende y se da por sabido. |
SARA.-
¿Sí?, ¡lo que se perdieron, hija! No hay nada
más delicioso que obligar a un muchacho a que te lo
diga. Que se hinque y te lo diga. |
MARTA.-
¡Jesús,
mamá, ni digas esas cosas! Si Manuel creyera que soy
yo la de la idea, me abandona, me difama; organiza contra
mí una pública carcajada, y todos se divierten
a mi costa. |
SARA.-
Bueno, ya sé; es un decir... Ya
sé que está de moda la línea recta hasta
en lo sentimental. Pero sonaba tan lindo... me hubiera gustado
que lo probaras. |
MARTA.-
¿Lo probaste vos? |
SARA.-
La verdad,
no. Pero las mujeres de mi tiempo todavía lo soñaban.
Es por eso que lo quisiera para mi nenita. |
MARTA.-
Gracias,
pero ahora todo se ha mecanizado; las cosas se dicen sencillamente,
hasta con la bocina. Un toque, dos toques... si una sale,
quiere decir que está de acuerdo. |
SARA.-
¡Qué
poco romántico! |
MARTA.-
¿Por qué? ¡Hay coches
que son un sueño! |
SARA.-
¿Y si no se tiene auto? |
MARTA.-
¡Que se alquile, que se preste!; un muchacho sin
auto, está mutilado. |
SARA.-
Bueno, nosotros hasta
ahora no lo tenemos. |
MARTA.-
Pero lo vamos a tener, ¿verdad?
Por ahora yo no tengo necesidad de hacer ninguna declaración
de amor, pero hay que ver las cosas que le hacen a Manuel. |
SARA.-
¡Ah!, ¿las chicas también? |
MARTA.-
¿No manejan
acaso? ¡En esta generación se acabó la diferencia
entre hombre y mujer! Mamá, tenemos que convencerlo
a papá. |
SARA.-
(Suspira.) No quiere comprometerse.
Tiene miedo. Dice que él vino a buscar a este puesto
seguridad y tranquilidad, no quiere meterse en deudas. Dice
que tendremos de todo cuando pueda. |
MARTA.-
¿Y podrá? |
SARA.-
Va aflojando, hay que buscarle la vuelta. |
MARTA.-
¿Se la vas a buscar? |
SARA.-
Sí, un poco cada día;
hay que ensanchar. |
MARTA.-
¿El sueldo? |
SARA.-
La mentalidad,
el sentido práctico. |
MARTA.-
¿Prometido? |
SARA.-
Sí. |
MARTA.-
Mamá, ¿y lo que te dije? |
SARA.-
¿Qué? |
MARTA.-
De la entrevista de Manuel con papá. |
SARA.-
Lo he estado pensando. No te metas con tu padre en
los asuntos de su juzgado. |
MARTA.-
Pero mamá, es
sólo para conseguirle una entrevista. |
SARA.-
Sí,
ya sé, pero en casa quiere estar tranquilo. Tenemos
que ayudarlo en eso. |
MARTA.-
¿No se puede hacer un favor? |
SARA.-
El mejor que le harías a tu padre sería
no meterte. |
MARTA.-
Pero él me dijo que era una cosa
sencilla; una cosa de nada. |
SARA.-
Si tanto te importa,
hacé lo que quieras, pero a lo menos sé oportuna. |
|
(Suena el timbre de la puerta. Entra ALEN con ropa de entrecasa.
Va a mirarse atentamente al espejo.)
|
SARA.-
Andá
a ver quién es, Marta. |
MARTA.-
(Saliendo.) Ya. |
SARA.-
(Va como para sentarse a la mesa.) ¡Juana!, andá a
llamarlo a Rafa, decile que venga a comer. (A Alen.) Ya podemos
comer, ¿verdad? |
ALEN.-
Sí, ya podemos comer. |
MARTA.-
(Entrando.) Papá, el doctor Barni quiere verte. |
ALEN.-
¿Le dijiste que estaba? |
MARTA.-
Sí, le dije. |
ALEN.-
¡Esa costumbre paraguaya de venirse justo a esta hora! |
SARA.-
¿Lo vas a recibir? |
ALEN.-
¡Maldito sea!, ¿qué puedo
hacer? ¡Ese individuo tiene una puntería para fastidiar! |
SARA.-
¡Nuestra mesa está tan raída! |
ALEN.-
No lo vamos a invitar a comer. |
MARTA.-
Sí, papá,
pero está tan pobre, hay que ver el cochazo que tiene. |
ALEN.-
Así ha de ser; es de los que usan el portafolio
como metralleta; para asaltar. |
SARA.-
¿Entonces? |
ALEN.-
Voy a ver si puedo atenderlo en la puerta. (Sale.) |
SARA.-
Marta, vamos a sacar otra vez la mesa, rápido; estoy
segura de que lo traerá aquí. ¡Juana! |
JUANA.-
(Entrando.) ¿Señora? |
SARA.-
Llevate esa jarra y esas
cosas; levantamos la mesa... ¡que fastidio! |
MARTA.-
Ya lo
está haciendo entrar... Vamos. (Salen con SARA. Queda
JUANA para los últimos arreglos.) |
ALEN.-
(En el vano.)
Pase, pase, doctor. |
BARNI.-
(Mediana edad, bien vestido,
portafolios.) Gracias. |
ALEN.-
Tome asiento, doctor. |
BARNI.-
Gracias, señor Juez... Disculpe que lo moleste a esta
hora, pero me dijeron que Su Señoría por la
tarde tiene cátedras y que es difícil encontrarlo. |
ALEN.-
Así es, me gusta enseñar. |
BARNI.-
¿Ah sí, por qué? |
ALEN.-
Porque allí
las cosas son seguras. No hay contienda. |
BARNI.-
Es un descanso
para Su Señoría... |
ALEN.-
Y un refuerzo al
presupuesto. |
BARNI.-
Claro, el sueldo de juez es muy bajo. |
ALEN.-
Es reducido, pero viviendo con modestia... No le
ofrezco nada, porque en realidad no tengo nada en casa, pero
si quiere puedo pedir que le traigan una limonada. |
BARNI.-
¡No, no!, no se moleste; sólo venía un momento.
Vengo enviado; recibí el encargo de hablarle de parte
del doctor Mauricio Recio, gran dirigente político
de Tembetary; tiene entre otras muchas empresas un importante
reñidero de gallos. |
ALEN.-
¿Ah, sí? |
BARNI.-
Él quería ir a su despacho, o venir aquí
personalmente, pero yo le pedí que no lo hiciera por
temor a que fuera mal interpretada su visita. |
ALEN.-
¿Ah,
sí? ¿Y accedió? |
BARNI.-
Claro, yo debí
insistir... |
ALEN.-
Muy considerado, se lo agradezco, doctor. |
BARNI.-
Gracias. Su Señoría lo conoce, ¿verdad? |
ALEN.-
Personalmente no, pero vi su fotografía publicada. |
BARNI.-
Bueno, Su Señoría conoce los importantes
cargos que ocupa. Una palabra suya, es decisiva. |
ALEN.-
Así ha de ser, ¿y qué desea de mí ese
señor? |
BARNI.-
Yo le cuento la verdad, Señoría,
para que pueda sacar conclusiones claras. Mire, su amiga,
es prima de la mujer de mi defendido. |
ALEN.-
Ya... parentesco
por concubinato. |
BARNI.-
(Ríe.) Bueno... más
o menos así; pero Su Señoría sabe que
esas relaciones son las más fuertes, mientras duran. |
ALEN.-
¿Y desde cuándo duran ésas, cuáles
son las perspectivas? |
BARNI.-
No lo tome a risa, Su Señoría;
el doctor Mauricio Recio está metido allí hasta
el copete. |
ALEN.-
¡Menuda zanja! |
BARNI.-
¡Je, je, pero
Su Señoría tiene un humor! |
ALEN.-
¿Qué
quiere de mí esa influyente familia? |
BARNI.-
Su Señoría
lo sabe; una resolución favorable en la cuestión
pendiente. Mi defendido está injustamente detenido,
queremos que cuando menos salga en libertad mientras sigue
el proceso. |
ALEN.-
Muy bien, lo estudiaré muy atentamente. |
BARNI.-
Eso, desde luego lo esperamos de Su Señoría;
pero quisiera agregar más, si me lo permite. |
ALEN.-
Diga, doctor, para escucharlo estoy. |
BARNI.-
Me encargó
además el doctor Recio, y en el caso cumplo su especial
encargo, que en caso de que salga enseguida una resolución
favorable, habría una demostración de gratitud
para Su Señoría. |
ALEN.-
¿Ah, sí? ¿Y
usted qué dice a eso, doctor? |
BARNI.-
Bueno, yo digo
que a Su Señoría, y a cualquiera, le conviene
tener un amigo tan importante, que efectivamente se muestre
agradecido. |
ALEN.-
Muy atinado, muy juicioso, doctor. |
BARNI.-
¿Le digo entonces que acepta Su Señoría la
propuesta? |
ALEN.-
Bueno, doctor, le he escuchado a usted
atentamente, porque ésa es mi obligación, tanto
más cuando el mensaje viene de una persona tan importante
como su cliente. |
BARNI.-
Muchas gracias, señor Juez. |
ALEN.-
En realidad, doctor, nuestras costumbres están
últimamente tan relajadas que un hombre se siente
débil, y hasta ridículo cuando quiere cumplir
con su deber. En este caso, por ejemplo, me siento confundido,
no sé qué decirle, aunque sepa muy bien que
debería hacerlo arrestar. |
BARNI.-
¡No, no!, no me
interprete mal. (Se incorpora visiblemente alarmado.) |
ALEN.-
Por favor, déjeme terminar... si hiciese una cosa
de ésas, la gente se reiría de mí, diría
que soy un tonto, o que ya me vendí a la otra parte
por un precio mayor. Por todo eso, ya no se tiene el rigor
de antes. |
BARNI.-
¡Es un malentendido, Su Señoría! |
ALEN.-
Perfectamente entendido, doctor. Usted, en este caso
es un hombre que está en la corriente, en la onda,
como se dice. Usted está sintonizado. Yo todavía
no compré esa radio, y mi pobre aparato anticuado,
aunque quisiera, no me da la sintonía. |
BARNI.-
Bueno,
hablando en confianza, yo podría ayudarlo... |
ALEN.-
Gracias, doctor, pero sabe, yo soy un hombre tímido,
déjeme seguir el camino que me es claro, sin matorrales,
déjeme cumplir mi simple deber. |
BARNI.-
Yo no le
pido que no cumpla con su deber... |
ALEN.-
Hablo del deber
visible, despejado, del que está escrito en la ley;
de ése que se puede leer, que ayuda a pensar, a juzgar,
a vivir a los hombres comunes, como yo. |
BARNI.-
¿Por qué
no me permite que le explique? |
ALEN.-
Por favor, no me traiga
usted conflictos; demos lo hablado, por un dicho, no escuchado,
subrayado, no vale. |
BARNI.-
Si Su Señoría
lo quiere así... pero conste que no quise molestarlo. |
ALEN.-
No me molestó, sólo me tanteó.
Son los tiempos, mi querido doctor. Soy como una mujer mojigata
que va de visita a una casa de mala vida. ¿Podría
enojarse si alguien le diese una sobada? |
BARNI.-
Su Señoría
me confunde, y me preocupa. |
ALEN.-
No se confunda, ni se
preocupe; quedamos amigos. Son los tiempos... ¿Quiere usted
darme la mano? |
BARNI.-
(Levantándose, se la pasa.)
Le diré al doctor... |
ALEN.-
Dígale al doctor
que no se inquiete, que haré la mejor justicia que
esté a mi alcance, con toda buena voluntad. |
BARNI.-
No se burla Su Señoría. |
ALEN.-
No me burlo,
ya le dije. ¿Quiere usted quedarse a compartir mi humilde
mesa?... Así me tranquiliza a mí también. |
BARNI.-
No, muchas gracias, aprecio su invitación.
No sé qué le diré al doctor don Mauricio... |
ALEN.-
Dígale que por favor me comprenda, así
como yo le comprendo a él. |
BARNI.-
(Saliendo.) De
todos modos, quedaremos muy preocupados. |
ALEN.-
(Lo sigue.)
Que no se preocupe... (Se pierde la voz.) |
SARA.-
(Entra
apenas salen.) ¡Cuándo aprenderá! |
MARTA.-
(Entrando.) ¡Por fin se fue el cataplasma ése! ¿Qué
quería? |
SARA.-
Darnos la plata para el auto. |
MARTA.-
¡Jesús!, y ¿qué le dijo papá? |
SARA.-
Con toda cortesía le dijo que no. |
MARTA.-
¡Mi Dios! |
ALEN.-
(Entra.) Quién sabe lo que irá a hacer
el individuo éste con el susto que se lleva. |
SARA.-
¿Por qué decís? |
ALEN.-
Porque cree que me
ha predispuesto contra él, y además le han
fallado dos cartas formidables en el truco: el as de bastos
y el siete de oros. |
SARA.-
¿No puede hacerte nada? |
ALEN.-
Es posible que quiera separarme de la causa; puede que busque
algún motivo. |
SARA.-
¿Y si lo encuentra? |
ALEN.-
Me separo; ¡qué más da! |
SARA.-
¿No te importa
tener la decisión en un asunto importante? |
ALEN.-
Menos preocupación, menos inquietud. ¿No es así,
amigo espejo? (Se mira.) |
MARTA.-
Papá... ¿no vas
a enojarte si te digo una cosa? |
ALEN.-
¿Por qué me
enojaría? Ya me han dicho de todo, y yo tan campante. |
MARTA.-
Papá, Manuel me pidió que te pregunte... |
SARA.-
Marta, no es el momento. |
MARTA.-
¿Pero acaso no
se puede hacer un favor? |
ALEN.-
¿De qué están
hablando? A ver si me enteran de una vez. |
SARA.-
¡Juana!
(Llama afuera.) Arreglá otra vez la mesa, a ver si
al fin comemos. |
MARTA.-
Papá, Manuel me pidió
que te pregunte a qué hora podrías recibirlo
a él y al doctor Cantero, que quieren venir a verte. |
ALEN.-
¿El doctor Cantero? (Breve carcajada.) Pero si es
la parte contraria a la del que se fue. Vendrá por
lo mismo de parte de algún comité ejecutivo
con más poderes que Satanás. Vendrá
a decirme: «¡vocé no sabe con quien está falando!». |
MARTA.-
Eso no sé; me pidió que te pregunte
sólo eso. |
ALEN.-
¿Pero será posible?... ¿será
posible que un juez haya perdido tanto respeto como para
que hagan intervenir hasta a su joven hija para un asunto
de estos? |
MARTA.-
¡Papá, me prometiste que no te
enojarías! |
ALEN.-
No me enojo, mi hija; sólo
quedo admirado de los recursos que usan. Un abogado que sin
más preámbulos se presenta a mi casa, me propone
soborno; otro que recurre a mi propia hija para buscar aproximación.
Pero ¿dónde estamos? |
SARA.-
En un mundo corrompido.
Vos sos el único que no lo entiende. |
ALEN.-
También
hay otros, no lo creas. Aún queda una calidad espiritual
que no naufraga, que tira las cargas no vitales por la borda,
para salvar del naufragio la dignidad. Hay otros mucho más
valerosos que yo. |
MARTA.-
¿Te enojaste, papá? |
ALEN.-
Ya te dije que no; decile a Manuel que venga con el doctor
Cantero; que lo traiga cuando quiera. Si todo el día
me paso oyendo historias contrapuestas entre rechinar de
armas, hipócritas sonrisas y promesas ambiguas, con
el puñal bajo el poncho. No lo hubiera querido en
casa, pero tampoco lo puedo sacar sin incurrir en grosería,
¿no es verdad? Además debo ser amable. |
SARA.-
Bueno,
vengan a comer. |
ALEN.-
Esperá, voy a lavarme la mano
después de tocar al tipo ese. |
MARTA.-
¿Viste?, no
se enojó. |
SARA.-
A esta hora hay que dejarlo en paz;
no acosarlo de nuevo con esos asuntos. |
MARTA.-
No exageres,
mamá; pedirle una entrevista no es acosarlo. |
SARA.-
Yo sé lo que te digo; se pone nervioso, después
no puede dormir la siesta. |
ALEN.-
(Vuelve secándose
las manos.) ¡Vivir en paz, dormir en paz!, eso sí
que sería un gran salario. |
MARTA.-
¿Recibieron la
invitación para el casamiento de la Martínez? |
SARA.-
Sí, la recibí. Me preocupa el regalo. |
ALEN.-
Ya sabés, un telegrama. |
SARA.-
¡Son tan amigos! |
ALEN.-
Un telegrama común; saben que somos pobres;
no presumamos cuando no podemos. |
SARA.-
Apenas has probado
bocado. |
ALEN.-
El día está pesado para comer. |
SARA.-
¿Te pusiste nervioso? |
ALEN.-
Claro, ya no tengo
hambre. |
SARA.-
¿No querés que te prepare otra cosa? |
ALEN.-
Agua, mares de agua fresca. |
SARA.-
¿Y vos, Marta? |
MARTA.-
Tengo que bajar dos kilos para recuperar estilo. |
SARA.-
Pero se levantan de la mesa y se ponen a rebuscar
por todas partes. |
ALEN.-
¿Y Rafa? |
SARA.-
Juana, ¿lo llamaste
a Rafa? |
JUANA.-
Sí, pero dice que va a terminar la
partida. |
SARA.-
Decile que su papá le hace llamar
ahora. |
JUANA.-
Sí, señora. (Sale.) |
|
(Suena
el teléfono, lo atiende rápido MARTA, como
si estuviese esperando una llamada.)
|
MARTA.-
Hola... Sí,
está; ¿de parte de quién?... Papá, el
doctor Báez quiere hablarte. |
ALEN.-
(Con fastidio.)
Distinguido colega, ¿en qué puedo servirte?... pero
sí, cuando quieras... Ya terminamos de comer... Vamos
a postergar la siesta, hace mucho calor... Bueno, te espero.
(Vuelve a la mesa.) Va a venir Báez, ¡más visitas
al mediodía! |
SARA.-
¿Por qué no le dijiste
que tenías que dormir? |
ALEN.-
¡Cómo le voy
a decir eso a un juez que quiere venir a visitarme! Seguro
que quiere consultarme algo. Yo también suelo pedirle
libros... Es muy ambicioso; eso tiene sus peligros. |
SARA.-
A ver; ayudame Marta a levantar la mesa. ¿Preparo café? |
ALEN.-
Sí, para cuando llegue. |
RAFA.-
(Entrando.)
¿Ya terminaron? |
ALEN.-
¿Querías que te esperáramos? |
RAFA.-
Pero yo dije que venía enseguida. |
ALEN.-
¿Enseguida de qué? ¿de terminar de comer? |
RAFA.-
Es que tenía el mate listo cuando me llamaron. |
ALEN.-
¿Sí, a quién le ganaste? |
RAFA.-
A Bobby Fisher. |
ALEN.-
¡Salute! ¿Y cómo? |
RAFA.-
Él iba con
las blancas, y yo con las negras. Metió la pata en
una jugada, y lo acorralé. |
SARA.-
Bueno, ahora te
voy a servir la comida en el corredor, que viene gente. ¿Te
lavaste las manos después de jugar con Bobby? |
RAFA.-
No me pasó la mano después de perder. No tiene
espíritu deportivo... ¿Qué hay para comer?
(Sale con SARA. Golpean la puerta de calle.) |
ALEN.-
Marta,
si es Báez, hacelo pasar. |
BÁEZ.-
(Entra vestido
de sport.) ¿Qué tal, distinguido colega? ¿soy inoportuno? |
ALEN.-
¡Dejate de embromar, hombre! Sentate, ponete cómodo.
¿Vamos a tomar café? |
BÁEZ.-
Magnífico,
colega. Vamos a tomar café, mientras hablamos de nuestro
tema fácil. |
ALEN.-
¿Del Tribunal? |
BÁEZ.-
No, del fútbol, drama sencillo; hablemos de las cosas
comprensibles. |
ALEN.-
¿Comprensibles?, cada día lo
es menos. |
BÁEZ.-
Las cosas son complicadas... pero
hay algunas que son más complicadas. Las incógnitas
del fútbol te llevan el domingo a la cancha, donde
las cuestiones se resuelven a hora fija, y podés seguir
hablando de pelotas por unos días. |
ALEN.-
¿Quién
gana el domingo, Cerro u Olimpia? |
BÁEZ.-
¡Cerro!;
ya ves, eso se verá el domingo. En cambio, ¿quién
ganará el pleito ese que tenés entre manos,
el doctor Cantero, o el simpático Barni?; ¿cuándo
se sabrá eso?; ¿quién entiende las razones
que se alegan?; ¿quién sabe por qué una prueba
te convenció y otra no? |
ALEN.-
Claro... es mucho
más oscuro. |
BÁEZ.-
Parece peleadísimo;
¿ya lo estás estudiando para resolver? |
ALEN.-
Está
listo para resolver un incidente. |
BÁEZ.-
¿Ya lo tenés
escrito? |
ALEN.-
Tengo un proyecto limpio... pero me han
surgido ciertas dudas, quisiera estudiarlo más. |
BÁEZ.-
¿No se puede saber? |
ALEN.-
Disculpame, Báez, no quiero
que te molestes, pero en este caso me quiero reservar. |
BÁEZ.-
Entonces, dejame que te diga una cosa. |
ALEN.-
Lo que quieras. |
BÁEZ.-
Vino a verme... |
ALEN.-
¡No me lo digas! Podés
decirme lo que quieras con respecto al caso, pero no quiero
saber una palabra más sobre las personas que se interesan
por él. |
BÁEZ.-
Te conviene saberlo, hombre. |
ALEN.-
Pero no quiero, porque todos esos lo que buscan es
presionarme, cargarme con el peso de sus investiduras, de
sus influencias, de su riqueza, de su poder; amenazarme con
sonrisas, acariciarme haciéndome sentir las garras;
¡quieren darme más miedo del que tengo! Queremos cosas
diferentes: ellos quieren ganar, ganar el pleito a todo trance,
sin importarles los medios; yo debo querer hacer justicia.
Ellos usan la ley como garrote, para pelear; yo debo verla
como una bandera, un ideal para servir y un refugio seguro,
para vivir protegido por ella. |
SARA.-
(Entrando.) Permiso,
buenos días, doctor; aquí les traigo café. |
BÁEZ.-
¿Cómo está usted, señora?
Muchas gracias, ¿no lo va a tomar con nosotros? |
SARA.-
Lo
tomaría con ustedes, pero veo que están hablando
de cosas muy importantes. |
ALEN.-
Quedate Sara; también
te interesa lo que decimos. |
|
(Golpean la puerta.)
|
SARA.-
Llaman... ¿estás o no estás? |
ALEN.-
Según
para quien sea; si es un desconocido, no estoy. |
|
(Sale SARA.)
|
BÁEZ.-
Mi estimado amigo, no lo tomes tan a pecho,
no exageres la nota. Tu oficio es administrar la mejor justicia
posible en tu país, en tu tiempo; no ir a la cruz
por una pelea privada que ni te importa. |
ALEN.-
¿Que no
me importa? Vaya si me importa; si todo el día me
aprietan con ella, me soban, me pesan, para torcerme, para
romperme. Ya estoy en la cruz, hombre, bien clavado. |
BÁEZ.-
Digo que no te importan sus consecuencias. |
ALEN.-
¿No son
sus consecuencias que cualquier individuo por el hecho de
tener dinero o influencia, se crea que puede venir a intimidarme?
¿Creés que no me importa que cualquier abogadillo
pistolero venga a insultarme ofreciéndome una propina
por mi conciencia y mi honor? ¡No me importa que ni siquiera
me anime a enojarme por eso, sino que deba tragarme el insulto
y pasarle la mano! ¿Por qué? Porque la sociedad corrompida
me deja solo. Nunca como aquí he comprendido qué
pesado es cargar con una decisión honrada. |
SARA.-
(Entra con AYALA.) Pase, pase, Ayala. |
AYALA.-
(Modestamente
vestido, trae algunos expedientes.) Permiso... (A BÁEZ.)
Buenos días, doctor. (A ALEN.) Aquí le traigo
esos expedientes que me había pedido, señor
Juez. |
ALEN.-
¿Qué tal, señor Secretario? Siéntese,
¿no quiere un café? |
AYALA.-
Gracias, venía
muy de paso, señor Juez. Quería avisarle que
a última hora lo hicieron llamar de arriba. |
ALEN.-
¿Para qué será? |
BÁEZ.-
¿No lo adivinás?
¡Por el mismo asunto, viejo! ¡Ja, ja, ja! También
están apretando de lo alto, ¡qué creés! |
ALEN.-
¡No digas eso!... al contrario, les contaré
todas las presiones que se ejercen sobre mí para que
me garanticen la libertad de decidir. |
|
(BÁEZ suelta
la carcajada y se encoge de hombros.)
|
BÁEZ.-
¡Pobre
ingenuo, pobre iluso! No sabés en qué mundo
vivís, ni con quienes estás. |
|
(Suena el teléfono,
lo atiende SARA.)
|
SARA.-
Hola... Sí, un momento.
(A ALEN.) Es para vos. |
ALEN.-
(Atendiendo.) ¿Hola?, sí...
Mire, puede irse al infierno con sus amenazas, ¿entiende,
miserable? No me harán correr con la vaina, ¡cobardes,
matones telefónicos, bravos por correspondencia, machotes
desde lejos! (Cuelga bruscamente y queda visiblemente agitado.) |
SARA.-
¿Qué pasó? |
ALEN.-
El mismo asunto.
Una amenaza... Esto es alarmante, insufrible, me siento acosado
por todos lados. (Hablando a personas ausentes.) ¡Por favor,
señores, déjenme en paz! Sara, yo no soy hombre
para estar peleando a toda hora, con todos y por todo. |
BÁEZ.-
¿Por quién hablaba éste? |
ALEN.-
Por los inocentes
bandidos... ¡pero qué importa! Uno presiona después
de otro, o todos al mismo tiempo, y ya no puedo aguantar...
(Vacila un rato.) Esto hay que cortar por lo sano. (Va y
se mira al espejo, luego va a la biblioteca y escoge un grueso
expediente.) Mi pluma. |
BÁEZ.-
Esperá, no te
precipites. Ésa es una forma de correr también.
¡Dejame hablar primero! |
|
(Entran MARTA y RAFA atraídos
por las voces altas.)
|
MARTA.-
¿Qué pasa, qué
pasa? |
SARA.-
Nada, váyanse, son cosas de papá...
(A ALEN.) Por Dios, escuchá lo que te quiere decir,
es un buen amigo, escuchá lo que te quiere decir. |
MARTA.-
Papá... no te pongas nervioso. ¿Es por esa
famosa cuestión? |
ALEN.-
Sí, la quiero liquidar
ahora mismo, ¡no aguanto más! |
MARTA.-
¿No me dijiste
que ibas a recibir al doctor Cantero con Manuel? |
ALEN.-
Vos también querés que espere. ¿Y usted qué
dice, Secretario?; usted, que tiene tanta experiencia. |
AYALA.-
Yo no digo nada, señor Juez; pero si le hicieron llamar
de arriba, mejor me parece que... |
ALEN.-
Que vaya a saber
lo que quieren, ¿verdad? ¿Y vos qué decís,
Rafa, hijo? |
RAFA.-
Yo digo que si todo está listo,
hay que dar el mate. |
ALEN.-
¡Gracias, hijo, gracias! (Lo
abraza efusivamente, casi con sollozos.) Para vos lucho por
mi honor. ¡Vos sos la esperanza! |
|
(Va, se sienta, toma la
pluma para firmar.)
|
TODOS.-
(Menos RAFA.) ¡No, no! |
ALEN.-
(Mira a todos con la pluma en la mano.) Bien, por todos ustedes
que tan decididamente lo piden, firmaré mañana...
Rafa, no podemos contra todos; ¡qué pesada es la lucha!
¡Aquí hay que ser un héroe sólo para
mantenerse honrado! |
|
TELÓN
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