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Su Señoría tiene miedo

Comedia en tres actos

José María Rivarola Matto



A los jueces de oro y plata;
también a los de cobre y bronce.
De los otros no me quiero acordar.




PERSONAJES

ALEN,   mediana edad.
SARA,   su esposa, más joven.
RAFA,   hijo un poco menor que Marta.
JUANA,   muchacha de servicio.
BARNI,    abogado.
BÁEZ,   juez, colega de Alen.
AYALA,   secretario del Juzgado.
NAPOLEÓN GUERRERO,   secretario privado del Ministro.
LEÓNIDAS VALIENTE,   pariente del Ministro.
Profesionales, guardias, músicos, público.





ArribaAbajoActo I

 

Casa del JUEZ ALEN; habitación pobremente amueblada, con un recibidor antiguo y barato, una mesa de comer, sillas desparejas, estantería con algunos libros y expedientes. Retrato de su padre y un espejo en la pared. Es mediodía.

 

ALEN.-    (Regresa de sus tareas de la mañana en el Tribunal, con algunos expedientes bajo el brazo, modestamente vestido.)  ¡Puff! ¡Qué calor!  (Arroja los expedientes sobre una silla, se quita el saco.)  ¿No hay nadie en esta casa?

SARA.-   (Entra precipitadamente.)  ¿Cómo te va, mi amor? No te había oído entrar. ¿Estás muy cansado?

ALEN.-   ¡No es que esté cansado, sino que hace tanto calor!... ¿Dónde llevaron el ventilador?

SARA.-  Habrá sido Rafa; lo habrá llevado para estudiar, y después no lo trajo. ¡Juana!

ALEN.-    (Se ha quitado la corbata y remangado la camisa.)   Decile que traiga también algo fresco.

SARA.-  ¿Una limonada?

ALEN.-   Lo que sea, pero abundante. Me estoy licuando.

SARA.-  ¿Debiste salir a la calle?

JUANA.-    (Chica de servicio.)  ¿Qué quiere la señora?

SARA.-   Andá a decirle a Rafa, si está, que traiga enseguida el ventilador, y preparále una limonada al señor, en la jarra.

JUANA.-  Sí, señora. (Sale.)

ALEN.-  Ya sabés, en el ómnibus a esta hora se viaja tan mal...

SARA.-   Es muy mala hora. Ya pronto vas a tener que comprarte el auto; ¿no podrías empezar con una moto?

ALEN.-   No, no me atrevo; un juez debe ser discreto; no puede montar una máquina escandalosa alborotando perros a su paso.

SARA.-  Si tuvieses un poco de coraje, ya tendrías el auto pagándolo por cuotas.

ALEN.-   No, mi vida, no me cargonees más con ésas; estamos saliendo apenas de las apreturas anteriores. Quiero respirar un poco de aire fresco. Necesito tranquilidad, por un tiempo.

SARA.-  Si pensás así, no tendrás nunca ni auto, ni nada.

ALEN.-  No exageres, y yo tampoco seré exagerado. Un auto usado, una deuda pequeña, que no hipoteque el sueño. Desconfiá de las cuotas; mirá, en el Juzgado tengo montañas de expedientes de prójimos que sucumbieron a la tentación de las cuotas.

SARA.-   Pero es la única forma en que un pobre puede tener algo.

ALEN.-   Claro, y es la única forma en que los pobres mueren del corazón, igual que los ricos. Hoy, mediante las cómodas y largas cuotas, la enfermedad se ha popularizado. Hasta los pelagatos tienen infartos.

SARA.-   Eso, los que abusan.

ALEN.-   ¿Quién no abusa ahora? Hay una organización mundial que te obliga a abusar. Los periódicos, la radio, la televisión son formas supereficientes de esa lerda y mansa serpiente del Paraíso.

RAFA.-    (Entra con el ventilador en una mano, y en la otra una radio portátil que se pega al oído.)  ¡Hola!, aquí está el ventilador, lo llevé por un rato.  (Busca un enchufe.) 

ALEN.-  ¿Es tan importante eso que escuchás?

RAFA.-   Sí,   (Riendo.)  es sobre un lío que pasó en la cancha. Una discusión a trompadas y patadas.

ALEN.-  ¿Y cómo podés hablar conmigo, enchufar el ventilador y todavía seguir con los argumentos, las trompadas y patadas?

RAFA.-   Es fácil: se conecta y se «des»; cuando me hablás, me «des», de aquí, sobre todo si no dice nada «inte».

ALEN.-  ¿Y si dice algo interesante?

RAFA.-  Oigo los dos; hay una técnica para todo eso. Estos hablan mucho y se repiten. Dicen que no hay que ser fan, pero ellos forman fan, porque de eso viven, ¡je!

ALEN.-  ¿Por qué decís que viven de los fanáticos?

RAFA.-  Claro, cuanto más fan, más hinchada, más revistas, más fútbol, más negocio, y de vuelta, más grescas y patadas, y juego sucio.

ALEN.-  Así es el mundo, contradictorio.

RAFA.-  Hipócrita.

ALEN.-   El hombre, en general, es un animal agresivo, conquistador del planeta; a duras penas contiene las patadas y trompadas.

RAFA.-  O la bomba atómica.  (Sale.) 

ALEN.-  ¿Querés que te diga una cosa, Sara?

SARA.-   Sí, ya sé, que Rafa tiene talento.

ALEN.-   ¡Y lo tiene! Ojalá también tenga carácter.

JUANA.-   (Entra con una jarra y vaso para la limonada.)  Aquí tiene, señor, la limonada. ¿Dónde la pongo?

ALEN.-   Arrimame aquí una silla.

JUANA.-    (Lo hace.)  ¿No quiere otra cosa?

ALEN.-   No gracias.

SARA.-  Poné la mesa, Juana.

JUANA.-   Sí, señora.  (Empieza a poner la mesa, pobre, para cuatro personas.) 

SARA.-  ¿Cómo te fue hoy en tu despacho?

ALEN.-   Bien, lo de siempre: firmar papeles, papeles y papeles. Alguien te cuenta historias absurdas, tristes, deformadas, con la mayor convicción; otros que confunden los hechos con ingenuidad, y otros que se vienen tortuosos, resbaladizos, entrando y saliendo del agua, como esas víboras de los pantanos.

SARA.-  ¿Algunas mujeres, también?

ALEN.-  También algunas.

SARA.-  Reconocés, ¿eh?

ALEN.-   Claro; algunas viejas maniáticas, y otras, hasta oliendo mal... pero a todos hay que escuchar atentamente. Un juez es una especie de campo de batalla, y muchas veces se siente pena, y miedo por lo que allí está pasando.

SARA.-  ¿Miedo de qué?

ALEN.-   De estar demasiado cerca de la pelea. Estás obligado a tomar parte, porque tenés que decidir. Hable, firme, juzgue, te apuran, te aprietan, y uno vacila, espera, retrocede, se retuerce, teme errar, piensa lo que dirán las partes, no se quiere tomar partido. Decidir no es nada fácil.

SARA.-   ¿Qué hacés entonces?

ALEN.-  Te tomás tiempo, todo el tiempo que puedas, te engañás decidiendo cuestiones simples.

SARA.-  ¿Vienen también mujeres lindas?

ALEN.-   Sí, una que otra, pero ninguna como vos.

SARA.-   ¿Te escapás por la tangente, no?

ALEN.-   Ni pienso; me casé con una hermosa y sólida verdad.

SARA.-   Abogado había de ser.

ALEN.-  Tu admirador. ¿Me permitís que vaya a cambiarme esta ropa para sentarme contigo a la mesa?  (Sale.) 

SARA.-   No será cierto, pero la deja a una bailando una galopa por dentro.  (Llama.)  ¡Juana!

JUANA.-    (Que está poniendo la mesa.)  ¿Señora?

SARA.-  ¿Ya vino Marta?

JUANA.-  Sí, pero se fue un momento a casa de la señorita Alicia.

SARA.-  Andá a llamarla. Decile que vamos a comer.

MARTA.-    (Entrando.)  Hola, aquí estoy.

SARA.-  Ya te iba a hacer llamar.

MARTA.-  Ya oí. ¿Por qué tanto apuro?

SARA.-  Ya sabés que a tu padre le gusta que todos estén a la hora de comer.

MARTA.-   Ya sé; iba a venir, pero estaba hablando con Manuel. Me estaba pidiendo una cosa importante.

SARA.-   ¿Se puede saber?

MARTA.-   Me preguntó si podía conseguirle una entrevista con papá.

SARA.-   ¿Qué? ¿Para qué? ¿Se quiere comprometer?

MARTA.-    (Con fastidio.)  No mamá; quiere venir a hablarle de un asunto del Tribunal.

SARA.-  Menos mal, ya creí que venían a pedirla a mi chiquita.

MARTA.-  Jesús, mamá; ya sabés que eso no se hace más.

SARA.-  ¿No?

MARTA.-  Claro que no.

SARA.-  ¿Cómo se hace entonces?

MARTA.-   No seas tonta; todo se entiende y se da por sabido.

SARA.-  ¿Sí?, ¡lo que se perdieron, hija! No hay nada más delicioso que obligar a un muchacho a que te lo diga. Que se hinque y te lo diga.

MARTA.-  ¡Jesús, mamá, ni digas esas cosas! Si Manuel creyera que soy yo la de la idea, me abandona, me difama; organiza contra mí una pública carcajada, y todos se divierten a mi costa.

SARA.-  Bueno, ya sé; es un decir... Ya sé que está de moda la línea recta hasta en lo sentimental. Pero sonaba tan lindo... me hubiera gustado que lo probaras.

MARTA.-  ¿Lo probaste vos?

SARA.-  La verdad, no. Pero las mujeres de mi tiempo todavía lo soñaban. Es por eso que lo quisiera para mi nenita.

MARTA.-   Gracias, pero ahora todo se ha mecanizado; las cosas se dicen sencillamente, hasta con la bocina. Un toque, dos toques... si una sale, quiere decir que está de acuerdo.

SARA.-  ¡Qué poco romántico!

MARTA.-   ¿Por qué? ¡Hay coches que son un sueño!

SARA.-  ¿Y si no se tiene auto?

MARTA.-   ¡Que se alquile, que se preste!; un muchacho sin auto, está mutilado.

SARA.-   Bueno, nosotros hasta ahora no lo tenemos.

MARTA.-  Pero lo vamos a tener, ¿verdad? Por ahora yo no tengo necesidad de hacer ninguna declaración de amor, pero hay que ver las cosas que le hacen a Manuel.

SARA.-  ¡Ah!, ¿las chicas también?

MARTA.-  ¿No manejan acaso? ¡En esta generación se acabó la diferencia entre hombre y mujer! Mamá, tenemos que convencerlo a papá.

SARA.-    (Suspira.)  No quiere comprometerse. Tiene miedo. Dice que él vino a buscar a este puesto seguridad y tranquilidad, no quiere meterse en deudas. Dice que tendremos de todo cuando pueda.

MARTA.-   ¿Y podrá?

SARA.-   Va aflojando, hay que buscarle la vuelta.

MARTA.-   ¿Se la vas a buscar?

SARA.-  Sí, un poco cada día; hay que ensanchar.

MARTA.-  ¿El sueldo?

SARA.-  La mentalidad, el sentido práctico.

MARTA.-   ¿Prometido?

SARA.-  Sí.

MARTA.-   Mamá, ¿y lo que te dije?

SARA.-  ¿Qué?

MARTA.-  De la entrevista de Manuel con papá.

SARA.-  Lo he estado pensando. No te metas con tu padre en los asuntos de su juzgado.

MARTA.-  Pero mamá, es sólo para conseguirle una entrevista.

SARA.-  Sí, ya sé, pero en casa quiere estar tranquilo. Tenemos que ayudarlo en eso.

MARTA.-  ¿No se puede hacer un favor?

SARA.-  El mejor que le harías a tu padre sería no meterte.

MARTA.-   Pero él me dijo que era una cosa sencilla; una cosa de nada.

SARA.-   Si tanto te importa, hacé lo que quieras, pero a lo menos sé oportuna.

 

(Suena el timbre de la puerta. Entra ALEN con ropa de entrecasa. Va a mirarse atentamente al espejo.)

 

SARA.-   Andá a ver quién es, Marta.

MARTA.-    (Saliendo.)  Ya.

SARA.-   (Va como para sentarse a la mesa.)  ¡Juana!, andá a llamarlo a Rafa, decile que venga a comer.  (A Alen.)  Ya podemos comer, ¿verdad?

ALEN.-  Sí, ya podemos comer.

MARTA.-    (Entrando.)  Papá, el doctor Barni quiere verte.

ALEN.-   ¿Le dijiste que estaba?

MARTA.-   Sí, le dije.

ALEN.-   ¡Esa costumbre paraguaya de venirse justo a esta hora!

SARA.-  ¿Lo vas a recibir?

ALEN.-  ¡Maldito sea!, ¿qué puedo hacer? ¡Ese individuo tiene una puntería para fastidiar!

SARA.-   ¡Nuestra mesa está tan raída!

ALEN.-   No lo vamos a invitar a comer.

MARTA.-  Sí, papá, pero está tan pobre, hay que ver el cochazo que tiene.

ALEN.-   Así ha de ser; es de los que usan el portafolio como metralleta; para asaltar.

SARA.-   ¿Entonces?

ALEN.-  Voy a ver si puedo atenderlo en la puerta.  (Sale.) 

SARA.-  Marta, vamos a sacar otra vez la mesa, rápido; estoy segura de que lo traerá aquí. ¡Juana!

JUANA.-   (Entrando.)  ¿Señora?

SARA.-  Llevate esa jarra y esas cosas; levantamos la mesa... ¡que fastidio!

MARTA.-   Ya lo está haciendo entrar... Vamos.  (Salen con SARA. Queda JUANA para los últimos arreglos.) 

ALEN.-   (En el vano.)  Pase, pase, doctor.

BARNI.-   (Mediana edad, bien vestido, portafolios.)  Gracias.

ALEN.-  Tome asiento, doctor.

BARNI.-  Gracias, señor Juez... Disculpe que lo moleste a esta hora, pero me dijeron que Su Señoría por la tarde tiene cátedras y que es difícil encontrarlo.

ALEN.-   Así es, me gusta enseñar.

BARNI.-   ¿Ah sí, por qué?

ALEN.-  Porque allí las cosas son seguras. No hay contienda.

BARNI.-   Es un descanso para Su Señoría...

ALEN.-   Y un refuerzo al presupuesto.

BARNI.-   Claro, el sueldo de juez es muy bajo.

ALEN.-   Es reducido, pero viviendo con modestia... No le ofrezco nada, porque en realidad no tengo nada en casa, pero si quiere puedo pedir que le traigan una limonada.

BARNI.-   ¡No, no!, no se moleste; sólo venía un momento. Vengo enviado; recibí el encargo de hablarle de parte del doctor Mauricio Recio, gran dirigente político de Tembetary; tiene entre otras muchas empresas un importante reñidero de gallos.

ALEN.-  ¿Ah, sí?

BARNI.-  Él quería ir a su despacho, o venir aquí personalmente, pero yo le pedí que no lo hiciera por temor a que fuera mal interpretada su visita.

ALEN.-   ¿Ah, sí? ¿Y accedió?

BARNI.-  Claro, yo debí insistir...

ALEN.-  Muy considerado, se lo agradezco, doctor.

BARNI.-  Gracias. Su Señoría lo conoce, ¿verdad?

ALEN.-  Personalmente no, pero vi su fotografía publicada.

BARNI.-  Bueno, Su Señoría conoce los importantes cargos que ocupa. Una palabra suya, es decisiva.

ALEN.-   Así ha de ser, ¿y qué desea de mí ese señor?

BARNI.-  Yo le cuento la verdad, Señoría, para que pueda sacar conclusiones claras. Mire, su amiga, es prima de la mujer de mi defendido.

ALEN.-   Ya... parentesco por concubinato.

BARNI.-    (Ríe.)  Bueno... más o menos así; pero Su Señoría sabe que esas relaciones son las más fuertes, mientras duran.

ALEN.-   ¿Y desde cuándo duran ésas, cuáles son las perspectivas?

BARNI.-  No lo tome a risa, Su Señoría; el doctor Mauricio Recio está metido allí hasta el copete.

ALEN.-   ¡Menuda zanja!

BARNI.-  ¡Je, je, pero Su Señoría tiene un humor!

ALEN.-  ¿Qué quiere de mí esa influyente familia?

BARNI.-   Su Señoría lo sabe; una resolución favorable en la cuestión pendiente. Mi defendido está injustamente detenido, queremos que cuando menos salga en libertad mientras sigue el proceso.

ALEN.-   Muy bien, lo estudiaré muy atentamente.

BARNI.-  Eso, desde luego lo esperamos de Su Señoría; pero quisiera agregar más, si me lo permite.

ALEN.-  Diga, doctor, para escucharlo estoy.

BARNI.-   Me encargó además el doctor Recio, y en el caso cumplo su especial encargo, que en caso de que salga enseguida una resolución favorable, habría una demostración de gratitud para Su Señoría.

ALEN.-  ¿Ah, sí? ¿Y usted qué dice a eso, doctor?

BARNI.-   Bueno, yo digo que a Su Señoría, y a cualquiera, le conviene tener un amigo tan importante, que efectivamente se muestre agradecido.

ALEN.-  Muy atinado, muy juicioso, doctor.

BARNI.-   ¿Le digo entonces que acepta Su Señoría la propuesta?

ALEN.-   Bueno, doctor, le he escuchado a usted atentamente, porque ésa es mi obligación, tanto más cuando el mensaje viene de una persona tan importante como su cliente.

BARNI.-   Muchas gracias, señor Juez.

ALEN.-   En realidad, doctor, nuestras costumbres están últimamente tan relajadas que un hombre se siente débil, y hasta ridículo cuando quiere cumplir con su deber. En este caso, por ejemplo, me siento confundido, no sé qué decirle, aunque sepa muy bien que debería hacerlo arrestar.

BARNI.-  ¡No, no!, no me interprete mal.  (Se incorpora visiblemente alarmado.) 

ALEN.-  Por favor, déjeme terminar... si hiciese una cosa de ésas, la gente se reiría de mí, diría que soy un tonto, o que ya me vendí a la otra parte por un precio mayor. Por todo eso, ya no se tiene el rigor de antes.

BARNI.-  ¡Es un malentendido, Su Señoría!

ALEN.-   Perfectamente entendido, doctor. Usted, en este caso es un hombre que está en la corriente, en la onda, como se dice. Usted está sintonizado. Yo todavía no compré esa radio, y mi pobre aparato anticuado, aunque quisiera, no me da la sintonía.

BARNI.-   Bueno, hablando en confianza, yo podría ayudarlo...

ALEN.-   Gracias, doctor, pero sabe, yo soy un hombre tímido, déjeme seguir el camino que me es claro, sin matorrales, déjeme cumplir mi simple deber.

BARNI.-  Yo no le pido que no cumpla con su deber...

ALEN.-  Hablo del deber visible, despejado, del que está escrito en la ley; de ése que se puede leer, que ayuda a pensar, a juzgar, a vivir a los hombres comunes, como yo.

BARNI.-   ¿Por qué no me permite que le explique?

ALEN.-  Por favor, no me traiga usted conflictos; demos lo hablado, por un dicho, no escuchado, subrayado, no vale.

BARNI.-   Si Su Señoría lo quiere así... pero conste que no quise molestarlo.

ALEN.-  No me molestó, sólo me tanteó. Son los tiempos, mi querido doctor. Soy como una mujer mojigata que va de visita a una casa de mala vida. ¿Podría enojarse si alguien le diese una sobada?

BARNI.-   Su Señoría me confunde, y me preocupa.

ALEN.-  No se confunda, ni se preocupe; quedamos amigos. Son los tiempos... ¿Quiere usted darme la mano?

BARNI.-    (Levantándose, se la pasa.)  Le diré al doctor...

ALEN.-  Dígale al doctor que no se inquiete, que haré la mejor justicia que esté a mi alcance, con toda buena voluntad.

BARNI.-  No se burla Su Señoría.

ALEN.-   No me burlo, ya le dije. ¿Quiere usted quedarse a compartir mi humilde mesa?... Así me tranquiliza a mí también.

BARNI.-  No, muchas gracias, aprecio su invitación. No sé qué le diré al doctor don Mauricio...

ALEN.-  Dígale que por favor me comprenda, así como yo le comprendo a él.

BARNI.-    (Saliendo.)  De todos modos, quedaremos muy preocupados.

ALEN.-    (Lo sigue.)  Que no se preocupe...  (Se pierde la voz.) 

SARA.-   (Entra apenas salen.)  ¡Cuándo aprenderá!

MARTA.-    (Entrando.)  ¡Por fin se fue el cataplasma ése! ¿Qué quería?

SARA.-  Darnos la plata para el auto.

MARTA.-  ¡Jesús!, y ¿qué le dijo papá?

SARA.-  Con toda cortesía le dijo que no.

MARTA.-  ¡Mi Dios!

ALEN.-   (Entra.)  Quién sabe lo que irá a hacer el individuo éste con el susto que se lleva.

SARA.-   ¿Por qué decís?

ALEN.-  Porque cree que me ha predispuesto contra él, y además le han fallado dos cartas formidables en el truco: el as de bastos y el siete de oros.

SARA.-  ¿No puede hacerte nada?

ALEN.-  Es posible que quiera separarme de la causa; puede que busque algún motivo.

SARA.-  ¿Y si lo encuentra?

ALEN.-  Me separo; ¡qué más da!

SARA.-  ¿No te importa tener la decisión en un asunto importante?

ALEN.-   Menos preocupación, menos inquietud. ¿No es así, amigo espejo?  (Se mira.) 

MARTA.-  Papá... ¿no vas a enojarte si te digo una cosa?

ALEN.-  ¿Por qué me enojaría? Ya me han dicho de todo, y yo tan campante.

MARTA.-   Papá, Manuel me pidió que te pregunte...

SARA.-   Marta, no es el momento.

MARTA.-   ¿Pero acaso no se puede hacer un favor?

ALEN.-   ¿De qué están hablando? A ver si me enteran de una vez.

SARA.-  ¡Juana!  (Llama afuera.)  Arreglá otra vez la mesa, a ver si al fin comemos.

MARTA.-  Papá, Manuel me pidió que te pregunte a qué hora podrías recibirlo a él y al doctor Cantero, que quieren venir a verte.

ALEN.-  ¿El doctor Cantero?  (Breve carcajada.)  Pero si es la parte contraria a la del que se fue. Vendrá por lo mismo de parte de algún comité ejecutivo con más poderes que Satanás. Vendrá a decirme: «¡vocé no sabe con quien está falando!».

MARTA.-   Eso no sé; me pidió que te pregunte sólo eso.

ALEN.-   ¿Pero será posible?... ¿será posible que un juez haya perdido tanto respeto como para que hagan intervenir hasta a su joven hija para un asunto de estos?

MARTA.-   ¡Papá, me prometiste que no te enojarías!

ALEN.-  No me enojo, mi hija; sólo quedo admirado de los recursos que usan. Un abogado que sin más preámbulos se presenta a mi casa, me propone soborno; otro que recurre a mi propia hija para buscar aproximación. Pero ¿dónde estamos?

SARA.-   En un mundo corrompido. Vos sos el único que no lo entiende.

ALEN.-   También hay otros, no lo creas. Aún queda una calidad espiritual que no naufraga, que tira las cargas no vitales por la borda, para salvar del naufragio la dignidad. Hay otros mucho más valerosos que yo.

MARTA.-  ¿Te enojaste, papá?

ALEN.-  Ya te dije que no; decile a Manuel que venga con el doctor Cantero; que lo traiga cuando quiera. Si todo el día me paso oyendo historias contrapuestas entre rechinar de armas, hipócritas sonrisas y promesas ambiguas, con el puñal bajo el poncho. No lo hubiera querido en casa, pero tampoco lo puedo sacar sin incurrir en grosería, ¿no es verdad? Además debo ser amable.

SARA.-  Bueno, vengan a comer.

ALEN.-  Esperá, voy a lavarme la mano después de tocar al tipo ese.

MARTA.-  ¿Viste?, no se enojó.

SARA.-   A esta hora hay que dejarlo en paz; no acosarlo de nuevo con esos asuntos.

MARTA.-   No exageres, mamá; pedirle una entrevista no es acosarlo.

SARA.-  Yo sé lo que te digo; se pone nervioso, después no puede dormir la siesta.

ALEN.-    (Vuelve secándose las manos.)  ¡Vivir en paz, dormir en paz!, eso sí que sería un gran salario.

MARTA.-  ¿Recibieron la invitación para el casamiento de la Martínez?

SARA.-  Sí, la recibí. Me preocupa el regalo.

ALEN.-   Ya sabés, un telegrama.

SARA.-  ¡Son tan amigos!

ALEN.-   Un telegrama común; saben que somos pobres; no presumamos cuando no podemos.

SARA.-  Apenas has probado bocado.

ALEN.-  El día está pesado para comer.

SARA.-   ¿Te pusiste nervioso?

ALEN.-   Claro, ya no tengo hambre.

SARA.-   ¿No querés que te prepare otra cosa?

ALEN.-   Agua, mares de agua fresca.

SARA.-   ¿Y vos, Marta?

MARTA.-   Tengo que bajar dos kilos para recuperar estilo.

SARA.-  Pero se levantan de la mesa y se ponen a rebuscar por todas partes.

ALEN.-  ¿Y Rafa?

SARA.-   Juana, ¿lo llamaste a Rafa?

JUANA.-   Sí, pero dice que va a terminar la partida.

SARA.-  Decile que su papá le hace llamar ahora.

JUANA.-   Sí, señora.  (Sale.) 

 

(Suena el teléfono, lo atiende rápido MARTA, como si estuviese esperando una llamada.)

 

MARTA.-   Hola... Sí, está; ¿de parte de quién?... Papá, el doctor Báez quiere hablarte.

ALEN.-   (Con fastidio.)  Distinguido colega, ¿en qué puedo servirte?... pero sí, cuando quieras... Ya terminamos de comer... Vamos a postergar la siesta, hace mucho calor... Bueno, te espero.  (Vuelve a la mesa.)  Va a venir Báez, ¡más visitas al mediodía!

SARA.-   ¿Por qué no le dijiste que tenías que dormir?

ALEN.-  ¡Cómo le voy a decir eso a un juez que quiere venir a visitarme! Seguro que quiere consultarme algo. Yo también suelo pedirle libros... Es muy ambicioso; eso tiene sus peligros.

SARA.-  A ver; ayudame Marta a levantar la mesa. ¿Preparo café?

ALEN.-  Sí, para cuando llegue.

RAFA.-    (Entrando.)  ¿Ya terminaron?

ALEN.-  ¿Querías que te esperáramos?

RAFA.-   Pero yo dije que venía enseguida.

ALEN.-   ¿Enseguida de qué? ¿de terminar de comer?

RAFA.-  Es que tenía el mate listo cuando me llamaron.

ALEN.-  ¿Sí, a quién le ganaste?

RAFA.-   A Bobby Fisher.

ALEN.-  ¡Salute! ¿Y cómo?

RAFA.-  Él iba con las blancas, y yo con las negras. Metió la pata en una jugada, y lo acorralé.

SARA.-   Bueno, ahora te voy a servir la comida en el corredor, que viene gente. ¿Te lavaste las manos después de jugar con Bobby?

RAFA.-  No me pasó la mano después de perder. No tiene espíritu deportivo... ¿Qué hay para comer?  (Sale con SARA. Golpean la puerta de calle.) 

ALEN.-  Marta, si es Báez, hacelo pasar.

BÁEZ.-    (Entra vestido de sport.)  ¿Qué tal, distinguido colega? ¿soy inoportuno?

ALEN.-   ¡Dejate de embromar, hombre! Sentate, ponete cómodo. ¿Vamos a tomar café?

BÁEZ.-   Magnífico, colega. Vamos a tomar café, mientras hablamos de nuestro tema fácil.

ALEN.-  ¿Del Tribunal?

BÁEZ.-   No, del fútbol, drama sencillo; hablemos de las cosas comprensibles.

ALEN.-   ¿Comprensibles?, cada día lo es menos.

BÁEZ.-   Las cosas son complicadas... pero hay algunas que son más complicadas. Las incógnitas del fútbol te llevan el domingo a la cancha, donde las cuestiones se resuelven a hora fija, y podés seguir hablando de pelotas por unos días.

ALEN.-  ¿Quién gana el domingo, Cerro u Olimpia?

BÁEZ.-  ¡Cerro!; ya ves, eso se verá el domingo. En cambio, ¿quién ganará el pleito ese que tenés entre manos, el doctor Cantero, o el simpático Barni?; ¿cuándo se sabrá eso?; ¿quién entiende las razones que se alegan?; ¿quién sabe por qué una prueba te convenció y otra no?

ALEN.-  Claro... es mucho más oscuro.

BÁEZ.-  Parece peleadísimo; ¿ya lo estás estudiando para resolver?

ALEN.-   Está listo para resolver un incidente.

BÁEZ.-  ¿Ya lo tenés escrito?

ALEN.-   Tengo un proyecto limpio... pero me han surgido ciertas dudas, quisiera estudiarlo más.

BÁEZ.-  ¿No se puede saber?

ALEN.-  Disculpame, Báez, no quiero que te molestes, pero en este caso me quiero reservar.

BÁEZ.-   Entonces, dejame que te diga una cosa.

ALEN.-  Lo que quieras.

BÁEZ.-  Vino a verme...

ALEN.-  ¡No me lo digas! Podés decirme lo que quieras con respecto al caso, pero no quiero saber una palabra más sobre las personas que se interesan por él.

BÁEZ.-   Te conviene saberlo, hombre.

ALEN.-   Pero no quiero, porque todos esos lo que buscan es presionarme, cargarme con el peso de sus investiduras, de sus influencias, de su riqueza, de su poder; amenazarme con sonrisas, acariciarme haciéndome sentir las garras; ¡quieren darme más miedo del que tengo! Queremos cosas diferentes: ellos quieren ganar, ganar el pleito a todo trance, sin importarles los medios; yo debo querer hacer justicia. Ellos usan la ley como garrote, para pelear; yo debo verla como una bandera, un ideal para servir y un refugio seguro, para vivir protegido por ella.

SARA.-    (Entrando.)  Permiso, buenos días, doctor; aquí les traigo café.

BÁEZ.-   ¿Cómo está usted, señora? Muchas gracias, ¿no lo va a tomar con nosotros?

SARA.-   Lo tomaría con ustedes, pero veo que están hablando de cosas muy importantes.

ALEN.-   Quedate Sara; también te interesa lo que decimos.

 

(Golpean la puerta.)

 

SARA.-   Llaman... ¿estás o no estás?

ALEN.-   Según para quien sea; si es un desconocido, no estoy.

 

(Sale SARA.)

 

BÁEZ.-  Mi estimado amigo, no lo tomes tan a pecho, no exageres la nota. Tu oficio es administrar la mejor justicia posible en tu país, en tu tiempo; no ir a la cruz por una pelea privada que ni te importa.

ALEN.-   ¿Que no me importa? Vaya si me importa; si todo el día me aprietan con ella, me soban, me pesan, para torcerme, para romperme. Ya estoy en la cruz, hombre, bien clavado.

BÁEZ.-  Digo que no te importan sus consecuencias.

ALEN.-  ¿No son sus consecuencias que cualquier individuo por el hecho de tener dinero o influencia, se crea que puede venir a intimidarme? ¿Creés que no me importa que cualquier abogadillo pistolero venga a insultarme ofreciéndome una propina por mi conciencia y mi honor? ¡No me importa que ni siquiera me anime a enojarme por eso, sino que deba tragarme el insulto y pasarle la mano! ¿Por qué? Porque la sociedad corrompida me deja solo. Nunca como aquí he comprendido qué pesado es cargar con una decisión honrada.

SARA.-    (Entra con AYALA.)  Pase, pase, Ayala.

AYALA.-    (Modestamente vestido, trae algunos expedientes.)  Permiso...  (A BÁEZ.)  Buenos días, doctor.  (A ALEN.)  Aquí le traigo esos expedientes que me había pedido, señor Juez.

ALEN.-  ¿Qué tal, señor Secretario? Siéntese, ¿no quiere un café?

AYALA.-  Gracias, venía muy de paso, señor Juez. Quería avisarle que a última hora lo hicieron llamar de arriba.

ALEN.-  ¿Para qué será?

BÁEZ.-  ¿No lo adivinás? ¡Por el mismo asunto, viejo! ¡Ja, ja, ja! También están apretando de lo alto, ¡qué creés!

ALEN.-  ¡No digas eso!... al contrario, les contaré todas las presiones que se ejercen sobre mí para que me garanticen la libertad de decidir.

 

(BÁEZ suelta la carcajada y se encoge de hombros.)

 

BÁEZ.-  ¡Pobre ingenuo, pobre iluso! No sabés en qué mundo vivís, ni con quienes estás.

 

(Suena el teléfono, lo atiende SARA.)

 

SARA.-  Hola... Sí, un momento.  (A ALEN.)  Es para vos.

ALEN.-    (Atendiendo.)  ¿Hola?, sí... Mire, puede irse al infierno con sus amenazas, ¿entiende, miserable? No me harán correr con la vaina, ¡cobardes, matones telefónicos, bravos por correspondencia, machotes desde lejos!  (Cuelga bruscamente y queda visiblemente agitado.) 

SARA.-   ¿Qué pasó?

ALEN.-   El mismo asunto. Una amenaza... Esto es alarmante, insufrible, me siento acosado por todos lados.  (Hablando a personas ausentes.)  ¡Por favor, señores, déjenme en paz! Sara, yo no soy hombre para estar peleando a toda hora, con todos y por todo.

BÁEZ.-   ¿Por quién hablaba éste?

ALEN.-   Por los inocentes bandidos... ¡pero qué importa! Uno presiona después de otro, o todos al mismo tiempo, y ya no puedo aguantar...  (Vacila un rato.)  Esto hay que cortar por lo sano.  (Va y se mira al espejo, luego va a la biblioteca y escoge un grueso expediente.)  Mi pluma.

BÁEZ.-   Esperá, no te precipites. Ésa es una forma de correr también. ¡Dejame hablar primero!

 

(Entran MARTA y RAFA atraídos por las voces altas.)

 

MARTA.-  ¿Qué pasa, qué pasa?

SARA.-   Nada, váyanse, son cosas de papá...  (A ALEN.)  Por Dios, escuchá lo que te quiere decir, es un buen amigo, escuchá lo que te quiere decir.

MARTA.-   Papá... no te pongas nervioso. ¿Es por esa famosa cuestión?

ALEN.-  Sí, la quiero liquidar ahora mismo, ¡no aguanto más!

MARTA.-   ¿No me dijiste que ibas a recibir al doctor Cantero con Manuel?

ALEN.-   Vos también querés que espere. ¿Y usted qué dice, Secretario?; usted, que tiene tanta experiencia.

AYALA.-   Yo no digo nada, señor Juez; pero si le hicieron llamar de arriba, mejor me parece que...

ALEN.-   Que vaya a saber lo que quieren, ¿verdad? ¿Y vos qué decís, Rafa, hijo?

RAFA.-   Yo digo que si todo está listo, hay que dar el mate.

ALEN.-  ¡Gracias, hijo, gracias!  (Lo abraza efusivamente, casi con sollozos.)  Para vos lucho por mi honor. ¡Vos sos la esperanza!

 

(Va, se sienta, toma la pluma para firmar.)

 

TODOS.-    (Menos RAFA.)  ¡No, no!

ALEN.-    (Mira a todos con la pluma en la mano.)  Bien, por todos ustedes que tan decididamente lo piden, firmaré mañana... Rafa, no podemos contra todos; ¡qué pesada es la lucha! ¡Aquí hay que ser un héroe sólo para mantenerse honrado!


 
 
TELÓN
 
 

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