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Arriba El juicio de la vieja generación sobre la nueva. Acotaciones a un pensamiento de Scheler

Carlos Alberto Erro


A los ojos del público, la palabra elogiosa o condenatoria del viejo autor consagrado, a raíz de una publicación cualquiera, suele pasar como el mejor testimonio de su mérito o de su flaqueza, y de ahí que el escritor novel, hoy como en otros tiempos, anhele profundamente el espaldarazo de los mayores. Triunfar en literatura equivale, para la gran masa anónima, a merecer encomios de colegas provectos. La alabanza de éstos no se codicia, entonces, sólo por su valor intrínseco, sino por lo que representa como antesala de la consideración popular.

Aquí van, expuestas con didáctica brevedad, las razones filosóficas en cuya virtud cabe desconocer, en uno de los casos posibles, la autoridad atribuida -por autores y público- a las firmas «de amplia fama y luengos años».

Entre los descubrimientos de estos últimos tiempos acerca del origen de los juicios de valor, descuella como el más profundo aquel que llevó a cabo Federico Nietzsche cuando puso de manifiesto que el resentimiento es una fuente de ellos, de donde dimanan ciertas propensiones permanentes a determinadas clases de engaño. El resentimiento perturba la recta valoración, derroca la jerarquía legítima de los valores y conduce a innumerables falacias. Quien se encuentre en estado de resentimiento frente a un objeto o suceso de cualquier índole -hombre, acto, doctrina, estilo, punto de vista, etc.- estará, pues, en pésimas condiciones para juzgarlo, y forzosamente han de resultar desacertadas las   —225→   apreciaciones que efectúe sobre los mismos. Así pasa, por ejemplo, con los juicios del viejo escritor respecto del nuevo y rebelde. «Otra situación, cargada generalmente con el peligro del resentimiento -dice Max Scheler, exégeta máximo de este fenómeno- es la de la generación vieja frente a la joven. Para que el proceso de la vejez se realice de un modo interiormente satisfactorio y exteriormente fecundo, es preciso que, en las principales coyunturas, la libre resignación a los valores específicos de las otras edades tenga lugar oportunamente, y que tanto los valores psíquicos y espirituales, independientes del proceso de la vejez, como los valores específicos de la edad entrante, ofrezcan un substitutivo suficiente de lo que desaparece. Sólo cuando así ocurre, pueden los valores específicos de la pasada edad revivir plena y alegremente en la memoria y ser liberalmente ‘concedidos’ a los que se encuentran en dicha edad. En otro caso, el ‘atormentador recuerdo’ de la juventud es rehuido y esquivado; y esto referente entonces sobre la posibilidad de comprender a los jóvenes, existiendo simultáneamente la tendencia a negar aquellos valores específicos de las edades anteriores. No es maravilla, por tanto, que en todos los tiempos ‘la joven generación’ haya de sostener una difícil lucha con el resentimiento de la vieja»22.

Los términos «joven generación» están empleados aquí con un sentido idéntico o semejante al que Ortega y Gasset les asigna, es decir, como muchedumbres de criaturas con una sensibilidad vital distinta de la antigua y homogénea entre sí, como una «variedad» humana en el sentido riguroso que al concepto de variedad   —226→   dan los naturalistas, pues no pudo escapar a un filósofo tan agudo y competente como Max Scheler que el resentimiento de los viejos no se extiende sobre todos los jóvenes, sino únicamente sobre quienes se alejan de sus estilos. Experimentan, en cambio, una simpatía profunda hacia la juventud obediente que continúa su obra, o que, por lo menos, no franquea sus principios fundamentales. Para ésta, el aplauso, lejos de escatimarse, afluye cálido y sin tardanza. ¿Y cómo había de ser de otro modo? Los motivos son más que importantes: por lo pronto, su obra asegura con ello la perduración en el tiempo; atestigua, a la vez, su efectiva importancia desde que otros viven a sus expensas, y, sobre todo, con esta espontánea satisfacción de los jóvenes se aleja el peligro de que la nueva generación la ataque y desmienta. De ahí que, en todos los tiempos y en los más diversos países, los escritores nuevos, adheridos a las viejas tendencias, sean los niños mimados de la ancianidad literaria.

Pero si el escritor es joven de verdad y practica una literatura divorciada en sus fundamentos estéticos de la que hizo la fama de la precedente, si ama las rutas inexploradas y abraza nuevos estilos, si parece listo a correr su aventura y a defender los valores recientes y a ajustarse al ritmo vital de su medio y su época, entonces será en balde que espere la consagración de sus predecesores, porque el resentimiento ha de entrar en escena, y, con éste, como dice Max Scheler, la tendencia a negar los valores específicos de las otras edades. El juicio, en el supuesto feliz de que llegue a expresarse, pues lo más probable es que se prefiera adoptar un deliberado silencio o una indiferencia fingida, será -salvo maravillosas excepciones que por lo insólitas dejamos fuera de cómputo- un juicio falso, resentido, repleto de todas las palabras   —227→   clásicas del resentimiento senil, como snobismo, amaneramiento, arbitrariedad, desequilibrio, etc., que el público, ignorante de los factores reales que perturban la valoración de su ídolo, acogerá, lo mismo que siempre, como la verdad insospechable.

Lo cierto es, sin embargo, que la obra novel, desde las puntas de su audacia o su agilidad, provoca a quien ya ha doblado la juventud sin lograr resignación; lo zahiere e injuria al hacerle caer en la cuenta de que sus fuerzas están agotadas para tan briosos arrestos, y bajo tales agravios el escritor maduro, víctima de la autointoxicación psíquica que importa el resentimiento, prorrumpe en el comentario hostil o en la glosa mal intencionada. Como la producción que combate no participa de los ideales de su época, ni de sus principios estéticos, sino que intenta acreditar otros nuevos, al negarle valor propende, de paso, a la prolongación de su obra, pues al auge de una escuela o doctrina suele seguir, en el tiempo, la decadencia de las otras. El instinto de conservación alarmado y la madurez resentida inspíranlo en ese instante. Está en las peores condiciones para hablar serenamente, objetivamente. Su juicio, en tal emergencia, carece de todo valor filosófico y no debe ser escuchado.

Bueno es, entretanto, que el público empiece a comprenderlo para que sepa a qué atenerse.







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ESTE SEGUNDO NÚMERO DE SUR ACABÓ DE
IMPRIMIRSE A PRINCIPIOS DE MAYO DE 1931, EN
LOS TALLERES GRÁFICOS «COLÓN», DE DON
FRANCISCO A. COLOMBO, BUENOS AIRES
Y SAN ANTONIO DE ARECO. EL PAPEL
QUE SE UTILIZÓ PARA SU IMPRESIÓN
HA SIDO FABRICADO ESPECIAL-
MENTE PARA ESTA REVISTA
POR LA PAPELERA
ARGENTINA