Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo Un balance literario: 1918-1930

Roberto García Pinto


Benjamín Cremieux ha escrito un libro importante24 por la magnitud de los problemas que toca, por la abigarrada cantidad de   —143→   ideas que pone en la brecha. Su obra pretende realizar un estudio de conjunto de la literatura francesa de post-guerra, demarcar las influencias principales, las corrientes ideológicas, morales y estéticas que la mueven. Por último, extraer el sentido final de toda esa algarabía tumultuosa y revolucionaria que nos ha precedido.

Creemos que este ensayo es sintomático y necesario. Tiene el afán de clarificación y de precisión que hoy exigimos, realiza una labor de mise au point que se hacía imprescindible. Doce años de literatura francesa ricos como pocos en obras y en intenciones, y que guardan siempre un interés primordial para nosotros.

1930, 1931 son años de grandes sucesos. Puede decirse que ha cambiado la cara del mundo. Problemas que apenas despuntaban su torva figura se han cernido de golpe en el horizonte. Todo parece amenazado, todo se ha vuelto problemático, y lo único seguro y estable que hoy las cosas nos muestran es su propia inestabilidad, su total inseguridad. Sea porque fuerzas actuantes desde tiempo atrás han precipitado ahora su efecto, o porque otras nuevas han entrado en juego, el mundo cambia y se apresta a nuestras formas, a futuros imprevistos. La literatura, receptor sensible, siente la agitación, el temblor del planeta.

Creemos con Cremieux que estos años cierran un período y abren otro. Estamos cambiando de nuevo el paso -1930 año bisagra. El hombre atento debe mover otra página de la historia.

La generación de post-guerra ha sido principalmente crítica y destructora. Agitada por el prurito de la lucha, tuvo su decisión más clara en ubicar una dinamita razonada en cada una de las formas existentes. Hizo como una misión en destruir ese mundo, esa moral, esos tipos de vida heredados de la pre-guerra, que aparecían fundados sobre convenciones que se declararon caducas, antivitales y ridículas. Cuando volvemos la vista hacia los aledaños de 1900 se siente como una vaga nostalgia de una época casi absurdamente feliz. Punto culminante de un tipo de civilización, mundo hecho de enormes construcciones ilusorias cuyos restos están todavía presentes. Tiempos que   —144→   creyeron y vivieron de falsas grandes palabras llevadas a su más irreal optimismo, cuyas expresiones más representativas se dieron siempre bajo el signo de la inflación. Todas las inflaciones: la económica, la sentimental, la literaria. Este mundo, diezmado y golpeado por la catástrofe, estaba íntegramente en pie después del armisticio. Cuando la gente joven inició el combate, empezó por cargar contra la palabra, contra esa inflación de la palabra en que se acorazaba el mundo viejo. La primera empresa consistió en podar las frases y quitarle ropaje a las cosas, a fin de mostrarlas en su verdad más desnuda, según debe ser. Es el momento en que Dadá, movimiento precursor, hace prosélitos en todas partes. Palabras en libertad, abolición de la razón y la lógica, destrucción de todas las normas, endiosamiento del infraconciente, de los sueños oscuros, etc. Brotan todos los ismos revolucionarios. Se pretende crear de nuevo el mundo, abolir el pasado. La mixtificación jocosa de Apollinaire mostraba acaso sin querer el método para carcomer lo convencional. El aduanero Rousseau, pintor creado por broma, era un pintor verdadero -como Erik Satie, músico en broma. La mixtificación es la verdad, la verdad una mixtificación. ¿Dónde está la verdad verdadera? El insecto poeta de la botella de Cocteau la descubre sin saber al buscarle consonante a un verso.

La otra actitud de esta generación trepidante fue declarar la guerra a todo lo establecido -la guerra entre generaciones. La lucha se hizo en todos los campos. Resultaba casi divertida. Placer de encontrar el blanco necesario, gusto de vencer todos los obstáculos. Fueron años de avidez, época de lujo y de conmociones que da tiempo para que estallen y se propaguen todas las subversiones. Es lo que Paul Morand acaba de llamar la verdadera gran guerra. «Inmensa conmoción planetaria que alzó a las mujeres contra los hombres, a las razas de color contra los blancos, los hijos contra los padres, los pobres contra los ricos, los alcoholistas contra los sobrios, los flacos contra los gordos, los obreros contra los patrones, las ciudades contra los campos».

Estamos viendo algunos resultados de esa lucha universal. Algunos pedazos del planeta rudamente castigados por la realidad crujen y amenazan aplastar a muchos detractores algo asustados de la   —145→   obra. Tanta revisión de los valores termina en la desvalorización de los valores. Era fatal. En último término sabemos una cosa: lo inútil y vano de toda revisión de un pasado sin probabilidades de subsistir. Hay la evidencia de estar en marcha hacia nuevas formas de existencia.

Cuando hoy analizamos el sentido del movimiento Dadá, nos damos cuenta de que su vigencia ha fenecido totalmente. Dadá fracasa porque la literatura es imprescindible, una dimensión de la vida, un género de vida. Pero Dadá ha ejercido una influencia benéfica. Fue como una antisepsia de la literatura, la desliteraturización de la literatura. Pero el dadaísmo y su descendencia superrealista no han tenido solamente preocupaciones literarias, sino que al proclamar la liquidación de la sociedad, de la razón, de todo público, y por último, del vocabulario, erigieron un sistema de negación absoluta. En eso tradujeron su problema profundo, que era un problema metafísico. Cremieux lo anota con justeza y lo resume en estos interrogantes: ¿quién soy?, ¿qué es el hombre? Tal es la pregunta de 1918 -pregunta de siempre, pero que de pronto explota como un grito de radical anarquía en los hombres jóvenes que la guerra había desencadenado sobre un mundo náufrago- que ellos declararon náufrago. La tabla de salvación consistió en tratar de construir un universo poético que se bastara a sí mismo. Una poesía extraliteraria, más allá de la literatura, edificada al borde del caos, el último de los paraísos artificiales. Se sentía a lo lejos la frase crispada de Rimbaud: «Acabé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu». Pero un rimbaudismo agravado hasta sus finales consecuencias. África estaba reconocida y concluida. Rien que la Terre! Además, la experiencia de Rimbaud. Por eso Jacques Vaché, dadaísta y aventurero, se hundió por el opio en la muerte, y Jacques Rigaut, superrealista, se pegó un tiro con la última bala del revólver de Werther. Los supervivientes transaron en seguir existiendo y fabricaron otra vez literatura -segunda transacción. Literatura de valija vacía, valijas vacías ellos mismos, según la imagen de Drieu la Rochelle.

  —146→  

Cremieux coloca bajo el signo de la inquietud a la parte más importante de la generación de post-guerra. Hay que aclarar que se trata de una inquietud orientada en la destrucción. No trató de oponer valores perdurables en lugar de los que se declaraban en bancarrota. Su misión ha sido esa: precipitar la liquidación de los existentes. Es indudable que en este camino hay todavía muchas cosas por hacer y por decir, y que la gente nueva que ahora sale a la palestra tomará los mismos problemas de muy distinto modo.

No vemos muy claros los tipos de literatura en los cuales Cremieux encarna el espíritu de «reconstrucción». Se trata de maneras más serenas de ver las cosas, pero también o preocupadas o desesperadas por el mismo mal, por el mismo temor, por la inquietud de no encontrar valores suficientemente prestigiosos o suficientemente valederos para reconstruir el asunto. Decimos esto de la obra de Alain o de Valéry, que cita Cremieux.

El cambio de ritmo que hoy diagnosticamos consiste en una nueva orientación. Ya existía desde tiempo atrás, pero se nos hace evidente y prestigiosa en este momento en que caducan las otras. La literatura se orienta en el sentido de la comprensión, hacia una perfecta comprensión de todas las formas de vida, de todos las aportes espirituales. Auscultación exacta del pasado, conocimiento de culturas extrañas, especies de trasmundos casi desconocidos hasta ahora. Recibe el espaldarazo de las nuevas visiones del universo, la incitación a explorar los más ocultos problemas de psicología. Esta gran ampliación de la curiosidad hacia todas las cosas, este afán de conquista espiritual de todas las tierras incógnitas es uno de los más fuertes signos del tiempo, rasgo que se ha comparado con verdad a los grandes años del Renacimiento y que Keyserling, en un lance definitivo y mayúsculo, ha denominado: El reino del Espíritu Santo. La literatura refleja ya esta aspiración. Cocteau pedía en una de sus máximas la aprobación de todas las musas -la prueba por nueve. El auge de escritores de tendencia universalista como Giraudoux, Larbaud y Morand que tanta influencia han ejercido, tiene ese elemento perdurable. Literatura viajera y comprensiva en que el planeta está presente. Paul Morand sobre todo con sus últimos libros documentales, especies de monografías casi científicas de diversas razas, de problemas trascendentales, de psicologías hiperbóreas.

  —147→  

Multiplicando las posibilidades extraordinarias que su propia cultura le ofrece, el hombre parece adquirir como un aumento de vitalidad. Aspiración de comprenderlo y de vivirlo todo que lo agranda en el tiempo y en el espacio. Corrección de ideologías ilusorias, de errores sociales y económicos que son sobre todo errores psicológicos, en bien de una sinceridad más radical, de una manera más exacta de estar en la realidad. No creo lanzar con estas palabras apologías optimistas de mi tiempo, sino constatar direcciones existentes que pueden prosperar o abortar en el futuro. Por lo pronto, me parece un rasgo innegable del presente. En ello estamos: Conocimiento Creador, como dice el título simbólico de una de las obras últimas de Keyserling.

Termina un período literario característico y original. Dadá y superrealismo retroceden en el pasado. Lo vemos ahora al considerar estos problemas que Cremieux encuentra típicos de la generación de post-guerra. (La faillite du moi, le refus du réel.) Hoy nos repercuten extraños, casi huecos. El hamletismo de 1920 se ha hecho inactual. Ese joven desesperado que volvió después del armisticio -desesperado no por la guerra sino por sí mismo- era el sobreviviente de una especie desaparecida. Era un romántico agotado, el último descendiente de los grandes saurios del yo. Había secado los caminos de la imaginación que movieron la vida de su doble lejano de 1830, de su padre directo Arturo Rimbaud -y se volvió contra sí mismo. Utilizó a Bergson y a Dostoiesvky para negar a la lógica y perderse en lo irreal, a Freud y a Gide, instrumentos demasiado cortantes, para comerse la entraña. Abusó de todos los tóxicos literarios: la droga y el suicidio.

La realidad problemática afirma su presencia y obliga a vivir atento hacia afuera. Van a sucederse seguramente nuevas ediciones del mundo, cada vez más difícil las tiradas de lujo. Habremos de ser infinitamente realistas, en permanente conexión con el exterior, bajo pena de muerte.