I
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Desplómase la rauda catarata |
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envuelta en luz y plata, |
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rompiendo en mil pedazos su diadema; |
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al abismo se lanza y precipita, |
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y ruge, canta, grita, |
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formando con sus ritmos un poema. |
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Al ver sus vestiduras y cendales |
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cubiertos de cristales |
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y de resplandeciente pedrería, |
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un ruiseñor contémplala extasiado, |
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y canta entusiasmado |
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sublime y amorosa melodía. |
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Y en torno del torrente que flamea |
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el pájaro aletea; |
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moja en el agua límpida su pluma, |
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y por la catarata arrebatado |
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el pájaro, asfixiado, |
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en el abismo rueda entre la espuma. |
II
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El vicio es una hirviente catarata |
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que rauda se desata |
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y en el oscuro abismo se despeña; |
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y al mirar su diadema de brillantes, |
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su luz y sus cambiantes, |
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el alma, alguna vez, suspira y sueña. |
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Sentados en la gótica ventana |
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estábamos tú y yo, mi antigua amante; |
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tú, de hermosura y de placer, radiante; |
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yo, absorto en tu belleza soberana. |
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Al ver tu fresca juventud lozana, |
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una abeja lasciva y susurrante |
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clavó su oculto dardo penetrante |
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en tu seno gentil de nieve y grana. |
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Viva gota de sangre transparente |
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sobre tu piel rosada y hechicera |
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brilló como un rubí resplandeciente. |
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Mi ansioso labio en la pequeña herida |
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estampé con afán... ¡Nunca lo hiciera, |
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que aquella gota envenenó mi vida! |
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Retruena el tambor; la turba avanza |
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terrible el rostro y la mirada fiera; |
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flota, teñida en sangre, la bandera; |
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silba el ronco fusil; cruje la lanza. |
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La multitud, sedienta de venganza, |
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crímenes va sembrando por do quiera; |
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convierte al pueblo en colosal hoguera |
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y se entrega, iracunda, a la matanza. |
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-¡Viva la libertad! la turba grita, |
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cuando, furiosa, al mar se precipita |
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y todo cuanto ve quema y destruye... |
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¡Oh libertad! ¡Oh libertad sagrada! |
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¡Maldita sea la hueste degradada |
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que tu precioso nombre prostituye. |
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Choca tu dulce boca con la mía, |
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mujer deslumbradora; |
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y brotará la ardiente poesía |
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que mi mente atesora. |
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Deja, deja que rompa ese lujoso |
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traje de terciopelo |
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que oculta, como amante cariñoso, |
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de tu belleza el cielo. |
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Quiero una bacanal regia y grandiosa; |
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que el dios de los amores |
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en ella cubra tu cabeza hermosa |
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de perfumadas flores. |
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Un banquete de dioses, una orgía |
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tan rica y deslumbrante, |
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que exceda a la más bella fantasía |
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del genio más gigante. |
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Que esté el salón cubierto de brocados, |
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y telas suntuosas; |
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la mesa, de manjares delicados |
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y de divinas rosas. |
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Y que haya esos licores deliciosos |
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coronados de llamas, |
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que engendran en la mente luminosos |
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y bellos panoramas. |
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Los generosos vinos espumantes |
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dejemos al olvido; |
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¡quiero beber en copa de brillantes |
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el oro derretido! |
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Y cuando de estos goces y delicias |
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esté mi pecho lleno, |
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expirar entre besos y caricias, |
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reclinado en tu seno. |
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El salón, por deliciosas |
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mujeres, se halla adornado; |
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parece estuche dorado |
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lleno de piedras preciosas. |
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¡Oh brillante diversión! |
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Notas, perfumes, colores, |
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gasas, diamantes y flores, |
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en lujosa confusión! |
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Los brilladores reflejos |
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de los ojos de las bellas; |
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la luz, salpicando estrellas |
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en los grandiosos espejos; |
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los tapices, las pinturas, |
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los elegantes tocados, |
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las alfombras, los brocados, |
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las correctas esculturas, |
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los cojines orientales, |
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las blondas, la gentileza |
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de las damas, la riqueza |
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de mármoles y cristales, |
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el raso, perlas y tul, |
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plumas, risas y fragancia, |
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forman de la hermosa estancia |
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un mundo de oro y azul |
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Allí se ve al caballero |
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feudal, al cinto la espada, |
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ostentando la celada |
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y la cota del guerrero, |
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prodigando madrigales |
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a una linda jardinera |
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de rizada cabellera |
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y pupilas celestiales. |
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Allá, un alegre estudiante |
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baila con una sultana; |
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aquí, una lista aldeana |
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se burla de un almirante. |
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Allí, un grave capuchino |
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de mirada tenebrosa |
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y barba blanca y sedosa, |
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baila, en raudo torbellino, |
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con una bella gitana |
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que luce negra mantilla, |
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y exhibe la pantorrilla |
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bajo la falda de grana. |
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Mirad, mirad aquel clown |
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en brazos de alta señora; |
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ved aquí, esta labradora |
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bailar con un infanzón. |
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Allá, marcha un mosquetero |
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con una monja del brazo; |
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mirad, en estrecho lazo, |
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una reina y un torero. |
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Allí, un astrónomo gira |
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bordado el manto de estrellas |
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en derredor de las bellas |
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aquel trovador suspira. |
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Y se encuentran confundidos |
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payasos, reyes, gitanos, |
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griegos, moros y cristianos, |
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guerreros, frailes, bandidos. |
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Monjas, magas, bailarinas, |
|
labradoras y princesas, |
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rusas, gitanas, inglesas, |
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moras, gallegas y chinas. |
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Y en medio de ese ruido, |
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de esta locura y afán, |
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del espumante champán |
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se oye el báquico estampido. |
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Y vestido de escarlata, |
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y ceñida la tizona, |
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Mefistófeles entona |
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la sublime serenata. |
I
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Un genio ardiente, un alma vengadora |
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reclama ya la universal conciencia: |
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brilla el cinismo, triunfa la licencia, |
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y la maldad se yergue vanidosa. |
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Falta un genio de voz atronadora |
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que maldiga del mundo y la impudencia, |
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reduzca al ambicioso a la impotencia |
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y arranque tanta máscara traidora. |
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Un genio, sí, de frente inmaculada |
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que convierta su pluma de diamante |
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en látigo de fuego o recia espada; |
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y que ostente en su espíritu radiante |
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de Tácito, la cólera sagrada |
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y el estro airado del terrible Dante. |
II
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|
Ese genio inmortal, esa alma austera |
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sólo puedes ser tú, sublime vate: |
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tú, en cuya estrofa cincelada late |
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noble y augusta la verdad sincera. |
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Tú, cuya inspiración robusta y fiera |
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da al crimen y al error tremendo embate |
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en los valientes Gritos del combate, |
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donde solloza nuestra edad entera. |
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Tú sólo puedes ser el soberano |
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poeta vengador, porque has reunido |
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las virtudes del pueblo castellano, |
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y en tu grandioso canto enardecido |
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suena potente del león hispano |
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el formidable aterrador rugido. |
III
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Hoy que el mundo latino te proclama |
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emperador del Arte; hoy que un senado, |
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de noble admiración arrebatado, |
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ciñe a tu frente el lauro de la fama, |
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piensa en la humanidad que sufre y clama, |
|
y pon la vista en nuestro pueblo amado |
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que, roto, escarnecido y desgraciado, |
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en ti, varón insigne, espera y ama. |
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¡Y hace bien, vive Dios!... Ya me parece |
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que estallan furibundos tus acentos! |
|
¡Ya el mal, amedrentado, se estremece! |
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¡Ya las cuerdas de bronce de tu lira |
|
se transforman en látigos sangrientos! |
|
¡Ya miro arder el hierro de tu ira! |
ALEMANA
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Es el rumor de hirviente catarata |
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que en los abismos sus cristales quiebra; |
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del lúgubre cañón el estampido; |
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el sublime fragor de la tormenta; |
|
el colérico grito de los mares |
|
«cansados de luchar con sus cadenas»; |
|
el acerado choque de las armas; |
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del bélico clarín la voz guerrera; |
|
el gigante concierto de los mundos; |
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el son valiente de la trompa épica, |
|
y el ritmo eterno, armónico y grandioso, |
|
de la máquina inmensa de la tierra. |
ITALIANA
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Es el rumor del beso apasionado; |
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del aura los dulcísimos poemas; |
|
las notas que del lago se levantan |
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en las noches azules y serenas; |
|
la canción de los silfos a las flores; |
|
de las arpas de oro las cadencias; |
|
el ¡ay! desgarrador del moribundo; |
|
el canto seductor de las sirenas; |
|
el suspiro amoroso de las vírgenes; |
|
de las aves canoras las endechas, |
|
y las mil armonías de los bosques |
|
que los espacios infinitos pueblan. |
FRANCESA
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|
Es el rumor ardiente de la orgía; |
|
la barcarola rítmica y ligera |
|
que las náyades cantan recostadas |
|
en sus esquifes de coral y perlas; |
|
el canto del amor y los placeres; |
|
el crujido del raso y de la seda; |
|
el allegro monótono que entona |
|
la bola de marfil en la ruleta; |
|
las sonoras y alegres carcajadas |
|
de Paul de Kock; la voz de las grisetas; |
|
de Beranger los cantos populares |
|
y el choque de las copas de Bohemia. |