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Tala

Gabriela Mistral



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Nota preliminar e introducción de Alfonso Calderón



  —9→  

ArribaAbajoGabriela Mistral y un mundo de verdad

Siempre fue triste, «una niña huraña como son los grillos oscuros cuando es de día, como es el lagarto verde, bebedor de sol», y aprendió a conocer las montañas de Elqui como las palmas de sus manos, sacando cuentas del pliegue del arbusto y del color de la piedra eterna. A falta de padre verdadero -don Jerónimo Godoy buscó caminos sin atarse al deber ni a las normas-, Gabriela se aferró a la tierra en un haz de sensaciones, viendo con ojo total «los cerros tutelares que se me vienen encima como un padre que me reencuentra y me abraza, y la bocanada de perfume de esas hierbas infinitas de los cerros».

Qué extrañas le resultaron las tierras duras y arduas. No hallaba en ellas sino la penuria, la extensión del dolor, la prolongación de la queja. «El hambre de extensión verde -confesó- es para mí entre las más nobles avideces que llevamos, y yo no sé vivir en paisaje que no me la aplaque y, además, me la revele». Y cómo se alegraba con el fervor del suelo o del cielo luminoso, con la fe de las raíces trepadoras, o con el orden de los pájaros en desmedro de un mundo seco, en el cual impera el muñón vegetal, el tizón que aún llora o la maleza desmedida.

  —10→  

Realidad y símbolo, el mundo circundante se le volvía vivo en la mirada, en el tacto o en el olfato, y aún tenía dónde elegir: «Si yo quisiera símbolo para mí y que siendo floral no sea blando, del flamboyán me acordaría, que arde lo mismo que yo, como si Dios nos hubiese hecho a ambos en el mismo momento, a mí con la derecha de hacer criatura, a él con la izquierda de hacer planta».

Con las montañas y la luz de Elqui -y más tarde buscará el buen abrazo ceñidor para América toda-, y con la luz de un tiempo sin tiempo, viene para la niña Lucila lo que siguió siendo siempre el hallazgo fundamental de los libros. Primero, cuál mejor que el paisaje: «En las quijadas de la cordillera el único libro era el arrugado y vertical de trescientas y tantas montañas, abuelas ceñudas que daban consejas trágicas». Allí, en los atardeceres de Montegrande, un día descubre el Libro: «Mi abuela estaba sentada en un sillón rígido, y yo me sentaba en una banqueta de mimbre. Ella me alargaba su Biblia, muy vieja y muy ajada, y me pedía que le leyera. Siempre me la entregaba abierta en el mismo sitio, en los Salmos de David».

De esa sabiduría y de aquel venero poético caudal, de la mixtura de la cadencia y del símbolo, del vigor de la letra y de la extensión del espíritu, algo quedará siempre en el mundo poético de Gabriela Mistral, dando la razón de amor a esta mujer sabia en tiempo y en eternidades, fantasma de bulto que «hubiera querido vivir entre el pueblo hebreo y ser la Mujer Fuerte de la Biblia». ¿Y no serán, por acaso, lugares, gemelos, ámbitos comunes, sagrados espacios de infancia eterna, su Elqui y los pueblos de Jesús? Higueras numerosas, murallas centenarias -sin otros padecimientos que el sol cotidiano-, asnos pacientes.

Como los viejos cronistas, dejó memoria de cuanto vio y, a veces, el fruto fue la extrañeza o la nostalgia. Maduró en el dolor y en la muerte. Y escribió, y escribió, siempre sobre sus rodillas, sin saber nada del pulido escritorio o de la mesa prestigiosa. De mañana o de noche, mientras «fui criatura estable de mi raza y mi país, escribí lo que veía o tenía muy inmediato, sobre la carne caliente del asunto. Desde que soy criatura   —11→   vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escribo sino en medio de un vaho de fantasmas. La tierra de América y la gente mía, viva o muerta, se me han vuelto un cortejo melancólico, pero muy fiel, que más que envolverme me forra y me oprime y rara vez me deja ver el paisaje y la gente extranjeros». Aún -y con todo- la poesía siguió siendo su niñez remota, un cayado de pastor elquino, «un rezago, un sedimento de la infancia sumergida».

Nunca mostró afecto desmedido por Desolación, ese libro primerizo, lleno de ecos y de voces, que la enviara a la fama. Creía fervorosamente en Tala, porque estaba allí -según expresara- «la raíz de lo indoamericano.» Es el hondón mítico de la tierra, esa Gea permanente que la sobresalta en el amor. Y con ella, fundiéndose ensimismada, vive. Alguna vez predijo: «Tal vez moriré haciéndome dormir, vuelta madre de mí misma. Bendije siempre el sueño y lo doy por la más ancha gracia divina... En el sueño he tenido mi casa más holgada, ligera, mi patria verdadera, mi planeta dulcísimo. No hay praderas tan espaciosas, tan deslizables y tan delicadas para mí como las suyas».

Si cantó desnudamente a las cosas -agua, pan, montaña o mar- y supo abordar el mundo con la moneda verbal de un habla criolla; si bebió en la lengua de Santa Teresa y de Martí, y logró hallar patria común en los lieder de Schumann, en la Patética, de Tchaikowski, o en el quemante Peer Gynt, de Grieg; si releyó, sin prisa ni hastío, al Dante, a Tagore, a Hamsun, a Selma Lagerlöff, a Rilke, a Péguy, su tono se articula en un abrazo secular con esta tierra, tan amarga como gozosa, que la guarda para siempre.



  —13→  

ArribaAbajoIntroducción a «Tala»

En Excusa de unas notas -que se incluye al final de Tala-, Gabriela Mistral admite que el libro lleva «algún pequeño rezago de Desolación», lo cual se advierte visiblemente en la primera sección, denominada «Muerte de mi madre». Allí mismo, sin prisa, deja constancia de que así ocurre «en mi valle de Elqui con la exprimidura de los racimos. Pulpas y pulpas quedan en las hendijas de los cestos. Las encuentran después los peones de la vendimia, y aquello se deja para el turno siguiente de los canastos».

Sin lugar a dudas, lo que distingue a ambas obras no sólo es una libertad de tono y de color, sino que la proyección del mito. En un salto del mundo del individuo al mundo mágico de la colectividad americana, Gabriela Mistral se deja tomar por la noción de que la palabra poética puede constituirse en un acta de fundación, transformando el espacio natural en espacio mítico.

Si leemos bien el poema «La Flor del Aire», notamos que allí la poesía, «gobernadora del que pase, / del que le hable y que la vea», la incita a subir al monte -un lugar mágico en donde habita-. El consejo es seguido, sin demora. Y son los ojos que han llorado, el largo lamento, el sueño febril, los   —14→   adjetivos tenaces de Desolación los que florecen en esa primera cosecha:



«Trepé las peñas con el venado,
y busqué flores de demencia,
las que rojean y parecen
que de rojez vivan y mueran.

Cuando bajé se las fui dando
con un temblor feliz de ofrenda,
y ella se puso como el agua
que en ciervo herido se ensangrienta».

La travesía es larga y se apoya en un tiempo simbólico que no conoce límites. De pronto, el haz se colma. Cortadas aquellas flores, «ni azafranadas ni bermejas» -es el color que no se nota, que se mira por dentro de las cosas y cuya aura simbólica acompaña a la cosecha de Tala-. Así llevará siempre esas flores «sin color».


«...ni blanquecinas ni bermejas,
hasta mi entrega sobre el límite,
cuando mi Tiempo se disuelva...»

El tono del libro es un retorno al de la música sagrada, a la modalidad del himno griego, porque siente ya «el empalago de lo mínimo». Y reclama -sin considerar, por exterior y lejanamente decorativo, el modo de Darío o de Chocano- lo que se echa de menos «cuando se mira a los monumentos indígenas o la Cordillera», esa sabiduría tonal que deberá surgir de «una voz entera que tenga el valor de allegarse a esos materiales formidables» (Notas a «Dos Himnos»).

Más allá del inhóspito recuento naturalista, Gabriela Mistral tiene el deseo de reivindicar lo que Valéry llamó la presencia de la substancia de las cosas, en el corro de un juego cruzado y solidario de los ritos del mundo. Todo poema mayor   —15→   de la escritora tiende a situar un acontecimiento primordial -para emplear el lenguaje de Mircea Eliade-, que se aparta de su propia duración para eternizarse en el mito. Con ello, arranca a los acontecimientos de un tiempo profano para insertarlos en el tiempo mítico, ese que cumple una función básica, la de determinar los paradigmas de todos los ritos y todas las actividades humanas significativas -alimentación, procreación, trabajo1.

Por cierto que al conformar una imagen del mundo, todo sería letra muerta «si no despertara en nosotros virtualidades dormidas, siempre prontas a reaccionar con mitos a solicitaciones del mundo2». Dardel sugiere que «la roca que se ve es el antepasado que ya no se ve», cuando el mito opera, puesto que ahora es su aparición, «la forma visible que oculta y muestra a la vez lo invisible»3. En Tala, todo acontecimiento adquiere una carta de ciudadanía ritual:


«¡Carne de piedra de la América,
halalí de piedras rodadas,
sueño de piedra que soñamos,
piedras del mundo pastoreadas;
enderezarse de las piedras
para juntarse con sus almas!
¡En el cerco del valle de Elqui,
en luna llena de fantasma,
no sabemos si somos hombres
o somos peñas arrobadas!»


(«Cordillera»)                


  —16→  

Lo mítico, -según Dardel- consiste en «una lectura diferente del mundo, una primera coherencia puesta en las cosas y una actitud complementaria del comportamiento lógico»4. Tala (1938) es, de acuerdo a lo formulado por Dardel, una nueva lectura de América, una exigencia del apoyo ritual para que hombre y naturaleza vuelvan a ser uno, en básico entendimiento, conectándose con el primitivo ser americano y sus particulares teologías:


«Y otra vez íntegra incorpórame
a los coros que te danzaron,
los coros mágicos, nacidos
sobre Palenque y Tihuanaco».


(«Sol del Trópico»)                


Sin dejar que la palabra poética se espese -moviéndose entre el fervor y la invocación-, Gabriela Mistral pretende quitar las máscaras nuevas a América -las de la Conquista- para que surjan límpidas y eternas las antiguas, y de allí dejar que encuentre la pasión el origen del canto, en la vieja historia, con su religiosidad trágica. La pasión americana de Gabriela Mistral es -como lo advirtiera sagazmente Gastón von dem Bussche- «pasión religiosa del mundo»5.

La lectura de Tala -una lectura posible- arranca de allí...

ALFONSO CALDERÓN

Escuela de Periodismo

Universidad Católica de Chile

  —17→  

A PALMA GUILLÉN

y en ella, a la piedad de la mujer mexicana.





  —19→  

ArribaAbajoMuerte de mi madre

  —21→  

ArribaAbajoLa fuga



Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,  5
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.

Mas, a trechos tú misma vas haciendo
el camino de juegos y de expolios.  10
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vemos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
las dos cumpliendo un voto o un castigo,  15
ambas con pies y con acentos rotos.

Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
—22→
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,  20
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.

Y otras veces ni estás cerro adelante,  25
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas,
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo,
desde tres puntos, y en dolor me rompo,  30
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
un pecho vivo sobre un pecho vivo,  35
nudo de bronce ablandado en sollozo.

Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
de luz o en dos medallones absortos,  40
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.

O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o vas en mí por terrible convenio;  45
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre para entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,  50
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!



  —23→  

ArribaAbajoLápida filial



Apegada a la seca fisura
del nicho, déjame que te diga:
-Amados pechos que me nutrieron
con una leche más que otra viva;
parados ojos que me miraron  5
con tal mirada que me ceñía;
regazo ancho que calentó
con una hornaza que no se enfría;
mano pequeña que me tocaba
con un contacto que me fundía:  10
¡resucitad, resucitad,
si existe la hora, si es cierto el día,
para que Cristo os reconozca
y a otro país deis alegría,
para que pague ya mi Arcángel  15
formas y sangre y leche mía,
y que por fin os recupere
la vasta y santa sinfonía
de viejas madres: la Macabea,
Ana, Isabel, Lía y Raquel6!  20




ArribaAbajoNocturno de la consumación

A Waldo Frank



Te olvidaste del rostro que hiciste
en un valle a una oscura mujer;
olvidaste entre todas tus formas
mi alzadura de lento ciprés;
cabras vivas, vicuñas doradas  5
te cubrieron la triste y la fiel.
—24→

Te han tapado mi cara rendida
las criaturas que te hacen tropel,
te han borrado mis hombros las dunas
y mi frente algarrobo y maitén.  10
Cuantas cosas gloriosas hiciste
te han cubierto a la pobre mujer.

Como Tú me pusiste en la boca
la canción por la sola merced:
como Tú me enseñaste este modo  15
de estirarte mi esponja con hiel,
yo me pongo a cantar tus olvidos,
por hincarte mi grito otra vez.

Yo te digo que me has olvidado
-pan de tierra de la insipidez-  20
leño triste que sobra en tus haces,
pez sombrío que afrenta la red.
Yo te digo con otro7 que «hay tiempo
de sembrar como de recoger».

No te cobro la inmensa promesa  25
de tu cielo en niveles de mies;
no te digo apetito de Arcángeles
ni Potencias que me hagan arder;
no te busco los prados de música
donde a tristes llevaste a pacer.  30

Hace tanto que masco tinieblas,
que la dicha no sé reaprender;
tanto tiempo que piso las lavas
que olvidaron vellones los pies;
tantos años que muerdo el desierto  35
que mi patria se llama la Sed8.
—25→

La oración de colinas divinas9
se ha raído en la gran aridez,
y ahora tengo en la mano una nueva,
la más seca, ofrecida a mi Rey.  40

Dame Tú el acabar de la encina
en fogón que no deje la hez;
dame Tú el acabar del celaje
que su sol hizo y quiso perder;
dame el fin de la pobre medusa  45
que en la arena consuma su bien.

He aprendido un amor que es terrible
y que corta mi gozo a cercén:
he ganado el amor de la nada,
apetito del nunca volver,  50
voluntad de quedar con la tierra
mano a mano y mudez con mudez,
despojada de mi propio Padre,
rebanada de Jerusalem.






ArribaAbajoNocturno de la derrota10


Yo no he sido tu Pablo absoluto
que creyó para nunca descreer,
una brasa violenta tendida
de la frente con rayo a los pies.
Bien le quise el tremendo destino,  5
pero no merecí su rojez.
—26→

Brasa breve he llevado en la mano,
llama corta ha lamido mi piel.
Yo no supe, abatida del rayo,
como el pino de gomas arder.  10
Viento tuyo no vino a ayudarme
y blanqueo antes de perecer.

Caridad no más ancha que rosa
me ha costado jadeo que ves.
Mi perdón es sombría jornada  15
en que miro diez soles caer;
mi esperanza es muñón de mí misma
que volteo y que ya es rigidez.

Yo no he sido tu Santo Francisco
con su cuerpo en un arco de «amén»,  20
sostenido entre el cielo y la tierra
cual la cresta del amanecer,
escalera de limo por donde
ciervo y tórtola oíste otra vez.

Esta tierra de muchas criaturas  25
me ha llamado y me quiso tener;
me tomó cual la madre a su entraña;
me la di, por mujer y por fiel.
¡Me meció sobre el pecho de fuego,
me aventó como cobra su piel!  30

Yo no he sido tu fuerte Vicente,
confesor de galera soez,
besador de la carne perdida,
con sus llantos siguiéndole en grey,
aunque le amo más fuerte que mi alma  35
y en su pecho he tenido sostén.

Mis sentidos malvados no curan
una llaga sin se estremecer;
—27→
mi piedad ha volteado la cara
cuando Lázaro ya es fetidez,  40
y mis manos vendaron tanteando,
incapaces de amar cuando ven.

Y no alcanzo al segundo Francisco11
con su rostro en el atardecer,
tan sereno de haber escuchado  45
todo mal con su oreja de Abel,
¡corazón desde aquí columpiado
en los coros de Melquisedec!

Yo nacía de una carne tajada
en el seco rincón de Israel,  50
Macabea que da Macabeos,
miel de avispa que pasa a hidromiel,
y he cantado cosiendo mis cerros
por cogerte en el grito los pies12.

Te levanto pregón de vencida,  55
con vergüenza de hacer descender
tu semblante a este campo de muerte
y tu mano a mi gran desnudez.

Tú, que losa de tumba rompiste
como el brote que rompe su nuez,  60
ten piedad del que no resucita
ya contigo y se va a deshacer,
con el liquen quemado en sus sales,
con genciana quemada en su hiel,
con las cosas que a Cristo no tienen  65
y de Cristo no baña la ley.
—28→

Cielos morados, avergonzados
de mi derrota.
Capitán vivo y envilecido,
nuca pisada, ceño pisado  70
de mi derrota.
Cuerno cascado de ciervo noble
de mi derrota.




ArribaAbajoNocturno de los tejedores viejos



Se acabaron los días divinos
de la danza delante del mar,
y pasaron las siestas del viento
con aroma de polen y sal,
y las otras en trigos dormidas.  5
con nidal de paloma torcaz.

Tan lejanos se encuentran los años
de los panes de harina candeal
disfrutados en mesa de pino,
que negamos, mejor, su verdad,  10
y decimos que siempre estuvieron
nuestras vidas lo mismo que están,
y vendemos la blanca memoria
que dejamos tendida al umbral.

Han llegado los días ceñidos  15
como el puño de Salmanazar.
Llueve tanta ceniza nutrida
que la carne es su propio sayal.
Retiraron los mazos de lino
y se escarda, sin nunca acabar,  20
un esparto que no es de los valles
porque es hebra de hilado metal13.
—29→

Nos callamos las horas y el día
sin querer la faena nombrar,
cual se callan remeros muy pálidos  25
los tifones, y el boga, el caimán,
porque el nombre no nutra al destino,
y sin nombre, se pueda matar.

Pero cuando la frente enderézase
de la prueba que no han de apurar,  30
al mirarnos, los ojos se truecan
la palabra en el iris leal,
y bajamos los ojos de nuevo,
como el jarro al brocal contumaz,
desolados de haber aprendido  35
con el nombre la cifra letal.

Los precitos contemplan la llama
que hace dalias y fucsias girar;
los forzados, como una cometa,
bajan y alzan su «nunca jamás».  40
Mas nosotros tan sólo tenemos,
para juego de nuestro mirar,
grecas lentas que dan nuestras manos,
golondrinas -al muro de cal,
remos negros que siempre jadean  45
y que nunca rematan el mar.

Prodigiosas las dulces espaldas
que se olvidan de se enderezar,
que obedientes cargaron los linos
y obedientes la leña mortal,  50
porque nunca han sabido de dónde
fueron hechas y a qué volverán.

¡Pobre cuerpo que todo ha aprendido
de sus padres José e Isaac,
y fantásticas manos leales,  55
—30→
las que tejen sin ver ni contar,
ni medir paño y paño cumplido,
preguntando si basta o si es más!

Levantando la blanca cabeza
ensayamos tal vez preguntar  60
de qué ofensa callada ofendimos
a un demiurgo al que se ha de aplacar,
como leños de hoguera que odiasen
el arder, sin saberse apagar.

Humildad de tejer esta túnica  65
para un dorso sin nombre ni faz,
y dolor el que escucha en la noche
toda carne de Cristo arribar,
recibir el telar que es de piedra
y la Casa que es de eternidad.  70




ArribaAbajoNocturno de José Asunción14

A Alfonso Reyes



Una noche como esta noche,
se han de dormir viniendo el día:
de Circe llena, ésa sería
la noche de José Asunción,
cuando a acabarse se tendía;  5

Emponzoñada por el sapo
que echa su humor en hierba fría,
—31→
y a la hierba llama al acedo
a revolcarse en acedía;

Alumbrada por esta luna,  10
barragana de gran falsía,
que la locura hace de plata
como olivo o sabiduría;

gobernada por esta hora
en que al Cristo fuerte se olvida,  15
y en que su mano, traicionada,
suelta el mundo que sostenía

(Y el mundo, suelto de su mano,
como el pichón de la que cría,
hacia la hora duodécima  20
sin su fervor se nos enfría);

taladrada por la corneja
que en la rama seca fingía
la vertical del ahorcado
con su dentera de agonía;  25

arreada por el Maligno
que huele al ciervo por la herida,
y le ofrece en el humus negro,
venda más negra todavía;

venda apretada de la noche  30
que, como a Antero15, cerraría,
con leve lana de la nada,
la boca de las elegías;
—32→

Noche en que la divina hermana
con la montaña se dormía,  35
sin entender que los que aman
se han de dormir viniendo el día;

Como esta noche que yo vivo
la de José Asunción sería.




ArribaAbajoNocturno del descendimiento

A Victoria Ocampo



Cristo del Campo, «Cristo de Calvario»16
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero al verte mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
Mi sangre aún es agua de regato;  5
la tuya se paró como agua en presa.
Yo tengo arrimo en hombro que me vale,
a ti los cuatro clavos ya te sueltan,
y el encuentro se vuelve un recogerte
la sangre como lengua que contesta,  10
pasar mis manos por mi pecho enjuto,
coger tus pies en peces que gotean.

Ahora ya no me acuerdo de nada,
de viaje, de fatiga, de dolencia.
El ímpetu del ruego que traía  15
se me sume en la boca pedigüeña,
de hallarme en este pobre anochecer
con un bulto vencido en una cuesta
—33→

que cae y cae y cae sin parar
en un trance que nadie me dijera.  20
Desde tu vertical cae tu carne
en cáscara de fruta que golpean:
el pecho cae y caen las rodillas
y en cogollo abatido, la cabeza.

Acaba de llegar, Cristo, a mis brazos,  25
peso divino, dolor que me entregan,
ya que estoy sola en está luz sesgada
y lo que veo no hay otro que me vea
y lo que pasa tal vez cada noche
no hay nadie que lo atine o que lo sepa,  30
y esta caída, los que son tus hijos,
como no te la ven no la sujetan,
y tu culpa de sangre no reciben,
¡de ser el cerro soledad entera
y de ser la luz poca y tan sesgada  35
en un cerro sin nombre de la Tierra!

Año de la Guerra Española.




ArribaAbajoLocas letanías



¡Cristo hijo de mujer,
carne que aquí amamantaron,
que se acuerda de una noche,
y de un vagido, y de un llanto:
recibe a la que dio leche  5
cantándome con tu salmo
y llévala con las otras,
espejos que se doblaron
y cañas que se partieron
en hijos sobre los llanos!  10
—34→

¡Piedra de cantos ardiendo,
a la mitad del espacio,
en los cielos todavía
con bulto crucificado;
y cuando busca a sus lujos,  15
piedra loca de relámpagos,
piedra que anda, piedra que vuela,
vagabunda hasta encontrarnos,
piedra de Cristo, sal a su encuentro
y cíñetela a tus cantos  20
y yo miro de los valles,
en señales, sus pies blancos!

¡Río vertical de gracia,
agua del absurdo santo,
parado y corriendo vivo,  25
en su presa y despeñado;
río que en cantares mientan
«cabritillo» y «ciervo blanco».
a mi madre que te repecha,
como anguila, río trocado,  30
ayúdala a repecharte
y súbela por tus vados!

¡Jesucristo, carne amante,
juego de ecos, oído alto,
caracol vivo del cielo,  35
de sus aires torneado:
abájate a ella, siente
otra vez que te tocaron;
vuélvete a su voz que sube
por los aires extremados,  40
y si su voz no la lleva,
toma la niebla de su hálito!

¡Llévala a cielo de madres,
a tendal de tus regazos,
—35→
que va y que viene en un golfo  45
de brazos empavesado,
de las canciones de cuna
mecido como de tallos,
donde las madres arrullan
a sus hijos recobrados  50
o apresuran con su silbo
a los que gimiendo vamos!

¡Recibe a mi madre, Cristo,
dueño de ruta y de tránsito,
nombre que ella va diciendo,  55
sésamo que irá gritando,
abra nuestra de los cielos,
albatros no amortajado,
gozo que llaman los valles!
¡Resucitado, Resucitado!  60





  —37→  

ArribaAbajoAlucinación

  —39→  

ArribaAbajoLa memoria divina

A Elsa Fano



Si me dais una estrella,
y me la abandonáis, desnuda ella
entre la mano, no sabré cerrarla
por defender mi nacida alegría,
Yo vengo de una tierra  5
donde no se perdía.

Si me encontráis la gruta
maravillosa, que como una fruta
tiene entraña purpúrea y dorada,
no cerraré la gruta  10
ni a la serpiente ni a la luz del día,
que vengo de una tierra
donde no se perdía.

Si vasos me alargaseis,
de cinamomo y sándalo, capaces  15
—40→
de aromar las raíces de la tierra
y de parar al viento cuando yerra,
a cualquier playa los confiaría,
que vengo de un país
en que no se perdía.  20

Tuve la estrella viva en mi regazo,
y entera ardí como un tendido ocaso.
Tuve también la gruta en que pendía
el sol, y donde no acababa el día.
Y no supe guardarlos,  25
ni entendía que oprimirlos era amarlos.
Dormí tranquila sobre su hermosura
y sin temblor bebía en su dulzura.

Y los perdí, sin grito de agonía,
que vengo de una tierra  30
en donde el alma eterna no perdía.




ArribaAbajo«La ley del tesoro»




I

Yo soy una que dormía
junto a su tesoro.
Él era un largo temblor
de ángeles en coro;
él era un montón de luces  5
o de ascuas de oro,
con su propia desnudez
vuelta su decoro.
Viviendo expuesto y desnudo
por más que lo adoro.  10
Cosa así, ¿quién la podría
—41→
cubrir con azoro?
Cosa así, ¿quién taparía
con manto de moro,
por más que cubrirla fuese  15
«La Ley del tesoro»?


II

Me lo robaron en día
o en noche bien clara;
soplando me lo aventaron
los genios sin cara;  20
desapareció lo mismo
que como llegara:
tener daga, tener lazo,
por nada contara.


III

Me dejó revoloteando  25
en el mundo huero
la Ley ladina del dios
mitad aparcero.
Me oigo la cantilena
como, el tero-tero17,  30
o como sobre las tejas
refrán de aguacero:
-«Guardarás bajo la mano
tu tesoro entero».
—42→


IV

Algún día ha de venir  35
el Dios verdadero
a su hija robada, mofa
de hombre pregonero.
Me soplará entre la boca
beso que le espero,  40
miaja o resina ardiendo
por la que me muero.

Se enderezará mi cuerpo,
venado ligero,
temblando recogerá  45
su don prisionero;
arderá desde ese día
al día postrero,
metal sin vela de dueño,
sin ¡ay! de marinero18.  50
¡Y no más me robarán
como al buhonero,
como al árbol del camino,
palma o bananero!




ArribaAbajoRiqueza


Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron  5
no fui desposeída:
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
—43→
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.  10

¡Ay, qué amada es la rosa
y qué amante la espina!
Como el doble contorno
de las frutas mellizas,
tengo la dicha fiel  15
y la dicha perdida...




ArribaAbajoGestos


ArribaAbajoLa copa



Yo he llevado una copa
de una isla a otra isla sin despertar el agua.
Si la vertía, una sed traicionaba;
por una gota, el don era caduco;
perdida toda, el dueño lloraría.  5

No saludé las ciudades;
no dije elogio a su vuelo de torres,
no abrí los brazos en la gran Pirámide
ni fundé casa con corro de hijos.

Pero entregando la copa, yo dije  10
con el sol nuevo sobre mi garganta:
-«Mis brazos ya son libres como nubes sin dueño
y mi cuello se mece en la colina
de la invitación de los valles».

Mentira fue mi aleluya: miradme.  15
Yo tengo la vista caída a mis palmas;
—44→
camino lenta, sin diamante de agua;
callada voy, y no llevo tesoro,
¡y me tumba en el pecho y los pulsos
la sangre batida de angustia y de miedo!  20




ArribaAbajoLa medianoche



Fina, la medianoche.
Oigo los nudos del rosal:
la savia empuja subiendo a la rosa.

Oigo
las rayas quemadas del tigre  5
real: no le dejan dormir.

Oigo
la estrofa de uno,
y le crece en la noche
como la duna.  10

Oigo
a mi madre dormida,
con dos alientos.
(Duermo yo en ella,
de cinco años).  15

Oigo el Ródano
que baja y que me lleva como un padre
ciego de espuma ciega.

Y después nada oigo
sino que voy cayendo  20
en los muros de Arlès
llenos de sol...



  —45→  


ArribaAbajoDos Ángeles


No tengo sólo un Ángel
con ala estremecida:
me mecen como al mar
mecen las dos orillas
el Ángel que da el gozo  5
y el que da la agonía,
el de alas tremolantes
y el de las alas fijas.

Yo sé, cuando amanece,
cuál va a regirme el día,  10
si el de color de llama
o el color de ceniza,
y me les doy como alga
la ola, contrita.

Sólo una vez volaron  15
con las alas unidas:
el día del amor,
el de la Epifanía.

¡Se juntaron en una
sus alas enemigas  20
y anudaron el nudo
de la muerte y la vida!






ArribaAbajoParaíso


Lámina tendida de oro,
y en el dorado aplanamiento,
dos cuerpos como ovillos de oro;
—46→

Un cuerpo glorioso que oye
y un cuerpo glorioso que habla  5
en el prado en que no habla nada.

Un aliento que va al aliento
y una cara que tiembla de él,
en un prado en que nada tiembla.

Acordarse del triste tiempo  10
en que los dos tenían Tiempo
y de él vivían afligidos,

a la hora de clavo de oro
en que el Tiempo quedó al umbral
como los perros vagabundos...  15




ArribaAbajoLa cabalgata19

A don Carlos Silva Vildósola



Pasa por nuestra Tierra
la vieja Cabalgata,
partiéndose la noche
en una pulpa clara
y cayendo los montes  5
en el pecho del alba.

Con el vuelo remado
de los petreles pasa,
o en un silencio como
de antorcha sofocada.  10
—47→
Pasa en un dardo blanco
la eterna Cabalgata...

Pasa, única y legión,
en cuchillada blanca,
sobre la noche experta  15
de carne desvelada.
Pasa si no la ven,
y si la esperan, pasa.

Se leen las Eneidas,
se cuentan Ramayanas,  20
se llora el Viracocha
y se remonta al Maya,
y madura la vida
mientras su río pasa.

Las ciudades se secan  25
como piel de alimaña
y el bosque se nos dobla
como avena majada,
si olvida su camino
la vieja Cabalgata...  30

A veces por el aire
o por la gran llanada,
a veces por el tuétano
de Ceres subterránea,
a veces solamente  35
por las crestas del alma,
pasa, en caliente silbo,
la santa Cabalgata...

Como una vena abierta
desde las solfataras,  40
como un repecho de humo,
como un despeño de aguas,
—48→
pasa, cuando la noche
se rompe en pulpas claras.

Oír, oír, oír,  45
la noche como valva,
con ijar de lebrel
o vista acornejada,
y temblar y ser fiel,
esperando hasta el alba.  50

La noche ahora es fina,
es estricta y delgada.
El cielo agudo punza
lo mismo que la daga
y aguija a los dormidos  55
la tensa Vía Láctea.

Se viene por la noche
como un comienzo de aria;
se allegan unas vivas
trabazones de alas.  60
Me da en la cara un alto
muro de marejada,
y saltan, como un hijo,
contentas, mis entrañas.

Soy vieja;  65
amé los héroes
y nunca vi su cara;
por hambre de su carne
yo he comido las fábulas.

Ahora despierto a un niño  70
y destapo su cara,
y lo saco desnudo
a la noche delgada,
y lo hondeo en el aire
—49→
mientras el río pasa,  75
porque lo tome y lleve
la vieja Cabalgata...




ArribaAbajoLa gracia

A Amado Alonso



Pájara Pinta
jaspeada,
iba loca
de pintureada,
por el aire  5
como llevada.

En esta misma.
madrugada,
pasó el río
de una lanzada.  10
La mañanita
pura y rasada
quedó linda
de la venteada.

Los que no vieron  15
no saben nada;
duermen a sábana
pegada,
y yo me alcé
con lucerada;  20
medio era noche,
medio albada.
Me crujió el aire
a su pasada,
—50→
y ella cruzó  25
como rasgada,
por cara y hombro
mío azotada.

Pareció lirio
o pez-espada.  30
Subió los aires
hondeada,
de cielo abierto
devorada,
y en un momento  35
fue nonada.
Quedé temblando
en la quebrada.
¡Albricia mía20
arrebatada!  40




ArribaAbajoLa rosa



La riqueza del centro de la rosa
es la riqueza de tu corazón.
Desátala como ella:
su ceñidura es toda tu aflicción.

Desátala en un canto  5
o en un tremendo amor.
No defiendas la rosa:
¡te quemaría con el resplandor!





  —51→  

ArribaAbajoHistorias de loca


ArribaAbajo- I -

La muerte-niña


A Gonzalo Zaldumbide



En esa cueva nos nació21,
y como nadie pensaría,
nació desnuda y pequeñita
como el pobre pichón de cría.

¡Tan entero que estaba el mundo!  5
¡tan fuerte que era al mediodía!
¡tan armado como la piña,
cierto del Dios que sostenía!

Alguno nuestro la pensó
como se piensa villanía;  10
la Tierra se lo consintió
y aquella cueva se le abría.

De aquel hoyo salió de pronto,
con esa carne de elegía;
salió tanteando y gateando  15
y apenas se la distinguía.

Con una piedra se aplastaba,
con el puño se la exprimía.
Se balanceaba como un junco
y con el viento se caía...  20

Me puse yo sobre el camino
para gritar a quien me oía:
—52→
-«¡Es una muerte de dos años
que bien se muere todavía!»

Recios rapaces la encontraron,  25
a hembras fuertes cruzó la vía;
la miraron Nemrod y Ulises,
pero ninguno comprendía...

Se envilecieron las mañanas,
torpe se hizo el mediodía;  30
cada sol aprendió su ocaso
y cada fuente su sequía.

La pradera aprendió el otoño
y la nieve su hipocresía,
la bestezuela su cansancio,  35
la carne de hombre su agonía.

Yo me entraba por casa y casa
y a todo hombre se lo decía:
-«¡Es una muerte de siete años
que bien se muere todavía!»  40

Y dejé de gritar mi grito
cuando vi que se adormecían.
Ya tenían no sé qué dejo
y no sé qué melancolía...

Comenzamos a ser los reyes  45
que conocen postrimería
y la bestia o la criatura
que era la sierva nos hería.

Ahora el aliento se apartaba
y ahora la sangre se perdía,  50
y la canción de las mañanas
como cuerno se enronquecía.
—53→
La Muerte tenía treinta años;
ya nunca más se moriría,
y la segunda Tierra nuestra  55
iba abriendo su Epifanía.

Se lo cuento a los que han venido,
y se ríen con insanía:
«-Yo soy de aquellas que bailaban
cuando la Muerte no nacía...»  60




ArribaAbajo- II -

La flor del aire22


A Consuelo Saleva



Yo la encontré por mi destino,
de pie a mitad de la pradera,
gobernadora del que pase,
el que le hable y que la vea.

Y ella me dijo: -«Sube al monte.  5
Yo nunca dejo la pradera,
y me cortas las flores blancas
como nieves, duras y tiernas».

Me subí a la ácida montaña,
busqué las flores donde albean,  10
entre las rocas existiendo
medio-dormidas y despiertas.
—54→

Cuando bajé, con carga mía,
la hallé a mitad de la pradera,
y fui cubriéndola frenética,  15
con un torrente de azucenas.

Y sin mirarse la blancura,
ella me dijo. -«Tú acarrea
ahora sólo flores rojas.
Yo no puedo pasar la pradera».  20

Trepé las peñas con el venado,
y busqué flores de demencia,
las que rojean y parecen
que de rojez vivan y mueran.

Cuando bajé se las fui dando  25
con un temblor feliz de ofrenda,
y ella se puso como el agua
que en ciervo herido se ensangrienta.

Pero mirándome, sonámbula,
me dijo: -«Sube y acarrea  30
las amarillas, las amarillas.
Yo nunca dejo la pradera».

Subí derecho a la montaña
y me busqué las flores densas,
color de sol y de azafranes,  35
recién nacidas y ya eternas.

Al encontrarla, como siempre,
a la mitad de la pradera,
segunda vez yo fui cubriéndola,
y la dejé como las eras.  40

Y todavía, loca de oro,
me dijo: -«Súbete, mi sierva,
—55→
y cortarás las sin color,
ni azafranadas ni bermejas».

«Las que yo amo por recuerdo  45
de la Leonora y la Ligeia,
color del Sueño y de los sueños.
Yo soy Mujer de la pradera».

Me fui ganando la montaña,
ahora negra como Medea,  50
sin tajada de resplandores,
como una gruta vaga y cierta.

Ellas no estaban en las ramas,
ellas no abrían en las piedras
y las corté del aire dulce,  55
tijereteándolo ligera.

Me las corté como si fuese
la cortadora que está ciega.
Corte de un aire y de otro aire,
tomando el aire por mi selva...  60

Cuando bajó de la montaña
y fui buscándome a la reina,
ahora ella caminaba,
ya no era blanca ni violenta;

ella se iba, la sonámbula,  65
abandonando la pradera,
y yo siguiéndola y siguiéndola
por el pastal y la alameda.

Cargada así de tantas flores,
con espaldas y manos aéreas,  70
siempre cortándolas del aire
y con los aires como siega...
—56→

Ella delante va sin cara;
ella delante va sin huella,
y yo la sigo todavía  75
entre los gajos de la niebla,

con estas flores sin color,
ni blanquecinas ni bermejas,
hasta mi entrega sobre el límite,
cuando mi Tiempo se disuelva...  80




ArribaAbajo- III -

La sombra23




En un metal de cipreses
y de cal espejeadora,
sobre mi sombra caída
bailo una danza de mofa.

Como plumón rebanado  5
o naranja que se monda,
he aventado y no recojo
el racimo de mi sombra.

La cobra negra seguíame,
incansable, por las lomas,  10
o en el patio, sin balido,
en oveja querenciosa.

Cuando mi néctar bebía
me arrebataba la copa;
—57→
y sobre el telar soltaba  15
su greña gitana o mora.

Cuando en el cerro yo hacía
fogata y cena dichosa,
a comer se me sentaba
en niña de manos rotas...  20

Besó a Jacob hecha Lía,
y él le creyó a la impostora,
y pensó que me abrazaba
en antojo de mi sombra.

Está muerta y todavía  25
juega, mañosa a mi copia,
y la gritan con mi nombre
los que la giran en ronda...

Veo de arriba su red
y el cardumen que desfonda;  30
y yo río, liberada
perdiendo al corro que llora.

Siento un oreo divino
de espaldas que el aire toma
y de más en más me sube  35
una brazada briosa.

Llego por un mar trocado
en un despeño de sonda,
y arribo a mi derrotero
de las Divinas Personas.  40

En tres cuajos de cristales
o tres grandes velas solas,
me encontré y revoloteo,
en torno de las Gloriosas.
—58→

Cubren sin sombra los cielos,  45
como la piedra preciosa,
sin mi sombra bailo
los cielos como mis bodas...




ArribaAbajo- IV -

El fantasma




En la dura noche cerrada
o en la húmeda mañana tierna,
sea invierno, sea verano,
esté dormida, esté despierta.

Aquí estoy si acaso me ven,  5
y lo mismo si no me vieran,
queriendo que abra aquel umbral
y me conozca aquella puerta.

En un turno de mando y ruego,
y sin irme, porque volviera,  10
con mis sentidos que tantean
sólo este leño de una puerta,

aquí me ven si es que ellos ven,
y aquí estoy aunque no supieran,
queriendo haber lo que yo había,  15
que como sangre me sustenta;

en país que no es mi país,
en ciudad que ninguno mienta,
junto a casa que no es mi casa,
pero siendo mía una puerta,  20
—59→

detrás la cual yo puse todo,
yo dejé todo como ciega,
sin traer llave que me conozca
y candado que me obedezca.

Aquí me estoy, y yo no supe  25
que volvería a esta puerta
sin brazo válido, sin mano dura
y sin la voz que mi voz era;

que guardianes no me verían
no oiría su oreja sierva,  30
y sus ojos no entenderían
que soy íntegra y verdadera;

que anduve lejos y que vuelvo
y que yo soy, si hallé la senda,
me sé sus nombres con mi nombre  35
y entre puertas hallé la puerta,

¡a buscar lo que les dejé24,
que es mi ración sobre la tierra,
de mí respira y a mí salta,
como un regato, si me encuentra!  40

A menos que él también olvide
y que tampoco entienda y vea
mi marcha de alga lamentable
que se retuerce contra su puerta.

Si sus ojos también son esos  45
que ven sólo las formas ciertas,
que ven vides y ven olivos
y criaturas verdaderas;

y de verdad yo soy la Larva
desgajada de otra ribera,  50
—60→
que resbala país de hombres
con su hueso de sueño y niebla;

¡que no raya su pobre llano,
y no lo arruga de su huella,
que no echa vaho de jadeo  55
contra la piedra de una puerta!

¡Que dormida dejó su carne,
como el árabe deja la tienda,
y por la noche, sin soslayo,
llegó a caer sobre su puerta!  60







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