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Tanto con tan poco

Beatriz Sarlo





Se trata sólo de un párrafo. Sin embargo, en esa brevísima ficción histórica, Sarmiento escribe un argumento de novela de aventuras, de novela romántica, de folletín. El Facundo tiene decenas de cuadros como el de la Severa Villafañe: el día que Facundo maltrata a su padre, cuando pelea a lanzazos con un oficial, cuando se resiste a pagar las deudas de juego, cuando aterroriza a sus prisioneros. Pero nunca como en el párrafo que dedica a la historia de Severa, Sarmiento consigue tanto con tan poco.

Aquí ha apresado el movimiento de un personaje y muestra su verdad, hecha de pasión, inmediatez y violencia. Sintético como un plan de trabajo futuro, es, al mismo tiempo, una condensación de géneros literarios y un juicio moral. Sarmiento escribe el enfrentamiento entre dos fuerzas: la belleza de Severa, que magnetiza a Facundo, y la voluntad del caudillo que destruirá esa belleza. La condición de la historia es precisamente la de esa belleza honesta y por lo tanto inalcanzable.

Facundo se ha enamorado de Severa Villafañe. La requiere, persigue a su familia, aterroriza a la mujer con sus pretensiones hasta obligarla a refugiarse en un convento. En unas pocas frases, se arma una historia de persecuciones que no son políticas pero que, por lo tanto, definen mucho más a un caudillo dispuesto a servirse de hombres y bienes como si no existieran los límites entre lo público y lo privado. En la pequeña ciudad de provincia, la historia del siniestro cortejo de Severa Villafañe aterró a las mujeres e hizo sentir a los hombres la impotencia del miedo frente al poder. Ni hermanos, ni padres, ni maridos serían ya el escudo seguro del honor de sus mujeres: éstas podían, con una sola mirada, convertirse en propiedad de Facundo, cuyos deseos no conocen otro fin que el del hartazgo o el tiempo. La relación virtuosa entre miembros de una misma estirpe se ha quebrado; Facundo puede llegar en cualquier momento y, con él, la tragedia provocada por la suspensión de todo límite.

Rechazado cien veces, Facundo intenta envenenar a Severa; luego, en un paroxismo de pasión, toma opio para quitarse la vida. Una tarde, entra al patio de la casa familiar y arrebata a Severa, que se le resiste; Facundo la humilla, la golpea hasta desangrarla pero no puede tomarla.

Después, Severa Villafañe se esconde en un convento, confiando en que ese obstáculo, puesto a la pasión por la religión, sería al mismo tiempo su cárcel definitiva y su refugio. Hasta allí llega Facundo, obliga a que se le abran las puertas y que Severa se presente. Ella lo ve, da un grito y cae. Un gran final, sostenido y abrupto, para una historia folletinesca donde la huida y la persecución dejan de moverse por el impulso de la política para seguir mandatos más profundos y permanentes: la pasión unida al poder. Eso es Facundo frente a Severa: un apasionado a quien el poder habilita para la muerte. En lo que Sarmiento no cuenta está todo el folletín: la huida de Severa, las persecuciones, otros hombres que probablemente la amaban y que pudieron haber muerto para defenderla, la impotencia de sus hermanos, la exasperación de una casa donde ha entrado la sombra de algo inevitable.

Y Severa es literalmente nada: el cuerpo frágil donde se estrella el deseo del caudillo. Este enfrentamiento mítico entre belleza y fuerza sostiene las breves líneas de Sarmiento. La historia de Severa Villafañe es todo movimiento; hacia delante, sin saber adonde, corre Severa para librar su cuerpo de la desnudez o la muerte que la espera con Facundo. Miserable y martirizada Severa, belleza viva, es alcanzada por una fuerza que la deja allí, tendida y exánime, en el gran desenlace operístico de una novela romántica que se esconde en un párrafo de Facundo.





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