Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo segundo


Escena primera

 

DOÑA RUFINA y ANA,con un plumero en la mano limpiándolo todo

 
DOÑA RUFINA.
¿Está todo colocado...?
¿Las cortinas están ya?
ANA.
Sí, señora; todo está
muy limpio y muy arreglado.
DOÑA RUFINA.
A la señorita llama.
¿Qué hace ahora?
ANA.
Yo no sé.
En la alcoba pienso que
estará haciendo la cama.
DOÑA RUFINA.
Que venga aquí.
ANA.

 (Corriendo a la izquierda.) 

Señorita.
DOÑA PAQUITA.

 (Dentro.) 

Ya voy... ¿Qué se ofrece?
DOÑA RUFINA.
Ana.
¿pusiste la palangana?
ANA.
Todo está listo.
DOÑA RUFINA.

 (En voz alta.) 

¡Paquita!
DOÑA PAQUITA.

 (Dentro.) 

¡Mamá!
DOÑA RUFINA.
Ven pronto, mujer.


Escena II

 

Las mismas y DOÑA PAQUITA

 
DOÑA PAQUITA.
¿Qué manda usted?
DOÑA RUFINA.
¿Así estás?
¿Por qué a vestirte no vas?
DOÑA PAQUITA.
Como aun hay tanto que hacer..,
DOÑA RUFINA.
Ponte el vestido mejor,
y no olvides el collar.
DOÑA PAQUITA.
¿Cómo se me ha de olvidar?
DOÑA RUFINA.
Anda, vete al tocador


Escena III

 

DOÑA RUFINA y ANA

 
DOÑA RUFINA.
¡Jesús, cuánto tarda Alberto!
¿La plata no la han traído...?
ANA.
No. señora.
DOÑA RUFINA.
¿Ni han venido
los lacayos?
ANA.
No, por cierto.
DOÑA RUFINA.
A la puerta están llamando...
El repostero será...
Corre a verlo.
ANA.
Voy allá.
DOÑA RUFINA.
Pues ¿qué aguardas?
ANA.

 (Suelta el plumero.) 

Voy volando.

 (Vase.) 



Escena IV

 

DOÑA RUFINA, sola

 
DOÑA RUFINA.
Vaya..., parece un sueño. ¡Qué alegría!
¿Quién tal fortuna ha un mes pensar pudiera?
¡Trescientos mil! ¡Pues es una friolera!
De que todas me envidien llegó el día.
¿Y aquel vil tenderillo pretendía
conmigo emparentar? ¡Lindo estuviera!
Marcho al punto a Madrid, y la primera
figura voy a hacer, ¿por vida mía!
Comprará luego un título mi hermano,
pretenderá el toisón, un regimiento
para Miguel... Y yo..., la banda; es llano.
Un duque o un príncipe al momento
de mi Paquita pedirá la mano,
No sé cómo de gozo no reviento.


Escena V

 

DOÑA RUFINA, ANA y dos MANDADEROS, cada uno con una gran batea cubierta con una servilleta: en una, platos y cubiertos de plata; en otra, vasos, copas, botellas y mantelería

 
ANA.
Señora, ya están aquí
los mozos del repostero.
DOÑA RUFINA.
Bien; mas veamos primero
si viene lo que pedí.

 (Reconoce una batea.) 

ANA.
¡Ay qué plata tan hermosa!
Si fuera nuestra... ¡Ojalá!
DOÑA RUFINA.
Pronto tu ama la tendrá
de más peso y más costosa.
Platos de oro he de tener
con que a duques, a señores,
príncipes y embajadores
dar en Madrid de comer.
ANA.
¡Qué, señora!, ¿a Madrid vamos...?
¡Qué gusto si pronto fuera!
DOÑA RUFINA.

 (Con mucha gravedad.) 

Las gentes de nuestra esfera
bien sólo en la corte estamos.
ANA.

 (Reconociendo la otra batea.) 

Los manteles y el cristal,
aquí vienen.
DOÑA RUFINA.

 (Después de mirarlo todo.) 

Guarda todo,
que de servir luego el modo
te diré a ti y a Pascual.

 (Vanse ANA y los mozos.) 



Escena VI

 

DOÑA RUFINA, DON ALBERTO, PERICO y FACO, cada uno con un lío de ropa

 
DON ALBERTO.
La ropa tienes ahí,
y éstos los lacayos son.
Tú que se vistan dispón.
DOÑA RUFINA.
¿Y la fonda?
DON ALBERTO.
Ya pedí
una abundante comida,
que al momento en que avisemos
aquí en casa la tendremos
con todo primor servida.
DOÑA RUFINA.
¿Y tu uniforme?
DON ALBERTO.
Ahí está.
DOÑA RUFINA.

 (Desata el lío que le ha señalado DON ALBERTO, y saca un uniforme bordado de plata.) 

Tómalo y vete a vestir,
que no tardará en venir
nuestro hermano.
DON ALBERTO.

 (Tomando el uniforme.) 

Voy allá.

 (Vase.) 



Escena VII

 

DOÑA RUFINA, PERICO y FACO

 
DOÑA RUFINA.

 (Desata el otro envoltorio y saca dos libreas ridículas.) 

Estas librea tened;

 (Registrándolas.) 

las mejores de Sevilla.
Mas, ¡ay Jesús!, la polilla
cuál me las ha puesto... Ved.
Pero no importa. Por hoy
así servirán. Mañana,
de la más hermosa grana
otras dos a encargar voy.

 (PERICO toma una casaca y FACO otra.) 

¿Cómo te llamas tú? Di.
PERICO.
Yo, Perico.
FACO.
Y Faco yo.
DOÑA RUFINA.
¿Y habéis servido?
PERICO.
Yo no.
FACO.
Ni yo tampoco serví.
DOÑA RUFINA.
Mejor. En casa ha de ser
sólo vuestra obligación
cerrar y abrir el portón,
servir la mesa y barrer,
encender los reverberos,
ser muy limpios y callados,
ir a la calle a recados
y cuidar de los braseros,
y principalmente dar
a toditos señoría.
Ni de noche ni de día
esto se os ha de olvidar.
PERICO.
Muy bien está, señora ama.
¿Y el salario cuánto es?
DOÑA RUFINA.
Será... tres duros al mes,
con comida, ropa y cama.
PERICO y FACO.
Estamos listos.
DOÑA RUFINA.
Ahora
lavaros muy bien podéis
y la librea os pondréis.
PERICO y FACO.
Está bien.
DOÑA RUFINA.
Ana.


Escena VIII

 

Los mismos y ANA

 
FACO.
Señora.
DOÑA RUFINA.
Mientras me voy a vestir
no te descuides, ¡por Dios!
Que se limpien estos dos
y enséñalos a servir.

 (Vase.) 



Escena IX

 

PERICO, FACO y ANA

 
ANA.
¡Buena gente va acudiendo!
Venid, pues, a la cocina.
PERICO.
Si usía nos encamina...
FACO.
Si usía...
ANA.

 (Sorprendida.) 

¿Qué estáis diciendo?
PERICO y FACO.
Que usía...
ANA.

 (Con enfado.) 

¿Os burláis de mí?
¡Por Dios, medrados estamos!
En muy mal pie comenzamos,
y si imagináis que así...
PERICO.
Pues ¿qué...?
FACO.
¿Ofendemos a usía?
ANA.
¿Cómo...? ¡Bellacos!...
PERICO y FACO.
¡Señora!
ANA.
¿Venís con burlas ahora...?
¡Infames!... ¡Por vida mía...!
PERICO.
Pues nosotros, ¿qué decimos?
FACO.
¿Por ventura la ofendemos?
PERICO.
Sólo con lo que debemos
exactamente cumplimos.
ANA.

 (Sofocada.) 

¿Señoría a mí?
PERICO.
Pues no.
FACO.
Que tratáramos así
a cuantos están aquí
la señora nos mandó.
ANA.

 (Convirtiendo el enfado en risa.) 

Bestias, tan sólo a los amos.
¿No veis que soy la fregona?
PERICO.
Al ver tan gentil persona,
que era importante pensamos.
ANA.
¿Es requiebro...? Sus, venid.
FACO.

 (Con familiaridad.) 

¡Bendita tu cara!
PERICO.
Amén.
ANA.

 (Con seriedad.) 

No tan llano. Un ten con ten,
y de él jamás os salid.

 (Haciendo ademán de irse.) 



Escena X

 

Los mismos y DON MIGUEL

 
DON MIGUEL.
Ana, espera. ¿Hay rostros nuevos?
¿Ha llegado Blas, o no?
ANA.
No, señor; aún no llegó,
DON MIGUEL.
Pues ¿quiénes son los mancebos?
ANA.
Son los lacayos.
DON MIGUEL.
Bien va.
Son buen par de mocetones.
ANA.
A vestirse de sayones
destinados están ya.
Limpiarlos mi encargo es,
y no es pequeño trabajo;
con arena y estropajo
no se logrará en un mes.

 (Vanse.) 



Escena XI

 

DON MIGUEL y DON ALBERTO, con su uniforme

 
DON ALBERTO.
¡Hola, Miguel! Me alegro de encontrarte.
DON MIGUEL.
¡Jesús, y qué buen mozo y qué lucido!
DON ALBERTO.
¿Te parezco galán?
DON MIGUEL.
Y de mirarte
absorto me he quedado y confundido.
Con grande lujo estás. Felicitarte
debo de que por fin haya salido
uniforme tan rico y bien bordado
del cautiverio donde oculto ha estado.
DON ALBERTO.
Recibir es preciso al buen limeño
con apariencia tal.
DON MIGUEL.
Según tu hermana.
DON ALBERTO.
Y a ti, ¿cómo te fue con tu extremeño?
¿Te ha tratado mejor que esta mañana?
DON MIGUEL.
Calla, Alberto, por Dios. Es vano empeño
ganar a ese bribón que a todos gana.
DON ALBERTO.
¿Conque aquellos durillos...?
DON MIGUEL.
Ya volaron,
y ni un instante en mi poder pararon.
Y de Blas, ¿hay noticia?
DON ALBERTO.
No, por cierto.
DON MIGUEL.
Pues el vapor ya ha rato que ha venido.
DON ALBERTO.
¿Ha llegado el vapor?
DON MIGUEL.
Sin duda, Alberto.
Yo he visto ya personas que ha traído.
DON ALBERTO.
El portón me parece que han abierto.
DON MIGUEL.
Lo mismo a mí también me ha parecido.
Será tal vez...

 (Mirando a la puerta de la escalera.) 

Mas no, que es el criado.
DON ALBERTO.
¡Hola, Pascual! ¿El huésped ha llegado?


Escena XII

 

Los mismos y PASCUAL

 
PASCUAL.
Si por el aire no vino,
por vida de Barrabás
que no ha llegado don Blas,
o yo estoy fuera de tino.
DON ALBERTO.
¿Qué dices?
PASCUAL.
Que no parece,
aunque con una linterna...
DON ALBERTO.
¿Tú vienes de la taberna?
PASCUAL.
Gracias, señor; se agradece.
Si el vino he probado yo,
que vino me vuelva. He estado
tomando el sol muy sentado
hasta que el vapor llegó.
Llegó, y vi desembarcar
a todos, uno por uno
y no me quedó ninguno
que quedase por contar.
Treinta eran los pasajeros,
y a todos pregunté en vano,
pues no saben del indiano
ni ellos ni los marineros.
Viendo, pues, que no venía
en aquel barco infernal,
tomé por el arenal
en derechura la vía
y sin parar me encajé
en la puerta de Carmona,
a ver a cierta persona
que allí a esperar envié.
Y con los guardas está
y a ninguno entrar ha visto,
y es muchacho muy listo,
que no se emborrachará;
aunque para contentarlo
y que esté más diligente,
a seis cuartos de aguardiente
fue forzoso convidarle.
Ni silla de posta alguna
parece en todo el camino,
ni caballos, e imagino
que esperar más es tontuna.
DON MIGUEL.
¿Conque no hay nada?
PASCUAL.
Señores,
yo luego me encaramé
en la Giralda y miré
todos los alrededores,
y ni calesa, ni coche,
ni carro...
DON ALBERTO.
Pues tal vez Blas
se habrá detenido más
en Cádiz...
DON MIGUEL.
Hasta la noche
esperarlo es lo más cierto,
que no tarda todavía.


Escena XIII

 

Los mismos y DOÑA RUFINA, que sale vestida de gala estrafalariamente

 
DOÑA RUFINA.
No gastas, por vida mía,
escasa pachorra, Alberto.
¿Conque ya Pascual volvió,
y no me llamas?
DON ALBERTO.
En vano
fuera, pues de nuestro hermano
no trajo noticia.
DOÑA RUFINA.
¿No...?
PASCUAL.
Ni por tierra ni por río
rastro se descubre de él.
DON ALBERTO.
Que no tarda cree, Miguel;
pero yo ya desconfío
de que por hoy lo veamos.
DOÑA RUFINA.
¿Estás seguro, Pascual?
PASCUAL.
¿Que si lo estoy...? ¡Voto a tal...!
DOÑA RUFINA.
Pues, señor, frescos estamos.


Escena XIV

 

Los mismos y ANA, PERICO y FACO, vestidos de librea

 
ANA.
Aquí traigo a estos mancebos
limpios, galanes y hermosos.
DON MIGUEL.
Ya se ve que están vistosos.
ANA.
Los he puesto como nuevos.
DOÑA RUFINA.
Y muy bien que están así.
Mas ¿no llamaron...? Ve, Ana.
 

(Suenan golpes a la puerta. Vase ANA.)

 


Escena XV

 

Los mismos, menos ANA

 
DOÑA RUFINA.
Miremos por la ventana.

 (Se acerca al balcón.) 

¡Ay! ¡Un caballo está aquí!
DON ALBERTO.
¿Un caballo?
DON MIGUEL.
Será Blas.
DON ALBERTO.
Vamos, pues.
DOÑA RUFINA.
Algún criado...
 

(Hacen todos ademán de salir.)

 


Escena XVI

 

Los mismos y ANA, que entra asustada

 
ANA.
Un hombre muy mal portado
se cuela sin más ni más.
Cuando del cordel tiré,
sin preguntar se encajó
y la escalera tomó...,
y... Aquí está ya su mercé.


Escena XVII

 

Los mismos y DON BLAS, vestido de camino pobre y estrafalariamente

 
DON BLAS.
Sí; no hay duda... ¿Sois vosotros...?
Vosotros sois mis hermanos.
Alberto, amada Rufina,
llegad, llegad a mis brazos.
DON ALBERTO.
¡Ay, Blas es...!
DOÑA RUFINA.
Blas es, no hay duda.

 (Abrázanse.) 

¡Jesús!... ¡Qué alegría!
DON ALBERTO.
¡Hermano!
DON BLAS.
¡Rufina!... ¡Alberto!... ¿Qué gozo!
DON ALBERTO.
¡Qué dicha!...
DOÑA RUFINA.
¡Blas adorado!
 

(Mientras el diálogo siguiente, ANA habla con PERICO y FACO, los cuales salen por la puerta que da a lo exterior; por la misma vuelve uno con una maletilla y otro con una capa parda, lo entran todo por la puerta del fondo y vuelven a salir, quedándose a un lado de la escena.)

 
DON BLAS.
¡Ah!... Mentira me parece.
Aunque muy viejos os hallo,
os hubiera conocido
entre un millón. Otro abrazo
dadme, otro, por vuestra vida,
porque sólo así descanso.

 (Abrázanse otra vez.) 

DOÑA RUFINA.
Y nosotros solamente
en abrazarte ciframos
nuestras dichas y contentos.
DON ALBERTO.
Blas, por ti no pasan años.
DOÑA RUFINA.
Como el día que partiste,
la mismo estás; no han mudado
nada tu fisonomía.
DON ALBERTO.
Nada.
DON BLAS.
Pues muchos trabajos
he sufrido, hermanos míos,
muchos, muchos.
DOÑA RUFINA.
Ya acabaron,
pues estás entre nosotros
y será nuestro cuidado
el servirte y el mimarte.
DON BLAS.
Queridos, así lo aguardo.
DOÑA RUFINA.

 (Presentándole a DON MIGUEL.) 

Y de Miguel, ¿no te acuerdas?
DON ALBERTO.
De nuestro primo.
DON BLAS.

 (Recapacitando.) 

El muchacho
hijo de la tía Catana;
aquel tan travieso y malo,
que allá en la plaza del Pan
andaba roscas hurtando
descalcillo y...
PASCUAL.

 (Aparte.) 

¡Gran memoria!
DOÑA RUFINA.

 (Con gravedad.) 

De éste que está aquí te hablo,
que es militar muy valiente
y capitán de caballos.
DON BLAS.

 (Con cariño.) 

¡Voto a Sanes!... ¡Miguelillo!...
Ven a abrazarme.

 (Abrázale.) 

¡Qué guapo!
De verte hombre de provecho
me alegro en el alma. ¡Cuánto
has crecido...! ¿Conque eres
un señor capitanazo?
Sea enhorabuena. Rufina,
¿y la muchacha?
DOÑA RUFINA.

 (Arrimándose a los bastidores.) 

Volando.
Ven, Paquita, a ver al tío.
DON BLAS.
Hanme dicho que es un pasmo
de hermosura.
DOÑA RUFINA.
¡Niña, pronto!


Escena XVIII

 

Los mismos y DOÑA PAQUITA, vestida sencillamente y con un collar de perlas gordas

 
DOÑA PAQUITA.
Mamá...
DON BLAS.

 (Corriendo a abrazarla.) 

¡Sobrina del alma!
Por cierto, no han ponderado.
Es muy linda, mucho, mucho.
¡Qué ojillos tan vivarachos!
DOÑA RUFINA.
Que sea buena es menester.
DON BLAS.
Que es buena está publicando
su semblante. Eres muy mona.
DOÑA PAQUITA.

 (Con mucha modestia.) 

Gracias, tío.
DON BLAS.

 (Reparando en el collar.) 

Con mi encargo
veo que cumpliste, hermosa.
Di: ¿las perlas te han gustado?
DOÑA PAQUITA.
Y yo doy a usted las gracias
por tan soberbio regalo.
DON ALBERTO.
Es magnífico en verdad.
DOÑA RUFINA.
Es joya de soberano.
DON BLAS.
Es tan sólo una friolera
que en tiempos afortunados,
por ciertas cuentas y embrollos,
vino a parar a mis manos.
DOÑA RUFINA.
Pero, Blas, con la alegría
de verte aquí no pensamos
en lo que importa. ¡Al momento
querrás comer!...
DON BLAS.
He tomado
en la venta de Eritaña
unas chuletas y un trago,
y ahora ya gana no tengo,
más necesito descanso.
DOÑA RUFINA.
Bien. Pues la cama está hecha.
DON BLAS.
Vestido dormiré un rato.
DOÑA RUFINA.
Pero quítate las botas.
Ponte una bata.

 (A los lacayos.) 

Muchachos,
traed la bata y las chinelas.
 

(ANA hace señas a PERICO y FACO, y se los lleva por la puerta del fondo.)

 


Escena XIX

 

Los mismos, menos ANA, PERICO y FACO

 
DON ALBERTO.
Dime, Blas: ¿por qué en el barco
de vapor no te has venido?
DON BLAS.
De embarcación estoy harto.
DON MIGUEL.
Pues en posta...
DON BLAS.
Más de prisa
por la marisma a caballo
pensé llegar.
DOÑA RUFINA.
Y tú, Alberto,
¿por qué no avisas volando
a la fonda...?
DON ALBERTO.
Sí; ahora mismo
irá Pascual en dos saltos.
 

(Habla aparte con PASCUAL, y éste sale con toda prisa por la puerta que da a la escalera.)

 


Escena XX

 

Los mismos, menos PASCUAL, y sale ANA, y con ella, PERICO, trayendo una bata, y FACO, unas chinelas

 
FACO.

 (A DON BLAS.) 

Aquí tiene usía chinelas.
Las botas le iré quitando,
si usía permite.
PERICO.
Y la bata
tiene usía a su mandato.
Si quiere algo más usía...
DON BLAS.

 (Los mira atentamente, y dice a DOÑA RUFINA:) 

¿Quién son estos mamarrachos,
que parece me hacen burla?
DOÑA RUFINA.
¡Qué, Blas! ¡Si son mis lacayos!
DON BLAS.

 (Sentándose en una silla que le trae ANA.) 

Tus la..., ¿qué?
DOÑA RUFINA.
Según es uso
son de librea criados.
DON BLAS.
Ya.
ANA.
Si usía quiere lavarse,
todo está listo en su cuarto.
DON BLAS.
¿Tú también eres lacaya?...
ANA.

 (Burlándose.) 

Yo soy la dama.
DON BLAS.
Ya caigo.
 

(Se deja DON BLAS con mucha calma quitar las botas y el vestido y poner la bata y chinelas, y los lacayos, haciéndole una reverencia, se llevan la ropa que le han quitado, yéndose por la puerta del fondo.)

 


Escena XXI

 

Los mismos, menos PERICO y FACO

 
DON BLAS.
Dime, Rufina: ¿y por qué
este par de mamarrachos,
que al verlos dirá cualquiera
que en el Carvanal estamos,
me dan tales señorías?...
DOÑA RUFINA.
Lo exige así nuestro rango.
DON BLAS.
Será el tuyo; pero el mío...
¿O es que en esta tierra acaso
andan ya los tratamientos
como en la calle los cantos?
DOÑA RUFINA.
¡Qué gracia!
DON ALBERTO.
¡Qué buen humor!
DOÑA RUFINA.
Tiene mucho chiste. Hermano,
es el uso recibido.
Si tú...
DON BLAS.
No me da cuidado,
aunque me den eminencia,
como no me den de palos.
Mas lo que ahora yo deseo
es sólo dormir un rato.
DOÑA RUFINA.
Sí, hijo mío, en el instante.
Tú eres el dueño, tú el amo,
tú eres el rey de esta casa.
Todos somos tus esclavos.
Dispón, manda, determina,
pide, ordena. Destinados
todos, todos a servirte
con mil amores estamos.

 (Levantándole de la silla con mucho cuidado y cariño y encaminándose con él del brazo a la puerta del fondo.) 

Vente conmigo, Blasito;
ven, te llevaré a tu cuarto.

 (A los que quedan en escena.) 

Que nadie meta ruido;
que haya silencio, ¡cuidado!,
mientras que duerme el señor.
A ti, Alberto, te lo encargo.

 (Desde la puerta.) 

Paca, enciéndeme un cerillo,
que en casa hay mosquitos hartos,
y porque a Blas no incomoden
quiero yo misma matarlos.
Ana, ven para ayudarme
a echar las cortinas.
ANA.
Vamos.
 

(Vanse DOÑA RUFINA, DON BLAS y ANA por la puerta del fondo, y DOÑA PAQUITA, por la izquierda.)

 


Escena XXII

 

DON ALBERTO y DON MIGUEL

 
DON ALBERTO.
¿Qué te ha parecido Blas?
DON MIGUEL.
Un solemne socarrón.
DON ALBERTO.
Pues a mí un bobalicón.
DON MIGUEL.
Tú te desengañarás.
DON ALBERTO.
¿Dudas de su buena fe
y de sus ofertas?
DON MIGUEL.
No,
no dudo; mas... ¿qué sé yo?
Encuentro en él no sé qué.
DON ALBERTO.
Encuentras cierta franqueza
que no se usa por acá;
un hombre a quien se le da
poco del fausto y grandeza.
Siempre son así estos tales,
que a otros usos amoldados
y a la ganancia entregados,
olvidan nuestros modales.
Ven las cosas de otro modo,
juzgan que Lima es Sevilla,
y que café, y cochinilla,
y azúcar, y añil, es todo;
y con sus muchos dineros
lo entienden todo al revés,
y si hacen figura es
la de grandes majaderos.
 

(Sale DOÑA RUFINA por la izquierda con un cerillo encendido y entra por la puerta del fondo.)

 
DON MIGUEL.
Tal me pareció a mí Blas
desde que supe que trata
de con vosotros su plata
repartir sin más ni más;
porque, o gran filosofía
o grande necedad tiene
quien con tal proyecto viene,
y mucho más en el día.
DON ALBERTO.
Filosofía en mi hermano
no encuentro ni necedad;
sí una extremada bondad,
y un corazón puro y sano.
No tiene hijos ni mujer,
y puede que ningún vicio,
y no hace gran sacrificio
en esto que piensa hacer.
Ha ganado su tesoro
sin saber cómo ni cuándo,
y está el pobrete ignorando
lo mucho que vale el oro.
Tanta riqueza le aflige
por no saber disfrutarla,
y el repartirla y el darla
para desahogarse elige.


Escena XXIII

 

Los mismos y DOÑA PAQUITA y ANA, por la puerta del fondo

 
DOÑA RUFINA.
¡Que nadie chiste, cuidado!
Paca, vete al comedor
a preparar con primor
la mesa cual te he enseñado.
Ana, tú en cuanto el criado
traiga la comida trata
de en las seis fuentes de plata
repartirla. La pondrás
junto al fuego, y cuidarás
no nos dé un chasco la gata.

 (Vanse Paquita y ANA por la izquierda.) 



Escena XXIV

 

DON ALBERTO, DON MIGUEL y DOÑA RUFINA

 
DOÑA RUFINA.
¡Jesús!... ¡Jesús!... Nuestro Blas,
¡qué hombre tan extraordinario!...
¿Qué era tan estrafalario
imaginarais jamás?
¡Qué necio, qué impertinente,
qué grosero y descortés!
En verdad, vergüenza es
llamarle nuestro pariente.
DON ALBERTO.
Es un hombre natural
que en pelillos no repara.
DON MIGUEL.
Es una cosa muy rara;
es un solemne animal.
DOÑA RUFINA.
En tanto que se durmió,
¡qué preguntas que me ha hecho!
DON MIGUEL.
¿Por personas de provecho,
sin duda, te preguntó?
DOÑA RUFINA.
Por lo peor de Triana:
por un lisiado barquero,
por un cierto tabernero,
por una vieja gitana...
¿Quién sabe?... Pero yo, Alberto,
le he dicho, por evitar
que los quiera visitar,
que todos ellos han muerto.
DON MIGUEL.
Blas es raro personaje.
Ninguna vergüenza tiene.
Repara cómo se viene.
DOÑA RUFINA.
Y con qué pobre pelaje.
DON MIGUEL.
¡Por la marisma a galope
en un caballo alquilado!
DOÑA RUFINA.
¡Solito, sin un criado,
como un miserable drope!
DON ALBERTO.
Rufina, tanto mejor:
mientras menos gaste Blas,
a entrambos nos toca más;
conque aplaudamos su humor.
DOÑA RUFINA.

 (Con gran desprecio.) 

Aplaudámosle, por cierto,
si por su vergüenza poca
mayor cantidad nos toca.
DON MIGUEL.
Soy de tu opinión, Alberto.
DOÑA RUFINA.
Es preciso, en despertando,
de sus proyectos hablarle
y los tesoros pillarle,
que se va el tiempo pasando.
DON MIGUEL.
Y bueno será, pues que
en su carta nos decía
que el testamento traía,
sacárselo.
DON ALBERTO.
Ya se ve.
Eso es muy preciso.
DOÑA RUFINA.
Es llano.
DON MIGUEL.
Y que haga la donación
con la justa precaución
de que sea ante escribano.
DOÑA RUFINA.
Y al punto le buscaremos
una casa en una aldea;
donde sea, como sea,
lejos de aquí lo tendremos.

 (Se oye ruido.) 

Mas ¿qué alboroto?... ¿Es Pascual?
¡Pues está la casa buena!
DON MIGUEL.
Anda la marimorena
allá abajo en el portal.
DOÑA RUFINA.

 (Acercándose a la puerta de la derecha.) 

¿Qué es esto?... ¿Tal zalagarda
se ha de sufrir?... ¡Hola!... ¡Chito!


Escena XXV

 

Los mismos y ANA, que sale por la puerta de la derecha

 
ANA.

 (Asustada.) 

Señora, el viejo maldito...
DOÑA RUFINA.
¡Bien mi mandato se guarda!
¿Quién tanto ruido mete?
No tengo a todos mandado...
ANA.
El ebanista ha llegado,
señora; y aquel vejete...
DOÑA RUFINA.
¿Cuál?
ANA.
Aquél que esta mañana
se cayó con grandes furias
y diciendo mil injurias
quiere hablar a usté.
DOÑA RUFINA.
¿Quién, Ana?
ANA.
El viejo del peluquín
y el ebanista con él.
DOÑA RUFINA.
Anda tú, por Dios, Miguel;
mira qué es esto.

 (Vase DON MIGUEL por la puerta de la derecha.) 



Escena XXVI

 

DON ALBERTO, DOÑA RUFINA y ANA

 
DON ALBERTO.
¿Y por fin,
se sabe cuál es su intento?
ANA.
Yo no lo sé. Voces dan,
y amenazan que vendrán
con la Justicia al momento
si no se les oye.
DOÑA RUFINA.

 (Con impaciencia.) 

¿Y qué
podrá ocurrirles?
DON ALBERTO.
Rufina,
¿quién demonios lo adivina?
Lo que puede ser no sé.
DOÑA RUFINA.
Pero ellos... ¿Qué dicen, Ana?
ANA.
El vejete Satanás
me pregunta por don Blas,
y dice que esta mañana
aquí engañado quedó;
y el tosco del ebanista
que es usté... una petardista,
y que ha de hacer... ¿Qué sé yo?
DOÑA RUFINA.
¡Canalla sin miramiento!
¿Conmigo se han de atrever...?
Los haré al punto prender,
y aun ahorcarlos al momento.
Sí; que con mis seis millones
todo lo puedo. Hoy haré
que tiemble Sevilla, y que
aprendan esos bribones
a respetarnos.
DON ALBERTO.
Escucha
lo que dicen.
DON SIMEÓN.

 (Dentro.) 

Sí, señor;
muy justo es nuestro furor.
EBANISTA.

 (Dentro.) 

Nuestra necedad fue mucha.
DON MIGUEL.

 (Dentro.) 

Señores...
DON SIMEÓN.

 (Dentro.) 

Robar es esto,
y con engaños muy viles.
EBANISTA.

 (Dentro.) 

Venir con los alguaciles
será mejor y más presto.
DOÑA RUFINA.

 (Desesperada.) 

¡Pícaros!... ¿Qué dicen, pues?
DON MIGUEL.

 (Dentro.) 

Señores, vamos con modo
y lo arreglaremos todo.
DON ALBERTO.
No adivino lo que es.


Escena XXVII

 

Los mismos y DOÑA RUFINA, DON SIMEÓN y un EBANISTA, que salen por la derecha

 
DOÑA RUFINA.

 (Con gran altanería.) 

¡Qué grande atrevimiento!
DON MIGUEL.
Cálmate, prima; escúchame un momento.
DOÑA RUFINA.
¿Y cómo esta canalla...?
EBANISTA.
¿Aún se atreve a insultarnos?
DON MIGUEL.
Prima, calla.
Se trata de materia
que puede ser harto pesada y seria.
DON ALBERTO.
Pero ¿qué ha sucedido?
DON MIGUEL.
Que estos señores dicen que han oído
que se llevó el demonio la fortuna
de nuestro Blas.
DOÑA RUFINA.
¿Qué dices?
DON MIGUEL.
Que han robado
a Blas cuanto dinero había juntado,
sin que salvar pudiera cosa alguna.
DOÑA RUFINA.
Mas..., ¿cómo...?
DON ALBERTO.
¿Quién ha dado
noticia tal?...
DON SIMEÓN.
No se habla de otra cosa,
señores, en Sevilla,
y es que usías lo ignoren maravilla.
ANA.

 (Aparte.) 

Siempre por pajarraco
de mal agüero tuve a este bellaco.
DOÑA RUFINA.

 (Indecisa.) 

Yo estoy helada, Alberto.
DON SIMEÓN.
Semejante noticia no es sabrosa.
DON ALBERTO.

 (A DOÑA RUFINA.) 

De escucharla he quedado como muerto.
ANA.
¡Qué chasco!
DON MIGUEL.

 (A DON SIMEÓN.) 

Pero ¿cómo se ha sabido...?
DON ALBERTO.
Que es equivocación, sin duda, creo.
DON SIMEÓN.
La noticia ha venido,
señor, esta mañana en el correo,
y ya el aviso tienen
algunos comerciantes...
EBANISTA.
Y los ociosos, que a mi tienda vienen
a requebrar las mozas paseantes,
a murmurar, fumar y hablar de toros,
de otra cosa hoy no hablaron
sino de que al indiano le robaron
cerca de Cádiz los piratas moros.
¿Y sabe usted también quién me lo dijo?
Pérez el corredor; Pérez, el hijo
del que enfrente de gradas tiene lonja;
el que ha metido a su sobrina monja
hace dos o tres días.
Y, a la verdad, si usías

 (como dicen y creo) 

estaban ya informados,
tomar muebles fiados
es una acción...
DON SIMEÓN.
Y quien con buen deseo,
sin prenda ni interés, seis mil reales,
ganados con fatigas y sudores,
de buena fe ha prestado a estos señores
en momentos tan críticos y tales,
¿qué deberá decir?
EBANISTA.
Mis muebles luego
quiero llevarme. No es cosa de juego
perder sin más ni más...
DON SIMEÓN.

 (Saca el recibo.) 

Este recibo,
que es en verdad legal y ejecutivo,
por sí o por no...
DON MIGUEL.
Esperad, que no es creíble
la tal noticia.
DON ALBERTO.

 (Con entereza.) 

¿Cómo, si el indiano
ha media hora llegó tranquilo y sano
y en su alcoba durmiendo...?
DOÑA RUFINA.

 (Recobrando su altanería.) 

Es imposible.
Esto es sólo una hablilla
de muchos envidiosos
en que abunda Sevilla,
que de que así ocurriese deseosos
por dañarme lo inventan. ¡Picarones!
Pues yo les aseguro a los bribones
que les ha de pesar. Mi buen hermano
ya, a Dios gracias, llegó, y aquí al instante
mentira semejante
vendrá a contradecir.
DON ALBERTO.

 (Con seguridad.) 

Al punto; es llano.
DOÑA RUFINA.
Ya, señores, infiero
de quien es la invención: del majadero
don Juan, que, resentido
porque darle mi hija no he querido,
con tal embrollo ahora...
EBANISTA.
Pues sea como fuere, yo, señora,
mis muebles sólo quiero,
o si no al asistente...
DON SIMEÓN.
Y yo, si no es demanda impertinente,
y aún existe, señora, aquel dinero...
DOÑA RUFINA.

 (Encolerizada.) 

¡Jesús, Jesús! ¡Qué gente!
¿Lo ves, Miguel...? Alberto, ¿tú lo notas?
DON MIGUEL.
¿Por qué así te alborotas?
DOÑA RUFINA.
¿Y quién tendrá paciencia suficiente?


Escena XXVIII

 

Los mismos y DOÑA PAQUITA, por la izquierda

 
DOÑA PAQUITA.

 (Sobresaltada.) 

¡Mamá! ¿Qué ocurre? ¡Ay Dios, y qué enojada...
DOÑA RUFINA.
¡Qué ha de ser! ¡Qué ha de ser, Paquita!
Gracias de aquel tunante. Nada
DOÑA PAQUITA.
¿De quién?
DOÑA RUFINA.
De don Juanito, de tu amante
y de otros envidiosos
que de nuestra fortuna están rabiosos.
DOÑA PAQUITA.
Pero ¿el pobre don Juan...?
DOÑA RUFINA.

 (Con enfado.) 

Calla tú, niña.
ANA.

 (Aparte.) 

Don Juan ha de salir a cada riña.
EBANISTA.
Señores, concluyamos.
DON SIMEÓN.
Ruego que pronto, pues de prisa estamos...
DON ALBERTO.
¿Conque ustedes, señores...?
DOÑA RUFINA.
Dan crédito a los tontos habladores;
mas para convencerlos
y lograr contenerlos
esto será mejor.

 (Se acerca a la puerta del fondo, y dice en voz alta:) 

Sal pronto, hermano;
despierta, y confundidos
a estos dos atrevidos
deja y a todo el pueblo sevillano.


Escena XXIX

 

Los mismos y DON BLAS, que sale por la puerta del fondo restregándose los ojos y bostezando como quien despierta de un profundo sueño

 
DON BLAS.
¿Conque ni dormir se puede
en esta maldita tierra?...
¡Jesús y qué gritería!
¿Qué voces, decid, son éstas?
Me pareció que en el mar
corriendo estaba tormenta.
¿Qué ha ocurrido?... ¿Qué acontece?
Estos hombres, ¿qué desean?
DON SIMEÓN.

 (A ANA.) 

¿Es éste el señor indiano?
EBANISTA.

 (A ANA.) 

¿Es don Blas?
ANA.
¿Pues no lo aciertan?
DON SIMEÓN.

 (Acercándose a DON BLAS.) 

Yo, señor, soy...
EBANISTA.

 (Adelantándose.) 

Yo, ebanista...
DON ALBERTO.

 (Dudoso.) 

Son...
DOÑA RUFINA.

 (Con resolución.) 

No es tiempo de reserva:
estos dos son acreedores
de quien, estando en urgencia,
nos fue preciso valernos...
EBANISTA.
Yo, un sofá, cómoda y mesa
por los respetos de usted,
vendí...
DOÑA RUFINA.

 (Interrumpiéndole.) 

Fue de esta manera:
necesitando unos muebles
para poner con decencia
tu cuarto...
DON SIMEÓN.
Y yo, señor mío,
a la señora marquesa
y a este señor, vuestro hermano,
y al capitán, viendo que era
justo que con aparato
tal persona recibieran,
por servirlos les presté
seis mil reales en moneda,
sin tener más garantía
que una carta...
DON BLAS.
Estos chochean.
¿Qué tengo con eso yo?
DON SIMEÓN.
Ya descampa, y llueven piedras...
¿Qué tenéis con eso vos...?
EBANISTA.
Mis muebles...
DOÑA RUFINA.
En dos paletas
yo te aclararé el enigma.
Estos hombres con quien deuda
es verdad que contrajimos,
y todo es una friolera,
se vienen con la embajada
de que tu fortuna inmensa
se la ha llevado el demonio;
y tal disparate piensan
que es verdad, porque unos necios,
con intención nada buena,
andan por toda Sevilla
divulgando...
DON SIMEÓN.
Por muy cierta
la noticia nos han dado.
DOÑA RUFINA.

 (Con gran seguridad.) 

Ya ves qué cosa tan necia.
DON BLAS.

 (Con mucha calma.) 

Rufina, no es necedad.
La noticia es verdadera.
Es un evangelio, sí.
Estando de Cádiz cerca,
dos jabeques berberiscos,
en una noche de niebla,
abordaron mi fragata;
fue imposible hacer defensa,
y todo me lo robaron;
todo, todo.
DOÑA RUFINA.

 (Suspensa.) 

¿Hablas de veras?
DON ALBERTO.

 (Dudoso.) 

Pero... Blas...
DON BLAS.
Una desgracia
imprevista...
DON MIGUEL.
¿Y resistencia
hacer no te fue posible...?
DON BLAS.
¿No veis que fue una sorpresa?
Veinte cajas se llevaron,
todas de dinero llenas;
gran cantidad de oro y plata
en barras, una completa
vajilla, varios productos
preciosos de aquellas tierras,
y... hasta mi equipaje.
DOÑA RUFINA.

 (Dando muestras de desmayarse.) 

¡Ay Dios!
DOÑA PAQUITA.

 (Sosteniendo a su madre.) 

¡Ay mamá!
DOÑA RUFINA.
¡Jesús!
DON ALBERTO.

 (A ANA.) 

Acerca
una silla. Pronto.
DON BLAS.

 (Con ternura.) 

¡Hermana!
DOÑA RUFINA.

 (Sentándose en una silla que le trae ANA.) 

¡Válgame Dios!... ¿Quién dijera
aún no hace un cuarto de hora
tal desgracia?
EBANISTA.
Si era cierta
la noticia ahora se ve.
DON SIMEÓN.

 (Acercándose a DOÑA RUFINA.) 

Gracias infinitas sean
dadas al Señor de todo.
Él da y Él quita la hacienda;
y pues la salud, señora,
benigno, a usía la deja,
dénsele gracias. Tal vez
su condenación eterna,
su absoluta perdición,
iban a ser las riquezas;
y más vale en todo caso...
DOÑA RUFINA.

 (Con enfado.) 

Ésas son cosas muy buenas,
mas no para este momento.
DON BLAS.
Pero, Rufina, contempla...
DOÑA RUFINA.
¡Pues buenos hemos quedado!
EBANISTA.

 (Aparte, enternecido.) 

Lástima me da de verla.
Claro es que de buena fe
me hizo la compra. ¡Paciencia!
DON SIMEÓN.
Yo, mis señores, no puedo

 (Dios sabe lo que me pesa) 

menos de que este recibo
se me asegure, o con prenda
suficiente, o aprontando
la corta suma que reza,
pues que ya no hay esperanzas
y es notorio...
DON MIGUEL.

 (Con enfado.) 

Tanta priesa
no es justa, don Simeón.
¿Aún no ha pasado hora y media
y ya exige usted...?
DON SIMEÓN.
Amigo,
yo he de mirar por mi hacienda.
Si seguridad bastante
no me dan, me será fuerza
acudir a la Justicia,
y a mi pesar...
EBANISTA.
Por mi cuenta
no se aflijan sus mercedes.
Es sólo una friolera.
Yo esperaré...
DON SIMEÓN.
Pues yo no.
DON BLAS.

 (Con resolución, a DON SIMEÓN y al EBANISTA.) 

Conque... ustedes, ¿qué desean?
DON SIMEÓN.
Yo, el pago de este recibo.
EBANISTA.
Yo, nada.
ANA.
¡Qué diferencia!
DON BLAS.

 (Al EBANISTA.) 

Pues usted, señor maestro,
por sus muebles nada tema,
que son míos. ¿Cuánto importa?
EBANISTA.
Treinta y dos duros.
DON BLAS.
Pues queda
pagárselos a mi cargo.
Si usted quiere como prenda
este reloj que salvé,

 (Saca el reloj.) 

Yo no sé de qué manera...
EBANISTA.
¡Qué...! No, señor... Por mi parte.
a nadie se hará molestia.
DON SIMEÓN.

 (Mostrando el recibo.) 

Yo presento este recibo
Y exijo que al punto sea
pagado. Si no, en el día
acudiré a quien convenga.
DOÑA RUFINA.
¡Picarón!
DON ALBERTO.
¡Vil usurero!
DON BLAS.

 (Con gran frialdad, a DON SIMEÓN.) 

Pues haga usted lo que quiera,
porque yo, amigo, no puedo
encargarme de tal deuda;
ni yo le he pedido nada,
ni usted nada a mí me presta.
DON SIMEÓN.
Mas, señor, por su respeto
tal cantidad sin cautela...
DON BLAS.
¿Y mandé yo a usted, acaso,
que por mi respeto diera...?
DON SIMEÓN.
¿Conque no se me asegura?
DON BLAS.
Lo que es yo..., «requien aeternam».
DON SIMEÓN.

 (Sofocado.) 

Pues yo sabré de esta estafa
vengarme, y con las setenas
hacerme pagar.
DON ALBERTO.
Amigo,
buena caridad es ésa.
DON SIMEÓN.
No entiendo de caridades
cuando al dinero me llegan.
Yo haré que todos ustedes
de la burla se arrepientan.

 (Vase.) 

DON MIGUEL.
Esperad, don Simeón.
EBANISTA.
Por mí, señores, no hay priesa.


Escena XXX

 

Los mismos, menos DON SIMEÓN y el EBANISTA

 
DOÑA RUFINA.
¡Válgame Dios!... Pero, Blas,
yo no acabo de creer
que esto verdad pueda ser;
sin duda embromando estás.
Si acaso por aburrir
a estos tacaños dijiste
que tus riquezas perdiste,
dinos ya...
DON BLAS.
¿Qué he de decir?
¡Ojalá mentira fuera!
Y, aunque harto afligirte siento,
no lo dudes ni un momento:
la noticia es verdadera.
Los piratas me han robado
hasta el último alfiler.
Si no, ¿me habías de ver
tan sucio y tan desastrado?
DOÑA RUFINA.
¿Conque es verdad?
DON BLAS.
¿Hay tal tema?
Sí, sin duda.
DOÑA PAQUITA.

 (Con ternura.) 

¡Pobrecito!
DOÑA RUFINA.

 (Con repentino furor.) 

Y qué, ¡pícaro maldito!,
¿lo dices con tanta flema?
DON BLAS.
¡Rufina...!
DOÑA RUFINA.

 (Levantándose de la silla.) 

¡Gran majadero!...
¿Se habrá visto necio tal?
¿Conque así, enorme animal,
perdiste nuestro dinero?
DON BLAS.
¡Rufina...! ¿Te has vuelto loca?
DON ALBERTO.
No dice locura alguna.
Perder así la fortuna
es necedad, y no poca.
¿Por qué precauciones, Blas,
no tomaste?... ¿No es demencia
a la luna de Valencia
dejarnos sin más ni más?
¿Por qué un barco no fletaste
armado? ¿Por qué un convoy,
viendo lo que pasa hoy,
mentecato, no esperaste?
DON MIGUEL.
Fue muy grande necedad
el peligro no advertir...
DON BLAS.

 (Con chunga.) 

¿Conque debí de venir
en el navío «Trinidad»?
DOÑA RUFINA.
¿Ahora te vienes con chistes?
¡Pues como eres tan gracioso...
DON BLAS.
Que era en extremo chistoso
no hace mucho que dijiste.
MIGUEL.

 (Con desprecio.) 

Todo ha sido cobardía,
y vileza todo ha sido.
¿Por qué no se han defendido?
¡Collones!
DON BLAS.

 (Con entereza.) 

Tu valentía,
primo, alabo. Si tú hubieras
estado allí, en la sentina,
como un cuitado gallina
no dudo que te escondieras.
De tales bravos reniego,
que no es gran bravura estar
hecho sólo a blasfemar
allá, en la casa de juego.
DON MIGUEL.
Soy un militar de honor,
y tengo al lado una espada
con que daré una estocada
al mismo Cid Campeador.
DON BLAS.
¿Honor..., siendo un petardista?
¿Espada...? Suele, quizás,
traerla de adorno y no más
quien tiene lengua tan lista.
DON MIGUEL.
¿Te atreves...?
DON BLAS.

 (Con resolución.) 

Me atrevo, sí;
a mis hermanos aguanto;
pero, ¡por el Cielo santo!,
que no he de sufrirte a ti.
DON ALBERTO.

 (Metiéndose en medio.) 

¡Señores, por Dios!...
DOÑA RUFINA.

 (A DON BLAS, con gran cólera.) 

¡Gran necio!
DON BLAS.

 (Con tranquilidad.) 

Rufina, no te sofoques.
DOÑA RUFINA.
Vete, y más no nos provoques.
DON MIGUEL.

 (Retirándose.) 

Sólo merece desprecio.
DOÑA RUFINA.
Por tu venida maldita,
la más buena proporción
de tener colocación
ha perdido mi Paquita.
DOÑA PAQUITA.
Mamá, por Dios... ¡Pobre tío!
DOÑA RUFINA.
¡Mentecato!
DOÑA PAQUITA.
Al cabo es...
DOÑA RUFINA.
Sólo un perdido, un mantés.
DOÑA PAQUITA.

 (Afligida.) 

Lástima me da... ¡Dios mío!
DOÑA RUFINA.

 (Llorando.) 

Y a mí también me has quitado
mi felicidad colmada.

 (A DON MIGUEL.) 

Pero no te importe nada,
no, Miguel... Aún me ha quedado...
DON MIGUEL.

 (Interrumpiéndola con desdén y en voz baja.) 

Calla. Después hablaremos...
No lo eches todo a perder.
DOÑA RUFINA.
Yo resuelta estoy a hacer...
DON MIGUEL.

 (Con enfado.) 

¡Calla, por Dios! Ya veremos.
DOÑA RUFINA.

 (A DON BLAS, con despecho.) 

Y tú, márchate de aquí.
DON BLAS.
Rufina, ¿y aquel amor
que con tan grande calor
ha un rato mostraste? Di.
DON ALBERTO.
¡Con buen recuerdo te vienes!
DON BLAS.
Conozco de esta manera
que aquel cariñazo era,
no a vuestro hermano, a sus bienes.
DOÑA RUFINA.
Muchito.


Escena XXXI

 

Los mismos y PASCUAL, por la derecha

 
PASCUAL.
Aquí está ya todo.
Pero ¡vaya una comida!
¡Qué capón! ¡Qué pastelillos!
¡Qué temblonas gelatinas!
Viene la cosa completa.
Hay dulce seco, y de almíbar
hay... ¿Qué sé yo?... Dos gallegos
lo traen en las angarillas.
DOÑA RUFINA.
¡Bestia! Puedes a la calle
tirar todo.
DON BLAS.
No en mis días,
no; porque yo he de comerlo.
PASCUAL.

 (Aparte, a ANA.) 

¿Qué es, Ana, esta tremolina?
ANA.
¿Qué ha de ser?... Que los demonios
nos han hecho una visita.
DOÑA RUFINA.

 (Desesperada.) 

Tiradlo todo a la calle.
Ya no es menester comida.
Veneno, sólo veneno
es lo que quiero.
DON BLAS.

 (Admirado.) 

¡Rufina!
DOÑA RUFINA.

 (A DON BLAS.) 

Te detesto... Vete al punto.
DOÑA PAQUITA.
¡Mamá!
DOÑA RUFINA.
Déjame, Paquita.
DOÑA PAQUITA.
Vamos adentro, mamá...
Será mejor...
DOÑA RUFINA.
Vamos, hija.
Por no ver a ese mostrenco
a los infiernos me iría.
DON ALBERTO.

 (A DON MIGUEL.) 

Dejemos a ese perdido.
Vente, vente con Rufina.
DON MIGUEL.
Yo me voy a...
DOÑA RUFINA.

 (Andando hacia la puerta de la izquierda.) 

¡Qué, Miguel!
¿En tal conflicto...?
DON MIGUEL.
No, prima.
Voy a ver si de este chasco
la baraja me desquita.
PASCUAL.
Pues yo, en todo caso, iré
a custodiar mis marmitas.
 

(Vanse DOÑA RUFINA, DON ALBERTO y DOÑA PAQUITA por la izquierda, y DON MIGUEL y PASCUAL por la derecha.)

 


Escena XXXII

 

DON BLAS y ANA

 
DON BLAS.

 (Sin reparar en ANA.) 

Pues, señor, ¡buenos parientes
he encontrado! Las noticias
que en Cádiz de ellos me dieron
eran ciertas, ¡por mi vida!

 (Vase por la puerta del fondo.) 



Escena XXXIII

 

ANA, sola

 
ANA.
Tú eres el rey. Ven, Blasito;
nosotros te mimaremos;
los mosquitos mataremos;
¡que haya gran silencio, chito!...
El Señor sea bendito,
que da los males y bienes;
mas del mundo en los vaivenes,
como reina el interés,
sólo hay una norma, y es:
tanto vales cuanto tienes.