La llevaba
recostada por la cintura sobre su hombro. Los cabellos sueltos,
flotaban. Atravesó el pasadizo con lentitud, para no
herirla, con cuidado, con la frente alta, el mentón salido.
Logró ganar la sala de entrada, luego el primer
peldaño de las escaleras. Consiguió mantener firme su
pie. Uno a uno, con seguridad creciente, iba subiendo los
peldaños, por la parte de fuera de la alfombra, para sentir
la seguridad del contacto. Y al fin del primer tramo, casi en el
rellano, se detuvo, porque había oído un rumor de
algo que se perdía, que huía cristalinamente; eran
golpecillos secos, rotundos, saltarines, sobre el mármol de
los peldaños, hasta ganar el suelo, las perlas del
collar.
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