Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —[54]→     —55→  

ArribaAbajoLa escuela de las madrastras

Drama en un acto


Imitado de Berquin


  —56→  
PERSONAJES
 

 
DON JACINTO.
DOÑA LORENZA,   su mujer.
RAMÓN,   de edad de 14 años.
MATILDE,   de edad de 13 años, hija de DON JACINTO.
LUISA,   de edad de 9 años, hija de DON JACINTO.
CASIMIRO,    de edad de 15 años, hijo de DOÑA LORENZA.
VICENTE,   de edad de 14 años, hijo de DOÑA LORENZA.
MATEO,   criado de la casa.
 

La escena es en el jardín de casa de DON JACINTO.

    —57→  

Escena I

RAMÓN.-  ¡Con qué gusto vuelvo a ver mi jardín al cabo de seis meses de ausencia! Aquél es el cenador donde iba tan a menudo a desayunarme con mi mamá. ¡Ay, Dios mío! ¡Cuánto mayor fuera mi alegría si viviese! ¡Con qué caricias, con cuánta ternura me estrecharía en sus brazos! ¡Y yo qué de cosas tendría que contarla! ¡Mas, ay!  (Se le saltan las lágrimas.)  La he perdido para siempre, y no la volverán a ver mis ojos. ¡Oh, madre querida! ¡Si a lo menos pudierais oírme, ya que no puedo gozar de vuestra vista!... ¡Si vierais ocupar vuestro lugar a una madrastra! Preciso es que sea una mujer terrible; el nombre sólo atemoriza. ¡Pobre de mí! ¡Qué disgustos me esperan! ¿Para qué me habrán apartado de mi abuelito? ¡Qué empeño en que vuelva   —58→   a esta casa, no habiendo de encontrar en ella a mi pobre madre! ¡Y yo me he de quedar aquí para siempre! Eso no lo conseguirán: veré a mi papá y a mis hermanas, y me volveré otra vez a casa de mi abuelo.



Escena II

 

RAMÓN, MATEO.

 

MATEO.-  ¡Hola! ¿Señorito don Ramón; Vd. por acá? ¿Cómo va de salud?

RAMÓN.-  ¿Muy bien, Mateo, y tú como lo pasas?

MATEO.-  ¡Grandemente! Con mi dinero poco chocolate han tomado el médico y el boticario. Si fuera el tabernero tal cual, como que es el que me surte de todas las medicinas que necesito. Pero V. tiene encendidos los ojos: ¿Qué viene a ser eso? ¿Ha habido llanto?

RAMÓN.-  ¿Llanto yo? No lo creas.

  —59→  

MATEO.-  ¿Conque no, y está V. llorando ahora mismo? ¿Qué tiene V.? ¿Le ha sucedido a V. alguna desgracia?

RAMÓN.-  No, Mateo: desde que me fui no he tenido ninguna.

MATEO.-  Vamos: ya caigo: el sentimiento de apartarse del abuelito...

RAMÓN.-  No hubiera sido muy grande, si esperara encontrar aquí a mamá, pero sin ella...  (Llora.) 

MATEO.-  No llore V. señorito, y procure desechar la memoria de un acontecimiento que hasta cierto punto está ya remediado. Ya sabe V. que tiene otra mamá.

RAMÓN.-  No me la nombres por Dios, pues nada aumenta tanto mi aflicción como el pensar en mi madrastra. ¡Ojalá pudiera ahorrarme el disgusto de verla! ¿Y mis pobres hermanas qué hacen? ¿Cómo les va?

  —60→  

MATEO.-  ¿Cómo quiere V. que les vaya? ¡Pobrecitas! ¡En qué sujeción viven! A las seis de la mañana tienen que estar en pie sin remedio. Y sino que tarden un cuarto de hora en levantarse, y verán lo que es bueno.

RAMÓN.-  ¿Y qué hacen tan temprano?

MATEO.-  ¡Toma! Ya tiene buen cuidado su madrastra de darlas ocupación. Aquí todo el mundo trabaja; y cuenta conque ninguno chiste. La tal doña Lorenza nos trata lo mismo que a esclavos. Yo la aborrezco con toda el alma. ¿Pues no quiere que al cabo de mis años en la casa, y hecho a gobernar la familia la haya de obedecer como un novicio? Las siete eran cuando entré es el jardín, y ya la encontré aquí con sus hermanas de V. trabajando a su lado lo mismo que unas negras.

RAMÓN.-  ¿Pero en qué se ocupan?

MATEO.-  En coser ropa para la familia nueva.

  —61→  

RAMÓN.-  No en balde había oído decir muchas veces, que las madrastras reservan todo su amor y regalo para sus hijos, martirizando a los de su marido. Mas no seré yo el que trabaje para ellos; yo te lo aseguro. ¿Pero dime qué se han hecho mis claveles y mis tulipanes, que no los veo?

MATEO.-  Ya no queda rastro de nada.

RAMÓN.-  ¿Cómo es esto?

MATEO.-  Sus nuevos hermanitos de V. han arrasado cuanto había. Como siempre están aquí en el jardín, acaban con todo.

RAMÓN.-  ¡Habrá bribones! Ya destruyeron mis macetas: sólo falta que me echen del jardín, y a fe que no, será nada extraño al paso que llevan.


  —62→  

Escena III

 

CASIMIRO, VICENTE, RAMÓN, MATEO.

 

CASIMIRO.-   (Por lo bajo a VICENTE.)  ¿Quién será aquel muchacho que habla con Mateo? ¡Ojalá fuese Ramón!

VICENTE.-   (A MATEO.)  ¿Es Ramón?

MATEO.-   (Con sequedad.)  El mismo.

CASIMIRO.-  ¡Bienvenido, hermano! ¡Cuánto deseaba que llegases!  (Corre a él con los brazos abiertos.) 

RAMÓN.-   (Apartándose.)  ¿Tan antigua es nuestra amistad que vienen Vds. a abrazarme? Alabo la confianza.

CASIMIRO.-  ¿Eso qué importa? ¿No somos hermanos?

RAMÓN.-  Medios hermanos dirá V.

CASIMIRO.-  Déjate de medios, que es palabra muy fea.   —63→   ¿Tu papá quiere mucho a mi mamá: ¿pues por qué no nos hemos de querer nosotros? Siendo ellos marido y mujer, por fuerza hemos de ser hermanos.

RAMÓN.-  Pues si lo somos ¿cómo es que Vds. han dispuesto del jardín como dueños absolutos?

VICENTE.-   (Aparte.)  ¡Jesús qué genio tiene tan altivo!

CASIMIRO.-  Porque tu papá nos ha permitido trabajar en él.

RAMÓN.-  Primero estaba yo que vosotros, y así veremos si sois hombres para echarme fuera.

VICENTE.-  Vamos adentro, Casimiro, dejémosle, que ninguna precisión tenemos de aguantar su mal humor.

CASIMIRO.-  ¿Será regular que nos separemos sin quedar amigos?

VICENTE.-  No sé qué gusto tienes de oír ultrajes y malas palabras.

  —64→  

RAMÓN.-  Eso es tratarme de mal hablado, ¿no es verdad?

VICENTE.-  Sí señor; lo dicho, dicho: y no sólo mal hablado, sino envidioso, soberbio, y...

RAMÓN.-  ¿Vd. se atreve a provocarme, y en mi mismo jardín? ¿Eh?

VICENTE.-  Vd. es quien da motivo a ello: ¿está Vd.? Y si imagina que me mete miedo se equivoca de medio a medio.  (Se adelanta hacia él.) 

CASIMIRO.-   (Deteniéndole.)  ¿Cómo es eso, Vicente? ¿Quieres reñir con tu hermano? ¡Buena pesadumbre diéramos a papá! ¡Y sobre todo en el instante mismo de llegar su hijo! Vámonos, que eso no es regular.  (Se lo lleva como por fuerza.) 

VICENTE.-  Yo le contaré a mamá cuanto ha pasado.


  —65→  

Escena IV

 

MATEO, RAMÓN.

 

RAMÓN.-  ¿Ves qué pronto empiezan mis disgustos? Ahora van derechos a quejarse a su madre, y la dirán que los he maltratado. Ella se lo hará creer a papá, y yo lo pagaré solo. ¿No lo ves? ¿Tengo razón para lamentarme de mi suerte?

MATEO.-  Ya se ve que sí; pero no le dé a V. cuidado, que yo estaré siempre de su parte, y no consentiremos que se burlen de nosotros estos advenedizos.

RAMÓN.-  ¿Y si llegan a indisponer a papá conmigo?

MATEO.-  Déjelo V. a mi cargo, que yo sabré disuadirle. Cabalmente tengo noticia de algunas travesuras de esos mocosos, y se las contaré una por una. Además le diré que han destruido   —66→   el jardinito de V., que le han dicho mil improperios... Ya lo arreglaré yo de modo que no les salga la cuenta.

RAMÓN.-  Sí, querido Mateo: tú serás siempre en mi favor: ¿no es verdad?

MATEO.-  Hasta morir.

RAMÓN.-  ¡Cuánto te lo agradezco! Gracias a Dios que, muerta mi mamá, encuentro alguno en casa, que saque la cara por mí. ¿Pero ves qué bien vestidos están? ¿Y qué valonas tan ricas tienen puestas?

MATEO.-  Ésas se las ha bordado su madre.

RAMÓN.-  Por supuesto, como que no pensará más que en sus hijos, y los traerá hechos unos príncipes. ¡Pobre de mí! ¿Quién se ha de acordar de bordarme valonas?

MATEO.-  Como V. mismo no se las borde...

RAMÓN.-  El vestido era nuevo: ¿no es verdad?

  —67→  

MATEO.-  Nuevecito. Si el día de la boda le estrenaron... ¡No es nada! Se empeñó su padre de V. en que todo fuese flamante de pies a cabeza.

RAMÓN.-  ¡Qué poco se han acordado de hacerme otro a mí! Allí me dejaron en la casa de campo con esta levita raída como a un miserable. ¡Vaya! No puedo resistir semejante situación. ¡Mira qué desgracia! No tengo madre; mi papá no hace caso de mí: sólo tú me quedas para mi consuelo.

MATEO.-  Vamos, vamos: no hay qué afligirse, que todo irá mejor que V. piensa. Ahora lo que importa es ir a ver a la madrastra, presentarse a ella con cierto agrado y besarle la mano.

RAMÓN.-  Mucho esfuerzo me ha de costar.

MATEO.-  Pues no hay remedio: aunque se le estén a V. rallando las tripas, es preciso que se presente con rostro placentero. Otro tanto hago yo, y eso que no la puedo ver ni pintada.   —68→   ¡Querrá V. creer que no me deja ir a la taberna, siendo así que en tiempo de su mamá de V. pasaba allí la mitad del día! ¡Oh! ¡Aquélla sí que era una señora en forma! Pero, amigo, las cosas han dado gran vuelta... y es menester ir con la corriente: no hay otro arbitrio. Ya le iré a V. dando otras instrucciones importantes; mas no ahora, que extrañarán la tardanza.

RAMÓN.-  ¿Se me conoce en los ojos que he llorado?

MATEO.-  ¿No se ha de conocer si aún le están a V. corriendo las lágrimas?

RAMÓN.-  ¿Y quieres qué me presente así? Me preguntará por qué he llorado, y no sabré que decirla.

MATEO.-  Diga V. que al entrar aquí se acordó de su madre como era natural, y se le saltaron las lágrimas sin poder remediarlo.

RAMÓN.-  ¿Y si me empieza a hablar de las palabras que tuve con tus hijos?

  —69→  

MATEO.-  Dígala V. que ellos empezaron, y póngame a mí por testigo, pero aquí viene; adelántese V. a recibirla.  (Vase.) 



Escena V

 

DOÑA LORENZA, RAMÓN.

 

DOÑA LORENZA.-  ¿Cuál es? ¿Dónde está?  (Repara en él.)  ¿Eres tú, Ramón? ¡Gracias a Dios que tengo junta toda mi nueva familia!  (Él le besa la mano, y ella le abraza y besa con cariño.)  ¡Qué fisonomía tan graciosa! ¡Cuánto me regocija el poder llamar hijo a un niño tan amable!

RAMÓN.-  También quisiera yo poder regocijarme, pero, ¡ay! no me es posible.

DOÑA LORENZA.-  ¿Qué tienes, hijo mío, que estás tan triste? (RAMÓN echa a llorar sin contestarla.)  ¿Vuelves la cabeza, y te pones a llorar? ¿Por qué   —70→   no me descubres tu pecho, querido Ramón? ¿No tienes confianza en mí?

RAMÓN.-  Si no es nada, señora; nada absolutamente.

DOÑA LORENZA.-  Podrá no ser nada, pero a mí me da pena verte afligido, y deseo que me lo digas para poder consolarte. Ya ves que si tu papá y tus hermanas te ven así, creerán que te ha sucedido alguna desgracia, y se asustarán infinito. ¿Querrás pagarles de ese modo el ansia y la alegría con que te esperan? ¿Y tú mismo, no la tendrás en verlos y abrazarlos?

RAMÓN.-  Sí, señora: la tendré, y muy grande; pero ni ellos ni V. me proporcionarán el gozo de abrazar a mi madre, y ése es mi sentimiento.

DOÑA LORENZA.-  Está muy bien; pero hazte cargo de que al cabo de seis meses que la perdiste, ya es razón moderar el llanto.

RAMÓN.-   (Sollozando.)  ¡Ay! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Mamá de mi alma!

  —71→  

DOÑA LORENZA.-   Mudemos de conversación, porque ésta renueva tas penas, hijo mío.

RAMÓN.-  Al contrario. Mi alivio consiste en hablar de ella a todas horas. ¿Quisiera V. que en tan corto tiempo la hubieran olvidado sus hijos?

DOÑA LORENZA.-  ¡Oh niño precioso! ¿Conque tanto querías a tu mamá?

RAMÓN.-  Ahora que la he perdido conozco cuanto la amaba. ¡Qué mamá tan cariñosa, tan buena!

DOÑA LORENZA.-  ¡Cuánto placer tendría en podértela resucitar, o más bien, en ocupar en tu corazón el lugar suyo! Yo te amaré como ella te amaba, y cuidaré de ti con igual esmero.

RAMÓN.-  Pero no está en mano de V. haberme dado el ser, haberme alimentado a su seno, ni criádome en sus brazos. ¡Ay! Era mi madre, y V. no es más que mi madrastra.

  —72→  

DOÑA LORENZA.-  Siento mucho, Ramón, que me des ese nombre. ¿Te he llamado yo hijastro por ventura?

RAMÓN.-  Perdone V., señora, que no ha sido mi intención incomodar a V., manifestándose tan amable y cariñosa conmigo. Pero V. tiene hijos propios, y es natural que los ame con preferencia a los extraños.

DOÑA LORENZA.-  Yo te ofrezco que no echarás de ver la diferencia más leve. Deja que pasen días y nos vayamos conociendo, y llegarás a creer que soy tu mamá verdadera.

RAMÓN.-  ¡Oh! ¡Si así fuese! Pero no es posible que me olvide jamás de mi amada madre.

DOÑA LORENZA.-  Tampoco deseo yo que la olvides: lejos de eso hablaremos de ella a menudo, porque tu ternura sirva de ejemplo a mis hijos. Ven conmigo, que quiero que los conozcas.

  —73→  

RAMÓN.-  Ya los he visto, y extraño que no hayan dado a V. quejas de mí.

DOÑA LORENZA.-  No por cierto. ¿Mas qué ha pasado? ¿Habéis tenido ya alguna desavenencia? Mucho lo sentiría, porque no tengo otro anhelo que veros tiernamente unidos como verdaderos hermanos.

RAMÓN.-  También quisiera yo que sucediese así, porque no me gusta estar reñido con nadie. ¿Pero, dónde están mi papá, y mis hermanas? ¡Tengo tantos deseos de darles un abrazo!

DOÑA LORENZA.-  Tu papá vendrá muy pronto. Tenía que concluir cierto asunto, y ha ido a despacharlo con tiempo para tener después todo el día por suyo, y emplearle en estar en tu compañía. Entre tanto iremos a ver a tus hermanas, y te dirán si las trato bien o mal.

RAMÓN.-  Enhorabuena; pero lo que más deseo es   —74→   que hablemos de mi pobre mamá, a quien no puedo apartar de la memoria.

 

(Vanse sin ver a VICENTE y CASIMIRO que entran por el lado opuesto.)

 


Escena VI

 

CASIMIRO, VICENTE.

 

VICENTE.-  ¡Hay tal empeño en que no me he de quejar a mamá y en que por fuerza hayamos de ser amigos de aquel vanidoso! Eso sí que no: tan pronto como llegue su padre le tengo de contar lo altanero y provocativo que ha estado con nosotros, para que sepa tratar a las gentes como es debido.

CASIMIRO.-  ¿No es mejor dejarnos de chismes, aunque sólo sea por no dar a papá ese disgusto?

VICENTE.-  En verdad que siento desazonarle, pero ¿cómo se ha de remediar? Si a este perillán no se le corrige desde el primer día, todo será disputas y camorras. Él las buscará continuamente: yo que tengo malas pulgas le   —75→   diré cuatro claridades, y si se atreve a emplear el tono de amenaza que esta mañana, andará la marimorena.

CASIMIRO.-  ¿Conque según eso tratas de darle de bofetadas? ¡Ya, ya! ¡No faltaba otra cosa!

VICENTE.-  ¡Hola! ¿Querrás que aguante que él me las dé a mí?

CASIMIRO.-  De ningún modo.

VICENTE.-  ¿Pues qué recurso queda?

CASIMIRO.-  Con el tiempo lo pensaremos: por lo que es hoy conviene disimular por no disgustar a papá en ocasión de tanta alegría para él.

VICENTE.-  Si al cabo hemos de tener que rifar a cada paso, ¿no es mejor tratar de evitarlo desde ahora?

CASIMIRO.-  Ten un poca de paciencia, Vicente. ¿Quién sabe si Ramón será tan malo como te figuras? Yo creo que no lo es.

  —76→  

VICENTE.-  No sé en qué te fundas, pues lo que hemos visto da bien a entender...

CASIMIRO.-  Siempre su padre y sus hermanas nos le han pintado como un muchacho dócil, y amable sin otro deseo que el de complacer a todo el mundo.

VICENTE.-  ¡Cierto! Volviéndome la espalda cuando quise abrazarle.

CASIMIRO.-  ¿No ves que no nos conocía? Tal vez se figuró que éramos como suelen ser otros hermanos a medias.

VICENTE.-  Mal pudo ser eso, cuando no vio en nosotros sino muestras de cariño.

VICENTE.-  O tal vez le cogimos en algún momento de mal humor.

VICENTE.-  ¿Qué obligación tenemos de aguantar el mal humor de nadie?

  —77→  

CASIMIRO.-  ¿Y qué? ¿No se han de disimular nada los hermanos unos a otros?

VICENTE.-  ¡Pero si parece que tiene a menos mirarnos como tales!...

CASIMIRO.-  Yo por mi parte no he advertido en él esa altanería que tú supones.

VICENTE.-  Yo lo que te aseguro, Casimiro, es que no le he de dejar pasar ninguna: pero aquí viene con sus hermanas, y yo me voy, que se me enciende la sangre cuando le veo.

CASIMIRO.-  ¿No es mejor esperarles, y entrar a la parte en su alegría?

VICENTE.-  Mejor es que no nos expongamos a turbarla: yo me voy.  (Vase.) 

CASIMIRO.-  Aguarda, que ya te sigo.  (Saliendo.)  Es preciso tratar de aplacarle, no hay remedio.


  —78→  

Escena VII

 

RAMÓN, MATILDE, LUISA.

 

MATILDE.-   (Apretando la mano a RAMÓN.)  ¿Qué sacamos con tanto afligirnos? Si a fuerza de lágrimas pudiéramos resucitar a mamá...

RAMÓN.-  Pero a lo menos me habéis de prometer que cuando estemos juntos, hemos de hablar de ella.

MATILDE.-  Sí, Ramón: nos figuraremos que está en medio de nosotros como cuando vivía.

RAMÓN.-   (Tomando la mano a sus hermanas.)  ¡Ay, hermanas mías! No sabéis cuánto aumenta esa ilusión el placer de hallarme a vuestro lado.

MATILDE.-  ¡Si supieras cuánto he suspirado por ti!...

LUISA.-  Y yo lo mismo, Ramón. Ahora volveremos a jugar juntos como antes. Casimiro y Vicente vendrán también a jugar con nosotros, y nos   —79→   divertiremos muchísimo. ¡Ya verás, ya verás qué gusto tan grande!  (Da palmadas y salta de alegría.) 

RAMÓN.-  Por lo que hace a Vicente y Casimiro no quiero nada con ellos.

MATILDE.-  ¿Por qué razón?

RAMÓN.-  Porque no sirven más, que para dar quejas a su madre de nosotros, y apoderarse de nuestras cosas.

MATILDE.-  ¿Quién? ¿Ellos? No lo creas.

LUISA.-  Mira, Ramón: ¿ves qué estuche tan bonito?

RAMÓN.-  Sí, ¿Quién te le ha dado?

LUISA.-  Vicente me le compró con su dinero.

MATILDE.-  Esta cartera se la habían regalado, a Casimiro, y él me la dio a mí. ¡Mira qué linda es!

  —80→  

RAMÓN.-  Ya veo que os lleváis muy bien con ellos: lo que temo es que todos seréis contra mí.

MATILDE, LUISA.-  ¿Contra ti?

RAMÓN.-  Seguro. Me han recibido mal, y han arrancado todas mis flores. ¿Qué más indicios queréis de que no me pueden ver?

MATILDE.-  ¿Quién ha arrancado tus flores? ¿Qué es lo que estás diciendo?

RAMÓN.-  ¿Quién? Esos picaruelos, con quien estáis unidas.

MATILDE.-  No comprendo lo que quieres decirnos. ¿Has visto tu jardín?

RAMÓN.-  ¡Bien visto le tengo! ¡Ahí le tienes, regístrale tú misma, ¿y dime qué se han hecho mis tulipanes y mis claveles?

MATILDE.-  ¿Conque según eso no has estado allí en el jardín bajo las ventanas de mamá?

  —81→  

RAMÓN.-  ¿Hay allí algún jardín por ventura?

LUISA.-  ¿Cómo si le hay? ¡Y bien bonito!

MATILDE.-  Como éste era pequeño para tantos, mamá nos ha arreglado otro seis veces más grande.

RAMÓN.-  ¿Y quién es el amo? ¿Los dos preferidos, no es verdad?

MATILDE.-  Nada de eso, que es de todos, y cada uno tiene su cuadro aparte.

LUISA.-  Yo también tengo el mío lo mismo que los demás.

RAMÓN.-  ¿Y para mí no hay ninguno?

MATILDE.-  ¿Cómo que no? El mejor de todos, y sin tener que plantar ni cavar como nosotros, te lo hallarás lleno de flores. ¡Ésa sí que es fortuna!

LUISA.-  Ya verás de cuantas clases las tienes: las   —82→   hay blancas, encarnadas, amarillas, azules, en fin de todos los colores.

RAMÓN.-  ¿Y quién ha hecho ese milagro?

LUISA.-  Tus hermanos, que hace ya más de un mes que pasan en eso los ratos de recreo. ¡No es nada lo que han trabajado allí! Como que han ido trasplantado de sus cuadros al tuyo las flores más bonitas que tenían, sólo por hacerte este obsequio sorprendiéndote cuando llegases.

RAMÓN.-  ¿Eso han hecho por mí? ¡Quién lo hubiera creído! Mateo me dijo que lo habían talado todo a propósito.

MATILDE.-  Si te guías por los embustes de Mateo, ya no extraño nada. También a nosotras nos quiso indisponer con los hermanos a fuerza de enredos. ¡Picarón! Ése es el agradecimiento que tiene, cuando únicamente está en casa porque mamá le recomendó a papá poco antes de morir.

LUISA.-  ¿Y sabes por qué es todo eso? Porque le   —83→   mandan trabajar, y no le dejan estarse emborrachando en la taberna todo el día.

RAMÓN.-  Ya veo que ponderando la ley que me tenía, trataba únicamente de engañarme.

MATILDE.-  Con todo eso no lo digamos a nadie porque no le despidan.

RAMÓN.-  No por cierto; basta que mamá le haya recomendado.

MATILDE.-  Pero no te fíes de él, que es un chismoso, y te engañará cien veces.

LUISA.-  Vamos a dar un vistazo al jardín: ¿quieres?

RAMÓN.-  Lo mismo os iba a proponer, porque estoy deseando verle.

MATILDE.-  ¡Ea! Pues vamos.

 

(Le toman de la mano las dos y se lo llevan. CASIMIRO y VICENTE entran al mismo tiempo por otra parte sin verlos.)

 

  —84→  

Escena VIII

 

CASIMIRO, VICENTE. Con platos de fruta y bollos que colocan debajo de un cenador.

 

CASIMIRO.-  ¿Pero dónde habría ido?

VICENTE.-  ¡Ah! Ya los veo: allá va con las hermanas camino del jardín.

CASIMIRO.-  ¡Cuánto me alegro! Con eso verá cuán presente le hemos tenido, y se pondrá muy contento al saber que el cuadro más bonito es el suyo.

VICENTE.-  No lo creas: verás como le parece feo. Con aquel genio tan arisco, dirá que las flores están mal casadas, los bojes mal cortados, y la tierra muy húmeda, o muy seca: en fin lo que se le ponga en la cabeza.

CASIMIRO.-  Lo que yo veo es que tú no te quedas atrás. Dices que él es regañón y arisco; pero no echas   —85→   de ver que a ti te sucede otro tanto. Jamás te he conocido de tan mal humor como ahora.

VICENTE.-  Él tiene la culpa. A fe que sus hermanas no han tenido nunca por qué quejarse de mí, y ya sabes con qué alegría esperaba yo su llegada. ¡Buen testigo eres del mal modo con que nos recibió!

CASIMIRO.-  Es muy cierto; pero no te haces cargo de que tendría entonces algún disgusto. Quizá estaría receloso de que su papá no le quisiese tanto como antes, o de que su mamá no le hiciese tantos cariños como a nosotros. Ya ves que en tal caso estamos en la obligación de contemplarle para aliviar sus penas, procurando consolarle y ganar su amistad a fuerza de halagos y favores.

VICENTE.-  Tienes mucha razón, Casimiro, y siento no haber pensado en ello.

CASIMIRO.-  Siendo tan buen muchacho como dicen, mira tú si agradecerá nuestras caricias, y lo que se alegrarán su papá y sus hermanas. Pues no   —86→   digo nada de mamá, que en ninguna cosa tiene más gusto que en vernos tan hermanados. Todos nos querrán mucho más que hasta aquí, y se pondrán más alegres que nunca.

VICENTE.-  Conozco que hice muy mal; pero no te dé pena, que cuando volvamos a verle, estaré tan jovial y expresivo con él, que le haré olvidar nuestra pasada desavenencia.

CASIMIRO.-  Lo que debemos hacer es ir a buscarle corriendo.

VICENTE.-  Dices bien: vamos allá... pero aquí viene con las hermanas.

CASIMIRO.-  ¿No reparas qué cara trae tan alegre?


  —87→  

Escena IX

 

CASIMIRO, VICENTE, RAMÓN, MATILDE, LUISA.

 

RAMÓN.-   (Corriendo a abrazar a CASIMIRO y VICENTE.)  ¡Ay! ¡Queridos hermanos! ¡Con cuánta razón debéis estar enfadados conmigo!

CASIMIRO.-  ¿Por qué motivo? Nada de eso.

VICENTE.-   (Volviendo a abrazarle.)  Todo se acabó ya, amado Ramón; vuelve a abrazarme.

RAMÓN.-  ¡Qué bonito jardín habéis formado para mí, colocando en él las flores más lindas del vuestro! ¡Con qué podré pagaros este favor!

CASIMIRO.-  Con tal que estés contento, ya no deseamos otra paga.

RAMÓN.-  ¿Contento? ¿Cómo no lo he de estar con lo que habéis hecho conmigo? ¡Ah, hermanos míos! Perdonadme la ofensa que os hice,   —88→   no queriendo admitiros en mis brazos. Os prometo que será la última, que os amaré entrañablemente, y que cuanto yo tuviere será tan vuestro como mío.

CASIMIRO.-  Sí, sí: nuestros juguetes, nuestras penas, nuestras diversiones, todo será común.

VICENTE.-  Venga otro abrazo en confirmación de nuestro cariño, y nuestra unión fraternal.

 

(Se abrazan los tres.)

 

MATILDE.-   (A LUISA.)  Abrázame, hermana. Estoy loca de alegría.

 

(Se abrazan las dos.)

 

CASIMIRO.-  Vámonos ahora a merendar al cenador con las hermanas. Ea, sentémonos.

RAMÓN.-  En mi vida he tenido merienda más alegre: yo os serviré a todos.  (Reparte los bollos y la fruta, y se ponen a comer.) 

VICENTE.-  ¡Cuánto mejor es esto que disputar y reñir!

  —89→  

CASIMIRO.-  ¡Poco se alegrará mamá cuando nos vea tan hermanados y contentos!

MATILDE.-  A fe que es bien acreedora a que en esto y en todo le demos gusto. Cuando tú la conozcas Ramón... pero ya creo que la has visto.

RAMÓN.-  Sí, Matilde; por cierto que me hizo mil caricias. Tiene una presencia tan agradable, que es imposible que no sea buena. Con sólo oír el tono afectuoso de su voz da gana de quererla.

MATILDE.-  ¡Y ella nos quiere a todos con tanto extremo!

LUISA.-  Mira: nunca está más contenta, que cuando nos ve muy divertidos.

MATILDE.-  Después que la otra mamá murió, hubo una temporada en que estuvimos muy mal, porque papá obligado a estar en la audiencia la mayor parte del día, no tenía tiempo de atender a   —90→   nosotros. Así ni aprendíamos nada, ni había quien cuidase de nuestro aseo.

LUISA.-  ¿Te acuerdas cuántos días anduve yo con aquel rasgón en el vestido?

MATILDE.-  ¡Pero después que la nueva mamá vino a casa, qué diferencia tan grande! De todo cuida, todas las cosas están siempre a punto, y cuando se trata de diversiones, es la primera que nos las proporciona tomando muchas veces parte en ellas.

LUISA.-  Y cuando yo estuve mala, ¡si supieras Ramón qué mala estuve! Ella sola fue la que me asistió. Apenas se apartaba de mi cabecera. ¡Quién sabe las cosas que me dio! ¡Cuántos bizcochos! ¡Cuántas tacillas de dulce! ¡Era mucho aquello! A no ser por su cuidado ya estaría muerta.

RAMÓN.-  Me dejáis aturdido.

MATILDE.-  Ya te acordarás de que cuando tú te fuiste, no sabíamos nada de labores de manos, porque   —91→   acabábamos de aprender a leer y a escribir. Pues ya sabemos coser muy bien, bordar al pasado y al tambor, y ahora estamos aprendiendo a hacer encajes, todo sin otra maestra que mamá.

CASIMIRO.-   (A RAMÓN.)  ¿Ves este pañuelo qué bien bordado, y qué festón tan bien hecho? Pues es la obra magistral de Matilde, y regalo suyo.

MATILDE.-  ¡Vaya, qué bien me lo has pagado! ¿No me has cultivado tú mi jardincito? ¿No me has dado muchas flores, y otras plantas del tuyo? Porque has de saber, Ramón, que mamá no quiere que trabajemos de balde para los hermanos, sino que nos remuneren haciendo alguna cosa para nosotras, y ellos se portan tan bien que siempre salimos mejor libradas.

LUISA.-  Ciertamente. Ya te enseñaré yo el barquito de corcho que me ha hecho Vicente con su navaja. Verás qué bonito es, con sus cuerdas de seda, sus velas de raso, y sus banderas de cinta. Da gusto verle navegar solito en el estanque.

  —92→  

VICENTE.-  Para eso tú me hiciste unas ligas de punto de aguja.

LUISA.-  ¡Gran cosa! ¡Unas ligas! Ahora ya sé mucho más. Si tú vieras, Ramón, cierto bolsillo con listas verdes y de color de lila que tengo preparado para ti... Las listas verdes las he hecho yo sola: que lo diga Matilde. Estoy cierta de que te gustará mucho.

RAMÓN.-  ¿Cómo es eso? ¿Conque me has hecho un bolsillo?

 

(MATILDE hace señas a LUISA para que calle.)

 

LUISA.-   (Cortada.)  No, para ti precisamente no es, pero quise decir... La verdad para ti es, pero mamá nos había encargado que no te lo dijésemos, porque quiere presentártele de sorpresa con cierto vestido nuevo... Ya verás que bonito.

MATILDE.-  Eres una aturdida que no sabes callar nada.

LUISA.-  Estaba rabiando por decírselo para que vea   —93→   que nos hemos acordado de él a todas horas.

RAMÓN.-  Os lo agradezco mucho, y celebro en el alma que estéis tan contentas con vuestra suerte.

MATILDE.-  ¡Oh! Muchísimo... ¿Qué tenemos que desear con una mamá tan buena? Yo no sé como lo hace, pero tiene la gracia de convertirlo todo en diversión, de modo que aprende uno las cosas jugando. Tiene además una conversación tan entretenida, que es un gusto cuando se pone a hablar con nosotras.

LUISA.-  Lo que es divertido sobre todo es cuando nos sentamos a leer en corro aquellos cuentos que nos envía el señor don Anselmo. Cada mes nos manda un tomo.

MATILDE.-  ¡Válgame Dios! Ahora me acuerdo, Luisita, que este mes no le ha enviado. ¿Si estará enfermo de resultas de estos calores tan excesivos?

LUISA.-  Mucho lo sentiría porque es muy amigo   —94→   mío, y sabe todas las historias de cuantos niños hay en el mundo. ¡Bueno fuera que algún día encontrásemos la nuestra en el libro!

MATILDE.-  Me alegraría muchísimo, sólo por mamá, porque para mí no habría mayor gusto que el que todos supiesen lo buena que es, y cuánto la queremos.

CASIMIRO.-  Y yo por papá, que nos ama como si fuésemos verdaderamente hijos suyos.



Escena X

 

DON JACINTO, RAMÓN, MATILDE, LUISA, CASIMIRO y VICENTE.

 

DON JACINTO.-   (Que los ha estado escuchando detrás de unos mirtos.)  Lo sois de veras en mi corazón, y tengo suma delicia y la mayor vanidad en creer que soy vuestro verdadero padre. ¿Mas dónde está Ramón?

  —95→  

RAMÓN.-   (Arrojándose en sus brazos.)  Aquí, papá, lleno de alegría de ver a V.

DON JACINTO.-  Vuelve a abrazarme, hijo mío. ¿Estás contento con los hermanos que te he dado?

RAMÓN.-  Es imposible que haya otros mejores en el mundo. Así nada quedará que hacer por mi parte para merecer su cariño hasta igualar al que yo les tengo.

CASIMIRO.-  Poco trabajo te costará porque no deseamos otra cosa.

VICENTE.-  Para conseguirlo bastará recordar el placer que hemos tenido esta tarde.

MATILDE.-  A mi cargo queda traerosle a la memoria todas las veces que estemos juntos.

LUISA.-  Sí, que no lo tendremos presente todos, aunque nadie nos lo recuerde.

DON JACINTO.-  Como he sido testigo de vuestro diálogo, tarde se borrará de mi alma la impresión deliciosa   —96→   que me ha causado. Pero tanta alegría no cabe en un corazón, y anhelo por comunicarla con quien más que nadie merece gozar de tan halagüeño espectáculo. (Sale y vuelve al momento con DOÑA LORENZA.) 

DON JACINTO.-  Aquí tenéis, queridos míos, a vuestra madre, a la digna esposa que he elegido para labrar mi ventura y la vuestra. Los bienes que pudiera dejaros nada valdrían sin la dote mucho más preciosa de una buena educación, que ha sido el principal objeto de nuestro enlace. A unos os faltaba una tierna madre, que vigilase incesantemente por atender al cuidado de vuestra niñez, y se ocupase en rectificar vuestras inclinaciones y vuestra razón, inspirandoos sabias máximas, y cultivando vuestro entendimiento. Otros carecíais de un padre aplicado, que dirigiese vuestros pasos en la edad juvenil, proporcionase vuestra colocación, y asegurase vuestro bienestar futuro. En una palabra, para todos hemos formado esta unión, porque todos estáis interesados en ella. ¿Me prometes, querida esposa, como yo te lo ofrezco   —97→   a ti, mirar con igual afecto a todos estos niños sin dar a ninguno de ellos otra preferencia que la que merezca por sus buenas prendas, su aplicación y su juicio?

DOÑA LORENZA.-  Sirvan para ti de respuesta las dulces lágrimas que derramo, y para ellos estas tiernas caricias.  (Abraza a todos los niños que se atropellan por arrojarse en sus brazos.) 

DON JACINTO.-  Y vosotros, hijos míos, ¿me prometéis vivir siempre en buena armonía, sin celos ni disturbios, amandoos recíprocamente como hermanos?

 

(Los niños asidos unos con otros de las manos se echan a los pies de sus padres.)

 

TODOS.-  Sí, papá, sí mamá, todos lo prometemos.

DON JACINTO.-   (Levantándolos y abrazándolos.)  Seguid, hijos míos, gozando de esa dulce amistad cuyos lazos irán estrechándose de día en día; y creed que tanta satisfacción causará a cada uno de vosotros el beneficio que haga   —98→   a su hermano, como el que de él reciba. Vuestro contento será común e inalterable; todas las gentes honradas se interesarán en vuestra felicidad, y vuestros hijos os recompensarán algún día con su afecto el placer que hoy experimentan vuestros padres.



 
 
FIN
 
 


Anterior Indice Siguiente