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Acto tercero

Sala del palacio de ALFONSO. Una mesa con recado de escribir. Algunas armaduras colgadas del muro. Una puerta a cada lado.

Escena I

ALFONSO, sentado cerca de la mesa; BERNARDA, TOIDA y NEFTALÍ, que salen conducidos por SILO.

SILO Ordoño, si dais licencia,
se os quisiera presentar
después de acabado el juicio.
ALFONSO ¿Cómo se defiende?
SILO                                  Mal;
pero niega bien.
ALFONSO                          ¿Y el Conde?
SILO O no dice la verdad,
o yo no sé conocerla,
o él no la puede probar.
ALFONSO Traed a Ordoño al volverle
a la prisión.
SILO                    Bien está. (Vase.)
TOIDA Los jueces nos encomiendan,
señor, a vuestra piedad.
Perdonadnos. (Arrodíllanse TOIDA y NEFTALÍ.)
NEFTALÍ                       ¡Perdonadnos!
TOIDA Tía, ¿no os arrodilláis
con nosotros?
BERNARDA                        No pequé:
no tengo por qué rogar.
ALFONSO ¿Por qué habéis favorecido
a mi enemigo mortal?
NEFTALÍ Era un joven...
TOIDA                        Un guerrero.
NEFTALÍ Y quisimos imitar
vuestro ejemplo.
TOIDA                           Recordamos
con qué magnanimidad
les disteis a los rebeldes
amnistía general.
ALFONSO A él no.
TOIDA              Ya; pero nosotros
dijimos: por uno más...
NEFTALÍ Bernarda, señor, que os tiene
un cariño maternal
a vos y a Jimena, dijo...
BERNARDA Que era su deber salvar
a un huésped suyo.
NEFTALÍ                               Que el Conde,
aunque conoció el disfraz
de la Infanta allá en Galicia,
se portó noble...
ALFONSO                           Y galán;
decidlo: es su amante.
TOIDA                                    Y bien:
¿por qué lo hemos de negar,
si ya la vida del Conde,
mediando respeto tal,
nos debió de parecer
sagrada?
NEFTALÍ                 Considerad
que nuestro amor a Jimena
socorro nos hizo dar
al Conde, y por ella diéramos
la vida.
ALFONSO             Libres estáis.
BERNARDA ¡Ah señor!
 
(Queriéndose arrodillar con TOIDA y NEFTALÍ.)
 
ALFONSO                   Hicisteis bien.
TOIDA Mi sangre...
NEFTALÍ                    Mi oro...
ALFONSO                                   Marchad.
(Vanse BERNARDA, TOIDA y NEFTALÍ.)
 
Escena II
SILO, ORDOÑO, ALFONSO.
SILO Aquí está el reo: uno de ellos
quise decir.
ORDOÑO                   ¡Silo!
SILO                            ¡Bah!
¿Quién no le sufre a un amigo
una familiaridad?
ALFONSO Dejadnos solos.
SILO                           Entonces
permitidme colocar
centinelas a las puertas,
porque a mí me pedirán
el preso, si se me fuga
por una casualidad.
ALFONSO Cumplid vuestra obligación,
que él la suya cumplirá. (Vase SILO.)
 
Escena III
ALFONSO, ORDOÑO.
ALFONSO ¿Os han sentenciado?
ORDOÑO                                   Sí.
ALFONSO ¿A qué?
ORDOÑO               A perder mi caudal
y a destierro.
ALFONSO                      No esperé
yo tanta severidad.
ORDOÑO Yo sí: os lo dije.
ALFONSO                           ¿Y a Sancho?
ORDOÑO A lo que era de esperar,
se confirma la sentencia
de antes: pena capital
e infamia. Dentro de poco
os traerán a firmar
ambos fallos; para mí
hay una distinción.
ALFONSO                              ¿Cuál?
ORDOÑO En vista de mis servicios,
y de que vuestra bondad
me tenía perdonado,
una súplica eficaz
en mi favor os dirigen.
ALFONSO Bien: atendida será.
Si he permitido a los jueces,
por no mostrarme parcial,
que os prendieran, mi palabra
no debe volver atrás.
Conservaréis vuestra hacienda.
ORDOÑO Gracias.
ALFONSO               Con sinceridad
os declaro que no puedo
concederos que sigáis
de Conde de los notarios,
por la grande enemistad
que ha mostrado en este juicio
una parte principal
de los nobles hacia vos.
ORDOÑO Conspiraron a la par
conmigo; nada alcanzaron,
y yo sí: era natural
que a la primera ocasión
me quisieran derribar.
Luego, Sancho (yo confieso,
señor, mi temeridad)
me ha acusado de un delito
que a vos no debo negar.
ALFONSO ¡Cómo!
ORDOÑO              Compasión imploro:
es cierto, fui su rival.
ALFONSO ¡Tú amas a Jimena, tú
también!
ORDOÑO               Muchos años ha.
ALFONSO ¿Y no has temblado al hacerme
revelación tan audaz?
¡Un enemigo, un traidor,
sus pensamientos alzar
hasta la hermana de aquél
que entre ignominia y afán
hoy viviera desterrado
lejos del suelo natal,
si no hubiera una justicia
que abatiese la maldad!
ORDOÑO Señor...
ALFONSO              ¿Qué jueces son esos
que no saben despojar
el corazón de un culpado
de todo velo falaz?
¡Muerte a Sancho, a vos destierro,
y ser el delito igual!
Porque ya la acusación
que no ha podido probar
el Conde, para mí queda
convertida en realidad,
pues un rival de la especie
que vos, de todo es capaz.
ORDOÑO ¡Ah!, quien ama, y años y años
tiene su amor que callar,
porque ve que sus suspiros
aversión excitarán,
¿cómo no ha de aborrecer
de muerte al hombre fatal
que le usurpa una ventura
que ya no espera jamás?
Vos, que por una excepción,
harto digna de envidiar,
tranquilo entráis en los años
de la varonil edad
sin haber sentido celos
ni saber lo que es amar,
achacaréis a delito
lo que es infelicidad;
y no podréis entenderme,
y aun oírme os cansará,
porque juez que nunca erró
no acostumbra perdonar.
A las flaquezas ajenas
las propias disculpas dan;
y vos, que absoluto imperio
en vuestro pecho gozáis,
que a vuestro querer las olas
le detenéis a ese mar,
que lleváis a la razón
sujeta la voluntad,
y miráis una hermosura
cual un busto de metal,
vos ¡ah!, no podéis en mí
vuestro retrato mirar.
ALFONSO ¿Quién os ha dicho que yo
no pagué a la humanidad
el tributo que ninguno
debe ni puede negar?
ORDOÑO Pero si habéis una vez
amado vos, confesad
que habrá sido sin tener
imposibles que allanar.
ALFONSO ¡Imposibles!
ORDOÑO                     No habréis sido
el testigo presencial
y continuo de las gracias
nacientes de una beldad;
no la habréis visto, capullo
escondido en el rosal,
crecer, sus hojas abrir,
y lozano derramar
en las auras el aroma
de su cáliz virginal;
no habréis sentido el horrible
tormento de codiciar
una prenda que no había
de ser para vos.
ALFONSO                           Cesad.
ORDOÑO No habréis querido a una joven,
que os escuchara jovial
como deuda, que os tuviese
deferencia y amistad,
y os hubiera aborrecido
en llegando a sospechar
que por ella vuestro pecho
ardía en llama voraz.
¡Alfonso! ¡Dichoso vos,
dichoso os vuelvo a llamar,
que de amor no habéis sufrido
la dura cautividad!
ALFONSO Ordoño...
ORDOÑO                 Compadecednos,
y no dudéis que será
horroroso padecer
y no poderse quejar.
ALFONSO ¡Qué! ¿Nunca habéis roto vos
ese silencio tenaz?
ORDOÑO Quise atreverme una vez;
mas al quererme explicar,
me atajaron los enojos
de la rígida beldad.
ALFONSO Si ella os castigó por eso,
no os debo yo castigar.
 
Escena IV
BERNARDA, LUPO, ALFONSO, ORDOÑO.
BERNARDA Señor, la Infanta me envía
a pedir que permitáis
que os vea ya.
ALFONSO                        Sí: mandé
que no me pudiese hablar
mientras no se sentenciara
esa causa, y ya lo está.
Que venga. (Vase BERNARDA.)
LUPO Os presento aquí
los fallos del tribunal.
ALFONSO Los veré. Llamad a Silo. (Vase LUPO.)
ORDOÑO (Aparte.) Amansó la tempestad.
Echada está la semilla;
su fruto producirá. (Sale SILO.)
ALFONSO Llevad a Ordoño a la torre, (A SILO.)
y vos mi firma esperad. (A ORDOÑO.)
SILO (A ORDOÑO.) Vamos.
ORDOÑO                                       De un grave negocio
 
(Aparte a SILO al irse.)
 
me importa conferenciar
con Bernarda al punto: creo
que tú la permitirás
que venga a la cárcel.
SILO                                   ¡Oh!
No tengo dificultad.
 
(Vanse ORDOÑO y SILO.)
 
Escena V
JIMENA, ALFONSO.
JIMENA Ya que hoy el entredicho se levanta
que en medio de los dos vuestra ley puso,
fuerza será que me escuchéis. No intento
quejarme ya del abandono duro
que por tres días padecí...
ALFONSO                                          Jimena,
Jimena, perdonad si os interrumpo.
El Rey de su presencia os alejaba;
pero el hermano sin cesar estuvo
viendo a su hermana, por angosto hueco
disimulado en el macizo muro
que cerca esa mansión.
JIMENA                                     ¿Tú me veías?
ALFONSO Te vi, te vi, de admiración confuso,
llanto afrentoso derramar, y al cielo
dirigir ayes de dolor espurio;
y la vergüenza que de ti me daba,
tan sola fue la que impedirme pudo
que corriese a decir: «Ven, mi Jimena,
vierte en mi seno la aflicción del tuyo.»
JIMENA ¡Ah!, me queda un hermano todavía;
todavía no estoy sola en el mundo.
ALFONSO ¿Qué quieres de tu Alfonso?
JIMENA                                             Que no extrañe:
si por un desdichado le pregunto,
y su sentencia me revele: a todos
con iguales palabras importuno,
y en respuesta me dan vaga esperanza
con labio alegre y con semblante mustio.
¿Qué falló el tribunal?
ALFONSO                                   Míralo.
 
(Dándole la sentencia del Conde.)
 
JIMENA                                                ¡Muerte!
¡Y a Ordoño Sancho confundir no supo!
ALFONSO ¿Con qué pruebas?
JIMENA                                ¡Ay Dios!, no recordaba
que fuera allí mi testimonio nulo,
a tenerle que dar. A ti, que sabes
que es incapaz mi boca de un perjurio;
a ti, que puedes la cruel sentencia
deshacer con un rasgo de tu puño,
por esta cruz del sacrosanto leño
 
(Poniendo la mano sobre la que lleva al cuello.)
 
la inocencia de Sancho afirmo y juro.
Él en Galicia me entregó una carta,
y en ella el plan del bárbaro tumulto
por Ordoño su autor; y el vil Ordoño,
a favor luego del horrible susto
que mis sentidos embargó un instante,
medio de recobrar el pliego tuvo.
Falte a mis ojos la celeste lumbre,
si a Ordoño en algo sin verdad acuso.
ALFONSO ¡Crédula! Tus palabras son el eco
de la pérfida voz que te sedujo.
Alzarse contra mí, y a los halagos
de mi hermana aspirar, era un insulto
que tú no habías de sufrir; el Conde
para evitar tu cólera, supuso
la carta que perdiste, y a mostrarla,
se volviera tal vez en daño suyo.
JIMENA ¡Ah!, ¡qué mal le conoces!
ALFONSO                                           A sus jueces
remito mi opinión. Mas ¿qué disputo?
¿Puedes negarme que estalló en su nombre
la rebelión que de mi trono augusto
con furor me lanzó? ¿Puedes negarme
que entre ruidosos vítores del vulgo
fue proclamado Rey, mientras corría
tras mí con una tropa de verdugos?
Si fue leal a mi persona el Conde,
¿por qué con tan extraño disimulo
los lazos ocultó que me tendían,
y ayudó a los rebeldes para el triunfo?
JIMENA Pide sagacidad al cortesano
en las marañas áulicas maduro;
que un joven de Castilla sólo sabe
con sangre de Ismael hacer fecundo
el nativo confín. Ordoño, Ufila,
cuantos crédito dieron al absurdo
rumor del vasallaje a Carlomagno,
reos son como Sancho, y a ninguno
quisiste castigar.
ALFONSO                           Por eso es fuerza,
si el reino quiero mantener seguro,
un escarmiento hacer. Yo no buscaba
la víctima; su estrella la condujo
aquí; la ley sobre su cuello pide
que hiera; hiero: mis deberes cumplo.
JIMENA ¡Cielos! Y Ordoño en tanto...
ALFONSO                                               Yo no puedo
distinguir el malvado del iluso.
Ni Ordoño, ni otros ciento de mi corte,
que son cobardes aunque son astutos,
conspirarán jamás, a no ofrecerles
el Conde su valor. Muy útil juzgo
que la ambiciosa juventud aprenda,
viendo a Sancho morir, cuál es el fruto
de la imprudencia y la traición.
JIMENA                                                ¡Ingrato!
El Conde libertarte se propuso.
ALFONSO Perfidia doble: pues a dos vendía,
tome venganza por los dos el uno.
JIMENA ¡Sancho, Sancho morir! Es imposible
que puedas tú pensar lo que iracundo
tu labio dice sin querer. ¿Olvidas
que yo le tengo amor?
ALFONSO                                    Ése es un hurto
que haces a Dios, a quien te liga un voto.
JIMENA Yo lo quise cumplir, aunque me indujo
a formarlo el pesar, más que el deseo
de que tuviera fin nuestro infortunio.
Aquella noche que prendiste a Sancho,
noche cubierta para mí de luto,
¿sabes cuál fue la ley que irrevocable
mi varonil resolución le impuso?
La de alejarse para nunca verme,
la de morir por libertar del yugo
musulmán españoles, que aumentaran
fuerzas a tu poder, glorias al culto.
Esto me prometió, y esto cumpliera,
sin el lance fatal que le detuvo.
ALFONSO ¿Cómo al verme después, se convirtieron
tan bizarros propósitos en humo?
JIMENA Tú quisiste en mi amado envilecerme,
y eso jamás lo sufrirá mi orgullo.
ALFONSO Lo tendrá que sufrir. La decantada
separación entiendo, el fin descubro.
Esperabas que al Conde sus proezas
engrandecieran a tan alto punto,
que pudiese pedir tu mano en premio,
y en mí negarla pareciera injusto.
Acaso calculasteis los azares
de la guerra también, a que conduzco
mi nación hasta hoy adormecida,
y os prometisteis el aciago nudo
estrechar algún día, siendo el ara
de esa unión que detesto, mi sepulcro.
No, que te hará otra tumba con oprobio
buscar en una celda tu refugio.
JIMENA Se estrechará, se estrechará primero
esa unión infeliz, contra tu gusto.
De mi voto el prelado me dispensa,
y esposa puedo ser; niega el indulto
a Sancho, manda que su sangre corra:
mujer que a costa de su honor sostuvo
que era esposa de un hombre, ya es forzoso
que la mano le dé.
ALFONSO                              Será difunto
un instante después.
JIMENA                                Sancho del golpe,
yo de la pena, moriremos juntos.
ALFONSO ¡Cuánto le ama, oh Dios!
JIMENA                                         ¿Que si le amo?
Tú no lo puedes comprender, y dudo
si yo misma hasta aquí supe que fuese
mi amor tan entrañable como puro.
Pocos instantes por la vez primera
le hablé cuando la suerte le condujo
al vergel cuya cerca levantaban;
pocos instantes, que cortés anduvo
(acaso por demás) en retirarse
cuando vio mi desdén sobrado adusto;
y sin embargo, sus palabras fueron
por todo un año mi placer, mi estudio,
mi continua ilusión. En nuestra fuga
veloz, en medio del peligro sumo,
sólo me consolaba el pensamiento
de que siguiera Sancho nuestro rumbo.
¿Que si le amo? Por amarle sólo,
disimulando mi dolor agudo,
que a Saldaña partiera le pedía;
porque le amo, resistí el impulso
de tus iras, al ver que con afrenta
le iban a hundir en calabozo inmundo;
porque le amo, en fin, ves que a tus plantas
de la altivez de Infanta me desnudo,
y te pido piedad, perdón, la vida
de Sancho, que es la mía.
ALFONSO (Aparte.)                         (¡Cuánto sufro!)
Levanta.
JIMENA               No, derramaré en el suelo
mi ardiente lloro sin reparo alguno,
aunque a tus pies me vean, y me ahogue
mi sonrojo después.
ALFONSO (Aparte.)                 ¿Dónde me oculto?
JIMENA Tú, benigno con todos, ¿es posible
que con tu hermana rígido y sañudo
sólo vengas a ser? Selo en buen hora.
Yo cedo a tu rigor y no murmuro,
si la víctima soy: muera yo y viva
Sancho.
ALFONSO              ¿Por él?... (Con un violento ademán de cólera.)
JIMENA                               Tu rostro furibundo
me anuncia que te enojo con hablarte
de mi amor; está bien: ya le sepulto
en el pecho, ya callo, y me levanto.
No te irrites; mudemos de discurso;
hablemos del cariño que te tengo,
del que me tienes tú: siempre mi escudo
fue mi hermano, mi guía. Alfonso, dime:
con mi fatal pasión, ¿en qué te injurio?
¿Temes acaso que te olvide? Mira:
primero a Sancho. Indúltale, y pronuncio
mi voto. Pero lloras. ¡Ah!, yo venzo.
Naturaleza cobra su tributo.
Vivirá el Conde.
ALFONSO                           Vivirá.
JIMENA                                      Consiente
que mis brazos...
ALFONSO                            Aparta. Restituyo
a Sancho sus honores, si le dices...
JIMENA Habla: ninguna condición rehúso.
ALFONSO Le dirás, y de modo que lo crea,
para atajar a su ambición el curso,
que se olvide de ti, que no le amas
ni le amaste jamás.
JIMENA                               ¿Qué es lo que escucho?
¡Yo desmentir mi amor! ¡Mentirle a Sancho!
ALFONSO Con tu primera falsedad te arguyo.
Mentísteme diciéndote casada;
mentira fue que deshonor produjo:
miéntele al Conde por honor ahora.
O mientes, o perece: no hay efugio.
JIMENA No morirá, que tu palabra tengo:
la diste y eres Rey.
ALFONSO                               Tiembla si abuso
de mi poder, Jimena. Mi mandato
se ha de cumplir.
JIMENA                            Tirano sin segundo,
ya te conozco: porque nunca puerta
para el amor en tus entrañas hubo,
de nuestras almas desterrar pretendes
el dulcísimo afecto que no plugo
al cielo coronar. Odio quisiste
sembrar entre nosotros: harto justo
es que recaiga en ti.
ALFONSO                                Calla: no digas
que me aborreces, no.
JIMENA                                    Lo digo, y huyo
de tu presencia.
ALFONSO                          Ve, ve a prepararte
para tus bodas, que al momento, al punto
las voy a celebrar; no con el Conde,
no con el Redentor: con un verdugo
cuya vista no más te martirice;
con Ordoño: tus votos oportuno
el prelado anuló. Parte, no temas;
el Conde vivirá, yo lo aseguro.
JIMENA Un sacrificio que me dé la muerte
será un favor: te lo agradezco mucho. (Vase.)
 
Escena VI
ALFONSO, y después LUPO.
ALFONSO Vivirá, vivirá; mas no imagines
que ha de volverte a ver. Fallemos. -¡Lupo!
 
(Siéntase a la mesa, examina las dos sentencias y toma la de SANCHO.)
 
La sentencia de Ordoño, la del Conde...
 
(Sale LUPO.)
 
(A LUPO.) Aguardad. (Díctase y escribe.)
                                    «Quiero como Rey, en uso
de mi prerrogativa, la sentencia
de muerte mitigar.» Me tiembla el pulso.
«Cárcel perpetua y...» (Sigue escribiendo.)
 
Escena VII
BERNARDA, ALFONSO, LUPO.
BERNARDA                                     Necesito hablarle.
(A LUPO desde la puerta.)
LUPO Ocupado le veis.
ALFONSO                            Firmo y concluyo.
 
(Toma la otra sentencia.)
 
A Ordoño en libertad.
 
(Ve a BERNARDA y a LUPO que se le acercan.)
 
                                   Lejos, espías.
 
(Sigue escribiendo, firma y sella.)
 
BERNARDA (Aparte.) Por Dios, que este despecho tan profundo
es un indicio más.
ALFONSO                             Tomad: entrambas
 
(Levantándose y dando a LUPO ambos pliegos.)
 
sentencias al alcaide, y que no excuso
ni la más leve dilación.
 
(LUPO va a retirarse, el Rey le detiene y le habla un momento al oído.)
 
LUPO                                     Entiendo. (Vase.)
ALFONSO (Aparte.) No ha de volver a verla: yo lo juro.
 
Escena VIII
ALFONSO, BERNARDA.
BERNARDA Quisiera, si no os enoja,
decir...
ALFONSO             ¿Alguna mentira?
¿Qué hace Jimena?
BERNARDA                                Suspira
de modo que da congoja.
ALFONSO ¿Qué le has oído?
BERNARDA                              Enmudece
con empeño pertinaz;
manda que la deje en paz;
replico, y se ensoberbece.
ALFONSO Su cólera es el castigo
justo de tus libertades.
BERNARDA Mayores (y no te enfades)
me voy a tomar contigo.
ALFONSO Soy hombre, y es diferente,
que al fin te debí el primer
sustento; pero haz por ser...
BERNARDA ¿Qué?
ALFONSO            Menos impertinente.
BERNARDA Lo haré.
ALFONSO               ¿Cuál es el asunto
que a verme te determina?
BERNARDA Esa boda repentina.
ALFONSO ¿Quién te dio parte?, pregunto.
BERNARDA Respondo: si en una casa
se grita cuando se alterca,
y hay quien escuche de cerca,
se ha de saber lo que pasa.
ALFONSO ¿Cómo en tal negocio cabe
que tengas tú que mediar?
BERNARDA Te voy a comunicar
un escrúpulo muy grave.
Si se entrara en religión
la Infanta, yo callaría,
pues un esposo elegía
que nunca fue reparón;
pero Ordoño es caballero
que mira (y yo se lo alabo)
mucho por su honor, y al cabo
la conciencia es lo primero.
ALFONSO Por Dios, que me apurarás
la templanza antes que empieces.
Al caso.
BERNARDA               Si te enfureces
ahora, luego ¿qué harás?
ALFONSO Sigue, Bernarda: adelante.
BERNARDA Ten.
 
(Presentándole un espejo pequeño de plata.)
 
ALFONSO         ¡En la mano me pones
un espejo!
BERNARDA                  En tus facciones
¿hallas algo semejante
a las de Jimena?
ALFONSO                           Absorto
me dejas. ¿Qué relación?...
BERNARDA Será tu contestación,
echando por lo más corto,
que no.
ALFONSO             Pero ¿a qué te vales
hoy de tan extraordinarios
reparos?
BERNARDA                ¿No son contrarios
también vuestros naturales?
ALFONSO ¡Contrarios! ¡Ay! ¡Ojalá
no lo fueran tan de lleno!
Pero, Bernarda, que peno
demasiado. ¿A dónde va
a parar esa prolija
cuestión con que me molestas,
que entre mil dudas opuestas
yo no sé lo que colija?
BERNARDA A ofrecer un testimonio
de honradez, aunque yo pague
sola por dos, y naufrague
de Jimena el matrimonio.
ALFONSO ¿Naufragar? ¿Por qué?
BERNARDA                                      Faltó
hacer una diligencia.
ALFONSO ¿Cuál?
BERNARDA             Obtener la licencia
de su madre, que soy yo.
ALFONSO ¡Su madre! ¡Dios infinito!
¿Es cierto lo que escuché?
Dime que no me engañé.
¡Tú su madre!
BERNARDA                        Lo repito.
Madre de Jimena soy.
ALFONSO ¡Cielos hasta aquí tiranos!
¿Con que no somos hermanos?
¡Qué misterio rompéis hoy!
BERNARDA Muerta desgraciadamente
de la vida en el umbral
la hija del lecho real,
hallándose el Rey ausente,
quiso la Reina...
ALFONSO                          Lo entiendo.
Quiso excusar el dolor
de mi padre, o su furor:
uno y otro era tremendo
en aquel carácter fuerte
incapaz de reprimir.
No tienes más que decir:
yo necesito creerte.
No es mi hermana: ¡si el cariño
fraternal tiene otros goces,
si lo está diciendo a voces
mi corazón desde niño!
Sal ya de mi pecho, sal,
secreto que yo temblaba
de averiguar, y hoy acaba
de mostrárseme cabal;
sal, que ya la Providencia
de toda culpa te exime:
ya es puro mi amor, sublime
le hizo mi resistencia.
Parte, y a mi hermana di
(no es mi hermana, que es mi cielo,
mi bien, mi gloria) que el velo
que me cegaba rompí,
que ya no será de Ordoño,
que en vano se desconsuela,
que la sangre de Fruela
no ha de quedar sin retoño.
Pero no me satisface
que tú... (Hace que se va.)
BERNARDA              ¿Vos amáis?...
ALFONSO                                      Sí a fe.
Siempre a mi Jimena amé:
la adoro quince años hace.
BERNARDA ¿De veras la amáis?
ALFONSO                                 Con loca
pasión: ¿no ves mi alegría?
BERNARDA Eso es lo que yo quería
escuchar de vuestra boca.
ALFONSO Bernarda, me dan recelos...
BERNARDA Niega ya, desalumbrado,
que a tu hermana has castigado
y al Conde, sólo por celos.
ALFONSO La pasión me despeñaba
sin conocerlo yo mismo.
BERNARDA Tu rigor en un abismo
de males hoy sepultaba
a dos, cuyo amor honesto
es digno de compasión.
ALFONSO ¿No lo es también mi afición?
BERNARDA Rey, la tuya era un incesto.
ALFONSO Mas ya sin crimen aspira
a que Jimena...
BERNARDA                         No esperes
nada, no: su hermano eres.
Cuanto has oído, es mentira.
ALFONSO ¡Oh!
BERNARDA         Lo cierto es que poseo
tu secreto, y esta vez
no podrá vengarse juez
quien se ha confesado reo.
ALFONSO Pues bien, mi furor se aquiete
con sangre de quien le atiza.
 
(Toma una espada, que hay con otras armas colgada del muro.)
 
BERNARDA ¡Infeliz! ¡A tu nodriza!
ALFONSO ¡Insensato de mí! -Vete.
 
(Soltando la espada y sentándose abatido.)

(Pausa. BERNARDA da algunos pasos para retirarse, y luego se para; el Rey vuelve la cabeza y manifiesta en su rostro su sentimiento: entonces BERNARDA se acerca a él.)

 
ALFONSO ¿No quieres obedecer?
BERNARDA Señor, os oigo gemir.
ALFONSO Quita.
BERNARDA            No me puedo ir,
no, que os veo padecer.
ALFONSO Déjame.
BERNARDA               Aunque no me cuadre
tan excelsa dignidad,
llorad conmigo, llorad,
que no tenéis otra madre.
Forzoso ha sido que apele
al secreto que os amengua;
pero cortadme la lengua
si teméis que lo revele.
Vos solo y yo lo sabremos:
Jimena lo ignora todo,
y aun podéis hacer de modo
que vos y yo lo olvidemos.
De una pasión una hazaña
las consecuencias ataje...
Y pagadme el hospedaje
que hallasteis en mi cabaña.
Ofrecísteisme por Dios
una gracia; lo sabéis:
os pido que me otorguéis
mi perdón... y el de otros dos.
 
(Se arrodilla.)
 
ALFONSO Alza, que no debe estar
a mis pies, ni un breve espacio,
la que tiene en mi palacio
derecho para mandar.
Que venga mi hermana.
BERNARDA                                      ¡Ahora
sí que tenéis sangre mía!
 
(Corriendo hacia la puerta.)
 
¡Señora! -Me ahogaría
si no llorara. -¡Señora! (Vase.)
ALFONSO ¡Hola! -Afortunadamente
 
(Siéntase a la mesa y escribe con rapidez unas líneas.)
 
sé que no tuvo lugar
Silo para ejecutar
esa sentencia inclemente.
 
Escena IX
LUPO, ALFONSO.
ALFONSO Volad: esa orden entregad a Silo.
 
(LUPO toma la orden y se va.)
 
Mandé que con la trompa me avisara
luego que la sentencia ejecutara;
no sonó la señal: estoy tranquilo.
 
Escena X
ORDOÑO, ALFONSO.
ORDOÑO A vuestros pies la gratitud me guía...
ALFONSO (Aparte.) ¡Cielos!
ORDOÑO                              Os dejo al punto, sin embargo.
Sentencia bien distinta de la mía
el momento presente os hace amargo.
Dignaos de leer estos renglones
(Le da un pliego cerrado.)
 
que acabo de escribir con prisa grande:
conoceréis aquí mis intenciones,
y en casa espero que mi Rey me mande.
ALFONSO Partid a vuestra casa en derechura,
y con ninguno habléis. (Vase ORDOÑO.)
 
Escena XI
ALFONSO, y luego SILO, dentro.
ALFONSO                                     Me da martirio
el ver esa sardónica mesura.
¡Casarle con Jimena! Fue un delirio.
 
(Abre el pliego y lee.)

     «El secreto de vuestro corazón no le ha sorprendido Bernarda, sino yo, que se lo he confiado a ella, por ser de los que humillan mucho revelados por un hombre. Si este secreto se divulgara, perderíais el concepto de todos los que admiran la pureza de vuestras costumbres: vuestros enemigos aprovecharían la noticia para completar vuestro descrédito, y os arrojarían del trono. He oído vuestra conversación con Bernarda, de quien no me quejo porque haya servido a su señora y no a mí; pero os aviso que el premio de mi silencio es la mano de Jimena.»

Primero el corazón sabré arrancarte.
 
(Se encamina a la puerta por donde salió ORDOÑO.)
 
La puerta me cerró. ¡Mísera treta!
 
(Va a la puerta del lado opuesto.)
 
¿Dónde de mi furor has de librarte,
infeliz?
 
(Ruido a la derecha de voces y armas, y al mismo tiempo tocan una trompeta.)
 
            ¡Cielos santo! ¡La trompeta!
VOCES (Dentro.) ¡Arma! ¡Traición!
SILO (Dentro.)                             A él: ved que os engaña.
 

(ALFONSO toma una maza de armas; al mismo tiempo salen por la izquierda algunos pajes, que a una señal del Rey corren a echar abajo la puerta de la derecha.)

 
ALFONSO Aquí...
SILO (Dentro.)
             ¡Muera!
ALFONSO                            Tened. -¡Piedad divina!
SILO (Dentro.) No respetéis que es Conde.
ALFONSO                                                             ¡Le asesina!
 
(Fuerza la puerta de un golpe de maza.)
 
Ya abrí.
 

(Franca la puerta, va a la pieza inmediata; pero se detiene al oír la voz de SILO, que sale precipitado con la espada desnuda.)

 
SILO (Saliendo.)
               Traed al Conde de Saldaña.
 
Escena XII
SILO, ALFONSO.
ALFONSO ¿A quién esos crueles mercenarios
han muerto?, ¿a quién?
SILO (A los pajes.)               Salid. (Vanse los pajes.)
ALFONSO                                                Responde luego.
SILO A ese Conde traidor de los notarios,
que a Lupo quiso arrebatar el pliego.
ALFONSO ¿Detener el perdón Ordoño quiso?
SILO Y ciego queda Sancho, si la Infanta
por un momento más no se adelanta,
dándome ya de la merced aviso.
Lupo la entrega del perdón resiste,
le hiere Ordoño, de prenderle trato,
lidia, tocan sin orden a rebato,
y el criminal expira.
ALFONSO                               ¿Ya no existe?
SILO Mirad. (Señalándole la puerta.)
ALFONSO            ¿Nada al morir ha descubierto?
SILO Nombró a Sancho y a vos: «Erré el camino,»
dijo; después: «Merezco mi destino,»
y le faltó la voz al labio yerto.
 
Escena última
JIMENA, SANCHO y BERNARDA, por la izquierda; ALFONSO, SILO.
JIMENA ¡Hermano!...
SANCHO                      ¡Mi señor!...
JIMENA                                          Siempre esperaba...
BERNARDA (A JIMENA.) Bien os decía yo.
SANCHO                                                   Mientras respire
Sancho, vuestro será.
JIMENA                                   Seré tu esclava.
ALFONSO Callad, o haréis que de vergüenza expire.
Oíd. Porque no hay crimen sin castigo,
porque os defiende el cielo soberano,
libres ambos estáis de un enemigo.
Ordoño ha muerto.
JIM., SAN. y BER.                               ¡Ordoño!
SILO                                               Por mi mano.
ALFONSO (A SANCHO.) Acaso declarar vuestra inocencia
quiso, y en vano fue, ya moribundo:
justificado estáis en mi conciencia;
pero falta la prueba para el mundo.
Un escarmiento mi dosel reclama,
que haga a la rebelión temer su estrago:
sacrificadme, Conde, vuestra fama,
y la ventura vuestra os doy en pago.
Con un anuncio que sospechas borre,
se mostrarán de Ordoño los despojos;
de vos se contará que en una torre
gemís, privados de la luz los ojos.
De Jimena dirán que sin su amante
eligió en su dolor un monasterio;
huid en tanto, y en región distante
vivid cercados de feliz misterio.
JIMENA ¡Separarnos de ti!
ALFONSO                              No es sin motivo.
SANCHO ¿Permitiréis un día que volvamos?
JIMENA Nadie sabrá...
ALFONSO                        Jamás: os lo prohíbo.
La vez postrera viéndonos estamos.
JIMENA ¿La vez postrera?
ALFONSO                             Sí. Para tu dote
los bienes todos de mi padre cedo,
y a la noche en secreto un sacerdote
os unirá.
JIMENA               A tu vista.
ALFONSO                                No, no puedo...
SANCHO Señor...
ALFONSO (A SANCHO.)
              Si el cielo os concediere un hijo
que retrate a Jimena, de ése aguardo
que ser el padre me otorguéis.
BERNARDA                                                Yo exijo
que se le ponga el nombre de Bernardo.
ALFONSO (A BERNARDA y SILO.) Adiós. -Vosotros seguiréis su suerte.
Mudad de nombre. Partiréis mañana;
(A los amantes.) Y nunca me verás, nunca he de verte.
(A JIMENA. Hace que se va.)
JIMENA ¿Te vas sin un abrazo de tu hermana?
 
(Vuelve ALFONSO, abraza a JIMENA y da la mano a SANCHO.)
 
ALFONSO Adiós, hermana. Adiós. -Tú que mi pena
 
(Aparte a BERNARDA, separándose de SANCHO y la Infanta.)
 
sabes, si el cielo de mi vida el plazo
acorta en una lid, dile a Jimena
cuánto habré padecido en ese abrazo.

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Apéndice

     Los malaventurados amores de la infanta Doña Jimena y el Conde de Saldaña, de quienes nació, según el Arzobispo D. Rodrigo, el célebre Bernardo del Carpio, pasan hoy generalmente por una fábula, y aun se niega que haya existido ninguno de estos tres personajes, porque, a la verdad, ni los dos escritores de aquella época, Sebastiano y el Monje de Silos, ni aun el Obispo D. Pelayo en las adiciones que hizo al primero, dicen una palabra acerca de los padres ni del hijo, cuyas primeras noticias aparecen en dos escritores del siglo decimotercio. Éste no es inconveniente para el que pretenda introducirlos en un poema dramático, porque si tiene facultad el poeta para crear personajes de su invención y ponerlos al lado de los que realmente existieron, nadie podrá impedirle que al presentar en la escena una figura histórica, le coloque alrededor otras inventadas por los historiadores, y que han pasado como históricas también por espacio de muchos siglos. Sin embargo, aun en estos últimos tiempos hay escritor bien respetable que ha admitido la existencia de la Infanta y del Conde, negando sólo que dieran el ser a Bernardo: ponemos las palabras del autor a quien nos referimos, al frente de las otras autoridades que abajo se copian, para manifestar en qué fundamentos estriba la parte histórica del drama.

     «Fruela... tuvo un hijo que reinó después con el nombre de Alonso el Casto, y una hija llamada Doña Jimena, tan célebre en las antiguas fábulas españolas por sus amores y casamiento clandestino con el Conde de Saldaña, y por las hazañas de su supuesto hijo Bernardo del Carpio.» -D. Alberto LISTA, Historia de España, tomo XXVI de la Universal.

     «Alonso II, sucesor de Bermudo e hijo de Fruela I, empuñó el cetro en el día 14 de septiembre del año 791. No lo recibirían todos con igual gusto, pues, según refiere el Monje de Albelda, hubo gente rebelde y poderosa que al año siguiente (no diez años más tarde, como dice Rodrigo Jiménez) se atrevió a encerrarlo en un monasterio, de donde lo sacaron con noble denuedo algunos fieles vasallos, entre quienes se distinguió Teudan por su fidelidad y constancia.» -MASDEU, Historia crítica de España, tomo XII.

     «Alonso, joven a la sazón (791) de veinticinco años, y educado en la escuela del infortunio, desplegó todas las virtudes necesarias en su situación. Manso y afable con los suyos, terrible contra los enemigos, intrépido en los combates, prudente en el consejo, no quiso reinar sino para el bien de los cristianos y engrandecimiento de la fe.

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     Teudio y otros señores principales, apenas supieron la maldad, le sacaron de su retiro y le restituyeron al trono. No son conocidos en la historia ni los nombres de los conspiradores, ni el objeto que se propusieron en su empresa, ni las resoluciones que tomaron después de haberla logrado, ni el castigo que se les dio.» -LISTA.

     Como hubo razones para que Sebastiano callara un acontecimiento de tanto bulto, y el Silense, que lo menciona, guardara profundo silencio acerca de las personas que intervinieron en él y acerca de sus pormenores, ¿no pudo haberlas también para omitir la noticia del casamiento de Jimena y Sancho? ¿No pudo esta razón ser la misma? ¿No pudo el casamiento coincidir con la rebelión, y haber tenido parte en ella los dos amantes o el uno? Por lo menos es innegable que la pena de perder los ojos no se imponía por la legislación gótica sino a los reos de alta traición, a quienes el Rey perdonase la vida: el casamiento clandestino era castigado con mucha menos severidad. Véanse las leyes siguientes:

     «Si alguno probare de matar al príncipe, o de le toler el regno, a cualquier que se le pruebe estas cosas o algunas de ellas, despois que fuere fallado, reciba muerte, e non sea dejado vevir: e si el príncipe por piadat le quisiere dejar vevir, nol' deje, que nol' saquen los ojos, porque tal non vea el mal que cobdizó facer, e que haya siempre amargosa vida e penada.» -Fuero Juzgo, lib. 2.º, tít. 1.º

     «Si la moyer libre casar con ome libre, el marido dela debe fablar primeramientre con sos padres; e si la podier haber por moyer, dé las arras a los padres así como es derecho; e se non la podier ovier, finque la moyer en poder de los padres; e si ela casar sen voluntad del padre o de la madre, e elos non la quisieren recebir de gracia, ela nen los fiyos non deben heredar en a buena de los padres, por que se casó sen voluntad delos; mas sel' quisieren dar alguna cosa los padres, bien lo poden facer.» -Ibid., lib. 3.º, tít. 2.º

     «Si los hermanos tardan el casamiento de la hermana... por tal que la podan meyor casar, e ela (non catando so ondra) tomar marido de menor guisa que non debe, pierda todel derecho que debe haber de la bona de sos padres.» -Ibid., ibid.

     Estas conjeturas serán de poquísima importancia miradas bajo el aspecto histórico; pero bajo el aspecto dramático no las creo sin interés, porque al aplicar la historia a la escena, casi vale tanto lo que pudo ser como lo que fue.

     «El buen Rey D. Alfonso que vio al tirano (Mauregato) con tantas fuerzas que era imposible resistirle... salió de Asturias, y fuese a meter a Álava... Estuvo también huido y escondido en el monasterio de Samos... Parece como estuvo agora el Rey allí escondido, por un privilegio que tienen los monjes... Dice en castellano: Estuvo despacio allí en Sámanos y en otro lugarejo llamado Subrego en la ribera del río Daura, y con los monjes mucho tiempo en el tiempo de su persecución.» -MORALES, Crónica general, tomo VII.

     «El Arzobispo D. Rodrigo cuenta luego tras esto cómo se le rebelaron al Rey D. Alfonso algunos de los suyos con tiranía, y lo pusieron en tanto estrecho, que se hubo de retirar a un monasterio llamado Abeliense... -Tierra de Abelania... se llama aquélla de Samos; y hemos de entender que el Rey estuvo en Samos siendo niño, y en tiempo de Mauregato, y agora también. Así que estuvo tres veces.» -MORALES, ibid.

     «Los gloriosos principios del reinado deste Príncipe tan señalado se amancillaron y escurecieron con un desastre y afrenta que aconteció en la casa real; y fue que su hermana, la Infanta Doña Jimena, olvidada del respeto que debía a su hermano y de su honestidad, puso los ojos en Sandia o Sancho, Conde de Saldaña, sin reparar hasta casarse con él... Acusáronle (al Conde) de traición y de haber cometido ofensa contra la majestad.» -MARIANA, tomo V de la edición de Sabau.

     Masdeu observa que la simple falta de honestidad, cometida voluntariamente entre solteros ingenuos, ni se castigaba en tiempo de los godos, ni daba derecho a la doncella para pretender la mano del autor de su deshonra. Por la ley 5.ª del libro 3.º título 4.º del Fuero Juzgo, se permitía al padre, hermano o tío que sorprendiese en aquel delito dentro de la casa paterna a la hija, hermana o sobrina, matarla o hacer de ella lo que le pareciese; pero la calificación de adulterio que allí se da al crimen, y la disposición última de la ley 12 del mismo título, manifiestan que se trata de doncellas ya desposadas con otro que su corruptor. Las penas que señala la ley 11 del título anterior, comprenden a los que seducen solteras con engaño, por medios de tercería y faltando a lo que prometieron, o bien se casan por fraude con ellas y contra la voluntad de la contrayente. Nada de esto hubo en el casamiento de Sancho y Jimena, tal como se pinta el suceso; y así no es de creer del virtuoso Rey Alfonso II un rasgo de crueldad y tiranía tan escandaloso. Si existieron aquellos dos personajes; si fue cegado el Conde y encarcelado por vida, y la Infanta reclusa, otras circunstancias más graves debieron ocurrir en su culpa; y si ésta no fue más que un matrimonio clandestino, por ella no pudo imponérseles el castigo citado. En tal duda, el autor del drama, aprovechando la frase última de Mariana, conciliadora de ambos extremos, ha manejado el asunto del modo que favorecía más a los personajes, dejando la tradición a cubierto; pues reputado el hecho por fabuloso, no había motivo para guardar a la ficción el miramiento y consideraciones que ni aun se suelen guardar a los fueros de la historia.

     «También algunas doncellas, sin salir de su casa paterna, se vestían de religiosas, profesando virginidad por toda su vida, y se llamaban, ya vírgenes sacras, y ya devotas, por corrupción de la palabra latina Deo votas, que equivale a consagradas a Dios. Cuando el Obispo las recibía en la iglesia a la profesión, no sólo las bendecía como a las viudas, pero también las cubría con un velo blanco, que habían de llevar siempre sobre la cabeza, como por testimonio glorioso de su virginidad.» -MASDEU, Historia crítica de España, tomo XI.

     Romey copia a Masdeu este pasaje como otros muchos.

     Conde de los notarios era, según Masdeu, cargo que entre los godos equivalía al de secretario de Estado; según Salazar, se daba este nombre a los notarios mayores, a los notarios principales. La autoridad de Masdeu es de más peso, y la idea que da más clara.

     Tioda es el verdadero nombre del arquitecto de Alfonso el Casto: se ha invertido el orden de las dos primeras vocales por hacer su pronunciación más suave en el teatro. Alteraciones de esta especie eran comunes en los nombres de aquella época: Teudis, Teudio, Teuda, Teudas, Teudan, Teudo, Teudon y Teudonio son variantes de un nombre mismo, y acaso el Tioda lo sea también.

     El personaje de Ordoño, amigo falso del Conde y enamorado de la Infanta, está ideado a semejanza del Conde don Rubio que introduce Cubillo en la conocidísima comedia titulada Primera parte del Conde de Saldaña, cuyos dos primeros actos se han tenido presentes al escribir este drama.

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