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Acto cuarto

Sala adornada de tapices perteneciente al Palacio, a la cual están inmediatas la habitación de ROSALÍA por un lado y la de su marido por otro. En el fondo una puerta, y más allá un largo corredor o claustrillo. Es de noche: hay una luz sobre la mesa.

Escena I
ISIDORO, MARIANA.
ISIDORO Sosiégate, hermosa mía.
MARIANA ¡Ay Dios!
ISIDORO                 Todo está en reposo
por aquí: vuelve a tu cuarto.
¿Vas perdiendo el miedo?
MARIANA                                          Un poco;
pero hasta que no amanezca
no entro yo en mi dormitorio.
Aquí tengo el paso libre,
si asoma otra vez el coco,
y echo a correr.
ISIDORO                           Eso ha sido
un sueño.
MARIANA                ¡Es mucho negocio
que no pueda convencerte
de lo que vi con mis ojos!
Era la fantasma.
ISIDORO                          ¡Qué!
No.
MARIANA        Mira, por temoso,
merecías que viniera.
ISIDORO Que venga.
MARIANA                    No fuera flojo
el susto que te daría.
ISIDORO Ahora que reflexiono,
creo entender lo que tú
miras como prodigioso.
Me parece que tendremos
mañana un día de gozo;
que aún podrá su vida triste
salvar del último oprobio
aquella infeliz.
MARIANA                      ¿Mi tía?
Me dejas llena de asombro.
¿Qué tiene que ver con ella
la visión?
ISIDORO                Yo estoy absorto
como tú; pero a este lance,
si tal solución no adopto,
no encuentro ninguna.
MARIANA                                   ¿Cuál?
ISIDORO Don Fabián, que es medio loco,
discurrió, para la fuga
de Rosalía, que un mozo
se vistiera de fantasma.
MARIANA ¡Qué sacrilegio espantoso!
ISIDORO Mas con esa confesión,
quedó el plan deshecho y roto:
los Reyes se arrepintieron
de haber sido tan piadosos
con la culpable, y la dejan
en el mayor abandono;
fallo de muerte pronuncia
el juez, y sin fruto imploro
por ella el perdón; el Rey
se hace a mi súplica sordo,
y hasta me vedan que llegue
con mis instancias al trono.
MARIANA Yo no puedo persuadirme
que ha de morir.
ISIDORO                           Yo tampoco,
y a cada momento aguardo
algo de maravilloso.
En fin, si Dios no la libra,
tal vez la salve un arrojo.
A Madrid han de llevarla:
ni sé cuándo ni sé cómo,
porque ella y el juez y el Rey
todos son para nosotros
invisibles hoy; no obstante,
ánimo tengo...
MARIANA                        Y yo oro.
ISIDORO Pero tal vez estén ya
satisfechos nuestros votos.
La Reina está en cama; el Rey,
afligido y melancólico,
habrá usado de piedad
(como en acto meritorio
para que Dios con la Reina
deje de ser rigoroso),
y Luciano y Don Fabián
acuden al trampantojo
de la fantasma que viste,
para que entre el alboroto
que produzca, huya la presa.
Hubiera sido muy propio
haber contado conmigo;
pero yo se lo perdono.
MARIANA Ya verás cómo los hechos
te dejan por mentiroso.
Ninguno de ambos pudiera
tener el capricho tonto
de darme un susto capaz
de ocasionar un trastorno.
Mi tío cierra mi cuarto
cada noche a piedra y lodo;
yo sentí andar con la puerta,
y descorrer los cerrojos
y volverlos a correr
muy despacio; me incorporo,
llamo, no me oyen, me visto,
doy a la lámpara un soplo,
abren, una luz lejana
me deja ver un coloso
blanco... y entra en mi aposento
diciendo en acento ronco:
«¡Mariana, Mariana!»
ISIDORO                                    Vamos,
eso...
MARIANA           No la eches de docto
incrédulo; que de nuevo
te digo, y no me equivoco,
que vi la visión, y oí
nombrarme como me nombro.
El hecho es que está mi cuarto
abierto, que no tiene otro
picaporte que el que guarda
mi tío tan cuidadoso,
que le hemos llamado, y duerme,
por lo visto, como un tronco.
Pues ¿quién será la fantasma?
No es hombre, es un duende.
ISIDORO                                               En golfo
tal de confusiones, yo
el rumbo ya desconozco.
Vamos otra vez al cuarto
de Luciano: es ya forzoso
que despierte y abra.
MARIANA                                  Siempre,
con tener sueño de plomo,
cierra su alcoba lo mismo
que si fuera un calabozo.
ISIDORO (Profundamente pensativo.)
¿Qué habrá sido?
MARIANA                             Oigo rumor.
ISIDORO Alguien viene.
MARIANA                       ¡San Antonio
me valga!
ISIDORO                 Nos llevaremos
la luz. (La toma.) Ven.
MARIANA                                     ¡Ay!, yo me ahogo
de miedo.
ISIDORO                  Estando a mi lado,
no temas.
MARIANA                 Huyamos pronto. (Vanse.)
 
Escena II

ROSALÍA, escoltada por varios Soldados mandados por un Oficial. DON FABIÁN, con algunos Alguaciles. Un Soldado trae una luz y un Alguacil otra.

FABIÁN Pisad quedo. -¡Qué torpeza!
No sonar esos fusiles.
Vosotros, los ministriles,
volveos desde esta pieza.
(Vanse los alguaciles.)
ROSALÍA Sígalos usted, no baje.
FABIÁN Pues ¡qué!, ¿no mereceré
que usted la mano me dé
al tomar el carrüaje?
Deseo es bien natural
en momento tan amargo.
ROSALÍA ¡Ay Dios!
FABIÁN                 Mucho se la encargo
a usted, señor Oficial.
ROSALÍA No trate usted de impedir
que él por sus impulsos obre:
todo es igual a una pobre
que es conducida a morir.
 

(ISIDORO, que a este tiempo volvía y llegaba a la puerta con la luz en la mano, oye a ROSALÍA, sale precipitadamente, deja la luz en la mesa y rompe por entre los soldados.)

 
Escena III
ISIDORO, dichos.
ISIDORO ¡A morir!
ROSALÍA                ¡Cielos!, ¡qué veo!
FABIÁN Fue en vano todo el sigilo.
ROSALÍA Llevadme.
FABIÁN                   Llevadla en vilo
de aquí, cumplid su deseo.
Ella no ha querido hablar
a nadie de la familia.
ISIDORO ¿Y quién no se reconcilia
cuando se va a separar,
y cuando va a ser eterna
la separación?
ROSALÍA                        ¡Ay triste!
¿Por qué al paso me saliste?
ISIDORO El que todo le gobierna
me trajo a esta habitación,
para que, al verte salir,
pudiera a tus pies gemir
implorando compasión.
ROSALÍA ¡Quién la pide a quién! -Paraos,
 
(A los soldados.)
 
Si gustáis, aquí un minuto.
FABIÁN ¿No han de gustar? Sólo un bruto
se negaría. -Apartaos.
 
(Los soldados se desvían.)
 
ROSALÍA Mariana no podrá oírnos.
ISIDORO No, se halla de aquí distante.
ROSALÍA Sintiera verla delante
al tiempo de despedirnos.
Ni ella ni mi esposo pueden
saber lo que a ti te diga,
si la angustia y la fatiga
que concluya me conceden.
Mis desventuras me eximen
de miramientos, pues creo
que todo es lícito al reo
que muere y paga su crimen.
ISIDORO No: por fuerza o por ardid
o consiguiendo tu indulto...
ROSALÍA Va a ser mi suplicio oculto
así que llegue a Madrid.
No hay que esperar.
ISIDORO                                  Sí: yo vuelo
tras ti con gentes...
ROSALÍA                                ¡Ah!, cesa.
Mi esperanza está en la huesa
y en la muerte mi consuelo.
Esta infeliz, hoy odiosa
al mundo, tuvo al nacer
cuanto pudo apetecer
la mujer más ambiciosa;
mas de un funesto vaivén
nadie en la tierra se libra,
porque al fin siempre equilibra
la suerte el mal con el bien.
Yo, para mi perdición,
para mi oprobio y afrenta,
recibí un alma sedienta
de goces del corazón;
y en esa frívola corte
que enamora por oficio,
que tiene por moda el vicio
y el vil interés por norte,
de cuantos amor postró
a mis pies, ninguno vi
que me quisiera por mí,
que sintiera como yo.
Pero no es gran maravilla;
pues ¿quién sospechara, quién,
que hoy, empolvada la sien,
vistiendo bata y cotilla,
pudiera haber ni una sola
castellana palaciega
que supiese amar tan ciega
como una antigua española?
Muda el tiempo las naciones,
varían los personajes,
y lo mismo que los trajes
se cambian los corazones.
De esta ley se exceptüó
el mío para su daño,
y viose en un mundo extraño
y el mundo le atropelló,
cual flor que vino a brotar
en vereda pasajera,
donde sólo haber debiera
pedernales que pisar.
Pensé que aquél a quien di
de esposo el sagrado nombre,
me amaba: vi luego un hombre
que sólo se amaba a sí.
Por él a casa viniste
tú, en quien mi cariño acopio:
no te engañes a ti propio,
tú tampoco me quisiste.
ISIDORO ¡Oh!, sí: mi estrella maligna...
ROSALÍA No, yo te aplaudo imparcial:
mi amor era criminal,
y yo del tuyo era indigna.
Éste, éste es el verdadero
crimen en que yo he caído,
y éste a pensar me ha inducido
otro, y por pensarlo, muero.
Yo jamás quise atentar
a otra vida que la mía:
por lo amarga que sería,
fue el quererme envenenar.
Ya estaba resuelta a huir;
supe tu callado amor,
y me pareció mejor
acabar ya de sufrir.
Del vulgo la necia charla
cuanto quiera me atribuya:
vida que no ha de ser tuya,
no he querido conservarla.
ISIDORO ¡Oh nueva que me aniquila!
Yo te libro, o moriré.
ROSALÍA No, no: me desahogué
con esto, y me hallo tranquila.
Nos vimos aquí los dos;
venció el impulso terreno;
mas ya parto, y me sereno
para dirigirme a Dios.
Conmigo espero que ablande
su justicia rigorosa;
que si es mi culpa horrorosa,
la expiación es bien grande.
Cuando mi alma descargada
del peso de la existencia,
llegue ante la Omnipotencia
que nos hizo de la nada;
si en las etéreas regiones
algún recuerdo subsiste
de este miserable y triste
valle de tribulaciones;
si es lícito del Señor
que fulminó en Sinaí,
para el que se queda aquí
gracia implorar y favor,
yo sólo le rogaré
que me permita bajar
a ser ángel tutelar
del hombre a quien tanto amé.
¡Oh!, y aún debo cuando así
de nuevo a la tierra me uno,
velar también sobre alguno
y alguna que aborrecí.
Ya no aborrezco, ya amansa
la tormenta pertinaz
del pecho, y ansío la paz
del que en la tumba descansa.
Di al que sin querer me pone
hoy en esta situación,
que yo le pido perdón
para que Dios me perdone.
Di que le ruego otra cosa
que mi afán último fue,
y es que, muerta yo, te dé
a Mariana por esposa.
No la reveles que amamos
a un hombre mismo ella y yo,
y hazla, pues te mereció,
hazla feliz. Adiós. Vamos.
 
(Vase y síguela el Oficial y los soldados: ISIDORO detiene a DON FABIÁN.)
 
Escena IV
ISIDORO, DON FABIÁN.
ISIDORO Don Fabián, aguarde usted;
no se marche usted aún.
FABIÁN No, déjeme usted.
ISIDORO                               Por Dios,
que no vivo de inquietud,
y ocurre una novedad
de especie nada común.
FABIÁN ¿Cómo?
ISIDORO               La fantasma ha vuelto
a aparecerse.
FABIÁN                      ¡Jesús!
Pero ¿será algún difunto
mal hallado en su ataúd,
o es quizá que me ha robado
mi pensamiento un gandul,
y sale a espantar las gentes
con faldas y con capuz?
¿Por dónde anda?
ISIDORO                              Por palacio.
FABIÁN ¿Aquí? ¡Voto a Belcebú!
¡En la morada del Rey!
Pues no me dé Dios salud
si no descubriese el duende;
y aunque sea ángel de luz
o de tinieblas, le enseño
a no turbar la quietud
del Sitio donde gobierna
Don Fabián Villaragut.
ISIDORO Le han visto en nuestro aposento.
FABIÁN ¿Quién?
ISIDORO               Mariana.
FABIÁN                              ¡Huy, huy, huy, huy!
Lo entiendo: algún mozalbete,
que no es de la sangre azul,
la quiere, y no puede verla,
y se encaja a bultuntún
donde ha de costarle el chiste
ir a comer alcuzcuz
a Morería. Es preciso
domar a la juventud.
¿Lo sabe ya Don Luciano?
ISIDORO Aún no.
FABIÁN               Avisárselo. Abur. (Yéndose.)
Pido una patrulla, rondo,
le vemos: ¿no se da? ¡Plum!
Cuatro tiros, que le dejen
sin que diga tus ni mus. (Vase.)
 
Escena V
ISIDORO Un estorbo menos. -Fuera
la más vil ingratitud
abandonar a su suerte
a Rosalía. Según
dijo Mariana... Con su oro,
si acudo con prontitud,
podré ganar los soldados;
y si no, aunque la segur
de la justicia provoque
con algún delito, algún
desacierto, yo la salvo:
lo juro a Dios y a una cruz. (Vase.)
 

(Queda el teatro solo algunos momentos, durante los cuales el reloj del convento da las cuatro. Entonces en el fondo del claustrillo, que está obscuro, aparece un hombre envuelto en una sábana que le cubre de pies a cabeza: adelántase con paso lento y vacilante; y cuando entra en la sala, donde ISIDORO ha dejado la luz que trajo, descubre el espectador las facciones de LUCIANO. Trae en la mano unas llaves, y cerrados los ojos: su ademán y voz son los de una persona afectada del somnambulismo.)

 
Escena VI
LUCIANO Lo que importa es cerrar.
 

(Entorna la puerta del fondo, haciendo con una de las llaves el movimiento para cerrar. Después da unos pasos hacia el proscenio; alza la mano como para colgar las llaves y encerrarlas en una relojera, y las deja caer sobre una silla.)

 
                                            Nadie lo sabe.
Mi precaución no ha sido sin provecho.
Nadie me ve, cerrado bajo llave,
si tal vez me levanto de mi lecho.
A Madrid, a Madrid, que ya estoy harto
del Sitio donde vive Rosalía.
¡Qué cerradura aquélla de mi cuarto!
Mejor que las de aquí: no la abriría.
Todo en el Escorial, todo me asombra.
Aun el peligro que corrí, me pasma.
¿Con que yo soy a quien el vulgo nombra
cada vez que recuerda la fantasma?
¿Yo entre sueños hablar? ¿Qué estoy diciendo?
No: yo soy mi mejor, mi único amigo.
Veinte años ha que el disimulo aprendo,
y nunca fui traidor para conmigo.
Yo primero. -¡Mariana! ¡Oh mi tesoro!
¡Rosalía! ¡Qué fe!, ¡qué virtüosa!
Es un pobre infeliz el Isidoro.
Ella y él, ¡qué pareja! -¡Qué enfadosa!
 
Escena VII
ISIDORO, LUCIANO.
ISIDORO No hay tiempo que perder: llevo dinero,
y pistolas también, por si es preciso.
Luciano no responde. (Repara en él.)
LUCIANO                                     Yo primero.
ISIDORO ¡Luciano!
LUCIANO                  Yo primero: te lo aviso.
ISIDORO Esos ojos cerrados...
LUCIANO (Sonriéndose.)           Mi cautela
con la verdad a descubierto engaña.
ISIDORO Somnámbulo es: el corazón me hiela
una sospecha atroz.
LUCIANO (Aterrado.)              ¿Quién me acompaña?
¿Quién en mi asilo entró sin mi licencia?
¿Quién eres tú que estremecer me has hecho?
ISIDORO ¿Le hablaré?
LUCIANO                      La conozco: es mi conciencia.
Huye: te he desterrado de mi pecho.
¡Una copa! Da aquí, la haré pedazos:
no puedo ver las copas de esa hechura.
¿Qué dama es esa que me traes en brazos?
¿Cómo pudo romper la sepultura?
ISIDORO ¿Me es lícito escuchar? ¡Oh!, no me aparto
sin ver...
LUCIANO                ¿Espejo blanco? Observaremos.
Otra tarde los dos juntos iremos.
Sal hoy sin mí. Te aguardaré en tu cuarto.
Salió. -¡La llave falsa de la arquita!
 

(Dirígese hacia el lado donde figuró guardar las llaves, y hace que las vuelve a tomar. ISIDORO sigue sus movimientos; repara en las llaves que están en la silla, y las coge y examina una pequeña, dejando, al hacer esto, las pistolas en una mesa. LUCIANO vuelve al medio de la sala, y ejecuta la pantomima de una persona que abre y registra un mueble, temiendo ser visto.)

 
ISIDORO ¡Llave falsa!
LUCIANO                      ¿Me ven?
ISIDORO                                      ¡Es ésta!
LUCIANO                                                     Ahora.
No acierto... ¡Qué temblor! Mano cobarde,
sírveme bien. Sin miedo, sin demora.
¿Helada estás?, ¡y mi cabeza se arde!
 

(La congoja de los remordimientos se apodera de él por un instante, y prorrumpe en sollozos.)

 
Una gota que abrasa me ha caído...
¡Yo llorar! ¿No abrí ya? ¿Qué me detengo?
Ya debe estar mi pecho encallecido
con la pasión voraz que en él mantengo.
¿Renunciaré?... ¿Y mi bien? No hay que hacer caso.
Este pomo... un papel... Veamos. Corro,
analizo... ¡Es veneno! Eso me ahorro.
Acerté. Mudo el líquido a mi vaso.
ISIDORO ¡Oh!
LUCIANO         ¿Y he de envenenarme? Sí, me atrevo.
Se trata de la dicha. Se prepara
la ocasión... -Si de mí se separara,
quizá... Si no consiente, pido y bebo.
Ya minoré la dosis: tendré a mano
el doctor y el antídoto... -Era cierta
la traza... -Y en efecto, ya estoy sano,
y libre voy a estar.
ISIDORO                               Monstruo, despierta.
 
(Sacudiendo reciamente a LUCIANO de los brazos para hacerle volver en sí.)
 
LUCIANO ¿Quién llama? ¿Dónde estoy? -¿Tú me observabas?
ISIDORO Sí, y en tu lenguaraz somnambulismo,
Delator imprudente de ti mismo,
tu iniquidad de revelar acabas.
LUCIANO ¿Hablé?
ISIDORO               De todo ya tengo noticia.
LUCIANO ¿De qué?
ISIDORO                 De todo. Es fuerza que repares
 
(Mostrándole la llave falsa del botiquín.)
 
Ese crimen atroz, y a la justicia
inocente a tu víctima declares.
LUCIANO ¿Cómo?
ISIDORO               Escribe un papel y huye de España.
LUCIANO ¿Puedo libre salir de este recinto?
ISIDORO Sólo tu amigo, por ventura extraña,
sólo yo te escuché.
LUCIANO (Aparte.)                 Ya es muy distinto.
ISIDORO Y yo a mi bienhechor no seré ingrato,
aunque bien lo merezca su alma impura.
LUCIANO No es tiempo ya de hacer el mojigato:
hablemos, Isidoro, con lisura.
ISIDORO ¡Eh!, nada ya de cuanto digas creo.
Yo escribiré el papel, fírmalo y vete.
Ya te conozco, y con vergüenza veo
que todos te servimos de juguete.
LUCIANO ¿Me creerás si digo que lo aciertas?
ISIDORO ¡Qué audacia!
LUCIANO                        ¿Será audacia si te digo
que olvidas que, al abrírsete mis puertas,
eras, tú que me insultas, un mendigo?
ISIDORO Al mendigo en tu casa recogiste;
mas ¿cuál de tu bondad era el misterio?
Tú cerca de tu esposa me pusiste
para acusarla un día de adulterio.
LUCIANO Sobrado lejos de mi fin has ido.
Otra fue mi intención.
ISIDORO                                     ¿Otra? ¿Cuál? Dila.
LUCIANO Que siendo del tutor favorecido,
te abstuvieras de amar a la pupila.
Rosalía después cedió al arrullo
de la afición: me aproveché del lance;
pero tú sólo amaste por orgullo,
y ella dio en ser honrada a todo trance.
Prueba de que es su amor débil centella,
bien inferior a mi pasión tirana,
que por cualquier obstáculo atropella
para adquirir la mano de Mariana.
ISIDORO ¿De Mariana? ¡Gran Dios! ¿Somos rivales?
LUCIANO ¡Ah! -No entendía que ignorabas esto.
ISIDORO ¿Tú amarla?
LUCIANO                      Sí, y en competencias tales
el uno tiene que ceder el puesto.
ISIDORO No quien sabe querer.
LUCIANO                                     ¿Y el que en el orbe
no halla fuerza capaz de detenerle,
muestra que sabe amar? ¿Debe temerle
quien caminar hacia su fin le estorbe?
Sirva de ejemplo mi infeliz esposa
para que nadie resistirme emprenda.
Dueño he de ser de mi pupila hermosa.
¡Triste del que robármela pretenda!
ISIDORO ¡Triste del criminal!
LUCIANO                                   Declamaciones
a un lado: por tu bien te lo suplico.
Necesario será que reflexiones
que no cede jamás el fuerte, el rico.
ISIDORO El fuerte aquí soy yo: puedo perderte,
y salvar a tu esposa es mi conato.
LUCIANO Sin que nada mi plan se desconcierte,
yo la puedo librar dentro de un rato.
Yo la he dejado sin defensa alguna
porque en la idea de morir se aferra;
pero contigo parto mi fortuna,
si a llevarla te obligas a Inglaterra.
ISIDORO No: vuélvele su honor, vil asesino.
LUCIANO Por ti lo voy a ser, hombre insensato.
 
(Coge las pistolas.)
 
Aquí hay armas: salgamos al camino;
pero ten por seguro que te mato.
Si combatir prefieres con espada,
no rehúso tampoco la palestra:
contra tu mano inhábil y turbada,
tengo la mía imperturbable y diestra.
Y si, muriendo tú, se te figura
que mi vida a la ley daré en tributo,
te engañas: la opinión de que disfruto
de toda ruin sospecha me asegura.
No en balde beneficios he sembrado;
no en balde todo el mundo me venera.
Mi proceder me tiene autorizado
para hacer sin peligro cuanto quiera.
ISIDORO Vamos donde tu vil hipocresía
víctima caiga de mi noble aliento:
pudo triunfar hasta el presente día;
pero hoy va a ser mayor el escarmiento.
En vano con su bárbara prudencia
los hilos de una red el crimen ata:
con un golpe no más la Providencia
el pérfido artificio desbarata.
Veslo en ti: cuando nada necesitas
para que el triunfo horrible se corone,
tú vienes, y la máscara te quitas,
y el labio tuyo contra ti depone.
LUCIANO Conoce tú (y acaso te estremezcas)
si al destino le tengo avasallado,
cuando por mí dispone que hoy padezcas
error tan de notar en un letrado.
Tú debiste llamar quien me escuchara:
no hay de mi confesión acusadores.
¿Quién, cuando mueras, contra mí declara?
 
Escena VIII

DON FABIÁN, abriendo de golpe la puerta del fondo y saliendo acompañado de Palaciegos y Soldados; dichos.

FABIÁN ¿Quién? Mírelos usted: estos señores.
ISIDORO ¡Oh cielo!
LUCIANO                  Me perdí.
FABIÁN                                  Vaya usted viendo
si gente son que confianza inspira.
Y otro más principal estaba oyendo,
que haciéndose mil cruces se retira.
ISIDORO ¿Quién?
FABIÁN y PALACIEGOS El Rey.
FABIÁN                            Al andar por este lado,
sentimos bulla: comprendí el asunto,
di aviso, vino el Rey, mandó un soldado,
y a su ahijada recibe en este punto.
Yo, como alcalde, pues, aunque interino,
de la bondad de Don Luciano espero
que se ponga la capa y el sombrero,
y me siga al lugar de su destino.
LUCIANO No hay remedio. (Éntrase en su habitación.)
FABIÁN                             Seguidle y desarmadle.
 
(A dos soldados, que entran en la habitación de DON LUCIANO.)
 
VOCES (Dentro.) ¡Viva el Rey, viva el Rey!
ROSALÍA (Dentro.)                                           Señor, clemencia.
ISIDORO Es ella: ya está aquí.
ROSALÍA (Dentro.)                   No, perdonadle.
UNA VOZ (Dentro.) Muera el calumniador de la inocencia.
 
Escena última

ROSALÍA, apareciendo en la puerta del fondo; MARIANA, que sale de su cuarto poco después; dichos.

ROSALÍA ¡Ah!, nada he conseguido.
ISIDORO                                            ¡Rosalía!
ROSALÍA ¡Isidoro!
 
(Óyese un pistoletazo en el cuarto de LUCIANO.)
 
ISIDORO                 ¡Dios mío!
ROSALÍA                                   ¿Qué he escuchado?
ISIDORO ¿Será posible?
MARIANA (Saliendo.)      ¡Él, él!, ¡se ha suicidado!
ISIDORO No llores: ni piedad merecería.
ROSALÍA Perdónale, mi Dios.
MARIANA                                 ¡Oh desventura!
ROSALÍA Yo, mientras permanezca entre vivientes,
yo rogaré con súplicas ardientes
por él en la estrechez de una clausura.
ISIDORO El siglo aún te dará días serenos.
ROSALÍA Quiero una celda.
MARIANA                              ¿Y yo?
ROSALÍA                                          ¡Ruego importuno!
Ya nadie me ha de ver.
ISIDORO                                      ¡Nadie!
ROSALÍA                                                   Ninguno.
MARIANA Pero nosotros sí.
ROSALÍA                             Vosotros menos.

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