Escena
I
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VALENTINA, bordando junto a la reja; DOÑA CRÍSPULA,
observando a DON VICENTE, que pasea la calle con inquietud.
|
CRÍSPULA. -
Ya lleva una hora de plantón, y
no hay trazas de que se retire tan pronto. Imposible que
sea mallorquín ese perdulario. ¡Valentina!... |
VALENTINA.
-
¿Manda usted? |
CRÍSPULA. -
Ven aquí; deja la
labor. |
VALENTINA. -
Si usted me permite concluir este ramo...
Son dos puntadas. |
CRÍSPULA. -
Hazme el gusto de quitarte
de la ventana inmediatamente. |
VALENTINA. -
Voy: no se enfade
usted. (Se levanta.) |
CRÍSPULA. -
Supongo que esta
vez no dirás que veo visiones, que interpreto al revés
las cosas. Mira aquel hombre. |
VALENTINA. -
¿Y quién
es, madre? |
CRÍSPULA. -
Eso es lo que yo te iba a preguntar,
hija. |
VALENTINA. -
Con la celosía no distingo bien
sus facciones; pero me parece, por el aire del cuerpo...
|
CRÍSPULA. -
¿Qué? Vamos, di. |
VALENTINA. -
Me
parece que no le conozco. |
CRÍSPULA. -
Si estuvo en
Santa Eulalia el domingo pasado. |
VALENTINA. -
Puede. |
CRÍSPULA.
-
Y bien cerquita de nosotras. |
VALENTINA. -
¿Qué tiene
de particular? |
CRÍSPULA. -
Y no apartó los
ojos de ti mientras duró la misa. |
VALENTINA. -
No
reparé. Y lo que es hoy ni siquiera he mirado a la
calle. |
CRÍSPULA. -
Lo que tú te empeñas
en callar, lo revelan las imprudencias de tu novio. |
VALENTINA.
-
¡Mi novio! ¿Quién? ¿Aquel caballero? A usted debo
el primer anuncio de esa conquista. |
CRÍSPULA. -
¿Pues
a qué vienen las mojigangas que hace? |
VALENTINA.
-
¿Y cuáles son? |
CRÍSPULA. -
Rondar la calle
arriba y abajo, sin perder de vista nuestra casa... Una miradita
a esas rejas; otra a los balcones del cuarto principal, que
está desalquilado... Se viene después al portal;
sube la escalera, dando un pisotón en cada peldaño;
silba, canta, golpea con el bastón puertas y paredes...
¿Para qué armará tal estrépito sino
para que al oírle te asomes? |
VALENTINA. -
Todo eso
se puede hacer sin objeto determinado. El ocio, el fastidio,
la impaciencia... |
CRÍSPULA. -
Si nunca me salen erradas
mis conjeturas. |
VALENTINA. -
¿Nunca, madre? ¿Se acuerda usted
de aquel chasco tan serio?... |
CRÍSPULA. -
¿Cuando
me figuré que robaban ahí enfrente, y era el
escribano Don Celedonio que hacía un embargo? Apariencias
tan equívocas confundirían a cualquiera. |
VALENTINA.
-
No, yo hablaba de cuando fuimos al santuario de Bonanova.
|
CRÍSPULA. -
¡Ah! ¿El día del Dulce Nombre?
|
VALENTINA. -
¡Buen sofoco me hizo usted pasar, sin culpa
ninguna! Porque nos seguía un militar, cojo por más
señas, se figuró usted que trataba de entregarme
un papel. Me agarra usted del brazo, echa a correr conmigo,
me riñe, me pellizca... ¿Y qué era todo el
misterio? Que usted había perdido su abanico en la
ermita; que aquel buen hombre lo había recogido, y
quería devolvérselo a usted. |
CRÍSPULA.
-
Y por esa casualidad, ¿querrás tú persuadirme
que entre tanto monuelo que te requiebra al paso cuando salimos,
no hay quien te guste? |
VALENTINA. -
A usted es a quien le
desagradan todos. |
CRÍSPULA. -
¡Y a ti ninguno! ¡Qué
desenvoltura! ¡Qué atrevimiento! Me has de quitar
a pesadumbres la vida. |
VALENTINA. -
Madre, madre, por las
entrañas de María Santísima, ¿quiere
usted decirme en qué falto a los deberes de buena
hija? ¿No me ve usted día y noche amarrada a ese bastidor,
sin alzar cabeza, para que el fruto de mi trabajo nos saque
de la estrechez en que nos pone la corta viudedad que usted
goza? ¿Con quién gasto yo conversación? ¿Pone
los pies aquí nadie más que Raimundo? |
CRÍSPULA.
-
¡Ah! Ése no es de temer. Estoy completamente cierta
de que no te quiere. |
VALENTINA. -
¿Quererme? Ni piensa en
mí siquiera. ¡Valiente cabeza de gorrión! Tres
días hace ya que no parece por casa. |
CRÍSPULA.
-
En fin, si me aseguras que esotro zángano no ronda
por ti... |
VALENTINA. -
No, señora, no. (Llama DON VICENTE a la reja.) |
CRÍSPULA. -
¡Calle! Pues él
es el que está llamando. (Llegándose a la ventana.)
¿Qué se le ofrece a usted, caballero? |
VICENTE. -
Perdone
usted mi franqueza, señora. Yo tenía precisión
de molestar a usted con una visita. La persona que debía
presentarme no parece, y me canso de aguardar en la calle.
|
CRÍSPULA. -
¿Y quién es ese sujeto? |
VICENTE.
-
El sobrino del propietario de esta casa. |
CRÍSPULA.
-
¿El sobrino de Don León? |
VICENTE. -
Pues, Don Raimundo.
|
CRÍSPULA. -
Don Raimundo Torrella. En efecto, muchos
días suele venir por aquí a estas horas. Dé
usted la vuelta, que voy a abrir. |
VICENTE. -
Mil gracias,
señora. (Quítase de la ventana.) |
Escena III
|
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DOÑA CRÍSPULA, DON VICENTE.
|
CRÍSPULA. -
Perdone usted que le haya hecho esperar.
|
VICENTE. -
Por Dios, señora... |
CRÍSPULA. -
Hará
usted el favor de tomar asiento. (Va a buscar sillas.) |
VICENTE.
-
No era necesario; pero... (Aparte.) No se figurará
esta señora que vengo a ver la casa para comprarla.
|
CRÍSPULA. -
Vamos, sin cumplimiento. |
VICENTE. -
He
dado a usted una prueba de que no los uso. |
CRÍSPULA.
-
Mejor: a mí me gusta la gente franca. |
VICENTE. -
Su
rostro de usted no me es desconocido. Yo la he visto a usted
no sé dónde. |
CRÍSPULA. -
Sí,
como soy tan devota de Santa Eulalia... |
VICENTE. -
Cierto:
en Santa Eulalia se hallaba usted el domingo. Y si no me
engaño, la acompañaba a usted una joven. |
CRÍSPULA.
-
Mi Valentina, mi hija única. |
VICENTE. -
Criatura
hechicera. |
CRÍSPULA. -
¡Eh! Tal cual. |
VICENTE. -
No,
no; que es su vivo retrato de usted. |
CRÍSPULA. -
Déjese
usted de lisonjas. |
VICENTE. -
A fe de Vicente Montaner.
|
CRÍSPULA. -
¿Montaner es su apellido de usted? |
VICENTE.
-
Para servirla. |
CRÍSPULA. -
¿Tiene usted algún
parentesco con Doña Dolores Montaner de Bausá?
|
VICENTE. -
Somos primos. |
CRÍSPULA. -
¿Primos? Pues
Dolores es madrina de mi hija. |
VICENTE. -
Por muchos años.
|
CRÍSPULA. -
De manera que usted y el difunto Don Jaime...
|
VICENTE. -
Éramos hermanos. |
CRÍSPULA. -
¡Excelente
casa! ¡Hombre opulentísimo! Usted habrá tenido
parte en su herencia. |
VICENTE. -
No, señora: la repartió
entre los pobres de la familia. |
CRÍSPULA. -
(Aparte.)
Es rico. |
VICENTE. -
Bastante hizo por mí con enviarme
a la Habana y ponerme en carrera. |
CRÍSPULA. -
¡Hola!
(Aparte.) Es indiano. |
VICENTE. -
Se empeñó
mi hermano en que yo había de hacer mi fortuna en
América, y no paró hasta salirse con ello.
«Te vas a Cuba (me estaba repitiendo siempre), y cuando hayas
adquirido un mediano capital, regresas a tu país,
te haces propietario y te casas con una palmesana honrada
y bonita.» |
CRÍSPULA. -
(Aparte.) ¿Qué tal?
¿Si decía yo bien? |
VICENTE. -
Cuentas galanas, que
luego salen como Dios quiere. En fin, después de quince
años de expatriación... |
CRÍSPULA. -
Vuelve
usted a Palma, como buen mallorquín, con los tesoros
del nuevo mundo. |
VICENTE. -
Aún queda por allá
lo mejor de mis bienes. -El motivo que me obliga hoy a recurrir
a la complacencia de usted... |
CRÍSPULA. -
Ya me figuro
cuál será. |
VICENTE. -
No extrañaría
yo que tuviera usted algún antecedente. Un trato lícito
no hay por qué ocultarlo de nadie. |
CRÍSPULA.
-
Mucho que no. |
VICENTE. -
Pues, señora, yo, a los
quince días de haber desembarcado, pasé casualmente
por esta calle. Miré aquí... volví a
mirar... y me quedé parado más de media hora
ahí delante. |
CRÍSPULA. -
Pues, contemplando
las rejas... |
VICENTE. -
Las rejas y los balcones y toda la
casa, porque le confieso a usted sin rebozo que me tiene
enamorado, trastornado el juicio. |
CRÍSPULA. -
Ya lo
he conocido yo. Si miraba usted con una ansia, con una inquietud...
|
VICENTE. -
Es furor, es locura. En apasionándome yo
de un objeto, no puedo disimularlo y sacrifico cualesquiera
intereses al logro de mis deseos. |
CRÍSPULA. -
Es decir
que cuando usted quiere, quiere bien. |
VICENTE. -
Con toda
mi alma. -Me presenté a Don León... |
CRÍSPULA.
-
El tío de Raimundo. |
VICENTE. -
Como dueño
de la casa... |
CRÍSPULA. -
Y él le hablaría
a usted de nosotras. |
VICENTE. -
Sí: me dijo que el
piso principal estaba desalquilado, y que el bajo le ocupaban
una señora viuda y su hija, personas de honor y virtud
a carta cabal. Nos vimos varias veces. La última (que
fue en la semana pasada) quedamos en que hoy se reuniría
aquí Don Raimundo conmigo, y mire usted el grandísimo
botarate ¡qué prisa tiene! Yo, no pudiendo sufrir
más, dije para mí: Apelemos a la bondad de
esta señora, que tal vez se dignará franquearme
sus puertas y darme las noticias que necesito. |
CRÍSPULA.
-
Ha hecho usted perfectísimamente. Sin testigos podemos
hablar aún mejor. |
VICENTE. -
Sí, señora.
Y me haría usted un obsequio grande si reservara para
sí todo lo que ahora tratásemos. |
CRÍSPULA.
-
Corriente. |
VICENTE. -
Cuando les consta que uno es de los
que atropellan por todo, se hacen de rogar y se ensanchan
al doble. |
CRÍSPULA. -
Señor Don Vicente, ya
sabe usted el refrán: a buen bocado, buen grito.
|
VICENTE. -
Confieso que las apariencias no pueden ser mejores;
pero esto no basta. ¿Cómo puedo yo conocer el fondo,
aunque desde la calle me parezca hermosísima? |
CRÍSPULA.
-
Por eso viene usted a verla. |
VICENTE. -
Para eso esperaba
a Don Raimundo. |
CRÍSPULA. -
Pues ya no es necesario.
Cuando usted quiera pasaremos al gabinete, y en seguida...
|
VICENTE. -
Dígame usted primero. Parece que hubo en
un tiempo, con motivo de ciertos amores, una comunicación
del cuarto principal a éste. |
CRÍSPULA. -
¿Amores?
¿Comunicación? |
VICENTE. -
Secreta. |
CRÍSPULA.
-
O no ha habido tal cosa, o tan secreta ha sido, que yo no
he podido descubrirla. |
VICENTE. -
No lo digo porque sea un
defecto. |
CRÍSPULA. -
Pues, aunque me esté mal
el decirlo, sepa usted que ni tiene ése ni otro ninguno.
|
VICENTE. -
Pues entonces es una alhaja. |
CRÍSPULA.
-
Y que la codician muchos. |
VICENTE. -
Eso ya me lo dijo Don
León, y en parte no lo extraño. |
CRÍSPULA.
-
Quizá el exterior es en ella lo que menos vale.
|
VICENTE. -
Pues la fachada es magnífica. Me decido.
Robusto cimiento, sólida estructura, capacidad, según
dicen... Vamos, será mía. |
CRÍSPULA.
-
Poco a poco: falta que yo quiera. |
VICENTE. -
¡Ah! ¿Luego
consiste en usted? |
CRÍSPULA. -
¿Pues en quién?
|
VICENTE. -
Don León no me ha dicho palabra. |
CRÍSPULA.
-
Pues yo le digo a usted que el negocio ha de ser a mi gusto.
|
VICENTE. -
(Aparte.) (¡A buena parte he venido a informarme!)
Yo he manifestado a usted, quizá imprudentemente,
la vehemencia de mi deseo; pero ya lo hice, y no me vuelvo
atrás. Dícteme usted las condiciones que exige.
|
CRÍSPULA. -
Ya lo pensaré maduramente, como
corresponde a negocio de tal entidad. |
VICENTE. -
Resuelva
usted pronto, por Dios. Ya puede usted haber conocido mi
carácter impaciente. |
CRÍSPULA. -
Sí;
pero tengo precisión de saber antes la voluntad de
mi hija, porque está más interesada que yo.
|
VICENTE. -
Ya. En ese caso, permítame usted que hable
yo también con la señorita. |
CRÍSPULA.
-
Es muy puesto en razón. (Pasa RAIMUNDO por delante
de la ventana.) Allí viene ya Don Raimundo. |
VICENTE.
-
Ya era tiempo. (DOÑA CRÍSPULA va a abrir.)
¡Me he portado! Ahora que sabe esta señora el capricho
que tengo, me va a costar un ojo de la cara la casita dichosa.
|
Escena IV
|
|
DOÑA CRÍSPULA, RAIMUNDO, UN CERRAJERO,
DON VICENTE.
|
RAIMUNDO. -
Servidor de usted, Doña
Críspula; servidor, Don Vicente. |
VICENTE. -
Amiguito,
venturosos los ojos que ven a usted. |
RAIMUNDO. -
Ríñame
usted ahora, cuando vengo desde el puerto en una carrera,
y me he dado una costalada que por poco no me desnuco. Yo
le decía a mi tío: Ya me ha predicado usted
bastante; yo no le hago a usted falta para el embarco, y
se la estoy haciendo al señor Don Vicente; pero el
buen viejo es tan fecundo cuando regaña o se despide...
Y como hoy tenía que reunir ambos puntos en una plática...
|
CRÍSPULA. -
¿Se despedía de usted? |
VICENTE.
-
¿Don León se ha marchado? |
RAIMUNDO. -
Sin ánimo
de volver a Palma. |
VICENTE. -
¿Pues con quién he de
entenderme yo entonces? |
RAIMUNDO. -
Mi tío se lo hubiera
dicho a usted, si hubiese parecido por allá estos
días. |
VICENTE. -
Ya les previne a ustedes que pasaría
en Puerto Pi una semana. |
RAIMUNDO. -
También hemos
andado nosotros ocupadísimos. Como iba diciendo, desde
que los ingleses rompieron las hostilidades, principió
mi tío a enviar sus fondos a Barcelona; y cuando ha
visto que el almirante Nelson ha querido hacernos una visita,
ha dicho: «No, zámpome en España de un salto,
y no paro hasta el corazón de la Península.»
|
VICENTE. -
(Aparte.) Doña Críspula será
la encargada de la venta. |
RAIMUNDO. -
El señor es
el cerrajero, y yo traigo las llaves: la de la puerta y la
otra. Doña Críspula, con permiso de usted voy
a enseñar el cuarto de arriba al señor Don
Vicente, que parece nos quiere comprar la casa. |
CRÍSPULA.
-
¿Comprar la casa? Ah, sí, ahora recuerdo... |
VICENTE.
-
Ya he hablado con esta señora... |
CRÍSPULA.
-
Sí, ya sé que el señor Montaner viene
de América con ánimo de adquirir propiedades
en Palma. (Aparte a DON VICENTE.) Guarde usted silencio con
Raimundo sobre lo que hemos tratado. |
VICENTE. -
(Aparte a
DOÑA CRÍSPULA.) Bien está. |
RAIMUNDO.
-
Bajaré luego. A los pies de Valentinita. |
VICENTE.
-
Adiós, señora. |
CRÍSPULA. -
A más
ver. (Vanse DON VICENTE, RAIMUNDO y el CERRAJERO.) |
Escena
V
|
|
VALENTINA, DOÑA CRÍSPULA.
|
VALENTINA.
-
¿No ha estado aquí Raimundo, mamá? |
CRÍSPULA.
-
Sí, ahora sale. |
VALENTINA. -
¡Y no ha querido saludarme
siquiera! Cuidado, que se va haciendo descortés hasta
un grado insufrible. |
CRÍSPULA. -
¡Ay Valentina, Valentina!
¡Cuánto peor es la falsedad que la impolítica!
|
VALENTINA. -
¿Por qué lo dice usted? |
CRÍSPULA.
-
¡Valiente cuidado te dará que no te salude Raimundo!
El Don Vicente es el que sientes que se vaya sin hablarte.
|
VALENTINA. -
¿Qué Don Vicente? |
CRÍSPULA. -
El
señor Montaner. |
VALENTINA. -
¿Quién es ese
señor? |
CRÍSPULA. -
El indiano. |
VALENTINA.
-
Pero ¿quién es el indiano? |
CRÍSPULA. -
Tu
novio. |
VALENTINA. -
Dale. ¿Y quién es mi novio? |
CRÍSPULA.
-
Dale. El que estaba haciéndote guiños a la
reja, el que se nos ha encajado en casa sin aguardar a que
le presenten, el que me ha declarado que está perdido
de amores por ti, el que me acaba de pedir formalmente tu
mano. |
VALENTINA. -
¿Es posible? |
CRÍSPULA. -
Házteme
de nuevas ahora. |
VALENTINA. -
Crea usted... |
CRÍSPULA.
-
Lo que yo creo es que debes dejarte de misterios y tonterías;
que es tiempo ya de pensar con juicio, y determinarse al
vado o a la puente. |
VALENTINA. -
¿Le ha dicho él a
usted que me quiere? |
CRÍSPULA. -
Con delirio, con
frenesí. Y mira que desea una contestación
decisiva y pronta. |
VALENTINA. -
Pero, señora, si yo
aún no sé... |
CRÍSPULA. -
Y va a venir
a verte: yo le he prometido una conferencia contigo. |
VALENTINA.
-
(Aparte.) A lo menos le veré entonces, y sabré
a qué atenerme. |
CRÍSPULA. -
¿Y a qué
te parecerá a ti que va con Raimundo? A ver el cuarto
principal, porque piensa comprar esta casa. ¡Una casa con
dos viviendas separadas, tres con la del tonelero, que acaso
es la única de la ciudad que las tiene!... Don Vicente
es hombre riquísimo, y no extrañaría
yo que hiciese la compra para regalártela. ¿Te ha
hecho alguna indicación?... |
VALENTINA. -
¿Cómo
me ha de haber indicado nada, si le he dicho a usted que
jamás?... |
CRÍSPULA. -
No se desdirá,
aunque la maten. Sigue enhorabuena tu sistema de disimulo:
a mí, que no he tratado hasta hoy a ese hombre, me
ha parecido un sujeto de excelente carácter, un partido
superior a lo que tú mereces. |
VALENTINA. -
¡Merezco
yo tan poco!... |
CRÍSPULA. -
No, eso no: tienes tus
defectillos; pero también te me pareces en muchas
cosas: bien lo ha reparado Don Vicente. Y no es mal mozo,
que es otro item mas importante. |
VALENTINA. -
El hombre que
se hace querer es el más hermoso del mundo. |
CRÍSPULA.
-
Su edad... ¿Qué edad podrá tener? ¿La de Cristo?
Será todo lo de Dios. Tú vas a cumplir dieciocho
años; con que no es una boda, ahí, desproporcionada.
A ti te gusta vestir bien: siempre te andas quejando de que
te traigo como a la hija de un payés infeliz: en tu
mano está llevar el tren de una grande de España.
Tú gustas de la lectura, de los bailes, de los paseos,
de los saraos; en fin, de lucir y de divertirte, como todas
las jóvenes: yo no te puedo proporcionar tales desahogos,
porque necesitamos trabajar para vivir. Todo eso y cuanto
apetezcas te proporcionaría tu boda con Don Vicente.
|
VALENTINA. -
¡Ay mamá! Poca experiencia tengo de mundo;
pero me parece que la mujer que ame a su marido no necesita
fausto para vivir contenta. |
CRÍSPULA. -
Auto en favor.
Piénsalo bien, y entre tanto yo consultaré
a tu madrina y tomaré mis informes acerca de Don Vicente.
Déjate de melindres, repito, y mira que conveniencia
mejor no ha de presentársete nunca. |
VALENTINA. -
¡Ah!
Raimundo. (Viéndole entrar.) |
CRÍSPULA. -
Sí:
dejé abierto a propósito. |
Escena VI
|
|
RAIMUNDO,
DOÑA CRÍSPULA, VALENTINA.
|
RAIMUNDO. -
Buenos
días, Valentinita. |
VALENTINA. -
Sea usted bien venido.
|
CRÍSPULA. -
¿Qué hace Don Vicente? |
RAIMUNDO.
-
Anda con el cerrajero registrando los rincones de la casa,
empeñado en dar con una puerta condenada, cuya llave
dejó mi tío. Yo he venido entre tanto. (Saca
del bolsillo una caja de tabaco y ofrece un polvo a DOÑA CRÍSPULA.) |
VALENTINA. -
¿A regalarle la nariz a mi
madre? |
RAIMUNDO. -
A regalarme yo con la vista de su hija.
|
VALENTINA. -
Usted me favorece. |
CRÍSPULA. -
(Aparte.)
(¡Qué inocentón es este muchacho!) Raimundo,
usted no es de cumplimiento. Valentina le hará compañía
mientras me visto. |
VALENTINA. -
¿Va usted a salir? |
CRÍSPULA.
-
Sí, a casa del escribano Don Celedonio. |
RAIMUNDO.
-
¿Qué negocios tiene usted en la curia? |
CRÍSPULA.
-
Embargaron ahí a un conocido; me pidió que
me constituyera su depositaria por unos días, y pasan
meses y meses y tengo la casa revuelta con sus trastos. Se
ha nombrado por fin otro depositario, a petición mía,
que es el tonelero nuestro vecino, y quiero saber en qué
consiste que no hayan sacado los muebles de aquí.
Después pasaré a casa de la madrina. |
VALENTINA.
-
(Aparte a su madre.) No le hable usted todavía de
eso. |
CRÍSPULA. -
¿Y a qué aguardar? |
VALENTINA.
-
Necesitaba yo para decidirme... una... una explicación...
(Mirando a RAIMUNDO.) |
CRÍSPULA. -
¡Con Don Vicente!
Bien: callaré por ahora. |
RAIMUNDO. -
(Durante el diálogo
de madre e hija, se ha estado sacudiendo el polvo de la ropa
con un pañuelo, y al sacar éste del bolsillo,
ha dejado caer al suelo una carterita envuelta en un papel.) ¡Cómo se empolva uno cuando rueda por el suelo! |
CRÍSPULA.
-
¿Qué hace usted? Tome usted un cepillo. (Le da un
cepillo que saca de un cajón de la mesa.) |
RAIMUNDO.
-
Viva usted mil años. |
CRÍSPULA. -
(Alzando
del suelo la cartera.) ¿Qué envoltorio es éste?
¿Es de usted, Raimundo? |
RAIMUNDO. -
¡Diantre! Se me ha caído
sin duda al sacar el pañuelo. |
CRÍSPULA. -
¿Ha
dado usted en la gracia de ser jugador? |
RAIMUNDO. -
¿De qué
lo infiere usted, señora? |
CRÍSPULA. -
¿No es
ésta una baraja? |
VALENTINA. -
¡Madre! |
RAIMUNDO. -
Desenvuelva
usted, y lo verá. |
CRÍSPULA. -
(Desenvolviendo
el papel.) ¡Ah! Si es una cartera. Una cartera nuevecita.
|
VALENTINA. -
Muy preciosa. |
RAIMUNDO. -
Regalo de mi tío,
que está a la disposición de ustedes. Siento
no poder decir lo mismo de lo que encierra. |
CRÍSPULA.
-
¿Hay billetitos? |
RAIMUNDO. -
Bastantes. |
CRÍSPULA.
-
¿De la novia? |
RAIMUNDO. -
De Banco. |
CRÍSPULA. -
Creo
que falsifican muchos de ésos ahora. |
RAIMUNDO. -
De
éstos no, porque son muy raros aquí: de vales
falsificados verdad es que hay plaga. Por eso ha dado ese
bando tan rigoroso el capitán general. Fusilado a
las veinticuatro horas el que resulte reo de falsificación.
Para él son estos billetes. |
VALENTINA. -
¿Para el
reo? |
RAIMUNDO. -
Para el capitán general, señora.
He ido a llevárselos, y había salido su excelencia.
Hasta la tarde no podré verle. |
CRÍSPULA. -
Pues
si se le antoja a usted sacar el pañuelito en el puerto,
hace usted un pan como unas hostias. |
RAIMUNDO. -
Figúrese
usted. Y ahora no tengo tío a quien ir a contarle
lástimas. |
CRÍSPULA. -
¿No le es forzoso a usted
pasar por aquí para ir al palacio? |
RAIMUNDO. -
¡Ah!
¿Quiere usted guardarme la cartera hasta luego? |
CRÍSPULA.
-
Sí, señor, porque más segura estará
en mis manos que en las de usted. |
RAIMUNDO. -
No diré
lo contrario. Tómela usted. |
CRÍSPULA. -
Venga.
Voy a aviarme. (Vase.) |
Escena VII
|
|
VALENTINA, RAIMUNDO.
|
RAIMUNDO. -
¡Cuánto me alegro de que nos haya dejado
solos mamá! Tengo mil cosas que decir a usted, Valentina.
|
VALENTINA. -
Serán muy agradables, según los
indicios. |
RAIMUNDO. -
Como que estoy de enhorabuena. Tuve
antes de ayer con mi tío la trifulca más horrorosa...
Vamos, soy el hombre más dichoso de toda la isla.
Lo menos que me dijo fue que era un imbécil, un haragán,
un perdido... |
VALENTINA. -
Reciba usted mi parabién.
|
RAIMUNDO. -
Lo acepto con el alma. |
VALENTINA. -
No es para
menos el fortunón. ¿Y por qué hacía
esos elogios de usted? |
RAIMUNDO. -
No fue por equivocar una
cuenta, dar en algún pago dinero de más o cobrar
de menos... |
VALENTINA. -
A esas habilidades ya estará
acostumbrado. |
RAIMUNDO. -
Si las hago cada día. La
cuestión fue puramente personal. |
VALENTINA. -
¿Y a
qué persona se refirió? |
RAIMUNDO. -
¡Cosa más
rara! A usted. |
VALENTINA. -
¡A mí! ¿Con qué
motivo? |
RAIMUNDO. -
Manías de señor mayor.
Se ha empeñado en que estoy muerto de amor por usted.
|
VALENTINA. -
¡Por mí! ¿Qué es lo que oigo?
|
RAIMUNDO. -
¡Ya ve usted qué calumnia! Yo que en la
vida le he dirigido a usted ni siquiera la vulgar expresión
de «buenos ojos tienes.» Y eso que lo podía decir,
sin quebrantar el octavo mandamiento. |
VALENTINA. -
Y usted
¿qué respondió a la acusación? |
RAIMUNDO.
-
Lo que dicen que ya no está en uso: la verdad. |
VALENTINA.
-
Negaría usted. |
RAIMUNDO. -
Como un hereje. Pero él
me arguyó tanto con mis visitas a esta casa, con el
gusto que tengo en ver a usted y en ensalzar las cualidades
que la distinguen, que yo principié a sospechar si
mi tío tendría razón; si mi corazón
habría rendido la plaza, sin contar con la voluntad
para ello. |
VALENTINA. -
¡Qué bueno sería!
|
RAIMUNDO. -
Hubo más. Me dijo su merced que apostaba
veinte mil libras a que, en haciéndose él a
la vela, venía yo aquí sin falta y dejábamos
ya entablado nuestro casamiento. |
VALENTINA. -
No peligra
el dinero del buen Don León, por lo visto. |
RAIMUNDO.
-
Señor, si no es propio de la situación. Si
yo le digo a usted que la quiero, ¿cómo le he de decir
que me marcho? |
VALENTINA. -
¿Se marcha usted? (Aparte.) ¡Cielos!
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Escena IX
|
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VALENTINA, RAIMUNDO.
|
VALENTINA.
-
¿Con que nos abandona usted? ¡Cuánto lo siento! Ahora
que quería yo que bailase usted en mi boda... |
RAIMUNDO.
-
¿Usted se casa? ¿Con quién? |
VALENTINA. -
Eso no lo
debo declarar todavía. |
RAIMUNDO. -
¡Y me lo dice con
tanta frescura! Usted que se vendía por mi amiga,
que me aseguraba no tener para mí secreto ninguno,
¡me ha ocultado el de más importancia! |
VALENTINA.
-
Ha sido cosa muy repentina; tan repentina como su marcha
de usted. |
RAIMUNDO. -
¡Casarse cuando yo me ausento! ¡Vaya
una aprensión! ¿Pues no podría usted aguardar
a que yo volviera? |
VALENTINA. -
¿Me traería usted
algún amante reclutado a bordo? |
RAIMUNDO. -
Yo quisiera
que me dijese usted qué necesidad tiene de casarse
tan pronto. |
VALENTINA. -
Yo quisiera que me explicase usted
qué precisión hay de que usted se embarque.
|
RAIMUNDO. -
Mi tío lo manda... |
VALENTINA. -
Mi madre
ha dispuesto mi casamiento. |
RAIMUNDO. -
Es el caso muy diferente.
Usted se casa... sólo por casarse; y yo me hago marino...
¡calla!, pues es verdad: yo me hago marino por casarme también.
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VALENTINA. -
¿También el tío le proporciona
a usted boda? |
RAIMUNDO. -
No, señora: mi tío
solamente me desposa con el mar, a lo Dux de Venecia; el
que ha pensado en boda soy yo. |
VALENTINA. -
¿Sí? Pues
vaya. Diga usted, diga usted. |
RAIMUNDO. -
Yo me he puesto
a discurrir estos días y he hecho este cálculo:
Señor, los inglesitos han dado ahora en la flor de
apresarnos en plena paz nuestros buques, y llevarse los millones
de las Indias, vía recta, a descargar en el Támesis.
Su Majestad, que Dios guarde, invita a sus leales y valientes
súbditos (alusión personal de que no puedo
desentenderme) a que rechacen la fuerza con fuerza mayor.
Cuando se trata de vengar el honor de la patria, ¿ha de permanecer
un Torella aquí, acopiando naranjas, aceite y escobas?
No, por vida del rey Gerión. Hombre al agua. Yo no
sé maniobrar en tierra, porque no es mi elemento;
pero en el mar soy más intrépido que un churriguer.
Estamos en el año de gracia de 1805: para el de ocho
ya se puede haber acabado la guerra. Yo me hallaré
seguramente con diez o quince balazos repartidos por el cuerpo;
con un ojo o una pierna menos, tal vez; pero mandaré
tal vez un navío: con que váyase uno por otro.
Entonces vuelvo la proa, echo el ancla, me divorcio con la
gloria, y me caso con Valentina. |
VALENTINA. -
¡Conmigo! ¡Qué
declaración tan súbita! |
RAIMUNDO. -
¿Le desagrada
a usted? |
VALENTINA. -
No por cierto. |
RAIMUNDO. -
Pues está
andada la mitad del camino. Yo a nadie desluzco: yo no quito
que sea un bienaventurado ese otro novio de usted, sobre
todo si Dios le da un tabardillo; pero más vale lo
malo conocido que lo bueno por conocer. |
VALENTINA. -
Un verdadero
cariño suple cien faltas. |
RAIMUNDO. -
Dicen que el
verdadero cariño le trae a uno desvelado; y lo que
es el mío no me desvela mayormente, pues aunque sueñe
con usted todas las noches, al cabo, para soñar, duermo.
Que me lleve Dios si advierto que algún curioso registra
esa reja; que no haya insistido en saber de usted quién
es su novio, por no verme en la precisión de andar
a estocadas con él; que si oigo hablar con poco miramiento
de usted, rompa la crisma al lucero del alba: esto quizá
no sea una verdadera pasión; no obstante, deje usted
que nos casemos, que yo me apasionaré entonces de
otra manera. |
VALENTINA. -
Cualquiera mujer se contentaría
con ese amor. |
RAIMUNDO. -
No, señora, ¡qué
diantre! Tenga usted ambición, como yo la tengo...
Y dígame algo de lo que necesito saber. |
VALENTINA.
-
¿Qué quiere usted que yo le diga? Usted no habrá
dejado de observar... |
RAIMUNDO. -
Sí, he observado
que nadie la visita a usted sino yo, y he dicho: Puede que
Valentina venga a poner los ojos en mi persona, si se hace
cargo de que no tiene otra en quien ponerlos. -¡Usted se
ríe! Es decir, que no se incomoda. Ahora recuerdo
que tengo un rival... ¿Se ríe usted también
con él de ese modo? ¿Se ríe usted de los dos,
Valentina? |
VALENTINA. -
No, señor: su rival de usted
no me inspira gana de reír. |
RAIMUNDO. -
¿Con que es
cierto que todavía no he perdido su amistad de usted?
¡Y yo, majadero de mí, acusándola injustamente!
Merecía cien bofetadas, y me las quiero dar con la
mano ofendida. (Se la besa repetidas veces.) |
VALENTINA.
-
Basta, Raimundo, basta de castigo. |
RAIMUNDO. -
No tenga
usted misericordia de mí. He sido un gaznápiro,
que sin la urgente circunstancia de la partida... |