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Acto segundo

Sala de una venta. Una chimenea a la izquierda del espectador; en medio de la pieza un armario y una cómoda; sillas colocadas sin orden como en cuarto sin arreglar.

Escena I

LA LOCURA, DON GARCÍA.

     LOCURA. -Escondeos, García; escondeos, vuelvo a decir.

     GARCÍA. -Pero ¿y Teresa?

     LOCURA. -Teresa está arriba, donde no la verán.

     GARCÍA. -Ya que nos habéis sacado de Madrid, ¿por qué no nos habéis llevado más lejos?

     LOCURA. -¿A la Locura vais a hacer cargos?

     GARCÍA. -Pero si esta venta se halla a cuatro pasos de la corte...

     LOCURA. -Así os han alcanzado tan pronto los que os perseguían.

     GARCÍA. -¿Nos favorecéis a nosotros o a ellos?

     LOCURA. -Estoy por vosotros; pero no quiero incomodarlos a ellos, porque al fin son vasallos míos también, son locos de otra especie.

     GARCÍA. -Y ¿vais a recibirlos aquí?

     LOCURA. -Para eso me he transformado en ventera.

     GARCÍA. -Y ¿no os conocerán?

     LOCURA. -Nunca.

     GARCÍA. -¿Aunque os vean a cada paso?

     LOCURA. -A quien han visto ya es a vos.

     JUNÍPERO. -(Dentro.) Aquí todos, aquí. (Escóndese GARCÍA.)



Escena II

DON JUNÍPERO, NICODEMUS, ESPARAVÁN, CIGARRÓN, ALGUACILES, LA LOCURA; GARCÍA, en el armario.

     JUNÍPERO. -¡Ventera!, ¡patrona! ¿sois vos el ama de la venta?

     LOCURA. -Hoy es el primer día que ocupo esta casa: por eso, como veis, están los trastos sin arreglar.

     NICODEMUS. -A propósito de trastos: ¿no han entrado aquí una dama y un caballero, a quienes venimos buscando?

     LOCURA. -Un caballero que estaba aquí se ha escondido en ese armario al oír vuestra voz.

     GARCÍA. -(¿Qué está diciendo esa mujer?)

     JUNÍPERO. -¡Oh!, pues de aquí no se ha de escapar.

     NICODEMUS. -¿Y la dama?

     LOCURA. -De la dama no puedo yo daros noticias.

     CIGARRÓN. -No andará lejos.

     ESPARAVÁN. -¿Si estará en el armario también?

     JUNÍPERO. -¡Cáspita!, veamos.

     NICODEMUS. -Abrid, abrid. (Abren y salen dos niños.)

     JUNÍPERO. -Un par de angelitos.

     ESPARAVÁN. -¿Si serán hijos de mi señora?

     NICODEMUS. -Haberse casado y tener familia tan granada en tan pocas horas, no me parece natural.

     CIGARRÓN. -Pero si no es natural nada de cuanto nos está pasando.

     NICODEMUS. -¿No dijisteis que se había escondido en este armario un caballero?

     LOCURA. -Y dije la verdad.

     JUNÍPERO. -Si desde allá fuera le he visto yo aquí.

     NICODEMUS. -No puede ser.

     GARCÍA. -Sí puede ser. (Abre y cierra.)

     LOCURA. -¿Lo veis?

     JUNÍPERO. -¿Lo veis, farmacéutico descreído? A ver, señor Don García: ya que no podéis escaparos, haced el favor de dejaros prender, y veniros derechitos a la cárcel. (Salen otros dos chicos.) ¿Otra parejita tenemos?

     ESPARAVÁN. -¡Lo que da de sí mi señora!

     CIGARRÓN. -Cuatro sobrinitos, maese.

     NICODEMUS. -Los hongos en muy poco tiempo se forman: si hay sobrinos hongos también...

     GARCÍA. -¿No hay tíos cermeños?

     JUNÍPERO. -Sí, señor; y poetas calabazas, como por ejemplo...

     LOCURA. -Ésos son calabacines de seis en libra. (Abre JUNÍPERO y salen dos niños.)

     JUNÍPERO. -Señora, ¿es armario esto o es escuela pía?

     LOCURA. -El inquilino del trasto lo sabrá mejor.

     GARCÍA. -Aún falta. (Abre y cierra.)

     JUNÍPERO. -¡Cá! Sobra ya mucho.

     NICODEMUS. -Pues ve echando, hija, hija: abrid. (Abren y salen dos chicos.)

     JUNÍPERO. -¡Ocho pelones! Pues, señor, me parece ya bastante familia.

     GARCÍA. -A mí no. (Abre y cierra.)

     JUNÍPERO. -No trataréis de mantenerla: maese, de esta vez no hay más que aflojar el dote de la muchacha.

     NICODEMUS. -Pero ¿no hemos de atrapar a ese pícaro que atrapó a mi cuñada? (Abren y salen dos niños más y dos amas de cría, cada una con un niño de pecho.) ¡Cristo del Pardo!

     CIGARRÓN. -¡Cuatro más!

     NICODEMUS. -¡Doce chiquillos!

     ESPARAVÁN. -¡Y dos pasiegas!

     JUNÍPERO. -¡Libera nos Domine!

     LOCURA. -¡Seguid, seguid abriendo!

     JUNÍPERO. -Yo he cerrado ya la intención.

     NICODEMUS. -Quieto el nido: vamos a ver por otra parte si cazamos la pájara. (Vanse todos, menos DON JUNÍPERO.)



Escena III

DON JUNÍPERO, luego CELESTINA.

     JUNÍPERO. -Siendo ya Teresa mujer de otro, y tan mujer, fuerza será ir pensando en renunciar a ella; mas como pueda yo vengarme del chasco...

     CELESTINA. -(Dentro.) ¡Don Junípero!

     JUNÍPERO. -(Esta voz extraña me asusta.)

     CELESTINA. -(Dentro.) ¡Don Junípero Mastranzos!

     JUNÍPERO. -(Quiero hacerme el desentendido.) No estoy en casa.

     CELESTINA. -(Saliendo por la chimenea.) No mientas, cobarde.

     JUNÍPERO. -(¡Celestina! ¡Ya se ve! ¿Quién había de venir por una chimenea sino una bruja?)

     CELESTINA. -¿Quieres vengarte de tu rival?

     JUNÍPERO. -¿Que si quiero! Por tener yo a mi disposición al señor Verdolaga, sería capaz...

     CELESTINA. -¿De casarte conmigo?

     JUNÍPERO. -¿Cómo es eso?

     CELESTINA. -¿Vacilas?, ¿rehúsas? ¡Adiós!

     JUNÍPERO. -Despacio, señora: concededme unos momentos para serenarme. La sorpresa, el empacho juvenil... vacilo; pero no digo que no.

     CELESTINA. -Con mi mano te ofrezco riquezas y poder sin límites.

     JUNÍPERO. -Es que soy rico también.

     CELESTINA. -Yo puedo dejarte pobre, si no hay más obstáculo.

     JUNÍPERO. -¿Para qué? Lo que abunda no daña. ¿Con que tan opulenta sois?

     CELESTINA. -De más para adquirir un imperio.

     JUNÍPERO. -No soy ambicioso: dos o tres principados me bastarían. -Y ¿como cuántos años contáis?

     CELESTINA. -No quiero engañarte: tengo dos siglos y...

     JUNÍPERO. -¡Dos siglos! ¡Justo Dios!...

     CELESTINA. -Y ochenta y cuatro años.

     JUNÍPERO. -¡Friolera es el pico! ¡Doscientas y ochenta y cuatro navidades! Luego ¿sois la mismísima Celestina de Juan de Mena? ¡Es una curiosidad una mujer semejante!. -Y sería una moza como unas peladillas cuando nació Don Enrique IV. Vuestra edad me decide, abuela; digo, hermosa. Ahí va mi mano.

     CELESTINA. -Toma la mía.

     JUNÍPERO. -(¡Huy! Parece un manojo de sarmientos.)

     CELESTINA. -Pide ahora lo que quieras.

     JUNÍPERO. -Lo primero, que me aseguréis a García y a la boticaria.

     CELESTINA. -¿Dónde quieres que ponga a García?

     JUNÍPERO. -En una jaula de locos.

     CELESTINA. -Concedido: Teresa, por lo pronto, volverá a casa de su tutor; yo trasladaré dormido a cada uno de los dos al encierro que les hemos destinado.

     JUNÍPERO. -Estoy deseando presenciar una prueba de vuestra habilidad.

     CELESTINA. -Vuélvete a Madrid sin tardanza, y no te quejarás de que te haya engañado. Mañana nos veremos. Hasta mañana, querido. (Vase por donde vino.)

     JUNÍPERO. -Adiós, criatura. Me parece que no he hecho del todo mal en renunciar a Teresa, puesto que no había apariencias de que fuera mía.



Escena IV

ESPARAVÁN, CIGARRÓN, DON JUNÍPERO.

     CIGARRÓN. -Ea, aquí estamos nosotros.

     JUNÍPERO. -¿Qué es eso? ¿Habéis hallado a Teresa?

     CIGARRÓN. -No: venimos a extender la diligencia de lo ocurrido con ese condenado armario para conocimiento del santo Tribunal.

     JUNÍPERO. -¿Y maese Nicodemus?

     ESPARAVÁN. -Anda en descubierta de una cama; pero hasta ahora no ha encontrado más que la del suelo.

     JUNÍPERO. -Voy a persuadirle que se acomode en el pajar.



Escena V

ESPARAVÁN, CIGARRÓN.

     CIGARRÓN. -Joven farmacéutico, sentémonos.

     ESPARAVÁN. -Sentémonos. (Al sentarse en las sillas, éstas dan una especie de graznido.)

     CIGARRÓN. -Amigo Esparaván, ¿habéis observado?

     ESPARAVÁN. -No; pero he oído sin observar. Las sillas han dicho guay.

     CIGARRÓN. -Sí, han dicho guay.

     ESPARAVÁN. -Y guay quiere decir ay. Y ay quiere decir quejarse.

     CIGARRÓN. -Vaya, vaya, el miedo es el que os aqueja a vos, y no poco. Esto debe ser una ilusión. (Vuelven a sentarse y repítese.)

     ESPARAVÁN. -¿Lo veis, pecador?

     CIGARRÓN. -¡Por el aspa de San Andrés! Ésta es una ilusión que se parece mucho a un graznido.

     ESPARAVÁN. -¿No habéis oído decir que todo cuanto existe en la naturaleza tiene vida, y que es delito abusar? ¿Quién sabe si estas viejas sillas?...

     CIGARRÓN. -No, señor: la silla, en el mero hecho de serlo, debe saber para lo que sirve, y será una debilidad de nuestra parte atender a tan injusta reclamación. ¡Firmes en ellas!

     ESPARAVÁN. -¡Firmes! (Se sientan, graznan las sillas y ellos se caen.) ¡Ay Cristo de la caída! Ya estoy lo mismo que Adán al criar Dios a Eva.

     CIGARRÓN. -¿Con una buena cara delante?

     ESPARAVÁN. -Con una costilla menos detrás.

     CIGARRÓN. -Pues de mí pueden haber salido tres Evas o cuatro. ¡Otra!, el legajo que pusimos aquí, voló.

     ESPARAVÁN. -Si hubiera volado, le hubiéramos visto. Sin duda hay algún escotillón en el tablero de la papelera, y por él se ha colado dentro.

     CIGARRÓN. -Saquemos el cajón de arriba. (Lo hacen.) Está vacío, como bolsa de estudiante.

     ESPARAVÁN. -Vaya el del medio... Vacío también.

     CIGARRÓN. -A ver el de abajo... Ídem, ídem.

     ESPARAVÁN. -¿Me sabréis explicar, amigo Cigarrón, en que consiste que, habiendo sacado los tres cajones de este mueble, se quede tan cerrado como antes?

     CIGARRÓN. -Consiste en que tiene cajones suplentes para ausencias y enfermedades.

     ESPARAVÁN. -Afuera los suplentes. (Sacan sucesivamente otros tres.) Uno.

     CIGARRÓN. -Dos.

     ESPARAVÁN. -¡Tres!

     CIGARRÓN. -Y no hemos hecho nada.

     ESPARAVÁN. -Repitamos la operación. ¿Ha de ser interminable esta cajonería?... (Sacan otros tres.) Uno, y van siete.

     CIGARRÓN. -Dos, y van ocho.

     ESPARAVÁN. -Tres, y van nueve.

     CIGARRÓN. -Cuatro, y van diez.

     ESPARAVÁN. -Cinco, y van once.

     CIGARRÓN. -Seis, y van doce. ¡Y cerrado como antes! Esto es brujería, y ya pasa de raya. No, pues no se ha de reír de mí el dueño del trasto. Esparaván, saquemos al camino papelera y cajones y hagamos con todo un auto de fe. O soy familiar de la Santa... o no. ¡Hola, muchachos! Venid, ayudadnos.

     ESPARAVÁN. -Al fuego con ellos. (Se van, llevándose los cajones, etc.)



Escena VI

DON JUNÍPERO, NICODEMUS, LA LOCURA, dichos.

     NICODEMUS. -Una vez que me aseguráis tan positivamente que Teresa está en casa, quiero marchar sin dilación a Madrid.

     LOCURA. -En la venta acaban de parar un coche de retorno y unos mozos con una silla de manos.

     NICODEMUS. -Me apodero del coche: Esparaván se volverá despacio con los caballos. (Vase LA LOCURA.)

     JUNÍPERO. -En la silla iríais más cómodo; pero ya que os empeñáis en que yo la ocupe...

     NICODEMUS. -Yo no tengo empeño en tal cosa; pero me urge mucho el estar en Madrid para custodiar a aquella pícara cuñada. ¿Qué le diré de vuestra parte?

     JUNÍPERO. -Decidle... que he dicho yo que no le digáis nada.

     NICODEMUS. -El recado, aunque se olvide, no compromete a nadie.

     JUNÍPERO. -Hasta que yo os avise, alto silencio acerca de mi persona: lo mismo que si no nos hubiéramos conocido. Esto importa.

     NICODEMUS. -Está bien: adiós, mi cuñado.

     JUNÍPERO. -Si me dais ese nombre, lo echáis a perder. Desentendeos de mí; haceos cuenta que soy un parroquiano mal pagador.

     NICODEMUS. -Ya estoy. Dios le guarde.

     JUNÍPERO. -Vaya con Dios. (Vase NICODEMUS, y sale LA LOCURA y dos mozos que traen una silla de manos.)

     LOCURA. -Aquí están los mozos con la silla. (Tú pagarás el que Celestina se haya apoderado de los dos pobres amantes.)

     JUNÍPERO. -(A su tiempo sabrá el maese mis relaciones con Celestina.) ¡Eh!, ganapanes, llevadme con cuidado. (Entra en la silla.)

     LOCURA. -Descuidad: es gente hábil y forzuda. Si queréis, os llevarán hasta Madrid de una corrida.

     JUNÍPERO. -Que me place. Ea, de un tirón a Madrid. (Los mozos echan a correr con la silla; cáese el fondo de ésta, y DON JUNÍPERO, no pudiendo salir de ella, tiene que correr al paso de los mozos.)

     JUNÍPERO. -¡Eh, eh!, muchachos, que esto es peor que ir a pie. Aguardad, ¡deteneos!

     LOCURA. -Sin parar, a Madrid. Ya lo habéis oído.

     JUNÍPERO. -Parad, parad.

     LOCURA. -Paso redoblado. (Vanse todos.)

Interior de un hospital: en el fondo el departamento de convalecientes; a la derecha el de los locos.



Escena VII

DON GARCÍA, a una ventana.
GARCÍA       ¡Válgame el cielo!, ¡qué veo!
¡Válgame el cielo!, ¡qué miro!
Con poco espanto lo admiro,
con mucha duda lo creo.
En los brazos de Morfeo
me abandoné por mi mal;
pues en mi sueño fatal
aquella mágica maula,
soplándome en una jaula,
me instaló en un hospital.
Según yo creí, según
la Locura me decía,
nada que temer tenía...
¿Si estaré durmiendo aún?
Soñar es cosa común
en mundo tan singular,
donde se ve sin cesar
triste experiencia que enseña
que todo el que vive sueña
lo que es, hasta despertar.
Yo sueño que arrastro aquí
la cadena que me agobia,
y soñé que con mi novia
de ceca en meca me fui;
a mi costa conocí
que me engañó el corazón,
que la dicha es ilusión,
y el bien mayor muy pequeño,
y que al fin la vida es sueño,
como dice Calderón.


Escena VIII

DON JUNÍPERO, conducido dentro de la silla con los mozos que vienen corriendo; ESPARAVÁN, que los sigue; DON GARCÍA.

     GARCÍA. -Gente llega; no quiero que me vea nadie. (Éntrase.)

     ESPARAVÁN. -Alto, alto. (Asiendo al mozo delantero por los cabezones.) Aquí es. Párate, condenado: ¿quieres matar a ese pobre señor? (Páranse los mozos y DON JUNÍPERO sale de la silla.)

     JUNÍPERO. -(Apoyándose en él.) ¡Ay, Esparaván! ¡Ay, Esparaván de mi alma! ¡Si no es por ti echo los bofes!

     MOZO. -Con que nuestro amo, ¿qué nos da ucé para remojar la palabra?

     JUNÍPERO. -Plomo derretido es lo que merecéis, caribes.

     MOZO. -Pues me parece que no debe ucé quejarse, ¡caramba!, que hemos traído buen paso.

     JUNÍPERO. -Volveos con el mismo, si no queréis...

     MOZO. -Es que si ucé no nos paga, le llevamos corriendo a la venta.

     JUNÍPERO. -Todo menos que eso: prefiero pagar. Tomad (Les da dinero) y reventad con ello.

     MOZO. -Gracias: Dios le dé a ucé lo que desea. (Vanse los mozos.)

     ESPARAVÁN. -¿Os vais a quedar aquí?

     JUNÍPERO. -Sí, avisa a mis criados que no me esperen: quiero refugiarme en esta Santa casa, porque en la mía no estoy seguro de mis enemigos. Veremos si respetan los brujos este sagrado. Llama por ahí a un dependiente.

     ESPARAVÁN. -¡Señor comisario, porteros!...



Escena IX

LA LOCURA, de hombre; dichos.

     LOCURA. -(Al salir.) (Quieres librarte de mis persecuciones, y vienes al lugar donde la sociedad encierra a los menos ofensivos de mis vasallos. Ello dirá.) ¿Quién llamaba? ¿Quién preguntaba por el comisario?

     JUNÍPERO. -Un servidor vuestro, que os suplica le sirváis.

     LOCURA. -¿Qué es lo que queréis?

     JUNÍPERO. -Una cama por mi dinero.

     LOCURA. -Al momento. ¡Mozo! (Llamando.) ¿Qué enfermedad padecéis? ¿Timpanitis? ¿Gastro-enteritis? (Sale un mozo y trae dos muletas.)

     JUNÍPERO. -Derrengaditis. No puedo conmigo de cansado; y si me tengo en pie, no es sino por decencia y porque Esparaván me sirve de Cirineo.

     LOCURA. -(Al mozo.) ¿Qué llevas ahí?

     MOZO. -Las muletas para el número quince. Aquel pretendiente a quien, a fuerza de correr, se le dislocaron las rótulas.

     JUNÍPERO. -Dadme acá las muletas del pretendiente, que yo también, por serlo, estoy tan descompaginado, que más necesito de encuadernador que de médico. (Se apoya en las maletas, que van creciendo.)

     LOCURA. -¿Qué pretendíais?

     JUNÍPERO. -¡Casarme! Vea vuestra merced qué bicoca.

     LOCURA. -¿Y no lo habéis conseguido estando, como estamos, en minoría los varones?

     JUNÍPERO. -Pues a pesar de la minoría, y hacerme pertenecer a la mayoría, mi novia me ponía gratis un sustituto y... (Repara en la altura que lo han subido las muletas.) ¡Virgen de la Asunción! Si el pretendiente subía como sus muletas, habrá sido ministro.

     LOCURA. -A consecuencia de esto se volvió loco. Casi todos paran así.

     JUNÍPERO. -¡Socorro!, ¡que me caigo!... Ya no me caigo. ¡Ay, el tal pretendiente estaba enamorado! Esparaván, sostenme.

     ESPARAVÁN. -Por cierto, señor, que pesáis como disparate ministerial.

     JUNÍPERO. -Ruégoos que me deis, y así logréis lo que más falta os haga, un cuarto donde haya muchísimo silencio, muchísima tranquilidad, donde no se sienta volar una mosca.

     LOCURA. -Os acomodaré en el departamento de los paralíticos, que son, como podéis figuraros, gente poco bulliciosa.

     JUNÍPERO. -Bien: me arreglaré con la parálisis.

     LOCURA. -Mozo, llevad al señor al corredor de San Babilés, cuarto número 5.

     ESPARAVÁN. -Señor Don Junípero, que descanséis.

     JUNÍPERO. -Adiós. (Se entra con el mozo por la puerta del fondo. ESPARAVÁN se va por la izquierda.)

     LOCURA. -Ahora no me falta más que traer aquí al boticario. -Ya he tranquilizado al pobre García con la esperanza de su próxima libertad. Pensaré después en Teresa. (Paséase cruzando el teatro.)

     JUNÍPERO. -(Desde el cuarto.) ¿Con que ésta es mi habitación?

     LOCURA. -Ya lo veis: es ventilada y tranquila.

     JUNÍPERO. -Y está servida como la alcoba de un arcediano. (Al mozo.) A ver tú, dame ese balandrán y un gorro de dormir: necesito estar holgado para descansar. (Se sienta en un sitial.) ¡Ay, qué gusto cuando puede uno extender sus miembros doloridos!... (Ábrense todas las ventanas del departamento: en la una aparece un trompeta tocando, en la otra un calderero, en otra un zapatero machacando suela, etc.) ¡Virgen de Belén! ¿Qué baraúnda es ésta? ¡Ni el caballo del Retiro que lo aguante! ¡Señor comisario! ¡Señor comisario! ¡Señor comisario! (Quítase de la ventana, ciérranse las otras y cesa el ruido. Sale DON JUNÍPERO.)

     LOCURA. -¿Qué sucede, caballero?

     JUNÍPERO. -Esto es un horror, una herejía.

     LOCURA. -Pero ¿cuál?

     JUNÍPERO. -¿Cuál? ¡Friolera! Que me habéis aposentado entre una cáfila de caldereros, de músicos de la murga, de zapateros que arman un estrépito diabólico. (Ábrense las ventanas y aparecen enfermos, leyendo unos, y otros durmiendo.)

     LOCURA. -Yo no entiendo lo que decís: mirad a las ventanas, y ved si los enfermos que no están durmiendo pueden tener ocupación más silenciosa.

     JUNÍPERO. -¿Habrá sido todo aprensión mía? Cierto que los tales camaradas parecen personas bastante quietas: sin embargo, yo juraría que había un zis-zas, que aún me anda zumbando en las orejas. Amigo, perdonad; puedo haberlo soñado: veinticuatro horas hace que tengo la cabeza perdida. Me vuelvo a mi cuarto a dormir. (Vase.)

     LOCURA. -Pesado sueño ha de ser el tuyo, si duermes hoy. (Ciérranse las ventanas.)

     JUNÍPERO. -(Desde el cuarto.) En efecto, me había equivocado: no me vendrían mal unos paños de nieve en la cabeza. (Se sienta: vuelven a abrirse las ventanas y se repite el alboroto.) No: pues ahora estoy seguro de que no lo sueño. ¡Comisario!... ¡Mozos! ¡practicantes!... ¡obregones!! (Cesa el ruido.)

     LOCURA. -¡Dale! ¿Qué ocurre de nuevo? Caballero, vos a cada paso turbáis la tranquilidad del establecimiento.

     JUNÍPERO. -No es mala tranquilidad la suya.

     LOCURA. -Si no os halláis bien aquí, marchaos.

     JUNÍPERO. -Sí, señor, que me marcho: a la hospedería de los cartujos.

     LOCURA. -Pues andad con mil diablos.

     JUNÍPERO. -Ellos son los que andan conmigo.



Escena X

NICODEMUS, DON JUNÍPERO, LA LOCURA.

     NICODEMUS. -Aquí me ha dicho Esparaván que se halla mi hombre. Buen amigo, ¿podréis decirme dónde para mi cuñado?

     LOCURA. -Y ¿quién es ese caballero?

     NICODEMUS. -El que se va a casar con mi pupila.

     LOCURA. -Pero ¿quién se casa con ella?

     NICODEMUS. -El hidalgo.

     LOCURA. -Dad esas señas al pregonero para que le busque, que son seguras.

     JUNÍPERO. -(Desde la ventana.) ¡Maese Nicodemus!

     NICODEMUS. -¡Don Junípero! Amigo, teníais razón: Teresa está en casa.

     JUNÍPERO. -¿No os lo dije yo?

     NICODEMUS. -Y ¿qué os ha sucedido?

     JUNÍPERO. -Mil calamidades. Venid al cuarto y os contaré más pasos que tiene un vía-crucis.

     NICODEMUS. -Con permiso de este señor. (Vase.)

     LOCURA. -Ya están reunidos como yo deseaba. Rejas y cerrojos que guardáis a tantos infelices, cuya desgracia consiste en no saber ocultar su locura, caed a mi voz. Amantes ofendidos, mujeres olvidadas, venid y gozad un momento de alegría y de libertad. (Caen las rejas del departamento de los locos, y salen éstos en tropel y gritando. Vase LA LOCURA.)



Escena XI

DON GARCÍA, locos y locas; DON JUNÍPERO, y NICODEMUS, en el cuarto.
CORO DE LOCOS    Empiece el ruido                                       
y los porrazos,
caigan las rejas
hechas pedazos:
y en este día
atruene el mundo
nuestra alegría.
La calma y el silencio
son tristes por demás:
silencio, pues, y calma
vayan a pasear.
Cuanto más ruido hagamos
menos silencio habrá.
GARCÍA ¡Oíd, castellanos! Yo soy
el Conde Fernán González;
y como el Rey de Aragón
me tiene mucho coraje,
tratándome como a joya
creyó prudente guardarme.
Mas mi esposa la Condesa
cambió conmigo de traje,
y salí dando respingos
con sus sayas por las calles,
seguido de dos mancebos
a quien prendó mi talante.
Allí gime la Condesa
cautiva; con que ayudadme:
bloqueemos el alcázar,
traed pertrechos.
LOCOS                             Al instante.
 
(Parte de locos se va, y vuelve en el momento con tres escaleras; dos tinajas preparadas a manera de morteros, y dos jeringas a manera de cañones.)
 
NICODEMUS ¿Con que se volvió García
demente?
JUNÍPERO                 ¡Qué disparate!
Desde que nació lo está.
¡Si es poeta!
NICODEMUS                     ¡Ya!
GARCÍA (A su gente.)        Alinearse.
¡Ah! ¡Mirad allí mi esposa!
 
(Señalando a DON JUNÍPERO.)
 
¡Mirad su rostro de Ángel!
Juradme verter por ella
la última gota de sangre.
LOCOS Lo juramos.
GARCÍA                     ¡Ah bien mío!
JUNÍPERO ¡Ay!, que me toma el salvaje
por mujer; que me bloquea
el amante de mi amante.
Salvémonos, Nicodemus.
NICODEMUS ¿Por dónde?
JUNÍPERO                      Por cualquier parte.
GARCÍA Hagan fuego los morteros,
atruene el cañón los aires.
Rifi-rafe.
 
(Dispáranse las tinajas y las jeringas; abren boquetes en el piso principal, y lo escalan: al mismo tiempo se ve a NICODEMUS y JUNÍPERO sobre las dos chimeneas del tejado.)
 
NICODEMUS                ¡Ay!
JUNÍPERO                        ¡Que me tuesto!
LOCOS ¡Rafe-rifi-rifi-rafe!

Portal en casa de DON JUNÍPERO: a un lado el cuartito del portero.

Escena XII

ESPARAVÁN, un PORTERO.

     ESPARAVÁN. -Guárdele Dios, amigo. El señor Don Junípero Mastranzos...

     PORTERO. -No recibe hoy a nadie.

     ESPARAVÁN. -Hombre, si casualmente vengo a avisar a usarcedes...

     PORTERO. -Ya digo que no está en casa.

     ESPARAVÁN. -Sí; pero yo tengo que prevenir...

     PORTERO. -Lea ese rétulo si sabe, lo que yo no necesito. Ahí dicen que dice que nadie pase sin hablar con el portero.

     ESPARAVÁN. -Si yo no trato de pasar: si yo sólo tengo necesidad de...

     PORTERO. -Respete usarcé las leyes interliminares.

     ESPARAVÁN. -Pero atienda usted a razones.

     PORTERO. -Pediré auxilio a la cocina.

     ESPARAVÁN. -Pídale usarcé, si quiere, a la caballeriza; pero...

     PORTERO. -Y soltaré el perro que muerde.

     ESPARAVÁN. -Probablemente será más racional que su amo.

     JUNÍPERO. -Mi obligación es echar con cajas destempladas a la gentecilla.

     ESPARAVÁN. -La obligación de usarcé es oír a los que le hablan; y aunque le lleve pateta...

     PORTERO. -Y por más que ucé se empeñe...

     ESPARAVÁN. -Ha de saber que su amo se queda en el hospital descansando, y me envía a decir a usarcedes que acaso no vendrá en todo el día de hoy.

     PORTERO. -(Hablando al mismo tiempo que ESPARAVÁN.) Ha de salir del portal inmediatamente, o cogeré una tranca y le moleré las costillas... ¡Ah!, ¿con que venía usarcé con recado de mi señor?

     ESPARAVÁN. -Pues, para que no estuvieran aquí con cuidado.

     PORTERO. -¡Qué disparate! Cuando él está en casa es cuando debemos tener cuidado. En saliendo fuera, maldito; pero allí viene ya.

     ESPARAVÁN. -Pronto se ha restablecido.



Escena XIII

DON JUNÍPERO, dichos; luego LA LOCURA.

     PORTERO. -¡Oh, señor!, seáis bien llegado. Este buen hombre me había dado un susto, diciéndome que os hallabais echadillo a perder.

     JUNÍPERO. -Ya me he repuesto.

     ESPARAVÁN. -En efecto, no se os conoce ya el cansancio de la jornada en silla de pies, quiero decir, de manos.

     JUNÍPERO. -¿Qué se ha de conocer? ¿Qué es aquello para un hombre de mi fibra? Yo soy un roble. (Gracias al talismán que me acaba de dar Celestina.)

     LOCURA. -(Dentro.) ¡Calabazas y pimientos!

     PORTERO. -Ésta no es la voz de la foncarralera que viene a casa.

     LOCURA. -(Dentro.) ¡Berenjenas y tomates, cebolletas y pepinos! ¡So, borrico, so!... (Sale vestida de labradora.) Guarde Dios a la buena gente. ¿Vive aquí Don Junípero Mastranzos?

     PORTERO. -No recibe a nadie.

     LOCURA. -Es que...

     PORTERO. -No está en casa: está invisible.

     JUNÍPERO. -¿Qué le quieres a Don Junípero, prenda?

     LOCURA. -¡Toma, que es su mercé! ¿Pues a qué me dice ese tío que no está en casa?

     JUNÍPERO. -Es mi portero, y le pago para que mienta.

     LOCURA. -No desempeña mal el encargo. Pues, señor, yo soy nieta de la tía Magallona... y la tía Magallona me envía de Fuencarral con una carga de hortaliza para su mercé. Ella no viene, porque como ya es de noche...

     JUNÍPERO. -Ha hecho muy bien la abuelita en quedarse por allá. (¡Por la barca de Fuentidueña que la chica es preciosa!)

     LOCURA. -Con que voy a entrar el serón.

     JUNÍPERO. -No consentiré yo que te tomes ese trabajo. Descargad vosotros la caballería. (Vanse el PORTERO y ESPARAVÁN.)

     LOCURA. -Viva su mercé mil años. (Voy a ver si le quito los polvos de Celestina.) Pues, señor, yo tenía que pedir a su mercé un favor.

     JUNÍPERO. -Pide cuanto quieras, hermosa.

     LOCURA. -Mi abuela me trujo por navidaes a Madrid, y juimos una tarde al corral de la Cruz a ver una comedia. ¡Ay!, ¡lo que yo me divertí en aquella junción! ¡Cómo se me iban los ojos tras de una reina mora con guarda-infante, que la iban a meter monja, y ella no quería, porque estaba casada en secreto con un arzobispo! En fin, ¿qué quiere su mercé que le diga! Yo conocí que aquél era mi sino, y sin más ni más hice voto de ser comedianta.

     JUNÍPERO. -Muy bien.

     LOCURA. -No, no tan bien; porque cuando allá en el lugar se lo dije a mi abuela, me hartó de mojicones para quitarme de la cabeza aquella aprensión.

     JUNÍPERO. -Y ¿qué efecto produjo la retórica manual de la abuela?

     LOCURA. -¡Toma!, inficionarme más al teatro.

     JUNÍPERO. -Y ¿qué es lo que pretendes de mí?

     LOCURA. -Que su mercé, que tendrá conocimiento con el autor y el despabilaor y todos los regidores de la compañía, les hable por mí, y les diga que soy muy buena muchacha, y que tengo mucha habilidad, y que no soy fea.

     JUNÍPERO. -Eso último ya lo dirán ellos sin que yo se lo advierta. (Vale más que Teresa con tercio y quinto.) Pero, hija, ¿cómo respondo yo de tu disposición cómica, si no veo antes una muestra de ella?

     LOCURA. -¡Toma! Cabalitamente quería yo que su mercé me oyera un paso de una trajeria, que he aprendido en menos de seis meses.

     JUNÍPERO. -¿De qué pieza es?

     LOCURA. -De una que lleva el nombre de una señora muy pícara, que se llamaba como otra que fue muy buena.

     JUNÍPERO. -Esas señas convienen a todo nombre de mujer.

     LOCURA. -El nombre de la tal acaba así como en recia o necia, y el apellido se parece a alforja.

     JUNÍPERO. -¿Lucrecia Borja?

     LOCURA. -Eso es.

     JUNÍPERO. -Vaya en gracia.

     LOCURA. -Y se llamaba Lucrecia.

     JUNÍPERO. -Yo sé de memoria todo ese drama. Principia; que sea la escena que fuere, yo te daré las réplicas.

     LOCURA. -Comienzo, pues:

                        Envenenado estás. (Declamando.)
JUNÍPERO                                 Señora, ¿es cierto?
LOCURA Como catorce y diez son veinticuatro.
JUNÍPERO Vos me servisteis la traidora copa,
y bebí sin recelo: soy un asno.
LOCURA Deja tus alabanzas por ahora,
que el lance es peliagudo y apurado,
y ya verás al acabar la escena
cómo sobre una silla me desmayo.
Escucha: sabe que mi esposo el Duque
de ti celoso está; se ha figurado
que eres tú mi cortejo, y me propuso
que te viese morir a candilazos,
o que en el vino que beber debías
te presentara un tósigo mi mano.
Un veneno terrible, aquel veneno
cuyo nombre no más cubre de espanto
la faz de todo el que en Italia sabe
cuántas víctimas ha despabilado.
JUNÍPERO Sí, ya estoy: el veneno de los Borjas,
que son incomparables boticarios.
LOCURA Ése es el que bebiste: en el bolsillo
siempre a la cinta su remedio traigo,
combinación secreta que en el mundo,
si no mi hermano, y yo, y el Padre Santo,
nadie la sabe hacer. En este pomo
está la vida y la salud, Genaro;
y de la muerte próxima te libra
sólo una gota, cuanti más un trago.
 
(Registrando a DON JUNÍPERO.)
 
Su mercé debe tener
por aquí en la faltriquera
algo que haga de frasquete.
Esta cajita... ¡qué bella! (La de los polvos.)
¿Es de rapé?
JUNÍPERO                      No es rapé.
No sabes lo que te pescas.
LOCURA Al contrario, Don Junípero:
tendí el anzuelo muy diestra;
y tanto sé lo que pesco,
que sé que esta caja encierra
los polvos que Celestina
os dio de su amor en prueba;
y como pueden perder
a García y a Teresa,
a tenerlos decidida
vine por ellos resuelta.
JUNÍPERO Pero ¡esto es una locura!
LOCURA Justamente yo soy ésa.
JUNÍPERO Y ¿así tratáis a un vasallo?
LOCURA No, que vos sois de otra secta:
la de los tontos, la más
poblada que hay en la tierra.
JUNÍPERO Gracias y escuche.
LOCURA                              Soy sorda.
JUNÍPERO Mire a lo menos...
LOCURA                              Soy ciega.
JUNÍPERO Oiga razones.
LOCURA                       Soy loca.
JUNÍPERO Dice bien; y yo un babieca.


Vista exterior de la venta en que principió el acto. Una galera arrimada a la pared.

Escena XIV

CELESTINA, NICODEMUS.

     NICODEMUS. -Yo creía que Teresa estaría tan segura en el convento como un aceite esencial en una redoma tapada herméticamente.

     CELESTINA. -Las esencias se disipan en las redomas, y las niñas en cualquier punto de la corte están expuestas a la disipación. Por eso os he aconsejado este viaje y que la dejéis conmigo en la casa que acabo de construir a corta distancia de Huesca. No tengáis cuidado ninguno en orden a la chica, ya que me confiáis su custodia.

     NICODEMUS. -La tal Doña Teresita Loreto, mi dichosa cuñada, me tenía la paciencia saturada de fastidio. Pero allá en vuestra nueva habitación, ¿os prometéis conseguir que se case con Don Junípero?

     CELESTINA. -(No lo verán tus ojos.) Por lo menos se evitará que se case con García.

     NICODEMUS. -Y ¿por qué no queréis que Don Junípero nos acompañe? No parece sino que formáis empeño en separarle de su novia y tenerle siempre a vuestro lado. Pues el trato engendra cariño, y viceversa, la incomunicación no engendra nada.

     CELESTINA. -(Cederé, para que no sospeche.) Convengo en que marche con vuesas mercedes en lugar de venirse conmigo. Voy a avisarle, y me marcho sola en seguida.

     NICODEMUS. -Ea, pues, hasta la vista.

     CELESTINA. -(Al retirarse.) Buen viaje. (Al cabo Teresa no le quiere, y él sabe que la jornada ha de acabar con nuestro casamiento.) (Vase.)



Escena XV

NICODEMUS, TERESA; luego DON JUNÍPERO, ESPARAVÁN y Mozos.
NICODEMUS Esta madre Celestina
me tiene un cariño tal...
Como que los dos untamos,
es cosa muy natural.
Digo, Loretito, niña.
TERESA Cuñadito.
NICODEMUS                 Ven acá.
TERESA Estoy furiosa, cuñado.
Según dice Esparaván,
lo que era una diversión
es un viaje formal.
¡Digo! ¡Hasta Huesca!
NICODEMUS                                     Eso es.
Hasta Huesca nada más.
El doctor me ha recetado,
si pretendo pelechar,
algo de rusticación.
TERESA Bien rustiquecido estáis.
Vuestro médico os adula.
¡A Huesca! ¿Pensáis quizá
que con la mudanza de aguas
me parezca más galán
Don Junípero, que es...
NICODEMUS Un hidalgo. (Sale DON JUNÍPERO.)
TERESA                   Un animal.
JUNÍPERO Servidor. Yo siempre llego
con mucha oportunidad,
según maese. Teresa,
me gustáis diez varas más
desde la última jornada
(en que hice la atrocidad
de venderme a Celestina
por un pedazo de pan).
Tenéis, así, un no sé qué
y un no sé cuándo... pues.
TERESA                                          Ya.
NICODEMUS ¿Os ha dicho Celestina
que podéis acompañar
a vuestra novia?
JUNÍPERO                            Eso mismo
no dijo, pero es igual;
pues siendo vos...
NICODEMUS                              ¿Yo la novia?
JUNÍPERO Por merced tan singular
yo le di un millón de gracias
(y le diera otro en metal,
que por no mirar su cara
no es grande la cantidad.)
NICODEMUS Y decidme, Don Junípero,
¿qué habéis hecho por allá
dentro? A ninguna doncella
antes de matrimoniar
se la debe buscar sola
en un retrete...
JUNÍPERO                         ¡Yo!, ¡quia!
La fui a decir un requiebro,
pero ella con esa sal
que tiene, y esa franqueza
tan encantadora y tan...
Me dijo tanta insolencia,
que yo, temiendo quizá
que me diera en su entusiasmo
diez arañazos o más
para mostrarme su amor
y dulzura natural,
desfilé hacia la cocina
a fin de dejarla en paz
y a preparar colación:
lista la tenemos ya;
pero, amigo, en esta venta
los cubiertos son de pan,
a excepción de el del ventero,
que es de cuerno, y que será
reservado para vos.
Ahora me voy a buscar
en la maleta el de plata
para Loretito, y más
quisiera que fuera de oro,
que en su boca de coral
deben entrar sólo cosas
muy preciosas: esperad. (Vase.)
TERESA Con que ¿no hay remedio? ¿A Huesca?
NICODEMUS A Huesca, y sin replicar,
o te pongo por badajo
de la campana fatal.
TERESA ¿No veis que mi novio es tonto?...
NICODEMUS De esposo lo será más.
TERESA Y feo...
NICODEMUS              Dios le hizo así,
y es pecado replicar.
TERESA Y presumido, y que yo
no podré amarle jamás.
NICODEMUS Ésa es cuenta tuya y suya,
y del diablo cuando más.
Pero ¿dónde estáis metido,
cuñadito?
JUNÍPERO                  ¡Voto a San!...
Si no encuentro mi cubierto;
lo dicho: él echó a volar
y yo estoy volado.
VOZ (Dentro.)               Vuela.
 
(La galera se despedaza y vuela; DON JUNÍPERO queda pegado en una pared. Al ruido sale de la venta una porción de gente.)
 
JUNÍPERO ¡Ay!
NICODEMUS ¡Virgen del Tremedal!
ESPARAVÁN ¿No lo dije?
NICODEMUS ¡Y Don Junípero?
TERESA Se ha estrellado... ¡ja, ja, ja!
NICODEMUS ¿Y aún te ríes? Venga pronto
una escalera. ¡Trepad!
 
(DON JUNÍPERO cambia de sitio a medida que colocan la escalera.)
 
Despegadle... a la derecha...
No: a la izquierda.
VOCES                              Al centro.
TODOS                                              ¡Ah!
NICODEMUS Junípero, a tus míseros despojos
consagrará mi fe kiries y oremus;
tu pérdida le pone a Nicodemus
miedo en el corazón, llanto en los ojos. (Vanse.)
 
La sala en que principió el acto.


Escena XVI

DON GARCÍA disfrazado de peregrino viejo, con barba larga, esclavina adornada de conchas, y en la mano un bordón de estoque.
                Facilitó Celestina
mi proyecto con su ausencia;
sus polvos, que la Locura
pudo lograr que volvieran
a mi poder, alejaron
al galán de Fuentidueña:
ya solamente me falta
llevarme de aquí a Teresa.


Escena XVII

NICODEMUS, TERESA, un MOZO, DON GARCÍA.
NICODEMUS ¡Pobre hidalgo! ¡Pobrecito!
Se quedó como una oblea,
y una bocanada de aire
le hará dar mil volteretas.
Todas son calamidades
para el que una vez se estrella...
No hay consuelo para mí...
Si no me sacan la cena.
MOZO Consuélese, buen señor,
que voy al punto por ella. (Vase.)
GARCÍA Guárdeos el cielo.
NICODEMUS                             Y a vos.
TERESA (¿Qué voz oigo? Me penetra
el alma.)
NICODEMUS               Hermano conchudo,
¿a dónde peregrinea
vuestra merced?
GARCÍA                            A Loreto.
TERESA (¡Él es!)
NICODEMUS              ¿Se llama?...
GARCÍA                                   Esteban
Chirinola.
NICODEMUS                 ¡Hombre!, ¡qué diantre!
Yo me llamo Chirinela.
GARCÍA Por muchos años. En gracia
de lo poco que discrepan
los apellidos de entrambos,
vuestra bondad me conceda
su compañía esta noche,
si ha de dormir en la venta.
NICODEMUS No tengo dificultad;
pero, camarada, advierta
que es con una condición.
GARCÍA ¿Cuál?
NICODEMUS            Que no le doy mi mesa.
TERESA Yo os la doy, buen peregrino.
 
(Dos mozos sacan una mesa aparada y con luces.)
 
GARCÍA Caritativa doncella,
no tengáis por mí cuidado:
yo cenaré lo que quiera.
MOZO ¡Cómo! ¡Por amor de Dios!
GARCÍA Por amor de la moneda.
TERESA (A NICODEMUS.) Una mesa para mí;
yo no me siento a la vuestra.
GARCÍA Ni yo.
NICODEMUS (Sentándose.)
           Pues que traigan otras,
que yo me apodero de ésta.
Siéntese el buen Chirinola
donde mejor le parezca.
GARCÍA Todo puede componerse.
Vuestra merced ¿se contenta
con la que tiene?
NICODEMUS                            Sí tal.
GARCÍA (A TERESA.) Venid vos a la derecha
y yo pasaré a ese lado.
 
(Tira de la mesa, primero por un extremo, y por cada lado sale otra mesa con viandas y luces, quedando sin nada la de en medio, a la cual está sentado NICODEMUS.)
 
TERESA ¡Bien!, ¡muy bien!
 
(GARCÍA y TERESA se sientan y comen.)
 
NICODEMUS (Levantándose.)
                             ¿Con que me deja
sin nada el buen Chirinola?
GARCÍA Siéntese el buen Chirinela.
NICODEMUS (Éste es brujo.) Una ración,
chico.
MOZO            Veré en la despensa.
NICODEMUS ¡Por vida de!...
GARCÍA                         Sin jurar.
Ayune el buen Chirinela.
NICODEMUS (Peregrino y viejo... debe
ser gran hablador por fuerza.
Le haremos que charle, a ver
si su apetito se templa,
y a mi estómago infeliz
alza la terrible veda.)
Usarcé de sus viajatas
podrá contar muchas nuevas.
GARCÍA Sí.
NICODEMUS      Diga usarced: ¿ha estado
alguna vez en Judea?
En la Tierra Santa.
GARCÍA                              Sí.
NICODEMUS Lacónico es de respuestas
usarced.
GARCÍA               Sí.
NICODEMUS                    (¡Cómo traga!)
Y ¿hay también en esa tierra
boticarios?
GARCÍA                   Sí.
NICODEMUS                        ¿Qué tal
les va por allá? ¿Pelechan?
¿Son ricos?
GARCÍA                    Se mueren de hambre.
NICODEMUS Desgracia es de que se queja
también aquí alguno.
GARCÍA                                  ¡Ya!
NICODEMUS Un poco de escamonea
necesito, porque yo
tengo una botica en regla,
y me alegrara infinito
de entablar correspondencia
con un profesor de allá.
Si vuesarcé conociera
por acaso a quien pudiere...
GARCÍA Sí: yo conocí un babieca,
tutor de una hermosa joven,
honrada, amable, discreta,
viva imagen de la dama
que enfrente de mí se sienta.
TERESA Gracias; lisonjero sois.
GARCÍA Cobró afición a un poeta...
TERESA ¿Quién? ¿El tutor?...
GARCÍA                                  La pupila.
NICODEMUS ¿También hay allí tontuelas
que se enamoran de coplas,
como hacen las madrileñas?
GARCÍA Un hidalgote cerril
le quiso la preferencia
disputar...
NICODEMUS                  ¿Qué? ¿También hay
en Palestina nobleza?
GARCÍA Y el boticario tutor,
que usurpaba sin conciencia
los bienes de su pupila,
hombre soez, alma hebrea...
NICODEMUS ¡Por Dios, señor Chirinola!
GARCÍA Siéntese el buen Chirinela.
NICODEMUS Con que decía usarcé...
GARCÍA Que vuestro digno colega
negó al ingenio la dama
y la vendió a la riqueza.
NICODEMUS ¿Y el ingenio se hizo brujo,
por llevarse la prebenda?
GARCÍA Sí; y aunque ya le sobraba
poder para echar en tierra
del rival y del tutor
la ridícula soberbia
y vengar la tropelía
que sufrió su dulce prenda,
se contentó generoso
con resistir la violencia
y al despedirse decir:
«Mentecato, mira y tiembla.»
 
(Desaparecen los vestidos de disfraz que trae GARCÍA y queda en su traje ordinario. Acércase a TERESA y la coge la mano.)
 
NICODEMUS Ya miraba yo y temblaba
sin que ucé me lo dijera.
TERESA ¡García!
GARCÍA              Sigue mis pasos.
NICODEMUS No hay remedio, ¡se la lleva!
GARCÍA Adiós, y véngame a ver
cuando yo a la corte vuelva,
que me ha dado ciertamente
buen rato el buen Chirinela.
TERESA Véngame también a ver
a mí con toda franqueza,
que en el banquete de boda
le doy mi formal promesa
de indemnizarle esta noche
de involuntaria abstinencia.
NICODEMUS Dios os guarde.
GARCÍA                          No acompañe.
Quédese el buen Chirinela.
NICODEMUS ¡Cielos!, que a un tutor le roben
su pupila en una venta,
y que él no pueda romperle
al robador la cabeza!
 
(Sale un mozo trayendo en la frente una cabeza de ternera.)
 
MOZO Romped ésta, si os parece.
NICODEMUS Tal la gazuza me aprieta,
que sería hasta antropófago.
GARCÍA Sedlo, pues.
MOZO                    ¡Huy! (Vase.)
NICODEMUS                             ¡Santa Tecla!
¿A que en vez de merendar
el manjar se me merienda?
Dile a tu mágico amante
que mi estómago es un déspota,
que me pongan donde aplaque
mis gástricas exigencias.
TERESA Vaya a Jauja.
GARCÍA                       Vaya a Jauja
el ínclito Chirinela.
 
Mutación.


Escena XVIII

NICODEMUS, multitud de cocineros y cocineras.
NICODEMUS ¡Qué veo! ¡Esto sí me gusta!                                               
Jamones, perdices, tencas...
¡Cómo me voy a vengar
de mi forzosa abstinencia!
COCINERO PRIMERO Cómase esta polla.
NICODEMUS                               Gracias.
COCINERO SEGUNDO Este palomino.
NICODEMUS                         Venga.
COCINERA Este pastel.
NICODEMUS                   ¡Qué bonita!
¡Bien sirve esta cocinera!
TODOS De lo mío, de lo mío.
NICODEMUS Señores, que me marean.
COCINERO PRIMERO Esta gallina.
COCINERO SEGUNDO                    Este pavo.
COCINERO PRIMERO Este salmón.
COCINERO TERCERO                     Esta crema.
TODOS De lo mío, de lo mío.
NICODEMUS ¡Que se me va la cabeza!!
 
BAILETE Y CORO
 
CORO    Pinches, criados,
venid, venid,
el forastero
a recibir.
Las cacerolas
hagan chis, chis,
los almireces
tin-ti-rin-tín.
No es de los nuestros,
es de Madrid,
que según dicen
es buen país...
Donde teniendo
chispa o monís
brilla cualquiera
chisgarabís.
NICODEMUS ¡Ay que me ahogo,
pobre de mí!
CORO    Pinches, criados,
venid, venid,
el forastero
a recibir.
Las cacerolas, etc.

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