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Alfonso el Casto

Drama en tres actos en verso

Estrenado en el teatro de la Cruz a 25 de junio de 1841

                    
PERSONAS
                    
 
ALFONSO, llamado después el Casto.
JIMENA
SANCHO
ORDOÑO
BERNARDA
SILO
LUPO
TOIDA
NEFTALÍ
UN PLATERO
UN ESPADERO
UN ENTALLADOR
SOLDADOS
ESCLAVOS
ESCLAVAS
DUEÑAS
PAJES

La escena en el acto primero es en un valle de Galicia poco distante del monasterio de Samos (anteriormente Sámanos); el segundo acto y el último pasan en Oviedo.

La acción es en el año 792.

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Acto primero

A la derecha del espectador, en las últimas cajas, un cobertizo o soportal, que da entrada a una casa de labor; a la izquierda, en el proscenio, una cruz grande de piedra sobre un pedestal rodeado de escalones; en el fondo un país fragoso. Debajo del cobertizo una mesa, y sobre una silla una rueca con un copo de lana blanca.
 
Escena I
SANCHO, BERNARDA, SILO, LUPO; Soldados.

(SANCHO está debajo del cobertizo, sentado a la mesa, escribiendo en un papiro o pergamino; BERNARDA tiene toca de viuda.)

SANCHO          (A BERNARDA.) Yo daré cuenta en Oviedo
de vuestras declaraciones.
BERNARDA Y eso ¿qué me importa?
SILO                                         Mucho,
si le mintiereis al Conde.
BERNARDA ¡Conde, y tan mozo! Persona
será de mérito enorme.
¿Dónde gobierna?
SILO                                En Saldaña
tierra de León.
BERNARDA                         ¡Demontres!
¡Tierra de pan! Si pudiera
irme trayendo a terrones
a Galicia tres yugadas
de la buena, era en el orbe
yo la más feliz.
 
Escena II

JIMENA, que sale con toca blanca, trayendo unas llaves en la mano; dos esclavos, dos esclavas; dichos.

JIMENA (A BERNARDA.)
                           Las llaves
de las puertas y los cofres.
BERNARDA Téngalas.
 
(Tomándolas, y poniéndolas encima de la mesa.)
 
SILO (Cogiendo una.)
                 ¡Llave de hierro!
No es utensilio de pobre.
BERNARDA No las uso yo de palo,
gracias a los bienhechores.
SANCHO (A LUPO.) Vos registraréis la casa.
BERNARDA (A JIMENA.) Vaya ella con esos hombres.
Deles cuanto quieran; pero
ellos, sin pedir, no tomen.
LUPO Nada tomarán, villana.
BERNARDA Bernarda, no se equivoque,
Bernarda me llamo.
LUPO                                  Sepa
que no trata con ladrones.
SANCHO Id.
 

(LUPO toma las llaves, y entra en la casa precedido de JIMENA y seguido de algunos soldados y de los esclavos.)

 
Escena III
SANCHO, BERNARDA, SILO; Soldados.
BERNARDA Inútil será.
SILO                   Basta
con verlo.
BERNARDA                  Aunque se desojen
no hallarán al fugitivo.
SANCHO Según todos los informes,
aquí pasó cuatro días
o cinco.
BERNARDA               Cinco, señores,
cinco.
SILO            Y la tarde de ayer.
BERNARDA ¿La tarde? Y también la noche.
Durmió, se levantó en paz,
cumplió con sus devociones,
le di el almuerzo, me dio
un abrazo, y acogiose...
SILO ¿A dónde?
BERNARDA                   A otro nido.
SILO                                        ¿Cuál?
BERNARDA Así mi difunto Jorge
gloria tenga, como es cierto
que puesta en los escalones
de aquella cruz, le perdí
de vista mirando al bosque.
SANCHO (A SILO.) Nada sabrá; y si lo sabe,
lo callará.
BERNARDA                  Se supone.
¿Había de permitir
que llevaran en prisiones
al que yo di de mamar?
Aunque me hicieran jigote.
Cuando él se vino a Subrego,
ya tendría sus razones.
SANCHO ¿Con que en vuestra casa, en fin,
Don Alfonso no se esconde?
BERNARDA A fe de gallega honrada
lo juro; a fe de mi nombre
y de nodriza de Rey.
SILO Ya no es Rey.
BERNARDA                        No se alborote.
Si Alfonso no reina ya,
reinó, y en dos ocasiones.
Mas sáqueme, por la Virgen,
el de Saldaña, y perdone,
de una duda; pues con todo
que he nacido en estos montes,
tengo un sobrino alarife,
maestro de gran renombre,
y fui de casa del Rey
Fruela, que de Dios goce;
y allí, de oír platicar
a guerreros y Doctores
tantas veces, comprendí
que ha de haber algún desorden
en Asturias y Galicia
siempre que haya sucesiones
de reyes; pero elegido
el sucesor, acabose.
Y como hace un año ya
que juntos los electores
admitieron la renuncia
de Don Bermudo, y acordes
juraron a Alfonso, digo:
para que así le destronen,
¿qué habrá hecho?
SANCHO                                Malquistarse
con la Iglesia y con los nobles.
SILO Y basta.
BERNARDA               Pueden alzar
el Rey que les acomode,
verdad es; pero a éste dicen
que van a meterle monje
si le pillan, y le quieren
cegar como a los traidores:
¿de qué delito le acusan
los que tal pena le imponen?
SANCHO Quiso hacer guerra a los moros
contra el voto de la corte,
y que tuvieran ancianas
por amas los sacerdotes...
SILO Y que al francés Carlomagno
rindieran los españoles
vasallaje.
BERNARDA                 Si es verdad
Lo que habéis dicho a la postre,
merecería por eso
que le colgaran de un roble.
SILO Pues todo es cierto.
BERNARDA                               Pues yo
me figuro que los próceres
no tendrían mucha gana
de ir a sacudir mandobles;
los clérigos no querrían
ver a su lado visiones;
la embajada vino bien
para achacar mil horrores
a Alfonso; y si da la gente
en decir que rabia el gozque,
sea verdad o no sea,
todos a matarle corren.
 
Escena IV
JIMENA, LUPO; Soldados, Esclavos; dichos.
LUPO No está.
BERNARDA              Ya lo dije.
SANCHO                              Silo,
mirad los alrededores
antes de emprender la marcha,
si gustáis.
SILO                Estoy conforme.
Pero escuchad. (Aparte a SANCHO.) Esa hija...
 
(Baja la voz.)
 
SANCHO No deis en cavilaciones.
 
(Siguen hablando aparte.)
 
SILO Ordoño lo encargó tanto...
BERNARDA (A su gente.) Cada cual a sus labores.
 
(Los esclavos se retiran; JIMENA toma la rueca, se sienta y se pone a hilar.)
 
SILO ¿Queréis que yo la examine?
SANCHO Yo lo haré.
SILO                  A ver qué responde.
 
(Se marcha con algunos soldados.)
 
Escena V
SANCHO, JIMENA, BERNARDA, LUPO; Soldados.
SANCHO ¿Con quién vino Don Alfonso?
BERNARDA Con su bridón y su estoque.
SANCHO ¿Llegó solo?
BERNARDA                     Rey caído
suprime los batidores.
SANCHO ¿Y su hermana?
JIMENA (Aparte.)             ¡Oh Dios! (Cáesele el huso.)
BERNARDA                                             ¿Jimena?
SANCHO Pues.
BERNARDA          ¿Corriendo él a galope,
le pudiera ella seguir?
Ni ¿a qué? Si no la conocen.
¿Hay alguien que la haya visto
en trece años o catorce?
Donde quiera está segura.
 
(JIMENA deja caer otra vez el huso; BERNARDA le alza.)
 
Tenga cuidado la torpe.
JIMENA Perdone, señora madre.
BERNARDA Vaya adentro.
JIMENA                       No se enoje.
 
(Se levanta para retirarse.)
 
SANCHO Temblando está. Si nosotros
damos a vuestros temores
motivo, pronto marchamos.
BERNARDA A su cuarto, y no se asome.
SANCHO No me privéis de la vista
de esa bellísima joven,
que juro que su habla dulce,
sus angélicas facciones,
la agitación que amortigua
el brillo de sus colores,
la mirada de modestia
y el señorío del porte,
impresión hubieran hecho
en un corazón de bronce.
¡Qué poco, serrana bella,
te ennegrecieron los soles!
¡Qué poco se ha ejercitado
en campesinas labores
la mano con que avergüenzas
el blanco vellón que coges!
BERNARDA Ya que el de Saldaña mira
con ojos tan reparones,
y lo blanco de la cara
le ha dado al momento golpe,
¿cómo es que la blanca toca
no parece que le choque?
A doncella consagrada
a Dios, no se dicen flores.
JIMENA Denme licencia...
SANCHO                            Esperad.
Hablé así, no porque ignore
cuánto respeto merece
quien ese velo se pone,
sino porque me dejé
llevar de las ilusiones
que hace un año a mi memoria
vienen y se van veloces.
JIMENA No me está bien escuchar
livianas conversaciones.
SANCHO Con ese desdén, zagala,
con que tus elogios oyes,
me pagó también un día
la ingrata de mis amores. -
Era una tarde de otoño:
trasponía el horizonte
el sol, dorando la cima
de los árboles mayores
que daban sombra a una casa
coronada de una torre;
cantaban allá a lo lejos
alegres trabajadores,
que cerraban los portillos
de unos rotos paredones;
percibíase a otro lado
el eco de una harpa, dócil
a una mano, que en la tuya
hizo el Señor que se copie.
¡Qué bien a la tañedora
me representas! Al borde
de una fuente se sentaba,
dando la espalda a unos bojes;
y clavados en la arena
los ojos deslumbradores,
y asomando en su mejilla
encendidos arreboles...
JIMENA (Aparte a SANCHO.)
Callad.
SANCHO             «Callad, exclamaba,
si al jardín queréis que torne.»
Pensé que amenazas eran
para encubrirme favores:
pronto abatió el desengaño
lisonjeras presunciones.
Por vez primera veía
la luz de mi sol entonces:
un año entero ha pasado
sin gozar sus resplandores.
El ornato de la esquiva
revelaba sus blasones;
su lenguaje recatado
no era el de un ánimo doble;
y atrás tendido el cabello
sin velos usurpadores,
por libre la señalaba
para admitir corazones.
Más ¡ay! con rigor más duro
que a la virtud corresponde,
la que sencilla supuse,
palabras olvida y rompe;
huye de mí; no parece
ni en vergeles ni en balcones;
yo sufro; quiero indignado
que el alma su imagen borre,
y a mi pesar en el pecho
siempre permanece inmoble.
JIMENA ¡Ah!
SANCHO (A BERNARDA.)
        No eran a esta doncella
mis corteses expresiones.
BERNARDA (Aparte.) Ahora sí que no lo creo;
mas nunca peor se logre.
 
Escena VI
SILO, Soldados; dichos.
SILO Conde, a lo largo del río
sube tropa; los pendones
son los nuestros, y conozco
el clarín de Ordoño.
SANCHO                                Toquen
el nuestro en aviso, y vamos.
JIMENA (Aparte.) ¡Ay! A partir se disponen,
y no puedo vindicarme
de injustas acusaciones.
SANCHO Casual, como veis, ha sido
que mi visita os estorbe.
Perdonad, y a Dios.
JIMENA                                A Dios.
BERNARDA Él de gloria le corone.
SANCHO (Aparte a JIMENA.)
No puedo hablaros: tomad
y leed estos renglones.
 
(Dale el pergamino en que escribió.)
 
JIMENA (A él.) ¡Ah!, sí.
SANCHO                           Ya que vuestro estado
la obligación os impone
de orar por todos, ¿tendré
parte en vuestras oraciones?
JIMENA Sí.
SANCHO     No olvidéis la promesa.
JIMENA No olvido yo nada, Conde.
 
(Vanse SANCHO, SILO, LUPO y los demás soldados.)
 
Escena VII
JIMENA, BERNARDA.
(Siguen con la vista por algunos momentos a los que se retiran.)
BERNARDA Ya salimos de afán.
JIMENA                               ¡Gracias, Dios mío!
BERNARDA (A JIMENA.) ¡Gracias, Madre de Dios de Covadonga!
Soltad la rueca de silvestre caña:
es de marfil la que ceñir os toca.
 
(Se la quita y la arroja al suelo.)
 
JIMENA Si vuelven, si te ven...
BERNARDA                                   No; que la peña
que nos oculta de su vista, doblan,
y al ver la novedad, avisaría
el zagal que aposté sobre la loma.
Ya el Rey puede salir.
JIMENA                                   Llamaré gente.
BERNARDA Sobro yo aquí para mover la losa.
 
(Aparta una piedra del pedestal de la cruz, descúbrese un hueco y sale de él ALFONSO.)
 
JIMENA (Aparte.) ¡Esta carta del Conde! Mal mi grado,
el ansia de leerla me devora.
 
Escena VIII
ALFONSO, JIMENA, BERNARDA.
ALFONSO ¡Hermana! (La abraza.)
JIMENA                  ¡Alfonso mío! ¡De qué riesgo
nos liberta una mano generosa!
ALFONSO ¿Cómo pagar?...
BERNARDA                            Negocio más urgente,
príncipe amado, resolver importa.
Guía y disfraz sabéis que puedo daros;
la distancia de Sámanos es corta:
¿persistís en pasaros al convento?
ALFONSO ¿Qué camino al venir trajo esa escolta?
BERNARDA El de Sámanos era, y por la orilla
del río abajo, la vereda toman.
Libre os dejan el paso.
ALFONSO                                     Le aprovecho.
BERNARDA Será vuestra partida sin demora. (Vase.)
 
Escena IX
ALFONSO, JIMENA.
JIMENA ¿Con que partes al fin?
ALFONSO                                     Sí, nos separan;
me separan de ti por breves horas;
en tu busca vendré cuando la noche
callada tienda favorable sombra;
pero tiemble de mí, si triunfo un día,
quien hoy consigue que te deje sola.
Tú fuiste de mi júbilo testigo
cuando ciñó mi sien esa corona
que ambicioné, porque valor me siento
para poderla sostener con gloria;
viste las miras que abarcaba; viste
que en lucha fiera con la raza mora
quise a gallegos, cántabros y astures
empeñar; que a los hijos de Vasconia
importuné también y a Carlomagno,
para que desde Braga a Barcelona
se alzaran con un fin, con una idea,
cuantos la cruz del Redentor adoran,
y de manos del árabe arrancaran
la herencia rica de la estirpe goda.
Ya de aquel porvenir esplendoroso
me han dejado no más que la memoria:
de trono, de poder, de hacienda y fama
bárbaros enemigos me despojan;
y con todo, Jimena, te lo juro,
más en este momento me acongoja
la idea del peligro en que te veo,
que la expulsión que mi vergüenza colma.
JIMENA ¡Hermano!, ¡dulce hermano!
ALFONSO                                             En tu presencia
enmudece mi orgullo, y con su antorcha
disipa la razón la niebla obscura
que en el pecho mis iras amontonan.
A tu lado, el huir, el ocultarme,
acción no me parece ignominiosa:
perdido el trono, conservar la vida,
creo que es un deber; que a toda costa
debo esa vida conservar, pues ella
debe ser de la tuya protectora.
Si a tu lado no estoy... ¡Cuánto martirio,
cuánto! El despecho y el furor me ahogan,
y me afrenta el vivir. -Si tú quisieras
bajo nuevo disfraz seguirme ahora...
JIMENA Recuerda que hoy, al despuntar el alba,
contigo iba a partir.
ALFONSO                               ¡Ah, sí! Perdona.
Yo fui quien te detuvo. No es posible:
fuera la fuga hacer más peligrosa.
Es verdad que el vecino monasterio
de la piedad de nuestro padre es obra;
que en él hallé refugio cuando, niño,
me dejó en orfandad mano alevosa;
que en él, mancebo ya, de Mauregato
los rencores burlé; mas ya reposan
en la etérea mansión los cenobitas
que entonces me tuvieron en custodia.
Si almas heladas por mi mal encuentro...
Si también ellos contra mí se tornan...
¡Oh!, no: espérame aquí.
JIMENA                                       Corta es la ausencia.
Cabe en ella vivísima zozobra.
Mas dime... En ese pedestal oculto,
ni pude ver ni oír. ¿Quién esa tropa
que me viene a prender, capitanea?
JIMENA Un joven...
ALFONSO                   ¿Joven?
JIMENA                                De presencia airosa,
grata conversación, humano pecho...
ALFONSO ¡A un enemigo tuyo tanto elogias!
JIMENA No es mi enemigo, no; no es tu enemigo.
ALFONSO ¿Pudiste averiguar cómo se nombra?
JIMENA Es...
ALFONSO         ¿Quién?
JIMENA                       El Conde de Saldaña.
ALFONSO                                                         ¿Sancho?
¡Bien la facilidad me galardona
con que le di un gobierno! ¡Bien me paga
los alazanes y la fina cota
con que le honré después, al concederle
mi licencia real para su boda!
JIMENA ¡Qué oigo! ¿Sancho, el traidor que te persigue,
tiene mando por ti?, ¿tiene la esposa?
ALFONSO Para dentro de un año difirieron
del vínculo la santa ceremonia.
JIMENA ¡Para dentro de un año, que ahora cumple!
¿Y no recordarás quién fue la novia?
ALFONSO Fue la hermana de Ordoño.
JIMENA                                             ¿Floresinda?
ALFONSO La que hablaste una vez.
JIMENA                                       Sí, y es hermosa.
Bien me acuerdo. Hace un año. -¿Ves, Alfonso?
¿Ves tú qué de perfidias nos acosan?
Marchémonos de aquí. Vuelve a la noche:
donde quiera que vayas, estoy pronta
siempre contigo a dividir tu suerte.
¡Qué de ilusiones la ignorancia forja!
Ya en ese Conde contemplé un amigo,
porque falaz me dirigió lisonjas...
ALFONSO ¡Sancho a ti!...
JIMENA                         Nada temas: él no sabe
que era Jimena la villana tosca.
ALFONSO ¿Qué te dijo?
JIMENA                       Mentiras: que mi rostro
le recordaba aquél que le enamora.
Tal vez era verdad: a Floresinda
galanteó tal vez en mi persona.
¡Es el Conde muy fiel!
ALFONSO                                    Es deber suyo:
marido es ya quien el contrato forma.
JIMENA Tal es la ley.
ALFONSO                     Pero interés sobrado
parece que te inspira...
JIMENA                                     Me sonrojas.
Como nunca el amor has conocido,
tú siempre sus indicios equivocas.
Yo tampoco amaré.
ALFONSO                                ¡Pluguiera al cielo!
JIMENA Para mi hermano mi ternura toda.
ALFONSO Y para ti no más Alfonso vive.
Sí, que jamás Alfonso me abandona.
ALFONSO Nunca: mi voluntad irrevocable
del amor para siempre me divorcia.
Jamás a una mujer al pie del ara
la banda me unirá cándida y roja.
Mira, Jimena mía: este momento
de exaltación sublime y religiosa,
de despedida y riesgo, acaso ofrece
la coyuntura favorable y propia
para un designio...
JIMENA                              Dile.
ALFONSO                                      Nuestro padre
manchó con un delito sus victorias:
a su hermano mató, fue asesinado
él también a su vez...
JIMENA                                 ¿Y bien?
ALFONSO                                                Costosa,
tremenda expiación, querida hermana,
debemos a una víctima y a otra.
JIMENA ¿Y cuál?
ALFONSO               Por esto quise que tu vida
corriera en soledad: todos ignoran
cuáles son las facciones de Jimena
sólo Ordoño te ha visto, y veces pocas,
porque, pariente fiel, de mis intentos
hícele sabedor.
JIMENA                         Di, que afanosa
me tienes.
ALFONSO                 En el reino que fue mío,
no hay hombre que merezca de tu boca
oír el dulce sí, que llevaría
la obligación de hacerte venturosa.
Yo codiciaba ese deber. Jimena,
por alcanzar de Dios misericordia
para el que ser nos dio, por imitarme,
por orgullo además, la blanca toca
puesta por mano de mi fiel nodriza,
de otra mano recíbela devota,
postrada ante el altar.
JIMENA                                   Yo lo prometo.
ALFONSO ¿Lo prometes?
JIMENA                         Lo juro.
ALFONSO                                       Tú coronas
mi esperanza.
JIMENA                       Aniquílese en nosotros
una prosapia mísera y odiosa,
que fatigada de mirarse siempre
blanco de la traición, cede y se postra.
ALFONSO Ven, ven, y el respetable juramento
pronuncia allí, donde el Señor nos oiga,
delante de la cruz. (Lléganse a ella.)
JIMENA (De rodillas.)         Padre piadoso,
que nos ofreces del dolor la copa,
sálvanos del peligro que nos cerca,
y yo renuncio la mundana pompa,
y en la morada fraternal viviendo,
sierva tuya seré y humilde esposa.
 
Escena X
BERNARDA, ALFONSO, JIMENA.
BERNARDA Vuestro mandato en mi aposento espera
quien os ha de guiar: vestid la ropa
que ha de encubriros, y partid.
ALFONSO                                                 Al punto.
BERNARDA Por el huerto saldréis.
 
(Cierra el pedestal, y éntrase en la casa.)
 
ALFONSO                                    Blanca paloma,
de carnívoras aves acechada,
vele por ti quien la naciente rosa
firme en el frágil vástago mantiene
cuando furioso el aquilón le azota.
Fía en aquél a quien tu fe dedicas,
y en el único bien que no me roban:
mi aliento, mi tesón. Prestado cetro
el que me dieron fue; si le recobran,
pueden hacerlo. Para destronarme,
precisa era primero mi deshonra:
por eso la calumnia les perdono;
el filo de una espada vencedora
borrará con el tiempo las señales
que manchan de mi honor la rica joya.
No crean los cobardes enemigos
que destruyen la fábrica grandiosa
comenzada por mí, que soy quien pierde:
son ellos, es la patria. Ruda choza
tenga, pues, el creyente por asilo,
mientras huella el sectario de Mahoma
pavimento de mármoles, y tiende
en él nuestras banderas por alfombra.
Desheredado en el país nativo,
con mis hazañas en región remota
quizá más rico patrimonio gane
que ese que mi altivez hoy abandona.
 

(BERNARDA se presenta a la puerta con unos vestidos de hombre en el brazo, y se dirige al Rey.)

 
BERNARDA (A JIMENA.) Venid. Quedad aquí vos en acecho.
ALFONSO Adiós, Jimena.
JIMENA                        Adiós: aguardo ansiosa.
 
(Entran en la casa BERNARDA y ALFONSO.)
 
Escena XI
JIMENA Él sólo en mi amparo vela,
sólo él. -Y tiene razón:
hijos de desgracia son
los hijos del Rey Fruela.
Piadoso el cielo por mí
debéis hallar, padre mío:
con harto dolor expío
culpa que no cometí.
Por vos de su pecho lanza
Jimena el amor. -¡Ay!, no:
consigo se le llevó
fugitiva la esperanza.
¡Y el traidor me llama linda,
y se atreve a darme quejas!
¡Y desertor de mis rejas,
me olvidó por Floresinda!
Dice que huyo con rigor
las veces que a verme acude.
¿Cómo libertarme pude
de tanto avizorador?
Deber suyo hubiera sido
los obstáculos vencer:
de más hice yo en querer
que los hubiese vencido.
En fin, ya todo le aparta
de mí, ya somos extraños:
aunque encierre mil engaños,
bien puedo abrir esta carta.
Yo no sé si la destroce
sin verla. Sí debería.
No, que ignoro todavía
si el pérfido me conoce. (Abre y lee.)

«Aparentando tomar un informe, trazo estas palabras al pie de un escrito de mano ajena: la ocasión me obliga a no decir sino lo necesario. La única vez que os vi en Oviedo, cuando un presentimiento venturoso me llevó a registrar el jardín del alcázar, os dije mi nombre, y me callasteis el vuestro: indicios recientes me han descubierto quién sois.»

     ¡Sabe quién soy!

     «Yo he solicitado el encargo de perseguir al Rey, para salvarle; pero no he podido traer sino soldados de quienes no me debo fiar. Ordoño es el autor y el jefe de la conjuración, como veréis por ese plan escrito y firmado por él propio, el cual ignora que yo posea este documento, y aun está persuadido de que no existe. Ordoño, que os conoce como sabéis, quiere a toda costa descubrir vuestro asilo, y quizá no se halla lejos. Avisad a vuestro hermano, y huid, Jimena: huid, o, por lo menos, ocultaos de Ordoño.»

                                                                           Ni siquiera
una palabra hay aquí
de lo que esperaba. Fui,
fui demasiado altanera.
Sancho de salvarnos trata;
como bueno corresponde:
¿Qué más quiero? Gracias, Conde;
no me tengáis por ingrata.
Fuera ya un empeño loco
volver los ojos atrás:
ni él debe decirme más,
ni yo esperarlo tampoco.
Hecha la promesa santa,
¿quién devaneos medita?
No ambicione la proscrita
lo que no logró la infanta,
pues en tal persecución
es harta felicidad
que algún resto de piedad
nos quede en un corazón.
 
(Óyese a lo lejos el chasquido de una honda.)
 
En la cumbre del collado
el pastor la honda restalla.
Algo que avisarnos halla.
¿Vendrá gente? (Llégase al fondo a observar.)
                         ¡Qué he mirado!
¡Es Ordoño! ¡Otra agonía!
¡Ordoño y Sancho! ¿Si habrá
partido mi hermano ya?
¡Valednos, Virgen María!
 
(Éntrase en la casa y cierra.)
 
Escena XII
SANCHO, ORDOÑO; Soldados.

(Los soldados no hacen más que cruzar por el fondo; ORDOÑO sale reconociendo el sitio.)

ORDOÑO ¡Oh!, la ventaja es inmensa.
SANCHO Distinto es mi parecer.
ORDOÑO Aquí se pudiera hacer
a pedradas la defensa.
SANCHO (Aparte.) (¿Habrá servido el aviso
que di a Jimena?) Pensemos,
Ordoño, qué resolvemos.
ORDOÑO Sí, vamos a lo preciso.
SANCHO Tiempo quedará después
para ver esa doncella.
ORDOÑO Silo dice que es muy bella;
pero no tengo interés...
SANCHO ¿Con que afirmáis que Teudón
está en Sámanos armado?
ORDOÑO Banderas ha levantado
por Alfonso.
SANCHO                     Es campeón
de gran valor y pericia.
ORDOÑO Hombre debe ser de cuenta,
cuando así que se presenta,
la rebelión se desquicia.
SANCHO ¿Ya la llamáis rebelión?
ORDOÑO No me parece un insulto
dar este nombre a un tumulto
que perece en embrión.
SANCHO No torno yo por injurias
vuestras palabras.
ORDOÑO                              Son copia
fiel, o más bien son la propia
voz de Galicia y Asturias.
SANCHO Aunque yo mi voto aprecio,
cuando son de otro sentir
los más...
ORDOÑO                Ir a desmentir
a todos...
SANCHO                 Es duro.
ORDOÑO                               Es necio.
SANCHO Pues ¿qué partido tomar?
ORDOÑO Señor, al hundirse un bando...
SANCHO Se puede morir lidiando...
ORDOÑO Más vale capitular.
SANCHO Yo no tengo inconveniente,
si no le hubiere por vos.
ORDOÑO Yo os creía de los dos
el menos condescendiente.
SANCHO Más natural es que tema
el autor de la asonada.
ORDOÑO ¿Y no debe temer nada
quien se llevó la diadema?
No estéis, buen Conde, tan ancho.
SANCHO De asombro me quedo mudo.
¿No fue aclamado Bermudo
segunda vez?
ORDOÑO                      Lo fue Sancho.
SANCHO ¡Yo he sido nombrado Rey!
ORDOÑO Y por toda una semana
grandeza y plebe asturiana
obedeció vuestra ley.
SANCHO ¿Qué es esto? ¡Sin mi noticia
de mi nombre se abusó,
mientras he corrido yo
las montañas de Galicia!
ORDOÑO Por ser tan ejecutivo
la noche del alzamiento,
que partisteis al momento
tras el real fugitivo,
se hizo sin vos la elección;
y después aquí engolfado,
dar no pudo el enviado
con vos por ningún rincón.
Yo he llevado en vuestra ausencia
de los negocios el peso:
con que no tengáis por eso
escrúpulo de conciencia.
SANCHO Debió seros imposible
conseguir que os aclamaran,
y haríais porque nombraran
al rival menos temible.
ORDOÑO Ansiaba cada elector
el trono...
SANCHO                 Y más han querido
cederle a un desconocido,
que darle a un competidor.
ORDOÑO Hallándome desairado
de votos en la asamblea,
dije: a lo menos, que sea
Rey mi futuro cuñado.
SANCHO (Aparte.) ¿Habrán huido?
ORDOÑO                                          ¿Qué afán
os tiene, Conde, perplejo?
SANCHO Nada.
ORDOÑO            Entremos en consejo
para evitar un desmán.
A Saldaña gobernó
vuestro padre tiempo largo;
y habiendo muerto, el encargo
que tuvo, se os confió.
Allí donde mil testigos
de vuestros hechos contáis,
natural es que tengáis
un gran número de amigos.
El poder del cetro godo
es en Castilla una sombra:
el Rey los Condes le nombra,
y libre la deja en todo.
Vos en Galicia estáis mal:
es claro hasta la evidencia
que os tomarán residencia
del reinado semanal.
Si vais a Saldaña al punto
y dais al moro un avance,
como salga bien el lance
se sepulta el otro asunto.
Crecida escolta os daré
que os libre de un accidente,
y lo demás de la gente
al Rey se la entregaré,
bajo expresa condición
de que yo quede bien puesto,
y os otorgue, por supuesto,
completísimo perdón.
SANCHO Hablaré al Rey: a mi cuenta
eso quede.
ORDOÑO                  Es que...
SANCHO                                Acabad.
ORDOÑO Hay una dificultad
para que yo lo consienta.
SANCHO ¿Dificultad? Y ¿cuál es?
ORDOÑO Conde, que no me conviene.
Amigo, cada uno tiene
que consultar su interés.
Haced lo que os he indicado,
pues aquí soy el que manda,
y tenéis fibra algo blanda
para negocios de Estado.
Entended que yo el favor
de Alfonso puedo alcanzar,
y vos habéis de pasar
sin recurso por traidor.
SANCHO Hay medio de sincerarme,
y fácil, os lo prevengo.
ORDOÑO Por si es el mismo que tengo
para mí, debo explicarme.
Aquí vio, según me dijo,
Silo una joven...
SANCHO                           Serrana
del país.
ORDOÑO              ¿Y si es la hermana
del Rey?
 
(SANCHO se turba; ORDOÑO le da una mirada, y dice después con seguridad.)
 
               Es ella de fijo.
Cercada la casa está;
la hallaré; se la presento
al Rey, y este miramiento
su consecuencia tendrá.
¿Qué decís?
SANCHO                     ¿Por qué he salido
nunca del hogar paterno?
ORDOÑO Por alcanzar un gobierno.
Sois Conde... y seréis marido.
Disgusto ya deja ver
mi hermana; mas no os aflija,
que aceptada la sortija...
SANCHO Nunca será mi mujer.
Descubro con claridad
que habéis jugado conmigo.
ORDOÑO Conde, perdonad si os digo...
SANCHO ¿Qué me diréis?
ORDOÑO                           Que es verdad.
SANCHO ¡Ordoño!
ORDOÑO                 Tenéis valor,
erais útil a mi empresa,
mi hermana es linda y traviesa:
os gané con el amor.
SANCHO Bien que su artificio ruin
me ha podido deslumbrar,
sepa...
ORDOÑO            Si os hizo olvidar
a la dama del jardín.
SANCHO ¿Quién reveló?...
ORDOÑO                            Cierta buena
mujer que escondida os vio,
y ella fue la que estorbó
la cita que dio Jimena.
SANCHO ¡Jimena! ¡Trama infernal!
Ya todo me desengaña...
ORDOÑO ¿De qué, Conde de Saldaña?
¿De que soy vuestro rival?
SANCHO Ordoño... Los de la tierra
que llaman de los castillos,
aunque pecan de sencillos,
rayos son para la guerra.
Fronterizos del infiel,
vivimos desde la cuna,
con buena o mala fortuna,
lidiando siempre con él.
Siembra y coge sin contienda
aquí el labrador el grano;
allí ha de saber su mano
labrar y salvar su hacienda.
Lanza es la ahijada, chuzo es
el cayado del pastor,
y la hoz del segador
alfanje por el revés.
Fe, sin embargo, y decoro
guarda entre sí el fiel linaje,
porque allí todo el coraje
se reserva para el moro.
Como tener deberéis
de noble alguna vislumbre,
os oí, por la costumbre,
con la paciencia que veis.
Mas ya que en justo furor
contra vos el pecho se arde,
mirad si no sois cobarde,
que yo sé que tengo honor.
ORDOÑO Le tenéis, por de contado;
pero no hay que blasonar,
que es algo particular
el honor de un conjurado.
SANCHO No: si conspirar fingí,
de salvar al Rey traté.
ORDOÑO Veo que no me engañé
cuando yo me lo temí.
Y a fe que si me descuido,
me sacrifica mañana
esa honradez castellana
que me habéis encarecido.
Es forzoso que partáis.
Ya tendrá Silo informados
de mi plan a los soldados.
Resolved. ¿En qué os paráis?
SANCHO Con un enemigo vil,
¿qué hace un noble?
ORDOÑO                                 Acaso nada.
SANCHO ¿No miráis que tengo espada?
ORDOÑO Vos tenéis una, y yo mil.
SANCHO Cuando lleguen en tu ayuda,
ya te habré yo confundido.
Defiéndete, fementido.
 
(Sacan las espadas y riñen.)
 
ORDOÑO ¡Soldados!
 
Escena XIII
SILO, LUPO; Soldados; SANCHO, ORDOÑO.
SILO (A los que salen con él.)
                   Mirad: no hay duda.
Rehúsa el medio en que estriba
nuestra salvación.
SANCHO                             ¡Villanos!
ORDOÑO ¡Matadle!
SILO                 ¡A él, asturianos!
ORDOÑO ¡Viva Don Alfonso!
SOLDADOS                                ¡Viva!
 

(Retírase el Conde por la derecha, haciendo frente a ORDOÑO y a los soldados que le persiguen.)

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