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Acto segundo

A la izquierda del espectador un ángulo de la torre perteneciente a la primitiva iglesia del Salvador en Oviedo; desde el punto donde termina la pared de la torre, parte hacia la derecha una galería o pasadizo abierto, que comunica con el palacio de Alfonso. Ventanas en la galería, por donde se verán a lo lejos varios edificios de una plaza aún no acabada de construir. El espacio que media entre el proscenio y la galería corresponde a un jardín, del cual se verá un grupo de árboles a la derecha.

Escena I

ALFONSO, ORDOÑO, SILO, TOIDA, NEFTALÍ; un ENTALLADOR, un PLATERO y un ESPADERO.

(Salen de la iglesia a la galería.)
ALFONSO Venid por aquí, maestros:
abreviemos el camino.
ORDOÑO La galería nos da
paso al palacio.
ALFONSO                          Se hizo
para que fuera mi madre
desde su aposento mismo
a la iglesia.
TOIDA                   ¿Es necesario
que la conserve?
ALFONSO                            Preciso.
vendrá por ella la Infanta
cada día a los oficios
al templo del Salvador.
TOIDA En lugar de un cobertizo
como éste, veré de hacer
algo que merezca el título
de galería, que Ordoño
por favor le ha concedido.
ALFONSO Arquitecto, reservad
la ostentación, ya lo he dicho,
para la iglesia.
TOIDA                        Señor...
No os enojaréis conmigo.
Yo al Salvador alzaré
templo decoroso y digno,
en lugar de ese que, hablando
con el respeto debido,
manifiesta solamente
la prisa y devoto ahínco
del Rey vuestro padre; pero
también labraros confío
mejor casa que tenéis.
ORDOÑO Toida, palacio decimos
a la mansión del monarca.
TOIDA Yo la advertencia os estimo;
pero con todo, si vos
hubierais como yo visto
los alcázares de Córdoba
y de Sevilla, imagino
que os repugnaría dar
igual nombre a los prodigios
del arte, y a unas paredes
hechas de barro y ladrillo.
ALFONSO Tiene sobrada razón:
Oviedo está en sus principios.
Deba la posteridad
al afán vuestro y al mío
una ciudad en que al menos
halle un remedo mezquino
de la grandeza de aquéllas
que perdió el triste Rodrigo.
¿Qué me pedís por ahora? (A TOIDA.)
TOIDA Por ahora y siempre os pido
a vos libertad y manos,
y dinero a este judío. (Señalando a NEFTALÍ.)
ALFONSO Todo lo tendréis: andad. (Vase TOIDA.)
 
Escena II

ALFONSO, ORDOÑO, SILO, NEFTALÍ; un PLATERO, un ESPADERO, un ENTALLADOR.

PLATERO Señor, aún no habéis podido
ver mi obra.
ALFONSO                     ¿Sois?...
PLATERO                                    El platero.
 
(Presenta al Rey una arquita o cofrecillo de plata.)
 
ALFONSO A ver. ¡Trabajo exquisito!
ORDOÑO ¡Caja preciosa!
ALFONSO                          A guardar
una joya la destino
de gran valor. (A SILO.) Vos, oíd. (Le habla en voz baja.)
ORDOÑO ¿Y dónde habéis aprendido
la profesión?
PLATERO                     En Sevilla:
viví diez años cautivo
en la casa en que se labra
la moneda.
ALFONSO                   Id pronto, Silo.
Tomad, y volved con ella. (Dale la arquita.)
SILO Corriendo. (Vase.)
PLATERO (Al Rey.)    Estoy instruido
en el arte de acuñar,
y si queréis...
ALFONSO                      ¡Ay amigo!
Ése ya para mi reino
fuera lujo intempestivo.
Con moneda antigua y árabe
pasamos cerca de un siglo:
pasaremos de este modo
mientras Dios fuere servido.
Maestro, para mi hermana
quiero un espejo macizo
de plata.
PLATERO               Lo haré más terso
que una lámina de vidrio. (Vase.)
 
Escena III
ALFONSO, ORDOÑO, NEFTALÍ; un ESPADERO, un ENTALLADOR.
ESPADERO Yo soy espadero.
ALFONSO                             Como
estaréis ocupadísimo
mientras yo reine, he rogado
que os dé licencia el Obispo
para poder trabajar
sin pecado los domingos.
ESPADERO Por el día, bien; la noche...
ORDOÑO Es para el sueño.
ESPADERO                            Y el vino.
ORDOÑO ¿Quién os ha enseñado?
ESPADERO                                       Un moro
de Toledo.
ORDOÑO                   ¡Otro discípulo
del infiel!
ESPADERO                Infiel o no,
quién sabe, tiene legítimo
derecho para enseñar.
ENTALLADOR Yo nada les he debido
a los árabes.
ALFONSO                     Ya, sois...
ORDOÑO Entallador, lo adivino.
Mal pudieran enseñaros
ellos a hacer crucifijos.
ALFONSO Os encargo un elegante
reclinatorio esculpido...
ENTALLADOR ¿Para vos?
ALFONSO                   Para mi hermana.
ENTALLADOR Espero que he de serviros.
(Vanse el espadero y el entallador, y sale SILO con la arquita.)
 
Escena IV
SILO, ALFONSO, ORDOÑO, NEFTALÍ.
SILO Aquí está.
ALFONSO                 Bien. -Neftalí,
mirad a la plaza: alisto
gente allí para la guerra,
y aquí dispongo edificios
para engrandecer a Oviedo:
un número muy crecido
de libras de oro es forzoso
en tal ocasión pediros.
NEFTALÍ Señor, el Dios de Abraham
se ha dignado hacerme rico.
Cincuenta años ha que soy
mercader: cuanto he adquirido,
es vuestro; pero no basta
mi caudal y el de mis hijos
para completar la suma
que necesitáis: me obligo
a que la den compañeros
en toda España esparcidos;
sin embargo, no os conocen.
Una prenda necesito
para que fíen de mí
como yo de vos me fío.
ALFONSO Se había pensado en ello.
Traed ese cofrecillo.
 

(SILO se acerca con la arquita; el Rey la abre, y saca de ella un paño de seda en el cual está envuelta una llave grande de hierro.)

 
¿Qué os parece, Neftalí,
que hay dentro de este tejido?
Mirad, mirad: esta llave
de trabajo tan sencillo,
es la llave del alcázar
de Toledo. En el dominio
del moro Toledo yace:
de Rey en Rey ha venido
a mí esta joya sagrada;
y un siervo de Dios predijo
que un día con ella propia
se abrirían los postigos
del palacio que fue silla
del gótico poderío,
y que sería un Alfonso
el Rey, el feliz caudillo
que plantara en sus almenas
el estandarte de Cristo.
Mirad si sobre esta alhaja
me prestarán.
NEFTALÍ (Hablando aparte con el Rey.)
                      Yo la admito...
En apariencia no más:
hablemos aquí en sigilo.
Diré que tengo la llave,
y el cofre estará vacío:
ninguno vendrá a mi casa
a levantar el pestillo.
ALFONSO Bien, Neftalí.
NEFTALÍ                      ¿Queréis algo
más?
ALFONSO          El dinero que al cinto
llevéis ahora.
NEFTALÍ                      Os lo entrego
en la bolsa, y me retiro. (Vase.)
 
Escena V
ALFONSO, ORDOÑO, SILO.
ALFONSO Silo, después de apagada
la rebelión que he vencido,
parece que a competencia
sus autores y yo fuimos:
ellos a ocultarse bien,
yo a no querer descubrirlos.
Pero me dicen de vos
que os habíais ofrecido
a matarme.
SILO                   Señor, fue...
ORDOÑO (Aparte.) ¿Qué es esto?
ALFONSO                                        No hay que afligiros.
Como nunca os hice mal,
no podéis ser mi enemigo:
la necesidad por fuerza
os convirtió en asesino.
Remediaos con el oro
que os doy en este bolsillo,
y haya paz entre los dos;
porque si un día me irrito,
con alzar un pie, hago polvo
semejantes hombrecillos.
SILO (Aparte.) No puedo hablar de vergüenza.
ALFONSO (A ORDOÑO.) Quería desde este sitio
ver a mi hermana venir
del convento, a donde ha ido:
ya llega. En tanto que salgo
a la plaza y la recibo,
acabad la conversión
de aquel pecador contrito,
que os interesa.
ORDOÑO                          ¿Creéis?...
ALFONSO Yo de vos nada he creído,
sino solamente aquello
que a vos decir os convino.
Tenéis mi sangre, tenéis
talento: Conde, os elijo
de los notarios.
ORDOÑO                         Señor,
me deja tan confundido
lo que antes oí, que dudo
si es favor ese o castigo.
ALFONSO Si os honrare, agradecedlo;
si os castigare, sufridlo.
ORDOÑO ¿Con qué?...
ALFONSO                      Lo que dije a aquél,
tenedlo vos entendido. (Vase.)
 
Escena VI
ORDOÑO, SILO.
ORDOÑO Pasmado me deja.
SILO                              A mí
ciego de rabia. ¡Maldito
sea quien tiene la culpa
de que me vea corrido!
No volveré a dar lugar
yo, no, por Dios uno y trino,
a que me eche en cara el Rey
ni traición ni deservicio.
ORDOÑO ¿Te resuelves a ser hombre
de bien? Yo te felicito.
SILO Felicitarme podéis
de veras; que es muy distinto
de ser partidario vuestro,
y partidario gratuito,
el tener la bolsa llena
con el corazón tranquilo.
ORDOÑO Me figuro, sin embargo,
que puedo contar contigo.
SILO Para todo lo que fuere
razonable, justo, lícito,
sí, señor; pero en trayendo
al Rey daño en lo más mínimo,
tan seguro como hay sol,
que os pierdo.
ORDOÑO                        Aprecio el aviso.
SILO Y si manda que os degüelle
un día, por un capricho,
para que Alfonso conozca
la lealtad con que le sirvo,
cierro los ojos y acabo
con vos.
ORDOÑO               Sentiré infinito
dar ocasión a que tengas
que hacer ese sacrificio.
SILO Bien: pues si llegare el caso,
no os coja desprevenido. (Vase.)
 
Escena VII
ORDOÑO.
Necesario es confesar
que Alfonso es hombre de tino.
Muerto el Conde de Saldaña,
sepultada en el olvido
la revuelta, honrado yo
con el cargo de Ministro,
tengo que servirle bien:
no me queda otro partido.
Ese voto de Jimena...
No es difícil rescindirlo,
si ella quiere. Y bien, ¿querrá?
Por ahora es un delirio
pensarlo; más adelante...
Desde que en triunfo trajimos
de Sámanos a los dos
hermanos, ha concedido
Alfonso más libertad
a la Princesa. Concibo
la razón: fía en el voto.
Pero ella no ha recibido
el velo aún: ¿hallaría
ya en las bodas atractivos?
La he de sondear. -Alfonso
le tiene tanto cariño...
demasiado ciertamente
para un corazón tan frío.
¡Frío el corazón de un hombre
de aquel ánimo! -¡Qué miro!
 
Escena VIII
BERNARDA, ORDOÑO.
ORDOÑO ¡Bernarda! ¿Vos por aquí?
BERNARDA ¿Vos, Ordoño, en este sitio?
Vuestra hermana se desposa,
¡y vos no habéis parecido
por allá!
ORDOÑO               ¿Venís de casa?
BERNARDA Es claro: como testigo
de la muerte del primer
novio...
ORDOÑO              Cierto: es requisito
indispensable probar
que el enlace primitivo
quedaba disuelto.
BERNARDA                             Pues;
aunque si hubiera vivido
el Conde, creo que hubieran
roto al fin el compromiso
los contrayentes.
ORDOÑO                            El Conde,
aunque peleó con brío,
falleció de las heridas
en vuestra casa; y colijo
que hizo bien, porque ya estaba
entonces por su delito
condenado a muerte.
BERNARDA                                  Si él
no muriera, tan benigno
fuera con él Don Alfonso,
como con otros lo ha sido.
ORDOÑO Pidieron esa cabeza
allá en Sámanos a grito
unánime cuantos jefes
se congregaron...
BERNARDA                             Que en limpio
fue decir: «Pague por todos
quien tenga menos arrimo.»
ORDOÑO Con afecto habláis del Conde.
BERNARDA Con afecto... compasivo.
Yo le cuidé, yo le vi
dar el último suspiro...
ORDOÑO ¿Y por qué no permitisteis
que viera el cadáver Silo?
BERNARDA Encomendadle al Señor,
pues iba a ser el marido
de vuestra hermana, y al menos,
muerto, dejadle pacífico.
¿Temeréis que resucite?
ORDOÑO En el ordinario estilo
no es común, pero...
BERNARDA (Aparte.)                  ¿Qué diantre?...
ORDOÑO Todo lo puede el Altísimo.
BERNARDA Voy a cerrar, que me envía
 
(Llegándose a la puerta que va a la iglesia.)
 
por las llaves mi sobrino.
ORDOÑO ¿El arquitecto? -Ya pronto
va a principiar el derribo
de la iglesia.
BERNARDA                     ¡Pronto!
ORDOÑO                                   Sí.
BERNARDA (Aparte.) Toida no me lo previno.
ORDOÑO (Aparte.) Se ha quedado algo parada.
BERNARDA ¿Lo ha dicho el Rey?
ORDOÑO                                   Él lo dijo.
Si tenéis algún tesoro
en sus muros escondido,
sacadle sin dilación.
BERNARDA (Aparte.) (Me inquieta.) Ya sé el peligro.
Quedad con Dios.
ORDOÑO                              Anochece,
y en el lúgubre recinto
del templo desmantelado,
quizá tengáis un poquito
de pavor.
BERNARDA                 No creáis tal.
ORDOÑO Con mi compañía os brindo
para...
BERNARDA            Gracias.
ORDOÑO                          Ha de ser.
BERNARDA Si ello ha de ser, no replico.
Venid. (Aparte. Si no recelara.)
ORDOÑO Vamos. (Aparte. Haré buen registro.) (Vase.)
 
Escena IX
SANCHO, TOIDA y NEFTALÍ, en la torre.
TOIDA Es pieza más ventilada.
NEFTALÍ Estaréis aquí mejor.
TOIDA El mercader es doctor
que sabe...
SANCHO                   Mal empleada
está en curarme su ciencia:
no de su triunfo se loe,
porque la fiebre que roe
mi corazón, es dolencia
sin remedio, Neftalí.
NEFTALÍ Si fuere mi auxilio vano,
imploradle de la mano
del gran Dios de Sinaí.
TOIDA Dice bien; que es algo feo
que un valiente así se explique,
y a un cristiano le predique
resignación un hebreo.
SANCHO ¡Por un infame vendido,
por una ingrata olvidado,
como si fuera un malvado,
en este cuarto escondido!...
TOIDA Dejad esos pensamientos.
NEFTALÍ Mil veces, si bien se apura,
suele echar la desventura
de la dicha los cimientos.
SANCHO Cuando muerto me juzgaron,
y del ataúd me alcé,
¿por qué, Dios mío, por qué
vinieron y me ocultaron?
Fue una mortaja y arena
lo que mi tumba encerró,
sí; pero encima quedó
el baldón de mi condena.
¡Huyo falto de vigor,
entro de noche en Oviedo,
busco a Ordoño, ¡ay!, y no puedo
saciar en él mi rencor!
TOIDA Se empeñó el Rey en traer
a su palacio a mi tía;
faltó allá la que os ponía
freno, y... adiós, a correr.
NEFTALÍ Guionos a vuestro lado
un impulso celestial,
al caer en el umbral
de la iglesia desmayado.
TOIDA Bernarda tuvo el acierto
de venirse con nosotros
aquella noche; que si otros
os hubieran descubierto...
SANCHO Me librasteis de morir,
lo sé: vida me habéis dado;
mas para un desventurado,
¿qué beneficio es vivir?
 
Escena X
BERNARDA; dichos.
BERNARDA (Aparte al salir.) A la calle le envié,
y va sin que nada note:
para que no se alborote
Sancho, disimularé.
Una noticia importante (Al Conde.)
que es forzoso que sepáis,
me han dado. -Sobrino, ¿vais
a derribar al instante
este edificio desierto,
que asilo al Conde le presta?
TOIDA El Rey siempre me molesta
con instancias.
BERNARDA                        ¿Con que es cierto?
Señor Conde, ya lo oís.
¿Podréis regir un caballo?
SANCHO Mejor dicen que me hallo;
pero...
BERNARDA            ¿Por qué no partís?
¿Por qué habéis de consumiros
en tan amargo despecho?
¿No tengo yo algún derecho,
Conde, para persuadiros
lo que os conviene?
SANCHO                                 Bernarda,
sé que os expongo a los tres;
pero tú sabes quién es
quien mi partida retarda.
NEFTALÍ Dejémosla que se entienda
 
(Aparte a TOIDA, y ambos se retiran.)
 
sola con él.
BERNARDA                   No me atrevo,
señor, lo digo de nuevo:
es fuerza que se sorprenda
Jimena mucho, si os ve.
SANCHO Que sufra.
BERNARDA                  Una reflexión.
No siendo su corazón
vuestro ya...
SANCHO                     ¿Cuándo lo fue?
Sólo yo pude pensar
¡insensato! que nacida
de un monarca fratricida,
Jimena pudiese amar.
BERNARDA Hacéis un cruel ultraje
a su virtud.
SANCHO                   ¡Su virtud!
Si lleva la ingratitud
en la sangre su linaje.
BERNARDA Conde, mirad que esa raza
tiene sangre que me toca,
y al injuriarla esa boca,
mereciera una mordaza.
El ingrato aquí sois vos,
que me estáis atormentando:
yo, por quien vivís, yo mando
que me habléis bien de los dos.
SANCHO ¡Generosa recompensa
le debo a la noble dama,
cuando ve que se me infama
y no sale a mi defensa!
Ella debe de guardar
en su poder un escrito,
que del soñado delito
me pudiera vindicar;
y aunque sabe mi inocencia,
dejó sobre mi memoria
caer la afrenta notoria
de una bárbara sentencia.
Mas yo comprendo el motivo.
Sí: por Ordoño ha callado.
Le ama, y ha sacrificado
el rival difunto al vivo.
BERNARDA Si os dije...
SANCHO                    Bien lo denota
la repugnancia que siente
a ver ceñida su frente
con el velo de devota.
No tienes que disculparla.
BERNARDA Y aunque la infanta quisiera
a Ordoño u otro cualquiera,
¿de qué podéis acusarla?
Si aquella tarde de otoño
quedasteis por ella ciego,
¿por qué pretendisteis luego
emparentar con Ordoño?
SANCHO Calla, imprudente, que ignoras
la rabia que en mí despiertas.
Ábreme luego esas puertas,
de mi oprobio encubridoras.
Poco el salir me embaraza
como estoy, sin un acero:
se le arrancaré al primero
que atraviese por la plaza;
y en alas del frenesí
que mi sentido enajena,
iré y quitaré a Jimena
la carta que la escribí,
y en la hoja la pondré
de un puñal, y por padrón
de infamia, en el corazón
de Ordoño la clavaré;
que defensa darán, harta
para destruir mi mengua,
muda de Ordoño la lengua
y acusándole la carta.
BERNARDA (Aparte.) Es capaz de ejecutarlo.
SANCHO Yo pagaré la merced
que te debo. Adiós.
 
(Encaminándose a la puerta.)
 
BERNARDA                                 Tened.
Ya que no puedo evitarlo,
me resuelvo a daros gusto.
Veréis a Jimena.
SANCHO                           ¡Oh gozo!
Falleciera de alborozo.
BERNARDA Y tal vez ella de susto,
si no le aviso con tiento.
SANCHO ¡Oh!, parte, no te detengas,
pon cuidado en tus arengas,
y no la des sentimiento,
y sé breve. -¿En qué paraje
la veré? ¿Cuándo ha de ser?
BERNARDA Ahora al anochecer,
cuando, como suele, baje
a rezar sobre la losa
de su padre.
SANCHO                     ¿Al templo? ¿Aquí?
¡Tan cerca, y no percibí
las pisadas de mi hermosa!
BERNARDA Yo la suelo acompañar.
Os escondéis en lo obscuro,
y cuando podáis seguro
hablarla, os iré a llamar.
SANCHO ¡Voy a verla! Me acobardo...
No, que sabrá la falsía
del rival que me vendía.
Ven pronto.
BERNARDA                     Voy.
SANCHO                              Allí aguardo. (Vanse.)
 
Escena XI
JIMENA, ORDOÑO; dos Dueñas y dos Pajes con hachas, todos en la galería.
JIMENA Llegar hasta aquí permito;
más allá no lo consiento.
ORDOÑO Nunca falta impedimento
cuando hablaros necesito.
JIMENA ¿Qué me queréis?
ORDOÑO                              ¡Ah señora!
Que recordarais el día
que os vi en aquella alquería,
vestida de labradora.
JIMENA Con fácil condescendencia
me hallaréis a vuestro ruego,
que los lances de Subrego
los recuerdo con frecuencia.
ORDOÑO Si de vuestra indignación
tal vez provoco el suplicio,
me valdré de aquel servicio
para obtener el perdón.
JIMENA Aunque no lo divulgué
por más de un justo respeto,
ya con usura en secreto
esa merced os pagué.
Me encontrasteis fugitiva
en poder de unos soldados
que, de orden vuestra apostados,
hiciéronme su cautiva.
Llegasteis haciendo muestra
de obsequioso rendimiento,
con el rostro amarillento,
manchada en sangre la diestra;
y aunque la sangrienta mano
me dio terrible pesar,
de ella me dejé llevar
a los brazos de mi hermano.
Borrar con aquella hazaña
quisisteis unos errores,
y hacer que otros, aún mayores,
no salieran a campaña.
Se cumplió vuestro deseo,
y mi corazón confuso
adoró lo que dispuso
el Dios, a quien amo y creo.
Con testimonios bien claros
os pude entonces perder;
pero yo quise tener
un servicio que alegaros.
Y pues, a lo que imagino,
la ocasión propia llegó,
mirad lo que el Rey no vio:
mirad ese pergamino.
 
(Saca de la escarcela la carta de SANCHO, y se la presenta a ORDOÑO desplegada.)
 
ORDOÑO (Aparte.) ¡Cielos!, debí de borrar
otro equivocadamente.
JIMENA ¿Calláis? Luego es evidente...
ORDOÑO Que os dejo continüar.
JIMENA Sancho aquí por jefe os pone
del pasado desconcierto;
Sancho lo dice... ¡y ha muerto!
La razón ya se supone.
Vos me buscasteis a mí...
ORDOÑO Para mostraros mi ley,
para entregaros al Rey.
JIMENA Yo me lo persuado así;
pero ya, según justicia,
creo que os he satisfecho
callando lo que habéis hecho
en mi favor en Galicia.
Y si estimáis un aviso,
guardaos de recordar
lo que trato de olvidar
porque así el cielo lo quiso.
 
(Esforzándose a disimular el sentimiento con la cólera.)
 
Prevenid la ira y sonrojos
que en mí la memoria labra,
o yo con una palabra
os haré bajar los ojos.
ORDOÑO ¡Me amenazáis... y se trunca
vuestra voz entre suspiros!
JIMENA Tanto me cuesta el oíros.
No volváis a verme nunca.
(Vase, y síguenla las dueñas y los pajes.)
 
Escena XII
ORDOÑO, y después ALFONSO y SILO.
ORDOÑO ¿Que nunca la vuelva a ver?
Os veré, bella enojada;
pero será cuando nada
tenga de vos que temer.
Preciso es que me apodere
de la carta. (Salen ALFONSO y SILO.)
ALFONSO                   Silo, estoy
de prisa; a la iglesia voy
a orar: sea la que fuere,
decid a Ordoño la urgencia.
SILO A vos.
ORDOÑO            ¿No fiáis de mí?
SILO ¿Quién reina?
ORDOÑO                       ¡Oh!, yo no.
ALFONSO                                           Yo sí.
SILO A vos toca darme audiencia.
ALFONSO La doy.
ORDOÑO              ¡Bondad sin ejemplo!
SILO Que salga, y después alabe.
ALFONSO Salid.
ORDOÑO           Voy. (Aparte. Cogí una llave
a Bernarda: torno al templo.) (Vase.)
 
Escena XIII
ALFONSO, SILO.
ALFONSO ¿Qué es ello?
SILO                       Yo he procedido
con vos como un desalmado,
y vos me habéis perdonado.
ALFONSO Eso es...
SILO               Notorio y sabido,
no hay duda; mas viene a cuento
para añadir que sería
un vil yo, si ver no hacía
pronto mi agradecimiento.
ALFONSO Muy bien.
SILO                 Pues, señor, salí
de aquí con harto bochorno,
y paseándome en torno
de la iglesia, hablar oí.
ALFONSO ¿Dentro del templo?
SILO                                  En un cuarto
de la torre; me da gana
de escuchar a la ventana,
llego, oigo, miro... y me aparto
al punto con tal asombro,
que os juro sentí en el cuello
erizárseme el cabello,
retirándose del hombro.
ALFONSO ¿Quién pudo rendir tu brío
con sólo el aspecto suyo?
SILO ¿Quién? Un enemigo...
ALFONSO                                     ¿Tuyo?
SILO Es vuestro, de Ordoño y mío.
ALFONSO ¿Algún conjurado?
SILO                               Pues,
que allí aguarda por ventura
favorable coyuntura
para acabar con los tres.
ALFONSO Has obrado cuerdamente
en hablar conmigo solo.
SILO En ese escondite hay dolo,
y el peligro es inminente,
porque el refugiado es hombre
capaz...
ALFONSO              ¡Silencio profundo!
SILO Sabed que es...
ALFONSO                          A todo el mundo
has de ocultar ese nombre.
SILO ¿Ya dais en quién puede ser?
(Aparte. Este Rey no tiene precio.)
ALFONSO (Aparte.) (Aún no ha comprendido el necio
que no lo quiero saber.)
Te nombro por la lealtad
que en guardar mi vida pones,
alcaide de las prisiones
de palacio.
SILO                   Descuidad.
No ha de escapárseme reo,
poniéndole yo entre barras.
ALFONSO A tu enemigo...
SILO                          A mis garras
venir a parar le veo.
Daré de mi celo pruebas.
ALFONSO Le buscas.
SILO                  Bien.
ALFONSO                           Llevarás...
SILO Espada.
ALFONSO                Estará de más.
SILO Él no la tiene.
ALFONSO                       La llevas.
Te daré, como a hombre fiel,
un bolsillo.
SILO                  Recibí
uno ya.
ALFONSO             No es para ti
éste.
SILO         Pues ¿es para él?
ALFONSO Justo.
SILO           ¿Para el escondido?
ALFONSO Sí.
SILO      Yo creí que era pago...
Y de la espada, ¿qué hago?
ALFONSO Te llegas muy comedido,
con ella y con el dinero
en la mano, y dices: «Soy
de casa de Alfonso, que hoy
supo de vos, caballero;
y no siendo esa morada
la que hombre cual vos merece,
en el alcázar se ofrece
a daros mejor posada:
pero si vos aceptar
no queréis la franca oferta,
un paje os tiene a la puerta
caballo para viajar;
y este hierro y este oro
os darán, si el caso llega,
favor en una refriega,
y en toda ocasión decoro.
Partid, pues, sin embarazo,
y luego volved acá;
porque si tardáis, irá
el Rey...
SILO               Y os dará...
ALFONSO                                   Un abrazo.»
SILO ¡Un abrazo! Y yo que quiero
interpretar... ¡Me he lucido!
Vamos, quedo convencido
de que soy un majadero.
 
Escena XIV
ORDOÑO, que sale de la iglesia; ALFONSO, SILO.
ORDOÑO (Al Rey.) ¿Aquí estáis? Oíd.
ALFONSO                                            ¿De dónde
venís?
ORDOÑO            Del templo, señor.
He descubierto un traidor
que en esos muros se esconde.
Peligra vuestra corona.
ALFONSO No tal.
SILO            Bien segura está.
Sabe el Rey el caso ya,
y conoce la persona.
ORDOÑO ¿Cómo?
ALFONSO (A ORDOÑO.)
              Que calléis os pido.
Voy a enviarle a decir
que puede verme, o partir.
 
(Vase, y síguele SILO.)
 
ORDOÑO Si habla con él, soy perdido. (Vase.)
 
Escena XV (En la torre.)
SANCHO, que trae en brazos a JIMENA, desmayada; BERNARDA, con una luz.
BERNARDA Colocadla en un asiento.
 
(Pónenla en una silla.)
 
En el claustro se quedó
todo el acompañamiento;
nada han visto.
SANCHO                         ¡Respiró!
Albricias. Cobrad aliento,
señora.
BERNARDA             Prenda del alma,
vuelve en ti.
JIMENA                    ¡Jesús!, dijera...
 
(Haciendo ademán como de quien se quiere desasir de una persona.)
 
¡Qué osadía tan grosera!
BERNARDA No te fatigues; ten calma.
SANCHO ¡Siempre conmigo severa!
JIMENA (Mirando al Conde.) Esa voz es conocida.
Habla, habla más, por favor.
SANCHO Perdona, bien de mi vida.
JIMENA ¿Cómo, estando prevenida,
me asustó mi salvador?
Yo de vos perdón imploro.
SANCHO ¡Ángel del cielo estrellado,
causa de mi eterno lloro!...
JIMENA ¿Vos habéis por mí llorado?
SANCHO ¿Pues no sabes que te adoro?
JIMENA Acaso en mi turbación
hable yo sin fundamento;
mas tengo en el corazón
la nueva de un casamiento,
la herida de una traición.
Y a no ser hoy liviandad,
quizá os dijera con ira
que os culpan de falsedad
palabras que son mentira
y acciones que son verdad.
 
(BERNARDA se retira.)
 
SANCHO A escuchar hoy me resigno
con la humildad que otras veces
quejas de que no soy digno,
ya que un labio tan benigno
todo es para mí esquiveces.
Fue, cuando allá en la quietud
de un aposento enlutado
me dio el Señor la salud,
y me encontré abandonado,
tendido en un ataúd,
fue el pensamiento primero
que el alma supo formar,
pedir al Dios verdadero
que me dejase llegar
a decir cuánto te quiero.
Porque yo, luz de mis ojos,
que te di sin conocerte
vida y alma por despojos,
y sentí más que la muerte
ocasionar tus enojos,
yo no entendía que hubiera
mayor dicha, mayor bien,
que vivir hasta que viera
mi amada la fe sincera
del que llora su desdén.
Aunque adorarte es delito
que puede costarme caro,
mi amor, Jimena, es tan raro,
que tú infanta y yo proscrito,
yo ni en ti ni en mí reparo.
Media un abismo sin fin
entre ambos; pero en ti yo
sólo miro el serafín
cuya luz me deslumbró
hace un año en el jardín.
¡Ay!, en aquel paraíso
donde fe pura y ardiente
juró mi labio sumiso,
resbalando por el piso
nos sorprendió la serpiente.
Una mujer, una espía
por Ordoño asalariada,
nos miraba, nos oía.
JIMENA (Aparte.) ¡Y respeté a la malvada,
cielos, cuando me vendía!
SANCHO Ese vil calumniador,
aborto de los infiernos,
hizo cundir el rumor
de que intentaba vendernos
tu hermano al Emperador;
y contra mi sencillez
de soldado, hicieron liga
dos monstruos de avilantez,
y me pareció su intriga
empresa de honor y prez.
Logró Floresinda echar
a mi cuello una cadena
que no supe rechazar;
sí. -Yo tenía que amar,
y no encontré a mi Jimena.
JIMENA Sólo de Ordoño el acento
en mi pecho despertaba
desdén y pesar violento,
y yo capricho juzgaba
lo que era presentimiento.
Mas ya vengo a comprender
que a la invencible aversión
hacía bien en ceder,
pues hizo mi corazón
justicia en aborrecer.
SANCHO ¿Tú le aborreces? ¿Es cierto?
JIMENA Ya a perdonarle me inclino.
Ayer os juzgaba muerto,
y él era vuestro asesino.
SANCHO ¡Yo no sé si estoy despierto!
Mas no: todo es ilusión
de que es tiempo que despierte,
pues me dice la razón
qué poco sintió mi muerte
quien permitió mi baldón.
Al Rey le debiste osada
poner mi pliego en la mano.
JIMENA Y al verme en llanto anegada,
¿qué hubiera en tal abogada,
qué hubiera visto mi hermano?
SANCHO Será mucho presumir;
pero en esos ojos noto...
Di, por Dios...
JIMENA                        ¿Qué he de decir,
si el labio me cierra un voto
que tengo a Dios que cumplir?
SANCHO ¿Qué amante ese voto hace?
JIMENA ¿Y qué celosa deslinda
si es bien que al altar se abrace?
Yo supe el funesto enlace
tratado con Floresinda.
Tiempo es de que reflexiones,
tú que con tal arrogancia
me hiciste reconvenciones,
que de ti tomé lecciones
de perfidia, de inconstancia.
Tú, con dejarme de ver,
dejaste en mí de pensar,
y quisiste otra mujer;
yo no te debí querer,
y no te pude olvidar.
SANCHO ¡Qué oigo!
JIMENA                   En esta confesión,
Conde, sólo tienen parte
mi decoro y mi opinión,
porque tengo que anunciarte...
SANCHO ¿Qué?
JIMENA             Nuestra separación.
Ser del Señor ofrecí,
si de un riesgo me salvaba,
y al punto libre me vi:
ya del Señor soy esclava,
pues hizo lo que pedí.
Contra la suerte luchamos,
y no hay poder que esclavice
tal poder. -Sancho, cedamos.
Conspiraste, y votos hice:
no es dable que nos unamos.
SANCHO ¡Separarnos, cuando afable
tu rostro vine a mirar!
Mas ¿qué tengo que extrañar?
Soy un reo miserable:
nos debemos separar.
JIMENA ¡Ingrato! Mi triste duelo
podrás hacer que se aumente;
pero yo tendré el consuelo
de haber cumplido igualmente
con el hombre y con el cielo.
Yo te justificaré,
para que cobres tu honor;
yo a mi hermano le diré
que si conspiraste, fue
para servirle mejor.
Aquí es fácil que te vean,
y tu carta es de tal suerte,
que más habrá de valerte,
si yo logro que me crean
y no se duda tu muerte.
Parte a Castilla, y después
de absuelto, podrás sin miedo
descubrirte donde estés;
mas no pongas en Oviedo
en mucho tiempo los pies.
Disimular no sabrás
tu pasión, por más que hicieres;
y si mi hermano quizás
adivina que me quieres,
no te perdona jamás.
Renuncia esperanzas vanas,
y acometiendo las villas
a la frontera cercanas,
envíanos a gavillas
las banderas africanas;
y un grito de admiración
a cada instante una nueva
traiga de mi campeón,
de la margen del Carrión
hasta la orilla del Deva;
y deme yo el parabién
si con tierno lloro mancho
el velo que orne mi sien:
sabré que si quiero a Sancho,
que si le adoro, hago bien.
SANCHO No prosigas de esa suerte,
que al mirar tanto heroísmo
se hace mi pasión más fuerte,
pues conozco por lo mismo
cuánto pierdo con perderte.
No hagas caso del dolor
a que ves que me rendí:
ya me grita el pundonor
que si no tengo valor,
no seré digno de ti.
Bien: partiré, viviremos
en diferente lugar,
en apartados extremos;
por apartados que estemos,
al fin nos hemos de hallar.
Rival que mi fe venera,
gozará en ti señorío
de duración pasajera:
sólo a Dios yo le sufriera
que me robe tu albedrío.
Pero la Suma Bondad
bien querrá favorecernos
acortando nuestra edad,
para dejarnos querernos
por toda una eternidad.
Di, pues, cuándo partiré,
aunque el corazón me tronces.
JIMENA Con la aurora.
SANCHO                        ¿Volveré
a verte?
JIMENA               Recibiré
tu abrazo segundo entonces.
SANCHO ¿El segundo?
JIMENA                       ¿Cuál intento
fue el que esta noche tuviste,
que al entrar tan desatento
en la capilla, me hiciste
perder el conocimiento?
SANCHO ¡Jimena!
JIMENA               ¡Tú con el manto
la cara de mí ocultar
cuando hacia ti me adelanto,
y para mayor espanto
la única luz apagar!
SANCHO ¡Jimena!
JIMENA               ¡Un rapto! ¿Qué furias
te hicieron desatender
los fueros de una mujer?
¡Robar la Infanta de Asturias!
Quien ama, no ha de ofender.
SANCHO ¿Yo robarte? ¿Qué demencia
te asalta? ¿Cuándo me oíste?...
JIMENA Silencioso a mí viniste;
que te acusó la conciencia
y por eso enmudeciste.
SANCHO Aguarda, Jimena, aguarda,
que ya un odioso recelo
todo el pecho me acobarda.
Mira que te hallé en el suelo
cuando llegué con Bernarda.
JIMENA ¡Dios mío!
SANCHO                  Mira que hallamos
en tinieblas la capilla;
mira que los dos te alzamos;
mira que mi fe sencilla
te respetó siempre.
JIMENA                               ¡Estamos
ya descubiertos!
SANCHO                           ¿Qué ha sido?
JIMENA Sí, cuando yo sola estaba,
y trémula te aguardaba,
allí un hombre ha parecido.
SANCHO Sus señas, su porte: acaba.
 
Escena XVI
BERNARDA, JIMENA, SANCHO.
BERNARDA Señora, vamos corriendo,
que el Rey os viene a buscar
extrañando la tardanza,
y tengo un susto mortal.
Me falta una llave: Ordoño
me la debió de quitar,
y puede entrar en la iglesia.
JIMENA ¡Él entró sin duda ya!
SANCHO ¡Ordoño!
JIMENA                 Huyamos.
SANCHO                                  Escucha.
 
Escena XVII

ALFONSO, ORDOÑO, SILO y Soldados, en la galería; SANCHO, JIMENA y BERNARDA, en el cuarto de la torre.

ALFONSO (A ORDOÑO.) Vos esta puerta guardad.
(Aparte. ¡Sancho y Jimena en el templo!)
JIMENA Adiós: luego me verás. (Vase con BERNARDA.)
ALFONSO Vosotros conmigo.
 
(Pasa con algunos soldados a la iglesia.)
 
SANCHO                               Voy
a matar a mi rival
donde quiera que le encuentre. (Vase.)
ORDOÑO Las linternas ocultad.
Silo, que sirváis al Rey.
SILO A él, sí; pero nadie más.
JIMENA (Dentro.) ¡Socorro!, ¡favor!
BERNARDA (Dentro.)                             ¡Socorro!
SANCHO Ya tengo con que lidiar.
 

(Saliendo a la galería con una espada en la mano, defendiéndose de los soldados que le acosan.)

 
Venid. -¡Ordoño! (Se encamina a él.)
ORDOÑO                             Prendedle.
ALFONSO Prended a ese desleal.
 
(Volviendo a la galería con JIMENA de la mano.)
 
JIMENA No es desleal: en mi mano
su vindicación está.
Conde, soltad esa espada,
que no la necesitáis. (La entrega el Conde.)
ALFONSO ¿Por qué te hablaba ese aleve?
JIMENA Porque viene a reclamar
un escrito que en Galicia
me confió. Escucha y haz
justicia. (Abriendo la escarcela.)
ORDOÑO              Ved el escrito;
sí, vedle.
JIMENA               ¡Dios de piedad!
¡Me le han robado!
SANCHO                                Ese infame...
ALFONSO Basta. Silo, sepultad
al villano usurpador
de la corona real
en el más ruin calabozo
que a un esclavo se le da.
JIMENA Respétesele su fuero.
ALFONSO Le degradó un tribunal.
SANCHO Me sentenció sin oírme.
ALFONSO Llevadle atado: acabad.
JIMENA Eso no. Sancho es mi esposo:
tratádmele como tal.

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