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Teatro y literatura infantil

Isabel Tejerina Lobo1



Tenía una sensibilidad especial y una cultura enciclopédica. Nos queda el regalo de su obra crítica y ensayística, en la que, por fortuna, también está presente la literatura infantil.



Al compañero Román López Tamés, in memoriam.





En El viaje a ninguna parte (1986), película en la que Fernando Fernán Gómez rinde un homenaje nostálgico a los antiguos cómicos de la legua, un ajetreado actor, llegado en su madurez a la todavía más difícil supervivencia de la compraventa de libros viejos, comenta con tristeza, pero tajante: «La literatura dramática no tiene salida». Es cierto, poca salida encuentra la escritura teatral desde hace tiempo.

También en el campo de la Literatura Infantil y Juvenil, el teatro, en cuanto texto literario, es el género menos conocido. Junto a su hermana cenicienta, la poesía, su limitadísima producción y, en muchos casos, la calidad de las obras dramáticas que se dedican a los niños, son razones que explican parcialmente el hecho, pero que en absoluto justifican la marginación que padece. Existen textos dramáticos muy dignos que merecen ser más conocidos y es importante animar a crear para este público a los buenos dramaturgos con apoyos institucionales y, sobre todo, con lectores y actores. Asimismo, extender la investigación y la crítica especializada y estudiar el teatro de manera similar a los otros géneros.

En cuanto a sus lectores, reivindico la idea de que el texto dramático constituye en sí mismo una obra de arte que puede ser analizada y disfrutada como acto estético autónomo, lo cual no olvida el hecho semiológico de que la palabra es sólo uno de los variados sistemas sígnicos que intervienen en la obra y que, efectivamente, ha de unirse a otros muchos elementos de naturaleza no verbal (gestos, movimientos, vestuario, luces, música...) para que exista teatro en su sentido pleno, esto es, espectáculo. Análisis y disfrute del texto. Pero, vamos por partes.


Análisis del texto dramático

Para su análisis, ya disponemos de algunos estudios históricos y críticos que permiten una aproximación fundamentada al género teatral infantil2.

Mi empeño en este campo ha sido encontrar paradigmas: estructura, temas, personajes, ideología, lenguaje..., señalar algunos rasgos comunes observables en un número representativo de obras a todo lo largo de la breve historia de este género3. Quiero referirme brevemente aquí a uno de estos paradigmas, la estructura funcional, porque considero que posee una gran rentabilidad operativa.




La morfología del cuento maravilloso como estructura interna de numerosas obras dramáticas

La morfología del cuento popular maravilloso definida en una estructura formada por una serie limitada y concreta de acciones es una herramienta de análisis que podemos aplicar a textos de variado origen y naturaleza. No sólo muchos cuentos clásicos y modernos, también numerosas piezas dramáticas tienen una disposición semejante a esta clase bien singularizada del cuento folclórico. De la mano de Vladimir Propp vemos cómo pueden ser reducidas a funciones4, siempre las mismas, la sucesión de incidentes en este tipo de cuento y en el teatro para niños. El resultado de los estudios del investigador ruso, publicado en 1928 (varias décadas anterior a la utilización europea de la metodología estructuralista: Brémond, Barthes, Greimas, etc.), fue la elaboración de su conocida morfología. Común a todos los relatos folclóricos de este tipo, está compuesta por un número máximo de treinta y una. La cifra es muy reducida si tenemos en cuenta el enorme acervo existente, por lo que la conclusión es que la extraordinaria diversidad y pintoresquismo de estos cuentos de la cultura universal es una cara de la moneda; la otra es su uniformidad, su evidente similitud. No por fuerza han de aparecer todas ellas, ni se suceden siempre en igual orden, pero la estructura básica es la misma. El esquema formal repetido con las acciones más significativas parte de una Fechoría o Carencia y tras pasar por ciertas acciones intermedias: Partida, Prohibición, Mediación, Recepción del objeto mágico, Tarea difícil, Combate, Socorro... culmina en la Reparación de la fechoría, la Victoria y, con frecuencia, en el Matrimonio o en otras similares promesas de felicidad que se vinculan tradicionalmente al triunfo del héroe.

Personajes con distintos rostros, pero las mismas conductas, situaciones que desde el comienzo caminan hacia el desenlace con similar itinerario. El protagonista sale del hogar, se encuentra con antagonistas y con amigos, personajes ayudantes que poseen poderes extraordinarios, combate contra los agresores y contra los falsos héroes, supera pruebas difíciles para merecer la mano de la princesa, llega al reino y se consagra como héroe. Esta andadura hacia el triunfo, además de la mera traducción de la anécdota argumental, tiene un significado simbólico para el niño que, mediante la identificación, vive el camino de la propia realización, la lucha por la conquista de una personalidad equilibrada. El logro de la meta simbólica de la princesa constituye en definitiva el logro de la madurez y la integración en la comunidad. Efectivamente, desde el punto de vista de su significado psicológico, estos cuentos cumplen con su lenguaje de símbolos una finalidad iniciática. El niño a través de la identificación con el héroe participa de manera variada en las pruebas difíciles que le aseguran la victoria en la lucha de la vida. Creo que es Bruno Bettelheim en su ya clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas5 (tan exagerado, por otra parte, en su interpretación freudiana de estos antiguos relatos), el que más poderosos argumentos ofrece para demostrar su enorme importancia como fuente inestimable de placer estético y como valioso medio de apoyo moral y emocional al brindar soluciones satisfactorias a los problemas existenciales infantiles en el lenguaje de los símbolos. Y así, conquistar el reino y la mano de la princesa no se entiende entonces de modo literal, esto es, como un premio monárquico, sino que, como explica López Tamés en su valiosa Introducción a la literatura infantil6 (en palabras de Lázaro Carreter: «Lo mejor que he leído sobre este importante asunto... Da gusto que ya puedan escribirse libros así en España».) significará para el niño, aunque de forma no consciente, el símbolo de la conquista de una personalidad armónica e integrada en el grupo social.

Efectivamente, he podido comprobar que esta morfología funcional y el significado profundo de estos relatos es aplicable no sólo, como cabía esperar, a las adaptaciones dramáticas de cuentos tradicionales, sino que constituye el andamiaje de buen número de textos teatrales antiguos y modernos enteramente originales. Tenemos numerosos ejemplos de los dos tipos de textos:

a) Adaptaciones dramáticas de relatos populares, leyendas folclóricas, cuentos clásicos de autor... Así, El hada bocahacemanar de Albert Jané y Martí Olaya, Y San Jorge venció al dragón de Vallverdú o La flor romanial de Cabrer.

b) Obras genuinamente teatrales en las que podemos rastrear la misma estructura. Son muestra cronológica: El príncipe que todo lo aprendió en los libros de Jacinto Benavente, La cabeza del dragón de Valle Inclán, Pinocho y Blancaflor y El hijo de Pinocho de Alejandro Casona, La maquinita que no quería pitar de Lauro Olmo y Pilar Enciso, El gigante de Luis Matilla o Tristín, Tristana, Tristón y la colada del Señor de Sebastián Bautista de la Torre.

Podemos hacer una ejemplificación concreta de esta forma interna común a tantas obras infantiles mediante la farsa Pinocho y Blancaflor de Alejandro Casona7.

«Pinocho y Blancaflor» es una pieza en dos actos, divididos en cinco cuadros, cuyo protagonista es el famoso muñeco de madera. No hay más deuda que ésta con el cuento de Collodi, puesto que el argumento, conflicto e incidencias son enteramente nuevos. Pertenece a la etapa de exilio del dramaturgo asturiano. Se estrenó en el teatro Ateneo de Buenos Aires el 16 de junio de 1940, pero ha permanecido inédita en España, junto a otras dos de sus piezas infantiles, El gato con botas y El hijo de Pinocho, hasta 19838. La obra se estructura sobre doce funciones claves, ocho de las cuales son protagonizadas por el héroe de la historia, personificado en un niño, espejo de bondades, que en poco se parece al travieso e indócil títere fabricado por el bueno de Gepeto. Su aventura no es ahora la historia de un difícil aprendizaje, sino la consagración de un modelo heroico para niños.

La primera acción cardinal es la Fechoría, el secuestro de la Infantina por unos piratas. Señalemos de pasada que este rapto y los sucesivos atropellos que sufre la princesa reciben un tratamiento fuertemente satírico. Aquí la farsa se aleja del cuento maravilloso tradicional para regodearse en lo cómico. Pero la morfología funcional no puede ser más clásica: Esta agresión inicial será la desencadenante del resto de los acontecimientos hasta el feliz desenlace. El Rey hace pregonar el tradicional bando: «Aquel que salve a la Infantina, sea rico o pobre, sea noble o plebeyo, ése será su marido, y a él entregaré la mitad de mi reino» (97), que motiva la segunda función clave de la trama: la Partida del héroe. Partida heroica porque Pinocho es armado caballero y proclamado como héroe porque es «valiente, sabio, bueno» y, sobre todo, un personaje «querido por los niños» (99). También porque marcha con una decidida voluntad de gloria: «¡Ya sabréis de mí por mis hazañas! ¡Ahora al combate!» (101).

La meta triunfal sólo es alcanzable tras la superación de Pruebas difíciles y grandes peligros que como en todo cuento maravilloso aquí se afrontan y se vencen gracias a variopintos auxilios mágicos, a determinados poderes sobrenaturales que se otorgan o se ponen al servicio del héroe infantil para así superar su desvalimiento. La Función del donante, se encarna en la bruja Escaldufa, quien sabedora de ensalmos y conjuros cabalísticos, auxilia a Pinocho realizando la denominada función de Desplazamiento al transportarle junto con su escudero Garabito hasta la tribu de los antropófagos: «Yo te llevaré en mi escoba. No tengas miedo: los negros no se comen a sus víctimas hasta la noche de la luna llena» (107). No se excluyen tampoco los recursos normales: la bruja utiliza la simple experiencia de vieja y su astucia para ayudar al héroe en el primer enfrentamiento con sus antagonistas, los pretendientes nobles de la princesa Blancaflor.

La función de Combate, llave con la de la Victoria, se encuentra duplicada en esta farsa. En una primera secuencia Pinocho, gracias a las triquiñuelas de Escaldufa, barre a escobazos a los nobles usurpadores (114). En la segunda, el héroe se hace pasar por hechicero blanco ante la credulidad ignorante de los negros antropófagos, emborracha al rey de la tribu y reta al hechicero a una pelea en la que muestra la fuerza de sus puños y la agilidad de sus piernas (127). El protagonista utiliza en esta ocasión su propia agudeza y una gran habilidad en la combinación y utilización de sus posibilidades. Características éstas que definen al héroe infantil que ha de compensar su inferioridad física con valentía, estrategia e intrepidez. El éxito permite la Reparación de la fechoría: la Infantina queda liberada (128). Se inicia el regreso a la corte, la función de Vuelta.

Los nobles Fanfarrón, Faldellín y Tartamundia, una de cuyas funciones fue la de suplantar a Pinocho y pretender la recompensa, Pretensiones engañosas, son en la terminología de Propp, falsos héroes. Como tales, reciben su merecido, el Castigo (154). Su sanción final en esta obra, igual que ocurre en el cuento popular, está ligado al maniqueísmo radical y es correlato del final feliz. Bien y mal perfectamente diferenciados y en pugna, victoria del primero, derrota y penalización del segundo. Es una lección sencilla del primer aprendizaje moral.

La función de Descubrimiento por la que son desenmascarados los falsos héroes se cumple en Pinocho y Blancaflor con un toque moderno del teatro infantil que Casona incorpora: la participación del público. Los espectadores ayudarán al reconocimiento del héroe y a demostrar la usurpación realizada por sus antagonistas. El Rey les pide ayuda para solucionar el conflicto, porque ellos «siempre dicen la verdad» (154). Observamos que Casona incurre aquí en el falso tópico ternurista sobre una permanente sinceridad de los niños9.

Finalmente, en la más pura tradición del cuento maravilloso, el desenlace se realiza con el Matrimonio (154). Pinocho, cumplida su función heroica, se casa con Blancaflor y hereda la mitad del reino, es el símbolo de la felicidad en los cuentos de hadas.

Podemos concluir entonces del análisis señalado que la estructura funcional de Pinocho y Blancaflor es la siguiente: Fechoría, Partida del héroe, Función del donante, Desplazamiento, Combate, Victoria, Reparación de la fechoría, Vuelta, Pretensiones engañosas, Descubrimiento, Castigo y Matrimonio.

La obra de Alejandro Casona cumple, pues, de forma rigurosa con el paradigma del cuento popular maravilloso.

Por supuesto, éste es sólo un aspecto muy parcial del análisis dramatúrgico del texto, referido concretamente a la estructura interna que adopta la historia argumental. Debería completarse con el estudio de la trama y distribución de los sucesos en actos y escenas, los personajes, el espacio y el tiempo, el lenguaje dramático... bien para imaginar la virtualidad de su representación o para preparar en la realidad su montaje escénico10.




Lectura y disfrute del texto dramático

Sabemos que el teatro en su sentido pleno no es sólo la pieza dialogada que verbaliza un conflicto entre personajes, sino una suma de lenguajes verbales y no verbales, que funden toda su significación en el acto de la representación ante el público. Hablar de teatro entre niños y jóvenes no puede reducirse, afortunadamente, a la sola lectura del texto. Hoy nos interesa cada vez más su práctica pedagógica, también como juego dramático sin finalidad espectacular, para el desarrollo de la expresión liberadora, la creatividad y la formación de personas11. Comprobamos además que el teatro contemporáneo ha desarrollado hasta límites impensables la capacidad expresiva de los signos no verbales. Se consiguen efectos muy llamativos en el terreno de la expresión corporal, la iluminación, la escenografía, etc. Los géneros clásicos pierden sus fronteras, se busca la transversalidad en las artes escénicas, cruces e intercambios del teatro con el cine («Cegada de amor» del grupo catalán La Cubana, por ejemplo) la danza, etc., porque, como dice Fernández Lera, «el arte no debe tener fronteras, ni físicas ni psicológicas»12. En efecto, la palabra ha perdido el casi exclusivo protagonismo que poseía en el teatro clásico. Sin embargo, tampoco se puede soslayar que muchos espectáculos vanguardistas de los últimos años no se sostienen de pie a pesar de sus efectos visuales y sonoros de gran impacto y sus desorbitantes costos por una razón simple: porque el conflicto dramático en que debieran apoyarse no tiene ninguna fuerza y su lenguaje literario es francamente pobre. Creo que hay un espacio para el teatro de la palabra y que la expresividad escénica alcanza cotas muy altas cuando se logra la adecuada interrelación entre todos los lenguajes que en el teatro confluyen. También que el texto dramático por sí mismo puede ser disfrutado desde la lectura como todo lenguaje literario. Por tanto, frente al desprecio actual hay que repensar el papel y la importancia de la obra y del autor dramáticos en el complejo sistema de signos teatral.

Cierto que la lectura del teatro requiere un esfuerzo mayor que el de los cuentos, por ejemplo. Un esfuerzo, sobre todo, de imaginación para recrear las escenas, ver a los personajes... fundiendo el «texto literario» y el «texto espectacular»13; por un lado, el diálogo entre los personajes, por otro, lo que indican las acotaciones. También una mayor concentración en el acto lector porque el diálogo dramático no tolera distracciones, exige no perder comba. Por el contrario, cabría señalar algunos rasgos característicos del género como el párrafo breve, la intriga sostenida, el ágil dinamismo de las situaciones, etc., como elementos motivadores.

En mi opinión, la lectura colectiva en voz alta (el tradicional teatro leído) es más enriquecedora y entretenida que la lectura individual y solitaria. Como afirman los profesores Young y Vardell14, la presentación de un texto leído de manera expresiva y dramática por dos o más lectores posee un atractivo para quienes escuchan y a quienes leen les da un papel activo que ayuda a la interiorización e interpretación de la información. Por mi parte, y desde el punto de vista de su uso en las clases de Literatura, creo que sus méritos más interesantes son: Primero, contribuye eficazmente a la mayor comprensión del texto: tienen que entenderlo muy bien para poder leerlo con propiedad. Segundo, aumenta su expresividad oral: dicción, volumen, entonación, distinción de matices, etc. Y tercero, enriquece su capacidad de comunicación global ya que han de perder miedos y romper inhibiciones, atreverse a levantar la voz del suelo, imponerse ante un auditorio, etc. En fin, sin menoscabo de otras actividades dramáticas, deberíamos saber aprovechar el indudable rendimiento didáctico de la lectura de obras de teatro, como bien argumenta Eduardo Galán15.




Una muestra de textos para leer

La calidad estética de la palabra dramática tiene una importancia decisiva cuando su proyección se circunscribe al acto de ser leída. En el repertorio de teatro infantil y juvenil es una realidad que no son muchas las obras que resisten esta prueba de fuego, pero, aunque de forma minoritaria, las hay y de gran calidad en toda Europa. Algunas de mis referencias: he leído en francés el excelente texto de Richard Demarcy Les cheveux du soleil16, un reencuentro con el mundo de la infancia y de los sueños a través de un viaje iniciático; el grupo Teatro Paraíso de Vitoria me ha facilitado el interesante texto de Friedrich Karl Waechter, traducido del alemán por Miguel Garrido, sobre el cual se basó el espectáculo Escuela de payasos; nuestro mercado ofrece de cuando en cuando traducciones de piezas idóneas para este público como la filosófica Knock o el triunfo de la medicina de Jules Romains17 o Jojó. Historia de un saltimbanqui de Michael Ende18, bellísima en su patetismo. Pero, quiero centrarme en los dramaturgos españoles. Y de ellos ofrecer una breve muestra que recorra a grandes pasos la historia del género en nuestro país. Son, en concreto, quince obras escritas para jóvenes y niños y todavía localizables, aunque la situación del teatro en el mercado editorial, librerías y bibliotecas es verdaderamente calamitosa. Las presentaré en orden cronológico:

- La cabeza del dragón de Valle Inclán19. Esta farsa, ya antigua, todavía no ha envejecido. Es, por desgracia, la única aportación de Valle a la literatura infantil. Una historia bien tramada en un lenguaje abundante en recursos estilísticos y adornada con todos los tópicos de los cuentos de hadas. La escribió para el Teatro de los Niños creado por Benavente en 1909 y tal vez no pasa de moda porque su historia y su lenguaje nunca se limitaron a un mundo infantil reducido. Cervera cree que no es plenamente infantil20. Estoy sustancialmente de acuerdo con ello: la lectura o la recepción de los pequeños espectadores se centrará en la aventura iniciática del Príncipe Verdemar que libera a la Infantina de las garras del dragón, pero también afirmo que los niños de hoy, a poco que se les aclare, son muy capaces de apreciar el humor y la ironía sobre variados aspectos de la España de principios de siglo, de captar muchos de los guiños que el inimitable don Ramón nos dirigía desde la óptica del esperpento:

¡Una casa no se gobierna como un reino! ¡Una casa requiere mucha cabeza!


(90)                


- La Niña que riega la albahaca y el Príncipe preguntón de García Lorca. Es la adaptación de un viejo cuento andaluz para teatro de títeres. En un tono popular, con llamadas al folclore adoptado desde antiguo por los niños, Lorca expresa la atracción que sentía por la ingenuidad infantil y por su natural aceptación de la magia y de lo ilógico. Se estrenó en casa del poeta el día de Reyes del año 1923 con decorados y muñecos de Hermenegildo Lanz y música de Manuel de Falla21. El texto inédito hasta 1982 lo publicó por primera vez la revista Títere en Madrid, con el tesón y los escasos medios que han caracterizado siempre la labor de Francisco Porras22.

- Pinocho y Blancaflor de Alejandro Casona. También conserva actualidad a pesar de los años y, tal como hemos señalado, constituye un verdadero cuento maravilloso. Igual que la obra citada de Valle, se aleja del relato folclórico mediante procedimientos satíricos que sirven a la modernización de situaciones y personajes sin llegar a romper con el profundo significado simbólico de este tipo de historias. Sirva de ejemplo de chanza contra la monarquía la siguiente:

REY.-  ¡Tengo una idea!

CHAMBELÁN.-  ¿Vos señor? ¡Corte de Panfilandia: el rey tiene una idea!

REY.-  Mejor dicho... dos.

CHAMBELÁN.-    (Frenético)  ¡Dos ideas! ¡El rey tiene dos ideas al mismo tiempo! Desde el terremoto de hace siete años, no se había visto en el reino un fenómeno semejante.


(152)                


- Asamblea General de Lauro Olmo y Pilar Enciso23. En estos tiempos de escepticismo y falta de compromiso, tan distintos a los años sesenta que vieron nacer esta joya del teatro infantil con mensaje político-social, me sigue pareciendo válida, en líneas generales, esta fábula por sus ataques al trabajo alienante, a la actitud de sumisión de los oprimidos y por la utilización de la religión como encubridora de un poder tiránico. Asimismo por su rotunda defensa de los débiles y de los ideales de justicia y de solidaridad entre los hombres.

- Las tres reinas magas: Melchora, Gaspara y Baltasara de Gloria Fuertes24. Con gracia, imaginación e ingenio esta comedia en verso aborda el tradicional tema de la Navidad, uno de los más socorridos del teatro infantil, desde una visión completamente atípica, poco solemne y majestuosa. Cierto toque feminista en tres personajes campechanos y familiares que aprovechan el tradicional motivo religioso para lanzar un mensaje pacifista.

- La verdadera y singular historia de la princesa y el dragón de José Luis Alonso de Santos25, constituye una transgresión burlona del viejo mito del dragón. Su afán desmitificador convierte al caballero en un personaje interesado y ridículo y al monstruo en héroe y amante. Por esta ruptura con la necesaria identificación del niño con el héroe caballero, considera López Tamés26, en brillante interpretación del dragón como arquetipo cultural, que no es apropiada para la infancia. Orientamos su lectura para los mayores de diez años, que ya pueden disfrutar de lo lindo con la caricatura de los personajes y el lenguaje cuidado, a la vez que pretendidamente escatológico, del autor de Bajarse al moro y Besos para la Bella Durmiente, también de gran éxito entre los jóvenes.

- Supertot de Benet y Jornet27. Versión española del conocido mito norteamericano, Hércules moderno, se incluye también en el campo de la ruptura de modelos convencionales, aquí desde una intención de denuncia (xenofobia, especulación, publicidad engañosa, etc.) y mensaje social que se desprende del fracaso final de Superman ante la fuerza avasalladora del poder económico capitalista.

- Historia de una cereza de Miguel Pacheco28. En clave burlesca se dramatiza la devastación de un país debido a los caprichos de un rey. Obra pionera en su intencionalidad ecológica, intenta mostrar cómo la explotación salvaje de la naturaleza y los desmanes contra sus leyes destruyen el entorno y ahogan la vida. Mediante la farsa y el lenguaje escatológico excrementicio, tan del gusto de los niños, expresa simbólicamente el problema de que nuestro planeta se esté convirtiendo en un basurero.

- La fiesta de los dragones de Luis Matilla29. Sin duda, el mayor interés de esta obra reside en su propuesta de un «teatro de animación», desde mi particular opinión el más eficaz para los niños en cuanto espectadores; a la vez, y por ello la sugiero, el texto literario desnudo tiene calidad y resulta sugestivo desde la simple lectura, como es habitual en la producción de este autor.

- Guiñapo y Pelaplátanos de Consuelo Armijo30. La creadora de Los batautos rompe aquí el retrato angelical de niño, modelo de virtudes, que se había dibujado repetidamente en el teatro infantil tradicional para plasmar las contradicciones entre el universo infantil del juego y el sistema de obligaciones que los adultos les imponemos. En complicidad con el niño, ridiculiza el orden rígido y la autoridad inflexible.

- Contar, cantar y jugar, de Juan Cervera31. Son tres graciosas historias basadas en relatos populares (Perrault y cuentística oriental) en la línea de redescubrimiento del folclore y el amor a la palabra que nos propone también en teatro este infatigable investigador y creador de la Literatura Infantil.

- Edelmiro II y el dragón Gutiérrez de Fernando Lalana32. Otra muestra de dragón desmitificado, inofensivo, bonachón, zapatillas y bata casera, en una obra divertidísima, llena de ingenio en su tratamiento moderno de motivos antiguos.

- El cisne negro de Fernando Almena33, constituye un alegato contra la ambición, el poder tiránico y por la dignidad de los pueblos. Ambientada en la China milenaria utiliza de forma poética símbolos y estratagemas de sabor oriental para hacer una reflexión sobre el amor, la venganza y la justicia.

- La silla voladora de Eduardo Galán34. Comedia llena de aciertos, entre ellos el perro que habla, trasunto del niño respondón, o la sofisticada máquina que, además de volar, transporta a través del tiempo. Entretenida, ágil, mezcla hábil de fantasía y realidad, aunque para mi gusto, el final tópico y mercantil: medalla meritoria, cárcel para los ladrones, viaje a Disneylandia... desluce un poco el resultado.

- Cigarras y hormigas de Carlos Álvarez-Nóvoa35. La obra recrea la antigua fábula para dar un mensaje completamente distinto al moralista tradicional, por cierto repetido hasta la saciedad en los textos para niños. Mediante una acertada caracterización de personajes y de ambientes (gestos militaristas, obediencia ciega, mecanización, oscuridad de las hormigas... frente a luz, color, alegría, juego de las cigarras) se denuncia la opresión y la alienación del trabajo. Y la proverbial oposición trabajo-ocio, con el consiguiente castigo a la pereza, se salva esta vez con la sorprendente revelación final de que las cigarras cuando son adultas sólo viven un verano. Ello justifica su comportamiento de disfrutar de la vida sin preocuparse por el futuro, pero también es una llamada extensiva, por ejemplo, a quienes teniendo algún verano más que las pobres cigarras, sacrificamos nuestro tiempo en una laboriosidad poco gratificante que nos empequeñece en lugar de hacernos crecer.

A modo de conclusión: Hubo un tiempo que en la escuela el teatro sólo se leía. No se trata de volver a ese pasado ni se pretende una absurda literaturización del teatro. La cuestión es que el teatro no se excluya sistemáticamente de la literatura, encontrarle un sitio a una lectura placentera de buenos textos dramáticos.







 
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