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11

Véase nota 6.

 

12

Es extraña esta afirmación del fin estético de la novela; no recuerdo ninguna otra ocasión en que Baroja diga esto de manera tan clara. De cualquier forma, la palabra estética parece referirse, en este párrafo, al entretenimiento, al placer que provoca el leerla.

 

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Recordemos que la novela, para Baroja, es el espejo que se pasea a lo largo de un camino, cuando es algo.

 

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El símbolo de esta vida aparece también expresado por medio de una referencia musical; me refiero al «Elogio sentimental del acordeón» (tomo VI, página 1075), texto clave en la obra barojiana; Alberich, por su parte, lo ha tomado como símbolo del estilo de nuestro autor (Op. cit., p. 173). Y no parece que se trate de una identificación inconsciente -al menos en lo que respecta a la vida-, pues volvemos a encontrar la misma comparación, y ahora hecha por Baroja, de forma que no deja lugar a dudas: «El estilo de Renán, verdaderamente magnífico, sirve para la historia y para describir los paisajes del Mar Muerto o las cimas del Sinaí; pero para hablar de la tiendecita o de la casa pobre en la callejuela de la ciudad, no creo que serviría (sic). Bien está el órgano en la iglesia y el acordeón en el suburbio.» (La intuición..., p. 298.)

Me parece interesante comparar esta actitud frente al órgano como metáfora literaria con la actitud de Unamuno expresada mediante el mismo artificio: «Les sorprendía oírme decir que prefiero este paisaje amplio, severo, grave; esta nota única, pero nota solemne y llena como la de un órgano, a aquella sonata de flauta de tres o cuatro notas verdes, de un verde agrio.» («El sentimiento de la naturaleza».) (Citado por Francisco Ynduráin en Unamuno en su poética y como poeta , Vanderbilt University, 1966, p. 597.)

 

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Esto parece indicar que los personajes tomados de la realidad, de la verdad, resultan mejor en la novela que los inventados, que los sacados del sueño.

 

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A este respecto escribe Luis S. Granjel: «Acaso lo más personal en la obra literaria de Baroja lo constituyen los comentarios y opiniones con que tantas veces asalta nuestra atención al leerle; parece entonces como si el propio Baroja se adelantara desde las páginas de sus libros para entablar diálogo, y quien sabe si una disputa, con su lector.» (Baroja y otras figuras del 98, Guadarrama, Madrid, 1960, p. 39.) Por otra parte es algo que ha sido notado en numerosas ocasiones por los críticos de Baroja. Lo que no me parece tan probable es que se produjera la discusión que apunta Granjel.

 

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Parece que Baroja tenía gran seguridad en este autoanálisis, ya que lo vuelve a dar por bueno, al repetirlo: «No hay para qué decir que yo no tengo nada de académico, soy individualista y dionisíaco.» (Las horas solitarias, tomo V, página 232.) Aunque aquí ha suavizado bastante la descripción de su carácter.

 

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A propósito de estos versos comenta Francisco Ynduráin: «Aquí y ahora quiere que sean recibidos sus cantos. Y para la posteridad, como prenda de pervivencia, en algún modo.» (Op. cit., p. 609.)

 

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Es la postura opuesta a la de Unamuno cuando hace exclamar a su Don Quijote, como expresión de su postura vital, es hermoso, luego es verdad. Baroja, por su parte, rechazaría la hermosura basada en una falsedad. A propósito de esto y hablando de Salaverría, Baroja escribe lo siguiente: «Ni con pretensiones de humor me parecen graciosas esas versiones, como las varias maneras que Valle-Inclán tenía, según él de contar la pérdida de su brazo. Valle-Inclán no hablaba nunca de eso. Le molestaba. No tienen esas suposiciones nada aproximado a la realidad, y por eso, a mí al menos, no me divierten.» (El escritor según él y según los críticos, tomo VII, pp. 390-1.)

 

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Que se trata de una verdad particular es algo de lo que, con su radical escepticismo, se da cuenta también el mismo Baroja:

«La sinceridad, como quien dice absoluta, ¿quién la puede tener? Yo creo que nadie.

No hay hombre sincero del todo, ni aun el que se propone serlo de una manera heroica. Se es sincero a medias. No se pasa de ahí...

Hay en la pretensión de ser sincero dos imposibilidades: una psicológica y otra social. Por la primera tendría que ser, el que quisiera llegar a la sinceridad, un hombre de una agudeza tal, que no creo que pueda darse. Tendría que usar para expresarse un idioma distinto al corriente y saber analizar sus ideas y sensaciones con una sutileza que es rarísima en los hombres y que no se da más que en algunos tipos excepcionales. Además, tendría que vivir aislado y no tener una idea, ni aun lejana, de interés personal o social. Al hombre, como es lógico, le basta con obtener de su cerebro una idea útil y práctica. Más allá no puede ir. Sólo en casos raros pretende llegar a verdades sin objeto.»


(La intuición..., p. 50.)                


Naturalmente no se trata de llegar a absolutos, pero sí a lo más posible. Es esto lo que busca Baroja dentro de las limitaciones naturales. No es que trate de deformar la realidad voluntariamente, de falsearla.