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Abajo

Ternezas y flores

Ramón de Campoamor






ArribaAbajoLa niña y la mariposa



Abajo      Va una mariposa bella
    volando de rosa en rosa,
    y de una en otra afanosa
    corre una niña tras ella.

      Su curso, alegre y festiva,  5
   sigue con pueril afán,
   y con airoso ademán
   la mariposa se esquiva.

      A veces con loco intento
   quiere hacer presa en sus galas,  10
   y, en vez de tocar sus alas,
   toca las alas del viento.

      Y su empeño duplicando,
   cuanto más corre afanosa,
   mas leda, la mariposa  15
   va su inocencia burlando.

      La ciñe en rápido giro,
   y al ir a cogerla esbelta,
   por cada vez que se suelta,
   suelta la niña un suspiro.  20

      Mas, sin ceder en su anhelo,
   presta una, y, la otra ligera,
   ni una acorta su carrera,
   ni la otra amaina su vuelo.
—42→

      Y vagan embebecidas,  25
   sin sentir indiferentes
   ni el son de las claras fuentes,
   ni el de las auras perdidas.

      Ni los pájaros que espantan,
   entre las ramas divisan,  30
   ni ven las flores que pisan,
   ni oyen las aves que cantan.

      Y mientras éstas cantando
   siguen con plácido estruendo,
   la niña sigue corriendo,  35
   la mariposa volando.

      -Amaina el vuelo sereno,
      mariposa,
   de quien es albergue el seno
      de la rosa.  40
   ¿Por qué en tal dulce ocasión
      vas sin tino
   huyendo así la prisión
   de lazo tan peregrino?

      Reina de las blandas flores,  45
      sus enojos
   no temas, ni los ardores
      de sus ojos,
   porque ese puro arrebol
      que enamora,  50
   si es luciente como el sol,
   es tierno como la aurora.

      Entre mil palmas no hay talle
      más galano,
   ni azucena en todo el valle  55
      cual su mano.
      No oirás de su voz divina
      la dulzura,
   ni en el ruiseñor que trina,
   ni en el raudal que murmura.  60

      Aprende el aura a ser leve
      de su planta,
   y, para formar con nieve
      su garganta,
   le dio el cisne el atavío  65
      de su pluma,
   lumbre la aurora, y el río
   su plata, cristal y espuma.

      -No sigas más la inconstante
      mariposa,  70
   enamorada y errante
      niña hermosa,
   que al fin vendrá a ser cautiva
      de tu llama,
   si aun amorosa, aunque esquiva,  75
   la luz de los cielos ama.

      Y aunque aspira de mil flores
      la fragancia,
   no imites en tus amores
      su inconstancia;  80
   que al fin de tanto vagar,
      suele, hermosa,
   entre las flores hallar
   la hierba más venenosa.

      Imita sólo su vuelo,  85
      pues serena,
   jamás, niña, toca el cielo,
      ni la arena.
      Quien se humilla o sin razón
      subir quiere,  90
   muere a manos de un halcón,
   si a las de un áspid no muere.

      Mas ¡ay! que vas en pos de ella
      vagarosa,
   sin escuchar mi querella,  95
      niña hermosa.
      Sigues con presteza tanta
      tu contento,
   que así encomiendas tu planta,
   como mi súplica, al viento.  100

      Y en tan inocente afán,
   como su gusto entretienen,
   así vagabundas vienen,
   y así vagabundas van.

      A veces en su embeleso  105
   la mariposa, al pasar,
   suele fugaz estampar
   sobre su mejilla un beso.

      Y rauda su vuelo alzando,
   la niña de ángel blasona,  110
   al trazar una corona
   sobre su frente girando.
—43→

      Y siguen acordemente
   la mariposa en sus giros
   la niña con sus suspiros,  115
   con sus rumores la fuente.
      Vagan los aires suaves
   formando dobles acentos,
   y al grato son de los vientos,  120
   siguen cantando las aves.

      Y entre tanta melodía,
   tanta corriente murmura,
   que es todo el aire frescura,
   aroma, luz y armonía.  125

      Y susurrando congojas,
   prosiguen mintiendo quejas,
   en el pensil las abejas,
   en la enramada las hojas.

      Y tiernas flores hollando,  130
   y frescas auras batiendo,
   la niña sigue corriendo,
   la mariposa volando.

  —44→  




ArribaAbajoLa flor del valle

Impresiones de un día de viaje




ArribaAbajo      Flor columpiada entre abrojos,
   que en tan apacible calma
   trocando estás mis enojos;
   tanto me encantas el alma
   cuanto suspendes mis ojos.  5

      Y no para mi tormento
   quieras divertir mi intento,
   que asaz divertido está;
   deja a un triste que en el viento
   sembrando ilusiones va.  10

      Y aunque hacia ti me encamina
   tu purpurino arrebol,
   déjame, flor peregrina,
   que trasponga esa colina
   antes que ese monte el sol.  15

      Porque, en mi amante locura,
   comparándote a mi bien,
   al lado de tu hermosura
   me hallará la noche oscura,
   y el claro día también.  20

      Huyendo voy del amor
   y de sus templadas iras;
   si voy o no con dolor,
   ¡bien claro lo miras, flor,
   si es que a los ojos me miras!  25

      ¡Cual en un pecho afligido
   la ya adormecida holganza
   despierta un valle florido,
   y más cuando está vestido
   del color de la esperanza!  30

      ¡Qué dulce si canta un ave
   con tierno y sentido afán!
   ¡Si forma el aura suave
   sonidos que nadie sabe
   si cruzan, vienen o van!  35

      ¡Y cómo el alma enajena
   el agua murmuradora,
   cuando, al tumbarse serena,
   roba las conchas sonora
   rodando sobre la arena!  40

      ¡Qué regaladas dulzuras
   la queja en el alma deja,
   de aquellas tórtolas puras,
   pues se dicen mil ternuras
   para decirse una queja!  45
—45→

      Y los sentidos atentos
   a tan deliciosos sones,
   ¡oh, cómo escuchan contentos
   las acordadas canciones
   de los acordados vientos!  50

      ¡Bien hayas, pintada flor,
   gloria del pintado Abril,
   de tan delicado olor,
   que extiende el aura sutil
   con tus olores, tu honor!  55

      Los rayos del sol te doran;
   por ti las aves suspiran;
   los céfiros te enamoran,
   y los viajeros te admiran,
   si las serranas te adoran.  60

      Te prestan son los ambientes,
   el plácido Abril sus galas,
   ruido las mansas corrientes,
   oro las rubias zagalas,
   plata las serenas fuentes.  65

      Te arrulla el árbol sombrío,
   el alba aljófar te llora,
   te da la noche rocío,
   perlas y espumas el río,
   luz y diamantes la aurora.  70

      Y al valle tu olor prestando,
   con muelle calma estás viendo
   cruzar por el aire blando,
   ya las tórtolas gimiendo,
   ya las alondras cantando.  75

      Y en dulce tropel hirviente
   livianos los ecos luchan,
   fatigando el manso ambiente,
   por repetir dulcemente
   lo que dulcemente escuchan.  80

      Y los sentidos atentos
   a tan deliciosos sones,
   ¡oh, cómo escuchan contentos
   las acordadas canciones
   de los acordados vientos!  85

      -Al ver tanto bien, mi estrella
   me acuerda los que goce
   en el regazo de aquella
   que loco por bella ame,
   y me desprecio por bella.  90

      No es la luz de la mañana
   cuando del valle lozana
   las plácidas flores pisa,
   tan hechicera y galana
   como su dulce sonrisa.  95

      Tanto ¡oh flor! se hace temer
   el oro de sus cabellos,
   que menos es menester
   que el que ellos se dejen ver,
   para ser esclavo de ellos.  100

      Y más el alma enajena
   que el agua murmuradora,
   porque es su voz seductora
   como las auras, serena;
   como las fuentes, sonora.  105

      Tiene, si el alba blancura,
   nieve su pecho gentil,
   como las palmas, frescura,
   cristales su frente pura,
   coral su boca y marfil.  110

      Es de las serranas diosa,
   dulce afán de los pastores,
   tierna amiga de la rosa,
   hermana del alba hermosa,
   reina de las bellas flores.  115

      -¡Triste, y con turbado intento,
   de todas mis dichas hoy
   me alejo, y de mi contento!...
   Por eso, flor, en el viento
   sembrando ilusiones voy.  120

      Adiós; y no extrañes, flor,
   que mis amores te cuente,
   porque no hay placer mayor
   como el placer que se siente
   contando cuitas de amor.  125

      En prueba de mi ternura,
   para aliviar mis dolores
   toma esta lágrima pura,
   a ver si una vez natura
   me da por lágrimas flores.  130

      Mas si nacieran así,
   fuera, según la abundancia
   con que salieron de mí,
   todo un pensil la distancia
   que media desde ella a ti.  135
—46→

      Y así su son los ambientes
   te den, y el Abril sus galas,
   ruido las mansas corrientes,
   oro las rubias zagalas,
   plata las serenas fuentes.  140

      Y al valle tu olor prestando,
   con muelle calma estés viendo
   cruzar por el aire blando,
   ya las tórtolas gimiendo,
   ya las alondras cantando.  145

      Y adiós; que turbio ilumina
   el vespertino arrebol,
   déjame, flor peregrina,
   que trasponga esa colina
   antes que ese monte el sol.  150



  —47→  

ArribaAbajoA la luz


ArribaAbajoSilva primera

La mañana





ArribaAbajo      Ya la luz matutina
   fantástica, riente,
   se asoma peregrina
   por el rosado Oriente,
   y rica y esplendente  5
entre risas y perlas se avecina.
      En las auras, pasando,
   sus levísimas huellas
   ligera va estampando,
   las nubes matizando,  10
éstas de nieve, de carmín aquéllas.
      Ya las tiñe nevada,
   riendo bulliciosa,
   ya en sus limpios vapores,
   partida en mil colores,  15
   las esmalta rosada,
   bella, si colorada,
   pero si blanca, hermosa.
      Y así pasando leve,
   fugaz de nube en nube,  20
   pisando veleidosa
   con su fúlgida huella,
   ésta con pies de nieve,
   con pies de rosa aquella,
   la luz de la mañana  25
   por el Oriente sube,
   derramando lozana
con grata confusión jazmín y rosa,
—48→
      Su colorada lumbre,
   como tapiz galano,  30
   desde la aérea cumbre
   del más alzado monte
tiende risueña hasta el florido llano.
      Y discurriendo esquiva
   por el vago horizonte,  35
   entre sombras y lejos
   tiñe con sus reflejos
   la niebla fugitiva;
   y así con raudo vuelo
   sus vivos resplandores  40
   cruzan el ancho cielo,
cegando estrellas y dorando flores.

      Las despeñadas fuentes
   su venida celebran
   hirviendo transparentes,  45
   y con bullir sonoro,
   entre las guijas de oro
cuajando espuma sus cristales quiebran.
      El amoroso bando
   de céfiros süaves  50
   va por el valle errando,
   sin fin multiplicando
los dulces ecos de las dulces aves.
      Saludan la alborada
   los arroyos corriendo,  55
   los pájaros trinando:
   aquéllos las orillas
   de perlas guarneciendo,
   y éstos al aire blando
   plumas y sones dando.  60

      Ligeras a su luz corren las fuentes;
solícitas susurran las abejas:
los céfiros murmuran transparentes,
y los olmos también, que entre sus hojas
   las tórtolas cobijan  65
   que, gimiendo dolientes,
ya exhalan de dolor tiernas congojas,
ya repiten de amor plácidas quejas.

      Anuncian su venida
   las auras murmurando,  70
los arboles sus cúpulas meciendo,
las ovejas estáticas balando,
la mar sonora con su ronco estruendo,
con sus lánguidos sones los ambientes,
con sus cantos los dulces ruiseñores,  75
bajando de los montes las corrientes,
subiendo de los llanos los pastores.

      El prado su verdura
le ofrece cuando huella sus alfombras,
   espejo el agua pura,  80
   los árboles sus sombras,
   los montes su frescura,
   y perlas y colores,
verdor y aroma las modestas flores.

      -¡Celeste emanación, reina del día!  85
   aunque en silencio mudo,
si te veo ahuyentar la noche umbría,
   yo también te saludo
con toda la efusión del alma mía.

      Ven, luz resplandeciente,  90
cruzando el éter con serena calma,
   porque las negras sombras
   que en el turbio Occidente
a tu aspecto cobardes se apiñaron,
   impuras me dejaron  95
sin paz los ojos, sin sosiego el alma.
Vea hundirse en el lóbrego Occidente
esa turba de nieblas malhadada
en confuso tropel, y sean nada
al dulce albor de tu serena frente.  100

      Deshaz las sombras, portadoras antes
   de regalados sueños,
y que en sus alas de vapor flotantes,
me traen hoy fatídicos ensueños.

      Oscurece en tu espléndido camino  105
   las pálidas estrellas,
   porque no dude entre ellas
cuál la estrella será de mi destino.
Llévate en pos la desmayada luna,
que tristes para mí sus rayos fueron,  110
pues mil promesas por su faz me hicieron,
y nunca ¡oh luz! se me cumplió ninguna.

      Apaga esplendorosa
de fuegos fatuos los siniestros brillos,
   que las alas hendiendo  115
   de la nocturna brisa,
   van la amarga sonrisa
de espíritus maléficos mintiendo.

      Alumbra los torrentes;
que al escuchar sus desacordes ruidos,  120
   bañado en tierno llanto,
   creí que violentos
   los encontrados vientos,
arrastraban la fúnebre carroza
   del erizado espanto.  125

      Y rica de colores,
y pródiga de rosas y jazmines,
   matiza los vapores
   que pueblan los ambientes,
porque henchidos de cándida pureza,  130
   imiten relucientes
las alas de los blancos serafines.



  —49→  

ArribaAbajoSilva segunda

El mediodía





       Descompuesta en cambiantes
   por el éter resbalas
   serena luz del cielo
   con ilustre decoro,
   tendiendo en manso vuelo  5
   las relucientes alas
   que engalanan, vistosas,
   topacios y diamantes,
   como tu albor brillantes,
   y fúlgidas y hermosas  10
ricas cenefas de amaranto y oro.
      Cándida fulgurando
   tus rayos esplendentes,
   vas en tu curso blando
   serena matizando  15
   las auras lisonjeras
   con visos transparentes,
   y limpia reverberas
si en los aires azul, blanca en las fuentes.

      Luciendo esplendorosa  20
   la atmósfera enriqueces,
   a veces de oro y rosa,
   de nieve y grana a veces;
   y al repartir galana
   ya el oro, ya la nieve,  25
—50→
   ya la encendida grana,
   con mágicos vislumbres
   bordas, pasando leve,
de plata el ancho mar, de oro las cumbre

      Y pura y rutilante,  30
   desde tu claro asiento
   con vagos resplandores
   esclareces brillante
   la tierra de colores,
   si de llamas el viento;  35
   y arrastrando lumbrosa
   de blancos arreboles
   el escuadrón lucido,
cruzas el aire, de tu gloria henchido,
con alas de jazmín y pies de rosa.  40

      Alzas el vuelo ardiente
   hacia el cenit radiante,
   y en él vivificante
   blanca te enseñoreas,
   y con ligero paso,  45
   desde, el risueño Oriente
   hasta el ceñudo ocaso,
   tu corte luminosa
en alas de tu ardor libre paseas.
      Y al fogoso ardimiento,  50
   aunque fogoso, grato,
   de tu abrasado aliento,
con magnífica pompa y rico ornato
arden los bosques y se enciende el viento.

      Natura, fascinada  55
   al dulcísimo peso
   de tan puro embeleso,
   se aduerme sosegada.
   Ni balan las ovejas,
   ni las hojas se mueven,  60
   ni las volantes auras
   a murmurar se atreven.
   Se ostentan en sus tallos
   inmóviles las flores;
   tendidos a las sombras,  65
   del soto en las alfombras
   se mira a los pastores.
   Mudos callan los ecos,
   las diáfanas corrientes
   débil rumor levantan;  70
   y, con blando reposo
   en éxtasis sabroso
ni el aura vuela, ni las aves cantan.

      Tal vez en la espesura
   el céfiro despierta  75
   para tejer doseles
   de rosas y claveles,
   porque en la frente pura
   del clavel y la rosa
   se mitigue la saña  80
   de la luz enojosa,
cuando estival con profusión nos baña.

      Cruzando perezosos
   el prado los insectos,
   los rayos luminosos  85
   con lánguido desmayo
   embelesados miran,
   y mil átomos giran
en torno al resplandor de cada rayo.

      A flor del agua pura  90
   los peces se levantan
   desde el profundo asiento,
   y rápidos quebrantan
   su límpida clausura
   con presto movimiento.  95
   La tersa superficie
   se muestra delicada
   partida en cien espejos,
   y el aire matizando,
   bellísimos reflejos  100
   irradia colorada.
   En la fuente serena
   se mira rodeado,
   cada grano de arena
   de puros arreboles,  105
   y en fingido traslado
cada gota gentil miente mil soles.

      Los ánades sus alas
   sobre las aguas tienden,
   que cual lustrosos prismas  110
   mil colores desprenden;
   y ya azul, ya rosada,
   ya de color de nieve,
   sutilísima, leve,
   la luz brillando, salta  115
   do sus flotantes plumas,
   y blanca y azulada,
   y de color de rosa,
   y esplendida y hermosa,
   ligeramente esmalta  120
las bullentes y cándidas espumas.

      Pulidos reluciendo
   los purpúreos corales,
   los nácares y conohas
   y perlas orientales,  125
—51→
   con fúlgida armonía,
   espléndidos parecen
   los blancos arenales
alfombras de brillante pedrería.

      La meridiana lumbre  130
   su planta esplendorosa
   sobre las nubes sienta,
   y allá en la excelsa cumbre
   la frente nacarada
   de záfiros ornada,  135
con pompa, majestad y orgullo ostenta.

      Vertiendo ardor fecundo,
con pies de rosicler bordando flores,
   la luz que tanto adoro
   con leves alas de oro  140
el claro vuelo sigue, henchiendo el mundo
   de arreboles y llamas,
   y reflejos y visos y colores

      -Serena luz: ¡qué hermosa,
arrastrando tu séquito lucido,  145
cruzas el aire, de tu gloria henchido,
con alas de jazmín y pies de rosa!

      Por eso arrebatadas
por beber de tus rayos celestiales
la benéfica lumbre,  150
rápidas hienden la celeste cumbre
en vistoso tropel las garzas reales.

      Por eso transparentes
   caminando las fuentes
   con sosegadas huellas,  155
   ni murmuran querellas,
ni arrojan perlas, ni rumor levantan;
   y sin duda por eso
adormidas con mágico embeleso,
ni el aura vuela, ni las aves cantan.  160

      ¡Oh! Corona la esfera
   del ardimiento grato
   de tu abrasado aliento,
porque al fulgor de tu imperial carrera,
con magnífica pompa y rico ornato,  165
ardan los bosques y se encienda el viento.



  —52→  

ArribaAbajoSilva tercera

La tarde





       Con agradable paso,
   dulce, adorada lumbre,
   el noble señorío
   cedes del cielo raso
   al resplandor sombrío  5
   de las rubias estrellas,
   y plegando tus alas
   en grata mansedumbre,
   recoges ¡ay! con ellas
tu hermosa esplendidez y ricas galas.  10

      Ornada de rubíes,
   hundes la tierna frente
   en la mar encendida,
   y con franjas vestida
   de rojos carmesíes,  15
   retocas levemente
   la mar de verde y plata,
   de azul del ancho cielo,
   y, con lucido vuelo,
   las nubes de escarlata,  20
   y de esmeralda el suelo.

      De las excelsas vías
   ligera te desprendes,
   y si al nacer subías
—53→
   de nube en nube osada,  25
   ya mustia y desmayada,
   de una en otra desciendes,
   y en las verdes alfombras
   de los profundos mares
tu manto real descolorida tiendes,  30
cegando luces y engendrando sombras.

      Con plácido desmayo
   su incendio peregrino,
   ya débil, mortecino,
   se apaga rayo a rayo;  35
   y leve y rubicunda,
   de su fulgor escaso
   débilmente se inunda
   el esplendente ocaso;
   y fulgurando triste,  40
   de la atmósfera vana
   el transparente manto
   ligeramente viste
   con pálidos reflejos,
   ya aquí de rosa y grana,  45
   ya allá de nieve y rosa,
   acullá de amaranto,
más lejos de oro, y de jazmín más lejos.

      Iluminando apenas
   el cárdeno horizonte,  50
   con ráfagas serenas
   riela esplendorosa
   colorada en el monte,
rica en los cielos, y en la mar hermosa.

      ¡Cómo están despidiendo  55
del rojo sol las postrimeras lumbres
   con desacorde estruendo,
balando los rebaños por las cumbres,
por los valles las tórtolas gimiendo!

    Y en alas de los céfiros suaves  60
formando bandas, por los aires, bellas,
¡oh, cómo en pos de sus brillantes huellas
rápidas van las altaneras aves!

      Con lúgubre gemido
   solloza el manso viento;  65
   es un ¡ay! cada ruido,
   cada voz un lamento.

    Los árboles sus cúpulas frondosas
con verde pompa y majestad inclinan,
a impulso de las auras sonorosas  70
que hacia el ocaso tras la luz caminan.

    Si alza la noche su atezado manto,
la luz huyendo, sus horrores dobla;
si gime un ave en dolorido canto,
el eco gime, y su plañir redobla.  75

    Quejas levanta al murmurar doliente
fugaz el aura en apacibles giros,
y al trasmontar la luz, son de la fuente
las aguas llanto, y el rumor suspiros.

    ¡Ay! no es así cuando a los frescos llanos  80
bajan al alba en celestial decoro
sílfides blancas, que con rubias manos
la aurora ciñen con guirnaldas de oro.

    Plácida entonces entre flores gira
ligera el aura despertando olores,  85
y regalada del frescor, respira
amor la selva, y la pradera amores.
—54→

    La niebla entonces por el manso viento
se adorna de los rayos matutinos,
y entonces se oyen con sabroso acento,  90
en vez de quejas, amorosos trinos.

   -¡Sombras, que osadas hacia el rubio ocaso
      camináis tristemente
tardías, refrenad el negro paso;
que aun brillan, cual lucientes atalayas,  95
del yerto monte las robustas hayas!

      ¡Refrenad, bando impuro,
   el paso acelerado,
   templando los horrores
   de vuestro manto oscuro;  100
   que aun miro alborozado
del claro sol al resplandor propicio,
si alfombras huello de olorosas flores,
o la orilla tal vez de un precipicio!

      No importa que de estrellas,  105
   al parecer tan bellas,
   bordéis esplendorosas
   las alas tenebrosas;
   sus pálidos reflejos
   son mentidos espejos;  110
y el brillo afrentan de las más preciosas
las falsas piedras, si se ven de lejos.

    Mas ¡ay! que con tu corte refulgente,
luz de mis ojos, te abismaste en tanto...
¿Por qué, si al trasmontar, son de la fuente  115
ayes los sones, y las aguas llanto?

    Vuelve otra vez, porque a los frescos llanos
bajen al alba en celestial decoro
sílfides blancas, que con rubias manos
la aurora ciñan con guirnaldas de oro.  120

    Vuelve, y que entonces entre flores gire
ligera el aura despertando olores,
y regalada del frescor, respire
amor la selva, y la pradera amores.





  —54→  

ArribaAbajoLa guirnalda



ArribaAbajo    Dar pretendo a la más bella,
que menos sepa de amores,
una guirnalda de flores,
y mi corazón con ella.

    Niñas de los ojos bellos,  5
al triunfo optad las primeras,
si al par contáis hechiceras
las gracias y los cabellos.

    Venid sin vanos aliños
con ella a ser coronadas,  10
hermosas como las hadas
con quien soñamos de niños.

    Palma del mejor modelo
será esa guirnalda hermosa,
que al aire ondea graciosa,  15
mintiendo el iris del cielo.

    Listadas de azul y gualda
sus bellas flores nacieron;
jamás las gracias tejieron
tan peregrina guirnalda.  20

    Ved las auras amorosas
¡cómo vagando la mecen!
ved ¡qué conformes parecen
entre los lirios las rosas!

    Con los azahares distinto  25
junta el clavel su carmín,
y entre jazmín y jazmín,
salta el color del jacinto.

    ¡Cómo en la tierna guirnalda
concuerdan con dulce agrado  30
con el matiz más nevado
la más subida esmeralda!

    ¡Y cuán gallardas las flores
dan, con gentil movimiento,
capullos y hojas al viento,  35
frescura, esencia y colores!

    Si alguna, entre tanta bella,
aspira al don soberano,
levante airosa la mano,
y ciña su sien con ella.  40

    Mas cuide no se la ciña
sin ser de beldad modelo,
pues pagara, vive el cielo,
su inadvertencia de niña.

    Que nadie el don halagüeño  45
sin causa podrá alcanzarlo,
pues se deshace al tocarlo,
como la dicha de un sueño.

    De alguna sé que la palma
ganar en la lid podría...  50
Mas cesa, esperanza mía,
no así me inquietes el alma.

    Que no han de empañar ahora,
al recordar mis amores,
otras lágrimas las flores  55
que las que les dio la aurora.

    Esa florida guirnalda,
ya despojada de abrojos,
ha de hechizarme los ojos
sobre la tez de una espalda.  60

    Venid, venid, peregrinas,
matando, niñas, de amores.
justo es que gocéis las flores
alguna vez sin espinas.
—55→

    Y no diréis que inhumano  65
vuestro placer no prevengo,
cuando por vosotras tengo
llena de heridas la mano.

    ¿Y a quién, al verla, no asombra
esa guirnalda gentil,  70
tan vaga, aérea y sutil,
que, opuesta al sol, no hace sombra?

    Del cielo la transparencia
afrenta, así desplegada,
de aire y matices formada,  75
lumbre, contornos y esencia.

    Cual las esperanzas mías,
tiene su verde frescura,
y tan fresca su verdura
como el abril de mis días.  80

    Aun no ajaron sus colores
del céfiro los arrullos,
ni el huracán sus capullos,
ni las abejas sus flores.

    Y con tenue movimiento,  85
jamás tocaron sus galas
ni del ruiseñor las alas,
ni los gemidos del viento.

    Naciente, pura y hermosa,
se ostenta con pompa suma  90
tan fresca como la espuma,
tan suave como la rosa.

    Y fresca y suave y pura.
sobre los aires flotando,
desde hoy la dejo esperando  95
la reina de la hermosura.

    Por esto si alguna bella
merece el don soberano,
levante airosa la mano,
y ciña su sien con ella.  100



  —56→  

ArribaAbajoA Felisa

El día de su boda




ArribaAbajo    Aunque a la aurora temores,
y al mismo sol des enojos,
te sientan con mil primores
la languidez en los ojos,
y en el cabello las flores.  5

    Muestran tantas maravillas
los diamantes en tu cuello,
las rosas en tus mejillas,
que con real ornato brillas
desde la planta al cabello.  10

    Y aunque arreo tan brillante
dé a tu belleza decoro,
¡ay, que en tu lindo semblante
oculta cada diamante,
bella Felisa, un tesoro!  15

    Vertiendo dulce sonrisa,
no ocultes los ojos bellos,
porque te dirán con risa
que ya leyeron, Felisa,
tus pensamientos en ellos.  20

    Embebecida y errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.  25
—57→

    Ya sé que en este momento
las niñas en dulce calma
oyen, con turbado intento,
cosas que murmura el viento
y escucha gozosa el alma.  30

    Ya sé que el cielo abandonan
los ángeles, y que hermosos
de luz su frente coronan,
y dobles himnos entonan,
de su hermosura envidiosos.  35

    Sé que en sus ojos se encantan,
y que en torno se revuelven;
acentos de amor levantan;
las llaman hermosas; cantan;
besan su faz, y se vuelven.  40

    Y en este instante de gloria,
con recuerdos seductores,
ya sé que por su memoria
pasan la amorosa historia
de sus pasados amores.  45

    Por eso, Felisa, errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.  50

    Dime si tal vez, hermosa,
en esa ilusión tranquila
probando estás amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.  55

    Di si en tus ojos se encienden
los ángeles; si contento
te causa tal vez su acento;
y si mirándote, tienden
las blancas alas al viento.  60

    Di si recuerdas, Felisa,
las canciones que sonaron
en tu calle, y se apagaron;
¡que por Dios que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron!  65

    Ya no escucharás cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.  70

    Que os es muy grato a las bellas
al son del arpa importuna
oír amantes querellas,
ya al brillo de las estrellas,
ya al resplandor de la luna.  75

    Y os place ver derramados
cantos de amor por los cielos,
porque causen acordados
a otras hermosuras celos,
y a otros galanes cuidados.  80

    Y oís las trovas de amores,
en vuestro lecho adormidas,
como los vagos rumores
que hacen al ondear las flores,
de vuestras rejas prendidas.  85

    Y al despertar, con empeños
tal vez pensáis que, halagüeños
os dan, cantando, placeres,
esos dulcísimos seres
con quien platicáis en sueños.  90

    -Mas ¡ay, que ya se apagaron
aquellos cantos, Felisa,
que en tu alabanza sonaron!
y por Dios, que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron.  95

    Pasaron los amadores,
llevando sus falsas llamas;
tiempo cos que libre de azores
trate, Felisa, de amores,
la tórtola entre las ramas.  100

    Ya no escucharás, cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.  105

    Las rosas que con pasión
hoy te prendiste galana,
las últimas rosas son
que columpió en tu balcón
la brisa de la mañana.  110

    Si ya con plácidas glosas
tu pecho nunca se embriaga,
aun hay canciones gustosas,
con que a las tiernas esposas
el aura nocturna halaga.  115

    Si trovas no están rompiendo
tus sueños, como hasta aquí,
los romperá el dulce estruendo
de algún pecho que gimiendo
esté, Felisa, por ti.  120

    Y unos sones muy callados
oirás cruzar por los cielos,
sin que causen, acordados,
ni a otras hermosuras, celos,
ni a otros amantes, cuidados.  125

    Y a cada momento, hermosa,
en grata ilusión tranquila,
podrás probar amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.  130




ArribaAbajoTu risa



ArribaAbajo    Agite placentera
la risa veleidosa,
como el aura ligera,
tus mejillas de rosa.
Descienda fugitiva  5
por la serena frente,
ya desparezca esquiva,
ya torne de repente,
ya en fantástico vuelo
vague, en torno girando,  10
ya, dando tregua al duelo,
huya y torne fugaz, fugaz pasando.

    Y después amorosa,
luego que haya tocado,
ya el labio colorado,  15
ya la mejilla hermosa,
aérea, rutilante,
como leve ambrosía,
venga a caer amante
en lo más hondo, al fin, del alma mía.  20



  —58→  

ArribaAbajoEl arroyo



ArribaAbajo       Arroyo sosegado,
que al resbalar so la enramada bella,
   murmuras acordado,
rico de espejos, si de aromas ella,
   en vagos resplandores  5
confundiendo tus visos con sus flores,
      Ayer cuando naciste,
eras pequeño manantial sin brío,
   después arroyo fuiste;
luego serás en la floresta río,  10
   y más allá corriente
que el mar arrostres con soberbia frente.

      Apresurado llega,
al par de las clarísimas cascadas,
   a la cercana vega,  15
que a su placer descienden reclinadas
   con brillante decoro
en blandos lechos de esmeralda y oro.

      Prosigue; que a tu lado
gimiendo iré, cuando fugaz murmures,  20
   y de mí acompañado
hasta el valle serás, aunque apresures
   tu cristalina marcha
con frente de ovas y con pies de escarcha.

      Los dos con dulce estruendo  25
iremos, tú placeres murmurando,
   yo pesares gimiendo;
y nuestras voces a la par alzando,
   serán tus alegrías
rémora acaso de las penas mías.  30

      Cuéntame dó luciente
bordaste de tu linfa cristalina
el manto transparente
de tanta perla y esmeralda fina,
   y con belleza suma  35
de dónde arrastras tu nevada espuma.
—59→

      Cuéntame si brotaste
al pie de un sauce o de elevado pino;
   los prados que cruzaste;
cuántos mármoles viste en tu camino;  40
   las flores que bañaron
tus frescas aguas, y a su humor brotaron.

      Dime las dulces aves
que de los olmos de tu blanda orilla
   te cantaron süaves,  45
y las sierpes que al verte sin mancilla
   vertieron su veneno
para poder cruzar tu limpio seno.

      Dime si las zagalas
tus claras urnas ilustrando viste  50
    sin inútiles galas;
y cuéntame los sueños que infundiste
    al oír los pastores
el dulcísimo son de tus rumores.

      Que yo te iré contando  55
mis cortos bienes y mis luengos males.
   -Mas ¿la vega mirando,
presuroso despeñas tus cristales
   y rápido te alejas?
Bien haces ¡ay! por no escuchar mis quejas.  60

      -¡Qué hermosa está la vega,
cuando bañada de feraz rocío,
   fructífero la riega
el ámbar celestial de tanto río,
   sobre su nácar blando  65
la clara luz del sol reverberando!

      Las aguas transparentes,
formando al oscilar claros espejos,
   los delgados ambientes
arrebolan de mágicos reflejos,  70
   que ya azules, ya rojos,
embelesan extáticos los ojos.

      ¡Mil veces venturosas,
tan henchidas de honor, como abundantes,
   corrientes sonorosas,  75
que pagando tributos en diamantes,
   camináis sosegadas,
de palmas inmortales coronadas!

      Y así con tal premura
con las aguas medréis de las praderas,  80
   que, al ver tanta hermosura,
espantada abandone sus riberas,
   y ceda a vuestro brío,
reprimida la mar, su señorío.

      Seguid, claras corrientes,  85
con dulces y suavísimos rumores,
   poblando los ambientes
de reflejos y débiles vapores,
   que como frágil velo
los rayos templen de la luz del cielo.  90

      Y a ocultar en los mares
que llevéis estas lágrimas os pido,
   fruto de mis pesares,
y último resto de ni afán perdido,
   si acaso por ser mías  95
no las desdeñan vuestras ondas frías.



  —60→  

ArribaAbajoMi harén en Andalucía



ArribaAbajo   El alba la luz temprana
turbados mis ojos ven,
¿y aun a estas horas, sultana,
desierto tienes mi harén?

    ¿De cuándo acá, vida mía,  5
a desterrar mis enojos
viene antes la luz del día
que el resplandor de tus ojos?

    Olvida amantes agravios,
y ven, sultana, a mi lecho,  10
con la sonrisa en los labios
y la ternura en el pecho.

    Ven; que ya libre de penas,
te ofrezco en amante lazo
amor en vez de cadenas,  15
y en vez de hamaca un regazo.

    Tus dulces labios en calma
aspiren con tierno afán
estos suspiros del alma
que a ti de su centro van.  20

    Y para darte más gloria,
tristes verdades mintiendo,
voy a contarte una historia
que anoche forjé durmiendo:

    -«Era una hermosa sultana  25
de talle esbelto y galán,
que ha cautivado inhumana,
siendo cautiva, al sultán.

    Jamás su altivez sentía
por su cautiverio enojos,  30
porque la ingrata tenía
la libertad en los ojos.

    Y aunque tan cruda la bella
pagaba al amante fiel,
nunca el rigor de su estrella  35
maldijo en sus cuitas él.

    Que al hado acusar de impío,
después de amantes reveses,
es conjurar al estío
que ya ha abrasado las mieses.  40

    Y en las revueltas de amor
tan mal el amor nos paga,
que está en más el agresor
que hace más honda la llaga.

    En la memoria grabando  45
el cuento ve, que es tan cierto,
como el que forja soñando
lo que le pasa despierto.

    Libre ella, y él en su afán,
vivían hoy y mañana,  50
así rendido el sultán,
y exenta así la sultana.
—61→

    Siempre llamaba antes que ella
a sus ventanas el día,
y con los suyos la bella  55
jamás sus labios ungía.

    Y eso que el triste en su agravio,
por más que su fe te asombre,
sólo secaba su labio
mentando en sueños su nombre.  60

    ¡Ay del mortal que en sus sueños
no acuden a darle holganza
esos fantasmas risueños,
fruto de nuestra esperanza!

    ¡Ay del sultán que en su pena  65
cultiva locos amores,
como un erial, cuya arena
ni cría césped ni flores!

    ¡Triste de aquel que su amada
junta soñando a su pecho,  70
y al despertar, olvidada
ve la mitad de su lecho!

    Libre ella, y él en su afán,
vivían hoy y mañana,
así rendido el sultán,  75
y exenta así la sultana».-

    Mas, vive Dios, que en mi gloria
loco de amores creía
que oyendo estaba la historia,
ebria de gozo la mía.  80

    Creyendo verla soñando,
mis cuitas de amor la cuento,
y por Alá que estoy dando
satisfacciones al viento.

    Que llamen a mi sultana,  85
si acaso está en los jardines,
pues ya escucho a su ventana
trinando los colorines.

    Decidla que de pasada
van, en conciertos süaves,  90
echándola la alborada
hacia las selvas, las aves.

    Ven a quien triste delira,
sultana, y verte desea;
que aquí mi pecho suspira,  95
si allá el ruiseñor gorjea.

    Ven, que ya sueltan rumores,
formando en tu ausencia quejas,
los ramilletes de flores
que anoche colgué en tus rejas.  100

    Y si te place estar viendo
los rayos matutinales,
¿a qué te alejas, teniendo
tus miradores cristales?

    Mira desde ellos, si tienen  105
cosa que alegre tu afán,
como las luces se vienen,
como las sombras se van.

    Las plácidas flores mira
cual mueve el aura insegura  110
que entre las peñas suspira,
y entre las ramas murmura.

    Y en su correr trasparentes,
y en su revolar süaves,
cantando al son de las fuentes,  115
poblar los sotos las aves.

    Mira en hermoso atavío
rico de galas el suelo,
de algas y conchas el río,
luz y colores el cielo.  120

    Y mira rindiendo amores
hoy a tus pies reverentes
cautivos, árboles, flores,
céfiros, aves y fuentes.

    Y mira hamacas prendidas  125
      de las palmas;
¡cuándo estarán así unidas
      nuestras almas!

    Y cómo alegres en ellas
      las cautivas  130
se están meciendo, tan bellas
      como esquivas.

    Van del ambiente las alas
      regalando,
de extremo a extremo sus galas  135
      columpiando;
y aunque oyen de sus cadenas
      el estruendo,
están al menos sus penas
      adurmiendo.  140
    Flotando en muelles arranques
       van las plumas,
como en rizados estanques
      las espumas.
Templa del aire el arrullo  145
      sus congojas,
si las inquieta el murmullo
      de las hojas.

    Y van por las auras vagas
      en su vuelo,  150
como pudieran las magas
      por el cielo;
o como allá en alta noche
      placentera
rueda la luna en su coche  155
      por la esfera.

    Sultana, ve a columpiarte
      voluptuosa;
no haya moro que al mirarte
      tan hermosa,  160
no trueque en grata blandura
      su braveza,
y no incline con mesura
      la cabeza.
Y forma con las cautivas  165
      tiernos lazos,
puesto que el columpio esquivas
      de mis brazos;
tú que en pureza acrisolas
      los azares,  170
serás el cisne en las olas
      de los mares.
Y cual el pájaro amante
      que su nido
sobre la rama ondulante  175
      ve mecido,
—62→
te miraré ya marchando,
      ya viniendo,
ora si vas, sollozando;
ora si vuelves, gimiendo.  180

    Mas deja el columpio erguido,
y ese brillante arrebol,
que ya en el cenit tendido
tus ojos ofende el sol.

    Ven a mi harén apiadada,  185
donde te aguarda esplendente,
con profusión derramada,
toda la gala de Oriente.

    Ya busca el agua saltando
del prado la verde alfombra,  190
y, el vulgo de aves sonando,
entre las palmas la sombra.

    La mar apenas murmura,
y alzan muy débil acento
las aguas en la llanura  195
y en las montañas el viento.

    En su lujoso atavío,
los cisnes, con pompa suma,
cruzan las aguas del río
durmiendo en lechos de espuma.  200

    El ruiseñor en su nido
del sol esquiva las llamas,
y entre las hojas dormido
no agita el viento las ramas.

    Ven adonde halles las flores  205
que cría el valle más puras,
y plumas de mil colores,
como tu fe mal seguras.

    Y espejos que serán parte
para templar tus enojos,  210
pues que rehúsas mirarte
en el cristal de mis ojos.

    También historias galanas
te contaré en mis afanes,
donde hay ingratas sultanas  215
y enamorados sultanes.

    Verás en ornato bello,
si a tal primor no te asombras,
corales sobre tu cuello,
bajo tus plantas alfombras.  220

    En mis brazos regalados
habrán de adormir tus penas,
las aves desde los prados,
desde la mar las sirenas.

    Y con canciones livianas  225
mitigarán tus dolores,
las auras en las ventanas,
en los jardines las flores.

    Entre tan tiernas canciones
te ofrecerán con anhelo,  230
los aires plumas y sones,
galas y alfombras el suelo.

    Y cuando en volubles giros
dándote estén lisonjeros,
perfumes los pebeteros,  235
y música mis suspiros.

    Agitarán con sus alas
en torno de ti los vientos
músicas, plumas y cuentos,
flores, perfumes y galas.  240



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