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Territorio e identidad en «Zama», la novela de Antonio Di Benedetto

María Elena Legaz

El proceso de degradación de Diego de Zama

La crisis de la administración borbónica en Hispanoamérica, forma parte de la visión que, a través de un narrador protagonista en primera persona, llega a los lectores de Zama. Este, que en el pasado ha sido pacificador de indios, el corregidor que «hizo justicia sin emplear la espada», se encuentra ahora (1790) en una etapa burocrática «sin sorpresas ni riesgos». Sufre olvido de parte de las autoridades y está inmerso en el vacío de la espera que lo destruye mientras busca reconocimientos. Su descenso, que lo llevará al anonimato, coincide con el del sistema en el que está obligado a permanecer como «esos sufridos peces» a quienes el agua rechaza y nunca logran nadar en el centro sino en los bordes pero están apegados a ese medio, en la conquista de la permanencia.

En la sociedad de la época se realizan fiestas oficiales, se organizan bailes y reuniones a la manera inglesa como la descripta en casa del Ministro de la Real Hacienda, pero las autoridades ya no pueden pagar a sus funcionarios. Teóricamente el asesor letrado Diego de Zama posee una alta remuneración pero de esa suma, los bienes que dependen de la ciudad son ilusorios por los escasos recursos con que cuenta, y los que tienen que ser remitidos desde España, llegan solamente en ocho oportunidades en los quince meses que lleva en ese sitio al comienzo de la novela. Debe vender su caballo, que forma parte de una concepción caballeresca aún en vigencia, para pagar sus comidas. Marta, la esposa lejana le escribe ofreciendo vender las propiedades para procurarle dinero y no perjudicar su carrera. Si bien en la primera parte existen fluctuaciones entre épocas de necesidad y de mejoramiento transitorio y al llegar pagas atrasadas aún puede hacer proyectos, a partir de la segunda (1794) la falta de ingresos resulta permanente. Debe abandonar su residencia en una casa rica, con sirvientes y costumbres tradicionales, donde lo tratan con la deferencia propia de su rango y se aloja primero en un rancho de una viuda española y pobre con la que engendra un hijo y luego en una vivienda fantasmal con habitaciones sin techo, sin puertas, con muros derruidos, en un sitio alejado e inhóspito. Cambia su lugar de comidas desde la posada a la taberna y para mitigar el hambre, que por momentos adquiere las proporciones de la picaresca, permite que lo alimente su secretario Manuel Fernández, un inferior en jerarquía, quien después se casa con Emilia y reconoce a su hijo. Finalmente acepta la ayuda de una mujer marchita a quien no desea y a la que entrega su sensualidad por unas monedas. A veces los sueldos atrasados que llegan abarcan a los empleados subalternos y no a los superiores; a estos se les pide renunciamientos y silencios para no dañar la imagen monárquica. Zama advierte que el gobernador no sufre por los atrasos porque tiene sus propias tierras y haciendas, lo que pone de manifiesto las injusticias y sugiere cierta corrupción administrativa. (En otras novelas de Di Benedetto, el Poder será un Orden, una Organización, un Ello difuso y kafkiano). La sociedad que llama de «usos llanos» está sometida a prejuicios sociales y raciales y desigualdades, sobre todo en el «mundillo oficial». Algunos poseen privilegios: el gobernador o el oficial Bermúdez cuyo delito sobre una mujer -Rita- queda impune, o el mismo Zama al acusar a otro funcionario, Ventura Prieto, que sufre un castigo injusto por razones de jerarquía. Cuando muere el oriental, el sacerdote organiza cuidadosamente sus ritos funerarios al enterarse que es rico.

La burocracia se agudiza cuando las relaciones entre el gobernador y el asesor letrado se vuelven más protocolares y debe solicitar audiencia para verlo. A su vez, él somete a esperas innecesarias a las personas que le solicitan una entrevista y a su secretario que lo cuida durante una extraña enfermedad y se hace cargo de su hijo abandonado, continúa considerándolo un subalterno sujeto a sus órdenes. Los trámites para comunicarse con el virrey o con las autoridades metropolitanas son trabados, lentos e interminables.

La minoría blanca desdeña a todo un conglomerado de mestizos, indios, negros y mulatos considerados como esclavos. A través de Luciana, uno de los objetos de deseo de Zama en la primera parte, se entera de los crueles tratamientos que soportan esos grupos y castas:

…quería reunirse con los guaycurúes, no obstante saberlos salvajes. Pero la gente de su señor le dio caza y en castigo, a fin de que no pudiese fugarse nunca más, le abrió la planta de los pies y le untó los tajos con el zumo de una planta venenosa que le dejó una constante corrosión, impidiéndole caminar con normalidad.

(Di Benedetto, 1967, p. 72)



A Zama le causa compasión una nativa enferma caída en una zanja y abandonada por su marido y le arroja unas monedas pero no se esfuerza por enviarle la ayuda que le promete. El aislamiento y el primitivismo son otros rasgos de esa sociedad. Se alude a provincias donde se come carne humanas o a raterías de indios a la luz del día. Los indígenas y mestizos tienen sus propias médicas (guaiguí) y los blancos aún en sus grupos más distinguidos prefieren «antes que al cirujano al cura experto y más que al cura experto, al curandero» (Di Benedetto, 1967, p. 39).

En una entrevista, al referirse al título original «Espera en el centro de la tierra», Di Benedetto recuerda que se pregunta: «¿Cuál es el centro de la tierra en América? El punto más alejado de los dos océanos: Paraguay» (Di Benedetto, 1984). En la novela está sugerido por la alusión a las Misiones, la tierra roja, el clima, la vegetación, los grupos nativos y la sobria incorporación de vocablos guaraníes en el léxico. Asunción, uno de los primeros centros de la conquista, había perdido su antiguo poderío en largas etapas de luchas y conflictos políticos y luego de crearse el Virreinato del Río de la Plata, que lo incluía en una de sus gobernaciones bajo el predominio de Buenos Aires, con una población casi absoluta de indios y mestizos, sufría sublevaciones e incursiones lusitanas. Allí, en ese sitio, Zama siente su soledad, en medio de un continente cuyos rasgos son la desmesura, la inabarcabilidad en la medida de pasos humanos y la percepción de sentirse ignorado por el resto del mundo. La angustia por la inexistencia de comunicación está simbolizada por la actitud de constante espera, pendiente de la llegada de algún barco.

Las letras se hallan representadas por Manuel Fernández, el escribiente quien es perseguido por intentar escribir un libro en medio de sus tareas burocráticas de servir al rey. El sumario que se le inicia, se liga con la censura ya que tanto para el gobernador como para el asesor letrado, es un misterio el contenido de la obra anunciada. Manuel Fernández hace una encendida defensa de la necesidad de escribir cuando la inspiración empuja para ello, sin fijarse ni lugar ni tiempo. Finalmente absorbido por su nueva familia, y para eludir la censura, entrega su libro a un viajero que no encuentra nada para leer al no llegar el barco previsto.

Entre los blancos resaltan los españoles indianos que vuelven a su patria para gozar de los bienes acumulados en América sin haber creado lazos con ella. En esta sociedad hay conflictos entre españoles y americanos pero también existen americanos como Zama que ignoran las carencias y sufrimientos de sus coterráneos, y en cambio, participan de los problemas propios de los peninsulares. Ventura Prieto advierte a la conciencia adormecida de Zama cuando se define como «un español lleno de asombro ante tantos americanos que quieren parecer españoles y no ser ellos mismos lo que son» (Di Benedetto, 1967, p. 38). Ventura Prieto cuestiona el sistema de encomiendas vigente en la práctica, si bien había sido abolido años atrás replicando que ningún título resulta válido para justificar ese servicio personal. Por su parte, Zama promete a un descendiente de Irala (propulsor del sistema en el Río de la Plata) darle un grupo de aborígenes basándose en esa herencia para mostrar un poder que no tiene.

En lo afectivo Zama se mueve en la fluctuación entre posibilidad e imposibilidad de amor; es un amante escindido. Su mujer, Marta, y sus hijos están lejos y no puede disfrutar de ellos; una posibilidad entrevista, Rita, se desvanece porque pertenece a otro hombre. Luciana, con la que mantiene una larga y controvertida relación, es otro desencuentro porque él ama su cuerpo entrevisto en el baño del río y ella ama su pretendida pureza. Para Zama, el ex oficial mayor Bermúdez, el amante de Rita y unido por alguna ambigua relación con Luciana, es «el capaz de ser amado». La imagen de su reminiscencia en el seno materno enlaza su carencia amorosa a una frustración existencial de sus orígenes: es el nacido a destiempo, el rezagado, quien ocupará siempre un segundo lugar. Su necesidad de amor es más imperiosa en una extensión en la que se encuentra anonadado y perdido: «Yo en medio de toda la tierra de un continente que me resultaba invisible aunque lo sentía entorno como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas» (Di Benedetto, 1967, p. 34).

Uno de sus principales problemas se centra en su fidelidad a Marta, su esposa, frente al llamado de lo inmediato, frente a una sensualidad encendida por una naturaleza y un clima excitantes. Toma en la calle a una mulata a quien sigue hasta los alrededores de la ciudad a pesar de su aseveración pública de aceptar solo mujer blanca y española, pero después siente deseos de mutilarse. Pasados los años decide naturalmente: «Salí en busca de mujer». Estas infidelidades que se registran también en el plano de lo fantástico como la imagen de la viajera del Plata, o esas mujeres que en número indeterminado aparecen y desaparecen por las galerías de la casa de Ignacio Soledo, o sus ensoñaciones con mujeres envueltas en pieles mientras car la nieve en países lejanos, no le impiden volver al recuerdo de Marta, su «dueña única e inalterable», sus cartas, sus mensajes y la posibilidad de reencontrarla en un próximo traslado.

Así como en la primera parte predominan los símbolos de la madre y de lo femenino (Marta, las aguas, la luna, la casa...) en la segunda sobresale el relato del padre. Comienza con la imagen del padre creador de la cosmogonía, el dios que fracasa porque no recibe reconocimiento de los creados y por eso deja el bien librado a sí mismo o al esfuerzo del hombre y agita los males casi vengativamente ayudado por dioses subalternos mientras contempla ajeno el universo mudo. La paternidad cosmogónica carece de sentido tanto como la paternidad equívoca de Zama. Existe paralelismo entre el padre creador del mundo quien sentado sobre una roca observa a sus criaturas que no pueden devolverle ninguna de sus miradas estremecidas de padre y el padre Zama que mira desde una barranca próxima a su frustrada segunda familia. Ya es consciente de su progresivo despojamiento: «Necesitaba rigurosamente vivir tomado de las posibilidades porque las cosas -demasiadas cosas- se desprendían de mí. Yo iba quedando desnudo. Son terribles los azotes en las carnes desnudas» (Di Benedetto, 1967, p. 112).

En el plano de los valores su código declina visiblemente cuando no defiende el honor de una dama, Rita, cuando no acepta el duelo que le pide el esposo de Luciana, cuando miente en el sumario a Ventura Prieto a quien ataca desarmado, cuando se desliga del oriental y cada vez más desea que se lo exima de obligaciones peligrosas. Uno de los momentos más significativos es aquel en que recibe ofensas del posadero y piensa que tiempo atrás lo hubiera atacado pero ya no tiene ni espada ni estoque con los que se revivía incluso en el seno materno. La pérdida total de la dignidad ocurre cuando envía una nota aceptando la ayuda económica de la mujer de la ventana y se vuelca la tinta sobre el escrito; entonces aplasta las gotas: «Quería extender la suciedad, que todo estuviera sucio» (Di Benedetto, 1967, p. 140).

En la tercera parte (1799), Zama tiene aún esperanzas de conseguir el traslado y el reconocimiento a través de la recuperación heroica de un Zama anterior, «el bravío», no «el menguado». Por eso forma parte de la expedición contra el misterioso Vicuña Porto. Desde su alejamiento de la ciudad con la tropa, el único espacio que existe es el de la naturaleza: el río, la laguna, el pajonal, y sobre todo el bosque que deben horadar. Han dejado atrás a la sociedad virreinal y los únicos códigos vigentes son los de la expedición o los de los grupos nativos que encuentran y a los que deben adaptarse. Las relaciones sociales transcurren con gentes cada vez más marginales: bandidos, aventureros o bien con comunidades extrañas como la de los indios ciegos. Solo al pasar a la pretendida acción, Zama se introduce en la problemática de la tierra americana y puede entender las penurias de los indígenas, de sus siembras frustradas e inútiles en las que, sin embargo persisten: «Le pregunté por el rendimiento de las cosechas -su pan- a uno de los indios que arreábamos. No me entendió. No me era necesaria la respuesta; años atrás me la había dado Ventura Prieto aunque nunca me habló de eso» (Di Benedetto 1967, p. 171). Son esos mismos que en aquel pasado suyo de corregidor que antes juzgaba heroico, él había contribuido en mayor o menor grado a ahondar en su condición. Analizaba esa imagen anterior con la sospecha de que no tuvo tanto de aguerrido y temible porque «un corregidor de espíritu justiciero que no había utilizado la fuerza puede reducir con facilidad la voluntad de esclavos estragados por meses de represión, más que violenta, cruel» (Di Benedetto, 1967, p. 14). Logra dilucidar así esa zona oscura que intuía siempre aún con la convicción de su pretendido heroísmo: «Por los elementos nobles no dejaba de reconocer algo -lo más- pringoso, desagradable, difícil de explicar como los intestinos de un animal recién abierto» (Di Benedetto, 1967, p. 14). No había entendido el origen de su percepción de esa imagen sangrienta que se corresponde con la sublevación de Túpac Amaru u otras rebeliones del siglo XVIII. Ahora deja la historia concebida a la manera europea y penetra en otra dimensión: el oro del Perú, los hombres que abandonan la legalidad de las armas españolas y se convierten en aventureros guiados por la utopía del camino del Dorado, la tierra sin mal. Ha pasado al ámbito de los vencidos.

La empresa contra Vicuña Porto está desde el comienzo signada por el fracaso; es la antiepopeya. Al partir «No hubo pues revista ni gala alguna». Zama no tiene mando; quien dirige la expedición es el capitán Parrilla. La vuelta a las armas resulta otra muestra del fracaso como lo ha sido su pretendida recuperación intelectual. Ni siquiera se produce una batalla pero cuando se colocan preventivamente en posición de combate, al olvidar deshacer la formación, los indios atacan y matan a varios hombres. La expedición claudica, negocia y el objetivo se convierte en algo móvil: «La meta se corre». Cuando Zama contempla a los muertos se intensifican sus miedos y piensa que es mejor no exponerse: «Yo tenía razones superiores porque vivir, no meramente los del honor» (Di Benedetto, 1967, p. 187). La degradación de héroe culmina con una delación a destiempo que lo convierte en encubridor y delator a la vez. La derrota no acaba con una muerte gloriosa, sino con el juicio, las ligaduras y por fin la mutilación para preservar la vida, retrotrayéndose a la animalidad, a la pura condición de la especie, convertido en un residuo humano: «porque aún sin brazos, sin ojos, podría comer raíces arrancándolas con los dientes; podría rodar como un bulto hacia el río» (Di Benedetto, 1 967, p. 201). Al final Zama envía un mensaje en una botella a Marta diciéndole: «no he naufragado», pero enseguida confiesa que sé que ese mensaje no tiene destinatario, ni Divinidad ni persona alguna exterior, sino que lo había escrito para él. Es el círculo inútil del existir, la libertad intransitiva en medio de la desolación del cosmos.

Mientras se desdibujan los otros planos alcanza la luz dentro de sí mismo concentrándose su visión del hombre y de la existencia. Así encuentra el sentido de la libertad «que no está allá sino en cada cuál»; el sentido de la muerte: «Pensé que debía acosarla, intimarla» y define el porqué de su vida. «Supe que por la espera. Siempre se espera más». También alcanza la total convicción de su fracaso: «Pero hice por ellos lo que nadie quiso hacer por mí: decir a sus esperanzas, no» (Di Benedetto, 1967, p. 205). La búsqueda de Vicuña Porto es la búsqueda de sí mismo y entonces se desnuda el yo sin crecer que lleva dentro cuando en el cierre de la novela reaparece el Niño Rubio, personaje simbólico que había intervenido fugazmente en varios momentos, siempre con la apariencia de unos doce años. Al enfrentarse a él le muestra esa inmadurez en el diálogo final: «y le dije a través de una mirada de padre: / No has crecido. / A su vez, con irreductible tristeza él me dijo: -Tú tampoco» (Di Benedetto, 1967, p. 206).

Territorio e identidad

En la década del treinta predomina en Argentina el ensayo de interpretación de la realidad nacional: Historia de una pasión argentina (1933) de Eduardo Mallea, El hombre que está solo y espera (1931) de Raúl Scalabrini Ortiz y Discusión (1932) de Borges. Estos debates se extienden hacia la posibilidad de una cultura nacional. El peronismo en los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, recrea los símbolos de la nacionalidad coincidiendo de alguna manera con los del Centenario para construir el ser nacional. Cuando se publica Zama en la etapa postperonista, hacía poco tiempo que Borges había dictado su famosa conferencia «El escritor argentino y la tradición» (1953) ya esbozada en épocas anteriores. Di Benedetto desde el interior del país, retoma sus conclusiones: los argentinos no necesitan vallar su cultura, nuestra tradición debe estar abierta a toda la cultura occidental. Escribe en Mendoza una novela que ocurre en Asunción del Paraguay sobre un funcionario americano de una administración española.

Encontramos en la novela puntos de contacto con El pecado original de América (1954) de Héctor Murena, cuyo núcleo ideológico «Reflexiones sobre el pecado original de América», data de 1948. En El pecado original de América, Murena considera que el parricidio es la ley de toda vida; recuerda que Zeus expulsa a su padre Cronos del Olimpo para poder reinar. Según Murena el problema de América es el grado de frustración y de lentitud con que se cumple el parricidio. América es como un hijo crecido y sin experiencia, un joven senil que vive estancado a la sombra de sus padres. El parricidio adquiere sentido solo cuando se abre poco a poco a nueva vida, cuando en la negación subyace una afirmación. Murena afirma que somos europeos desterrados en América y pagamos el castigo por una culpa que desconocemos. Debemos abandonar la espera y caer en la tierra del tiempo ya que América es una negación de ese tiempo histórico (Murena, 1965). Además, como ocurre en los textos de Martínez Estrada o en los de Sarmiento, el paisaje encarna la soledad, el silencio, la incomunicación. También Zama se encuentra en estado de espera y esta actitud anula la pertenencia a un territorio. Al postular la imposibilidad de una localización concreta en función de su búsqueda, lo presenta más bien como una eventual creación. «Para nadie existía América sino para mí, pero no existía sino en mis necesidades, en mis deseos y en mis temores» (Di Benedetto, 1967, p. 34). América es un territorio insolvente, sin materialidad, que no puede ser configurado porque todo está en perpetuo movimiento. Noé Jitrik, en uno de los primeros estudios críticos sobre Zama, considera que el protagonista «espera de la vida cualquier cosa pero siempre en otro lado, nunca en el lugar en que se encuentra y al cual, de todos modos, va entregando su vida porque es incapaz de abandonarlo» (Jitrik, 1959, p. 65). «Allí estábamos por irnos y no», confiesa el protagonista desde las primeras páginas. El estado de espera se conjuga con la búsqueda de un objeto cambiante ya sea el traslado, la paternidad, Vicuña Porto... Esa búsqueda lo lleva a no reconocer límites o fronteras:

La meta al principio incierta por el único límite de las tierras de los indios catequizados, se había extendido por el dominio de los mitayos y nos llevaba ya hacia el país nordoriental de los guananes Parecía correrse, ser un objetivo móvil y así era en verdad puesto que iba con nosotros.

(Di Benedetto, 1967, pp. 186-187)



En un espacio que por nacimiento le es propio, se encuentra a la deriva: aquí o allí es lo mismo, siempre tras un objeto incierto porque solo importa avanzar «Continuar era ser uno de los hombres de la aventura y el crimen. Continuar era también, vivir» (Di Benedetto, 1967, p. 204). Zama no posee ningún deseo que esté a su alcance y no puede apropiarse de su lugar y de su identidad. América es un territorio que tantos hombres del mundo desconocen: espacio ignoto y vacío. Por eso en la región del sueño es donde se afirma la búsqueda imposible. En algunos momentos de la novela, Zama ya no puede discernir entre realidad objetiva y fantasía; dos regiones se imponen, la del sueño y la de lo real inasible. «Era así que lo real me resultase inasible y si una mujer venía a mí lo hiciera en sueños, nada más». América se construye como una ficción.

En términos de identidad y más allá de una lengua que tampoco es unívoca como para unificar un espacio (contaminación del español con el guaraní y con otras lenguas nativas), la escritura tiene importancia especial. Se presenta a través de Manuel Fernández quien al comienzo, cree que ante la ausencia de fines en la creación del hombre, la incerteza de la existencia, se afirma la posibilidad de la escritura. «Los hijos se realizan, pero no se sabe si para el bien o para el mal. Los libros solo para verdad y para la belleza» (Di Benedetto, 1967, p. 104). Después, al hacerse cargo de la familia americana de Zama, modifica su creencia, se desprende de la escritura, deja el libro que estaba escribiendo en manos de un marinero y el libro viajará hasta encontrar su lugar. Este gesto puede convertirse en una metáfora de la deriva de la escritura en viaje de interpretaciones y versiones. A su vez, a Zama la metáfora de la escritura le sirve para encontrar el sentido a su vida que ya fue. «El pasado es un cuadernillo de notas que se me extravió» (Di Benedetto, 1967, p. 125). Y en el desenlace, la mutilación de sus manos configura la ruptura con cualquier posibilidad de escritura. Solo le queda su voz, la recuperación de su voz.

Ha sido Juan José Saer, gran admirador de Di Benedetto, quien con sus juicios críticos afirmó desde siempre la consagración de Zama. En sus ensayos dedicados a la novela deconstruye ciertos rótulos que la crítica le había adjudicado, sobre todo el de novela histórica. Para Saer «no hay en rigor de verdad, novela histórica tal como se entiende la novela cuya acción transcurre en el pasado y que intenta reconstruir una época determinada» (Saer, 2014, p. 44). «No se reconstruye ningún pasado sino que simplemente se construye una visión del pasado» (Saer, 2014, p. 45). Respecto a sus relaciones con los existencialismos, la nueva novela, la experimentación, la reconstrucción de la lengua dieciochesca, Saer afirma:

Ni fantástica, ni realista, ni urbana ni rural, ni clásica, ni de vanguardia, ni escapista, ni engagée, «Zama justamente por no tener cabida en ningún casillero preparado previamente por los escribientes de nuestras revistas y de nuestras universidades, está destinada a destellar con luz propia y a mostrarnos de a ráfagas, a cada nueva lectura zonas secretas de nosotros mismos que el hábito de esas clasificaciones oblitera. [...] Esa narración que hace como si nos contara hechos transcurridos hace casi dos siglos nos narra sin embargo a nosotros sus lectores». [...] no honra revoluciones ni héroes de extracción dudosa y sin embargo, a pesar de su austeridad, de su laconismo, por ser la novela de la espera y de la soledad, no hace sino representar a su modo oblicuamente, la condición profunda de América que titila frágil en cada uno de nosotros [...] La agonía oscura de Zama es solidaria a la del continente en que esa agonía tiene lugar.

(Saer, 2014, pp. 49-50)



  • Referencias
    • DI BENEDETTO, Antonio, Zama, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.
    • DI BENEDETTO, Antonio, Entrevista en «Clarín», Buenos Aires, 1984, s. p.
    • JITRIK, Noé, La nueva promoción, Mendoza, Ediciones de la Biblioteca San Martín, 1959, Cuadernos de Versión.
    • MURENA, Héctor H., El pecado original de América, Buenos Aires, Sudamericana, 1965.
    • SAER, Juan José, «Zama», en El concepto de ficción, Buenos Aires, Seix Barral, 2014.
  • Bibliografía
    • DEL CORRO, Gaspar Pío, Zama, zona de contacto, Córdoba, Ediciones Argos, 1992.
    • ESPEJO CALA, Carmen, Víctimas de la espera. La narrativa de Antonio Di Benedetto, Huelva, Vicerrectorado de la Universidad, 1993.
    • FILER, Malva, La novela y el diálogo de los textos. Zama de Antonio Di Benedetto, México, Oasis, 1982.
    • LEGAZ, María Elena, «El último Zama. Escrituras de un sobreviviente», en Legaz, María Elena (compiladora), Conflictos y utopías. Debates en la literatura y la crítica argentina, Córdoba, Recovecos, 2012.
    • NÉSPOLO, Jimena, Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, Universidad de Cuyo, 2004.
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