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Testimonio dado en México sobre el descubrimiento de doscientas leguas adelante, de las minas de Santa Bárbola, Gobernación de Diego de Ibarra; cuyo descubrimiento se hizo en virtud de cierta licencia que pidió fray Agustín Rodríguez y otros religiosos franciscos. Acompañan relaciones de este descubrimiento y otros documentos (Años 1582 y 1583)1



En la ciudad de México de la Nueva España en diez y seis días del mes de mayo de mil e quinientos e ochenta e dos años, el muy excelentísimo señor don Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de Coruga; Visorrey, Gobernador y Capitán General por Su Majestad en esta Nueva España y Presidente de la Audiencia Real que en ella reside, etc.

Dijo: que por cuanto por relación que le dieron fray Agustín Rodríguez de la orden de San Francisco, con otros religiosos de la dicha orden, de que pretendían ir a predicar el Santo Evangelio, adelante de las minas de Santa Bárbola y de la Gobernación de Diego de Ibarra, a cierta tierra nueva que tendrán noticia, había donde se podía hacer mucho fruto, les dio licencia en nombre de Su Majestad, para que fuesen a descubrir la dicha tierra y gente que en ella habrá, y que para seguridad de sus personas y que con ella pudiesen predicar el Santo Evangelio, pudiesen ir con ellos hasta veinte hombres; y paresce que conforme a la dicha licencia, fueron los dichos religiosos, y ocho de los dichos hombres; y ayer, quince del presente, vinieron a esta ciudad, dos hombres de los que fueron en compañía de los dichos religiosos, y dan noticia de haber hallado y descubierto doscientas leguas, adelante, de las dichas minas de Santa Bárbola, que es de la Gobernación de Diego de Ibarra, una tierra muy poblada de pueblos e indios vestidos, e que vivían en pulicía como los desta Nueva España; y que habían tenido noticia que adelante, había mucha más tierra poblada con muchos pueblos y gente política; para saber lo que en esto pasa, mandó se tome la declaración con juramento de los dichos dos hombres, que como dicho es, han salido y venido a esta ciudad; lo cual se hizo en la forma siguiente.

E luego se tomó e recibió juramento en forma de derecho por Dios y por Santa María y a una señal de cruz de Pedro de Bustamante, que es uno de los dichos dos hombres que vinieron a esta ciudad, socargo del cual, prometió de decir verdad; y después de haber jurado, se le hicieron las preguntas siguientes.

Fue preguntado cómo se llama, y de dónde es natural: dijo, que se llama Pedro de Bustamante, y que es natural de la montaña del Valle de Cavezón, cerca de la Villa de Santillana, de un pueblo que se dice Carancejas. Fue preguntado, cuánto ha, que vino a esta nueva España; dijo, que habrá diez años, poco más o menos. Fue preguntado, en qué se ha ocupado, después que dice que vino a esta Nueva España: dijo, que los tres años primeros, anduvo en descubrimientos de minas, y los siete restantes, ha sido soldado sirviendo a Su Majestad en la Gobernación de Diego de Ibarra.

Fue preguntado, si es uno de los ocho soldados que fueron acompañando a fray Agustín Rodríguez de la orden de San Francisco y a los demás religiosos que con él iban, y quién le solicitó para el dicho viaje, y por que fin e determinación fue a él; dijo, que es verdad que él es uno de los que fueron con los dichos religiosos, y que lo que principalmente le movió a hacer la dicha jornada y acompañar a los dichos religiosos, fue principalmente, de servir a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad; y que ninguna persona le persuadió a ello, antes con el deseo que tenía dicho, él y el dicho religioso, había más de dos años que trataban de ir la dicha jornada; y él procuró atraer a los demás que fueron, para que la hiciesen.

Preguntado, que pues dice que ha más de dos años que comunicaba y trataba de hacer la dicha jornada; que noticia tenía della, de que fuese buena; dijo, que el fundamento que tuvieron de tratar de la jornada, fue porque un indio le dijo, que adelante de la Gobernación de Diego de Ibarra, había cierta población de indios que tenían algodón y hacían mantas de que se vestían; y que así mesmo se movió por noticia de la razón que dio Alvar Núñez Cabeza de Baca, en un libro que hizo del viaje que trujo, saliendo de la Florida a esa Nueva España.

Preguntado, qué orden tuvo este testigo y los demás que con él fueron, para hacer la dicha jornada; y cómo se apercibieron de armas, caballos y los demás pertrechos necesarios que para ello llevaron, y qué gente de servicio tuvieron; dijo, que determinado y acordado de hacer la dicha jornada entre éste que declara y los demás sus compañeros y religiosos, se aprestaron y previnieron de armas para sus personas, conviene a saber, cotas y zaragüelles de malla, y arcabuces, y los caballos armados, y cada uno dellos, un criado indio; y los frailes llevaban siete indios, los cuales eran de las dichas minas de Santa Bárbola; y entre ellos iba un mestizo.

Fue preguntado, que partido de las dichas minas de Santa Bárbola y comenzado a hacer la dicha jornada, qué camino llevaron, y por qué pueblos y provincias pasaron; dijo, que por seis de junio del año pasado de ochenta e uno, salieron él y los demás compañeros y, religiosos del Valle de San Gregorio, jurisdicción de Santa Bárbola de la Nueva Vizcaya, y fueron por el propio valle, abajo, hasta dar en el río que llaman de Concha, adonde hallaron una rancheta de indios chichimecos, desnudos, que se mantienen de raíces y otras cosas del campo; e yendo por el río abajo, fueron a dar en otro río que le pusieron por nombre el río de Guadalquivir, por ser grande y caudaloso; y en este río hallaron otros indios de diferente nación y lengua que la Concha, aunque también andan desnudos como los otros; que éstos y los otros los recibieron de paz, y les ofrecieron con buena voluntad de lo que tenían; y tomando lengua déstos, si habrá más población, adelante, dijeron, que sí, y que eran gente desnuda como ellos, y tenían enemistad y guerra con ellos; y así fueron adelante por el propio río, arriba, y caminaron veinte jornadas de hasta ochenta leguas de despoblado, y llegaron a una población que le pusieron por nombre la provincia de Sant Felipe, y allí hallaron pueblo formado con casas de dos altos y de buena traza, hechas de tapia y blancas por dentro, y la gente vestida de mantas de algodón y camisas de lo propio; y tuvieron noticias que a los lados fuera del río, había otros muchos pueblos de indios de la misma nación, los cuales los recibieron de paz y les dieron de lo que tenían, que era maíz, calabazas y frísoles y gallinas y otras cosas, que es de lo que ellos se sustentan; y tomando lengua si había más poblaciones de gentes, por señas respondieron los naturales, que sí; y con esta noticia pasaron adelante por el mismo río arriba, y hallaron otros muchos pueblos, así por el camino que llevaban como a los lados que desde el camino se vían; y llegaron a otra nación de indios de diferente lengua y traje, donde asimismo fueron recibidos de paz y con alegría de los indios, besando la mano a los religiosos, los cuales también andan vestidos y tienen casas de tres altos, y encaladas y pintadas por dentro, y hacen muchas sementeras de maíz y frísol y calabaza, y crían muchas gallinas; y de allí pasaron adelante a otra nación de gente que hay por el mismo río arriba, que es la más noble gente de la que atrás habrán visto, y de mejores pueblos y casas, y los que mejor tratamiento les hizo, dándoles de mejor voluntad de todo lo que tenían; y las casas tienen, de buenos edificios, de cuatro y cinco altos con sus corredores y salas de veinte y cuatro pies de largo y trece de ancho, encaladas y pintadas; y tienen sus plazas muy buenas, y de una a otra hay calles por donde pasan a ellas con buena orden, tienen muchos bastimientos como los de otras; y de a dos y tres leguas, hay otros pueblo de su nación de a trecientas y cuatrocientas casas, por la propia orden que éste; visten de algodón como las naciones de atrás; y que hasta aquí fueron caminando siempre hacia el norte; y saliendo del río, una jornada, siguiendo el norte, vieron un pueblo grande de cuatrocientas a quinientas casas, pocas más o menos; que llegado a él, vieron las casas de los indios de a cuatro e cinco altos, que le pusieron por nombre Tlascala, por ser tan grande; y allí fueron recibidos de paz, como en los demás; y de allí tomaron lengua de los mesmos naturales, que había a diez jornadas de allí muy grande población de indios en la misma derecera del norte por donde iban caminando, y que por falta de herraje para los caballos, y de ropa para él y la demás gente, no osaron pasar adelante, y se volvieron por el mismo camino que habían ido; y desde un pueblo de los que habían andado, que pusieron nombre Castildavid, pasaron el río hacia el sur, por un río pequeño que se juntaba con el otro; fueron a ver tres pueblos de que les dieron noticia, los cuales pueblos primeros tenían hasta doscientas casas, los dos, y el otro hasta setenta, en el cual se tuvo nueva de once pueblos que había, adelante el río arriba, de diferente nación y lengua de estotros que pusieron nombre al valle, donde estaban los dichos tres pueblos, Valleviciosa; y no fueron a verlos por ir a descubrir las vacas de que habían tenido aviso, que las había en mucha cantidad, que estaban de allí treinta leguas, pocas más o menos; y así fueron en busca dellas, y anduvieron las dichas treinta leguas por rodeos, porque la vía que llevaban, los llevaba por aquella derrota, y a lo que pareció diferente de lo que les habían dicho los naturales; porque si fueran por vía reta, llegaran más breve, y llegados a unos llanos y unos ojos de agua, que pusieron por nombre Los Llanos de San Francisco y Aguas Zarcas; y vieron muchos atajos de vacas que venían a beber allí, que andan en manadas de a doscientas y trescientas dellas, las cuales son corcovadas, peludas, de cuernos chicos, dobladas y bajas de cuerpo; y allí hallaron una ranchería de indios de diferente nación, de los que quedaban atrás desnudos, que iban a matar vacas para su sustento, y llevaban su bastimento de maíz y dátil, en perros cargados que para este efeto crían; y este declarante y los demás compañeros, mataron con sus arcabuces, hasta cuarenta reses, e hicieron cecina, y se volvieron a la población de donde habían salido; y de allí volvieron el río abajo, por las mismas partes que habían ido, hasta llegar a un pueblo que se llama Puaray, en el cual tuvieron noticia de cierto valle y población de diferente lengua, que llaman el Valle de Camí, que está a la banda del sur, de donde con esta nueva, salieron y llegaron al dicho valle, a donde hallaron seis pueblos de a treinta, cuarenta y hasta cien casas, con muchos indios vestidos al modo de los demás, y las casas de dos y tres altos de piedra; y estando allí, les dieron nueva del Valle de Asay, y que en él había cinco pueblos grandes de mucha gente, y según las señas que los indios dieron, entendieron que los dos de los dichos pueblos eran muy grandes, y que en todos ellos se criaba mucha cantidad de algodón más que en otra parte ninguna de las que habían visto; y por nevarles, no pudieron pasar adelante; y les fue forzoso volverse al dicho pueblo de Puaray, donde habían salido; y allí tuvieron nueva de unas salinas que estaban catorce leguas del dicho pueblo, las cuales fueron a ver y hallaron que estaban detrás de una sierra, que llamaron Sierra Morena, las cuales son las mejores que se han descubierto hasta hoy, que corren al parescer deste declarante y de los demás, cinco leguas; y se proveyeron de lo que hobieron menester, y dello trajeron a Su Excelencia, la cantidad que ha visto; y junto a estas salinas se vieron otros muchos pueblos y estuvieron en ellos, los cuales tenían la traza que los demás; y les dieron nuevas de otros tres pueblos que bifurcaban2 los naturales; están cerca de las dichas salinas y ser muy grandes; y de aquí se volvieron al dicho pueblo de Puaray, donde habían dejado los religiosos y caballos, y demás cosas que tenían; y del dicho pueblo se vinieron por la misma derrota que habían llevado, y quedaron en el dicho pueblo los religiosos con los indios de servicio que habían llevado, y entre ellos un mestizo; y este declarante y los demás soldados con su caudillo, volvieron a Santa Bárbola, de donde habían salido con comisión de Su Excelencia y vinieron a darle, noticia de lo que habían visto y descubierto; y que en el discurso del viaje, en algunos pueblos, hallaron y descubrieron cinco descubrimientos de minas que les pareció buenas; y por no llevar recaudo, no se ensayaron ni se atrevieron a traer ningunos indios de aquellas partes, aunque lo intentaron por bien y por dádivas que ofrecieron, y no quisieron los indios venir en ello, ni osaron hacerle fuerza por no enojallos; y que demás de los dichos descubrimientos de minas, les dieron noticia de otros muchos; y que ésta es la verdad para el juramento que tiene fecho, en lo cual se afirmó y ratificó y firmó de su nombre. Declaró ser de edad de treinta e cuatro años, y que el caudillo que traían, llamado Francisco Sánchez Chamuscado, murió, treinta leguas de Santa Bárbola, viniendo para acá, con este declarante y Hernán Gallegos su compañero a dar noticia de lo que habían visto. Pedro de Bustamante. Ante mí Juan de Cueva.

E luego incontinente, en el dicho día, se tomó y recibió juramento en forma de derecho, de Hernando Gallegos, el cual lo hizo por Dios y por Santa María, y a una señal de cruz3, so cargo del cual, prometió de decir verdad; y habiendo dicho ser uno de los dos hombres que vinieron a esta ciudad, a dar razón de cierto viaje que hicieron, se le hizo las preguntas siguientes.

Fue preguntado, cómo se llama y de dónde es natural; dijo, que se llama Hernando Gallegos, y que es natural de la ciudad de Sevilla.

Fue preguntado, cuánto ha, que vino a esta nueva España; dijo, que ha, nueve años, poco más o menos. Fue preguntado, en que se ha ocupado, después que dice que vino a esta nueva España; dijo, que en todos los dichos nueve años, se ha ocupado, en servir a Su Majestad, así en la Gobernación de Diego de Ibarra, como en las minas de Macapil en el castigo de los indios de guerra que allí andan alzados, como en descubrimientos de minas a su costa y minción.

Fue preguntado, si es uno de los ocho soldados que fueron acompañando a fray Agustín Rodríguez, de la orden de San Francisco y a los demás religiosos que con él iban, y quien le solicitó para el dicho viaje, y por qué fin y determinación fue a él: dijo, que es verdad que él es uno de los que fueron con los dichos religiosos, y que lo principal que le movió ir a ello, fue por servir a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad; y que ninguna persona le persuadió a ello, mas, de que tratándolo con el dicho religioso y con Francisco Sánchez Chamuscado, que fue caudillo deste viaje, les dio voluntad de ir a él, y animaron a otros a que fuesen; y así vino a efeto, habiendo más de dos años que se trataba dello.

Preguntado, que pues dice, que a más de dos años que comunicaba y trataba de hacer la dicha jornada, qué noticia tenía della de que fuese buena: dijo, que el fundamento que tuvieron de tratar de la dicha jornada, fue, porque este declarante había hecho muchas jornadas, la tierra dentro, adelante de Santa Bárbola, en seguimiento de indios salteadores, con los caudillos y capitanes que nombraban para el efeto; y por la noticia y relación que le dio un indio de los que se prendieron en las dichas entradas, supo que adelante de la dicha Gobernación de Francisco y Diego de Ibarra, muy lejos della, había muy grandes poblaciones de indios; que tenían algodón y habían mantas, de que se vestían; e que se sustentaban de maíz e gallinas de la tierra, y frisoles y calabazas, y carne de vaca; y que esto le dio deseo a él y los demás, de entrar la tierra dentro, y también guiándose por la relación que dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en un libro que hizo del viaje que trujo, saliendo de la Florida a esta Nueva España.

Fue preguntado, qué orden tuvo este declarante y los demás, para hacer la dicha jornada; y cómo se apercibieron de armas y caballos, y los demás pertrechos nescesarios; y qué gente de servicio llevaron: dijo, que determinado de hacer la dicha jornada, este declarante y los demás compañeros y religiosos, se aprestaron de cotas y zaragüelles de malla y caballos armados, y arcabuces y celadas, y un indio para criado; y los frailes llevaron siete indios de Santa Bárbola, y entre ellos un mestizo.

Preguntado, que partido de las dichas minas de Santa Bárbola, y comenzado a hacer la dicha jornada, qué camino llevaron y por qué pueblos y provincias pasaron, dijo, que por seis de junio del año pasado de mil e quinientos e ochenta e uno, salieron, este declarante y los demás compañeros y religiosos, del Valle de San Gregorio, jurisdicción de Santa Bárbola, de la Nueva Vizcaya; y caminaron por el dicho valle, abajo, hacia el norte, hasta dar a un río que llaman de Conchas, donde hallaron una ranchería de indios chichimecos, desnudos, que se mantienen de raíces y otras cosas de poco sustento; y pasando adelante el río abajo, fueron a dar a otro río, que por ser grande, le pusieron por nombre el río de Guadalquivir; y allí hallaron otros indios de diferente nación y lengua que los de atrás, aunque también andan desnudos como los otros; y habiéndolos recibido de paz y ofreciéndoles algunas cosas que tenían para comer, tomaron lengua dellos, si había más población, adelante, dijeron que sí: y que eran gente desnuda, como ellos, con quien tenían guerra y enemistad; y así pasaron adelante por el propio río, arriba, y caminaron veinte jornadas de hasta ochenta leguas de despoblado; y llegaron a una población de indios, que le pusieron por nombre la provincia de Sant Felipe, y allí hallaron pueblo formado con casas de dos altos y de buena traza, hechas de tapia, y blancas por dentro, y la gente vestida de mantas y camisas de algodón; y allí tuvieron noticia que a los lados fuera de los dichos ríos, había otros muchos pueblos de indios que eran de su misma nación y que vivían en la pulicía que ellos; y habiéndoselos recibido de paz y ofrecídoles de los bastimentos que tenían, con buena voluntad, que era calabazas, frisoles, gallinas, maíz y otras cosas que crían y cogen para su sustento ordinario. Teniendo lengua de que había más poblaciones de gentes, por señas que hacían, pasaron adelante por el mismo río arriba, y hallaron otros muchos pueblos, así por el camino que llevaban, como a los lados; que muchos dellos se vían y devisaban desde lejos, yendo siempre caminando hacia el norte; y llegaron a otra población de indios de diferente lengua y traje, donde fueron, asimismo, recibidos de paz, y con alegre semblante besaba la mano a los religiosos, por lo que vían hacer a este declarante y a los demás compañeros; éstos andan vestidos de mantas y camisas de algodón, y tienen casas de tres altos, pintadas y encaladas por de dentro, y son aplicados a hacer sementeras de maíz, frisoles, calabazas; y crían muchas gallinas de que se sustentan, y tienen abundancia; y habiendo estado con ellos, y tratado algunas cosas por señas, porque no teman lengua que entendiesen la suya, pasaron adelante a otra nación de gente que es la más noble y de mejor condición que las que atrás habían visto, y tienen mejores pueblos y casas y donde en todo el viaje recibieron mejor tratamiento, y las casas tienen de buenos edificios, de cuatro a cinco y seis altos, con sus corredores, salas y aposentos, que alguno dellos había de veinte y cuatro pies de largo y trece de ancho, blancas y pintadas por de dentro; y en este pueblo había dos o tres plazas muy buenas, y para pasar de la una a la otra, tienen en sus calles hechas para el efeto; crían y cogen muchos bastimentos del mismo género que los de atrás; y a dos y tres leguas déste, hay otros pueblos desta misma nación, de a doscientas, trescientas y cuatrocientas casas, trazadas y hechas por la misma orden; y la gente dellos, andan vestidos de mantas y camisas de algodón, como los que atrás tiene referido; y saliendo deste río, una jornada, siguiendo el norte, vieron un pueblo grande de hasta quinientas casas, y llegados a él, vieron que tenía cuatro y cinco altos, que se podrá vivir muy bien en ellas; y por ser tan grande, le pusieron por nombre Tlaxcala, a similitud de la ciudad de Tlaxcala, que está en esta Nueva España; y habiendo tomado lengua por señas de los mismos naturales, entendieron que había a diez jornadas de allí, muy grande población de indios en la misma derecera que iban caminando, donde había muchos pueblos y gente; y no osaron pasar adelante, por falta de herraje para los caballos y de otras cosas necesarias a la gente, y se volvieron por el mismo camino por donde habían ido; y llegaron a un pueblo de los que habían andado, que pusieran por nombre Castildavid, y de allí pasaron el río hacia el sur, y por un río pequeño que se juntaba con el otro, fueron a ver otros tres pueblos de que les dieron noticia que había en aquella derecera, los cuales hallaron que tenían los dos, hasta doscientas casas de indio, cada uno dellos, y el otro, hasta setenta e ochenta, pocas más o menos; y allí tuvieron nueva de otros once pueblos que había adelante, el río arriba, en un valle que le pusieron por nombre Valle Viciosa, que son de diferente nación y lengua de los otros; y no fueron a verlos por tener intento de ir a descubrir las vacas, que decían haber, en mucha cantidad, en unos llanos, que por señas decían, estar en diferente parte de aquella, y que estarían treinta leguas de allí; y así fueron en demanda dellas, y anduvieron por rodeos las dichas treinta leguas, por las partes y lugares que los guiaban; que a ir por vía reta, no había tanta distancia como se decía; y así llegaron a unos llanos y ojos de agua, que pusieron por nombre Los Llanos de San Francisco y Aguas Zarcas; y vieron muchas manadas y atajos de vacas, de a doscientas y trescientas dellas, que venían a beber a los dichos ojos de agua, las cuales son peludas, de cuernos chicos, y bajas de cuerpo, tienen una corcova arriba en el espinazo; también hallaron allí una ranchería de indios, desnudos, que iban a matar vacas para comer; los cuales llevaban la comida y bastimentos que habían menester, en perros cargados, que para este efeto crían; y este declarante, y los demás compañeros, mataron con arcabuces, hasta cuarenta reses de las dichas vacas, de que hicieron cecina para su viaje, y se volvieron a la población donde habían salido; y de allí dieron vuelta por el río abajo, por las mismas partes que habían ido, hasta llegar a otro pueblo que se llama Puaray, y allí tuvieron noticia de cierto valle y población de indios de diferente lengua, que llaman el Valle de Camí, que cae a la banda del sur; y con esta nueva, salieron y llegaron al dicho valle, donde hallaron seis pueblos de a treinta, cuarenta y hasta cien casas, con muchos indios vestidos de camisas y mantas de algodón, y zapatos de cuero con su suela, y las casas al modo que los demás pueblos, a dos y a tres altos de piedra; y estando allí, tuvieron nueva de otro valle que llaman Osay, y por señas les dieron a entender, que allí había cinco pueblos grandes y de mucha gente, especial los dos dellos, que eran populosos, y que en ellos, se criaba mucha cantidad de algodón, más que en otra parte ninguna de las que habían visto y andado; que por nevar tanto, que era por el mes de diciembre, no pudieran pasar adelante, y les fue forzoso volver al dicho pueblo de Puaray, donde habían salido; y allí tuvieron también otra nueva de unas salinas que estaban hasta catorce leguas del dicho pueblo, los cuales fueron a ver, y hallaron que estaban detrás de una sierra que llamaron Sierra Morena, que se cría y coge en unas lagunas que tienen de boj, más de cinco leguas, que son, al parescer de este declarante, las mejores que hasta hoy ha visto; y habiéndose proveído de lo que hobieron menester, trujeron a Su Excelencia la cantidad de sal que ha visto, y está satisfecho de la bondad della; y junto a las dichas salinas vieron otros muchos pueblos, y estuvieron en ellos, los cuales tenían la traza que los demás y de mucha gente, que andan vestidos y viven en pulicía como los demás; y en estos pueblos, tuvieron nueva de que adelante de donde ellos estaban, había otros tres pueblos, que por señas dieron a entender, estar cerca de las dichas salinas y ser may grandes y de buenos edificios; y no pasaron a ellos, por no desviarse tanto de donde primero habían salido; y de allí se volvieron al dicho pueblo de Puaray, donde habían dejado los religiosos, caballos, y demás cosas que tenían; y del dicho pueblo, acordaron volverse hasta la misma derrota que habían llevado, dejando a los dichos religiosos en el dicho pueblo con los indios de servicios que habían llevado, como en efeto, quedaron, y entre ellos un mestizo que se llama Joan Bautista; y este declarante y los demás soldados y compañeros, con su caudillo, llamado Francisco Sánchez Chamuscado, salieron de toda esta tierra hasta volver a Santa Bárbola, de donde había salido con comisión de Su Excelencia; y viniendo este declarante y Pedro de Bustamante, con el dicho caudillo, de Santa Bárbola, a esta banda, para dar noticia a Su Excelencia de lo que habían visto y descubierto, murió el dicho caudillo; y que en el discurso del viaje, hallaron y descubrieron en algunos pueblos, cinco descubrimientos de minas, que parecieron buenas y de mucha ley, y por no llevar herramientas ni otros recaudos, no se ensayaron; y así mismo les dieron aviso de otras muchas minas que decían ser ricas y de mucha plata, y que al tiempo que se querían volver, intentaron por bien y por dádivas que ofrecieron, de traer algunos indios de aquellas naciones que habían visto, y no pudieron a caballo con los indios, ni osaron hacerles fuerza por no enojarles; y que todo lo que anduvieron, desde esta ciudad de México, allá, le paresce a este declarante, que habrá hasta cuatrocientas leguas, antes más que menos, de tierra llana, que se puede caminar a pie y a caballo, y con recua y dispusición para poder ir carros. Y que ésta es la verdad para el juramento que tiene fecho, y en ello se afirmó y ratificó, y lo firmó de su nombre, y dijo ser de veinte y cinco años, poco más o menos; y que este declarante tiene hecho un libro, escripto de su mano, donde hace relación de todo este viaje que ha hecho; el cual tiene entregado a Su Excelencia: que todo lo en él, contenido, es verdad; porque lo fue escribiendo como lo iba viendo y pasando por ello.- Hernán Gallegos.- Ante mí; Juan de Cuevas.

Después de lo susodicho, en la dicha ciudad de México a veinte días del mes de otubre de mil e quinientos e ochenta e dos años, el dicho Señor Visorrey, dijo: que por cuanto era informado que los indios que se descubrieron en la dicha tierra nueva, mataron a los religiosos que con ellos habían quedado para los doctrinar e industriar en las cosas de la Santa Fe Católica; para que de todo tenga noticia Su Majestad, mandó se reciba sobre ello nueva información, y para ello se tomó y recibió juramento en forma de derecho, de Hernando Barrado, español, que dicen haber ido a la tierra nueva con los demás soldados que fueron a ella, el cual lo hizo por Dios Nuestro Señor y por Santa María su madre, y a una señal de cruz en que puso su mano derecha, so cargo del cual prometió de decir verdad; y siendo preguntado por el tenor de lo susodicho, dijo: que lo que del caso sabe, es, que este declarante es uno de los ocho soldados que entraron la tierra adentro con el caudillo Francisco Sánchez Chamuscado en compañía de fray Agustín Rodríguez de la orden de San Francisco y otros dos religiosos, y llegaron a ver todas las poblaciones de indios que se refieren en las declaraciones de los dos soldados, sus compañeros, que le ha sido mostrado, y sabe, que lo que acerca de ello dijeron e declararon, que es verdad y pasó así, porque se halló a todo ello presente; y que al tiempo que este declarante entró la tierra adentro, llevo en su servicio, un indio de nación concho, de la comarca de Santa Bárbola, del nuevo Reino de Vizcaya, que se llamaba Gerónimo; y cuando acordaron con el dicho caudillo y demás compañeros de volverse, a esta Nueva España para dar razón de lo que habían visto y descubierto, el dicho indio con otros dos, llamados Francisco y Andrés y un mestizo, y otros indezuelos muchachos, se quedaron de su voluntad con los dichos religiosos en la población que llaman Puaray; y después de haber vuelto a Santa Bárbola del dicho Nuevo Reino de Galicia, estando este declarante en el convento del dicho pueblo, podrá haber tres meses, poco más o menos, que vio en él, al dicho Francisco, uno de los indios que se habían quedado con los dichos religiosos, y maravillándose dello, le habló y preguntó, cómo estaba allí y se había vuelto de la tierra nueva donde le había dejado; el cual le dijo, que los indios de aquella tierra de Puaray, habían muerto a fray Francisco López, guardián, y lo había visto enterrar; y dando la nueva dello a fray Agustín, su compañero, se alborotaron, y sin aguardar a ver otro subceso4, él y los otros dos indios, Andrés y Gerónimo, se vinieron a salir por la tierra de concho, haciendo sus rodeos, casi por el mismo camino que habían ido, y que cuando salieron, oyeron muchas voces y alboroto en el pueblo por donde creía que habían muerto a los demás religiosos e indios muchachos, que se quedaron, que no pudieron venir con ellos; y que el uno de sus compañeros, llamado Andrés, lo habían muerto ciertos indios en una población que toparon entre los de la nación concho y los Tatarabueyes; y que solo había escapado con él, el indio Gerónimo que había sido criado este declarante; y después viniendo este declarante por las minas de los zacatecas, topó con el dicho indio Gerónimo, que lo traían a esta ciudad, los demás soldados compañeros de este declarante, y habló con él, y supo lo mesmo que le había dicho el otro, indio Francisco; y desde las dichas minas se vinieron todos juntos a esta ciudad de México; y el dicho indio, vio Su Excelencia y habló con él, y que de pocos días a esta parte ha desaparecido; que no lo ha visto más, y que tiene entendido que se ha vuelto a su tierra. Y que esta es la verdad para el juramento que tiene fecho; en lo cual se afirmó y ratificó, y lo firmó de su nombre: dijo ser de edad de más de cincuenta años.- Hernando Barrado.- Ante mí; Juan de Cueva.- Sacado e corregido con el original que queda en mi poder.- Joan de Cueva.- Hay una rúbrica.



Su Cesárea Real Majestad.- Por noviembre del año pasado, ochenta, vino a mí, un fraile que se decía fray Agustín Rodríguez de la orden de San Francisco, y me dijo que quería entrar a predicar el Santo Evangelio, adelante de las minas de Santa Bárbola, que es en la Nueva Vizcaya; y viendo su buen celo, y que se tenía noticia que por el río de las Conchas había gente donde se podía conseguir este buen intento, le di licencia para que lo hiciese, llevando consigo otros religiosos y hasta veinte hombres de los que voluntariamente quisiesen ir con él, para que los amparasen, y hiciesen compañía, y llevasen algunas cosas de rescate; y no di licencia para que pudiese ir más número de gente, respeto de tener Vuestra Majestad por instrucciones, mandado, que no se hagan entradas ni nuevos descubrimientos sino fuere con expresa licencia de Vuestra Majestad; y que al que dellos, el fraile señalase, fuese por caudillo, a quien los otros obedeciesen, por que no hiciesen desorden, los cuales entraron con hasta ocho hombres que con ellos quisieron ir; y paresce que fueron descubriendo algunos pueblos de buena tierra, fértil y de mantenimientos, y la gente de más buen traje y parecer que la del dicho río de las Conchas; en uno de los cuales, le paresció al fray Agustín Rodríguez, quedarse con otro compañero; y que los ocho hombres viniesen a dar relación de lo que hasta allí se había visto y descubierto, a los cuales hice tomar sus dichos, y los envié aquí, autorizados, para que Vuestra Majestad los vea; y habiéndose hallado aquí, a esta sazón, Rodrigo del Río de Losa, teniente de capitán general en la provincia de la Nueva Galicia, hombre plático y de mucha experiencia de entradas, porque se halló en la Florida con don Tristán de Arellano y en la Nueva Vizcaya con Francisco de Ibarra, comuniqué con él lo que parescía que era menester, para enviar gente a saber de los frailes y procurar tomar noticia de toda la tierra, en particular, para que diesen acá, razón della; el cual me dio la relación que aquí envió, firmada de su nombre; y estando en esto, llegó un soldado con un indio de los que habían quedado con los frailes, el cual dijo, cómo habían muerto al uno dellos en su presencia; y que viniéndose huyendo por que a él no le matasen, oyó gritos y voces en el pueblo por donde entendió que debían de matar al otro religioso. Y habiendo vuelto a comunicar al dicho Rodrigo del Río este suceso, y lo que para hacer entrada en forma de guerra, siendo Vuestra Majestad, servido de mandarlo, le parescía que sería necesario, así número de gente como de bastimentos, y él hizo una relación en todo, que es la que va con ésta, firmada de su nombre, para que Vuestra Majestad, la mande ver; y a lo que se puede entender de la que estos hombres hacen, ella es tierra muy poblada y fértil; y aunque dicen que vieron señal de minas, entre los indios no se haya ninguna de oro ni de plata, ni rastro de que se hubiese sacado ningún metal. Vuestra Majestad lo mandará ver todo, y proveer lo que más convenga a su real servicio; que en el entretanto se estará sin hacerse otra cosa en ello. Nuestro Señor la Su Cesárea Real persona de Vuestra Majestad guarde, y en mayores reinos y señoríos acreciente como los criados de Vuestra Majestad deseamos. De México primero de noviembre de mil e quinientos ochenta e dos.- Su Cesárea Real Majestad.- Las reales manos de Vuestra Majestad besa, criado de Vuestra Majestad.- El conde de Coruña.- Hay una rúbrica.

En la cubierta se dice así; Nueva España.- A Su Majestad, mil e quinientos ochenta e dos.- El Virrey, conde de Coruña; de primero de noviembre.- Vista.- Dese con los papeles que se refiere, a un relator.- Hay dos rúbricas. Dese cédula dirigida al Virrey de Nueva España o a la persona que en su lugar tuviere el Gobierno, para que cerca del descubrimiento contenido en esta carta, y información y relaciones que con ella envía, capitule allá con la persona que para ello le paresca que conviene, conforme, a las ordenanzas que sobre ello hablan, para que se haga la jornada, sin que en ella se gaste cosa alguna de la Hacienda de Su Majestad; y hecha la capitulación, antes que se haga cosa alguna de lo que por ella capitulare, la envíe al Consejo para que vista se provea lo que más convenga. En Madrid a veinte e nueve de marzo de mil e quinientos e ochenta e tres años. El Licenciado Baños.- Hay dos rúbricas.- Ante mí; Francisco de Ledesma.- Hay una rúbrica.



Su Cesárea Real Majestad.- Porque de la relación que va con ésta, constará a Vuestra Majestad, de las tierras y provincias que mediante el favor de Dios y deseo de servir a Vuestra Majestad y aumentad la real corona, como leal y fiel vasallo he descubierto y andado desde el mes de noviembre de ochenta e dos que salí de la Gobernación de la Nueva Vizcaya con un religioso y catorce soldados que llevé en mi compañía, movido y necesitado de una ocasión muy piadosa y caritativa, me excusaré de referirlas en ésta; suplicando a Vuestra Majestad sea servido de admitir mi celo, como tan enderezado al servicio de Vuestra Majestad; y tener por bien, que yo acabe mi vida continuando estos descubrimientos y poblazones, que con la hacienda, noticia y amigos que tengo, me ofrezco servir a Vuestra Majestad con más ventajas que otro ninguno de los que pretenden tomar asiento con Vuestra Majestad acerca de esta empresa. Suplico a Vuestra Majestad se sirva demandar que se tome conmigo, haciéndome Vuestra Majestad merced, honra y favor que corresponda al sumo deseo conque quedo de aumentar los estados de Vuestra Majestad, la Santa Fe Católica con la conversión de millones de ánimas que carecen del verdadero conocimiento, y levantar mi nombre y mi memoria para mejor servir y merecer la sombra de Vuestra Majestad que Nuestro Señor ensalce y conserve muchos años, como los vasallos de Vuestra Majestad habemos menester. De San Salvador veinte e tres de abril de mil e quinientos e ochenta e cuatro años.- Su Cesárea Real Majestad.- El menor vasallo de Vuestra Majestad.- Antonio Espejo.- Entre dos rúbricas.

Relación del viaje, que yo, Antonio Espejo, ciudadano de la ciudad de México, natural de la ciudad de Córdoba, hice con catorce soldados y un religioso de la orden de San Francisco, a las provincias y poblaciones de la Nueva México, a quien puse por nombre, la Nueva Andalucía, a contemplación de mi patria, en fin del año de mil e quinientos e ochenta e dos. Para mejor y más fácil inteligencia desta relación, se ha de advertir, que el año de mil e quinientos ochenta e uno, teniendo noticia un fraile de la orden de San Francisco, que se llamaba fray Agustín Ruiz, que residía en el Valle de San Bartolomé, y por ciertos indios conchos, que se comunicaban con los pazaguates, que hacia la parte del norte había ciertas poblaciones no descubiertas, procuró licencia para entrar en ellas, con intento de predicar a los naturales la ley evangélica; y habiéndola alcanzado de su prelado y del virrey Conde de Coruña, el dicho fraile y otros dos que se llamaban, fray Francisco López y fray Jhoan de Santa María, con siete u ocho soldados, de que iba por su caudillo, Francisco Sánchez Chamuscado; entró por el mes de junio de ochenta e uno, por las dichas poblazones, hasta llegar a una provincia que llamamos de los tiguas, que está de las minas de Santa Bárbola, en la gobernación de la Nueva Vizcaya, donde comenzaron su jornada doscientas cincuenta leguas hacia el norte, adonde les mataron al fray Jhoan de Santa María; y como vieron que había mucha gente, y que para cualquier efeto de paz o de guerra, eran pocos, tornáronse los soldados y caudillo a las dichas minas de Santa Bárbola, y de allí a México, que está ciento y sesenta, leguas, a dar noticia al dicho Virrey, por el mes de mayo de quinientos e ochenta e dos; y los dichos dos religiosos que quedaron con el deseo que tenían de la salvación de las ánimas, no quisieron salirse, sino quedarse en la dicha provincia de los Tiguas, por donde antiguamente pasó Francisco Vázquez Coronado, yendo a la conquista y descubrimiento de las ciudades y llanos de Cívola, pareciéndoles que quedaban siguros entre los naturales de la dicha provincia; y así se quedaron con tres muchachos indios y un mestizo, de lo cual recibió notable pena la orden de San Francisco; tiniendo por cierto, que los indios habían de matar a los dichos dos religiosos, y a los que con ellos quedaron, y con este temor procuraban y deseaban que hubiese quien entrase en la dicha tierra a sacarlos y favorecerlos; y para este efeto, se ofreció de hacer la jornada otro religioso de la misma orden, llamado fray Bernardino Beltrán, morador del convento de la Villa de Durango, cabecera de la Nueva Vizcaya, con licencia y permisión de su Superior; y como en aquella sazón, yo me hallase en aquella Gobernación y tuviese noticia del justo y piadoso deseo del dicho religioso y de toda la orden, y entendiendo que en ello serviría a Nuestro Señor y a Su Majestad, yo me ofrecí a acompañar al dicho religioso, y de gastar parte de mi hacienda en hacerle la costa, y en llevar algunos soldados, así para su guarda y defensa, como para la de los religiosos a quien iba a traer y socorrer, dándoseme licencia o mandándomelo la justicia Real en nombre de Su Majestad; y así habiendo entendido el santo celo del dicho religioso y mi intento, el capitán Joan de Ontiveros, alcalde mayor por Su Majestad en los pueblos que llaman las Cuatro Ciénegas, que son en la dicha Gobernación de la dicha Nueva Vizcaya a la parte de oriente, setenta leguas de las dichas minas de Santa Bárbola, a instancia del dicho fray Bernardino, dio su mandamiento y comisión, para que yo, con algunos soldados entrase la dicha tierra nueva para traer y socorrer a los dichos religiosos y gente que en ella quedaron.

Y así, en virtud de dicho mandamiento y comisión, junté catorce soldados cuyos nombres son Joan López de Ibarra, Bernardo de Luna, Diego Pérez de Luján y Gaspar de Luján, Francisco Barreto, Gregorio Hernández y Miguel Sánchez Valenciano, y Lázaro Sánchez y Miguel Sánchez Nevado, hijos del dicho Miguel Sánchez; y Alonso de Miranda, y Pedro Hernández de Almansa y Joan Hernández, y Cristóbal Sánchez y Joan de Frías, a los cuales o a la mayor parte socorrí con armas y caballos; municiones y bastimientos y otras cosas necesarias para tan largo y nuevo viaje, dando principio a nuestras jornadas en el Valle de San Bartolomé, que es nueve leguas de las dichas minas de Santa Bárbola, a diez de noviembre de mil e quinientos e ochenta e dos años; con ciento y quince caballos y mulas, y con alguna gente de nuestro servicio, y cantidad de armas, municiones y bastimientos, fuimos caminando derechos hacia el norte, y a dos jornadas de a cinco leguas, hayamos mucha cantidad de indios de nación Conchos, en rancherías, y muchos dellos nos salieron a recibir en cantidad de más de mil, a los caminos por donde íbamos; éstos, hallamos, que se sustentan de conejos y liebres y venado: que cazan y hay en mucha cantidad, y de algunas sementeras de maíz y calabazas y melones de Castilla, y sandías, que son como melones de invierno, que siembran labran y cultivan; y de pescado y mascales, que son pencas de lechuguilla, que es una planta de media vara de alto, con unas pencas verdes las cepas; de estas plantas cuecen y hacen una conserva a manera de carne de membrillo, muy dulce, que llaman marcale; andan desnudos, tienen unos jacales de paja por casas, y por armas usan de arcos y flechas; tienen caciques a quien obedecen, no les hallamos que tuviesen ídolos, ni que hiciesen sacrificios ayunos, juntamos dellos los que pudimos, y les pusimos, cruces en las rancherías, y se les significó por entérpretes que llevábamos de su lengua, el misterio dellos y algunas cosas de nuestra santa fe católica; y pasaron con nosotros de sus rancherías, otras seis jornadas, que en ella habría veinte e cuatro leguas hacia el norte, las cuales están pobladas de indios desta nación, y nos salían a recibir de paz, dándose unos caciques a otros, aviso, cómo íbamos; todos ellos nos halagaban y a nuestros caballos, tocando a nosotros y a los dichos caballos con las manos, y dándonos algunas cosas de sus bastimentos; y esto con mucho amor.

Acabadas estas seis jornadas, hallamos otra nación de indios que se llaman pazaguantes, que tienen sus rancherías y jacales y sustento, como los dichos conchos; hízose con ellos lo que con los dichos de la nación Concha, los cuales pasaron con nosotros, cuatro jornadas, que serán catorce leguas, dándose aviso unos caciques a otros, para que nos saliesen a recibir como ellos lo hacían; en parte de estas cuatro jornadas, hallamos muchas minas de plata, y al parescer de los que las entendían, ricas.

Salimos de esta nación, y a la primera jornada, hallamos otra gente que llaman los jobosos; son esquibos, y así se huyeron de todas las partes que estaban poblados, en jacales, por donde pasábamos; porque según se decía, habían llevado allí algunos soldados y llevado algunos dellos por esclavos; y llamamos a algunos de los dichos indios, regalándolos, y vinieron al Real algunos dellos; y a los caciques dimos algunas cosas, y por intérpretes, a entender, que no veníamos a los, hacer, cautivos ni daño ninguno; y con esto se aseguraron y les pusimos cruces en las rancherías, y les significamos algunas cosas de Dios Nuestro Señor; mostraron recibir contento, y con ello algunos dellos, pasaron con nosotros hasta sacarnos de su tierra. Susténtanse con lo que los dichos pazaguates; usan de arcos y flechas; andan sin vestiduras; pasamos por esta nación, que parecía haber pocos indios, tres jornadas, que habría en ellas, once leguas.

Acabados de salir de esta nación, entramos en otra que se llama de los jumanos, que por otro nombre, los llaman los españoles, los patarabueyes, en que parecía había mucha gente y compueblos formados, grandes, en que vimos cinco pueblos, con más de diez mil indios y casas de azutea, bajas y con buena traza de pueblos; y la gente de esta nación, está rayada en los rostros, y es gente crescida; tienen maíz y calabazas, y caza de pie y vuelo, frisoles y pescado de muchas maneras, de dos ríos caudalosos, que es el uno, que desciende derechamente del norte y entra en el río de los conchos, que éste será uno, la mitad de Guadalquivir; y el de concho será como Guadalquivir, el cual entra en la mar del norte; tienen salinas de lagunas de agua salada, que en tiempos del año, se vienen a cuajar y a hacer la sal como la de la mar; y la primera noche que asentamos el Real, junto a un pueblo pequeño de la dicha nación, nos mataron con flechas cinco caballos, y nos hirieron otros tantos con haber vela; y se retiraron a una sierra donde fuimos por la mañana seis compañeros con Pedro Neguatato, natural de su nación, y los hayamos y sosegamos y dejámoslos de paz, trayéndolos a su propio pueblo; y les dimos a entender lo que a los demás, y que avisasen a los de su nación, no se huyesen ni escondiesen, y nos saliesen a ver; y algunos de los caciques les di cuentas y sombreros y otras cosas para que los trujesen de paz como lo hicieron; y destos pueblos pasaron con nosotros donde se avisó unos a otros cómo íbamos de paz y no a hacerles daño; y así fueron mucha cantidad dellos con nosotros a enseñarnos un río del Norte que arriba se ha referido; y por las riveras del dicho río, están poblados indios de esta nación, en espacio de doce jornadas; y algunos dellos tienen casas de azutea, y otros viven en jacales de paja; salieron los caciques a recibirnos, cada uno con su gente, sin arcos ni flechas; dándonos de su comida y algunos nos daban gamuzas y cueros de las vacas de Cívola, muy bien aderezados; que las gamuzas hacen de cueros de venados también aderezados como en Flandes; y los cueros son de las vacas corcovadas, que llaman de Cívola, que parecen en el pelo a las vacas de Irlanda, y los cueros de estas vacas los aderezan los naturales, de la manera de las antas que se hacen en Flandes; y dellas se sirven para hacer calzado; y otros aderezan de diferentes maneras, con que algunos de los naturales andan cubiertos; estos indios tienen al parecer alguna lumbre de nuestra Santa Fe Católica, porque señalan a Dios Nuestro Señor, mirando al Cielo, y le llaman Apalito, en su lengua, y que él es a quien conocen por Señor, y les da lo que tienen; venían muchos hombres y mujeres y niños, dellos a que los santiguásemos el dicho religioso y los españoles, y dello mostraron recibir mucho contento; dijéronnos y diéronnos a entender, por intérpretes, que por allí habían pasado tres cristianos y un negro, y por las señas que daban, paresció haber sido Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, y Dorantes, y Castillo Maldonado, y un negro, que todos ellos habían escapado de la armada con que entró Pánfilo de Narváez en la Florida; quedaron de paz y muy sosegados y contentos, y fueron con nosotros al río del Norte arriba, algunos dellos, sirviéndonos y acompañándonos.

Caminando adelante, siempre hacia el norte, por el dicho río arriba, nos salieron a recibir mucha cantidad de indios, hombres y mujeres, y muchachos, vestidos y cubiertos de gamuzas, los cuales no supimos de qué nación eran, por falta de intérpretes; y nos trajeron mucha cantidad de cosas hechas de plumería y de diferentes colores, y unas mantillas de algodón vareteadas de azul y blanco, que son como algunas de las que traen de la China; y nos dieron a entender, por señas, que otra nación que confinaba con ellos, hacia el poniente, traían aquellas cosas para rescatar con ellas obras mercadurías que estos tenían, que a lo que pareció y dieron a entender, por señas, eran cueros de vacas y de venados aderezados, y enseñándoles metales relucientes, que en otras partes suelen tener plata; y otros de la misma calidad, que llevábamos, nos señalaron hacia el poniente cinco jornadas, y que ellos nos llevarían a donde había grandísima cantidad de aquellos metales y mucha gente desta nación; y estos salieron con nosotros cuatro jornadas, en que había veinte y dos leguas.

Habiendo quedado los dichos indios, y caminando otras cuatro jornadas por el dicho río arriba, hallamos gran cantidad de gente que vivo junto a unas lagunas, que por medio dellas pasa el dicho río del Norte; y esta gente, que serían más de mil indios e indias, que estaban poblados en sus rancherías y casas de paja, nos salieron a recibir hombres y mujeres y muchachos, y cada uno traía su presente de mezquital, que es hecho de una fruta a manera de algarrobas, y pescados de muchas maneras, que hay gran cantidad en aquellas lagunas, y otras cosas de su comida en tanta cantidad, que se quedaba perdido la mayor parte dello, porque era mucha cantidad lo que nos daban; y el día y la noche, en tres que allí estuvimos siempre, hacían mitotes y bailes y danzas a su modo, y al de los mexicanos, diéronnos a entender, que había mucha cantidad de gente desta nación apartada de allí, y no supimos que nación era por falta de intérpretes; y entre ellos hallamos un indio de nación, concho, el cual nos dio a entender, señalando hacia el poniente, que quince jornadas desde allí, había una laguna muy grande adonde había gran cantidad de poblaciones y casas con muchos altos, y que había indios de la nación Concha, poblados allí, gente vestida y con muchos bastimentos de maíz y gallinas de la tierra y otros bastimentos en gran cantidad, y se ofreció de nos llevar a ella; y porque nuestra derrota era seguir por bajo del norte a dar socorro a los dichos religiosos y a los que con ellos quedaron, no fuimos a la dicha laguna; en esta ranchería y paraje, hay muy buenas tierras y de muy buen temple, y cerca de donde hay vacas y ganados de aquella tierra, y mucha caza de pie y vuelo, y minas, y muchos montes y pastos, y aguas y salinas de muy rica sal, y otros aprovechamientos.

Caminando el propio río arriba, fuimos por él desde el paraje de las lagunas de suso referidas, sin hallar ninguna gente, quince jornadas por donde había mezquitales y tunales y montañas de pinales de piñas con piñones como los de Castilla, y sabinos y cedros, al cabo de las cuales, hayamos una ranchería de poca gente, y en ella, cantidad de jacales de paja, y muchos cueros de venados también aderezados como los que traen de Flandes, y cantidad de sal blanca y muy buena, tasajos de venados y otras cosas de bastimentos; y los dichos indios nos recibieron y salieron con nosotros, y nos llevaron dos jornadas de allí a las poblaciones, siempre siguiendo el dicho río del Norte; y desde que entramos en él, siempre fuimos siguiéndole el río arriba, llevando una sierra de la una parte del río y otra de la otra, las cuales están sin arboledas en todo el camino, hasta que llegamos cerca de las poblaciones que llaman del Nuevo México, aunque por las riveras del río hay gran cantidad de alamedas, y por partes, cuatro leguas, en ancho de los dichos álamos blancos; en las riveras deste río, y desde que entramos en él, no nos apartamos hasta llegar a las dichas poblaciones que llaman del Nuevo México; y en las riveras del dicho río, en muchas partes del camino, hallamos muchos parrales y nogales de Castilla.

Ya que estábamos en las dichas poblaciones, prosiguiendo el dicho río arriba, en dos días, hayamos diez pueblos poblados, riveras de este río, y de una y otra banda junto a él, de más de otros pueblos que parecían desviados, en que pasando por ellos parecía haber más de doce mil ánimas hombres y mujeres y niños; pasando por esta provincia nos salieron a recibir, de cada pueblo, la gente dél, y nos llevaban a ellos, y nos daban cantidad de gallinas de la tierra, y maíz, frísol y tortillas, y otras maneras de pan que hacen con más curiosidad que la gente mexicana; muelen en piedras muy crecidas y muelen maíz crudo, cinco o seis mujeres juntas en un molino, y desta harina, hacen muchas diferencias de pan; tienen casas de dos y tres, y cuatro altos, y con muchos aposentos en cada casa, y en muchas casas dellas, tienen sus estufas para en tiempo de invierno; y en las plazas de los pueblos, en cada una dellas, tienen dos estufas, que son unas casas hechas debajo de la tierra, muy abrigadas y cerradas de poyos dentro dellas para sentarse; y así mesmo, tienen a la puerta de cada estufa, una escalera para abajar, y gran cantidad de leña de comunidad para que allí se recojan los forasteros; en esta provincia se visten algunos de los naturales, de algodón y cueros de las vacas, y de gamuzas aderezadas, y las mantas las traen al uso de los mexicanos, exceso, que debajo de partes vergonzosas, traen unos pañetes de algodón pintados, y algunos dellos traen camisas, y las mujeres traen sus naguas de algodón, y muchas dellas, bordadas con hilo de colores, y encima una manta como la traen los indios mejicanos y atada con un paño de mano, como toalla, labrado y se lo atan por la cintura con sus borlas, y las naguas son que sirven de faldas de camisas a raíz de las carnes; y esto cada una lo trae con la más ventaja que puede, y todos así, hombres como mujeres, andan calzados con zapatos y botas, las suelas de cueros de vacas y lo de encima de cueros de venados aderezados; las mujeres traen el cabello muy peinado y bien puesto con sus moldes que traen en la cabeza, una de una parte y otro de otra, en donde ponen el cabello con curiosidad, sin traer ningún tocado en la cabeza; tienen en cada pueblo sus caciques conforme a la gente que hay en cada pueblo; así hay los caciques, y dichos caciques tienen sus caciques, digo, tequitatos, que son como aguaciles que ejecutan en el pueblo los que estos caciques mandan, ni más ni menos que la gente mexicana; y en pidiendo los españoles a los caciques de los pueblos cualquier cosa, llaman ellos a los tequitatos, y los tequitatos publican por el pueblo, a voces, y luego acuden con lo que se les manda con mucha brevedad; tienen todas las pinturas de sus casas, y otras cosas que tienen para bailar y danzar, así en la música como en lo demás, muy al natural de los mexicanos; beben pinole tostada, que es maíz tostado y molido echado en agua, y no se sabe que tengan otra bebida ni con que se emborrachen; tienen en cada uno destos pueblos, una casa donde llevan de comer al demonio; y tienen ídolos de piedra, pequeños, donde idolatran; y como los españoles tienen cruces en los caminos, ellos tienen en medio de un pueblo a otro, en medio del camino, unos cuecillos, a manera de humilladero, hecho de piedras, donde ponen palos pintados y plumas, deciendo, va allí a de posar el demonio y a hablar con ellos; tienen sementeras de maíz, frísol y calabaza y piciete, en gran cantidad de riego y de temporal, con muy buenas sacas de agua, y que lo labran como los mexicanos; y cada uno en su sementera tiene un portal con cuatro pilares donde le llevan de comer a medio día y pasa la siesta, porque de urdinario están en sus sementeras desde la mañana hasta la noche, al uso de Castilla; en esta provincia alcanza muchos montes de pinales, que dan piñones como los de Castilla, y muchas salinas; de una parte y de otra del río, hay una legua y más de cada banda, de arenales, natural tierra para coger mucho maíz; tienen por armas, arcos y flechas macanas y chinales, que las flechas son de varas tostadas y la punta dellas son de perdernal esquinadas, que con ellas fácilmente pasan una esta; y los chimales son de cuero vaca, como adargas; y las macanas son de un palo de media vara de largo, y al cabo de él muy gordo, con que se defienden, estando dentro de su casa. No se entendió tuviesen guerra con ninguna provincia; guárdanse sus términos; diéronnos aquí noticia de otra provincia que está en el propio río arriba por la propia orden.

Salimos desta provincia después de cuatro días que en ella estuvimos, y a media legua del distrito della, hallamos otra que se llama la provincia de los Tiguas, que son diez y seis pueblos, que el uno dellos se llama Pualas, que es a donde hallamos haber muerto los indios de esta provincia a fray Francisco López y a fray Agustín Ruiz y a tres muchachos y un mestizo que íbamos a favorecer y traer, adonde hallamos relación muy verdadera que estuvo en esta provincia Francisco Vázquez Coronado y le mataron en ella nueve soldados y cuarenta caballos; y que por este respeto había asolado la gente de un pueblo desta provincia; y desto nos dieron razón los naturales destos pueblos, por señas que entendimos, esta gente, entendiendo que íbamos allí, por haber muerto a los frailes y a castigarlos; antes que llegásemos a la provincia, se fueron a una sierra que está dos leguas del río, y procuramos de traerlos de paz, haciendo para ello muchas diligencias, y no quisieron venir; hallamos en sus casas gran cantidad de maíz, frísoles y calabaza, muchas gallinas de la tierra, y muchos metales de diferentes colores; y algunos pueblos de esta provincia, y las casas dellas, mayores que los de la provincia que habíamos pasado; y las sementeras y dispusieron de la tierra, pareció ser todo uno; no pudimos saber que tanta gente eran ésta, por se haber huido.

Pues como hubiésemos llegado a esta provincia de los Taguas, y hallado muertos a los dichos religiosos y al mestizo e indios que con ellos quedaron, en cuya busca habíamos ido, tuvimos algún movimiento de volvernos a la Nueva Vizcaya de donde habíamos salido; pero como allí nos dieron los indios noticia de otra provincia a la parte de oriente, dijeron que estaba cerca; y paraciéndome que toda aquella tierra era muy poblada, y que cuanto más entrábamos en ellas hallábamos mayores poblaciones, y que nos recibían de paz, consideré que era buena ocasión la que se me ofrecía para servir a Su Majestad, viendo y descubriendo aquellas tierras tan nuevas y apartadas, para dar noticia dellas a Su Majestad, sin que Su Majestad hiciese gastos ni costasen su descubrimiento; y así me determiné de pasar adelante, todo el tiempo que las fuerzas me bastasen; y habiéndolo comunicado con dicho religioso y soldados, y conformándose con mi determinación, continuamos nuestra jornada y descubrimiento por la orden que hasta allí habíamos traído.

En este paraje dicho, tuvimos noticia de otra provincia que por la parte de oriente, está dos jornadas de esta provincia, que se llama de los Maguas; y dejando el real en la provincia dicha, me partí para ya, con dos compañeros, donde llegué en dos días, en la cual hallé once pueblos, y en ellos gran cantidad de gente, que me parece había más de cuarenta mil ánimas, entre hombres y muertes y niños; aquí no alcanzan ni tienen arroyos que corren, y fuentes de que se sirven; y tienen mucho maíz y gallinas de la tierra, y bastimentos y otras cosas como en la provincia antes de ésta, en mucha abundancia; y esta provincia confina con las vacas que llaman de Cívola, y andan vestidos de los cueros de dichas vacas, y de mantas de algodón y gamuzas, y gobiérnanse como los de las provincias dichas de atrás; tienen ídolos en que adoran como los demás dichos referidos; hay dispusición de minas en las serranías de esta provincia, porque caminando la vi a ellas, hallamos mucha artimonia por el camino que es donde se suelen hallar de ordinario, metales ricos de plata, donde quiera que la hay; y en esta provincia hallamos metales en las casas de los indios, y hallamos que aquí habían muerto uno de los religiosos que entraron con Francisco Sánchez Chamuscado, que se llamaba fray Jhoan de Santa María, el cual había entrado en compañía de los demás religiosos y en compañía del dicho Francisco Sánchez Chamuscado, y soldados, el cual mataron, antes que el dicho Francisco Sánchez Chamuscado saliese a la tierra de paz, y los trajimos de paz, sin tratarles nada destas muertes; diéronnos de comer, y habiendo visto la dispusición de la tierra, nos salimos della; es tierra de muchos montes de pinales con piñones de Castilla, y sabinas; y nos volvimos al real y río del Norte, de donde habíamos salido.

Llegado al real, tuvimos noticia de otra provincia que se llama los Quires, el río del Norte arriba, una jornada, como seis leguas de allí donde teníamos el real, y con todo él, fuimos a la provincia de los Quires, y antes que llegásemos a ellas, una legua, nos salieron a recebir mucha cantidad de indios de paz, y nos rogaron fuésemos a sus pueblos; y así fuimos, donde nos recibieron muy bien, y nos dieron algunas mantas de algodón, y muchas gallinas, y maíz, y de todo lo demás que tenían; la cual provincia, tiene cinco pueblos donde hay mucha cantidad de gente, que nos pareció había quince mil ánimas, y el sustento y vestidos, como los referidos en la provincia antes désta; son idólatras, tienen muchos simenteras de maíz y otras cosas; aquí hallamos una urraca en una jaula a lo natural como las de Castilla; y hallamos tirasoles como los de la China, pintados con el sol y la luna y las estrellas; aquí se tomó el altura, y nos hallamos en treinta y siete grados y medio, derechamente, de bajo del Norte; y tuvimos noticia hacia el poniente de otra provincia que está a dos jornadas de aquí.

Salimos de la dicha provincia, y a dos jornadas, que son catorce leguas, hallamos otra provincia que llaman los Pumarres, que son cinco pueblos, que la cabecera se dice, Siay; es un pueblo muy grande que yo anduve con mis compañeros, en que había ocho plazas con mejoradas casas de las referidas atrás, y las más dellas encaladas y pintadas de colores y pinturas al uso mexicano; el cual dicho pueblo, esta poblado junto a un río mediano que viene del Norte y entra en el río del Norte referido; y junto a una sierra en esta provincia, a lo que pareció, hay cantidad de gente, más de veinte mil ánimas; aquí nos dieron mantas de algodón y muchos bastimentos de maíz y gallinas de la tierra, y pan de harina de maíz con mucha curiosidad así en el aderezo de las viandas como en todo lo demás; y es gente más curiosa que las destas provincias que hasta aquí hemos visto, vestidos y gobierno, como los demás; aquí tuvimos noticia que había otra provincia hacia el noroeste, y ordenamos de ir a ella; y en este pueblo nos dijeron, había minas, allí cerca, en la sierra; y nos mostraron metales ricos dellas.

Habiendo andado una jornada hacia el norueste y como seis leguas, hallamos una provincia con siete pueblos, que se llama la provincia de los Emexes, donde hay gran cantidad de gente, que al parecer serán como treinta mil ánimas; y en uno destos pueblos, por que los naturales significaron era muy grande y estaba en la serranía el padre fray Bernardino Beltrán y alguno de los soldados, les pareció que era poca fuerza la que llevábamos para ir a tan gran pueblo; y así no le vimos, por no dividirnos en dos partes; es gente como la de atrás, y con tantos bastimentos, traje y gobierno; tienen ídolos, arcos y flechas, y las demás armas de las provincias de suso referidas.

Salimos de la provincia dicha, hacia el poniente, tres jornadas, como quince leguas, y hallamos un pueblo que se llama Acoma, donde nos pareció había más de seis mil ánimas, el cual estaba sentado sobre una peña alta, que tiene más de cincuenta estados en alto, y en la propia pena, tiene hecha una escalera por donde suben y bajan al pueblo, que es cosa muy fuerte, y tienen cisternas de agua arriba, y muchos bastimentos encerrados dentro del pueblo; aquí nos dieron muchas mantas y gamuzas, y pedazos de cintos de los cueros de las vacas de Cíbola, aderezados como los aderezan en Flandes, y muchos bastimentos de maíz y gallinas; esta gente tiene sus sementeras, dos leguas del dicho pueblo, en un río mediano, donde atajan el agua para regar como riegan las sementeras, con muchos repartimientos de agua junto a este río, en una ciénega; cerca de las dichas sementeras hallamos mucho rosales de Castilla, con rosas, y también hallamos cebollas de Castilla, que se crían en la tierra, sin sembrallas ni beneficiallas; tienen las serranías de por allí cerca, dispusición de minas y riquezas, al parecer; las cuales no fuimos a ver, por ser la gente de allí mucha y belicosa; los serranos acuden a servir a los de las poblaciones, y llaman a éstos, querechos; tratan y contratan con los de las poblaciones, llevándoles sal y caza, venados, conejos y liebres, y gamuzas aderezadas, y otros géneros de cosas, a trueque de mantas de algodón y otras cosas con que le satisfacen la paga el gobierno; y lo demás es como los de las demás provincias; y hiciéronnos un mitote y baile muy solene, saliendo la gente muy galana, y habiendo muchos juegos de manos, algunos dellos, artificiosos, con víboras vivas, que era cosa de ver lo uno y lo otro; de manera que nos regalaron mucho con bastimentos y todo lo demás que ellos tenían; y con esto después de tres días, nos salimos de esta dicha provincia.

Fuimos caminando cuatro jornadas, veinte y cuatro leguas hacia el poniente, donde hallamos al cabo dellas, una provincia que son seis pueblos, y le llaman Amé, y por otro nombre Cíbola, en la cual hay mucha cantidad de indios, que pareció había más de veinte mil indios, donde supimos, haber estado Francisco Vázquez Coronado y algunos capitanes de los que llevó consigo; y en esta provincia, hallamos puestas junto a los pueblos, cruces, y aquí hallamos tres indios cristianos, que se dijeron llamar Andrés de Cuyuacán y Gaspar de México Antón de Guadalaxara, que dijeron haber entrado con el dicho Gobernador Francisco Vázquez Coronado, reformándolos en la lengua mexicana que ya casi la tenían olvidarla; déstos, supimos, que había llegado allí el dicho Francisco Vázquez Coronado y sus capitanes, y que había entrado allí don Pedro de Tobar, teniendo noticia de una alaguna grande, de donde decían estos naturales hay muchas poblaciones; y nos dijeron había en aquella tierra, oro, y que era gente vestida, que traían brazaletes y orejeras de oro, y que estaban sesenta jornadas de allí; y que la gente, del dicho Coronado, había ido doce jornadas adelante desta provincia, y que de allí se habían vuelto, por no haber hallado agua, y se les había acabado el agua que llevaban; y nos dieron señas muy conocidas de aquella alaguna y riquezas que poseen los indios que en ella viven; y aunque yo y algunos de mis compañeros, quisimos ir a esta alaguna, otros no quisieron acudir a ella. En esta provincia hallamos gran cantidad de lino de Castilla, que parece se cría en los campos sin sembrallo, y nos dieron mucha noticia de lo que había en estas provincias, a donde estaba la dicha alaguna grande, y de cómo habían dado aquí, al dicho Francisco Vázquez Coronado y a su gente, muchos metales, y que no los habían beneficiado por no tener aderezos para ello; y en esta provincia de Cíbola, en un pueblo que llaman Aquico, el dicho padre fray Bernaldino, y Miguel Sánchez Valenciano y su mujer Casilda de Amaya, y Lázaro Sánchez, y Miguel Sánchez Nevado, sus hijos; y Gregorio Hernández y Cristóbal Sánchez y Juan de Frías, que iban en nuestra compañía, dijeron que se querían volver a la Nueva Vizcaya, a donde habíamos salido, porque habían hallado, que Francisco Vázquez Coronado, no había hallado oro ni plata, y se había vuelto; que también ellos se querían volver como lo dijeron e hicieron. Las costumbres y ritos son como los de las provincias que dejamos atrás, y tienen mucha caza, y vístense de cuantas de algodón de otras que parecen anjeo; aquí tuvimos noticia de otras provincias que están hacia el poniente.

Fuimos adelante a la dicha provincia de hacia el poniente, cuatro jornadas de a siete leguas, y al fin dellas hallamos una provincia que se llama Mohoce, con cinco pueblos, en que a nuestro parecer, hay más de cincuenta mil ánimas, y antes que llegásemos a ellas, nos enviaron a decir que no fuésemos allá, sino que nos matarían; yo, con nueve compañeros que quedaron conmigo, que son Joan López de Ibarra, Bernardo de Cuna, Diego Pérez de Luxán y Gaspar de Luxán, Francisco Barroto y Pedro Fernández de Almansa, Alonzo de Miranda y Gregorio Fernández, y Joan Hernández, fuimos a la dicha provincia de Mohace, y llevamos ciento e cincuenta indios de la provincia de donde salimos; e los dichos tres indios, mexicanos, y a una legua, antes que llegásemos a la dicha provincia, nos salieron a recibir más de dos mil indios cargados de bastimientos, y les dimos algunas joyas que llevábamos, de poco precio, y con ellas a entender, que no íbamos a hacerles daño; y que los caballos que llevábamos, los podrían matar, porque eran malos, que hiciesen un fuerte donde los metiésemos; y así lo hicieron, y vinieron mucha multitud de indios a recibirnos, y con ellos los caciques de un pueblo de esta provincia, que se llama Aguato; y nos hicieron gran recibimiento, echando mucha harina de maíz por donde habíamos de pasar, para que la pisásemos, y todos muy alegres, nos rogaron que fuésemos a ver el dicho pueblo de Aguato, adonde yo regalé a los principales, dándoles algunas cosas que llevaba para este efeto; y en este pueblo, los principales dél, despacharon luego aviso a los demás pueblos de esta provincia, de los cuales vinieron los principales, con gran cantidad de gente, rogándonos que fuésemos a ver y visitar sus pueblos, que les daríamos mucho contento en ello, y así lo hicimos; y visto el buen tratamiento y dádivas que le di a los principales y tequitatos, entre ellos, juntaron, de la dicha provincia, más de cuatro mil mantas de algodón pintadas y blancas, y paños de manos con sus borlas a los cabos, y otras muchas cosas, y metales azules y verdes que buscan dellas para pintar estas mantas; y así nos dieron todo lo referido, y les parecía que era todo poco lo que hacían, preguntando si estábamos contentos. El sustento déstos, es como el de los demás de las provincias referidas, exceto que aquí no hallamos aves de la tierra; aquí nos dijeron, un cacique y otros indios, como tendrán noticia de la dicha alaguna donde está la riqueza de oro, y lo declararon, ni más ni menos que lo habían declarado los de la provincia antes de ésta; en seis días que aquí estuvimos, visitamos los pueblos de la provincia, y por entender que estos indios nos hacían amistad, dejé con ellos, en sus poblaciones, cinco compañeros, para que se volviesen a la provincia de Amí, con el bagaje, y con otros cuatro que llevé conmigo; caminé derecho hacia el poniente, cuarenta y cinco leguas, en descubrimiento de unas minas ricas que allí me dieron noticia había, con guías que en la dicha provincia me dieron para ir a ellas, y las hallé, y por mis manos, dellas saqué metales, que dicen los que lo entienden, son muy ricos, y que tienen mucha plata; es lo más dello sierrado adonde están las minas, y camino para ir a ellas; hay algunos pueblos indios, serranos, los cuales nos salieron a recibir en algunas partes con cruces en la cabeza, y nos daban de lo que tenían para su sustento, y yo les regalaba con algunas cosas que les daba; y adonde estaban las minas, la dispusición de la tierra, es buena, y hay ríos y ciénegas y montes, y a la orilla de los ríos, mucha cantidad de uvas de Castilla, y nogales y lino, y sorales y magueyes, y tunales; y los indios de aquella tierra, hacen sementeras de maíz; tienen buenas cosas; dijéronnos, por señas, que detrás de aquellas serranías, que no pudimos entender bien, qué tanto estaría de allí, corría un río muy grande, que sigún las señas que daban, era de ancho, de más de ocho leguas, y que corría hacia la mar del Norte; y que en la rivera deste río, de una parte y de otra, hay muy grandes poblaciones; y que pasaban el río con canoas; y que en comparación de aquellas provincias y poblaciones, del río, no son nada las provincias donde al presente estábamos; y que había en aquella tierra, muchas uvas y nueces y morales; y deste paraje, volvimos adonde había enviado los compañeros, que es setenta leguas, poco más o menos, de las dichas minas a Amí; procurando volver por distinto camino para mejor ver y entender la dispusición de la tierra, y hallé camino más lleno que el por donde había ido a las dichas minas.

Llegado que fui a la provincia de Amí, hallé en ellas a los dichos cinco compañeros que allí dejé, y el dicho padre fray Bernaldino, que aún no se habían vuelto con los compañeros; a todos los cuales, los indios de aquella provincia, habían dado lo que para su sustento habían menester, y él con todos nosotros, se holgaron mucho; y a mí y a mis compañeros, nos salieron a recibir los caciques, y nos dieron muchos bastimentos e indios para guiar y cargas, y cuando de ellos nos despedimos nos hicieron muchos ofrecimientos, diciendo que volviésemos allá otra vez, y que llevásemos muchos castillos, porque así llaman a los españoles; que por esta causa, sembraban mucho maíz aquel año, para darles de comer a todos; y desde esta provincia, se volvió el padre fray Bernaldino y las personas que con él habían quedado, y con ellos, Gregorio Hernández, que había andado comigo e ido alférez, aunque les requerí no lo hiciesen y se quedasen a buscar minas y otros aprovechamientos en servicio de Su Majestad.

Habiéndose ido el dicho fray Bernaldino con sus compañeros, yo con ocho soldados, volví con determinación de ir corriendo el río del Norte arriba, por donde habíamos entrado; y después de haber andado diez jornadas, como sesenta leguas, a la provincia de los Quires, de allí caminamos hacia oriente, dos jornadas de a seis leguas, donde hallamos una provincia de indios que se llama los Ubates, con cinco pueblos, donde los indios no recibieron de paz y nos dieron muchos bastimentos, gallinas de la tierra y maíz, y otras cosas; y de allí fuimos a descubrir unas minas de que tuvimos noticia, las cuales hallamos dentro de dos días, andando de una parte a otra y sacamos metales relucientes, y volvimos a la población donde habíamos salido; la gente destos pueblos es cantidad, y nos pareció habría como veinte mil ánimas; vístense de mantas de algodón pintadas y blancas, y gamuzas y cueros de las vacas de Cíbola, aderezados; gobiérnasen por la orden que los demás de aquellas provincias comarcanas; no alcanzan ríos; sírvense de fuentes y ciénegas; tienen muchos montes de pinales, cedros y sabinas; tienen las casas de tres y cuatro y cinco altos en estos pueblos.

Tiniendo noticia que a una jornada de la dicha provincia, había otra, fuimos a ellas, que con tres pueblos muy grandes que nos pareció tendrían más de cuarenta mil ánimas, que se llama la provincia de los Tamos; aquí no nos quisieron dar de comer ni admitirnos; por lo cual, y porque algunos de mis compañeros estaban enfermos, y que la gente era mucha, y no nos podíamos sustentar, determinamos de ir saliendo; y a principio de julio de ochenta y tres años, tomamos un indio, de este dicho pueblo para guía por otro camino del que habíamos llevado cuando fuimos, entrando y media legua de un pueblo de la dicha provincia, llamado Ciquique, hallamos un río al cual nombramos de las Vacas; respeto que caminando por él, seis jornadas, como treinta leguas, hallamos gran cantidad de vacas de aquella tierra; y caminando por dicho río, ciento y veinte leguas hacia la parte de oriente, al cabo de las cuales hallamos tres indios que andaban a caza; eran de nación jumana, de los cuales, por lengua de los intérpretes que traíamos, supimos que estábamos doce jornadas del río de Conchas, que nos pareció, serían poco más de cuarenta leguas; y atravesamos al dicho río de Conchas, con muchos aguajes de arroyos y ciénegas que por allí había, adonde hallamos muchos indios rumanos, de nación, y nos traían mucho pescado de muchas maneras, y tunas y otras frutas; y nos daban cueros de las vacas de Cíbola, y gamuzas; y de allí salimos al Valle de San Bartolomé, de donde al principio habíamos salido yo y el padre fray Bernaldino Beltrán y los demás compañeros de suso referidos; y hallamos que el dicho padre fray Bernaldino y sus compañeros, habían llegado muchos días había, a la dicha provincia de San Bartolomé, e ídose a la villa de Guadiana.

Todo lo de suso referido, vide por mis ojos; y es cierto, porque a todo me hallé presente; y salí con algunos compañeros, y aun con uno solo algunas veces, del real, para ver y entender la dispusición de aquella tierra, y dar noticia de todo ello a Su Majestad, para que provea lo que conviene en el descubrimiento y pacificación de aquellas provincias, y en servicio de Dios Nuestro Señor y aumento de su santa fe católica; y para que aquellas gentes bárbaras, vengan en conocimiento della, y en ello, yo y mis compañeros, pusimos la diligencia a nos pusible y que se requiere en esta relación; y en los antos y diligencias que en la jornada hicimos, de que consta por testimonio con la autoridad que allá pudimos, y no todo lo que pasó se pudo escribir ni yo dar relación dello por escrito porque sería mucha prolijidad, porque las tierras y provincias que en esta jornada anduvimos, fueron muchas y largas, y vía reta anduvimos hasta llegar al principio de las provincias donde llegamos; desde el Valle de San Bartolomé hay más de ducientas y cincuenta leguas, y de vuelta por donde venimos hay más de ducientas leguas; de más de que anduvimos en descubrimiento de las dichas provincias, y por ellos de unas partes a otras, más de trescientas leguas, y por tierras ásperas y llanas y lagunas y ciénegas y ríos, con muchos peligros y trabajos; y hallamos muchas diferencias de lenguas entre los naturales de aquellas provincias, y diferentes trajes y modos; y de lo que vimos y de lo que doy relaciones, lo menos que se entiende que hay en aquel las provincias, porque andando por ellos tuvimos noticia e información; de donde anduvimos había grandes poblaciones y tierras muy fértiles, y minas de plata, y noticia de oro, y gente demás justicia; porque vimos y tratamos y tuvimos noticia de grandes poblaciones, que por ser pocos, yo y mis compañeros, y algunos dellos no atreverse a ir adelante, no descubrimos más de lo que refiero; y aunque hacer esto, se nos ha tenido de demasiado atrevimiento, el cual tuvimos, entendiendo que en ello servíamos a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad; y para que dello se tuviese alguna lumbre, y ya que nos vimos en la ocasión no perdella, y con los modos, a nos, pusibles, procuramos verlo y entenderlo todo, informándonos de la verdad, por intérpretes, donde los había y donde no, por señas; y señalándonos los indios de aquellas provincias con rayas que hacían en el suelo, y con las manos, las jornadas que había de unas provincias a otras, y los pueblos que había en cada provincia, por los mejores modos que podíamos, para entenderlo; todas aquellas provincias son de gente crecida y más varonil que la mexicana, y sana, que no se entendió haber enfermedades entre ellos; y las indias más blancas que las mexicanas, y gente de buen entendimiento y pulicía; hay con buena traza de pueblos y plazas, y casas concertadas, y que se entiende dellos, que cualquier cosa de pulicía la aprenderán con brevedad; y en aquellas provincias, en la mayor parte dellas, hay mucha caza de pie y vuelo, conejos y liebres, venados y vacas de aquella tierra, y patos y ánsares, y grullas y faisanes y otras aves; buenas montañas de todo género de arboledas, salinas y ríos con mucha diversidad de pescados, y en la mayor parte destas tierras, pueden rodar carretas y carros; y hay pastos muy buenos para los ganados, y tierras para hacer heredades, huertas y sementeras de temporal y de regadío, muchas ánimas ricas, de las cuales truje metales para ensayar y ver la ley que tienen, e un indio de la provincia de los Tamos, y una india de la provincia de Mohoce; porque si en servicio de Su Majestad, se hubiere de volver a hacer el descubrimiento y poblazón de aquellas provincias, den alguna lumbre dellas y del camino por donde se ha de ir, y para ello aprendan la lengua mejicana y otras lenguas; y en todo me refiero a los autos y diligencias que sobre ello se hicieron, por donde más claro parecerá la intención y voluntad con que en la dicha jornada yo y mis compañeros servimos a Su Majestad, y las ocasiones justas que para ello hubo para dar noticia a Su Majestad, en cuyo servicio deseo gastar mi vida y hacienda. Hice esta relación era las minas de Santa Bárbola de la Gobernación de la Nueva Vizcaya, en fin del mes de otubre de mil e quinientos e ochenta e tres años, habiendo llegado al Valle de San Bartolumé, que es de la dicha jurisdicción, a veinte de setiembre del dicho año; que este día acabamos de llegar de la dicha jornada.- Antonio Despejo.- Entre dos rúbricas.



Muy poderoso señor.- Francisco Díaz de Vargas, vuestro alguacil mayor y regidor de la ciudad de los Ángeles de la Nueva España, diré que por lo que ha entendido por la noticia primera que se halló en la casa del Rey Montezuma de México, cuando se ganó aquel reino de que este dicho Rey y sus mexicanos, culguas tenían su origen y principio de las naciones y poblaciones que están debajo del norte a la parte del poniente, que es lo que agora llamamos las provincias de San Felipe del Nuevo México, por la cual el Marqués del Valle, pretendió descubrilla, y fue por la mar del Sur hasta dar a la California, con mucha y buena gente y armada, y no pasó de allí por los naufragios e infortunios que tuvo; por lo cual solo tuvo evidencia de los puertos y gentes de aquellas partes y costa de la dicha mar del Sur, de que todas aquellas naciones de indios, que por allí había, eran desnudos, salvajes y sin bastimentos ni caserías, y todas aquellas tierras muy pobres de metales de oro y plata, y las costas de la mar, pobres y sin perlas, como en ellas se pensaron hallar; de la segunda noticia que dieron Alvar Núñez Cabeza de Baca y Andrés Dorantes y Castillo Maldonado y Esteban, negro, que solo estos cuatro escoparen de los seiscientos hombres y armada que Pánfilo de Narváez llevó para la Florida y río de las Palmas, en donde dio al través y se perdió toda; y estos dichos cuatro, entrándose por la tierra adentro de la dicha Florida, hacia la tierra dicha de San Felipe del Nuevo México, atravesaron hasta dar en la costa del mar del Sur hacia la provincia de Culiacán, y de allí vinieron a parar a la dicha Nueva España, en la cual dieron noticia que mucha de la tierra que habían visto y andado, era poblada de mucha gente y bastimentos, y trajeron unas taleguillas de plata en polvo, y unos cascabeles de oro bajo que los indios les dieron en presente, diciendo que los habían habido derresgate de otros indios y poblaciones que estaban la tierra más adentro, en unas lagunas y río salado; por lo cual el Visorrey don Antonio de Mendoza invió a fray Marcos de Niza, lego de la orden de San Francisco, con alguna gente, y al dicho negro Esteban, para guía; y porque entendía algo de la lengua de los indios de las provincias por donde habían pasado para que el dicho religioso entrase la tierra adentro y certificase lo que había, el cual llegó hasta lo que primero se había visto, y sin ver lo demás adelante, se volvió, porque los indios le flecharon y mataron al dicho negro Esteban; y la noticia que dicho fray Marcos dio, fue haber visto mucha gente aunque desnuda y pobre. Esta nueva y otras que de ciertos indios que habían venido de hacia aquellas partes, y por la noticia de otros religiosos que habían por aquella parte hecho entradas, de los cuales algunos dellos mataron los indios, certificaron las de antes, y causaron que dicho Visorrey don Antonio de Mendoza inviase como invió por tierra, al gobernador Francisco Vázquez de Coronado, con seiscientos hombres, y un campo en que fueron más de dos mil personas y otros tantos caballos y ganados mayores y minores en gran cantidad, y atravesó por lo que agora llamamos Culiacán; y de allí por todas las montañas de indios desnudos hasta dar en los Valles de Señora y del árbol ponzoñoso, y a dar a los Valles de Corazones, donde quedó poblada una villa de más de cien vecinos españoles con el capitán Diego de Alcaraz, y pasó adelante el campo, hasta dar en los Valles de las Vacas; y de allí fue a dar a las siete ciudades que llaman de Cíbola y otras provincias circunvecinas; y otros capitanes corrieron y descubrieron todo lo que de aquella provincia y partes dichas, hay hacia la parte de la dicha mar del Sur, llevando guías de los mismos indios naturales de aquellas provincias; y los unos y los otros al cabo de dos años se volvieron a la dicha Nueva España, ansí por estar la dicha Nueva España apartada de la dicha tierra Nueva y de las poblaciones de españoles más de cuatrocientas leguas por vía reta, aunque les pareció por el rodeo que habían llevado, estaban mucho más distantes, como porque en todo lo que se anduvo se hallaron por los unos ni por los otros; habiéndose repartido el campo en siete u ocho capitanías, minas ni metales de oro ni de plata; y ansimismo la gente que en dos navíos con Marcos Ruiz de Rojas y un Alarcón, invió el dicho Virrey por la costa del mar del Sur para ayuda de la dicha entrada y descubrimiento, los cuales habiendo corrido toda aquella costa hasta el río del Tizón, no hallaron gente de asiento ni de cosas, sino desnudos y pobres de mantenimientos y tierras malsanas y sin metales de oro ni de plata; y ansí se volvieron también a la dicha Nueva España, y en este tiempo que pasó todo lo susodicho, fueron muertos en una noche el dicho capitán Diego de Alcaraz y los ciento hombres que con él quedaron poblados en los dichos Valles de Corazones; que solo uno que escapó, una india su amiga, trajo la nueva a la dicha Nueva España. Demás de esto, el gobernador Francisco de Ibarra, que pobló a la Nueva Vizcaya y todas las mismas della y de las Chiametta y San Martín y otras muchas, entró con harta gente, soldados y mineros viejos, por aquella parte, buscando poblaciones y minas por todas las serranías; y habiendo topado con la gente desnuda serrana dellas y con algunos metales, pobló dos villas entre Santa Bárbola y el dicho Culiacán, y de allí revolvió sobre la parte del Norte hasta que dio en los Valles de las Vacas; y por haberse acabado la munición y bastimentos, se volvió por diferente parte que había entrado, y aunque siempre fue hallando gentes; eran indios desnudos, y sin poblaciones fundadas, y sin bastimentos; y si algunos había, eran pocos y en pocas partes; y toda la tierra, sin minas ni metales, de oro ni plata, y habiendo vuelto a donde dejó pobladas las dichas dos Villas con el capitán Antonio de Betanzos, las despobló al cabo de dos años, por dos cosas; la una, porque los indios que con su industria y maña se habían reducido a la ley evangélica y al servicio de Vuestra Real Corona, se revelaron y alzaron, subiéndose a la serranía, haciendo grandes daños de muertes en la gente españoles e indios, amigos y ganados, y apretándolos en las dichas villas con guerra continua, y que era imposible volverlos a sujetar y traerlos de paz; y lo otro, porque las minas que labraban no era por fundieron de mucha riqueza; y después de todo esto, por la noticia que algunos religiosos que con celo de convertir algunos indios a las cosas de nuestra santa fe católica, aunque algunos les costó las vidas, los que volvieron de entre ellos que entraron hacia la parte de Pranuco y Florida, dijeron, haber sabido y entendido de la gente rayada y otras naciones desnudas, que por aquella derecera hacia al poniente había muchas gentes y poblaciones desnudas, casas de dos y tres altos, y que usaban vestidos, por lo cual, habiéndosele dado noticia dello al virrey Conde de Coruña, invió a fray Agustín de Ayamonte y otros dos religiosos, y por caudillo a Francisco Sánchez Chamuscado y otros ocho soldados y otras gentes de su servicio, que llevaron con bestias y ganados, para que entrasen y supiesen y entendiesen, qué gentes y tierra era aquella; los cuales, habiendo pasado por las gentes desnudas y rayados, y por despoblados, fueron a dar a la población y ciudades donde estuvo el campo del dicho gobernador Francisco Vázquez Coronado, llamadas Cíbola, que estos nombraron San Felipe de Nuevo México, habiendo caminado desde México hasta Santa Bárbola, ciento y sesenta leguas, y de allí a dicho Nuevo México, más de otras trecientas y cuarenta leguas, por donde ellos fueron; aunque como está dicho, por vía reta no hay tantas; y habiendo visto las dichas poblaciones y llanos y vacas dellos, se volvieron a la dicha Nueva España, al cabo de casi un año que de allí salieron y trajeron grandes metales, que dijeron era de unas minas que hallaron en la tierra poblada de aquellas ciudades; y estos metales se fundieron, y se halló que tenían plata harta, y dijeron al dicho Visorrey, que había otras muchas minas y metales, y muchas poblaciones de pueblos de casas de dos y tres altos y gente vestida y desnudos, bastimientos; y dejaron en la dicha tierra los dos religiosos, a los cuales mataron los indios dichos; y el caudillo Francisco Sánchez Chamuscado, murió allá de enfermedad; por otra parte, fray Pedro de Heredia y Antón Despejo, con licencia de la justicia de Santa Bárbola, y otros diez y siete y una mujer y otras gentes de su servicio, con bestias y otros ganados, fueron a descubrir las provincias dichas de San Felipe del Nuevo México, y habiendo llegado a las ciudades y poblaciones donde llegó el caudillo Francisco Sánchez Chamuscado, y viendo que la tierra era pobre de metales, tuvieron división si se volverían o pasarían adelante, y al cabo la mitad de la gente se volvió de allí, y el dicho Antón Despejo con la otra mitad, pasó adelante más de sesenta leguas, a lo que dice, y halló que toda aquella tierra estaba poblada de mucha gente vestida y de pulicía, y caserías fuertes; y aunque procuró metales y ruinas de oro y plata, nunca en lo que anduvo de ida y vuelta, halló que los hobiese, y dejó en aquella tierra los fuelles y aderezos que llevaba para beneficiar los metales; ni tampoco la gente que se volvió de la población de las primeras ciudades que volvieron por diferente camino, hallaron metales ninguno.

Y considerando el dicho Francisco Díaz de Vargas, por estas razones referidas, que pues hombres de tan buen entendimiento y tan experimentados en cosas de conquistas y nuevos descubrimientos, como fueron el dicho Marqués del Valle y el dicho visorrey don Antonio de Mendoza y otros muchos caballeros que con tanto cuidado procuraron hacer aquellas entradas y poblaciones, pues no permanecieron en ellas, debió ser conoscer la pobreza de la tierra, en lo que toca a metales de oro y plata, y muy necesitada de bastimientos, y que la mayor parte della, que está poblada de gente, es idómita y bárbara y rebelde, como lo son los chichimecos, los cuales será imposible traerlos ni sustentarlos de paz y en pulicía y poblaciones, por ser nascida y criada sin regalo de vestidos, ni cosas, ni estar hechos a labrar y cultivar las tierras, y que se sustentan de las frutas y de las cosas que matan; y ansí por vivir tan haraganes, no pueden ni quieren llevar el yugo de la servidumbre y trabajo de labrar y cultivar las tierras, y los que más hacia la dicha provincia de San Felipe del Nuevo México, están en los llanos de las Vacas que a estos indios llaman querechos, tampoco tienen casas, sino que como gitanos, andan en cuadrillas y capitanías, sustentándose con las vacas que matan sin usar pan, sino solo carne e yerbas; y se visten con los cueros de las dichas vacas que matan, y déstas usan hacer tiendas y pabellones, y se andan tras el ganado el invierno en los montes, y el verano en los llanos, llevando todos sus fardajes y comidas cargadas en perros medianos que no ladran; y esta gente tal es, de las condiciones y suerte dicha, y más valientes, y que serán tan malas y peores de sujetar y traerlos a pulicía; y que aunque hallaron las dichas ciudades de gentes pobladas con caseríos de dos y tres altos; y que usan de andar vestidos y labrar y cultivar las tierras y usar de otras pulicías y fuerzas, para se amparar de sus enemigos y conservarse, y son de más razón que las demás naciones que son las poblaciones que después acá se han vuelto a ver estas mismas; esto está tan distinto y apartado de la Nueva España, que hay más de cuatrocientas leguas, por donde se ha caminado, por los que más en breve y derechos han ido, y por la mar del Norte ni por la mar del Sur, no se le halló cercanía para poder conservar tierras tan apartadas, aunque sean pobladas de muchos indios; pues tenemos expiriencia el trabajo continuo y grande que se tiene, y lo mucho que cuesta, de fuertes y presidios de gente que Vuestra Alteza tiene en sola cincuenta leguas de tierra de guerra que hay desde México a las minas de los Zacatecas, cuanto más lo sería en tan largo camino de gente y tierra de guerra y despoblados, aunque hubiese muchas riquezas; las cuales causas y otras, debieron moverles a las personas luso dichas a no poblar ni hacer asiento en aquella tierra.

Por lo cual le paresce al dicho Francisco Díaz de Vargas, que de hecho no se hiciese esta jornada con mucho número de gente, sino con poca, se volviese a ver lo descubierto y se pasase adelante, a ver y descubrir más tierra y gente si la hay o se puede hallar, según la noticia que los naturales de aquellas provincias dan, de que adelante dellos, está un gran río de agua salada, que a lo que algunos quieren decir, aunque las cartas del marear dejasen esta presunción que es el estrecho de los bacallaos o brazo de mar que podría entrar de la una u de la otra costa, que cuando cualquiera cosa déstas fuese, sería cosa importantísima para la dicha jornada; y en aqueste río y otras lagunas que con él, dicen, que hay, se usan por muchas gentes que hay pobladas, canoas y piraguas, y que esta gente tienen oro y plata; y ésta es la parte y lugar de donde se entiende proceden los culguas mexicanos, y adonde los cascabeles de oro bajo que se dieron a Alvar Núñez Caveza de Baca, como está dicho, se rescataron allí. Y deseoso el dicho Francisco Díaz de Vargas de se emplear en cosa que tanto importa al servicio de Dios Nuestro Señor y ensalzamiento de su santa fe católica y conversión de tantas ánimas, y al servicio y acrecentamiento de vuestra real corona, la ofresce servir, entendiendo que en ello acierta con su persona, en hacer esta jornada a su costa, expensa y minción, y de sus deudos y amigos, y personas, que para el efeto hubieren de ir en la forma siguiente. Que mediante Jesucristo Nuestro Señor y su bendita Madre, irá con el nombre y cargo que Vuestra Alteza de presente fuere servido, con cincuenta o sesenta personas para el servicio de las cuales, y llevar recuas y otras bestias de cargo, en que hayan municiones y pertrechos de guerra, bastimentos y otras cosas, y ganados caballar y vacunos y ovejunos y cabrunos y otros severnán a juntar más de ciento y cincuenta personas, y llegará a la dicha provincia de San Felipe de Nuevo México, y pasará otras doscientas leguas de tierra más adelante, por la mejor noticia que tuviere, hasta saber y entender y ver, lo que en toda aquella tierra hay; y que si conforme a las causas y razones que Vuestra Alteza le diere, no conviniere que aquella tierra se pueble, ni él se detenga a ello, allá volver a dar de todo cuenta y razón al Visorrey de la dicha Nueva España, para que la invie a Vuestra Alteza; y si conviniere conforme a lo que Vuestra Alteza le mandare, hallando el cumplimiento dello que la dicha tierra se pueble, el dicho Francisco Díaz de Vargas poblará y hará asiento con la dicha gente en la parte y lugar que más fuere, y conviniente fuere, y dará aviso al dicho Visorrey para que con caudillos, lo invíe gentes que vayan a la dicha entrada y población; los cuales habrá muchos que hayan a su propia costa y minción, sin que a Vuestra Alteza le cueste de su real hacienda cosa alguna; y en el ínterin, procurará con los religiosos que llevare, instruir y doctrinar los naturales de aquellas provincias en las cosas de nuestra santa fe católica, y atraerlos a la obediencia y vasallaje de vuestra real corona.

Y habiéndose de poblar la dicha tierra, se ha de entender que debajo de las condiciones que Vuestra Alteza tiene concedidas a los que fueren a ser nuevas entradas y descubrimientos y poblaciones en las Indias, como está declarado por la provisión y cláusulas que en ellas están incorporadas, que su fecha es en el bosque de Segovia a trece días del mes de julio de mil e quinientos e sesenta e tres años, eso mismo se entienda estar capitulado y concedido al dicho Francisco Díaz de Vargas con el título de Adelantado, y en todo lo demás; y ansimismo, para las personas que con él hubieren ido al dicho descubrimiento, y después se le inviaren por el dicho Visorrey e Audiencias de aquellas partes, o que ellos se hayan dentro de dos años de como se le inviare la primera gente, para que con todos ellos pueda el dicho Francisco Díaz de Vargas, usar y hacer todo lo que Vuestra Alteza tiene concedido por la dicha su real provisión y ordenanzas y condiciones en ellas incorporadas; y demás de todo ello, pueda repartirlas salinas de sal, y ganado vacuno que hay en aquella tierra.

Solo pide el dicho Francisco Díez de Vargas que Vuestra Alteza le provea, de sus atarazanas de la ciudad de Sevilla o en la ciudad de México, de sesenta quintales de pólvora y sesenta cotas, murriones, corazas y armaduras necesarias, para un hombre; y sesenta mosquetes, y arcabuces, y seis tiros pequeños de campo de bronce; y que para todo lo susodicho y lo que más convenga, para asiento con Vuestra Alteza.

Porque con lo que, ansí ofresce el dicho Francisco Díaz de Vargas, corresponde a lo que sus antepasados han servido a vuestra real corona, especialmente, Gonzalo Díez de Vargas, su padre, que fue conquistador de la Nueva España, en muchas partes, siendo capitán, haciendo muchos y muy señalados servicios, especial, en oficio de visitador general de aquel Reino y en otros oficios calificados; y él, ansimismo, en las ocasiones que se han ofrecido, ha servido una vez en oficio de capitán, y otra de alférez mayor, y otra de maese de campo, de cinco capitanías, por orden del Visorrey don Martín Enrríquez, y de la Audiencia de México; y fecho despacho de la Armada de las Islas Felipinas, y en otros caros de justicia y gobierno de república, y para la dicha jornada es lengua mexicana; la cual algunos indios que se han hallado en aquella tierra hablan.

Y cuando las causas y razones que el dicho Francisco Díez de Vargas da, y lo que se ofresce a hacer, no fueren tan bastantes, ni las que convienen al real servicio, suplica humildemente se reciba su voluntad, que ésta jamás faltará para lo que fuere del ministerio y servicio de Vuestra Alteza como su muy leal y humilde vasallo; y suplica se le dé testimonio de este ofrecimiento, y lo que a ello se proveyere.- Francisco Díez de Vargas.- Entre dos rúbricas.



Muy Excelente Señor.- Manda Vuestra Excelencia a Rodrigo de Río de Losa, de su parecer sobre lo que será necesario para hacer la jornada del descubrimiento del Nuevo México y provincia de San Felipe, en cumplimiento de lo que Vuestra Excelencia me manda debajo el parecer de Vuestra Excelencia a quien mejor que yo lo entienda, lo que yo siento, conviene, es lo siguiente. Ya por otro parescer he dicho a Vuestra Excelencia que para hacer socorro a los religiosos que allá quedaron, que dicen son ya muertos, y para reconocer y ver la tierra, bastaban cien hombres, y por lo menos ochenta; ya este parescer cesa así, por tener Vuestra Excelencia noticia que a los religiosos martirizaron los indios. Agora la jornada ha menester más prevención, así de gente como de otras cosas a ella necesarias, porque debemos entender, los naturales della, estaban de guerra; y siendo mucha gente como dicen los dichos soldados que de allá vinieron, no sea de ir con tan poca gente que a los naturales della les sea ocasión en bellos pocos de acometellos; antes por el contrario, convenga llevar fuerza de gente para dos efetos: el primero para que los naturales de aquella tierra, viendo mucha fuerza de gente, aunque ellos tengan ánimo de ofender a los que fueren, pues debemos entender, estaran con este propósito, el ver es mucha la gente española que va, y que ellos contra tanta fuerza de gente no han de poder resistir, se les quite la osadía de acometellos; porque siempre me parece se ha de procurar y estorbar, venir en rompimiento; aunque me paresce será forzoso hacer algún castigo en los que mataron a los religiosos, especialmente en los movedores de este delito, para que sea fiero el castigo hecho en ellos, para que otros no se atrevan a hacer otro tanto; este castigo me parece será forzoso hacelle, porque sino se hace y la tierra se puebla, será entender los naturales, estimamos en poco a los religiosos; y así se debe entender los ofenderán, y no serán solos los muertos ellos, pero a otros muchos harán lo mesmo y no solo a ellos, pero a los soldados que con algún descuido anduvieren en trollos; y para estos dos efetos de quitalles la osadía de que no salgan de guerra, y hacer algún castigo con maña, es forzoso vaya fuerza de gente española bastante para ello, y para que si se desvergonzaren, sean ellos poca gente para ofender a los españoles, y puedan ser ellos ofendidos de nuestra nación y atropellados della, para que con buena reputación, que a los principios se cobre por los españoles, cesen en los naturales de aquella tierra, los atrevimientos adelante.

Lo segundo, conviene que vaya fuerza de gente, porque si la tierra descubierta no fuere tal cual se entiende, es, puedan quedar allí poblados algunos, y los de más puedan pasar adelante de los llanos de las Vacas y Quivira, y descubrir y ver la tierra; y si fuere tal, la gente y plata y oro, poblalla, y arrimando a alguna de las costas del Norte o del Sur, con el aderezo que se llevare para ello, hacer algún navío y dar noticia a Vuestra Excelencia o a Su Majestad a España, conforme al cómodo que hobiere; porque se debe entender, que en tierra tan larga y ancha, como se dice, es ésta, que según se platica, llega hasta el estrecho que está junto a la gran China, en cincuenta y siete grados, que no puede ser si no que halla cosas notables en ellas; y endescubrilla y poblalla, entiendo yo; sería mucho servicio a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad, además que se podrá evitar que otras naciones de franceses o ingleses luteranos, no la ocupen, que sería mucho daño para todos estos Reinos de las Indias.

Para este efeto que Vuestra Excelencia he dicho, converná, vayan por lo menos, trescientos hombres de a caballo, bien aderezados y armados; cada uno destos soldados, conviene no lleve menos de siete cabalgaduras, y siendo posible, las cinco, mulares, y las dos, caballares, para las armas; destas siete bestias, las tres han de ser de carga, y la otra para la caballería del soldado, y la otra para el mozo, y los dos caballos para las armas; entiendo, esta gente, con este aderezo de armas y caballos, podrán poblar la tierra y ver lo de adelante, y llevando menos bestias, irán cortos de posibles, los soldados, para andar lo que conviene; porque semejantes jornadas, gastan muchas bestias, como yo lo tengo por experiencia de muchos años.

Allende del herraje y clavo de herrar que llevaría cada soldado déstos, será forzoso que de parte de Su Majestad se lleve para cada soldado de los que fueren, tres docenas de herraje, y el clavo de herrar, doblado, y que este herraje, no se les dé, hasta llegados al nuevo descubrimiento del Nuevo México; en las salidas que se hicieren, el que fuere por cabeza irá dando a cada uno lo que le bastare para la jornada; porque si se les da luego a cada soldado lo que le cabe, estimaran en poco el perdello, y aun el jugallo, y dallo; y acaece que suelen tener pocos, el herraje de todos.

Para cada soldado y su mozo, es necesario se lleven cuatro docenas de pares de zapatos de baqueta, para que se les den poco a poco, en tiempo de necesidad; el calzado es forzoso, porque muchas veces, por falta dél, y del herraje y munición, se han dejado de proseguir las jornadas; y Su Majestad deja de hacer de una vez, las jornadas, y las hace de muchas, con pérdida de tiempo y de su Real haber.

Para cada arcabucero, es menester media arroba de pólvora, y una arroba de balas, que se lleve ansimesmo de respeto, allende de lo que los soldados llevaren.

Para cada soldado, será necesario, que en Santa Bárbola, Su Majestad les mande dar el bastimento siguiente: cuatro quintales de harina y dos quintalas de bizcocho, que los lleven en sus tres bestias de carga.

A cada soldado dos tocinos.

A cada soldado, una arroba de quesos.

La carne de vaca, se ha de llevar en pie, la cantidad, conforme, a la gente que fuere; y siendo mucha, es mejor para que quede alguna en las poblaciones que se hicieren.

Dos oficiales de herreros que entiendan aderezar arcabuces y hacer clavazón, porque si el uno se muriese o se quedare en alguna población, el otro pase adelante. El aderezo de fragua, limas y fuelles necesarios.

Cuatro pares de rejas para, arar y bueyes que vayan con el ganado.

Clavazón para hacer dos navíos pequeños, fragatas o bergantines, el uno mayor que el otro, para que si fuere necesario hacerse o para pasar algún brazo de mar o río, para dar noticia a Vuestra Excelencia, a Su Majestad se pueda hacer, porque en tan larga distancia de tierra, como se espera, se ha de andar, el volver por tierra, será de mucho trabajo y pérdida de tiempo en que se podría perder alguna buena ocasión; de más que para venir por tierra es menester mucha gente en tan larga distancia, y será posible no la haber, para quedar y venir; y por mar, poca es bastante.

Dos carpinteros que entiendan el hacer navíos, y el aderezo de azuelas y escoplos, y barrenas y sierras; y lo demás necesario para el efeto de su carpintería.

Dos pilotos que lleven estrolabios, cartas de ambas costas del Norte y del Sur; y lo demás necesario para su oficio de la mar y tierra.

Un oficial para hacer brea.

Otro oficial para hacer jarcias.

Cuatro medio ribadoquines, que no pesen de doce arrobas arriba, cada par.

Fuelles y cañones, y alcrevicez para la fragua y para fundir.

Bestias mulares, para llevar todos estos pertrechos que han de ir por cuenta de Su Majestad y encargados a sus oficiales para que den cuenta dellos, y no dispongan de todos ellos, sino fuere por orden y mandado de su capitán.

Allende de esto, lo principal es necesario que Vuestra Excelencia mande, vaya, quien en lo espiritual acuda así a la dotrina de la gente de guerra como de los naturales; y para que puedan quedar en las poblaciones que se hicieren, y para pasar adelante, los religiosos que fueren para este ministerio, será forzoso que Vuestra Excelencia o Su Majestad, les mande dar todo lo necesario de ornamentos, imágines, y lo demás que los que fueren han de haber menester, en tan larga jornada; y bestias para que lo lleven.

Algunos rescates para ganar la voluntad de los naturales.

A la gente de guerra que ha de hacer esta jornada, me paresce se hallarán sin sueldo, con que Su Majestad les haga merced de ennoblecer su persona y encomendalles los naturales para ellos y para sus sucesores, y estancias y tierras, y libertad para algún tiempo en los quintos reales del veinteno; y para que la tierra se pueble, que no se les imponga pecho ni alcabala, ni sisa, por cien años, estas encomiendas; se entiende, quedando para Su Majestad las cabeceras, y puertos, y salinas; y haciendo Su Majestad esta merced a los que fueren, entiendo que se hallaría gente más noble y de más vergüenza y posible que haga la jornada; y ya que no sea a cumplimiento, a los tres cientos hombres, será de más efeto la gente que fuere, porque irán con más ánimo; pues se atreven a gastar sus haciendas, que no, si fuesen a sueldo de Su Majestad; porque en gente que va a sueldo, siempre hay que gozar del interese de la paga; la más de la gente es de poco momento. Esto es lo que yo siento debajo del mejor parecer de Vuestra Excelencia, y de quien mejor que yo lo entienda.- Rodrigo de Río de Losa.- Entre dos rúbricas.

Muy Excelentísimo Señor. Manda Vuestra Excelencia diga lo que siento acerca del socorro que Vuestra Excelencia quiere hacer a los religiosos que quedaron en el nuevo descubrimiento, que dicen el Nuevo México; y dice Vuestra Excelencia que no hay orden de Su Majestad para hacer jornada ni conquista hasta consultallo con Su Majestad; y que tan solamente, la hay, para socorrer a los religiosos, si son vivos; y si lo son, ver las noticias que tuviesen en aquellas comarcas; y si hay plata en la tierra, y si fuera tal la tierra poblada, y dar a Vuestra Excelencia aviso; y si fuesen muertos los religiosos, procurar ver la tierra ya vista, y sus comarcas y minas, y traer relación cierta, de qué fuese de todo, y volverse para que Vuestra Excelencia la de a Su Majestad.

Para solo el efeto que Vuestra Excelencia pretende, me paresce debajo la mejor determinación de Vuestra Excelencia y parecer de quien mejor que yo lo entienda, dale Vuestra Excelencia mandar, vayan con algunos religiosos, cien hombres, y por lo menos, ochenta, lo menos pudieran ir; pero será a mucho riesgo, y el principal, a que no sean poderosos, para ver lo que Vuestra Excelencia pretende; porque si lo que Dios no quiera, los religiosos que allá quedaron, los han, los indios muertos, ha de estar toda la tierra de guerra, y estando la tierra de guerra, siendo la gente mucha como se dice, no solo menos gente que la que a Vuestra Excelencia digo, irá a conocido peligro de morir, o volverse sin poder ver nada, porque los naturales les han de defender el tratar y andar por la tierra; pero los cien hombres correrán mucho riesgo, y se verán en mucho peligro.

Lo otro, ya que los religiosos, siendo Dios servido sean vivos, han de haber entendido de los naturales, los secretos de la tierra, y para verlos será forzoso haya mediana fuerza de gente, porque si no la hay, sería posible, viendo los naturales que la gente es poca, se desvergonzasen y los acometiesen, y no fuese de efeto la ida; y de esto tenemos experiencia, porque yo lo he visto, y pasó en la jornada que yo hice por los valles de Omosa con el gobernador Francisco de Ibarra, que después que los indios nos vieron metidos la tierra adentro, nos acometieron de noche pensando acabarnos, y nos forzaron a volver por unas sierras adonde nos pusimos a peligro de morir de hambre por no nos hallar poderosos para volver por entre los enemigos, con ir cuarenta y cinco soldados; y a Francisco Vázquez Coronado, se dice, que habiendo poblado en Señora o Valle de Corazones, una villa, y habiendo dejado a los naturales de paz, viendo que el Francisco Vázquez estaba la tierra adentro, los naturales acometieron a los españoles que allí quedaron, y dejó, y mataron algunos dellos, y los demás salieron huyendo; y cuando volvió, halló sin gente la villa, y la tierra alzada; y esta osadía de los naturales, debemos entender, la tendrán, porque el demonio los infiltra en ello, por ver que si se puebla de cristianos aquella tierra, se le quitan sus ganancias de las almas, que mediante Dios se salvarán y ha de procurar no perdellas.

Cuanto a lo que Vuestra Excelencia manda, lo que yo siento es, lo que a Vuestra Excelencia arriba he dicho; y sea Vuestra Excelencia servidor de advertir, que a mi entender, lo hasta agora descubierto, no debe ser mucha la gente que se ha visto, viven, ni en aquel paraje entiendo la debe haber, porque si la hobiera, habiendo andado alrededor dello, los capitanes y gobernadores, Francisco Vázquez Coronado por la costa del Sur, y por la Florida, Soto, en un tiempo, y Francisco de Ibarra, después, por más arriba, la tierra adentro, que Francisco Vázquez Coronado; y ansimesmo, Cabeza de Vaca, Dorantes, y Castillo Maldonado, y el negro, que atravesaron la tierra desde la costa de la Florida hasta la del Sur a Culiacán, y un portugués que quedó con un fraile en Cuybira, cuando Francisco Vázquez Coronado hizo su jornada y atravesó a lo largo la tierra desde Cuybira hasta Panuco; todos estos, según se dice, no hallaron la población que agora se ha hallado, de adonde se debe entender, que lo nuevamente descubierto, no debe ser mucho, porque si lo fuera, no puede ser menos, sino que tantos como han andado la tierra hobieran tenido noticia dello, por ser la tierra, como se dice, angosta, de menos de doscientas leguas de ancho; esto se entiende, en cuanto a la gente, que en cuanto a las minas, como los naturales no las labran, bien sería posible haber muchas y muy ricas, y no se tener noticia dellas; y debajo desto, la jornada que agora tiene algún nombre y buena opinión, y siendo poca gente, no podrán ver adelante, pasados los llanos de las Vacas y Cuybira, la tierra, lo cual sería al contrario si fuese agora mucha gente; porque el que la llevase a su cargo, habiendo gente bastante para quedar y para pasar adelante, procurará por su reputación, armar la gente que llevare, y pasado Cuybira, ver todo lo que hay y le sea posible en algunos años; y entiéndese que en tierra tan larga como es ésta, según se platica, y tierra de plata, que se descubrirán mayores cosas y riquezas, así de gente como de plata, de adonde se siga hacer a Nuestro Señor, muy gran servicio, en la conversión de los naturales y a Su Majestad lo mesmo, en descubrille y poblalle estos sus reinos, y aumentar su real corona y reales rentas; y perdida esta ocasión y nombre que agora tiene esta jornada, si lo que Dios no quiera, viene a no ser tal la noticia que Vuestra Excelencia tiene, así de gente como de plata, no viéndose la tierra adelante de Cuybira, quedará la jornada y lo de adelante, con tan poco crédito, que para siempre se puede entender, no habrá quien quiera hacella ni la apetecerán, así de parte de Su Majestad como de sus vasallos; porque la opinión común ha da ser, que es todo poco, de lo cual se seguirán dos daños, que serán, quedar los naturales que aquella tierra habitan, sin lumbre de fe, por no haber quien los industrie en ella; y el otro, de parte de Su Majestad que perderá el interés espiritual y temporal en sus reales rentas que se le podrá seguir; y haciéndose la jornada con la fuerza que a Vuestra Excelencia digo sino hobiera buen efeto, estará Su Majestad desengañado para adelante; esto es lo que yo siento debajo el mejor parescer de Vuestra Excelencia y de quien mejor que yo lo entienda.- Rodrigo Río de Losa.- Entre dos rúbricas.



Relación breve y verdadera del descubrimiento del Nuevo México, que descubrimos nueve compañeros que salimos de Santa Bálbola, en compañía de tres religiones de la orden de San Francisco.

Salimos de Santa Bálbola en seguimiento de nuestro viaje, todos los dichos nueve compañeros, solo con intención de servir a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad, plantando el santo evangelio donde hallásemos comodidad y la divina majestad nos encaminase; salimos a cinco de junio de mil e quinientos e ochenta e un años, caminamos desde que salimos de Santa Bálbola treinta y un días, por tierra de gente desnuda, chichimeca, que no tiene qué comer, sino es raíces y tunas; gente muy pobre; después de lo cual, siguiendo nuestro camino, dejamos esta gente y seguimos nuestro viaje, y, caminamos diez y nueve días sin poder ver ninguna gente ni cosa viva, con hartos trabajos y desconsuelos, y al fin dellos, fue Nuestro Señor servido, de nos deparar un indio desnudo, víspera de Nuestra Señora de Ariosto, que por señas, le preguntamos, donde había maíz, y él nos respondió, que una jornada de allí, hallaríamos maíz en cantidad, y esto fue por dos o tres granos que le enseñamos; y que había mucho, y nos señaló, que andaban vestidos de la color de nuestras camisas, y que tenían casas, y todo esto por señas y señales que hacía en la tierra; de lo cual nos holgamos en extremo, porque íbamos ya con necesidad de bastimentos; y allí detuvimos al dicho indio, tres días, porque nos llevase adonde decía; y así nos llevó, y hallamos ser verdad todo lo dicho, porque a veinte e un días del mes de agosto, descubrimos un pueblo que tenía cuarenta y cinco casas de dos y tres altos; y asimismo descubrimos, grandes simenteras de maíz, frísoles y calabaza, donde dimos muchas gracias a Nuestro Señor, por nos haber deparado remedio de bastimentos; y así entramos en el dicho pueblo, todos nosotros, bien aderezados, apuesto de guerra para si fuese menester aunque della no llevábamos propósito sino con paz y amor, atraer la gente al gremio de nuestra santa fe católica, y en medio de nosotros llevábamos tres religiosos con tres cruces en las manos y al cuello; y así entramos en el dicho pueblo, y no hallamos persona alguna, porque no nos osaron aguardar por no saber que cosa fuésemos por nos haber ir en los caballos armados; y visto esto, nos salimos luego del dicho pueblo y caminamos entre milpas, cerca de media legua; y luego hallamos y descubrimos otros cinco pueblos, y en un raso, asentamos nuestro real y acordamos de no pasar de allí hasta traer aquella gente de paz y que fuésemos amigos; y acabo de dos días, vino un cacique con tres indios a reconocer qué gente éramos, y por señas nos saludamos los unos a los otros, y se llegaron a nosotros, y les dimos hierro y cascabeles y naipes y otros juguetes, y así los hicimos amigos, y fueron a llamar la demás gente, y vino en gran cantidad, a nos ver, diciéndose unos a otros, que éramos hijos del Sol; y nos dieron maíz, y frísoles y calabaza, y mantas de algodón, y cueros de las vacas, adobados; y estuvimos allá entre ellos, cuatro días, y en este tiempo, nos informamos dellos por señas, que adelante había grandísima suma de pueblos, y a los lados y dende allí, caminamos cincuenta leguas el río arriba donde en él y a los lados, como a una jornada, descubrimos y vimos y paseamos, sesenta y un pueblos, poblados todos de gente vestida, y los dichos pueblos, muy en buen lugar, llanos y en buena tierra, y las casas, juntas, con sus plazas y calles, todo por muy buen orden; tienen gallinas de la tierra, que crían; parecionos a todos, que los sesenta y un pueblos que vimos y estuvimos, habría más de ciento y treinta mil ánimas, toda gente vestida; dejamos de ver en aquella dicha provincia, más de otros tantos pueblos, de los mayores, por no poder ni atrevernos ir a ellos; cógese mucho algodón en ellos; el padre fray Bernaldino Beltrán, de la orden de San Francisco, que entró agora, después de nosotros, diez meses, a con Antonio Despejo, con quince soldados, trae por nueva, que descubrió cinco pueblos en la dicha provincia, que tenían más de cincuenta mil ánimas; diéronles dos mil mantas de algodón en ellos, y luego descubrieron otros once pueblos de mucha gente, según traen noticia; diéronles noticia de una muy grande laguna de muchas poblaciones y gente, y que en ellas andan en canoas, y que en las proas traen de color de latón, unas bolas grandes; dan por nueva, va Antonio Despejo con ocho compañeros en esta demanda de la laguna; de todo esto dará entera y copiosa relación el padre fray Bernaldino Beltrán.

Descubrimos, asimismo, los dichos nueve compañeros con los tres padres religiosos, como treinta leguas a un lado de los dichos pueblos, grandísima suma de vacas corcovadas, y encima de la espaldilla tienen un codo de corcova; hay más de doscientas leguas, sucesivas; dellas, no sabemos lo que toman en ancho de tierra; es ganado no muy bravo, corre poco, es mejor carne de comer que la desta tierra, y es ganado más crecido, que no éste desta tierra.

Asimismo descubrimos en la dicha tierra, once descubrimientos de minas con vetas muy poderosas, todas ellas de metales de plata, que de los tres dellos, se trujo el metal a esta ciudad, y se dio a Su Excelencia; él lo mandó ensayar al ensayador de la casa de la moneda, el cual, los ensayó, y les halló al un metal, dellos, a la mitad de plata; y al otro halló, a veinte marcos por quintal, y al otro cinco marcos; todo lo cual me remito al dicho ensayador, que lo que él dijere, no hay más. Descubrimos, asimismo, en la dicha población, una salina muy rica de mucha sal granada y muy buena; de todo se trujo a Su Excelencia, la muestra dello; tiene la salina cinco leguas de boj. Todo lo que dicho es aquí arriba, estamos muy prestos y aparejados, dándonos Su Majestad licencia para ir a poblar y salvar tantas ánimas como allí tiene cautivas el demonio, de lo enseñar y dar verbo ad verbo, como aquí lo referimos; y mucho más, de que hay noticia, y dello se servirá Dios Nuestro Señor, y la real corona verná en grande aumento, así de vasallos como de sus reales quintos; porque después que los españoles hayan entrado en la dicha tierra, además de las minas que tenemos descubiertas, buscarán y descubrirán otras muchas; porque la tierra es muy aparejada dellas, y de montes, pastos y aguas; es tierra que toca un poco en fría, aunque no demasiado; es el temple como el de Castilla; y en el no poblarse con brevedad aquellas ánimas que allí están, corren mucho riesgo; y a la real corona de Su Majestad verná gran daño como es notorio.- Philipe de Escalante.- Hernando Barrando.- Por mandado del Ilustrísimo Señor Arzobispo de México, hice sacar esta relación de su original, con el cual concuerda. En México a veinte e seis de otubre de mil e quinientos e ochenta e tres años.- Joan de Ararida.- Hay una rúbrica.





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