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Testimonios, confesiones y memorias del sandinismo

Verónica Rueda Estrada



En este artículo se hará un recuento de las características del testimonio nicaragüense, de las obras más significativas, sus antecedentes, las nuevas propuestas para la continuidad de este género que tantas expectativas despertó durante la década revolucionaria y el cambio de paradigma después de la derrota electoral de 1990.

Junto con la agudización del conflicto bélico en Nicaragua durante los años ochenta se dio el auge del género testimonial en toda la región centroamericana, ya que éste formó parte de los propósitos ideológicos de los rebeldes. La literatura y, específicamente, el testimonio, fueron considerados como un medio operativo para lograr la solidaridad internacional. Durante este periodo, las obras enarboladas por la izquierda armada anularon la figura del escritor y en muchas ocasiones la del individuo. En este tipo de escritos se asume la experiencia de la colectividad en busca de un destinatario solidario, se exalta la mística rebelde, el rescate de las experiencias colectivas, se da voz a los usualmente desplazados (los indígenas, los campesinos, las mujeres, los ancianos, los niños, los proletarios en general, y todos los que sufren opresión) con una fuerte carga ideológica y propagandística. El testimonio fue considerado como literatura de compromiso de un grupo de intelectuales de izquierda ante la realidad opresiva y como rescate de los actos heroicos de un pueblo que combatió por un futuro revolucionario. El testimonio se convierte, entonces, en la tendencia genérica característica de Nicaragua -en general del Istmo- en cuanto a su estrecha vinculación con los movimientos antidictatoriales. Como parte integral de la propia resistencia «no sólo relatan estrategias de resistencia; son en sí mismas una de estas estrategias»1. Esta literatura tuvo una gran aceptación debido a la riqueza de experiencias que representaba la historia reciente y las circunstancias de lucha. Nicaragua estaba marcada por grandes y bruscos cambios sociopolíticos: la lucha antidictatorial, la guerrilla, la implantación de políticas antisubversivas con el apoyo de Estados Unidos, los años de gobierno revolucionario y la guerra contrarrevolucionaria. Los testimonios hacían referencia a realidades concretas, extraliterarias, producto de la estrecha relación entre lo social y las letras.

Sin embargo, a pesar de las novedades que produjo el testimonio en el Istmo centroamericano, no se puede considerar como un género espontáneo o ahistórico. Para Sergio Ramírez, la tradición testimonial en Nicaragua es tan antigua como la primera intervención norteamericana y se remonta a la realizada por el filibustero William Walker: «Walker decretó la esclavitud y estableció el inglés como idioma oficial. La tesis expuesta en su libro de memorias, La guerra en Nicaragua, era que la raza blanca -la mente- y la raza negra -el músculo- estaban destinadas por la providencia a complementarse, pero los mestizos, indolentes y viciosos, lejos de ese esquema no servían para nada»2.

Por su parte, los investigadores estadounidenses John Beverley y Marc Zimmerman, expertos en la literatura de la región en ese conflictivo periodo, afirman que «las tendencias testimoniales en Nicaragua [con las características actuales] se remontan a la primera gran insurgencia de 1930»3; y, para el crítico literario nicaragüense Nicasio Urbina, la relación entre testimonio e intervención estadounidense es indisoluble4. En consecuencia, tanto norteamericanos como nicaragüenses (Urbina y Ramírez) coinciden en establecer el origen del género a partir de eventos sociales de gran magnitud (extraliterarios) relacionados con las luchas nacionalistas nicaragüenses5.

Existe una gran cantidad de clasificaciones del testimonio: algunos autores lo definen según su cercanía con otras disciplinas, según sus características literarias formales, por la época de elaboración y la presencia de un organizador, según su temática, sus características literarias formales y su relación con otras disciplinas y de acuerdo con la participación o no de un escritor6.

En la ya citada obra Literature and politics in the Central American revolutions, Beverley y Zimmerman proponen la existencia en la región centroamericana de tres etapas testimoniales: una primera denominada prototestimonio, la segunda corresponde al testimonio sandinista y la tercera al neotestimonio. Esta clasificación, a pesar de ser nombrada por sus características formales, en los hechos se elaboró principalmente a través del énfasis en los temas y la época de escritura. Siguiendo en líneas generales la anterior propuesta, y tomando como límite inicial la década de los treinta, a continuación analizo el testimonio nicaragüense, evidentemente ligado al sandinismo.






Testimonio antidictatorial

Se inaugura con los diálogos que el periodista José Román tuvo con el dirigente nacionalista, recogidos en la obra Maldito país (1930)7. El autor fue invitado por Augusto C. Sandino a la región de Las Segovias para difundir las causas de la lucha del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional (EDSN). Este libro contribuyó a la difusión del pensamiento del dirigente nacionalista, mismo que será retomado durante los años sesenta para la fundación del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a través de las modificaciones ideológicas que hará Carlos Fonseca Amador.

Paralelamente a los sucesos de la intervención y sus secuelas, los escritores nicaragüenses incluyeron en sus construcciones narrativas elementos de la trastocada realidad social. Este periodo literario es conocido como «realismo social» y sus principales características son la descripción de la explotación social y el relato testimonial (de los propios escritores, pero también de un Otro que sufría opresión). En general, estas obras fueron consideradas como novelas, pero actualmente para un sector de la crítica literaria son el origen del género testimonial8.

Con estas características destacan principalmente las obras Sangre en el trópico: novela de la intervención yanqui (1930)9 de Hernán Robleto, obra que para el crítico literario nicaragüense, Nicasio Urbina es el primer testimonio latinoamericano10. También de la autoría de Robleto, Los estrangulados: el imperialismo yanqui en Nicaragua (1933) y Nido de memorias: poesía y tragedia en el Caribe (1960)11. De Adolfo Calero Orozco, Sangre santa (1939 o 1944)12 y la que es quizá la obra más representativa del periodo, Bananos (1942) de Emilio Quintana13.

Gran parte de los testimonios de esa época fueron relativos a los compañeros, simpatizantes o enemigos de Sandino. Ahí están las entrevistas e impresiones del periodista Ramón Belausteguigoitia en Con Sandino en Nicaragua (1934)14; la respuesta dictatorial de Anastasio Somoza García, El verdadero Sandino o el calvario de Las Segovias (1936)15; la obra de Alfonso Alexander, Sandino: relato de la revolución en Nicaragua (1937); y Contra Sandino en las montañas (1942)16 de Manolo Cuadra quien al sufrir prisión escribiría los testimonios carcelarios de Itinerario de Little Corn Island (1937)17 y la del protagonista político, estrechamente relacionado con Sandino, el expresidente Juan Bautista Sacasa, Cómo y por qué caí del poder (1946)18.

Para los años cincuenta aparecen las experiencias de Carlos Fonseca en Un nicaragüense en Moscú19, obra que marca el inicio de la tendencia ideológica del fundador del FSLN. Específicamente en Nicaragua, y después de la represión desatada luego del asesinato de Somoza García en 1956, cobra importancia el testimonio de la barbarie dictatorial como una forma de crear conciencia de las condiciones políticas del país. Así, la obra del periodista Pedro Joaquín Chamorro Cuadra, Estirpe sangrienta: los Somoza (1957) y Diario de un preso (1963)20; junto con la del sacerdote trapense Ernesto Cardenal, En Cuba (1972)21, constituyen claros ejemplos de denuncia de personalidades opositoras al régimen.

A esta lista de obras significativas del periodo antidictatorial agregaré las memorias de Luis Gonzaga Cardenal sobre su insurrección antisomocista en Mi rebelión: la dictadura de los Somoza (1961), que incluso fue vista por el mismo autor como la manera en que «no debe hacerse una revolución»22; y la obra de Jerónimo Aguilar Cortés, publicada en su vejez, sobre su participación en el EDSN, Memorias: de los yanquis a Sandino (1972)23. Ambas se caracterizan por lo que Delgado llama «las constantes de la literatura testimonial antidictatorial» y que poseen un tono bastante cercano a la novela de la selva24.

Las décadas de los treinta a los setenta representaron una serie de luchas desde varios flancos; las literaturas nacionales no fueron la excepción. Los intelectuales también lucharon por denunciar las condiciones de vida denigrantes de un amplio sector de la población, a través del camino previamente andado por el realismo social; corriente que se arraigó fuertemente y que, con el tiempo, se desarrolló en varios sectores de la creación cultural, principalmente, en la literatura. Para

Françoise Perus el testimonio «se asemeja [...] a la tradición latino-americana del realismo social»25. Pero es durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta cuando el testimonio se convirtió en arma y forma de lucha en contra del poder hegemónico en el campo literario, llegando a ser un canon latinoamericano, el canon de la izquierda.




Testimonio sandinista y antisandinista

Antes de que el testimonio sandinista se instaure de una manera casi oficial desde las oficinas del gobierno revolucionario, éste surge con la publicación, muchas veces clandestina de obras que, como dice Delgado, «recrean [o mejor inventan] los principios intelectuales-culturales primigenios de la revolución [...] [Obras que] no están tan distanciadas como podría pensarse de las tradiciones intelectuales nicaragüenses que marcaban a Manolo Cuadra o Pedro Joaquín Chamorro»26.

Gracias al empuje de un gobierno revolucionario se entregó una considerable cantidad de recursos a la fundación del Instituto de Estudios del Sandinismo en el que los testimonios de ex guerrilleros, militantes, colaboradores y bases de apoyo serían determinantes para la elaboración de «la nueva historia de Nicaragua», cuyo paradigma central fue la importancia del pueblo nicaragüense en el proceso histórico de liberación nacional. El pueblo es visto como el verdadero creador de los cambios sociales y, en consecuencia, como protagonista de la historia y como un sujeto histórico determinante. Para construirla -y en forma paralela a la campaña de alfabetización (1980-1981)- se llevó a cabo el proyecto «Rescate histórico de la participación popular en la lucha antisomocista», a través del cual los miembros de la Brigada de rescate histórico Germán Pomares Ordóñez recabaron los testimonios orales de más de 7 000 dirigentes populares, testimonios que actualmente se encuentran en el acervo de Historia Oral del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA-UCA)27.

También por iniciativa gubernamental fueron invitados investigadores extranjeros para que hicieran entrevistas a altos mandos de la dirigencia y a combatientes comunes en busca de la solidaridad internacional a la causa revolucionaria. Así, con la maquinaria gubernamental como telón de fondo, la estadounidense Margaret Randall publicó varios libros sobre testimonios nicaragüenses, entre ellos Cristianos en la revolución (1983) y Testimonios (1983)28.

Randall también colaboró en la creación de una serie de talleres con el fin de promover campañas literarias y brigadas culturales para animar a los excombatientes y al pueblo en general, a recabar sus propias experiencias. En el ya mencionado manual Testimonios la antropóloga norteamericana sistematizó sus concepciones y sus experiencias sobre el tema con la finalidad de desarrollar una metodología que pudiera emplearse en la realización de este tipo de obra; el resultado funcionó como libro de texto en los talleres sobre historia oral, una de las actividades organizadas por el Ministerio de Cultura.

El sacerdote trapense y ministro de Cultura, Ernesto Cardenal, impulsó el testimonio en toda una gama de modalidades, muchas de ellas totalmente innovadoras, como por ejemplo:

  • Testimonios pictóricos: influidos por la pintura primitivista-artesanal de Solentiname, apoyados con la intención de dar un gran impulso a la pintura nativa y popular con motivos revolucionarios.
  • Testimonios cinematográficos: principalmente con el otorgamiento de apoyo y recursos tecnológicos para la filmación de documentales y películas sobre la insurrección y la revolución.
  • Testimonios musicales: se dio apoyo para la grabación y el rescate de las tradiciones populares; con esto se logró la proliferación de un gran número de «corridos» sandinistas y la continuación de los festivales de música testimonial, asimismo se distribuyó ampliamente la Misa campesina con claros tintes revolucionarios-propagandísticos.
  • Testimonios poéticos: la gran tradición de los versos nicaragüenses heredados de Rubén Darío toma una nueva forma en la voz de Ricardo Morales-Avilés, Doris Tijerino, Carlos Guadamuz y el más reconocido de todos, Ernesto Cardenal, mismos que han dejado un gran legado artístico.
  • Testimonios literarios: sin duda las formas más exponenciales, pues se les dio un gran impulso, llegando a consolidarse como puntales en el canon de la izquierda nicaragüense.

La planificación cultural realizada por Cardenal y sus colaboradores continuó con la elaboración de diversos materiales relativos al pasado reciente nicaragüense y a la divulgación de la cultura, práctica que se llevó a cabo incluso en lo cruento de la guerra, pues existían los Talleres de sonido popular, las Brigadas de salvación del canto, así como las Brigadas culturales que recorrían los frentes de guerra llevando música, baile y poesía, tanto a los combatientes como a la población en general.

Las diferentes visiones ideológicas de los colaboradores del Ministerio de Cultura, la crisis económica que obligó a la Compactación29, así como el culto al ego de varios artistas que se sintieron desplazados o con más capacidad que el sacerdote Cardenal para la dirección de la cartera, provocaron antagonismo, polarización y, finalmente, abierta oposición30. Tales circunstancias desembocarían en la renuncia de Cardenal, cuyo puesto quedaría en manos de Rosario Murillo, quien fue convirtiendo al Ministerio en una institución que perdía fuerza continuamente y en un instrumento de luchas intestinas por el poder.

Durante este periodo se publicaron pocos testimonios que contenían la contrapropuesta ideológica al testimonio sandinista, cuya característica principal fuera, evidentemente, su férrea oposición a las políticas revolucionarias. La gran maquinaria del gobierno revolucionario no dio difusión a estos testimonios opositores. Durante la década del FSLN en el poder, pueden clasificarse los testimonios según su temática, haremos mención únicamente de los más significativos:

  1. La insurrección popular. A este tópico corresponden las siguientes obras: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982, ganadora del premio Casa de las Américas de ese año) y Canción de amor para los hombres (1988)31, ambas de Omar Cabezas y La paciente impaciencia de Tomás Borge (1989)32.
  2. La insurrección popular y el heroísmo de los guerrilleros (incluso niños): Que diga Quincho (1982)33 de la escritora uruguaya María Gravina Telechea; el que puede considerarse el testimonio canónico del sandinismo La marca del Zorro de Sergio Ramírez Mercado (1989)34; el libro que el Instituto de Estudio del Sandinismo publicó en el tercer aniversario de la victoria, Porque viven siempre entre nosotros: héroes y mártires de la insurrección popular sandinista en Masaya (1982), Y... «Las casas quedaron llenas de humo» (1982) de Carlos José Guadamuz35.
  3. El feminismo revolucionario: Todas estamos despiertas: testimonios de la mujer nicaragüense hoy (1980), Somos millones: la vida de Doris María, combatiente nicaragüense (1977) -publicado por primera vez al fragor de la lucha insurreccional-, Las mujeres (1989)36de la ya mencionada Margaret Randall, y Las sandinistas (1985) de Elizabeth Maier37.
  4. Las enseñanzas revolucionarias y cristianas: Ministros de Dios, ministros del pueblo: testimonio de tres sacerdotes en el gobierno revolucionario de Nicaragua [Miguel D'Escoto y Ernesto y Fernando Cardenal], y Revolucionarios por el evangelio, ambas de Teófilo Cabrestero (1983)38.
  5. La acumulación de fuerzas y la vanguardia revolucionaria: Entre el fuego y las sombras de Charlotte Baltodano Egner (1977)39 y Carlos, el amanecer ya no es una tentación (s. f.)40 de Tomás Borge, así como las memorias de José Antonio Robleto Siles, Yo deserté de la Guardia Nacional de Nicaragua (1979)41.
  6. La lucha política y la oposición durante la revolución: Agonía en el bunker del cardenal de Managua Miguel Obando y Bravo (1990)42.

El tema de la contrarrevolución desde el sandinismo en Una tragedia campesina: testimonios de la resistencia de Alejandro Bendaña (1991)43, Nicaragua: crónica de una sangre inocente del sacerdote Teófilo Cabestrero (1985)44, y desde posturas contrarias al sandinismo: Memoirs of a counter-revolutionary. Life with the contras, the sandinistas and the CIA (1989)45 de Arturo Cruz Jr. Por su parte, Somoza Debayle, el antagonista, grabó varias de sus llamadas telefónicas en los momentos anteriores a su caída que luego serían transcritas junto con la entrevista que Jack Cox le hiciera en Panamá para ser publicadas en Nicaragua traicionada (1980), donde da su versión de los hechos que provocaron su derrocamiento46.

Los anteriores ejemplos son sólo una muestra representativa de la gran variedad de testimonios que se escribieron durante el proceso revolucionario, muchos de los cuales fueron impresos por la editorial estatal Nueva Nicaragua. Otros nunca fueron publicados ni circularon en forma masiva y sólo existen versiones mimeografiadas que formaban parte del acervo del Instituto de Estudios del Sandinismo y que ahora se encuentran en la ya mencionada colección Historia oral del IHNCA-UCA. A pesar de la variedad temática de los testimonios anteriormente citados, todos tienen de trasfondo la Revolución Sandinista o la oposición a ésta.

La derrota electoral del FSLN en 1990 no sólo provocó la interrupción en la publicación de testimonios en la medida en que ya no contaron con el apoyo económico de algunas de las editoriales del gobierno y/o del partido sino que dio lugar a una nueva forma de testimonios contrarios a las políticas culturales y editoriales del sandinismo47.




Testimonio posrevolucionario

Dentro de esta clasificación se encuentran varios textos que fueron elaborados por ex combatientes de la «Contra», la mayoría de los cuales no contaron con amplia distribución ni en Nicaragua ni en Estados Unidos y mucho menos en Latinoamérica, lo que habla de la poca importancia que se les ha dado, aun después de la derrota electoral. Sin embargo, algunos pueden consultarse en bibliotecas y otros más encontrarse en librerías de Nicaragua, Estados Unidos y México. A continuación presento los más relevantes en orden cronológico de publicación.

El testimonio del asesor de la «Contra» en Honduras, Sam Dillon, titulado Comandos (1991)48; el del sacerdote, académico y exrector de la UCA Xabier Gorostiaga, Dando razón de nuestra esperanza (1991)49; las memorias del norteamericano solidario John Brentlinger, The best of what we are. Reflections on the Nicaraguan Revolution (1995)50, donde logra explicar al lector los últimos años en la historia de Nicaragua; así como el texto de Liebel Manfred, Testimonios de niños, niñas y adolescentes trabajadores de Nicaragua (1996)51 en el que se da cuenta de la terrible explotación de la que son objeto los menores nicaragüenses bajo el amparo de la democracia electoral.

Corresponden al mismo recuento, las ediciones norteamericanas del trabajo del ex empleado de la CIA y encargado de colaborar con la «Contra» desde el territorio hondureño, Timothy Brown, en The real Contra war. Highlander peasant resistence in Nicaragua (2001)52; el texto del opositor sandinista Roberto J. Arguello, La vida secreta de los sandinistas (1997)53; y la visión de género de Lorraine Bayard de Volo en Mothers of heroes and martyrs. Gender identity politics in Nicaragua. 1979-1990 (2001)54.

Sobre el tema del «tiranicidio» de Somoza Debayle existen tres versiones: la primera surgió en 1990 desde la ciudad donde ocurrió el asesinato y fue escrita por el antiguo amigo y colaborador del dictador, Alejandro Mella Latorre, se titula Somoza y yo: crónica de un calvario en Paraguay55; la segunda, de tintes periodísticos, escrita por la salvadoreña Claribel Alegría y su esposo norteamericano D. J. Flakoll, Somoza: expediente cerrado. La historia de un ajusticiamiento (1993)56; y por último, La saga de los Somoza: historia de un magnicidio (2002)57 de Agustín Torres Lazo, que trata sobre los dos ajusticiamientos, el de Somoza García -pues Torres Lazo fue fiscal del caso judicial en contra de los compañeros de Rigoberto López Pérez por el asesinato- y el de Somoza Debayle. La última parte del texto está dedicada al asesinato en Paraguay del último de la saga, y presenta su versión del «tiranicidio» en abierta contraposición a lo expresado por los argentinos en el libro de Claribel Alegría (1996). Torres Lazo afirma que los asesinos intelectuales de Somoza Debayle no fueron los montoneros, sino el mismo Stroessner58, en una postura un poco más concordante con la versión de Mella Latorre.

Los testimonios de este periodo son los que se siguen escribiendo y publicando actualmente y que conforman un corpus en desarrollo que dará muchos elementos para nuevos análisis de la evolución del género y sus variantes. Los cambios sociales en Nicaragua influyeron para la conformación -también en desarrollo- de nuevas propuestas literarias que retoman la tradición testimonial59. Pareciera que al finalizar la parte armada de la lucha antiimperialista, las formas literarias desarrolladas durante la revolución resultaron caducas; no obstante, la innovación no pudo romper por completo con la tradición.

Los testimonios posrevolucionarios -«neotestimonios» según Beverley y Zimmerman- ponen el énfasis en las características formales, los «textos [están] basados en materiales testimoniales, pero mucho más controlados y trabajados por el autor, con objetivos literarios explícitos y por tanto escaparían hacia lo literario, rompiendo la prescripción anti-literaria del testimonio»60. Corresponden a textos con temáticas pertenecientes a la historia reciente, pero abordadas desde una perspectiva más personal que no pretende representar a la colectividad a través de sus afirmaciones y opiniones.

La adecuación de los elementos del testimonio a partir de los años noventa se da en textos que pretenden romper definitivamente tanto con el carácter simplista de verdad contra ficción como con el carácter representativo y simbólico, épico y mítico del testimonio; lo anterior es caracterizado, sobre todo, por una individualización y particularización de los hechos narrados. A pesar del cambio de paradigma por el fin de los proyectos insurreccionales, el éxito del testimonio no menguó; al contrario, los cambios presentados en las obras le dieron un renovado giro que ha mantenido al gran público cautivo, a aquel que vivió esos tormentosos años y está ávido de conocer las versiones de algunos de los protagonistas de esos dolorosos hechos. Por ello, el testimonio y las obras memorialísticas, se entienden a la sombra de la historia reciente de Centroamérica.

Después, con la derrota electoral y el advenimiento de un gobierno de transición democrática en manos de Violeta Barrios, la cultura pasó a un terreno secundario en una administración dedicada supuestamente a la instauración de la paz y al mejoramiento de las quebradas finanzas. Sin embargo, el testimonio ha servido al desarrollo de las letras nicaragüenses, al intercambio de ideas políticas y a la construcción de la memoria sobre el pasado, gracias a las obras de simpatizantes somocistas, ex sandinistas, ex contras e incluso de extranjeros que participaron o en la Contra o a favor del gobierno sandinista. Asimismo, la intelectualidad cultural apuntó a nuevas formas de democratización cultural que incluyen, por cierto, el desplazamiento de la poesía como institución cultural hegemónica.

Durante los gobiernos de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños se dio una división entre los críticos literarios y los recién estrenados críticos culturales. Los de antaño, como Jorge Eduardo Arellano, consideran que en la literatura se han ido «abriendo espacios no sólo a un género de ambigua definición, como la crónica, que en este caso no alude para nada a las crónicas de la conquista, sino a un género moderno entre periodístico, simultáneo, urgente y testimonial [que] tendrá como signo su 'heterogénea' temática». El género testimonial es «considerado por los narradores nicaragüenses como lo que es: un género secundario, aunque para algunos haya significado más que un ejercicio literario»61.

Al finalizar el proyecto revolucionario el testimonio quedó en descrédito entre un importante sector de la intelectualidad nicaragüense62 y con el fin de romper con el capital simbólico los protagonistas empezaron a usar los términos confesión y memoria para narrar sus experiencias durante el sandinismo; prueba de ello son Confesión de amor (1991) y Adiós muchachos: una memoria de la Revolución Sandinista (1999)63 de Sergio Ramírez y la obra de Gioconda Belli El país bajo mi piel: memorias de amor y guerra (2001)64.

El testimonio cambió la justificación de su discurso al mismo tiempo que lo hizo la realidad del país y las percepciones sociales del pasado. En Nicaragua hasta antes de 1979 la historia oficial estaba relacionada con Somoza y la grandeza de su acción y su pensar, era la historia de un gran hombre y su familia quienes daban pauta para la elaboración histórica. A partir del 19 de julio de 1979, con la victoria militar del FSLN, el discurso político, social, económico y cultural cambia, por lo tanto, el historiográfico se ve influido por una tendencia que tiene como finalidad escribir «la nueva historia de Nicaragua». La derrota electoral de febrero de 1990 dio lugar a un proceso evolutivo en el testimonio de la zona, se recurrió entonces a algunas «novedades», tales como: sustituir la voz colectiva por una individual; un sentido más crítico ante las experiencias vividas; un cariz de novelas con temáticas históricas (inmediatas y no tan inmediatas); crear un «nuevo» testimonio cuya característica fuera la cercanía a lo autobiográfico, es decir, marcados rasgos no representativos, individualizados y fragmentados; romper con la perspectiva reivindicativa de la subalternidad y de formador de la identidad colectivo/nacional y, en tal sentido, acercar más el testimonio a una perspectiva personal que problematice la historia y la verdad de ésta65. Evidentemente el testimonio es parte del desarrollo literario y cultural del continente y pertenece a la larga tradición de transformación de la narrativa y a su hibridación, que la aproxima a la historia.






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