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301

Descritas con notable detención -como por quien participó en ellas activamente- en la Crónica del Halconero de Juan II, Pero Carrillo de Huete, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1946, pp. 18-26, a la que explica más de una vez la Refundición del obispo Barrientos, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1946, pp. 58-64. El ms. de la Crónica de Juan II de Castilla, de Alvar García de Santa María, en que se basa el texto de la Colección de documentos inéditos..., C, pp. 16-17, aporta varias importantes precisiones, pero sus lagunas dejan en la sombra otros tantos puntos de interés (cf. n. 305); esperemos que no se retrase la edición crítica prometida por don Juan de Mata Carriazo. [Vid. ahora D. Ferro, Le parti inedite della «Crónica de Juan II» di Alvar García de Santa María, Venecia, 1972, y Crónica de Juan II de Castilla, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1982]. La Crónica de don Juan II publicada en 1517 por Lorenzo Galíndez de Carvajal (año XXII, VII-X; ed. C. Rosell, Biblioteca de autores españoles, LXVIII, pp. 446-447) trae diversos datos complementarios, que no siempre creo seguros. [Nada añade tampoco a nuestro propósito el cap. 30 de las Cosas sacadas de la historia del rey don Juan el Segundo, ed. A. MacKay y D. S. Severin, Exeter, 1981]. Los textos entre comillas, sin más advertencia, los tomo de la Crónica del Halconero; en los otros casos, la mención de la página no permite equívoco respecto a la fuente citada. Por lo demás, no pretendo narrar ni estudiar exhaustivamente las fiestas de 1428: me limito a señalar sus aspectos más relacionados con mi objeto presente y a añadir algún comentario para su mejor inteligencia.

 

302

L. Suárez Fernández, Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV (1404-1474), Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, XV, Madrid, 1964, p. 101.

 

303

En la Cadira del honor, al indagar «si puede tomar armas qualquier persona», explica Juan Rodríguez del Padrón: «Commo los mayores e los menores fydalgos, es a saber, los cavalleros e los escuderos, en las batallas antyguamente llevasen yelmos, por causa de los quales yelmos no podían ser conoscidos, e los frecheros, peones e vallesteros levasen las caras descubiertas, fue convenible cosa que los fydalgos, e non los otros, deviesen en sus escudos traer señales e armas, por donde en los tales fechos se pudiesen conoscer. [...] E commo este modo de batallar fuese de más valentía, en quanto requiere destreza e ardymento e fortaleza más de lo que pide el flechar nin algúnd otro modo de conbatir a pie, fue de los nobles antiguos por más noble escogydo; onde aquestas justas que aún oy se fazen en arnés real con los tales escudos en que los nobles antiguos traýan sus armas, son por más nobles avidas que las que se fazen en arnés de guerra» (Obras de J. R. de la Cámara, ed. A. Paz y Melia, Madrid, 1884, pp. 155-156). No se trata -ni aun se menciona- tal materia en E. de Leguina, Torneos, jineta, rieptos y desafíos, Madrid, 1904, ni en el Glosario de voces de armería, Madrid, 1912, del mismo autor; [pero vid. M. de Riquer, L'arnès del cavaller. Armes i armadures catalanes medievals, Barcelona, 1968, pp. 175-176].

 

304

Es decir, la actual calle de Santiago: cf. J. Agapito y Revilla, Las calles de Valladolid, Valladolid, 1937,460.

 

305

La Refundición, p. 60, trae: «un varco donde avía letras que dezían: Este es el varco...». Pero naturalmente no se trata de un 'barco' ni de un 'vado', sino de un 'arco', que, como se verá, era el lugar «defendido» por los mantenedores y el que los aventureros no podían franquear sino para competir con aquéllos (sobre las condiciones normales en los pasos, cf. M. de Riquer, ed., Lletres de batalla, pp. 75 y sigs.). Al rematar su descripción de la fortaleza y del arco, Alvar García (p. 16) escribe: «Esto facía a semejanza de...»; la laguna del manuscrito (12 renglones) nos impide conocer, por el momento, si el simulacro de la Plaza Mayor pretendía ser realmente el tan mentado palacio de Fortuna o tenía algún modelo literario en concreto. Adviértase que Apolidón también «puso una ymagen de hombre de cobre», con «una trompa en la boca, como que quería tañer» (Amadis de Gaula, II, ed. E. B. Place, Madrid, 1962, p. 358 a), en el célebre «arco de los leales amadores» (sobre el cual, la erudita nota de Juan Bautista Avalle-Arce, en Nueva revista de filología hispánica, VI, 1952, 149-156); aunque su influjo es dudoso en nuestro caso, el Amadís dejó honda huella en otras fiestas caballerescas: cf. simplemente Daniel Devoto, «Folklore et politique au Château Ténébreux», en J. Jacquot, ed., Les fêtes de la Renaissance, II, París, 1960, en especial pp. 319 y sigs. [y en su libro Textos y contextos. Estudios sobre la tradición, Madrid, 1974, pp. 224 y sigs.].

 

306

Sobre los «entremeses» por el estilo del de don Enrique (verdaderas cabalgatas o desfiles con carrozas, figuraciones, cantos y músicas, sólo muy remotamente teatrales), cf. ahora el prólogo de don Fernando Lázaro a su excelente versión de Teatro medieval, Valencia, 1958, pp. 30-40 [especialmente en la segunda edición aumentada, Madrid, 1965, pp. 47-53], y los de J. Romeu Figueras a sus eds. de Teatre hagiogràfic, I, Barcelona, 1957, pp. 33-35, y Teatre profà, I, Barcelona, 1962, pp. 8-14, [así como N. D. Shergold, A History of the Spanish Stage from Medieval Times until the end of the Seventeenth Century, Oxford, 1967,601, s. u. C. A. Marsden, «Entrées et fêtes espagnoles au XVIe siècle», en J. Jacquot, ed., Les fêtes de la Renaissance, II, p. 390, nota con justicia que «l'Espagne est en retard sur d'autres pays d'Europa [...] aussi dans le développement de ses fêtes. [...] Si nous cherchons une tradition comparable à celle de la Florence des Trionfi [véase ahora (1965) R. M. Ruggieri, L'umanesimo cavalleresco italiano -da Dante al Pulci, Roma, 1962; bibliografía reciente, en Renaissance Quarterly, XLI (1988), p. 721], nous ne la trouverons pas. Certes, on peut en rencontrer les éléments -les chars, les ares-, mais sporadiquement» ; precisamente al comentar las invenciones mitológicas de las justas de Madrid en 1433, señala don Rafael Lapesa, La obra literaria del Marqués de Santillana, Madrid, 1957, p. 153: «Creeríamos hallarnos ante uno de esos desfiles triunfales gratos a la pintura italiana de la época»; la intervención del experto lombardo aclara en buena parte el carácter innovador del Paso de la Fuerte Ventura. [Vid. también abajo, adición a la n. 312].

 

307

De los parques zoológicos medievales trató doña María Goyri de Menéndez Pidal, «Leones domésticos», Clavileño, núm. 9, pp. 16-18, con adecuada noticia de las fieras exhibidas el 24 de mayo de 1428.

 

308

La Refundición, p. 63, indica que el Infante salió como caballero incógnito («desconocido») -según tan frecuentemente se hacía, en la realidad y en la ficción, desde el mismo Chrétien de Troyes (cf. por ejemplo, Le chevalier de la charrete, ed. M. Roques, París, 1958, pp. 170 y sigs.)-, «con unos paramentos [...] y en ellos bordado unas peras y letras que dezían: Non as». Según Barrientos, pues, ¿la empresa debía entenderse: «non ásperas»? ¿O bien el mote era «non es» y lo bordado «peras», rezando la empresa «non esperas»? Creo que la interpretación correcta es otra: la letra diría, en efecto, «non as», pero lo bordado serían «esperas», es decir, 'esferas'; recuérdense los reproches de Rabelais, Oeuvres, I, ed. A. Lefranc et al., París, 1912, p. 99, a «ces glorieux de court et transporteurs de noms, lesquelz, voulens en leur divises signifier espoir, font portraire une sphere...»; el mismo juego [presente ya en el Detto d'Amore, 191-192: «Perch'i'a quella spera / ò messa la mia spera» (ed. G. Contini, Dante, Opere minori, I, i, Milán-Nápoles, 1984, p. 812), y luego traído y llevado en muchas empresas (vid. Ludovico Scrivá, Veneris tribunal, ed., R. Rohland de Langben, Exeter, 1983, p. 20, y A. Warburg, La rinascita del paganesimo antico, trad. ital., Florencia, 1980, p. 188 y n. 3)], se registra en Gil Vicente: «tomarão / espera por sua divisa» (para esta cita y la pronunciación de ph que posibilitaba el equívoco, cf. J. E. Gillet, ed., Propalladia and other works of B. de Torres Naharro, III, Bryn Mawr, 1951, p. 662). Habrá que comprender, según ello: «non as esperas», 'no esperas', referido a la dama por quien se sacó la invención o al corazón, a la pasión, del propio Infante.

 

309

Uno de ellos don Pero Niño, y nada menos que de San Pablo; cf. El Victorial, p. 329. La simulación urdida por el rey -un tanto desazonadora para la religiosidad moderna- cobra todo su sentido a la luz de sus copiosos correlatos en el ambiente coetáneo. Para encarecimiento de la dama o de la pasión del galán, la lírica cancioneril y sus hondas filtraciones en el vivir cortesano recurren reiteradamente al muy familiar lenguaje latréutico (cf. últimamente F. Márquez Villanueva, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, Madrid, 1960, pp. 233-239; M. R. Lida de Malkiel, La originalidad artística de «La Celestina», Buenos Aires, 1962, en el índice, s. u. «hipérbole»; O. H. Green, Spain and the Western Tradition, I, Madison, 1963, en el índice, s. u.), en tanto el elogio de reyes y señores desmesura el carisma divino que unge y constituye a toda autoridad de la época (recuérdese cómo en Jaén, «todos, grandes y chicos, adoravan en él [Miguel Lucas] como en Dios», Hechos del Condestable don M. L. de Iranzo, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, 1940, p. 268). «La hipérbole sacroprofana -indicaba doña María Rosa Lida, Revista de filología hispánica, VIII (1946), p. 129, al recordar la ocurrencia de Juan II- no es un azar literario presente sólo en la lengua y en la literatura, sino un rasgo de todas las formas artísticas de la vida»; a lo que cabe añadir que la conducta del rey, ya satisfecho con la vuelta de don Álvaro, tal vez significara algo así como una autoafirmación y una discreta llamada al orden enderezada a sus primos los infantes: concluidas las fiestas, gastó menos rodeos para librarse de don Enrique y despedir a don Juan para Navarra, con conciencia de que «en un reyno no parescían bien dos reyes» (p. 448 b). [En un excelente artículo, Angus MacKay, «Ritual and Propaganda in Fifteenth-Century Castile», Past and Present, núm. 105 (mayo de 1985), pp. 4-43, observa que el Corpus de 1428 cayó en 3 de junio y comenta que «the fact that John II's fiesta immediately followed Corpus must surely explain those features which distinguish it from the preceding ones. [...] Immediately after Corpus, therefore, this courtly fiesta not only included an invención involving God and the twelve apostles but also the first documented appearance of a roca -the term roca, rarely used in Castile, being almost indistinguishable from entremés and closely associated with both Corpus and courtly festivities» (p. 38)]. A título de curiosidad, recordaré cuán duramente se persiguió unos años más tarde el brote vizcaíno de la Hermandad del Libre Espíritu, cuyo grupo rector lo constituían doce varones, que remedaban a los Apóstoles, y una mujer, como la Virgen (cf. J. B. Avalle-Arce, «Dos notas de heterodoxia. I. Los herejes de Durango», Filología, VIII, 1962, pp. 15-21 [sustancialmente revisado en sus Temas hispánicos medievales, Madrid, 1974, pp. 93-123]).

 

310

El sentido era 'dará galardón'. [La invención pertenecía, pues, al género menos ingenioso, cuando la «devisa» o «cuerpo» (vid. abajo, n. 315) había de completarse con una o varias sílabas sin sentido propio, como en la célebre empresa sevillana (No8do, donde el signo 8 está por madeja: 'no m'ha dejado') o en la del Vizconde de Altamira en la ocasión en que «traýa una figura de San Juan y en la palma una a, y dixo: 'Con esta letra de más / de la figura en que vo, / si miras conoscerás / el nombre de cuyo só'» ( Cancionero general, núm. 125; vid. abajo, n. 311)].