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Tierra baja

drama en tres actos y en prosa

Ángel Guimera





Advertencia

     Casi todas las palabras van escritas correctamente; pero los autores deben embastecerlas.

     Así se dirá: entavía en vez de todavía.

     Sus digo, por os digo; y en vez de para, pa.

     Enjamás, donde diga jamás. Denguno, por ninguno.

     Manque, en lugar de aunque.

     Todas las terminaciones en ido se convertirán en ío; así: perdío, por perdido, etc. Y las en ida en ía.

     Casi todas las terminaciones en ado se sustituirán por terminaciones en áo; como abandonao por abandonado

     Las en ada, análogamente.

     Véase lo que a este propósito se explicó minuciosamente en la traducción del drama MARÍA ROSA.



Reparto

             Personajes
Actores                       
            
                                 MARTA SRA. GUERRERO
ANTONIA DOMÍNGUEZ
PEPA ALVERÁ
NURI RUIZ
MANELICH(1) SR. DÍAZ DE MENDOZA
SEBASTIÁN GARCÍA ORTEGA
EL ERMITAÑO (Tomás) DONATO GIMÉNEZ
MOSÉN CIRERA
JOSÉ DÍAZ
NANDO CARSÍ
PELUCA TORNER
MORRUCHO ROBLES


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Acto primero

Entrada de una casa -molino de payeses. A la derecha, una puerta pequeña. A la izquierda, en primer término, el hogar, y en segundo, otra puerta, también pequeña. Al foro y a la derecha, puerta grande, tras de la cual se ve un cobertizo y, más lejos, árboles y rocas. Hacia esta parte se supone que está el molino. A la izquierda del foro, y avanzando un poco, una puerta que conduce al interior de la casa; se sube por unos cuantos escalones, y está cubierta por una cortina de percal que llega hasta el suelo. Por la escena y hacia la derecha hay esparcidas herramientas del molino, sacos de trigo, etc., etc. En primer término, una mesa de pino, y sobre ella un velón apagado; alrededor, algunas sillas de madera



Escena primera

EL MORRUCHO, cribando trigo; después, PEPA y ANTONIA; por último, NURI

     MORRUCHO.- Bastante me importa a mí que el trigo quede limpio o que no quede limpio. Para el amo va a ser, conque, ¿qué más da?

     PEPA.- (Entra con un cestito de judías.) Buenas tardes.

     MORRUCHO.- ¡Ya están ahí ésas! Las Perdigonas.

     ANTONIA.- (Entrando.) ¡Hola, Morrucho!

     MORRUCHO.- (Indiferente.) ¡Hola!

     PEPA.- Venimos a hacer compañía a la Marta, ¿sabes? Mentira parece... El molino... pegadito a nuestra casa, y si nosotras no viniéramos..., ¿verdad?

     MORRUCHO.- (Cribando siempre.) ¡Verdad!

     ANTONIA. -(Llamando.) Somos las Perdigonas. Sal, mujer.

     MORRUCHO.- Me parece que no sale. De modo que, si venís a curiosear... no hay de qué... Ya os podéis marchar.

     PEPA.- ¿Conque marcharnos? ¡Ahora verás! (Se sienta y empieza a mondar las judías.) Ayúdame, Antonia.

     ANTONIA.- (A PEPA, en voz baja.) Pregúntale lo de la boda.

     PEPA.- (A ANTONIO, también en voz baja.) Espérate.

     ANTONIA.- Anda, mujer.

     PEPA.- (En voz alta, a MORRUCHO.) Conque di, ¿se casa o no se casa la Marta?

     MORRUCHO.- (Sin hacerles caso, se pone a tararear Una canción.)

          «A la puerta de la iglesia
esperando está la novia.»

     PEPA.- Pero contesta, hombre. ¿Se casa o no se casa?

     MORRUCHO.- Pues contestad vosotras: ¿os casáis o no os casáis?

     ANTONIA.- ¿A ti qué te importa?

     PEPA.- ¡Mira con lo que sale!

     MORRUCHO.- Es que ya vais para viejas. ¿Cuántos años tenéis? Vamos, ¿cuántos? La verdad.

     ANTONIA.- (Muy incomodada.) Tenemos los que nos da la gana.

     MORRUCHO.- ¡Eso quisierais!

     ANTONIA.- Es que nosotras...

     PEPA.- (Conteniéndola.) Monda judías, mujer.

     MORRUCHO.- Monda... monda.

     PEPA.- Pues... Mira, Morrucho, en lo que decíamos no hay malicia.

     MORRUCHO.- Ni en lo que yo decía, tampoco. ¿Que si se casa la Marta, decíais? Y yo os digo: ¿os casáis vosotras? Y lo digo por interés vuestro. Para que no se pierda, la casta de los Perdigones..., que es... como os llaman: los Perdigones. Porque, mira: se casa tu hermano mayor, José, y a los cuatro días se queda viudo. Y Nando, o Fernando, soltero todavía. Y vosotras dos, solteras, que estáis al que salte, y no salta ninguno. De modo que si no se casa la Nuri cuando sea mayorcita, se acabaron los Perdigones... (Vuelve a cribar, riéndose descaradamente.) Y sería una lástima.

     PEPA.- Lo que tú tienes es rabia porque, no te has podido casar con la Marta.

     MORRUCHO.- (Cantando.)

     «A la puerta de la iglesia...»

     PEPA.- Canta, canta, que ya habrás tragado saliva. Cuando murió el padre de la Marta, tú dirías para ti: «Ahora me caso con ella y soy el molinero, y soy el marido de la molinera...»

     MORRUCHO.- (Cantando.)

     «A la puerta de la iglesia...»

     ANTONIA.- Allí estás esperando, pero no llega la novia.

     PEPA.- ¡Qué poca vergüenza tienes, Morrucho!

     MORRUCHO.- Cada uno tiene la vergüenza que le dejan tener los demás.

     NURI.- (Presentándose en la puerta y deteniéndose en ella. Viene haciendo una zamarra que así parece que llaman en Cataluña a los chaquetones de punto.) Ya he recogido mis pavos. ¿Entro?

     ANTONIA.- Entra, mujer.

     NURI.- Es que como me reñís cuando vengo a buscar a la Marta, tengo reparo en entrar, y vengo porque ella, la Marta, me quiere mas que me queréis vosotras.

     PEPA.- ¿Quieres callarte, charlatana?

     NURI.- Oye tú, Pepa, ¿quieres cogerme estos puntos de la zamarra? Al venir, como venía tan aprisa, la enganché en unas zarzas.

     PEPA.- ¡Mía tú que llamarle a esto zamarra!

     NURI.- Pues yo la llamo así.

     PEPA.- Déjate de charlar y cuenta...

     NURI.- ¿Qué he de contar?

     PEPA.- Pues ¿a qué te mandamos a la ermita, cabeza de veleta?

     NURI.- ¿A mí me mandasteis? ¡Ah, sí! Bueno estaba el ermitaño. La ermitaña sí que estaba. ¡Me ha dicho unas coas! ¡Que cosas me ha dicho la ermitaña!

     ANTONIA.- (Con afán.) ¡A ver, a ver!

     NURI.- Pues... me ha dicho: «Todo eso que ves, todo, todo es del amo Sebastián: la casa en que vivís vosotras (la vuestra, querrá decir), y la ermita, y el molino, y la masía, todo es del amo.» ¡Ave María Purísima, cuanta tierra!

     PEPA.- ¡Vaya una noticia!

     ANTONIA.- ¿Y no te ha dicho más?

     NURI.- ¡Ya lo creo! Esperaos, esperaos que me vaya acordando. Me ha dicho que si caminaba desde aquí hasta mañana, todas las tierras por donde pasase serían del amo Sebastián. Veréis, veréis. Agarro un pájaro: tengo que soltarlo, porque es del amo Sebastián. Piso una lagartija: pues no puedo aplastarla con una piedra, porque es del amo Sebastián. Veo un pez en el río, pues no puedo echarle el anzuelo que si se le mete por las agallas, es como si se lo metiese al amo Sebastián por la garganta.

     ANTONIA.- ¡Pero qué tonterías dices!

     PEPA.- De la boda de Marta es de lo que habías de preguntar.

     NURI.- Pues como hace cuatro días que han llegado Tomás y la ermitaña, su mujer, la ermitaña no sabe nada de esa boda.

     PEPA.- ¿Y dónde estaba el ermitaño?

     NURI.- ¡Ah! Se había ido a buscar al pastor.

     ANTONIA.- ¿A qué pastor?

     NURI.- A ese... que viene de muy lejos a casarse esta noche con la Marta.

     PEPA.- ¿Esta noche?... ¿Oyes, Antonia?

     ANTONIA.- ¡Ya me lo temía yo!

     MORRUCHO.- (Volviendo a cribar.) Ya lo averiguaron.

     PEPA.- ¿Y quién le dio el encargo a Tomás de traer al pastor? Fue Sebastián, ¿no es verdad?

     NURI.- ¡Déjame a mí! (No queriendo contestar.)

     ANTONIA.- Cuenta, chiquilla. ¡Si no...!

     NURI.- Pues el amo, el amo. El amo de tú y de mí, y de Tomás y dé la Marta. ¡Los casa porque quiere y porque es el amo! Cógeme este punto. (Alargando la zamarra.)

     ANTONIA.- (Al MORRUCHO.) Tú no querías que lo supiéramos. (El MORRUCHO se ríe.)

     PEPA.- Pues ya lo sabemos, y a la boda hemos de ir, ¡aunque revienten todos!

     MORRUCHO.- ¿A mí qué?

     NURI.- Pues yo... ya lo sabía que la Marta era del amo, y que en mandando él que se casara... se había de casar.

     PEPA.- ¿Qué dice ésta?

     NURI.- Que lo sabía. Que un día lo oí. Pero no os dije nada porque me daba vergüenza. No sé por qué..., pero me daba.

     ANTONIA.- Cuenta... cuenta.

     PEPA.- Sí, cuéntalo.

     NURI.- Pues veréis. Una tarde estaba yo con mis pavos a la sombra de los castaños, y veo venir por el camino de abajo al amo Sebastián con la Marta, y voy, ¿y que hago?, me escondo detrás de un tronco muy grande. Ellos pasando despacito, y yo escondida. Y alla, Marta, decía casi llorando: «Ya lo sé, ya, que siempre tendré que ser tuya.» (Imitando la voz llorosa de MARTA.) Y él, el amo: «Pues yo, aunque te cases y aunque me case yo, siempre tuyo; no tiene remedio.» (Imitando la voz gruesa de SEBASTIÁN.) ¿Habéis oído? ¡Qué cosas! La Marta, bueno, ya se sabe que es del amo, como todos nosotros; ¡pero el amo ser de la Marta! Esto sí que no lo entiendo. ¿Lo entendéis vosotras?

     PEPA.- ¿No te lo decía yo, Antonia?

     ANTONIA.- Claro; si ya se sabía.

     MORRUCHO.- ¡Hasta los chiquillos han de enterarse!

     NURI.- Pero ¿me queréis explicar cómo puede, ser el amo de la Marta?

     MORRUCHO.- ¡Cállate, chiquilla!

     NURI.- Pues, ¿no lo sabéis vosotras? Pues, ¿por qué no he de saberlo yo? ¡El de, ella y ella de él! ¡Anda, que esto está más enredao que, los puntos de la zamarra!

     MORRUCHO.- ¡Cállate, que viene la Marta!



Escena II

MARTA, PEPA, ANTONIA y NURI; JOSÉ y NANDO. Las mujeres creen que MARTA vendrá por la puerta que da al interior, y hacia ella se agrupan; pero MARTA viene de fuera, avanza hacia el centro con la cabeza baja, y al fijarse en el grupo de las mujeres se mete de pronto en la casa por la puerta pequeña de la derecha

     ANTONIA.- (La ve cuando ya está para entrar.) ¡Toma, si viene del molino! Nosotras creíamos...

     PEPA.- A ver qué nos dice cuando nos vea. ¡Marta! (Llamando.)

     ANTONIA.- Va rezando.

     PEPA.- ¡Marta, Marta!

     ANTONIA.- ¡Qué somos nosotras!

     PEPA.- ¡Pues no hace caso!

     MORRUCHO.- (Se va hacia el molino.) Ya os pondría yo las lenguas entre las piedras del molino.

     PEPA.- Pues a tu boda iremos, que quieras que no, ¡poca vergüenza! (Como hablando con Marta, que ya salió.)

     NURI.- Eso, ¡a la boda! Para que aprendamos cómo hay que hacer para casarse.

     ANTONIA.- Hay que avisar a José y a Nando.

     PEPA.- Ya están aquí. (Entrando JOSÉ y NANDO con herramientas y muy agitados.)

     JOSÉ.- ¡Lo sabemos todo... lo sabemos!¡Ya... ya!

     NANDO.- Esta noche se casan; que muy en secreto lo han preparado: los papeles, el cura y todo.

     PEPA.- También lo sabíamos nosotras.

     JOSÉ.- Nosotros antes, que nos lo ha dicho Peluca.

     ANTONIA.- Antes nosotras, que nos trajo la noticia la Nuri.

     PEPA.- Se lo contó la ermitaña.

     NANDO.- Y a Peluca el ermitaño mismo.

     PEPA.- ¿Tomás?

     NANDO.- Tomás.

     ANTONIA.- Que está ahí dentro la Marta emperifollándose. (Para que no levanten la voz.)

     JOSÉ.- (Bajando la voz.) ¡Cómo que a mí me engaña nadie! Hace tiempo que el amo le buscaba marido a ésa. Pero no lo encontraba. Querían los dos un marido que fuese muy bruto, y más bruto que los de por aquí... no lo encontraba.

     PEPA.- Sigue.

     ANTONIA.- Sigue, José.

     NURI.- A ver... a ver si yo lo entiendo.

     JOSÉ.- Esperaos, que me atraganto. Pues Tomás, que llaman al ermitaño, y que es un infeliz sin malicia, le dijo al amo que, conocía un chico, que es pastor, que siempre había vivido entre rebaños, allá por el cerro de La Cabreriza, y que es un pedazo de pan. Y como el amo oyó hablar de Manelich, que así se llama el pastor, echose a reír, porque ya le conocía; como que el rebaño de Manelich es de Sebastián. Y fue y dijo que, como el chico quisiera, era cosa hecha. Y así se ha verificao, que esta noche se casa Manelich con la Marta.

     ANTONIA.- Ya será él un sinvergüenza.

     PEPA.- Como ella... otra sinvergüenza.

     NANDO.- Un bruto, un animal, que en toda su vida no ha visto más que cabras; casi ningún hombre; y mujeres... ni las ha olfateado tan siquiera. Fuera de sus padres..., las cabras.

     PEPA.- Pues si Marta es la primera, buena mujer se lleva.

     ANTONIA.- ¡Buena... buena!

     NURI.- ¡Na digáis vosotras! Que Marta es muy buena y me quiere mucho. Un día me dijo llorando que cuando chica era igual que yo.

     PEPA.- ¡Igual que tú!

     ANTONIA.- ¡Ya quisiera!

     NURI.- ¡Pues no, que sería igual que vosotras!

     PEPA.- Cállate, simple.

     ANTONIA.- Sigue, sigue tú. (A JOSÉ.)

     JOSÉ.- Si no queda nada por contar. Cuando Tomás subió a La Cabreriza, se paró a echar un trago en casa de Peluca, y se lo contó todo, y Peluca se lo ha contado a todo el mundo cuando menos lo piensen se encontrarán con todo el pueblo en la boda. Ahí tenéis.

     PEPA.- Buen papel hace Tomás.

     NANDO.- Si el pobre viejo no sabe nada de eso de Sebastián y de la Marta; si hace cuatro días que tiene la ermita.

     ANTONIA.- Pues yo se lo contaré.

     JOSÉ.- ¡Sí, charla, charla, y que el amo nos quite la casa y las tierras!

     PEPA.- (A ANTONIA.) Nosotras, mudas.

     JOSÉ.- El amo siempre tiene razón.

     NANDO.- Pa eso es el amo.

     JOSÉ.- ¿Estamos? Bestias.

     PEPA.- ¡Pues mira que vosotros!

     ANTONIA.- ¿A quién llamas bestias?

     JOSÉ.- ¿A quién estoy viendo? ¿A vosotras? Pues a vosotras.

     NANDO.- ¡Eso, a lo que se ve! (Hablan todas a un tiempo, disputando con calor.)

     NURI.- Callaos, que viene la Marta.

     MARTA.- (Entrando.) Fuera de aquí. Todo el mundo fuera.

     PEPA.- Si ya lo sabemos, mujer.

     MARTA.- Que, os vayáis, digo.

     JOSÉ.- Es que veníamos

     MARTA.- A vuestra casa. (Coge las espuertas y se las tira al cobertizo.)

     ANTONIA.- ¡Ay, mis judías! ¡Qué fiera!

     PEPA.- Vaya unos modos. ¡Ni que fueras el ama!

     MARTA.- Fuera..., y pronto.

     ANTONIA.- Ayúdame, Pepa, a coger las judías, que la Marta está hoy de fiesta. (Entre ella y PEPA recogen las judías.)

     PEPA.- Ya voy, ya voy... ¡Pues para ser el día de la boda estás buena!

     MARTA.- Si es que no quiero ver a nadie.

     NURI.- ¿A mí tampoco? Yo soy la Nuri.

     MARTA.- Sí... ven... dame un beso. (La besa llorando.) Toma... y déjame.

NURI.- Pobrecilla... Muy afligida está... Si me ha mojado toda la cara. (Salen todos.)



Escena III

MARTA

     MARTA.- ¡Pues no estoy llorando! ¡Tantos años sin que se mojasen los ojos! Y yo ya creía que se me había olvidado llorar. (Pausa.) Yo debía haberle dicho siempre a Sebastián que no, que no; que a la fuerza no había de llevarme a la iglesia -ese hombre. (Pausa.) ¿Por qué no? Si yo no soy nadie; para él nunca soy nadie. Yo siempre he sido para él a manera de las bestias. ¡Ay, madrecita mía que estás en la gloria, cómo me veo! ¡Que me he de casar! ¡Y que me he de cesar! Que me dejen, si quiero estar sola; ahora que, he aprendido a llorar, me basta con esto para consolarme. Sí... sí... Como Sebastián me viese estas lágrimas, buena tunda me daba el malas entrañas. No, pues a él tampoco le gusta que me case; a su modo me tiene voluntad... porque, si no, no tenía más que echarme... ¡No me veré yo en esa! ¡Libre de esta esclavitud! Yo soy muy mala; si no fuera tan mala, cien veces me hubiera escapado de esta casa o me hubiera tirado al remolino de la presa... Pero... ¡ca! Si yo no tengo coraje para nada bueno. (Pausa; llora como una niña.) ¿Qué es eso? ¡Alguien viene! ¿Qué ruido es ése? ¿Será Manelich? ¡Ah! No quiero verle... (Huye hacia el interior.)



Escena IV

NURI, TOMÁS, MORRUCHO, PEPA y ANTONIA

     NURI.- (Entra saltando delante de todos.) El ermitaño, el ermitaño.

     TOMÁS.- ¡Ay ay! ¡Qué cansado vengo, Morrucho!

     MORRUCHO.- Pero..., ¿qué es eso, Tomás? ¿No viene, el pastor?

     TOMÁS.- De camino viene; sino que el pobre chico se retrasa algo porque ha tenido que quedarse aleccionando al zagal que ha de cuidar del rebaño. De modo que podéis avisar a la Marta y mandar tocar las campanas.

     NURI.- Yo la avisaré, yo,

     MORRUCHO.- ¡A ver, aquí todas! Ya vendrá ella cuando quiera venir.

     TOMÁS.- Cuando pienso que yo he sido el que ha hecho esta boda, me da una alegría...

     ANTONIA.- ¿Y a Manelich la da alegría también?

     TOMÁS.- El pobrecillo está como si volviera a nacer.

     PEPA.- Pues yo he oído decir que es un alcornoque.

     ANTONIA.- Un bobalicón.

     MORRUCHO.- (Aparte.) Yo se lo cuento todo a Tomás.

     TOMÁS.- ¿Quién ha dicho eso? Manelich es un ángel de Dios, más bueno... que el pan blanco... con un corazón de manteca... y unos brazos... que lo mismo puede ahogar con ellos a un hombre que a un lobo, y no sería el primero.

     NURI.- Pues a mí, sin conocerle, me parece que ha de ser muy bueno y muy guapo.

     PEPA.- ¡Cállate, chiquilla!

     ANTONIA.- Pero... cuenta, cuenta tu viaje.

     TOMÁS.- (Muy alegre.) Pues nada; llegué al amanecer y me lo encontré todavía dentro de la cerca, en medio de las cabras, y cantando; cuando me sintieron los perros, rompieron a ladrar, y Manelich se agarró a la escopeta; pero en cuanto me vio se puso a saltar de gozo, porque está más encariñao con la Marta...

     NURI.- Cuando se está encariñao, ¿se salta? ¿Y qué hay que hacer para encariñarse?

     TOMÁS.- ¡Qué curiosa eres, chiquilla! Eso no sé, enseña ni en la doctrina ni en la escuela. Ya lo aprenderás tú solita. Manelich no lo sabía; pues ya lo aprendió. Todo el día se pasa diciéndole cosas a la «Marta».

     ANTONIA.- Pues, ¿cómo es eso? ¿La Marta sube a la Cabreriza?

     PEPA.- ¡Vaya una mujer, ir a buscar al novio! ¿Oyes, Antonia?

     TOMÁS.- No lo entendéis. Es que Manelich le ha puesto el nombre de «Marta» a una de las cabras, y todo el día se lo pasa llamándola: ¡«Marta», aquí! ¡«Marta», allá!... Pues la cabra aprendió el nombre, y acude. Es cosa de risa.

     PEPA.- ¡Vaya un simple!

     ANTONIA.- Por simple le escogieron.

     TOMÁS.- Basta de charla, que el chico debe estar para llegar.

     NURI.- Si, vamos a recibirle. (Todos se dirigen hacia la puerta.)

     ANTONIA.- Vamos, vamos.

     NURI.- Sal deprisa.

     PEPA.- Vamos pronto.

     MORRUCHO.- Espérese, Tomás. (Salen las tres mujeres.)

     TOMÁS.- (A MORUCHO.) ¿Qué hay?

     MORRUCHO.- Oiga. No estuvo usted nunca por aquí, ¿verdad?

     TOMÁS.- No, hijo.

     MORRUCHO.- ¿Ni en casa del amo?

     TOMÁS.- Tampoco. Yo trabajaba unas tierras del tío de Sebastián, allá, cerca de la ciudad; pero ya no podía.... porque me voy haciendo viejo, ¡y Sebastián nos dio la ermita para mi mujer y para mí!

     MORRUCHO.- De modo... ¿que no sabe usted nada?

     TOMÁS.- ¿De qué?

     MORRUCHO.- Pues... de la boda.

     TOMÁS.- Pues ya te lo dije todo; y habla claro, que no te entiendo.

     MORRUCHO.- Claro va a ser: atienda. Que si Manelich es un simple, como dicen, no se debe casar con la Marta; y si no es un simple y tiene vergüenza..., menos.

     TOMÁS.- Lo que tú tienes es envidia.

     MORRUCHO.- ¡Envidia yo! Aunque me diesen a la Marta forrada de oro, no la tomaba; y sepa, por si no lo sabe, que estoy buscando otro amo. Pero es que entre todos están ustedes haciendo una picardía.

     TOMÁS.- Mira lo que dices.

     MORRUCHO.- Pues aprenda lo que no sabe; y si no sabe la historia de Marta, apréndala.

     TOMÁS.- Pues dímela tú.

     MORRUCHO.- Bien corta es, pero ya tiene que contar. Marta era una chicuela que pedía una limosna por esos mundos con su padre, o uno que decían que era su padre, y Sebastián los recogió a los dos, y al viejo lo colocó en este molino. ¡Buenas entrañas tiene el amo!

     TOMÁS.- ¡Obra de caridad fue, mala lengua!

     MORRUCHO.- ¡Buena obra de caridad! Pues ¿no sabe todo el mundo que, la Marta y el Sebastián?

     TOMÁS.- ¡Eso es mentira!

     MORRUCHO.- ¡No se haga usted el bobo!

     TOMÁS.- Te digo que mientes.

     MORRUCHO.- Y yo digo que Sebastián la casa para cubrir el escándalo, y porque, así le conviene, por que sepa usted que Sebastián tiene comprometidas las haciendas y comprometidos los rebaños, y la justicia se va a echar encima de todo. Conque él está para casarse con una ricachona, y hay que quitar del medio a Marta, que es un estorbo. ¿Lo entiende ahora?

     TOMÁS.- Nada de eso es verdad. ¡Vete de aquí, mala lengua!

     MORRUCHO.- ¿Que yo soy un mala lengua? Lo que yo veo es que usted lo consiente.

     TOMÁS.- ¿Que yo lo consiento? ¿Eso dices?

     MORRUCHO.- Sí que, lo digo.

     TOMÁS.- ¡Ah, tunante!

MORRUCHO.- Pues lo digo, y ya veremos quién es más tunante de entre todos.



Escena V

MANELICH, MORRUCHO, TOMÁS, PEPA, ANTONIA, NURI, JOSÉ, NANDO y PELUCA. Hombres y mujeres con trajes de fiesta; pero las mujeres sin nada a ta cabeza. Gritos y algazara fuera.

     JOSÉ.- (Desde la puerta del cobertizo.) ¡Ya está aquí Manelich!

     MORRUCHO.- (Aparte.) El tonto soy yo, que me meto en lo que no me importa.

     GRITOS.- ¡El novio! ¡El novio! ¡Manelich!

     PEPA.- (Entrando.) ¿Pero no sale la Marta?

     ANTONIA.- Esa mujer, ¿qué hace?

     NANDO.- (Con dos o tres aldeanos.) ¡El novio! ¡El novio!

     MANELICH.- (Entrando.) ¡Y vaya si está aquí el novio! ¡Y corriendo que viene como un gamo!

     NURI.- (Entrando.) ¡Dejadme que lo vea, que le quiero ver!

     TOMÁS.- (A MANELICH.) ¿Conque has venido corriendo?

     MANELICH.- (A TOMÁS.) ¡Vaya si he, venido corriendo! Pero, ¿dónde está?... ¿Dónde está?

     PEPA.- ¡Marta! ¡Marta! ¡Que te llama tu novio!

     ANTONIA.- ¡Sal, mujer, que al novio no se le puede hacer esperar!

     TOMÁS.- Ahora saldrá. Tened paciencia.

     MANELICH.- (Mirando a los que le rodean.) ¡Y cuánta gente hay en el mundo, madre de Dios! ¡Si parece que estamos en una romería! (Todos se ríen; él va corriendo a mirar por la puerta que da al interior, y luego vuelve al centro.) ¿Conque todos estáis contentos? Pues yo también; pero no quiero pensar en la montaña, porque como piense en la montaña... me voy a poner triste. Claro; allí me dejo mis cabras, y mis perros, y los pobres animales me quieren como a un hermano, aunque mal me, esté el decirlo. ¡Ay, Tomás, qué mal lo van a pasar no estando yo allí! ¿Quién los va a defender del lobo? ¡Ya hará de las suyas el maldito! Pues mirad, esto me da mucha pena. (Todos se ríen, y al fin MANELICH se echa a reír candorosamente. Luego vuelve a mirar por la puerta de la izquierda, por si viene MARTA.)

     NURI.- ¡Ay, qué gracia tiene este demonio de hombre, y qué ¡bueno es!

     TOMÁS.- Vamos, descansa.

     MANELICH.- Yo no me canso. Oigan: ¿por aquí no baja nunca el lobo?

     MORRUCHO.- Algunas veces. Ya lo verás, si Dios no lo remedia. (Todos ríen maliciosamente y se hacen señas.)

     MANELICH.- (Mirándolos.) ¡Qué alegres estáis! No parece sino que todos nos vamos a casar.

     TOMÁS.- Basta de broma. Dejad tranquilo al chico, y fuera.

     MANELICH.- No, que no se vayan. Y cuando ella venga, entonces que se vayan. Es guapa la Marta, ¿eh? (Va recorriendo los grupos atolondradamente, preguntándoles a todos si es guapa Marta.)

     PEPA.- ¡Vaya si es guapa, y muy fresca!

     JOSÉ.- ¡Muy fresca, sobre todo!

     ANTONIA.- ¡Ya lo creo! ¡Cómo una lechuga puesta al sereno!

     MANELICH.- ¿Y por qué no sale?

     ANTONIA.- Se estará lavando la cara.

     MANELICH.- Para mí se la lava. (Todos se echan a reír.)

     ANTONIA.- Sí, para ti. Para ti se lava, y hace bien. ¡Que se lave, que se lave con fuerza!

     PEPA.- Oye, para entretener el tiempo, ¿no nos quieres contar cómo se apañó eso de la boda?

     MANELICH.- ¿Por qué no?

     JOSÉ.- (Y mucha gente.) Cuenta, cuenta. (Y otras.) Que lo cuente, que lo cuente.

     NURI.- (Poniéndose a su lado.) Yo, aquí, para oírlo mejor.

     MANELICH.- (Se sienta sobre la mesa; tiene a su lado a NURI, y de cuando en cuando la acaricia; al fin pone las piernas sobre la mesa, como si fuera sobre una roca de la montaña.) Pues, señor, habéis de saber que allá, en la montaña, en cuanto iba a anochecer, lo primero que hacía era recoger mis cabras. ¡Pobrecillas! Después ponía mis perros de centinela, que se quedaban con la cabeza tiesa y las orejas de punta. ¡Más nobles y más valientes! Luego me metía en la choza, y antes de que me cogiera el sueño, todas las noches, sin faltar una, rezaba; primero, un Padrenuestro, y luego otro Padrenuestro, que son dos Padrenuestros. El primero, por las almas del padre, y de la madre, que, como se querían tanto con uno bastaba para los dos, porque ellos se lo repartirían allá en la gloria. Y el otro Padrenuestro, ¿sabéis para qué lo rezaba? Pues para que Nuestro Señor me cogiese una buena mujer. (Todos se ríen. MORRUCHO se ha marchado al cobertizo. TOMÁS está aparte y cabizbajo. MANELICH se enfada porque se ríen.) No reírse de esto, que no es cosa de risa. (Vuelven a reírse.) Pues al que vuelva a reírse le suelto una bofetada que se queda con la boca de risa para ocho días.

     TOMÁS.- (Aparte.) ¡Pero si yo no puedo creer esto, Virgen Santísima!

     NURI.- Sigue, sigue, que es muy bonito lo que cuentas.

     MANELICH.- (Poniendo otra vez ta cara risueña.) Sí que lo es, sí. Bueno; pues figuraos que una noche voy y rezo el Padrenuestro de los padres, y empiezo el otro y no lo acabo, que a la mitad me coge el sueño y me quedo dormido. Pues aquella noche soñé que, el rebaño se me espantaba y que corría desmandado hacia las charcas del Breñal. Yo, persiguiendo al rebaño, y el rebaño huyendo delante de mí; conque me desciño la honda, pongo un guijarro, y allá va por los aires. Y el guijarro va a caer en el centro de la charca grande, y el agua empieza a rebullir, y a rebullir, y a echar hacia arriba así como un humo espeso y negro, y por enmedio del humo salían unos ojos, y unos brazos, y unas faldas muy largas que arrastraban por encima del agua y que no se, acababan nunca; que yo no sé si todo aquello eran brujos o no eran brujas. Y una de aquellas visiones se hizo muy hermosa, que parecía la Virgen que va en la procesión, y yo me puse de rodillas y acabé de rezar aquel Padrenuestro que no acabé de rezarle al quedarme dormido; pues con esto me dormí ya del todo no supe si era una bruja o era la Virgen. Sólo sé que me dijo que pronto me casaría. (Todos murmuran: «Sí..., sí...; brujerías son, Manelich.») Y aquella misma mañana, por entre la niebla, vi subir la cuesta, entre mulas, personas de carne y hueso: el amo, Tomás y la Marta. Me faltó tiempo para degollar un cabrito, espatarrarlo en el fuego..., ¡y venga reír! Conque aun nos lo estábamos comiendo cuando me llamó el amo aparte y me dijo: «¿Estás contento con ser pastor, Manelich?» Y yo le contesté: «Pues claro; lo que siempre he sido.» Y él: «¿No te gustaría más ser molinero? Y yo: «No sé... no sé.» Y él: «¿Y no te gustaría casarte con una chica guapa?» ¡Me dio no sé qué! «Toma, digo; si ella me quisiera, y en siendo guapa de veras.» ¿Te acuerdas? (A TOMÁS.)

     TOMÁS.- Sí... Marta se había apartado conmigo para que hablases con el amo.

     MANELICH.- Eso, y el amo me dijo en voz muy baja: «A ésa y a su padre los recogí yo... y los di el molino que está junto a mi casa..., y el padre murió... y hace, falta un hombre en el molino... Conque mira si quieres casarte con la Marta, que papeles y gastos y todo, corre de mi cuenta.» Conque yo me acerqué a la Marta y me pareció que me gustaba, que me gustaba mucho, ¡pero mucho! Y le dije al amo «que bueno, que me casaría». Entonces el amo se acercó a ella, y yo detrás del amo. Y el amo la preguntó si me quería, y ella con la cabeza dijo que sí. Yo quise: reírme, pero la vi tan llorosa, que me pareció más propio lloriquear; pero no pude, y rompí a reír tan fuerte que retemblaron los montes y se espantaron las cabras y empezaron a ladrar los perros. Bueno; pues ya éramos novios. (Esto lo dice con sencillez.)

     ANTONIA.- ¡Qué suerte has tenido, Manelich!

     PEPA.- ¡Buena suerte! Dios te la conserve y te la aumente.

     MANELICH.- Claro. Ya estaba hecho. De modo que aquella noche ya no recé más que un Padrenuestro, porque mujer ya la tenía. Y ahora, ¿qué os parece lo del sueño? ¿Fue la bruja o fue la Virgen? (Todos ríen.)

     NURI.- ¡La Virgen! ¡La Virgen!

     MORRUCHO.- (A Tomás.) ¡La bruja!

     TOMÁS.- ¡Calla!



Escena VI

Dichos, SEBASTIÁN y MOSÉN (el mayordomo); después, MARTA

     NURI.- ¡El amo..., , el amo!

     SEBASTIÁN.- ¿Llegó Manelich? (MORRUCHO se va al cobertizo.)

     MANELICH.- Aquí estoy, señor amo. Déjeme que le bese la mano.

     SEBASTIÁN.- No. Quita. ¿Y la Marta?

     TOMÁS.- Por allí.

     SEBASTIÁN.- Anda, Mosén, que salga. (Vase MOSÉN.)

     MANELICH.- (A TOMÁS.) ¿Quién es ése? (Por MOSÉN.)

     TOMÁS.- El mayordomo. Empezó a estudiar para cura..., y por eso le llaman el Mosén.

     SEBASTIÁN.- Yo todo lo tengo dispuesto..., papeles y todo..., El cura llegará enseguida..., os casáis en la ermita..., y listos.

     MANELICH.- Yo no sé explicarme, señor amo...; pero si no fuera por el respeto... y por el miedo de apretar demasiado..., ¡le daba un abrazo, señor amo! (Conmovido.)

     SEBASTIÁN.- Bueno, gracias; luego. (Rechazándole.)

     MOSÉN.- (Saliendo.) Que, viene enseguida.

     SEBASTIÁN.- ¡Marta! (Llamando impaciente.)

     TOMÁS.- (En voz baja.) Quisiera que hablásemos, Sebastián.

     SEBASTIÁN.- No, luego. ¡Marta! Gracias a Dios que viene esa mujer.

     MARTA.- ¡Qué prisa!

     SEBASTIÁN.- Ya tienes aquí a Manelich.

     MARTA.- Si es la hora..., vamos.

     MANELICH.- ¿Y nosotros?... ¿No nos decimos nada? (A MARTA.)

     MARTA.- (Aparte.) Me da más repugnancia que Sebastián.

     MANELICH.- (A TOMÁS.) ¡Le doy vergüenza!

     PEPA.- (Aparte a ANTONIA.) Se casa a la fuerza.

     ANTONIA.- ¡Como que parece que está llorando!

     SEBASTIÁN.- (Acercandose a MARTA y en voz baja.)Quiero que de hables.

     MARTA.- (A SEBASTIÁN.) ¡Por Dios, Sebastián!

     SER.- Lo mando.

     MARTA.- (Con risa forzada, a MANELICH.) Yo estoy muy contenta. ¿Y tú?

     MANELICH.- (Riendo.) Pues ya lo ves.

     SEBASTIÁN.- Dile algo más, Marta.

     MARTA.- No.

     SEBASTIÁN.- (A MARTA.) ¡Cuidado, Marta, cuidado!

     MOSÉN.- (Aparte, a SEBASTIÁN.) Calma, calma. (En voz alta.) ¿Y no se pone el novio el traje nuevo?

     SEBASTIÁN.- Es verdad; hay que vestir al buen mozo con él traje de boda. (Todos se echan a reír y dicen unos a otros: «Al buen mozo...» «Al buen mozo.»)

     MANELICH.- Pues no hay que, reírse. Si es ser buen, mozo tirar piedras con la honda más lejos que nadie, y saltar de peña en peña como las cabras, y llevar a Marta a cuestas por las pasaeras del río cuando se derriten las nieves, sí que soy buen mozo. (PELUCA y NANDO reventando de risa.)

     PELUCA.- Pues anda, anda a vestirte, que vas a parecer un lechuguino, como aquellos señoriticos que vinieron de Madrid.

     NANDO.- ¡Sí, que se ponga lechuguino!

     PEPA.- Que, se ponga, que se ponga. (Todos se echan a reír.)

     ANTONIA.- ¡Que vaya adentro, a ver cómo le ponen lechuguino!

     MANELICH.- (Riendo muy fuerte.) Bueno, pues lechuguino. (Después se contiene y se va poniendo seria.) Pero, ¿qué quiere decir eso, ¿Por qué me has dicho tú eso? (A PELUCA. Se arroja con rabia sobre él.) Dilo; dilo. (Todos procuran separarlos. Las mujeres chillan. ¿Qué es eso que soy yo?

     NANDO.- ¡Hombre! Yo no lo sé.

     MOSÉN.- No te enfades, Manelich; lechuguino quiere decir currutaco.

     MANELICH.- (Soltando a PELUCA.) ¡Ah! ¡Bueno! Eso es otra cosa. Haberlo dicho desde el principio. (De pronto estalla con nueva rabia.) ¿Pero qué quiere decir currutaco? ¡Que tampoco lo sé! (Todos se echan a reír. Carcajada general.) Pues os hago pedazos si no me contestáis. (Se prepara a acometerlos. Todos retroceden.)

     SEBASTIÁN.- ¡Manelich!

     MARTA.- (Aparte.) ¡Qué vergüenza! ¿Pues no le tienen miedo?

     MANELICH.- ¿Pues no me enfadaba yo?

     SEBASTIÁN.- Vamos, en este cuarto tienes el vestido nuevo.

     MOSÉN.- En aquel cuarto está.

     MANELICH.- Pues vamos, que me voy a poner majo y eso que decíais, que ya no me enfado porque, me lo digáis, que hoy no quiero enfadarme por nada. (Se van todos por la puerta de la derecha.)

     PEPA.- (A las demás mujeres.) Vamos a mirar por la ventana.

     ANTONIA.- (Y las mujeres.) Vamos, vamos. (Se van por otra puerta.)

     TOMÁS.- Sebastián, tengo que hablarte.

     SEBASTIÁN.- Espérame allá fuera, que enseguida voy.

     TOMÁS.- Pues allá espero. (Vase por el foro.)

     SEBASTIÁN.- (A MOSÉN.) Entreténle tú, y que esté todo preparado en la ermita; y cuando lleguen, que los casen sin esperarme... Será mejor...

     MOSÉN.- El Morrucho se lo ha charlado todo a Tomás.

     SEBASTIÁN.- Pues despídele al Morrucho. Oye, y que no se te escape el decirle a la Marta que Manelich no sabe nada. Es preciso que la Marta crea que Manelich es consentidor de todo esto. ¡Así le despreciará más!

     MOSÉN.- ¡No tengas cuidado!

     SEBASTIÁN.- Ahora, déjame con ella. (Todo esto lo dice en voz baja.)



Escena VII

MARTA y SEBASTIÁN. MARTA ha estado de codos sobre la mesa y con la cabeza entre las manos en todo el final de la escena anterior

     SEBASTIÁN.- ¡Marta!

     MARTA.- ¡Sebastián! Puedes tirar por donde quieras; no me caso con ese hombre.

     SEBASTIÁN.- No te gusta ¿eh?

     MARTA.- No.

     SEBASTIÁN.- ¡Ya! Tú quisieras un marido que te arrullara. Tú dirás: «Año nuevo, vida nueva.» Tú ya no te acuerdas de mí ni de nadie. Tú no te acuerdas de cuando te saqué de en medio del aguacero, como se saca una ranilla de un charco. Tú ya no me quieres, Marta. (Marta retrocede con espanto.)

     MARTA.- ¡Sebastián, por Dios, no me cases con ese hombre! Te lo pido por el alma

     SEBASTIÁN.- ¡Deja en paz a los muertos! Conque, ¿te repugna Manelich?

     MARTA.- Mucho.

     SEBASTIÁN.- ¡Pues sí eso es lo que yo quiero! ¡Si tú no sabes la alegría que me das! ¿Pues piensas tú que si te gusta se te había yo de dejar casar con él? ¡Aunque me costase, la hacienda y la misma vida no te habíais de casar!

     MARTA.- ¡Virgen Santísima! ¡Que se haya encontrado un hombre que, siendo yo como soy, y sabiéndolo él, haya querido casarse conmigo! ¡Si es pa morirse de vergüenza! ¡Por él, y por ti, y por mí, y por todos!

     SEBASTIÁN.- Pues ahí tienes; se encontró el hombre.

     MARTA.- Yo era una chicuela cuando te conocí, y no soy lo que soy por interés, bien lo sabes. A mí no me compraste tú, y a él le compras, ¿a qué precio? No lo sé; pero le compras.

     SEBASTIÁN.- No media dinero, Marta; eso, no. Le dejo el molino.... y, en fin, ya no se morirá nunca de hambre. Pero tú no te des por entendida con él.

     MARTA.- No me caso. ¡Antes me voy; antes me tiro por la presa del molino! (Se oye una carcajada de los que están dentro.)

     SEBASTIÁN.- Ni te vas, ni te tiras por la presa, ni te separas de mí. ¡Si yo te quiero! A mi manera, malamente, como sea; pero te quiero. Y no quiero que me dejes de querer. ¡Si aunque me hagan pedazos, yo no te dejo! Pero ya lo sabes; lo sabes como yo; que estoy perdido; que necesito casarme con esa mujer para desempeñar mis haciendas y levantar las hipotecas y los embargos. Y hay más: mi tío, en cuanto te cases, rompe el testamento en que me desheredaba. De modo que ya lo ves: hay que tener calma y juicio, y que engañar a todos esos, que aun son peores que nosotros, y peores que yo; porque yo, al fin, sé querer, y te querré hasta la hora de mi muerte, y si fuera preciso me perdería por ti.

     MARTA.- Sebastián, no me cases, que yo me iré y te quedarás libre de mí sin mentira y sin vergüenza y como manda Dios.

     SEBASTIÁN.- ¿Marcharte? ¿Perderte? (Cogiéndola por un brazo con rabia.) Eso sí que no. Aunque, se pierda todo, y aunque nos perdamos todos; tú te quedas, y te casas con esa bestia, y me obedeces, bien a bien por el cariño, o mal a mal por el miedo; que después de tantos años no has de perder la costumbre de un día; conque responde: ¿Obedecerás?

     MARTA.- ¡Sebastián!

     SEBASTIÁN.- ¿Obedecerás? ¡Contesta!

     MARTA.- ¡Sebastián! ¡Me haces daño!

     SEBASTIÁN.- ¿Obedecerás, te digo? ¡Mira que no me conoces, aunque crees conocerme!

     MARTA.- ¡Déjame! ¡Déjame! Me das mucho miedo. Obedeceré, sí; obedeceré. (Sebastián la deja y se estira las mangas de la chaqueta.)

     SER.- ¡Vaya si obedecerás!



Escena VIII

MARTA, SEBASTIÁN, MANELICH, JOSÉ, NANDO, PELUCA y otros hombres. Después, PEPA, ANTONIA, NURI y otras MUJERES por el foro. Después, TOMÁS y MOSÉN

     NANDO.- (Saliendo el primero.) Que no quiere ponerse el traje nuevo.

     JOSÉ.- (Parándose en la puerta.) Que no quiere ponerse lechuguino.

     MANELICH.- No quiero, se ríen de mí. Y además me, da pena quitarme mi zamarra. Ea, dejadme pasar; ni el rebaño, cuando hay pedrisco, se me echa más encima que vosotros.

     SEBASTIÁN.- Pues, bueno; de cualquier modo. ¡Marta, vamos andando! (Marta vacila.) ¡Marta!

     MARTA.- ¡Sí, sí! ¡Ya voy! Pero entre nosotros todo se ha acabao.

     SEBASTIÁN.- (Aparte.) ¡Se ha acabado! Sí, sí; esta noche volveré.

     NANDO.- En cuanto se casen echo a vuelo la campana de la ermita.

     NURI.- Toma la mantilla, Marta,

     MARTA.- ¡Nuri! ¡Nuri!

     NURI.- ¿Verdad que me quieres mucho? (Abrazándola.)

     MARTA.- Déjame que te mire. (A NURI.) Dame un beso... No... Déjame.

     SEBASTIÁN.- A la ermita todo el mundo.

     TOMÁS.- (A SEBASTIÁN, en voz baja; van saliendo todos.) No; hasta que yo hable contigo no pueden casarse.

     SER.- Déjales que se vayan. Hasta que yo no llegue no ha de ser la boda.

     MOSÉN.- (Aparte a SEBASTIÁN.) Conque, ¿qué hacemos?

     SEBASTIÁN.- (A MOSÉN.) Ve con ellos, y que, se haga la boda como te he dicho, sin esperarme a mí. Yo entretendré a Tomás.

     MANELICH.- ¡Hupa! ¡Hupa! ¡Allá va el rebaño! ¡Allá va el rebaño! ¡Hupa! ¡Hupa! ¡Allá va la cabrota! (Se va entre la gritería de todos.)



Escena IX

SEBASTIÁN, TOMÁS y MORRUCHO, que habrá entrado al final de la escena anterior

     SEBASTIÁN.- ¡Morrucho! ¡Vete a la boda!

     MORRUCHO.- ¡No voy a esa boda!

     SEBASTIÁN.- ¿Por qué?

     MORRUCHO.- Porque no; está dicho.

     SEBASTIÁN.- Pues coge los trastos, y fuera de aquí.

     MORRUCHO.- Eso, sí.

     SEBASTIÁN.- Pero enseguida.

     MORRUCHO.- Lo que tarde en recoger mis trapos. (Se va al interior de la casa.)

     SEBASTIÁN.- (A TOMÁS.) ¿Qué tenias que decirme?

     TOMÁS.- Que no sé lo que me pasa.

     SEBASTIÁN.- Pues ya me lo dirás cuando lo sepas.

     TOMÁS.- Es que me han dicho... No quisiera ofenderte, pero no hay tiempo que perder, ¡ea.... de un golpe!... Que tú y la María os queréis, pero de mala manera. Y que a ese pobre muchacho... ¡Vamos, si no quiero creerlo! Y como yo en esta boda he venido a ser como el padre y el padrino de Manelich... ¡Vamos, que no estoy en mi! Hijo no te ofendas; pero dime la verdad.

     SEBASTIÁN.- Pues la verdad es que, todo eso es mentira.

     TOMÁS.- Eso he dicho siempre. (Ha vuelto MORRUCHO con un lío de ropas y una manta, y dispuesto a marcharse. Al MORRUCHO.) ¿Oyes tú, mala lengua?

     MORRUCHO.- Dije la verdad, y la dije.

     SEBASTIÁN.- Tú hablas de ser; que no vuelva a verte.

     TOMÁS.- (A MORRUCHO.) ¡Desagradecido! ¡Después de tantos años como estás comiendo el pan del amo!

     MORRUCHO.- No me diga usted desagradecido, que no lo sufro

     SEBASTIÁN.- Largo de aquí, porque si no... (Amenazándole.)

     MORRUCHO.- (Cuadrándose delante de SEBASTIÁN.) Atrévase, que tengo buenos puños.

     TOMÁS.(A MORRUCHO.) ¿Contra tu amo?

     MORRUCHO.- Ya no lo es, ¡y ojalá no lo hubiera sido nunca.!

     SEBASTIÁN.- ¡Vete, canalla!

     MORRUCHO.- ¡A mí canalla! Ahora verás. (Tira el lío y la manta.) Sí; yo se lo dije a Tomás; pero no se lo dije todo, que tú y la Marta os queréis de mala manera; que entras aquí de noche, muy a escondidas, por la puerta del corral; que pasas por el corredor alto, por detrás, de aquella cortina; que yo lo he visto.

     SEBASTIÁN.- ¡Dejame! (A TOMAS, que lo contiene.)

     MORRUCHO.- Que me condene Dios si miento. Y si no, que jure él que miento yo. A ver si lo jura.

     SEBASTIÁN.- Vámonos, Tomas. Deja a ese tunante. (Se dirige hacia la puerta.)

     MORRUCHO.- Que no jura, que no jura; ya lo ve usted; con eso me basta. (Recoge el lío y la manta.)



Escena X

TOMÁS, MORRUCHO y el MOSÉN

     MOSÉN.- (Desde la puerta.) Pero, ¿qué haces aquí, Tomás? Tu mujer ha tenido que encender los cirios.

     TOMÁS.- No, no; que no se casen.

     SEBASTIÁN.- Que no salga de aquí Tomás; lo mando. (Al Mosén. Después sale.)

     TOMÁS.- No, no; que no se, casen.

     MOSÉN.- ¿Qué dices? ¿Adónde quieres ir? (Deteniéndole.)

     TOMÁS.- No, no; que no se casen.

     MOSÉN.- ¿Adónde quieres ir? (Deteniéndole.)

     TOMÁS.- A pedir que no se casen.

     MORRUCHO.- Tomás, deprisa. (A MOSÉN.) Déjale tú al abuelo.

     TOMÁS.- No. ¡Dios mío! ¡Pobre Manelich! ¡Es imposible; no pueden casarse! (Toque de campana.) ¡Ah! ¡La campana! ¡Ya es tarde! ¡Ay, Dios mio! ¡Lo que hemos hecho con ese pobre, muchacho! ¡Y he sido yo también! ¡Que Dios me lo perdone!

     MORRUCHO.- Con Dios, Tomás.

     TOMÁS.- Adiós, hijo mío; dame un abrazo.

     MORRUCHO.- Adiós, abuelo; perdóneme lo malo que le haya dicho. Adiós. (Vase el MORRUCHO. TOMÁS ha caído sobre un banco. El MOSÉN ha salido a la puerta a esperar a los que llegan. Se oye el rumor de la gente.)

     TOMÁS.- (Aparte.) Parece que me han echado un nudo a la garganta y que me han puesto una plancha de fuego en la cara. (Vase desesperado.)

     VOCES.- ¡Vivan los novios! ¡Vivan los novios!

     MOSÉN.- Ea, muchachos: se acabó la fiesta; todo el mundo a su casa.

     MANELICH.- Parece un rebaño desparramado... Cabras aquí, cabras allá. ¡Lástima de honda!

     MOSÉN.- (Sale el último, y dice desde la puerta.) Ahora cerrar vosotros, y hasta mañana.



Escena XI

MARTA y MANELICH

     MANELICH.- (Mirando desde la puerta cómo se alejan.) ¡Si yo tuviese aquí la honda y un buen guijarro, pronto arreglaba, ese ganao (Después se vuelve de pronto.)

     MARTA.- (Como desesperada.) ¿Qué hay? ¿Qué quieres?

     MANELICH.- Ha dicho que cerrásemos. ¿Cierro?

     MARTA.- Cierra.(Marta se levanta y va arreglando las sillas y recogiendo vasos que habrá sobre la mesa en desorden.) Todo se acabó.

     MANELICH.- ¡Tururú! Listos. ¿Pues no estoy cansado? Más quiero una tronada allá en los ventisqueros, que este barullo de todos los demonios. Yo no pueo estar así; esto rinde más. Al suelo, al suelo, como allá en la montaña. Siéntate aquí, a mi lado. Allá arriba no tenemos sillas ni falta. Miá tú que esos palitroques... ¿Pero qué hace aquélla? ¡Hupa, Marta!

     MARTA.- ¿Qué?

     MANELICH.- Que vengas aquí.

     MARTA.- No, dejame.

     MANELICH.- ¡Qué arisca! Pues si te pones así no te voy a decir una cosa. Ya no me acordaba. ¡Con la alegría se pone uno más burro! (Levantándose. Después de buscar en los bolsillos y en el pecho, saca al fin un pañuelo atado por las puntas. Aparte.) ¡Verás, verás tú ahora! ¡Ya pesa, ya!... ¡Esto no te lo esperabas!

     MARTA.- ¡Ah!¿Otra vez? ¡Déjame!

     MANELICH.- No he tenido animal más arisco en mi vida (Extiende el pañuelo en la mesa.) Mira... ¿Ves?... ¿Ves esto? ¡Es una peseta! (Echándola en el pañuelo.) ¡Es la primera que gané! Nunca la he querido gastar, para ver si criaba, y, mira.... mira si ha criado. (Revolviendo monedas de plata y cobre, que echa en el pañuelo.) Allá arriba, cuando las contaba, sonaban de otro modo. Este modo de sonar es más alegre: será porque estás tú. ¡Ah! Toma, toma... (Sacando un duro de entre las monedas.) ¿Ves este duro? ¿Ves estas manchas? Son de sangre; sangre mía. Me lo regaló un día el amo: el señor Sebastián, ¡que Dios se lo pague! ¡Tócalo! ¡Tócalo! (Cogiéndole la mano para obligarla a que lo toque; ella se resiste, pero sin repugnancia.)

     MARTA.- Estate quieto.

     MANELICH.- Bueno... pues yo lo beso. (Lo besa y lo tira al pañuelo.) Has de saber que todas las noches venía el lobo al rebaño. Y todas las mañanas un perro patas arriba, destripado, y una oveja menos o un carnero; según. Yo me condenaba. Hasta que una noche... me quedé en acecho detrás de unas piedras, al lado del barranco. El carro del cielo, ¿sabes tú lo que es? Pues el carro del cielo son siete, estrellas que dan la vuelta allá arriba, como la rueda de una carreta... Pues digo que el carro estaba clavado en las doce, y luego pasó a la una..., y yo escuchando... ¡Nada! Los esquilones... El agua de la nieve que se derretía... El airecillo de la madrugada... ¡Las siete estrellas del carro siguiendo la vuelta, que me parecía que estaba oyendo rechinar el eje! ¡De pronto siento ruido, pisadas, y veo un bulto negro que, dando un bote como un demonio, pasa por encima de mí, resoplando tan fuerte, que sentí el resoplido aquí, en el cuello. Los pelos se me pusieron de punta, y por dentro del pecho sentía unos golpes!... ¡Pum!... ¡pum!... ¡pum!, que me ahogaba. Luego siento ladridos de perro y el balar de las ovejas, y sin manta al brazo ni nada para resguardo, con el cuchillo en la mano y el pecho libre, me puse en mitad del camino por donde había de pasar el lobo. ¡Llega el animal con la oveja atravesada en el hocico, tropieza conmigo, me agarro a él, le clavo todo el cuchillo, y caemos barranco abajo revueltos el lobo y yo..., mordiéndole yo, mordiéndome él; aullando él y aullando yo con más fuerza aún; contra su hocico mi cara; contra sus colmillos, mis dientes, que desde entonces tengo esta mella!

     MARTA.- (Conmovida e interesada, a pesar suyo.) ¿Y qué? ¿Qué?

     MANELICH.- Que al otro día unos pastores nos encontraron a los tres en el fondo del barranco: la oveja muerta, el lobo muerto y yo medio muerto, con todo el cuerpo lleno de mordeduras y desgarrones. Me llevaron a la choza, me dieron con nieve y aceite de lagarto.... y al cabo de unos días subió el amo y me dio este duro. Yo, con la prisa de besarle la mano, me desgarré esta herida; por eso son las manchas de sangre que has visto. El amo Sebastián me prometió un duro por cada lobo que matase; pero desde entonces no he matado ninguno. (Lo dice con mucha tranquilidad.)

     MARTA.- Manelich, ya es muy tarde.

     MANELICH.- Pues toma todo esto. Son veintitrés duros. Guárdalos. (Recogiendo el pañuelo.)

     MARTA.- No... no... Es tuyo. Guárdalo en tu cuarto. (Aparte.) Pero ¿qué es este hombre?

     MANELICH.- ¿En mi cuarto? En el nuestro, querrás decir; allá.

     MARTA.- Enciende la luz (Señalando al hogar.) y vete... Vete a, tu cuarto..., y buenas noches.

     MANELICH.- ¿Que ese es mi cuarto? ¿Y que aquel es el tuyo?

     MARTA.- Ya lo sabes, mal hombre. ¿Para qué, quieres que te lo repita? ¡Vele! ¡Mal hombre, vete!

     MANELICH.- ¡Que yo soy mal hombre! ¿Por qué soy mal hombre? ¿Por que? ¡Dilo! ¡Dilo! ¡Quiero que lo digas!

     MARTA.- Ya lo sabes.

     MANELICH.- ¡Que yo lo sé!

     MARTA.- Sí, que tú has consentido en todo.

     MANELICH.- ¿En qué?

     MARTA.- En casarte conmigo.

     MANELICH.- ¡Toma! ¡Eso sí!

     MARTA.- ¿Y por qué has consentido?

     MANELICH.- ¿En qué? ¿En que fueras mi mujer? Pues, porque te quería más que a nadie en este mundo! ¡Más que a mi padre! ¡Más que a mi madre! Más.

     MARTA.- ¡Manelich! (Se queda mirandole con ansia y angustia.)

     MANELICH.- (Acongojado.) ¿Por qué me miras de ese modo? ¡Mira que me parece que no eres mi mujer!

     MARTA.- ¡Manelich!

     MANELICH.- Si me parece que estoy soñando.

     MARTA.- (Aparte.) ¡Ay, Dios mío, que me han engañado y han engañado a este pobre hombre!

     MANELICH.¡Marta!

     MARTA.- ¡Déjame... dejame!

     MANELICH.- ¡Es que me has dicho unas cosas! No las entiendo

     MARTA.- No... no... No he dicho nada. Es que esta noche estoy como loca... que no sé lo que han hecho conmigo.

     MANELICH.- ¡Lo que han hecho contigo! (En este momento pasa una luz por detrás de la cortina.)

     MARTA.- (Retrocediendo con horror. Aparte.) ¡Ah, él, Sebastián! ¡Canalla!

     MANELICH.- ¿Qué es aquello? ¡Una luz! ¡Pero no estamos solos! ¿Quién hay allí?

     MARTA.- ¡Nadie, nadie!

     MANELICH.- (Empuñando el cuchillo.) Pues yo voy a verlo.

     MARTA.- (Poniéndose delante de él.) No, déjalo; ya estaría la luz.

     MANELICH.- No; te digo que no. (Desaparece la luz.) ¿Ves? La han apagado.

     MARTA.- Yo creo que no había ninguna. Sino que a ti te ha parecido que la había.

     MANELICH.¿Pues no decías antes que ya estaba la luz? Si la he visto yo... Si tú también la has visto.

     MARTA.- Yo no he visto nada. Tú lo has dicho.

     MANELICH.- ¿Que tú no has visto esa luz?

     MARTA.- No, no.

     MANELICH.- ¿Que tú no la has visto?

     MARTA.- ¡Ea! Tú tampoco la viste.

     MANELICH.- ¿No? (Se queda mirando fijamente a MARTA. Aparte.) ¿Que no la he visto? ¿Que no la he visto?

     MARTA.- (Sentándose.) (Yo aquí he de pasar la noche; aquí, como si fuera piedra.) Oye, ya te lo he dicho. (Señalando su cuarto.)

     MANELICH.- Ya... ya... ya lo sé. No me lo vuelvas a decir. Yo, allá dentro. (Repitiendo la orden de ella.) Pero todavía... todavía no me iré a dormir; a mí... ¡Vamos allá dentro! (Se deja caer poco a poco en el suelo, siempre con los ojos fijos en la cortina.)

     MARTA.- (Aparte.) ¡Y ese, canalla siempre ha sido un canalla! (Manelich, siempre en el suelo, se va acercando a MARTA. Aparte.) ¡Pensará este... pobre... que no le oigo!

     MANELICH.- (Muy triste y medio lloroso. Aparte.) ¡Aquí, cerquita, de ella, muy cerquita Pero no como su marido... eso, no! Como si estuviese solo allá arriba en mi choza de los Picachos. Ahora a rezar (En voz baja.) el Padrenuestro de mis padres. El Padrenuestro para... mi mujer... no tengo que rezarlo.... porque mujer... mujer... ya la tengo.... ya la tengo... «Padrenuestro...» (Solloza.)

     MARTA.- (Aparte.) ¡Ah! Qué castigo el mío!

     MANELICH.- Todo está dormido en la choza. ¡No... el lobo no vendrá.... no vendrá..., no vendrá!... (Sigue moviendo los labios mientras cae el telón.)

Fin del acto primero

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