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Toro-mujer. Texto y dibujos de Gregorio Prieto. Prefacio de Carlos Edmundo de Ory. Madrid, 1949. S. P.

Ricardo Gullón





¡Qué admirable imaginación la de Gregorio Prieto! Siempre arraigada en la realidad, pero trascendiéndola y lanzándose, sin perder contacto con la tierra, hacia una depuración y superación de lo real. Los dibujos ahora publicados con un prólogo suyo y otro de Carlos Edmundo de Ory, tienen su punto de arranque en esa tendencia característica del artista; las imágenes se transforman, pero no caprichosa sino poéticamente -es decir, obedeciendo a una exigencia íntima, a una necesidad-, fundiendo los vestigios de la realidad en nuevas construcciones de un agudo y refulgente dinamismo.

La línea sirve al movimiento y se hace movimiento, confiriendo a las figuras una gracia pujante, una gracia que consiste precisamente en su fuerza, como se advierte en el «Devoramiento del pastorcillo», donde la quimera inventada por el artista se debate entre una porción de referencias concretas, alzándose sobre ellos para afirmar una existencia incipiente pero ya clara. Pues estos dibujos van ordenados de tal forma que desde la inocencia floral y eglógica del primero, se pasa a la abrupta afirmación bufo-trágica del segundo, sin transición, para continuar por las imágenes de «Toro-Mujer» en diversas fases de su historia.

La serenidad inicial se refleja en el trazo limpio, encaminado, seguro, y contrasta con las manchas oscurecedoras del último reflejo de la «Mujer-Toro», hecha de negruras, revelada entre velos de tinta que, gracias a la maestría de Gregorio Prieto, dan expresión, son expresión de la angustia creadora. Pues la traslucida en estas imágenes es solo la inherente a la contradicción connatural al personaje inventado por el artista, a ese monstruo que afirma la ambivalencia de cada ser. Las figuras tienen vida, tienen historia, y a través de ellas Prieto alude a un mito eviterno. «Toro-Mujer» es la expresión plástica de un impulso inconsciente, y su oscuridad es la propia del ámbito secreto de la gestación. En el primer dibujo el mundo es claro porque no existe el mito.

Las imágenes crepitan y crecen en la violencia de la contradicción soterraña. No mencionemos el sueño, porque el artista ha querido dar forma a una fábula, a un personaje conocido y no soñado. La visión es lúcida y las imágenes también. La oscuridad, ordenada y no confusa, como de quien discrimina entre sombras y reconoce los seres y los objetos por su perfil. ¿Quiso Gregorio Prieto, como apunta Carlos Edmundo de Ory, hacer de la figura de «Toro-Mujer» un símbolo? No lo sé, ni creo importe demasiado. Su invención está ahí y cada espectador pondrá en ella lo necesario para completarla. Nada se opone a que la imaginación del dibujante sea complementada, prolongada, por la fantasía del contemplador.

En estos dibujos se encuentran muchas cosas. Pero dos o tres de ellos están realizados con verdadera furia, y producen la sensación de objetos creados en un arrebato; advertimos la lucha del artista consigo mismo, su intención de expresar misterios que le importa tanto decir (a medias) como callar (a medias). La línea no vale solamente para fijar los cuerpos; también para las pasiones, y más aún, para los elementos naturales. Gregorio Prieto pone al espectador entre algo más que una rareza, ante una invención tan verosímil que su presencia da lugar a una especie de reconocimiento de no sé qué imágenes perdidas en los planos del inconsciente, acaso en la sima del inconsciente colectivo.

El prólogo de Carlos E. de Ory tiene más carácter poético que crítico. Señala las motivaciones de Prieto de un modo alusivo, sin intentar una rigurosa puntualización. Pero a quien sepa y quiera leer entre líneas le suministrará algunas referencias útiles, algunos puntos de acceso. Buen servicio a una obra que merece la atención de cuantos se interesan en ese delicioso lenguaje dibujístico de Gregorio Prieto, llegado ahora (me parece) a un interesante punto de viraje.





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