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1

Tal vez, en cuanto a fechas, no sean de rigurosa exactitud las de esa tradición; pero en lo que atañe a las reales cédulas, ellas deben existir en el archivo de la Municipalidad de Trujillo, si no han desaparecido. En 1868, hallándome de tránsito en Trujillo, me dio a leer el señor José Félix Ganoza la cédula relativa a las franquicias que otorgara Godoy al puerto de Huanchaco, asegurándome que era copia fiel de la archivada en el Cabildo.

 

2

Reproducida esta tradición por la prensa de Venezuela, los descendientes del general Valero dirigieron al autor la siguiente carta en uno de los diarios de Caracas.

Sr. D. Ricardo Palma

Caracas, 18 de septiembre de 1886

Señor de todo nuestro aprecio y consideración: Debemos a la bondadosa complacencia del doctor Arístides Rojas, eminente historiógrafo y publicista patrio, la feliz oportunidad de haber leído en la colección de Tradiciones que usted ha publicado, una en que consagra un capítulo a la memoria de nuestro amado progenitor. Días después fue reproducida por La Opinión Nacional, bajo el mote de Honroso recuerdo.

Nada más satisfactorio que estos rasgos podría exigir un hombre público a la pluma del historiador; pero acrecienta el mérito de los honrosos conceptos con que usted levanta la memoria del general Valero, la consideración de que no sólo es el renombrado amenizador de la historia sudamericana quien se los prodiga, sino a la par quien ha sido demasiado severo, injusto en el sentir de muchos, al juzgar a algunos de los personajes actores en el gran drama de nuestra emancipación política. Esta apreciación nos halaga al aceptar como recto e imparcial el criterio que le ha guiado al hacer ese recuerdo de nuestro padre.

Mas no queda ahí solamente el motivo de nuestro agradecimiento para con usted, pues a la vez como que levanta usted una especie de desgraciada sombra que parecía cubrir la tumba del general Valero, porque excepción hecha del ilustre prócer D. Leocadio Guzmán, del general Capella Toledo a quien usted cita, y de algunos otros que no recordamos, escritores ha habido que al historiar hechos de ayer en nuestras malhadadas contiendas domésticas, hasta han suprimido su nombre, aun habiéndole tocado ser actor principal en aquéllas.

Los contemporáneos no pueden ser historiadores en el sentido genuino de esta palabra. Presentes los intereses personales, vivos los odios, candentes las pasiones del momento y en choque las rivalidades, apenas si pueden recoger los sucesos; y antagónicos por ser parciales, vienen a dar el justo medio a la posteridad, que es quien se encarga de hacer justicia.

Mucho temeríamos que nos cegase el amor filial, ya que no tenemos competencia para juzgarle, si creyésemos al general Valero merecedor de la alteza en que usted le ha colocado; pero a la verdad ofrendó la mejor parte de su vida a los principios que son la aspiración de la sociedad moderna.

Allá, en la madre patria, adolescente apenas, hace toda la campaña contra el primer Bonaparte y cae entre los defensores de la inmortal Zaragoza, tocándole asistir a los principales hechos de armas de aquella gran lucha.

Acá, en América, la tierra de su nacimiento, sirvió a Méjico en altos empleos, y luego a Colombia y al Perú; y aunque negara a las postrimerías de nuestra epopeya colombiana, tuvo, no obstante, ocasión de asistir con Páez al sitio de Puerto Cabello y con Salom al del Callao, de donde se separó poco antes de la rendición para ir a fortificar las costas del Istmo. Regresa de Venezuela y sigue la campaña contra las guerrillas que aún sostenían la causa realista, hasta su completa pacificación, y sirve importantes comisiones y destinos en los cuales mereció la confianza y el aplauso del Libertador, de quien fue siempre leal amigo.

Sus relaciones con algunos hombres importantes que desde los tiempos de la patria vieja venían afiliados en la buena causa, le dieron presto entre los fundadores del partido liberal; y fue bajo su mando cuando las armas de esta causa obtuvieron la primera victoria sobre sus adversarios en los campos de Taratara. Consecuente con sus opiniones y principios, fue de los primeros proclamadores de la federación, e hizo la primera ruda campaña mostrándose siempre esforzado. Pero malogrado el primer intento, se retiró como muchos de sus compañeros a Nueva-Colombia, donde murió.

Perdónenos usted si hemos hecho esta carta más larga de lo debido; pero nos ha hablado usted de nuestro padre en términos tan honoríficos que no hemos podido evitarlo, pues sólo nos hemos propuesto presentar a usted un testimonio de nuestra gratitud.

Recíbalo usted muy sincero con nuestra amistad y respetos.

Andrés Valero y Lara.- Antonio Valero.- José A. Valero y Lara.- Ramón Gómez Valero.



 

3

Nos salió al encuentro (escribe don Florentino González, uno de los jefes de la conjuración) una hermosa señora, con una espada en la mano, y con admirable presencia de ánimo nos preguntó qué queríamos. Uno de los nuestros profirió algunas amenazas contra aquella señora, y yo me opuse a que las realizara.

 

4

Histórico.

 

5

Ídem.

 

6

Ídem.

 

7

El señor Mendiburu murió en enero de 1885, en la clase de general, y entre otras obras, es autor de un Diccionario histórico del Perú, ocho volúmenes en cuarto, de quinientas páginas cada uno, obra que inmortaliza su nombre. La Real Academia Española consideró a Mendiburu entre sus miembros Correspondientes, en el Perú.

 

8

El 5, después de llegado a su campamento el parlamentario, rompieron los chilenos el fuego de cañón por mar y tierra sobre la plaza de Arica. El domingo 6 funcionó por ambas partes, con mayor vigor que en la víspera, la artillería, consiguiendo los peruanos poner un buque fuera de combate. En la madrugada del 7 principió el asalto a la plaza, y con él la atroz hecatombe. De los 1600 defensores de Arica (según el historiador chileno Vicuña Mackenna), hubo más de 900 muertos, cerca de 200 heridos y poco más 500 prisioneros. Los vencedores tuvieron 144 muertos y 337 heridos, sobre una masa total de 6500 hombres.

 

9

Don Raimundo Valenzuela, jefe del ejército chileno, publicó en Santiago en 1885 un precioso librito sobre la campaña de Huamachuco, el cual nos ha servido de fuente para este episodio. La parte dialogada la copiamos al pie de la letra del opúsculo de Valenzuela, para que no se crea que, por espíritu de nacionalismo, realzamos el sereno valor de un compatriota. Esa justicia al mérito personal y al sentimiento patriótico de la noble víctima, hecha por pluma chilena, habla más alto de lo que nosotros pudiéramos hacerlo.

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