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1

Vid. Francisco López Estrada, La «Galatea» de Cervantes. Estudio crítico, La Laguna de Tenerife, 1948, pp. 106-108 («Bandello y la trágica novela de Lisandro y Leonida»); y más recientemente, Miguel de Cervantes, La Galatea, ed. Francisco López Estrada y M.ª Teresa López García-Berdoy, Madrid, Cátedra, 1995, p. 35. Como se sabe, el mismo tema había sido tratado, antes de Bandello, por Masuccio Salernitano (Novellino, XXXIII) y por Luigi da Porto (Istoria... di due nobili amanti, con la loro pietosa morte...).

 

2

Ellen M. Anderson, Role-Playing and Role-Change as Means of Self-Discovery in Selected Works of Cervantes. Dissertation University of Toronto, 1986, 1, pp. 87-90 (accesible en microfichas).

 

3

La novela pastoril española, 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Istmo, 1974, p. 95. En la misma línea, recientes editores de La Galatea han subrayado que Cervantes inicia su carrera de novelista «...tras los pasos concretos de la Diana de Montemayor, de manera excesivamente clara, más aún, casi ostentosa.» (Miguel de Cervantes, La Galatea, ed. Florencio Sevilla y Antonio Rey, Madrid, Alianza, 1996, p. VI); las citas de La Galatea se harán por esta edición.

 

4

Vid. Vicente Cristóbal, «Recreaciones novelescas del mito de Fedra y relatos afines», Cuadernos de Filología Clásica, XXIV (1990), pp. 111-125.

 

5

Antes de la censura expresada en el archiconocido escrutinio (Quijote, I, VI), Cervantes expresa su rechazo de lo que representa Felicia en la propia composición de La Galatea: los siete libros de La Diana se han convertido en seis para hacer visible la ausencia del centro mágico que Montemayor puso en el suyo.

 

6

Esta Silvia es mencionada como «gran amiga» de Belisa en el poema titulado «Carta de Arsenio» (Vid. Jorge de Montemayor, La Diana, ed. Juan Montero, estudio preliminar Juan Bautista de Avalle-Arce, Barcelona, Crítica, 1996, p. 147). La Silvia cervantina es imprescindible para la verosimilitud del punto de vista narrativo: ella es quien informa a Lisandro, protagonista y narrador de la historia, de algunos hechos que él no podía saber por sí mismo (aunque comete el error de no decirle que Crisalbo la corteja). En circunstancia similar, Montemayor se saca de la manga a última hora una informante de nombre Armida (vid. ed. cit., p. 129), personaje innecesario del todo, ya que -como notó Cervantes- esa función hubiera debido corresponder a la Silvia antes citada.

 

7

Vid. Galatea, p. 44. La caracterización de esos dos personajes, desde la primera mención que se hace de ellos, como malvados reconocidos persigue hacer más evidente -en perspectiva de ejemplaridad- el descuido en que incurren sus víctimas (Lisandro, Silvia y Leonida).

 

8

El texto es accesible en la edición de B. W. Ife, Dos versiones de Píramo y Tisbe: Jorge de Montemayor y Pedro Sánchez de Viana, University of Exeter, 1974, quien de manera poco convincente niega la autoría de Montemayor. Es obvio, por otra parte, que Cervantes pudo conocer -aparte del original latino o su romanceamiento en prosa por Pérez de Bustamante- otras versiones poéticas de la fábula (la de Castillejo, Villegas, o Gregorio Silvestre); vid. al respecto las noticias reunidas por José M.ª de Cossío, Fábulas mitológicas en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1952, pp. 220-226.

 

9

Dada la complejidad e importancia de esta cuestión, me propongo abordarla en un trabajo complementario del presente.

 

10

Sobre estas coincidencias, vid. La Diana, ed. cit., pp. 384-385.