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Tratado de Antropología y Pedagogía

Gregorio Herrainz






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ArribaAbajo- 1 -

El hombre, con sus analogías y superioridad respecto a los demás seres terrestres


El hombre, a quien suele denominarse microcosmos, es, en efecto, el compendio, la síntesis de la Creación.

Materia y espíritu, elementos generales de la última, componen el primero.

El cuerpo humano, exclusivamente como cuerpo, es grave, impenetrable, divisible y patentiza la efectividad de las propiedades comunes a todos.

Pero no se circunscribe a mero cúmulo molecular: sus constituyentes están en relación y en función; nace, se nutre, se desarrolla, se reproduce, muere; experimenta poderosos y ciegos impulsos hacia la conservación de su individuo y de su especie; es un cuerpo organizado, viviente.

En la progresiva escala de los seres, sobre el orgánico figura el animal, que posee vida de relación, que atiende, percibe, conoce, recuerda, imagina, siente, quiere; todo ello en manera inconsciente, sin saber que le está dado y lo ejecuta, sin contemplar dentro de sí la vista y el reflejo de lo que realiza.

No cabe negar, sin sustraerse a la evidencia, que, por ejemplo, el perro conoce a su amo, y por tanto, recuerda; imagina la perspectiva de la caza, cuando el primero se atavía y arma para emprenderla, experimentando el sentimiento de la alegría; no es extraño al cariño, ni tampoco a las sensaciones placenteras y desagradables; forma y combina juicios al cambiar la actitud del descanso por la de la huida, si advierte que alguien se baja como en propósito de coger una piedra, cuyo golpe se evita poniendo tierra de por medio.

Mas todo ello, repetimos, se verifica inconscientemente, lo mismo que por los individuos de nuestra especie, en cuanto sólo interviene lo animal, ya por encontrarse embrionaria la parte superior, bien por no interrumpir su actividad, puesta en otro objetivo; cual el niño sigue la línea recta en busca de su apartado juguete, y dice sabo y teno, ajustándose a la regular conjugación verbal; cual el adulto, al hablar, diversifica sus posiciones vocales, sin conocerlas distintamente o sin que intervenga la atención.

Del propio modo que no podemos negar en firme esto, que salta a la vista, ha de admitirse que resulta de algo diferente del cuerpo: suponer lo contrario equivaldría a argumentar en pro del materialismo; pues a quien asignase a la materia la virtud de la atención, de la percepción, de la memoria..., de la sensibilidad y de la voluntad, aunque con carácter de inconsciente, le sería difícil o imposible rechazar el resto de tan grosero credo, o que lo racional, lo consciente, lo intuitivo, no era otra cosa que gradaciones fenomenales de aquella materia, más perfeccionada, rica, producente.

Así como, comparando los distintos reinos de la Naturaleza, y también las incontables especies de cada uno, se descubre escala gradual de superioridad relativa, existe entre los órdenes o series de entidades espirituales; el ángel, con las jerarquías de tronos, dominaciones, potestades, querubines, serafines y arcángeles, en el Cielo; y en la Tierra el hombre, y por bajo, el simple animal con sus impresiones, recuerdos, juicios, sensaciones, sentimientos, voliciones; todo con relación a nuestro planeta, en que comienza y acaba; todo en desconocimiento absoluto de la causa, de la ley, del Creador, del mérito y demérito de las acciones, valorables para la suerte en otra vida, que ni presiente ni le espera; todo sin progreso, por lo que la araña muy luego teje su tela y la abeja fabrica su celda, con las típicas formas de las unidades primitivas.

Como el hombre, aparte su más noble calidad, es animal, en tal concepto, el niño y el adulto, el ignorante y el sabio ejecutan sin dificultad y sin pararse en ello, las múltiples y casi inapreciables diferencias de postura de los órganos vocales, al ejercitar el lenguaje oral articulado; las actitudes necesarias para subir o descender, soportar y transportar pesos en el hombro, con la mano, a la espalda, o sobre las caderas; conservar bien distintas clases de equilibrio o entregarse a la natación.

Mas por encima del ser corpóreo, orgánico, animal, se levanta predominante lo característico y privativo del hombre; la razón, que busca y halla la verdad, que escudriña y descubre las leyes impresas por el Hacedor en su grandiosa obra, que diferencia el bien del mal, lo justo de lo injusto; que concibe ulterior e imperecedera existencia, guarda ideas innatas, tiene la posible de Dios: la conciencia, puro y brillantísimo receptor en que aparece clara la intuición de lo exterior como de lo íntimo, de lo material como de lo suprasensible, del concepto como del hecho, del inacabable más allá, de indefinida ventura en recompensa del bien, o de perdurable desdicha, justa secuela del mal: la razón, que emplea la atención, la percepción, el juicio y demás aptitudes espirituales en el desentrañar y adquirir los caudales del saber; la conciencia, ofreciéndonos perceptible lo que no puede proceder ni procede de la materia; el sentimiento, purificando y deleitando nuestro ser, ligándonos estrecha y duraderamente a la familia, a la patria y a la humanidad, inundándonos con los raudales de la dicha más inefable, la del amor de Dios.

Esta nuestra privativa naturaleza, que tanto nos eleva sobre el resto de la población terráquea, se exterioriza bien patentemente por el cuerpo. La actitud vertical nos es peculiar y de vista hacia el firmamento, sin el más ligero esfuerzo, la más leve violencia; lo contrario que se advierte en los animales, incluso el mono, de ordinario apoyado en un palo, y en todo caso, en estación oblicua, de por fuerza inclinado para el suelo, que encierra su destino. Nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestro rostro, en una palabra, refleja el estado y la condición de nuestra alma; de tal suerte, que se impone respeto a todas las especies zoológicas, y aun en el león es de huida el movimiento que de súbito produce la presencia del hombre, siquiera muy luego se rehaga y acometa. La contextura, los movimientos y la delicadeza táctil de la mano obedecen, antes y mejor que a nada, al dictado de la inteligencia y del sentimiento; así que la boca parece «ha sido creada más para las necesidades del alma que para las del cuerpo», para emitir lo elaborado en la primera, si también para llevar al aparato digestivo lo que demandan las reparaciones del último. Ningún animal iguala al hombre en el grado de diferenciación del tacto, del gusto, del oído, de la vista, ni aun del olfato, y aunque algunos aventajen en alcance distancial o en otra particularidad, todavía las facultades superiores colocan al hombre muy en primera línea: si su vista no se extiende a tan largo como la del águila, sus creaciones y hechuras, el telescopio y el microscopio, le dan clara percepción de lo asombrosamente distanciado y de lo hasta lo sumo pequeño; si no oye cual ciertos irracionales, el teléfono le pone en familiar diálogo, mediando kilométricas longitudes entre los interlocutores; si en la carrera le deja atrás el gamo, camina con mayor rapidez y duración, gracias a la locomotora por él inventada, y su pensamiento marcha aun al través de los mares, con la celeridad del fluido eléctrico; si no es su fuerza la del león, con la racional le domina, le aprisiona, le arrincona, y hasta la mujer1 se encierra con varios ejemplares de aquel rey de los animales, y asombrándolos, rozando con ellos, entre luminosos cambiantes, ejecuta fantástica danza.

No hay, pues, motivo para asustarse ni escandalizarse ante la aseveración de que en el hombre se conjuntan lo inorgánico y lo orgánico vegetal-animal; tal conjunción no empequeñece ni bastardea nuestra índole racional, consciente, progresiva, libre, responsable y meritoria; por el contrario, ésta avalora y hermosea los constitutivos de aquélla; los dirige y utiliza dentro de nosotros mismos, y de por fuera, nos acondiciona el dominio y el usufructo de los tres reinos de la Naturaleza, cosas y nosotros personas; materia u objeto, y nosotros sujeto del derecho.

Encuentranse, por otra parte, tan diferenciados por el Supremo Hacedor los seres de una serie de los de las demás, que son del todo infranqueables los respectivos límites: entre unos y otros media abismo imposible de salvar. Despliegue el arte humano todos sus recursos sobre el mineral, y por mucho que le abrillante y hermosee, no logrará dotarle del más tenue asomo de espontaneidad, desarrollo propio, vida individual ni específica. Luzcamos el máximum de nuestro saber y habilidad en el cultivo de cualquier planta; que no haremos surgir de ella lo más ínfimo de la vida de relación. Domemos, domestiquemos, adiestremos al animal que, para el objeto, parezca más adecuado; hará, ejecutará el fenómeno, pero ignorará el motivo; proseguirá siempre en ignorancia de la causa, inconsciente, irracional.

En cambio, examinese al hombre en las circunstancias más desfavorables de raza, de género de vida, de estado social, de cultura, y siempre aparecerán testimonios evidentes de la naturaleza racional, facultades superiores embotadas, en atrofia y -valga el vocablo- semipetrificación; pero susceptibles de cierto perfeccionamiento, tanto mayor, cuanto más se esté en la infancia o menos alejado de ella; pero subsistentes, bastantes a que jamás resulte desmentida la unidad de la especie humana, toda vez que lo decisivo e irreprochable es la existencia de los atributos, de las aptitudes; que el más y el menos se dan a cada paso, hasta en los países más cultos, muy repetidos en la localidad, patentes dentro de una misma familia.




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El sexo y su diferencia relativa en el hombre y en la mujer


El sexo- Si cuanto queda expuesto, cual al hombre corresponde a la mujer, bajo el punto de vista sexual ofrecen diferencias profundas, manifiestas, esenciales y encaminadas al cumplimiento del cometido natural de cada unidad de la pareja humana; diferencias que por lo notorias, ni siquiera necesitan indicación; pero a las que se relacionan otras asimismo palmarias y contra las que carece de fuerza negativa lo excepcional, ora provenga de las variantes individuales, o bien sean desfiguraciones, falseamientos ocasionados por inversión funcional o viciosa educación.

La talla media del hombre aventaja a la de la mujer, teniendo su centro la del primero en la bifurcación del tronco y más alto la de la segunda, cuyo cuello es, por lo común, de mayor longitud relativa, lo contrario de lo que se advierte en las extremidades inferiores, y del propio modo que la capacidad de la región lumbar se proporciona con su contenido y funciones a él peculiares. Atendiendo al conjunto, es más fina, tersa y limpia la epidermis de la mujer, de suaves, ondulantes, serpentinas curvas, de plano como de perfil; mientras que en el hombre, lo anguloso, duro y pronunciado del elemento muscular revela bien a las claras cuán distinto es el empleo asignado a sus energías corporales por la Naturaleza: fijándose en lo parcial, indica, también en gráfica manera, que ni la hercúlea fuerza material, ni lo habitual y prolongado de la ruda e inclemente tarea se adaptan sin violencia y degeneración a la mano y pie pequeños y carnosos, a las extremidades ovoidales, torneadas, al rostro imberbe, a las mejillas sonrosadas y ligeramente convexas, a la frente diminuta, al cabello largo, sedoso y duradero, a la mirada animada e insinuante, al carmín de los labios, a lo argentino de la voz, a lo que, en resumen, constituye la belleza externa de nuestra compañera, no desfigurada por la especialidad del quehacer cotidiano, sino cual la concebimos en el sentido del tipo de correcta natura.

El temperamento sanguíneo prepondera en el sexo fuerte, tanto como el nervioso en el débil; las borrascas de la vida en el primero truenan en la voz, centellean en la vista, y al deshacerse, suelen verter sangrientos raudales; en el segundo, las convulsiones son el tormentoso desenvolvimiento a cuyo término corre en abundancia el llanto.

En directa razón con el predominio nervioso está en la mujer el de la sensibilidad, primer factor, decisivo agente de su grandeza y también de sus empequeñecimientos, de sus venturas inefables, así que de sus terribles desdichas, de su peculiar valor, de su cariño, amante, esposa y madre; de su inagotable caridad.

Su percepción penetra menos, pero al detalle superficial nota más que la nuestra; su atención, de inferior persistencia, se fija en todo a lo que han de llegar sus solícitos cuidados; su juicio no se entrega tanto a lo abstracto, a lo suprasensible, ni su razón al inquirir de los universales principios: pero, en cambio, despliega ambos sobre la vida práctica, que ha de dulcificar y embellecer; es notable el vuelo, el movimiento de su imaginación.

Consecuencia de lo precedente, que la mujer figure, hasta con alta fama y luminosa aureola, en los dominios de la Literatura, de las Bellas Artes, de todo aquello a que presiden los poderes sensitivo e imaginador; mas no en las ciencias exactas, físicas, naturales, filosóficas, en los ramos del saber que demandan reconcentración, esfuerzo comparativo e investigador: aun en concepto religioso, ella se adhiere a Dios en sentimiento, con el corazón; nosotros en espíritu y verdad; ella es más dada a las prácticas piadosas, al ejercicio del amor; nosotros a la meditación, a que intuitivo rayo nos permita percibir trasunto de la infinitud en el fondo de la conciencia. Acorde con esto, dice un notable pensador contemporáneo: «Para el hombre, Dios significa siempre algo, y alguien para la mujer; nosotros le explicamos, le comentamos; pero ellas le aman. Ningún descubrimiento matemático ni teoría metafísica son debidos a la mujer.»

Su valor es también especial, correspondiente a su sexo: le defrauda, le flaquea, le falta el respectivo a la magna y persistente contractilidad muscular o a la impavidez para la lucha, el empuje, el acometimiento, el arrollo, la herida, el desangre, el remate; le superabunda, si se trata de medicinar, curar, permanecer entre lo corrupto y contagioso; prodigar sus vitales mediaciones en el hospital, en el asilo, en el campo de batalla; ocupar callada y serenamente el puesto de su ser querido y próximo a pasar de la clausura al cadalso; promover el aliento y la esperanza en el fuerte a quien la tremenda desventura anonadó y desesperó; peligrar y sucumbir para dar nuevos brotes a la vida; sufrir hasta lo horrible, para alimentar con agrietado pecho; ceder su sangre y su carne para la cura del hijo de su corazón; ocultarlo tras de sí, darle su cuerpo por escudo ante el súbito y peligroso encuentro de res brava y escapada; hecho que nos consta realizado a virtud del heroico y sublime, pero natural valor de madre, por mujer de las más asustadizas en concepto individual.

Tal es la débil, la bella, la sentimental mitad de nuestra especie; tal debe ser en cumplimiento de su destino, en obediencia a la voluntad del Criador, en bien del individuo, de la familia, de la patria y de la humanidad.

En este sentido, eduquemos amplia y acertadamente todas sus aptitudes; dotémosla de claros, verdaderos y bastantes conocimientos; predispongámosla para el bienhechor ministerio de esposa y madre de familia.

En cuanto a lo raramente excepcional, no la opongamos valla infranqueable contra el bachillereo y hasta la obtención de licenciatura y doctorado; tan extrañas aficiones, semejantes excentricidades reflejaríanse nocivas en la existencia conyugal y maternal. Y en redentora previsión contra la orfandad, el desamparo social, facilitemos a nuestra compañera el curso y ejercicio de determinadas profesiones o cargos lucrativos en el magisterio, en la farmacia, en la medicina femenil y de la niñez, en el comercio, en la telegrafía...; pero nunca el más allá, hacia los comicios, las asambleas legislativas, la oficina pública, la competencia al hombre sobre cometidos que implican largo y frecuente alejamiento del hogar.

Han sido formuladas las consideraciones a que damos término, por creerlas preliminar indispensable en un tratado pedagógico que, imprimiéndole las variantes oportunas, puede resultar aplicable a la cultura de la mujer del propio modo que a la del hombre.




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La Educación y sus grandes, aunque limitados efectos


La Educación- Si, como ya dejamos indicado, es de imposibilidad absoluta para el hombre tornar lo inorgánico en orgánico, la planta en animal y éste en ente de razón; si tampoco nos es dado iniciar y proseguir en la primera ni en los dos últimos facultad, evolución de que no estén naturalmente dotados; en cambio, entra de lleno en el dominio de nuestras aptitudes obrar con resultados prodigiosos, sobre los dones que deben a la Suprema Bondad. Vegetal que abandonado a sí mismo, crece perezoso, tosco, raquítico y poco fecundo, exhibe acabado fenómeno de transformación en desenvolvimiento, belleza, robustez y productos, cuando le alcanzan los principios y las reglas de la agricultura, de la horticultura, de la jardinería...; el oso se domestica y adiestra, el toro se amansa, el mono oscila y voltea sobre el trapecio como un buen acróbata; la cabra verifica difíciles ejercicios de equilibrio, apoyada en dos o en una sola de las extremidades; el caballo cuenta y danza con las suyas, expresa con la cabeza, marcha a la alta escuela, y hasta roedores e insectos patentizan en espectáculos públicos los efectos de la voluntad, de la paciencia y del ingenio humanos.

Pero, aun siendo tan grandes los éxitos del cultivo de las plantas, de la doma, domesticación e adiestramiento de los animales, de la educación, en general, extensiva a todos los seres orgánicos, significan bien poco en paralelo con los que la última produce con relación al hombre, sin que precise extenderse en consideraciones ni hechos comprobatorios para ganar el convencimiento a lo patente, a lo que ve quien no esté ciego de espíritu; conoce quien no acabe de salir del limbo de la ignorancia.

Entre el guardián de cabras en la abrupta serranía y el individuo ilustrado de la ciudad, media punto menos que la distancia de la noche al día, lobreguez y diafanidad correlativas que se dan entre los países cultos y los pueblos salvajes; los ejemplares del contraste son de idéntica naturaleza, de iguales facultades, de las mismas funciones; las diferencias provienen del abandono, del deficiente auxilio promovedor y directriz de una parte, y de la otra, de bastante, acertada y bienhechora elaboración.

Si se diera el máximum de lo cruel, el delito de lesa humanidad, el aislamiento absoluto de un niño desde el momento de nacer, prestándole lo indispensable para que no sucumbiera, pero sin nada de comunicación y por horizonte arenoso y solitario desierto, veríasele en la edad adulta con aspecto de idiota, de bruto o de fiera, narcotizada o muerta la razón, apagada la conciencia, y en todo caso, privado de medio exteriorizador de los fragmentarios vestigios de su vida relativa, de su superior condición.




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Ídem los de su falta o falseamiento


Sin duda que no es sobrenatural el poder de la educación, que no llega éste a convertir lo meramente orgánico en animal o lo animal en racional, ni siquiera a borrar en lo humano las bien pronunciadas tendencias o inclinaciones individuales; pero consigue modificarlas lo bastante a que las malas se atenúen en repetición e intensidad; y, además, si ella no hace milagros, su carencia embota, empequeñece, atrofia hasta el grado que revelan los ejemplos antes citados, hasta el punto de que se pierdan, esterilicen o queden imperceptibles, y que el entristecido sentimiento de un poeta inspire lo que, con gran verdad, dictó a Tomás Gray el cementerio de una aldea: «¡En este lugar solitario yace tal vez un corazón que encerraba llama celestial; aquí acaso están sepultadas manos que podrían haber sido dignas de llevar un cetro o de despertar las sublimes armonías de la lira! ¡Quién sabe si en este sitio reposa algún rústico Hampden, que con su valor intrépido supo hacer frente al tiranuelo de su cortijo; si también yace desconocido en la sepultura algún Milton, mudo y sin gloria!»

Facilita y aun impone la labor educadora el período durante el que necesitamos de protectora tutela, tan prolongado como que el de la lactancia supera al vital de no pocas especies animales, el de la niñez se extiende más que el de la común existencia de la mayoría de las zoológicas y el precedente a la época inicial de nuestra virilidad sobrepuja, con excepción de no muchas de aquellas especies, al máximum ordinario de la vida animal.

La educación, sin embargo, es capaz de desviar de su natural y propia derrotero al individuo, a la familia y al pueblo. En el antiguo Egipto, del molde teocrático salían las mayores monstruosidades; en la India, la semideificación del bracmán contrastaba con la vileza, la infamia del paria; en China, de la representación de lo divino en la autoridad humana, la tiranía imperatoria y paternal; en Atenas, el ilota desmiente la decantada democracia; en Esparta, la socialista absorción del Estado destruye la familia y declara inservible y despeñable al niño de temple enfermizo o contextura deforme; en Roma, emporio del derecho, hormiguean los esclavos, divierten con sus gladiadoras peleas, luchan con las fieras, y, en pedazos, sirven de alimento a los peces que desde el estanque pasarán a ser materia digestiva de patricios estómagos; las hordas septentrionales se imaginaban que destruir era su destino; las falanges mahometanas, que al creyente muerto en guerra religiosa se le abrían las puertas del célico edén, y en éste, los brazos de numerosa pléyade de huríes de juventud inmarcesible, de virginidad indefinidamente conservada; en los mismos estados que los últimos recorrieron conquistadores, los cruzados feudales, los señores de honras, de vidas y de haciendas, del derecho de pernada, de horca y cuchillo, con sus oprimidos y explotados siervos, con mucho alarde de exterioridad religiosa, de fe sin buenas obras ni caridad para el prójimo.

Si tales deformidades ha venido produciendo una educación viciada o pervertida por los poderes, los pueblos, las castas o las clases sociales, no son pequeñas las registradas como obra del error o del egoísmo de las escuelas religiosas, políticas o filosóficas: acá la predisposición para el ilimitado e insaciable goce material, sin reproche de razón ni remordimiento de conciencia, y allá el castigo, la debilitación, el anonadamiento corporal, para que el alma flote desligada en lo extático, suprasensible, contemplativo; en una parte, preconizando lo absoluto en el ejercicio de la soberanía como en la práctica de la obediencia, y en otras, la anatomía sin traba de ley ni autoridad; éste negando nota de real a todo lo que no sea materia, sus transformaciones y existencia terrena; aquél sosteniendo que sólo el espíritu es positivo y lo demás, ilusiones, fantasmagóricas envolturas.




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Sistema en la Educación


La educación no debe seguir tan parciales y falsos objetivos, sino el total, el verdadero, el marcado por el Supremo Artífice como propio y específico destino a cada cual de sus creaciones, destino que el hombre no torcerá sacrílego, y sí respetará, guiará, bajo el inequívoco supuesto de que cuanto Dios otorgó corresponde a móvil de sabiduría infinita, de que coadyuvar para su realización equivale a intervenir en favor de la práctica del bien.

Ha, pues, de atenderse, estudiarse, conocerse y procurar el cabal desarrollo y la regularidad funcional de lo respectivo a la vida orgánica, a la animal y a la racional, no en igualdad de valor y de afecto de correlación, sino presidiendo y dictando el elemento superior, para que, por ejemplo, sea atendida la conservación del cuerpo y de la especie, sin entregarse a los apetitos de la carne, a las torpes concupiscencias de la materia, y sí observando las reglas de la templanza, de la castidad, de la virtud. Ha también de fijarse la acción educadora en las notas diferenciales que marcan las del sexo, así como que hombre y mujer tenemos misiones distintas, fundamentales y de alta trascendencia en la familia, en la patria, en el comercio social, en la humanidad. Y ha de procederse muy a la vista de que nuestro destino no acaba, no se extingue o pierde en lo terreno; que nos aguarda otra vida, de la cual nos dio inicial noción piadosa y amantísima madre, de la cual percibimos el trasunto cuando, sin luz, mudos, en silencio, sin nada de mediación corpórea, nos entregamos a la reflexión y a contemplar nuestra conciencia; de la cual testifica la memoria, de donde, si se oculta transitoriamente algo de lo en ella depositado, no se extingue y ha de surgir perenne, como inacabable pena o dicha, según fueren acá nuestros procedimientos; de la cual son garantías la razón, que se explica; la voluntad, que desea y espera, y la consideración de que la Bondad Suma no da a ser alguno el concepto engañoso de poseer o aguardar lo que ni en sí lleva, ni ha de llegarle.

De cuanto queda expuesto se deduce que la obra educadora demanda ajuste, orden, organización de los múltiples elementos sobre que está llamada a verificarse; en una palabra, sistema que, si se presintió, indicó, bosquejó antes del siglo actual, hasta él no ha sido formulado y dista aún bastante de redentora y general realidad.




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Divisiones de la misma


El orden y la facilidad en el tratado recomiendan división en el contenido y que puede ser así: Atendiendo a nuestra doble naturaleza, educación del cuerpo y del alma, subdividida la de ésta en de la inteligencia o intelectual, de la sensibilidad o sensitiva y de la voluntad o volitiva.

Trascendental e inadmitible lo referente al deber con relación a lo divino y lo humano, sin que sea dable incluirlo en ninguna de las tres secciones de la cultura del alma, con independencia de las otras dos, porque con todas se halla en íntima y poderosa adhesión, se explica considerarla aparte, educación religiosa y moral, sin perjuicio de observar su correspondencia con lo intelectivo, lo estético y lo volitivo.

Suele considerarsela también, habida consideración a sus objetos, parciales y total, inmediatos y final; los primeros de uno y otro par, como etapas o jornadas de la puericia, de la infancia, de la pubertad, de la adolescencia, de la juventud, de la virilidad y de la vejez; cada una de las cuales exige distintos procedimientos y medios de marcha; y los últimos, síntesis que asume todos los expresados objetivos, como a donde nos encaminamos, la meta terminal de nuestra terrena carrera.




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Origen etimológico y evoluciones de la palabra Educación


Expuesto sumariamente lo que fue y lo que debe ser la predisposición del hombre para el mejor cumplimiento posible de su destino, trazaremos también a grandes rasgos lo que, según publicista contemporáneo de primera autoridad en el particular, significó en su latina forma matriz la palabra que denomina aquella trascendental y decisiva obra modeladora.

La voz educación reviste en el presente un valor extensivo de inmensa distancia a su originario, al de ha veinte siglos, en el pueblo de que proviene la raza a que pertenecemos.

Educar (o ex-ducare, frecuentativo de ex-ducere, llevar fuera) expresaba en un principio conducir desde la localidad al exterior, al campo, a los animales para que en él paciesen: la primitiva educación fue, pues, saca y custodia del rebaño, de la piara, al prado, a la dehesa ,a la superficie en que había de comer.

Más tarde el vocablo avanzó ideológicamente hasta ser signo representativo de cría de aquellos animales.

Prosiguió el enriquecimiento significativo, y educación equivalió a crianza o cría materna, doméstica, de los tiernos brotes de la humanidad, acepción en que la palabra permaneció estacionada por período secular.

Por fin, reanudó su movimiento progresivo, y llegó a representar los conceptos de labor formal y regular, de cierta disciplina educativa, de enseñanza y de instrucción, de pasto del hombre, manjar del espíritu, conducción del alma en busca de su propia substancia nutricia, sentido que resplandece en las producciones del gran maestro Cicerón.

Con gran fundamento dice el publicista a quien parafraseamos que entre las muchas e inmensas glorias de los latinos debe contarse la de haber hecho la palabra de nuestra referencia, lo que no fue poco hacer ni poco lograr. Hoy, después de la inconmensurable elaboración de diez y nueve siglos cristianos, la educación alcanza a todo: es religiosa y moral, física y psíquica, individual y colectiva...; quebrantó, donde no pulverizó, la casta, el privilegio, el rebajamiento; es, en general, humana; adjuntó, relacionó, ordenó, armonizó lo antes divorciado; no es materialista ni idealista; no hipertrofia aquí el cuerpo y allá le sacrifica a un excesivo y perturbador idealismo, sino que obra sobre los elementos materiales como sobre los anímicos; da a cada uno su cultivo y su valor relativo; es íntegra; no condena al olvido y a la parálisis por inacción a ninguno de los agentes, energías y funciones de que nos dotó el Creador.




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La Instrucción


La educación, en cuanto intelectual, implica conocimientos que son a la vez manjar del espíritu y fruto de su actividad, conocimientos indispensables para las evoluciones y ejercicio regular de cualquier otra aptitud y para realizar nuestro complejo e íntegro destino. Precisa, pues, la instrucción, subordinada a la educación, cual ha de estarlo la parte al todo, el contenido al continente, el elemento que constituye al compuesto, que es constituido.




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Puntos y agentes de la Educación y de la Instrucción


Son puntos en que se verifica la principalísima labor de que nos ocupamos, el hogar doméstico, la escuela, la cátedra, el centro industrial, fabril, mercantil o en que el individuo hace su aprendizaje o su tarea, influyendo además la sociedad y las condiciones climatológicas y aun topográficas del suelo.

Agentes de tal obra, labor educadora-instructiva, el primero el educando, ser consciente, libre, racional, cuyas cualidades han de intervenir en la propia cultura, hasta en la instrucción, que cada cual adquirirá de por sí, comprenderá de verdad, recibiendo de su exterior objetos de estudio, estímulos, facilidades, aclaraciones, dirección hacia el atender, percibir y entender. Forman tal exterior la Naturaleza, inagotable manantial de observación y de conocimiento; los padres y demás allegados familiares; las representaciones y poderes de la localidad, de la provincia y del Estado; el maestro, el profesor, el catedrático, la sociedad en general.




ArribaAbajo- 10 -

Qué incumbe al estado acerca de ambas


Disentimos abiertamente de quienes opinan que la función educadora-instructiva incumbe a la familia, y cuando más al Municipio, sin que los altos poderes del Estado hayan de intervenir en ella, aparte sobre su organización, sino en concepto supletorio y temporal o mientras que los jefes de aquellas familias no sepan, no puedan o no quieran modelar satisfactoriamente el cuerpo y el alma de la niñez. Durante el transcurso de ésta ha de predisponerse, no sólo para el buen desempeño del cometido doméstico, si que también para el social, y es sabido que al grado de idoneidad de los ciudadanos se correlacionan el de la prosperidad moral y material, el del reposo público, y el de otros no menos primordiales y permanentes intereses de la nación, por los que deben velar, en los que han de intervenir los encargados de legislarla, gobernarla y administrarla.

Lo procedente no es discutir esto y sí advertir y censurar las grandes deficiencias de los superiores poderes en punto a locales, material y programa de estudios infantiles; en la formación, dotación y fiscalización del Magisterio; en lo que implica el precepto legal de la cultura primaria obligatoria o exámenes generales para todos los niños y niñas comprendidos en la edad escolar; en cuanto corresponde al organismo de la educación fundamental.

Y como si el prior se descuida, no ha de prometerse celosos y activos subordinados de comunidad, y como los múltiples y enormes defectos del organismo a que nos referimos han de por fuerza de empequeñecer y bastardear los resultados de su acción, no es extraño que aparezcan raquíticos, falseados y desprovistos de atracción, ni que las autoridades paternal y local incurran en frialdades, alejamientos u omisiones, de que les llega ejemplo desde lo alto.

Toda vez que la educación y la instrucción prosiguen e influyen más allá de la escuela primaria, más adelante también ha de acompañarlas la intervención de gobernantes y legisladores; siendo tan doloroso como innegable que en esta fase evolutiva dejan, cual en su precedente, demasiado que desear.

Realizada la obra de aquella escuela, queda al todavía niño el curso de estudios académicos, eclesiásticos, militares o civiles, o el noviciado exclusivamente práctico y por lo común añoso y rutinario, del labrador, del obrero, del industrial, con la perspectiva de largo y grueso trabajo material, cortos rendimientos y destemplada existencia. Esto muy general a la vista del más miope, motiva tan numerosa afluencia a los centros docentes, que no ya inscriben en matrículas a sus hijos quienes poseen y utilizan diploma profesional, facultativo o de cualquier otra variedad, sino los que en el cultivo de los campos o especulación industrial o mercantil obtienen medios pecuniarios para costear carrera y hasta otros que los recaban por el préstamo o amenguo de la propiedad; quedando, de consiguiente, a las tareas manuales, quienes no pueden evitarlo. Así superabundan los aspirantes a ingreso en los cursos que de antemano lo tienen numéricamente señalado y muchos emprenden costosas e inútiles preparaciones; así no es dada para bastantes la colocación inherente a sus respectivos títulos; así acrecen de día en día las demandas de sitio en las dilatadas filas de la empleomanía; así muchos jóvenes, ya en hábitos y actitudes contrapuestas a las del trabajo material, no ven el medio de subvenir a ineludibles atenciones o apremiantes necesidades; se reputan víctimas o mártires sociales, se aproximan al bracero o al obrero, tampoco satisfecho con su suerte; se inteligencian, se asocian, y el espíritu malévolo, el talento puesto al horrible servicio del mal, encuentran instrumentos ciegos, enfurecidos por la ignorancia o por el fanatismo, para perpetrar crímenes que esparcen la destrucción, la muerte y el pavor.

Sin duda que jamás faltará quien, para su desdicha y la de los demás, sienta tendencias individuales poderosas y malditas; pero ha de cultivarse la razón y avivar la luminosidad de la conciencia pública, al objeto de dificultar y enrarecer tan satánico proselitismo; seguramente que urgen castigos proporcionados en lo humanamente posible a la naturaleza de ciertos crímenes; mas no apremia menos establecer cuanto antes medios eficaces para, en cuanto cabe, evitarlos, dotando de verdad a la inteligencia y de virtud al corazón de las masas populares, suavizando con mayor cultura y aptitud más suficiente, y por ende, mejorado salario, las asperezas y amarguras de la vida individual, doméstica y social.

Cada avance humano en las vías del indefinido progreso, implica correlativo perfeccionamiento en la cultura de la persona, de la familia, de la clase, de la nación; verdad inconcusa a que deben ajustarse los altos poderes del Estado; y en consecuencia, si anduvieron un tanto perezosos u olvidadizos acerca de tan trascendental particular, han de poner supremo empeño y suma actividad, a fin de ganar cuanto antes el camino perdido, de no omitir nada que salvar pueda a su patria de grandes desdichas, de tremendas catástrofes, de luctuosos días.




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Pedagogía y antropogogía: su pasado, su presente y su cercano porvenir


Pedagogía -Precisa al educador fiel concepto de la naturaleza del educando, de sus elementos constitutivos, de la manera de funcionar cada cual y su correspondencia con los demás; conocimiento de las leyes por Dios señaladas a su obra, de principios universales, de verdades que investiga la razón, científicas, en una palabra. Le es además indispensable utilizar en el desempeño de su cometido el fruto de su ingenio y del de sus semejantes; el producto de la inventiva, reglas artificiales. Necesita, en suma, estar al tanto de un cuerpo de doctrina, con fórmulas, derroteros, procedimientos y medios, que actualmente recibe el nombre de Pedagogía, a la vez ciencia y arte, en ordenada, directa y beneficiosa correlación.

Complejo, formal, de no llano dominio este ramo del saber humano, se extiende por bien diversificado y vasto espacio: Por lo referente a la estructura y funciones corporales, a lo que son en sí las distintas edades de la vida, a lo que demandan el excitar y dirigir el desarrollo evolutivo, el evitar alteraciones y obtener su desaparición una vez producidas -Por lo respectivo a la naturaleza psíquica, en cuanto a la inteligencia, a la sensibilidad, a la voluntad, a la vida de conciencia y de razón en sí y en reciprocidad con la del cuerpo y conocimiento de los nexos y órganos que los relacionan -Por lo necesario para estimular, ayudar y guiar al educando, con el propósito de que no sólo logre el debido desenvolvimiento de su ser espiritual, sino que le nutra con su prístino manjar, le dote de sus genuinos caudales, le instruya mediante auxilio externo, pero a virtud de su actividad, con personal, intuitiva y acertada comprensión -Y, finalmente, por los múltiples objetivos de aquella educación, acordes con la diversidad de nuestras misiones o destinos, ocupándose asimismo de los agentes generales que intervenir deben en la labor educadora, de los puntos en que ha de verificarse y de las condiciones de los unos y los otros.

La materia que todo ello constituye -comúnmente llamada Pedagogía- es, en resumen, la ciencia y también el arte de educar e instruir, con el tratado de los medios, agentes y lugares que han de figurar en la realización de la doble y trascendental empresa.

Pedagogía, acorde con sus constituyentes etimológicos (pais o niño y agoo o conducción), vale tanto como guía del educando infantil, siendo, en consecuencia, designación apropiada en cuanto su contenido se contraiga a la obra de la madre y del maestro; pero insuficiente respecto a la definición hecha en el párrafo anterior, al íntegro significado que se le asigna: no es sólo al niño a quien ha de conducirse por las benditas y providentes veredas de la educación y la instrucción, sino al hombre en sus distintas edades, por lo que se explica el cambio nominal ya iniciado y que pronto será completa realidad, el de la repetidamente citada palabra Pedagogía por Antropogogía, dicción compuesta de anthropos, hombres, y agoo, conducción, según ya dijimos, y que, por tanto, expresará lo que quiere expresarse, no la guía del hombre en la niñez, sino en todos los períodos de nuestra marcha terrena.

No han sido así, hasta la época contemporánea, el sentido y la latitud de la materia que nos ocupa, conforme pondrá de manifiesto ligera mirada retrospectiva a través de la Historia. Puede decirse, sin incurrir en gran error, que hasta el siglo todavía corriente no existió con carácter de formal y generalizado cultivo y aprovechamiento el tratado pedagógico, y ello contraído a la cultura del niño y en manera tan deficiente, como que todavía se verifica en las Escuelas Normales españolas el estudio académico de tal asignatura en curso único elemental de dos lecciones por semana; y tan tenue y fugaz tintura suele aplicarse en dosis bien escasa para la educación infantil, así que también respecto a la instrucción, si, cual no es raro, en ésta, más bien que conducir y guiar al niño, que de por sí debe adquirir los conocimientos, se le somete a mecánico y árido aprendizaje memorioso.

En las centurias inmediatamente anteriores a la que finaliza, quien quería que sus hijos se impusieran en el noble arte de leer, escribir y contar, o los llevaba allá donde habrían de recibir enseñanzas ulteriores o los ponía bajo la férula de maestros sin título profesional ni carácter oficial, que se dedicaban a la labor primaria por no tener otro medio de vivir, que consideraban la palmeta y las disciplinas como sus más preciosos y preciados auxiliares y fundamental procedimiento el de la letra con sangre entra.

Retrocediendo aún más, se da en los tenebrosos senos de la Edad Media, donde sólo brilla, aparte contadas Escuelas y claustrales asilos, el acero de armamentos y armaduras, y poderosos señores, notables reyes y afamados emperadores suelen garabatear una cruz u otro rudimentario signo, en defecto de firma y rúbrica, que no saben trazar.

Más atrás todavía, del otro lado de nuestra cristiana era, saltando sin detenerse nada sobre Roma, se da en la patria de Sócrates y en ella, con función concreta que proporciona al que la ejercita el dictado de pedagogo o conductor del niño. Pero no se crea que le impulsa y guía intelectual y moralmente, que el así denominado es sujeto de la suficiencia y dignificación que implica el dirigir al hombre por las vías de su desenvolvimiento, de la efectividad de su destino: se trata de ignorante y desdichado esclavo que lleva de la mano al hijo de su amo a donde han de aleccionarle, o del propio modo le acompaña en su retorno a la casa paterna.

Vemos que la Antropogogía, circunscrita a lo meramente pedagógico o referido a la infancia en los últimos tiempos, va presentandose con dimensiones menores a medida que se retrogada y hasta que el cero es su expresión exacta. Sin duda que los fulgores del Renacimiento llegaron a los obscurecidos senos de la educación; que, sobre todo, desde el siglo XVI se la consagraron algunas consideraciones, incrustadas en obra filosófica o constituyendo opúsculo; mas, en una u otra forma, para noticia de eruditos. Cierto también que las intuiciones del genio vieron y señalaron principios educativos; pero no en forma de doctrina y menos con el carácter de difusión general.

Así se explica que, en sentido cronológico, antropogogía sea vocablo tan nuevo, que su uso es raro, su conocimiento poco común y su ingreso en el Diccionario académico no haya aún tenido lugar; que la dicción pedagogía no fuera conocida hasta bastantes siglos después que la de pedagogo comenzó a emplearse en modo harto vulgar.

La materia ciencia-arte de educar apareció delineada en los horizontes de la edad moderna de la Historia, desenvuelto su peculiar contenido ya dentro de la contemporánea, con cierta celeridad en los países en verdad progresivos; rudimentaria y perezosamente en España, mientras aquella materia figura hace años en el programa general de Universidades alemanas y en los Estados Unidos de América alcanza a los cursos y títulos de la licenciatura y del doctorado, aquí ha marchado y es hoy como vamos a indicar.

Cual embrión cuyas formas empiezan a determinarse, aparece entre nosotros la instrucción primaria en los albores de la expirante centuria; pero sin que se descubra el informe pedagógico y sí a la rutina por procedimiento exclusivo y a la memoria por objeto único de hipertrófico desarrollo o indigesta instrucción de signos representativos, que comúnmente, el discípulo queda sin comprender.

La ley de 9 de Septiembre de 1857, símbolo y punto de partida de gran avance en la atrasadísima cultura nacional, revela que se la informó bien poco en los principios y en las reglas de la educación, sin apenas citarla y sí a la primera enseñanza, confiando la de más de siete mil localidades a sacristanes, barberos, mentores incompletos; comprendiendo la carrera del Magisterio entre las profesionales, pero citándola después de la de veterinarios y aparejadores, la última.

En el transcurso de la segunda mitad secular, el establecimiento y la multiplicación de las vías férreas, telegráficas y telefónicas, las aplicaciones populares de las ciencias físico-naturales, los adelantos en la industria y en la fabricación, la democracia, los derechos individuales infiltrados en la Ley fundamental; todo ello precisa el perfeccionamiento en educación y enseñanza, el ajuste a la buena doctrina pedagógica; pero tan no se hizo así, como que en el particular, bajó el nivel del grado en que lo puso la lucubración legislativa de 1857. Descendió la formación del Magisterio, con los locales y el material didáctico, sin reparos ni renovaciones en los naturales desgastes del tiempo, con el personal desde ha más de medio siglo en aumento de interinidades a virtud de recomendación -Descendió el sueldo del Maestro, toda vez que disminuye su valor relativo el mayor coste presente del sostén material de la vida, el descuento merma en un 4 por 100 aquel ínfimo haber, y además, la irregularidad en su abono tiene en la miseria a la generalidad de los profesores primarios -Descendió la dotación de la Escuela, cercenada en su quinta parte entre derechos pasivos y de habilitación; y la última a cobrar, suele exhibirse en ausencia de los más indispensables útiles de instrucción -Descendió la Inspección desde que los plazos mínimos de servicio fijados como previa circunstancia de ingreso, fueron sustituidos por la risible quisicosa llamada ejercicio de mañana y tarde; las dietas al respecto de cada día de visita, por ínfima cifra que impide verificarla; la primitiva duración del cargo, por la novísima amovilidad, habiendo venido a desvirtuarse tanto aquella beneficiosa institución, que no ha mucho estuvo a punto de ser suprimida por innecesaria. Y con tanto descenso en lo fundamental, sobrenatural milagro de Dios o sublime abnegación del hombre sería el que no hubiera descendido también la labor escolar.

A tantas desdichas, y aparte el sentirlas, es completamente extraño el Magisterio: en tiempos más lejanos a la fecha de la Ley Moyano, las notabilidades de la clase, Carderera, Avendaño, Merino Ballesteros, Arce Bodega..., eran con justicia y beneficio elevados a los primeros puestos de la misma, y otros menos conocidos, pero de verdadero mérito, ocupaban los que luego y por bastantes años hanse visto para bachilleres y licenciados en las Secretarías de las Juntas de Instrucción pública; en vano se buscarían maestros en las oficinas de los Rectorados y de la Dirección general del ramo; sujetos de birrete o borla doctoral constituirían el personal docente de las Escuelas Normales, si hubieran prevalecido intentos bien públicamente insinuados y todavía con partidarios; y, en fin, sus beneméritos profesores -de los que aún quedan bastantes- yacen condenados a estacionamiento indefinido en capitales y centros de importancia secundaria, mientras que el padrinazgo encumbra a lo más alto a medianías revalidadas tras repetidas suspensiones. Estas y otras no menos funestas decepciones deben ser pronto y radicalmente atajadas por los altos poderes del Estado, a nombre y en bien de los primordiales objetivos patrios.




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Extensión, importancia y alcance de la Antropogogía


Acabese por reconocer en verdad lo que significan y producen la educación y el educador, la Pedagogía y el pedagogo; que por ello claman necesitadísimos los más caros intereses del individuo, de la familia, de la localidad y de la nación; adviertanse y tenganse en cuenta la latitud, la importancia y el alcance de la Antropogogía; notas que determinaremos para enseñanza de quienes las ignoren y llamamiento a la atención de quienes en ellas no se fijan.

Extenso en sí el circuito de la Antropogogía, lo dilata grandemente la suficiencia que exige sobre otras ramas generales de árbol científico, de la Antropología; sobre la estructura y funciones de nuestro cuerpo, así que el prevenir y corregir sus alteraciones (Anatomía, Fisiología, Higiene y Medicina); sobre la ciencia del alma o Psicología, en sus secciones referentes a la inteligencia y las leyes que regulan su actividad (Noología y Lógica), a la sensibilidad o Estética, a la voluntad o Prasología (inclusos la Moral, el Derecho y el Deber); sobre nuestra vida en sus diversos aspectos o Biología, y sobre otras materias, en cuanto guardan importante correspondencia con la Educación, cual Física, Química, Historia Natural, Geografía e Historia.

La importancia de la Antropogogía es inmensa: como la de ciencia especulativa, que se ocupa de las leyes constitutivas del primero de los seres de la población terráquea y de los principios a que ha de someterse su dirección por las vías de su complejo destino; como ciencia práctica, en cuanto persigue y señala nuestra felicidad personal y común de presente y de porvenir: como arte, cuyas reglas se dirigen a recabar los más legítimos y universales beneficios.

Vastísimo el alcance de la Antropogogía, comprende al individuo, cualquiera que sea su jerarquía o función en la familia, en el pueblo, en el Estado; cualquiera que sea su edad; cualquiera que sea la clase social a que corresponda, pues en toda circunstancia y lugar el hombre tiene que contribuir para la propia y la extraña cultura, conviniendo lo verifique en forma inteligente y acertada.




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Distintas clases de publicaciones que la última presupone


Primordial y decisivo lo que en este sentido incumbe a legisladores y gobernantes, en la Cámara alta como en la popular, en los negociados como en el Consejo de Instrucción pública, han de figurar sujetos de vivo y acreditado amor a la última, de notorio talento, de superior saber, de larga e inmediata experiencia; que presenten y defiendan lo conducente a reconstruir nuestra maltrecha educación nacional, yendo de la base al fondo, y, por último, a lo de detalle, lujo, ornamentación, a lo de moda, mas en modo alguno de prioridad, como las instalaciones gimnásticas, cuando los niños son de por fuerza apiñados en diminutos locales; los proyectos terapéuticos, cuando aquéllos carecen de luz y de aire suficientes; los escudos y banderas en edificios que, por lo detestables, aconsejan juicioso disimulo y no señalarlos con doble y saliente distintivo.

Basta mera indicación de lo que, si mal atendido, nadie negará y se comprende con sólo insinuarlo, o que la suficiencia antropogógica es prenda inexcusable en quien se dedica a la enseñanza o ejerce el ministerio de la paternidad. Pero si ello es de sentido común, se echa de menos en la inmensa mayoría de los naturalmente llamados a la educación doméstica, así que en no inferior cifra del Profesorado, hasta de Institutos, cuyos discípulos están en continuado desarrollo físico, como intelectual y moral, y necesitan por lo mismo de la bienhechora acción de hábil y laborioso educador.

Cierto que en el Congreso Pedagógico de 1892 se inscribieron y terciaron notabilidades de aquel Profesorado oficial y libre, civil, militar y eclesiástico, lo que revela cambio radical de criterio, aspiración y procedimiento, y constituyó una de las primeras notas características de la citada Asamblea; mas precisa que tan justificado móvil y plausible actitud obtengan muy luego condiciones de realidad, modificando, al efecto, la constitución de los estudios académicos, incluyendo la Antropogogía entre los de las carreras facultativas de Ciencias y de Letras, haciendo, en consecuencia, surgir obras que la efectividad de lo hoy inexistente haría indispensables.

No lo son menos las encaminadas a aleccionar a la mujer en lo eficacísimo y decisivo para la holgura, salud, bienestar en el hogar doméstico, de que ella es custodio y genio tutelar; las que patenticen cuanto la madre y esposa ignora y debe conocer en bien corporal y espiritual de su esposo y de sus hijos; las que evidencien lo funesto e insensato de la femenil cultura muy en boga, cultura tenida por selecta en adicionándola remates de fugaz primor, falso oropel y ninguna aplicación en la vida conyugal; las que atajen o amengüen el abuso de lecturas novelescas, con que la joven tuerce su juicio, extravía su imaginación, inflama su sensibilidad, da con frecuencia en la decepción o el desengaño, y en todo caso, no verifica su noviciado y aprendizaje para el desempeño de la alta misión que le está asignada.

Además, si se promueve hasta por concursos la publicación de cartillas populares, verbigracia, sobre Agricultura, atendiendo a que ésta es uno de los primeros y más pingües veneros de riqueza nacional, con mayor motivo ha de procurarselas acerca de lo que asume todos los intereses materiales, intelectuales y morales con destino a las clases inferiores, a las familias de fortuna e ilustración escasas, a los tiernos alumnos de las escuelas, que no opondrán resistencia y sí presentarán facilidades a sus modeladores, como se conozcan a sí mismos, en la medida de su edad y desenvolvimiento.

Tenido hasta el día el cultivo pedagógico como obligación oficial sólo para el Magisterio público, y esto con dispensa a los adornados únicamente con testimonio de aptitud, comprendese que no más que por y para la clase a que pertenecemos muy honrados, se hayan hecho e impreso trabajos para la materia; unos magistrales, de consulta, de adaptación al profesor ya titulado; otros con destino a los alumnos, por punto general, compendiosos e incompletos, bien por faltarles lo relativo a los adelantos posteriores a la fecha en que se escribieron, ora por acomodarlos a lo excesivamente restringido de la asignatura en el añoso, pero todavía vigente programa de estudios de la carrera.




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Destino y naturaleza de la nuestra


Con relación al curso de ésta, pretendemos trazar el bosquejo de lo que, a nuestro juicio, demanda acerca del particular el actual momento histórico, dejando para inteligencia de mayor alcance y saber, los merecimientos y recompensas de producción de superior valía y consiguiente estima.

En todo caso, tratase de los elementos necesarios al Maestro, a la Maestra y, hasta cierto punto, a la generalidad de jefes y madres de familia, de lo relativo a la conducción del niño, de lo que no supone curso propio ni simultáneo de las materias que dijimos constituyen ramas de un mismo árbol científico, son hermanas en Antropología y han de figurar en esta obra como indispensables auxiliares. Tomaremos de ellas lo preciso a nuestro objeto y en la forma que más bien se adapte al mismo, así que al de no dar a la obra dimensiones excesivas.

Y, ahora, ya al fondo.






ArribaAbajoParte primera

Nociones antropológicas.



ArribaAbajoCapítulo I


ArribaAbajo1 -Antropología

La Antropología, hemos dicho y repetimos, es la ciencia que se ocupa del estudio del hombre, de la superior criatura terrena, entidad de dos elementos esenciales, por todo extremo opuestos y a la vez íntimamente relacionados.




ArribaAbajo2 -El cuerpo y el alma, con sus diferencias y relaciones

En efecto; a nuestro cuerpo, sólo como tal, corresponden las propiedades comunes a los demás; es extenso, impenetrable (en el espacio que ocupa, no cabe otro), divisible (hasta lo atómico o molecular y aun el infinito matemático), movible y (aparte lo peculiar de la vida vegetativa y relacionada) está sometido a las leyes de la mecánica y del equilibrio; es inerte (en mero concepto de conglomeración de materia) y grave (sujeto a la atracción terráquea y universal), así que a funciones de cohesión, adhesión y afinidad; es poroso y capilar, dándose en él los fenómenos de endósmosis y exósmosis, de absorción y de segregación.

El aire nos presiona, nos es indispensable para las sensaciones auditivas, para la respiración y para la voz; el calor nos llega desde fuera y surge de nuestro interior, equilibrándose pérdidas con las recepciones del mismo, de tal suerte, que no se altera sensiblemente nuestra temperatura media, en estado de normalidad; somos hematermas o animales de sangre caliente; la luz acciona ya en nuestra periferia, y cada ojo es un verdadero y compendiado aparato óptico; el magnetismo y la electricidad nos compenetran, nos recorren y nos prestan su virtud curativa.

Respecto a la Química y en orden creciente, concurren a nuestra formación corporal los llamados cuerpos simples, combinaciones de dos o más de ellas, la célula, fibra, tejido, humor, órgano, aparato y sistema; realizanse oxidaciones, productoras del calor; se pierden y se adquieren fuerzas y elementos; vivimos en constante renovación material, de lo que se persuadirá el más profano en el particular, sin más que fijarse en cómo pasan a nuestro interior corpóreo el aire, las bebidas y los alimentos; cómo verificamos expulsiones fecales, urinarias, salivales, mucosas...; cómo son seccionados y crecen el pelo y las uñas; cómo destruídos los tejidos, se reconstituyen, cicatrizan, se reemplaza lo que desapareció.

El cuerpo, pues, está pasivo, fatal o inconscientemente sometido a las leyes de la Naturaleza, mientras que el alma se alza libre, predominante e investigadora sobre ella; es inextensa; no afecta figura localizada en el espacio; es simplicísima y no conjunto de componentes; las divisiones admitidas para su tratado son convencionales, técnico-especulativas de sus facultades, poderes o modos funcionales; lejos de sufrir cambios o transformaciones, permanece siempre la misma; no se destruye, ni se rehace, ni se descompone, ni ha de descomponerse.

Esencias tan diametralmente distintas viven, no obstante, en el ser humano en íntima y perenne correspondencia; adhesión y reinflujo tales que han inspirado e inspiran los erróneos fundamentos del materialismo y del espiritualismo o para aquél, que lo psíquico no es otra cosa que efecto de la materia superiormente organizada; y para el segundo, que el cuerpo es apariencia, secundario accidente, vehículo en que el alma hace su excursión terráquea.

La indicada correspondencia es recíproca y trascendental hasta el punto de que el cuerpo proporciona al alma instrumentos para percibir, estudiar y conocer el mundo exterior; emitir sus pensamientos, el fruto de la sensibilidad, así que las resoluciones volitivas; y aquella alma dicta cómo han de restaurarse las energías, las pérdidas del primero; evitar y corregir lo que le saca de su estado normal; hasta el punto, repetimos, de que las fuertes o súbitas explosiones del sentimiento alteran la salud corporal, y la embriaguez o ciertas enfermedades turban la razón, bastando a debilitar su poder la gula, el libertinaje y otros excesos sensacionales.

Infierese que el tratado antropológico debe comprender el cuerpo, el alma y sus íntimas y múltiples relaciones; y así lo verificaremos, aunque en compendiosa forma y sin rigorismo didáctico o de método expositivo.




ArribaAbajo3 -Constituyentes del primero

El cuerpo humano corresponde a los orgánicos, dotados de vida o actividad, funciones, movimientos no resultantes de agentes extraños, sino de virtud propia que al crearle le asignó el Supremo Hacedor; vida en nosotros vegetativa y, además, de relación.

Entran a constituirlo los llamados cuerpos simples, en primer término, el oxígeno, el hidrógeno, el ázoe y el carbono, en la generalidad de los tejidos; el hierro, en la sangre; el cloro, en los más de los líquidos; el fósforo, en nervios y huesos; el calcio, en los últimos; el azufre, en la bilis y gases intestinales; interviniendo también otros, cual flúor, sodio, potasio, magnesio y silicio.

De estos cuerpos simples o elementos químico-inorgánicos resultan en combinaciones binarias, ternarias..., los factores orgánicos, animales o anatómicos, conviniendo a nuestro objeto citar la fibrina, manifiesta en músculos y sangre; la albúmina, que cualquiera conoce y encuentra en la clara del huevo; la caseina, abundosa en la leche; la condrina, en los cartílagos o ternillas, y la gelatina, en los huesos, sobre todo en la primavera de la vida.

La célula animal, que en su íntegra constitución consta de continente o envoltorio y contenido o núcleo y nucleolo o nuclecito, afecta diversas formas, siendo la más común la microscópica capsular o esferoidal. Algunos la consideran como punto inicial de todo organismo y hasta como organismo completo, con virtudes nutricias, reproductivas. sensitivas y de movimiento; otros la reputan procedente de algo más rudimentario y primordial, y nosotros dejamos a celulistas y plastidularios que diluciden sutilezas y problemas nada pertinentes a la modesta tarea que nos ocupa.

Fibra es, de acuerdo con la procedencia etimológica de su nombre, un filamento, un como hilo, existente en el animal y en el vegetal, aunque de distinta calidad.

El tejido viene, en efecto, a serlo de filamentosas fibras, cuyos sumandos celulares están, más o menos adyacentes, sobre base un tanto sólida, y a que suele denominarse magno ambiente o campo celular, y de que toman las células sus elementos reparadores, de renovación, vitales.

También el humor es conjunto de las repetidamente citadas células, pero no entretejidas, sino flotantes en magno líquido, que las proporciona su sostén.

Aunque de lo expuesto se deduce la unidad celular del elemento anatómico, así que de la célula, del tejido y del humor, los naturalistas admiten:

Fibra celular, blanquinosa, elástica, de gelatina concreta; muscular, blanda, contráctil, de fibrina; y nerviosa, blanca, sensible, de substancia grasa.

Tejidos celular, nervioso, muscular, glandular, conjuntivo o que enlaza, cual los mucosos, óseo, etc., y protector, el de las uñas, el esmalte dentrífico y otros.

Y humores fundamentales o linfa, quilo, sangre, y derivados o saliva, serosidad, sinovia, jugos estomacales, pancreático, bilioso e intestinal, orina, sudor, etc.

Órgano es una parte corporal de naturaleza, forma y objeto determinados.

Aparato es suma de órganos que actúan en una misma función.

Sistema es también conjunto, pero de factores ordenados, de una sola índole anatómica y de las mismas propiedades, aunque a cada grupo o ejemplar de ellos le esté asignada distinta función natural.

El corazón es un órgano; los múltiples constituyentes del ojo forman el aparato de la visión; desde la masa encefálica hasta la más diminuta de sus filiformes divisiones, todo se conjunta en el sistema nervioso.

El total de los maravillosamente correlacionados sumandos anatómicos, desde la célula a los aparatos y sistemas, da el organismo humano, el cuerpo organizado del hombre.

La exterioridad corporal de éste presenta, aunque no con matemática exactitud, una figura simétrica, cuyo plano del eje seccionaría por su medio a cráneo, frente, nariz, barbilla, nuez de Adán, esternón, pecho y vientre, así que por detrás, nuca, columna vertebral, espalda y ano; resultando dos mitades, a cada cual corresponde un órgano auditivo y otro visual, una región mamaria, una extremidad superior y otra inferior.




ArribaAbajo4 -Piel

El cuerpo se encuentra tapizado por la piel, cuya parte exterior, delgada, porosa e insensible, se denomina epidermis, así que dermis la que le subsigue, más gruesa, blanda y sensible, teniendo contacto inmediato con los músculos, hilos nerviosos y vasos sanguíneos.

La piel penetra, aunque afinada, humedecida y ya sensible, en los orificios -la boca y el ano, por ejemplo,- siendo derivaciones epidermáticas el pelo y las uñas.




ArribaAbajo5 -Esqueleto y sus piezas

Aquel cuerpo posee también su armazón o esqueleto, que le presta consistencia y conserva su figura; que protege y proporciona adecuada localización a órganos, aparatos o centros esenciales para la vida; que es agente en los movimientos.

Hueso es cada una de las piezas del esqueleto.

Componese de substancia inorgánica (carbonato de cal, fosfatos de ídem y de magnesia y fluoruro de calcio) y orgánica o gelatinosa, predominante en la niñez y disminuida con los años, por lo que los huesos se tornan quebradizos y a la vez se explica la conservación del esqueleto después de la muerte, efecto de quedarle sólo el elemento inorgánico. Acompañan al hueso, nervio sensitivo-impulsor y vaso reparador y por varios cursa una substancia blanda, la médula (de medius o lo que está en medio) -Asimismo, la pieza ósea está envuelta en fina y fibrosa tela, que protege y nutre el periostio.

Comprendemos huesos largos, cortos, grandes, pequeños, diminutos, gruesos, delgados, huecos, macizos, planos, curvos, mixtos...; protectores, sustentadores; patentizando la configuración, el tamaño y el destino de todos y de cada uno de ellos lo que percibe la razón, en el grado en que cultiva y adquiere la ciencia, la infinita sabiduría de Dios, manifiesta en nuestro esqueleto como en sus partes, en la región central como en los últimos hilos de los nervios, en el corazón como en los vasos capilares, en todo nuestro ser, en cuantos constituyen el Universo, bajo las leyes, bajo el pensamiento de su divino Autor.

Nada menos que ocho huesos forman la cavidad craneal, dando, sin embargo, adherencia, resistencia y alojamiento perfecto a su precioso y delicado contenido; otros tantos ofrece la muñeca, cortos, relativamente pequeños y gruesos, a propósito todos para cooperar en los múltiples movimientos de la mano; el omoplato se adapta a la sustentación de considerable peso; los de las extremidades superiores son verdaderas palancas y los de las inferiores, en su longitud, oquedad y figura un tanto cilíndrica, presentan lo conducente a la resistencia en sentido vertical; las costillas se arquean para aumento dimensional de la cavidad que producen; por delante las más se unen fuertemente al esternón, pero otras lo hacen entre sí con la suavidad de la ternilla y algunas quedan sueltas, en beneficio de determinados y sucesivos movimientos de elevación y depresión; y, para concluir, la columna vertebral, firme base y punto de partida de aquellas costillas, da en la suma de sus vértebras seguro receptáculo de la médula espinal, al paso que sus secciones cartilaginosas se adaptan a la movilidad del conjunto.

Por sus estructuras especiales, los huesos se adaptan al contacto inmediato, al engaste, a la ensambladura, resultando las articulaciones de efecto locomóvil, flexor, extensor, comprimente y aun rotatorio, y también de soldadura, fijo, cual en el cráneo, o movibles en parte y en parte no, como las vértebras entre si con relación a las costillas, respectivamente.

Los huesos necesitan sujeción recíproca, ligamentos, y lo son de naturaleza fibrosa, y aunque de forma variada, principalmente de membrana o cuerda; los de movimiento precisan además que el roce no les dificulte ni desgaste la pieza, fin cumplido por humor untoso, la sinovia, que vierten las glándulas sinoviales y hace resbaladizo aquello que baña; por otra parte, ciertos órganos o actividades demandan flexibilidad, y resulta de las ternillas, y, en conclusión, los huesos tienen convexidades y depresiones para la adhesión de los músculos, con los que los unen cordones redondos o aplastados, haces de fibras, los tendones.

El esqueleto se considera dividido en cabeza (calavera, en acepción estricta de hueso), tronco y extremidades. La primera consta de cráneo y cara. El cráneo, del frontal o el de la frente; dos parietales, situados en las partes media y laterales de la cabeza; dos temporales, correspondientes a las sienes; el etmoides, que concurre a la formación de la base craneal y alcanza a las fosas nasales; el esfenoides o hueso-cuña, en el centro de aquella base, pero extendiéndose hasta tocar los demás, por lo que algunos dicen reviste irregular forma que recuerda al murciélago con las alas desplegadas. En la cara se reconocen hasta catorce huesos; los dos nasales en el caballete de la nariz, el vómer o tabique divisorio de las fosas, los dos lagrimales, los dos pómulos sobre que se asientan las mejillas, los dos maxilares, componentes de la mandíbula superior, la ídem inferior o quijada, los dos palatinos o del paladar y los cornetes o conchas entre el maxilar superior y las fosas nasales.

Hay en ambas mandíbulas cavidades, alvéolos en que se engastan los dientes u órganos divisorios de los alimentos sólidos y que no vemos reparo serio contra su tratado en este lugar. Consta cada uno de ellos de raíz, adherida al alvéolo; cuello, cubierto por la encía, y corona, al exterior; componiéndose de cemento, marfil y esmalte, y recibiendo por la raíz un hilo nervioso, un vaso arterial y dos venosos, y entre todos, especie de manojito, la pulpa.

Sus configuraciones responden a sus respectivos oficios, dentro de la variedad alimenticia, peculiar del hombre; la muela, al de triturar, moler; el canino o colmillo, rasgar; el incisivo o pala, cortar y aun roer.

La dentadura completa reúne cinco muelas y un colmillo a cada lado de ambas mandíbulas, y en el centro de las mismas, cuatro incisivos; en total treinta y dos, que de ordinario se resiente de alguna deficiencia. Cubiertos al nacer, aparecen dolorosa y peligrosamente, veinte o colmillos, incisivos, y sólo ocho muelas falsas, para renovación general, ordinariamente entre los seis y siete años de edad, y aunque las muelas llegan a su integridad numérica, las más internadas, las cordales o del juicio, salen cuando la caries o la extirpación eliminó ya una o varias unidades dentales.

Concurren a la formación del tronco, la columna vertebral, espinazo o espina dorsal, las costillas y el esternón o tabla del pecho.

La primera es producida por la sucesión de veinticuatro vértebras, cada una de las cuales tiene su como anillo, su prominente cuerpo por delante, un apófisis o excrecencia a cada lado y otro por detrás. El conjunto anular es cual un tubo, por dentro del que va la médula espinal, así como los nervios raquidianos o espinales hallan salidas laterales por entre cada dos vértebras. Siete de éstas, la primera en articulación con la cabeza por el occipital, pertenecen al cuello o región cervical, doce a la espalda o a la dorsal, y cinco a los lomos o a la lumbar. Algunos suponen respectivamente cinco y cuatro vértebras, o dos regiones más, la sacra y la caudal, en lo que otros reconocen sólo dos huesos, el sacro, unido a la postrera de las vértebras lumbares, y el que le sucede inmediatamente, o el coxis.

Del uno y del otro lado de las vértebras dorsales arrancan los doce pares de costillas, catorce de las que son denominadas verdaderas y que se adhieren al esternón, así como ocho de las diez restantes, falsas, se adjuntan entre sí cartilaginosamente, quedando suelto o flotante el último par.

En lo más inferior del tronco está la pelvis, bacinete o cavidad isquíaca, que contiene lo terminal del tubo digestivo, la vejiga urinaria y algunos órganos del aparato genital; formándola el sacro y el coxis, ya citados, con los huesos coxales o innominados, por más que suele darseles los designativos de íleon, isquión y pubis.

Cada extremidad superior o torácica consta de hombro, brazo, antebrazo y mano. En el hombro figuran el omoplato, paletilla o hueso de la espaldilla y la clavícula, transversal desde el omoplato al esternón, con los cuales articula -En el brazo sólo existe el húmero, largo y relativa mente grueso, que se adjunta al omoplato -En el antebrazo, el cúbito, cuya parte superior, con apófisis formativa del codo, se inserta en una angulosidad o bifurcación del húmero; y el radio, que con su compañero es adyacente de la primera fila de los huesos del carpo -Por último, concurren a constituir la mano el carpo o muñeca, el metacarpo, con su palma y dorso, y los dedos, llamados pulgar o grueso, índice, mayor o del corazón, anular y meñique o pequeño: la muñeca es colección de ocho huesos, en dos filas de a cuatro (escafoides, semilunar, piramidal, pisiforme, grande, ganchoso, trapecio y trapezoide); el metacarpo, de cinco, denominados ordinalmente o primero, segundo, tercero, cuarto y quinto, que articulan de una parte con el carpo y de otra con el dedo correspondiente; y cada dedo, de falange, falangino y falangitino o falangeta, exceptuando el pulgar, que sólo tiene dos falanges, poseyendo, en cambio, la en alto grado beneficiosa propiedad de oponerse a los demás.

Cada extremidad inferior o abdominal se compone (aparte la cadera, a que configura la parte lateral del innominado) de muslo, pierna y pie -Al muslo corresponde el hueso fémur, que articula con el coxal -A la pierna, la tibia, que lo hace con el fémur, y el peroné, más corto y delgado que la tibia, a la que se adjunta: las protuberancias inferiores de la una y del otro forman los tobillos o maléolos, el uno o correspondiente a la tibia, en el lado interno de la garganta del pie, y el otro, en el externo; así como en la intersección anterior del muslo y de la pierna se halla el hueso correspondiente a la rodilla, o sea la rótula o choquezuela -Constituyen el pie el tarso, el metatarso y los dedos; el primero con siete huesos (astrágalo, calcáneo o del talón, cuboides, escafoides y tres cuñas); el metatarso y los dedos presentan huesos de igual misión y análogos a los del metacarpo y dedos de la mano.

Algunos fijan en 206 el total de las piezas del esqueleto; pero no todos están conformes con la determinación, y además, disminuye en el curso de la vida, pues varios huesos, separados en los primeros años, se unen en los posteriores.




ArribaAbajo6 -Elemento muscular

El armazón óseo se rellena -y permitase la frase- por elemento compacto, blando, la carne o músculos, de cuyas especiales funciones naturales nos ocuparemos oportunamente; y sobre todo esto se extiende la funda, la cubierta, el envoltorio epidérmico, de que ya hicimos ligera indicación.






ArribaAbajoCapítulo II

De la vida vegetativa.



ArribaAbajo1 -Sobre la conservación individual

En el edificio humano, de que en cuatro rasgos hemos hecho el más compendioso trazado, existen órganos, aparatos y sistemas; se verifican actos, operaciones o funciones, de que vamos a ocuparnos, también condensadamente y llevando junto lo anatómico y lo fisiológico, por motivos que, indicados ya, expresarlos ahora daría pleonástica redundancia.

En cambio, parecenos procedente advertir que no tienen valor, para nosotros, ciertas divergencias de nomenclatura que resultan entre autores de nota; primero, porque nuestro objeto es dar a conocer lo esencial de la cosa, sin sutilezas de denominación, y, además, porque tales disentimientos son efecto lógico y obligado del punto de vista o aspecto en que aquélla es considerada por cada cual: para unos, la insalivación, como mero hecho, es un acto; para otros, fenómeno, en sentido de manifestación: para éstos, función, en cuanto ejercicio de órganos, y para aquéllos, facultad, cual potencia o virtud de producir efecto.

A fin de que el curso de la vida orgánica o vegetativa llegue hasta el límite que le señaló el Sumo Poder, precisa verificar lo perteneciente a la conservación del individuo; y para que prosigan las sucesivas series o generaciones, lo debido a la conservación de la especie, extremo éste que, aunque fundamental en la ciencia antropológica, nos relevará de ocuparnos del mismo, poco menos que en absoluto, el concreto, especial objetivo de nuestra obra.




ArribaAbajo2 -Nutrición y subfunciones que comprende

Desde el nacimiento, o mejor, desde que es engendrado el individuo corpóreo, necesita materia adecuada para el crecer de sus energías y organismo, hasta la plenitud del desarrollo; en todas sus edades, en todos sus días, en todos sus movimientos, le precisa reparar las continuas pérdidas de fuerzas y de substancias: todo ello lo verifica mediante el aire, las bebidas, los alimentos y hasta ¡providencia infinita! residuos de nuestra propia entidad física, transformaciones linfáticas de lo que se destruyó. La facultad o función correspondiente a este cometido natural, es vasta, compleja, y recibe el nombre de nutrición: a ella se encuentran subordinadas la prehensión, masticación, insalivación, deglución, quimificación o digestión estomacal, quilificación o digestión intestinal, circulación, respiración, absorción y reabsorción, asimilación y desasimilación, secreción, exhalación y calorificación.

El hambre, sensación desagradable, y en orden progresivo, dolorosa y desesperante, nos recuerda, nos señala la necesidad de comer; y la sed, la de beber; recordatorios, llamamientos que cesan cuando la atención ha sido cumplida, y hasta ceden el puesto a la repugnancia y a la náusea.




ArribaAbajo3 -Prehensión, masticación y deglución, con su ligero tratado orgánico funcional

Alimentos y bebidas en estado primitivo, exclusivamente natural del hombre, precisaban la prehensión, la succión..., de un modo directo, sin nada intermediario, hasta que, muy pronto sin duda, la inventiva, el arte, dio útiles, auxiliares, que el progreso indefinido ha ido multiplicando en número, en diversidad, en gusto, en valor.

La masticación consiste en rasgar, cortar o moler los alimentos sólidos; la insalivación, en compenetrarlos la saliva, y la deglución, en pasarlos desde la boca al estómago.

En la boca, a más de los elementos óseo y dentario, de que ya nos hemos ocupado, existen el músculo movible y conocidísimo, llamado lengua; los carrillos, que contribuyen al aumento y a la disminución de la cavidad bucal; el paladar y su velo, que forma especie de pabellón, con su borla central o la úvula, campanilla o galillo. Tras el velo del paladar está la faringe, corto conducto en comunicación con las fosas nasales, con la boca y con el esófago, tubo membranoso que baja hasta el estómago, cuya mutua intersección se denomina cardias. Encuentranse, además, en la boca dos glándulas salivales llamadas parótidas, una a cada lado y entre el oído externo y cada borde posterior de la mandíbula inferior; las dos submaxilares, cuyo nombre indica el lugar que ocupan y las dos sublinguales, cuya residencia revela también la palabra que las designa; existiendo, además, en labios, encías y otros puntos bucales, glandulitas secretoras de saliva, así que de mucosidad, cual las amígdalas (por su procedencia etimológica, almendras), una a cada lado, junto a los pilares del velo del paladar.

Durante la masticación, la saliva compenetra y forma masa -el bolo alimenticio- con las substancias nutricias de naturaleza sólida; la mucosidad hace un tanto resbaladizo lo masticado, facilitando así el paso a la faringe, dotada de por sí de movimientos conducentes al propio objeto, continúa el tránsito por el esófago, y esto hecho, tuvo lugar la deglución, durante la que la úvula cierra las comunicaciones faringeas con las fosas nasales y la epiglotis, la laringe, a virtud de lo que la masa alimenticia no se desvía de su debida marcha.




ArribaAbajo4 -Digestión estomacal, en análogo concepto

El estómago es una cavidad orgánica, receptora de cuanto se deglute; que limita por la izquierda con el bazo, por la derecha con el hígado, por arriba con el esófago, diafragma e hígado, y por abajo con el tubo digestivo, mediando entre ambos la válvula píloro: dicho estómago se halla constituido por elemento membranoso y ofrece túnicas serosa, muscular, celular y mucosa, ésta la más interna y secretora del jugo gástrico. Terminada la deglución, cierranse las comunicaciones cardias y píloro y tiene lugar la cocción alimenticia, digestión estomacal o formación del quimo, a lo que contribuyen los movimientos de contracción y de dilatación del órgano, un tanto parecidos a los de un gusano y que facilitan el que lo a digerir sea impregnado por el jugo gástrico, en el que hay sales, cloruros, fosfatos, ácido acético y el fermento orgánico, o sea la pepsina o quimosina.

Formada la papilla quimosa o hecha la digestión estomacal, abrese la válvula píloro y el contenido del estómago pasa al intestino, comenzando el proceso de la digestión intestinal, que indicaremos ligeramente, después de las previas nociones descriptivas que vamos a presentar.




ArribaAbajo5 -Digestión intestinal, en íd. íd.

El abdomen es una cavidad del tronco, que comprende algunos de los órganos ya nombrados y tiene por límites, arriba, el diafragma -tabique muscular que separa las regiones torácica y abdominal-; abajo, la pelvis; por delante y a los lados, las paredes musculares, y detrás, las vértebras lumbares. Divídese en región superior o epigástrica; media, umbilical o vientre propiamente dicho -aunque para muchos, abdomen y vientre son expresiones de la misma idea-, inferior o hipogástrica; conteniendo entre las tres el mayor número de los órganos digestivos, genitales y urinarios.

El intestino es un conducto tubular, como de unos nueve metros de longitud, que arranca del estómago y termina en el ano; que se divide en dos secciones, por sus respectivos diámetros, denominadas intestino delgado e intestino grueso, considerándose en el primero, y a partir del estómago, el duodeno, el yeyuno y el íleon, siguiendo a éste las porciones del grueso o el ciego, el colon y el recto. Entre el íleon y el ciego se encuentra la válvula ileocecal; así como la extremidad del recto o punto de desagüe al exterior es el ano, en el que existe un anillo muscular o esfínter, cuyas dilataciones y contracciones permiten o impiden el paso de los excrementos.

También en el intestino se dan, con el mismo orden de colocación, las cuatro túnicas -serosa, muscular, celular y mucosa- que en el estómago, alojándose en la última numerosas glandulitas de que se desprende el jugo intestinal.

Llamase peritoneo a la membrana serosa que tapiza la cavidad abdominal, y mesenterio, a especie de grasienta tela en que se entretejen nervios, venas, arterias y glándulas; tela a que se adhiere el intestino y en correlación íntima con los receptores capilares del quilo, que entrelazándose, forman las vellosidades intestinales.

El hígado, que es por su tamaño relativo, la primera de las glándulas de nuestro cuerpo, se encuentra sobre el estómago y por bajo del diafragma; presenta numerosas protuberancias granulares en contacto sucesivo y en las que se hallan diminutos conductos que afluyen al hepático, así que éste al colédoco, que muere en el duodeno o en donde también desagua la bilis o hiel. Ésta es verdosa y amarga, y cual fondo de reserva, va desde el hígado a depositarse en una vejiga adherida a la parte derecha del mismo.

El páncreas es otra glándula cercana al estómago y al colon, de forma parecida a lengua de perro, con multitud de conductitos afluentes a uno central, que vierte en el duodeno el jugo pancreático.

Una vez el quimo en el tubo intestinal, éste experimenta contracciones y dilataciones peristálticas, movimientos vermiculares (de gusano), que ponen la masa quimosa al alcance y acción de los jugos bilioso, pancreático e intestinal, los cuales atacan, descomponen, transforman la parte susceptible de aquella masa en quilo, líquido blanquinoso, lácteo, que comprende la substancia nutricia -y a veces, la venenosa o la medicinal- que se trasuda, escapa del intestino, principalmente del delgado, pasa a los capilares receptáculos y marcha hasta llegar a la sangre, para enriquecerla, como igualmente lo hace desde las diferentes partes del cuerpo el elemento celular destruido, el producto de la desasimilación, los componentes de la linfa, líquido amarillento que, aunque menos rico que el quilo, también aporta a la sangre materiales para la reparación, nutrición y conservación corporal.

Lo que, por insoluble, por mala digestión o por cualquiera otro motivo, no se convierte en quilo, así como la parte de éste que no traspasó el intestino, ni aun en las secciones del grueso, se torna en cuerpo extraño, inservible o nocivo, debiendo eliminarlo, cual se elimina, expulsándole por el ano en el acto de la excreción o defecación, de la que son tenidos por derivaciones el vómito y el eructo.




ArribaAbajo6 -Circulación, en íd. íd.

La sangre es, en último término, la que directa o inmediatamente nutre a todas las partes del cuerpo. De color que nadie desconoce, consta de base líquida, el plasma, de glóbulos rojos o peculiares de la misma, de otros blanquinosos que dimanan de la linfa y del quilo, y de la materia colorante, la hematosina. Coagulada, queda aparte lo líquido o el suero y en estado sólido, la fibrina que se adhiere los glóbulos y da en conjunto el coágulo. Del análisis sanguíneo resultan gases, como carbono, oxígeno y ázoe; sólidos, cual el hierro, grasas, azúcar, albúmina, etc., y manifiestamente el líquido acuoso: todo lo indicado nos es necesario; pero de tal suerte el ázoe, que una substancia nos es tanto más alimenticia, cuanto en mayor grado le ofrece.

La sangre tiene como un centro, desde el que se dirige a las partes del cuerpo y al cual retorna, cuando, empobrecida por el acto nutricio que verificó, la precisa proveerse de nuevas condiciones vivificadoras; marcha y regreso que implican órganos que sumariamente van a ocuparnos.

El corazón, centro del sistema circulatorio, es un órgano muscular, hueco, consistente, colocado al lado izquierdo del pecho, entre los pulmones, revestido por dos membranas, una exterior o el pericardio y otra interior o el endocardio -Un tabique vertical y otro horizontal le dividen en cuatro departamentos, conocidos los superiores con el nombre de aurículas y los inferiores con el de ventrículos -En el tabique horizontal, dos orificios establecen comunicación entre cada aurícula y el ventrículo que tiene debajo, pero orificios por los que permiten o impiden el paso la válvula tricúspide por la derecha y la mitral por la izquierda. Cada aurícula tiene también en lo alto del órgano comunicación con un grande vaso circulatorio, lo propio que sucede con los ventrículos, correspondencia interrumpida en éstos por las válvulas sigmoides.

Los vasos sanguíneos son arterias o conductores de la sangre desde el corazón al resto del cuerpo, y venosos o de regreso al lugar de salida -Es arteria primordial o de la que las demás constituyen ramificaciones, la aorta, que arranca del ventrículo izquierdo, forma como el arco de un cayado, baja cerca de la columna vertebral hasta la cuarta vértebra de la región lumbar; allí se divide, resultando en el centro la sacra media y en cada lado una ilíaca primitiva, siguiendo la femoral en cada muslo, la poplítea en cada corva, la tibial y la peronea en cada pierna, y la pedia en cada pie -Del arco superior de la aorta parten el tronco branquio-cefálico, la carótída izquierda, que sube por el mismo lado del cuello, ramificándose en la cabeza, y la subclavia izquierda que, al recorrer su extremidad torácica respectiva, origina los nombres de axilar en el sobaco, braquial en el brazo, cubital y radial en el antebrazo, regando, por fin, la mano: del tronco braquiocefálico surgen la carótida y la subclavia derechas, cuyas derivaciones se dirigen al mismo lado de la cabeza y a la extremidad superior correspondiente, recibiendo las mismas denominaciones que hemos expresado con respecto a la otra extremidad torácica,

El diámetro arterial decrece a medida que las subdivisiones arbóreas de la aorta, y hasta el grado de equipararse con los vasos capilares, puntos intermediarios o de tránsito a las venas, cuyo calibre y proceso son inversos a los de las arterias, creciendo el primero y disminuyendo el número de aquellas venas conforme se acercan al cardíaco centro circulatorio, de tal suerte que quedan a la postre la vena cava superior, en que se reconcentra la sangre venosa de la mitad correlativa del cuerpo, y la vena cava inferior, en que hace lo propio la de la otra mitad corporal, entrando, por último, el contenido de ambas en el corazón por la aurícula derecha.

Del ventrículo derecho arranca la arteria pulmonar, transportadora del líquido sanguíneo venoso a los pulmones, por los que se ramifica hasta lo sumo, correlacionándose sus elementos más diminutos con los capilares, medios de tránsito a las venitas, cada vez más gruesas y en menor número, hasta constituir las dos venas pulmonares, receptoras de la sangre ya regenerada o hecha arterial, y que desagua en el corazón por la aurícula izquierda.

Merece citarse la vena porta, formada por las intestinales, y que conduce la sangre con materiales digestivos al conducto del hígado; se ramifica por éste y por la vena hepática, y vierte en la cava inferior.

La sangre arterial es de pronunciado color rojo y apta o rica para nutrir al cuerpo, al paso que la venosa, de matiz un tanto negruzco, se encuentra empobrecida por lo perdido en la reparación corporal y por su contingente de elementos desgastados -Todas las arterias, excepto las pulmonares, contienen sangre arterial, y venosa las venas, menos las pulmonares.

La circulación sanguínea comprende dos distintas revoluciones: una llamada mayor y que desde el corazón pasa a todas las regiones corporales, retornando a aquél en su segundo momento, y otra denominada menor, o del corazón a los pulmones, y, viceversa, al regresar -Digamos sucintamente cómo se verifican.

Imaginémonos, al efecto, ocupadas ambas aurículas en el diástole o máxima dilatación, por sus respectivos contenidos: verificase el movimiento contractivo o sístole; disminuyen, por tanto, las capacidades auriculares; tornase insuficientes para continuar alojando sus masas líquidas; éstas empujan; ceden, se abren las válvulas tricúspide y mitral; precipitanse aquellas masas en los correlativos ventrículos; seguidamente se contraen éstos o experimentan el sístole; las citadas válvulas no pueden abrirse, por hacerlo de arriba a abajo, y sí las sigmoides, dando salida, una a la sangre venosa por la arteria pulmonar; otra a la arterial, por la aorta. A partir de ésta, tiene lugar el proceso de la circulación mayor, recorriendo la sangre arterial las arterias que ya enumeramos y hasta las postreras de sus ramificaciones, que vierten en los vasos capilares, al través de los que se escapan el plasma, los gases, cuanto se pone en contacto inmediato con lo a nutrir; y hecho esto, el resto sanguíneo pasa a las venillas, siguiendo su marcha retrospectiva y de menor a mayor, hasta encontrarse en las venas cavas y penetrar en la aurícula derecha. Producen y sostienen el curso de la sangre arteriaI los impulsivos movimientos o sístole de los ventrículos y los análogos en las elásticas arterias, del propio modo que impiden el retroceso en la sangre venosa en su ascendente derrotero las válvulas que existen en las venas, que se abren en sentido hacia el corazón y, por tanto, el peso de la masa líquida las aprieta y las cierra más y más -En cuanto a la circulación menor, una vez la sangre venosa en la arteria pulmonar, como se indicó, verifica su marcha a los pulmones, dentro de los que se distribuye en numerosos y diminutos conductos, se comunica con las vesículas aéreas, tiene lugar el fenómeno químico de que nos ocuparemos oportunamente; la masa sanguínea ha adquirido las condiciones de arterial; pasa los intermediarios capilares, llega a las pequeñísimas y múltiples venillas que, en viaje al corazón, cada vez disminuyen más numéricamente y aumentan en concepto dimensional, hasta al fin desembocar por la aurícula izquierda.

Llamanse latidos del corazón o pulsaciones cardíacas los efectos del choque de la extremidad inferior de aquél con la pared torácica en cada contracción o sístole ventricular -Con tales latidos se correlacionan las pulsaciones arteriales, resultado de la dilatación o diástole de las arterias, y que en estado normal y en un adulto se fijan en 72 por minuto y término medio; pero éste, muy variable, llega a subir a 140 pulsaciones en los primeros meses de la vida, desciende a 80 en la pubertad, baja a72 en la virilidad, y vuelve a los 80 en la vejez, diversificándole por otra parte el sexo -más pulsaciones en el femenino-, la estatura -superando en la corta-, lo pronunciado en lo emocional o ejercicios corporales, la digestión, la fiebre, etcétera; todo lo que conviene conocer y tener en cuenta, a fin de no ver, cuando no existen, alteraciones en la salud -Las pulsaciones son tanto más perceptibles cuanto menos profunda la arteria que al efecto se comprime, cual las de la muñeca o sienes.

Los ruidos cardiacos corresponden, uno sordo y profundo, al choque sanguíneo con las válvulas aurículo-ventriculares cuando éstas se oponen al regreso de la sangre a las aurículas en el sístole ventricular; y el otro, seco y superficial, también producto de choque sanguíneo, pero con las sigmoides inmediatamente después de aquel sístole ventricular -Ambos ruidos son perceptibles por auscultación, aplicando inmediatamente el oído o el instrumento llamado estetoscopio al punto de la periferia corporal de frente al corazón.




ArribaAbajo7 -Respiración, en íd. íd.

Es la respiración, entre las funciones corporales, la referente al cambio de la sangre venosa en arterial, y que se divida en cutánea y pulmonar.

En la una y en la otra se establece contacto íntimo entre el aire y la sangre, combinándose oxígeno del primero y carbono de la segunda, con producto de ácido carbónico, que se une al aire, adulterándole; pero restableciéndose las condiciones vitales de la sangre, así que como en toda combustión, se eleva la temperatura del medio en que se realiza.

La respiración cutánea se verifica pasando el aire, por absorción, entre los poros de la piel, hasta la sangre venosa. En extremo insuficiente para el objeto a que responde, por dificultar el tránsito aeriforme la naturaleza del tejido córneo de la epidermis, las deficiencias de limpieza en ésta, el grueso del dermis y lo distanciados que de la periferia se encuentran muchos conductos venosos, es, sin embargo, tan indispensable, como que su suspensión absoluta bastaría a producir la asfixia lenta dentro de unas doce horas.

La respiración pulmonar, más complicada, de mayor efecto, exige indicación, siquiera somera, de sus órganos o aparato, de sus momentos o actos y de cómo se realiza.

Intervienen en ella: la nariz, la boca y la faringe, de que ya nos ocupamos -La laringe, conducto ternilloso, en forma de caja, situado debajo de la parte posterior de la lengua, con un orificio denominado glotis y al que cierra en el momento de la deglución un cartílago que recibe el nombre de epiglotis -La tráquea, inmediatamente inferior a la laringe, cuyo tubo conductor prosigue, bifurcándose en dos ramales -los bronquios- cada uno de los que penetra en el pulmón correspondiente, subdividiéndose y esparciéndose hasta lo sumo y terminando en las vesículas aéreas, provistas de membranas que atraviesan en su curso los vasos sanguíneos -Los pulmones son dos vísceras esponjosas, de tamaño relativamente considerable, revestida cada cual por un envoltorio o saco membranoso, llamado pleura; instaladas en la cavidad torácica, una a derecha y otra a izquierda; en constante movimiento mientras la vida, por las recepciones y las expulsiones del aire; unidas de una parte por los brazos traqueales o bronquios y de otra por la arteria y venas pulmonares, y de estructura y contenido tan múltiple como que comprende ramificaciones bronquiales, vesículas aéreas, arterias nutricias, capilares que las correlacionan con las respectivas venillas, arterias y venas correspondientes al fenómeno respiratorio, elementos nervioso y celular que forma el parénquima del órgano -Por último, el diafragma y el tórax que, a más de contener y proteger órganos de los más esenciales para la vida, desempeña con sus piezas óseas y sus músculos intercostales, pectorales, etc., importante papel en el acto o fenómeno respiratorio.

Consta éste de inspiración o viaje del aire desde el exterior por las fosas nasales, boca, laringe, tráquea, bronquios y sus ramificaciones hasta ocupar las vesículas; a cuyo efecto, disminuye la convexidad del diafragma, los músculos antes citados agrandan el volumen de la caja torácica y la masa aérea desciende a llenar el aumento en hueco o espacio producido. Seguidamente se verifica la hematosis o la combinación de oxígeno del aire con carbono de la sangre venosa, que así se transforma en arterial, emprendiendo su regreso al corazón por las venas pulmonares, mientras que el diafragma, músculos y huesos de la caja torácica recobran la forma y estado que tenían antes de la inspiración; amengua la capacidad de aquella caja, su gaseoso contenido -incluso el ácido carbónico que resultó en la hematosis- falto de espacio suficiente, se dirige al exterior por las mismas vías que recorrió en su ingreso y tiene lugar la espiración.

Respecto a cómo se realiza la respiración, nos atenemos a la teoría aún más generalizada y que asentó Lavoisier, por más que tomó cuerpo otra, según la cual, una vez el aire en los pulmones, actúa el recíproco y natural poder atractivo de la ósmosis; aquel aire compenetra la sangre y la acompaña en su total curso por el organismo, para ser elemento de múltiples fenómenos químicos; para facilitar oxígeno a numerosísimas oxidaciones, resultando ácido carbónico y vapor de agua en todos los puntos corporales; efecto de lo que es esencial la incesante renovación del caudal aéreo o que otro, suficientemente oxigenado, reemplace al empobrecido.

Los mantenedores de esta opinión alegan, como uno de sus principales argumentos, que si las oxidaciones se verificasen sólo en los pulmones, se acentuaría mucho en éstos la temperatura; no aparecería, cual se presenta, íntegra, armónica, rítmica en el cuerpo.

Hay fenómenos íntimamente relacionados con el respiratorio y que debemos citar, cuales son:

La tos, esfuerzo ruidoso y más o menos violento, efecto de inspiración intensa con inmediata y brusca espiración, producido todo ello por excitaciones en el aparato respiratorio o para arrojar algo que le embaraza o molesta.

El estornudo, también inspiración y espiración sucesivas, pero en modo más rápido y brusco que en la tos, y resultante de estímulo, irritabilidad, cosquilleo en el velo del paladar o, lo más común, en la membrana pituitaria.

El hipo, movimiento convulsivo del diafragma en el momento inspiratorio, haciendo vibrar la cavidad laríngea.

El bostezo, indicio de tedio, debilidad, sueño..., y que consiste en abrir considerablemente la boca, con inspiración honda y pausada, a la que sucede el acto espiratorio, también despacio y con más o menos tenue ruido.

La risa, movimiento sui géneris de la boca y otras partes del rostro, con espiraciones más o menos sonoras y características, así que intermitentes, expresando las múltiples variaciones de la alegría o buen humor, salvo la sardónica, que es convulsiva, nerviosa y nada grata ni conveniente al que la sufre.

El ronquido, sonoridad bronca y molesta, producida en el paso del aire por la faringe y las fosas nasales, mediando movimiento trepidatorio del velo del paladar.

La expectoración o expulsión de las mucosidades formadas o detenidas en las distintas partes del aparato respiratorio, logrando arrojarlas con el impulso del aire al espirar.

El ruido respiratorio proviene del roce del aire en la traquearteria o en los bronquios, por lo que se le divide en soplo traqueal y soplo braquial, observándosele por auscultación como los ruidos cardíacos.




ArribaAbajo8 -Absorción y reabsorción, asimilación y desasimilación, en íd. íd.

La absorción, en sentido funcional, consiste en el paso de ciertas substancias, líquidas o gaseosas por punto general, en determinadas partes de nuestro organismo.

De varias clases, citamos ya la digestiva, desde el intestino a los receptáculos quilíferos, la cutánea y la pulmonar, restándonos indicaciones someras acerca de la intersticial y añadir poco respecto a algunas de las precedentes.

Por la absorción intersticial adquieren de la sangre los tejidos lo que les es indispensable para reparar sus deterioros, renovarse, nutrirse, al paso que éstos dejan a la primera, por reabsorción, lo que ya les sirvió y debe ser transformado, revivificado o segregado. El predominio absorbente produce el engordar y el reabsorbente el enflaquecer, y el equilibrio entre los efectos de ambas funciones, otro correlativo e inmejorable para la salud y robustez individual.

La masa aérea que penetra y llena los pulmones, no suele ser de aire puro, sino que comprende elementos a él extraños, que nos son nocivos, que originan diversas y aun peligrosas enfermedades, y hasta pueden ocasionar la muerte, posibilidad demostrable y demostrada sin más que ingerir un agente venenoso, por medio de la respiración, en los pulmones de un animal, que fallece desde luego.

La absorción cutánea -aparte la falta de epidermis- exige la imbibición o empapar y reblandecer el velo epidermático; y esto así, se ingiere el aire y se realiza la respiración cutánea, según ya dijimos; penetran las substancias medicinales, las nocivas a la salud y hasta las venenosas, por lo que no cabe manejar inmediata o impunemente algunas de las mismas, y por lo que también un animal sumergido en medio intoxicador, pero con la cabeza fuera y en atmósfera pura, que respira, muere por absorción cutánea.




ArribaAbajo9 -Secreciones, en íd. íd.

En vano por el proceso absorbente llegaría el elemento nutricio a todos los puntos del organismo, si ellos no se le apropiasen, le convirtiesen en parte idéntica de si mismos, si, en una palabra, no tuviera lugar la asimilación, cuya reciproca es la desasimilación, el desprendimiento de lo destruido, inutilizado, que recogen los conductos venosos, en parte para transformarlos en linfa y en parte para expulsarlos del cuerpo. De lo dicho se infiere que a la asimilación y a la desasimilación se adapta perfectamente lo que, con respecto a la absorción y reabsorción, dijimos sobre engordar, enflaquecer y equilibrarse las pérdidas con las reconstituciones.

La secreción es una variedad funcional de la nutrición, y a virtud de la que se forman líquidos especiales y precisos en la vida orgánica o abandona al cuerpo lo que ya le sirvió, para nada le vale o no lo necesita.

Los órganos de la secreción son denominados glándulas, por las que circulan los vasos sanguíneos que han de ceder el material de secreción, habiéndolas tubulosas o con tubos capilares, aislados o conjuntos, cual el hígado, los riñones y las sudoríferas; arracimadas en aglomeración de vejiguillas, como las salivales y el páncreas, e imperfectas o faltas de conducto secretor: el bazo y las sinoviales, por ejemplo -Se las considera también de efecto continuo, como las salivales y urinarias, e intermitente, cual el hígado, que vierte la bilis en su receptáculo o vejiga de la hiel; excrementicias o expulsoras de lo innecesario, la orina y el sudor; recrementicias o precisas para ciertas funciones orgánicas, las serosas y las sinoviales, y mixtas, que, según revela su nombre, reúnen los caracteres de las dos clases precedentes, las salivales y la de la bilis, toda vez que ésta, además de contribuir a la formación del quilo, demora la putrefacción de lo que ha de defecarse y sale entremezclada, prestando especiales color y olor.

Indicadas antes de ahora las principales de nuestras glándulas, reservando hacer oportunamente las de otras, cual las lagrimales y del cerumen del oído, diremos algo acerca de las sudoríferas y urinarias.

Las primeras son tubulosas, se elevan, según algunos, a más de dos millones; se encuentran por toda la periferia corporal en lo más interno del dermis, y su contenido sale al exterior por los poros de la epidermis, a la que acondiciona para la imbibición, mientras que, por otra parte, elimina del interior agua y calórico, resta conducente al equilibrio en punto a la una y al otro. El sudor es más abundoso y frecuente en unas regiones del cuerpo que en otras, así que le promueven o acrecientan lo subido de la temperatura del medio ambiente y lo considerable o violento del esfuerzo y del ejercicio material -La piel está además provista de numerosas glándulas sebáceas, cuya secreción suaviza a aquélla y evita que se agriete.

Los riñones -en número de dos e instalados en los lomos y ambos lados de la columna vertebral- son de forma parecida a la de una judía, por cuya escotadura o depresión pasan las arterias, las venas y los conductos secretores. Glándulas continuo-excrementicias, incesantemente funcionan y producen el líquido que en cada una va por tubitos a seis cálices que afluyen al centro, vertiendo en una como bolsita, la pelvis renal, de la cual parte el uréter, conducto del diámetro de pluma de ganso, y que desagua -el del uno como el del otro riñón- en la vejiga de la orina, donde un músculo impide en estado normal su flujo constante y hace periódica la salida de aquella orina por la uretra.

La orina es amarillenta y transparente, conteniendo de cada 100 partes unas 95 de agua y 5 de otros elementos (sales, grasas, azúcar, urea y ácido úrico) -Acumulándose, adhiriéndose en la vejiga algunas de las sales indicadas, el ácido úrico y los uratos alcalinos, surgen concreciones, cálculos, que producen sensaciones dolorosas, obligan a procedimientos expulsivos, que no lo son menos, y originan graves enfermedades.

Aunque suele señalarse el término medio diario de la expulsión urinaria -unos dos kilogramos-, le varían bastantes causas, como la edad, la estación, el grado del sudor, con el que está en razón inversa, el estado moral del individuo, las impresiones o emociones súbitas y fuertes, y hasta la costumbre de cada cual; pero teniendo en cuenta lo beneficioso de tal evacuación, y que uno de los motivos principales de los cálculos es la retención del líquido a que nos referimos, se reconocerá la conveniencia de no aplazar el acto de orinar.




ArribaAbajo10 -Calorificación

La calorificación es otra de las funciones a virtud de la cual nuestro cuerpo produce, en término medio, cantidad de calor equilibrada con el que pierde, conservándose, en consecuencia, a una interior temperatura, aproximadamente constante.

No tiene órgano, aparato, sistema ni localización especial; producese en toda nuestra esencia material, principalmente por las oxidaciones o combustiones lentas, al combinarse el oxígeno con el carbono o el hidrógeno; por cualquier clase de movimiento, exterior o interior, cardíaco, venoso, arterial, muscular, glandular, digestivo; le acrecienta, aunque interiormente no mucho, lo subido del temple del medio ambiente y más lo afanoso o violento del ejercicio; contribuye a conservarle la piel -en los animales de las regiones polares, seguida de espeso pelo o plumaje-; y le ponemos en mayor o menor grado a cubierto de la irradiación, con el calzado, vestidos, espesor y temple de las habitaciones, etc.

Tal producción calorífera es polo de las pérdidas experimentadas por la antedicha irradiación, por el tránsito de lo sólido a líquido o de esto a lo gaseoso o por la evaporación, por el aire frío que se inspira, por los alimentos y bebidas también de relativamente baja temperatura, por el hambre o necesidad de alimentarse, por la quietud y por otras causas.

Fijase nuestra temperatura media en unos 37'5 grados centígrados, que existe en la cavidad bucal, en los sobacos y en las corvas, siendo algo más pronunciada en el centro e inmediaciones de la circulación y más baja en las manos y en los pies.

El hombre es cosmopolita, puede vivir y vive en todas las zonas terráqueas, mediando más de 100 grados entre el temple del Senegal y el polar, pero sin que en lo interior varíe sino uno o dos grados, a lo cual contribuye la fina, mas reflectora coraza epidermática, aunque exigiendo otras interposiciones artificiales entre la atmósfera y nuestro cuerpo, más fáciles de adquirir contra el exceso del frío que contra el del calor.

Ciertas afecciones, en especial las febriles, pueden alterar nuestra temperatura, que en todo caso, la prosecución de la vida no consiente descienda por bajo de 30 grados ni se eleve sobre 44. He aquí por qué los médicos la consultan, la gradúan termométricamente para justipreciar la gravedad de algunas enfermedades, así como para otras indagaciones, sobre estados nerviosos, de debilidad, etc., prefieren recurrir a la mayor o menor rapidez o intensidad de las pulsaciones arteriales.

La piel, que hemos visto absorbe líquidos y da paso a los sólidos pulverizados y por imbibición, que templa lo fuertes y dolorosas que serían las impresiones directas en el dermis, que reviste y abriga el cuerpo, que le libra por la transpiración de lo innecesario o nocivo, que segrega el sebo, que la suaviza y conserva, que expulsa por el sudor líquidos del interior; elimina el calor exuberante, invertido al evaporarse aquel sudor o pasar a estado gaseoso. -Todo esto sin mencionar por ahora su acción como parte integrante del órgano táctil.




ArribaAbajo11 -La presión atmosférica sobre nuestro cuerpo

No basta el compresor epidérmico; necesitamos otro, que obre también en todos sentidos sobre la periferia corporal, pero en manera más fuerte, grave, pesada; y responde a tal necesidad la presión atmosférica, tan considerable, como que se valúa en unos 15.500 kilogramos el peso gaseoso que soporta un hombre de metro y medio cuadrado de superficie o de talla y corpulencia ordinarias. Se concebirá que no nos aplaste tan enorme pesadumbre, ni siquiera dificulte nuestros movimientos, observando que obrando aquélla en todos sentidos, constituye fuerzas que se equilibran, como iguales y contrarias, y que la masa, aérea es de facilísima penetración por los miembros.

Lejos de mortificarnos ni sernos nociva, nos es beneficiosa, indispensable, como que sin ella los humores se desbordarían por el exterior, las dilataciones de los vasos circulatorios y de los músculos de la caja torácica se prolongarían hasta la relajación y ruptura; nos precisa, en una palabra, para existir. La sola disminución de la pesantez atmosférica por causas accidentales o por demasiada elevación sobre el nivel del mar, nos hace sentir malestar, y decimos del tiempo o del sitio que se hace pesado, cuando realmente sentimos el efecto de su extraordinaria ligereza: encumbrándonos más y más, se manifestarían síntomas hemorrágicos o congestivos.

Como la presión de la atmósfera es la resultante de la gravedad de sus capas, dejándose sentir sobre una la de las que tiene sobre sí, aquella presión es mayor cuanto más bajo el sitio a que la refiramos, y, viceversa, menor a medida que acrecienta la elevación: sobre quien se halla en lo alto de una torre no presiona la columna aérea que existe hasta el pie, y sí sobre el instalado en el último; y pues que el mar determina la superficie terráquea, en su orilla se experimenta el grado medio de la repetidamente nombrada presión, que baja a medida que ascendemos, y asciende a medida que bajamos.

Innecesario a nuestro objeto el detenernos en las funciones de reproducción o conservación de la especie, hacemos punto al tratado antropológico de la vida vegetativa y pasamos a la que de su título al capítulo que sigue.






ArribaAbajoCapítulo III

De la vida de relación.



ArribaAbajo1 -Inervación, sistema nervioso y sus órganos generales

Característica esta vida del reino animal y peculiar también de los seres racionales o de la especie humana, con gran propiedad se la denomina de relación, toda vez que acerca del hombre, que nos ocupa, la establece entre los elementos físico y psíquico; obra fundamental y decisivamente en el movimiento o actividad funcional del organismo, y proporciona al alma instrumentos para adaptarse a este mundo material a que temporalmente fue destinada; percibirlo, examinarlo, dominarlo y ponerlo a nuestro beneficio, a virtud, sí, de las aptitudes superiores de aquélla, pero encontrando medios tangibles que utiliza en su acción sobre la Tierra y cuanto nos rodea.

A tal vida corresponden las funciones generales de la inervación y del movimiento.

El sistema nervioso, intrínseco con respecto a la primera y de actuación previa y decisiva acerca del segundo, tiene su centro, núcleo radical, punto de partida o el encéfalo, masa encefálica, vulgarmente sesos; derivaciones inmediatas o los nervios craneales, un tallo general o la médula espinal con multitud de ramificaciones para alcanzar a todo el volumen corporal, por el centro como por lo intermedio y por la demótica capa.

El encéfalo reside dentro del cráneo, considerándose en él. El cerebro, entraña nerviosa, forma de ovoide, equivalente casi a las tres cuartas partes de la masa encefálica, alojado en lo anterior, central y superior posterior de la cabeza, dividido en dos hemisferios, y con surcos sinuosos, curvas de vuelta o rodeo, circunvoluciones -El cerebelo, otra entraña de naturaleza análoga a la precedente, de bastante menor tamaño, instalada en lo más bajo de la sección occipital y con dos caras hemisféricas, la de arriba amillona o apéndice vermiforme, así que una circunferencia -La médula oblonga o istmo encefálico, que confina o se halla en contacto con el cerebro, el cerebelo y la médula espinal, constando de mesocéfalo y bulbo raquídeo: el primero -también llamado protuberancia anular o cerebral y puente de Arolio- está unido al cerebro por dos cordones o pedúnculos cerebrales, y por otros tantos, al cerebelo, sirviendo como de nexo o medio relativo entre los órganos nervioso-craneales y el tallo intervertebral; el bulbo raquídeo o médula craniana, es otra protuberancia existente en lo más bajo, de la oblonga, que toca al mesocéfalo y a la médula espinal, cordón o tallo que ocupa el tubo vertebral.

Todos los órganos nombrados o cerebro, cerebelo, médulas oblonga y espinal, se hallan envueltos por tres membranas, la dura madre, cuyos senos llevan sangre a verter en las yugulares interiores; la aracnoides delgada, semejante a tela de araña, secretora de líquido seroso que suaviza los roces, y la pía madre, vascular y destinada a impedir que los fenómenos sanguíneos perturben las funciones nerviosas.

Los órganos centrales citados presentan dos substancias, gris y blanca, externa la primera en cerebro y cerebelo, y viceversa en las médulas oblonga y espinal -El elemento gris, que también existe en algunas partes bien internas del cerebro, es considerado como el principal, el activo, el fenomenal y constituido por infinidad de células, pequeñas hasta lo sumo; así que el blanco, cual el subordinado, pasivo, conductor, instrumental; sin que hayamos de detenernos en mayores detalles, porque ni los precisa nuestro objeto, ni el particular, aunque de trascendencia, salió de lo hipotético, aventurado y atrevido o algo más; ni hemos de seguir a quienes llegan hasta a señalar en los senos encefálicos, asientos determinados a la memoria, a la imaginación, al juicio, al sentimiento y aun a la razón y a la conciencia.




ArribaAbajo2 -Nervios

Nervios son las ramificaciones que en forma de cordones, de más o menos diámetro, y a partir del centro encefálico y del tallo general medular, se distribuyen, ramifican, entrelazan y llegan a todas las partes del cuerpo, terminando en el dermis los que más avanzan hacia la periferia.

En la misma masa encefálica tienen ya su origen doce de ellos, por lo que se les denomina craneales; arrancan de la médula oblonga y son los nasal, óptico, motor ocular común, ídem ídem externo, patético, auditivo, gloso-faríngeo e hipogloso, de los que nada decimos por ahora; y, a más, los trigésimo, facial, pneumo-gástrico y espinal.

El trigésimo o trifacial se secciona en tres ramas, junto al hueso temporal, para así llegar, con la oftálmica, a los ojos, y con las otras dos, respectivamente, a ambas mandíbulas.

El facial emprende su viaje en contacto con el auditivo, separándose pronto de él para esparcirse por los músculos de la cara y las glándulas parótidas.

El pneumo-gástrico se ramifica profusamente por faringe, esófago y estómago, tráquea, bronquios, pulmones y corazón, de donde se deduce fácil y claramente que interviene para las funciones digestivas, respiratorias, circulatorias y fonéticas.

El espinal es como derivación del precedente, en cuanto en su primer trayecto tiene con él íntima adherencia, y una vez en curso de por sí, lo verifica también por faringe y laringe.

Los nervios espinales o raquídeos, en número de treinta y dos pares, se derivan de la médula espinal; salen por los orificios intervertebrales, uno de cada par por el lado anterior, y su correlativo por el posterior, y se subdividen indefinidamente por el cuerpo cada serie de ellos, con especialísimo fin natural que no tardaremos en expresar.

A lo largo de cada lado de la columna vertebral, existe un conjunto nudoso de abultamientos, de ganglios, en correspondencia con los nervios raquídeos y craneales y constituyendo lo que es denominado gran simpático, dividido y subdividido indefinidamente por cuantas partes corporales actúan en las funciones de la vida vegetativa.

Por último, los órganos de los sentidos tienen sus nervios peculiares, de que, al ocuparnos de aquéllos, haremos mención.




ArribaAbajo3 -Unidad del sistema nervioso

Generalmente se admiten dos sistemas dentro del general nervioso: el cerebro-espinal, con destino a la vida de relación, y el ganglionar, al servicio de la vegetativa; pero a lo más serían subsistemas, y ni aun procede esta calificación, en cuanto cualquier elemento nervioso, dentro del orden orgánico, es parte de un todo relacionado, cuyo centro o punto de partida reside en la cavidad craneal, y además, lo de naturaleza ganglionar o correspondiente a aquella vida vegetativa procede directa e inmediatamente de lo neuro-psíquico o cerebroespinal, quedando expuesto en párrafos anteriores que varios nervios craneales, como el trifacial, el neumo-gástrico y el espinal, mandan sus derivaciones a los órganos de la nutrición, y la doble sarta del gran simpático arranca de la sección posterior inferior de la masa encefálica.

Existe, pues, un solo sistema nervioso, si bien ramificado o diversificado para responder a sus distintos objetos sobre la vida vegetativa, lo mismo en cuanto a las funciones de conservación del individuo que a las de la multiplicación de la especie, sobre el comercio recíproco entre cuerpo y alma y de ésta con el mundo exterior.




ArribaAbajo4 -Nervios centrífugos y centrípetos

Acerca de los dos últimos conceptos, se consideran nervios centrífugos, o que obran de dentro a fuera, que cumplen los mandatos del espíritu, que actúan en los movimientos, que parten de las raíces anteriores de la médula espinal; y nervios centrípetos o de la sensibilidad, que reciben las impresiones, que las transportan al cerebro para que resulten las sensaciones, que proceden de las raíces posteriores de la médula espinal o directamente de la masa encefálica, cual los de los órganos de los sentidos -Algunos admiten también nervios mixtos, sensitivo motrices, centrípeto-centrífugos; pero esto nos parece ya lujo o demasía de clasificación.

Los nervios centrípetos, esparcidos por todo el cuerpo, experimentan las impresiones en el interior de éste y las conducen al cerebro, constituyendo entre todos ellos un múltiple aparato general, de sentido general, íntimo, interno, y por el que el elemento psíquico se apercibe, forma concepto de los estados corporales, de lo respectivo a la vida orgánica, del dolor, del placer, del hambre, de la sed, del calambre, del espasmo, del cansancio..., de la respiración fácil y regular, de lo correspondiente a los impulsos y a los actos de la generación.

Los órganos o aparatos de los sentidos especiales actúan, toman y transportan al cerebro lo que a cada cual de ellos está naturalmente asignado.




ArribaAbajo5 -Actos precedentes a la sensación

Lo mismo para el efecto del sentido general que para los de los específicos, precisan la impresión o contacto del objeto material con el nervio correspondiente; la transmisión de la primera por el último hasta el cerebro, y la recepción de parte de éste, inmediatamente después de lo que tiene lugar la sensación, de la cual, como fenómeno psíquico, nos ocuparemos en el tratado del alma.

Evidente que sin impresión faltará la procedencia de los actos u operaciones subsiguientes y, por tanto, no se darán; son indispensables la transmisión y la recepción, y aun así, no siempre sucede la correlativa sensación. Sin efecto quedará cualquier impresión, destruido el nervio que habría de conducírla al cerebro, si éste, ocupado por algo demasiado extenso o predominante, no la concediera acceso, o si el espíritu, con fuerza concentrado en sí mismo o sobre concreto punto de nuestro cuerpo o del mundo exterior, no atendiese, resultara en desapercibimiento: en ocasiones no se apercibe el hombre del rasguño ni aun de la herida hasta cesar o ceder lo que le preocupó, le absorbió por mayor o menor período de tiempo.



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