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ArribaAbajoCapítulo VII

De la Estética, en sentido psicológico.



ArribaAbajo1 -Estética

La estética -en concepto psicológico, que es el que nos ocupa- verifica el tratado o estudio de la sensibilidad.

No obstante que la última está reconocida como una de las tres modalidades generales de la actividad espiritual, procede determinar clara y exactamente en qué consiste, atendiendo a que pensadores de gran nota la asignan un valor que realmente no le corresponde.




ArribaAbajo2 -Sensibilidad: su naturaleza y seres a que alcanza

Sostienen que la sensibilidad es nota cualitativa, propia de todo ser orgánico, aserto de fácil y decidido prohijamiento por el inmenso cúmulo humano que, deficiente en desarrollo y ejercicio de razón, cree en los aspectos, sean apariencias o realidades, de los fenómenos sensibles. Filósofos de extendida nombradía ven en la sensibilidad la condición obligada de todo ser viviente, en cuanto -dicen- vivir es sentir: el profano vulgo, en compacta y abrumadora mayoría, se apercibe de que, verbigracia, la planta acelera y acrecienta su desarrollo en el grado en que se la mejoran las circunstancias de temperatura, humedad, abono, y es muerta por una helada o la directa acción de los ardorosos rayos estivales, y juzga que el vegetal siente las impresiones que recibe, hasta el grado de que le favorecen la vida o le aceleran la muerte: dígasele, además, que nos enteramos y nos afectamos respecto al dolor corporal sólo por el alma, y entre burlona sonrisa contestará: ¡A mí con esas! No tengo las tragaderas tan anchas como se me suponen.

Si por sensibilidad hubiéramos de entender el hecho de experimentar pasiva y ciegamente los efectos de ciertos agentes, admitiríamos el indicado aserto, y no sólo con relación a los cuerpos organizados, sino que acerca de la materia en general; que si la caries descompone, pulveriza el hueso, la carcoma actúa en modo análogo sobre la madera seca, muerta, vuelta a estado meramente material.

Pero -según ya hemos consignado en anterior capítulo, no por nuestra cuenta única, sí acordes con muy respetables opiniones -la sensibilidad es atributo del espíritu, y en modo alguno de la materia: lo que en el primero es afección, sensación o sentimiento, en la segunda no pasa de la categoría de movilidad -De parte de la flor, movimiento que la arranca minutísimas partículas; de la del espíritu, la odorífera sensación: de parte de los manjares, sápidos desprendimientos que impresionan los nervios linguales; de la del espíritu, los placeres de la mesa: de parte de las cuerdas laríngeas del cantante, las vibraciones; de la del espíritu, los gratísimos efectos de la audición: de parte del hueso, del músculo, del órgano, del aparato, sus alteraciones materiales; de la del espíritu, el dolor en su múltiple escala de clase e intensidad: sin seres dotados de esencia espiritual, habría en la naturaleza disgregaciones, adherencias, vibraciones, transformaciones, destrucciones..., infinitud de movimientos; no olores, sabores, sonidos ni dolores.

El alma, ante el objeto exterior o interior, atiende, examina, piensa sobre él, le percibe; y, según halle afinidades, simpatías, atracciones o, por el contrario, fundamentos repulsivos, tiende a la aproximación o al apartamiento, a prolongar e intimar la correspondencia o a cortarla tan súbita y cabalmente como sea posible, de todo lo que se infiere que la sensibilidad es estado plácido o desagradable, de compenetración o alejamiento en que se pone la naturaleza psíquica a virtud de la percepción objetiva.

Tan esto es así, como que en contacto con cuerpo extraño que punza o rasga la piel, llega al dermis y hasta hace sangrar, si la impresión no es cerebralmente recibida o pasa desapercibida, no hay sensación, según acontece con no pocos pinchazos o arañazos no notados sino bastante a posteriori -Cloroformizado el individuo, se le saja, se le extirpa, se le secciona, tienen lugar en alto grado fenómenos materiales; mas sólo en el que queda de lo perceptivo se verifica lo sensacional -Dado error de percepción, mientras no se desvanece, el alma siente cual a presencia de la realidad: mandemos transportar objeto de valía y estima al par que frágil; notemos muy luego el especial sonar de cristal roto por choque o caída, y nos afectaremos a la manera que si fuere un hecho, hasta convencernos de lo contrario -Desnudese a uno un brazo; vendensele los ojos; pinchesele junto a arteria braquial; suene incontinenti y sucesivamente la salida y recepción del líquido hilo, y el sometido a tan penosa, aunque aparente prueba, experimentará los efectos de sangría suelta.

Concluimos, pues, asertando que, dentro de lo simple e indivisible del alma, pero en lo vario de su actividad y fenómenos, lo perceptivo es como antecedente, y lo sensitivo es consecuente: lo dicta la razón y lo comprueba la experiencia.

Así se explica la sensibilidad meramente animal, la del niño en los albores de la vida: siente, porque percibe, y percibe, aunque todavía inconscientemente, sin saber que lo verifica, a la manera que va en línea recta para la más pronta cogida de un objeto, y dice sabo y teno, ignorando que aquélla es la distancia más corta entre dos puntos, así que la conjugación regular de los verbos.

Pero la sensibilidad propia de nuestra superior naturaleza es la que actúa conjunta y armónicamente con las otras dos modalidades generales que nos son privativas, guiada por la razón, iluminada por la conciencia, puntualizada por la voluntad, para que ni se rezague ni avance demasiado por la línea del destino.

Verdad que el amor, la más íntima de las correspondencias sensitivas, la identificación del sujeto con el objeto, es simbolizado por un niño ciego, sin ejercicio de vista racional; cierto que suele ser mudo el dolor en suma intensidad; exacto que ni se relacionan ni se expresan bien las ideas en las grandes emociones; pero innegable también que lo precedente corresponde a estados extraordinarios y anormales en que, extremo el sentir y suelto de sus reguladores, los efectos evidencian cuán necesario y bienhechor es que se despeje el horizonte, luzca el sol de la inteligencia, funcione libre la voluntad, apercibiéndose no pocas veces de que el ídolo es de fangoso barro, de que la intensidad del dolor o lo magno de la emoción origina algunos sinsabores más que lamentar -Sea cualquiera el grado de elevación o intensidad a que llegue el sentimiento, siempre interesará mucho y ha de procurarse con empeño que no obscurezca la mente ni anule el libre decidir.




ArribaAbajo3 -Placer y dolor

Dijimos que, apercibida el alma de un objeto, establecense entre una y otro corrientes atractivas o impulsos de repulsión o extrañamiento, de acuerdo con las respectivas afinidades o disconformidades: el primero de ambos efectos implica bienestar, placer, y el segundo molestia, dolor; físicos, si responden directa y exclusivamente a la sensación; psíquicos, si al sentimiento; mixtos, cual, por ejemplo, en el paciente de un órgano corporal, que le duele y a la vez se encuentra disgustado ante la perspectiva del agravamiento y desenlace de la enfermedad.

Ofrecese, pues, el placer como correspondencia fundamentada y sostenida por motivos de conformidad entre los elementos senciente y sentido, y el dolor como de desarmonía; soportando aquella correspondencia en tanto no puede destruírsela -Si al sujeto y al objeto de la sensibilidad enlazan, cual a cuerpo y alma, vínculos que sólo rompe la muerte, la identificación es completa y la primera parece que se traslada al punto donde su terreno acompañante es impresionado: a la lengua, respecto a lo gustativo; al punto de la mandíbula correspondiente, en afección dentaria. La consideración del placer y del dolor como series de cantidades positivas y negativas, cuyo signo divisorio es el cero de la indiferencia, no puede significar sino ausencia de sensibilidad.




ArribaAbajo4 -Sentimiento y sensación

Sentimiento es -hasta según la Academia de la Lengua- la acción y el efecto de sentir, en cuyo concepto representa totalidad, de la que figura la sensación como elemento parcial.

Trataseles, sin embargo, separadamente por la generalidad, que suele reducirse a decir que el primero es de origen psíquico o consecuencia de un hecho psicológico, y la segunda, de punto de partida físico o procedente de lo material, en lo que no vemos clara y exacta diferenciación.

La sensación es un estado de sensibilidad producido en el espíritu directa e inmediatamente después de la impresión, de la transmisión y de la recepción cerebral; por ejemplo, el sensible y concreto efecto de beber, de fumar, de oír un instrumento o concierto vocal o instrumental.

El sentimiento es también estado de sensibilidad, pero que puede originarse en lo físico como en lo psíquico, siempre que las ulteriores evoluciones, lo reflejo y ampliativo sea, cual de por fuerza ha de serlo, verificado en la anímica interioridad senciente -Tiene lugar la representación de una ópera, y lo sensacional consiste -no pasando de ello para bastantes de los auditores- en la mera y fugaz afección causada por la voz del cantante o por la orquesta; mas para otros, aquella afección, aquella sensación es como el inconmensurable punto del alma en que cae el objeto de la sensibilidad, espaciándose luego en vastas ondulaciones, experimentando dulcísimas armonías, ayes, sollozos, risas, dolores, alegrías, sentimiento que regocija o entristece, entusiasma, arrebata al espíritu.

En cambio, hecha abstracción de lo material, cerradas las comunicaciones con el mundo exterior, ensimismado el yo, a la luz y calor de la propia conciencia, nos relacionamos con las puras entidades del alma, con la verdad y el error, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, la belleza y la deformidad, la virtud y el vicio, el Ser Supremo, bondadoso, mas también justiciero...; y todo esto, privativo del hombre, extraño al irracional, que constituye nuestra grandeza, pero que implica nuestra futura dicha o desventura, produce lo más concentrado, lo más genuino, lo más puro, lo más superior del sentimiento, a la vez que lo más trascendental en los ideales de la inteligencia y en las aspiraciones de la voluntad.

El animal experimenta sensaciones y los sentimientos de la primera clase de las dos indicadas, los de procedencia orgánica; porque en él lo inmaterial está adherido a lo corpóreo como el pólipo a la roca, y se disipa, no ya en cuanto falta tal corporalidad, sino el motivo relacionador: así, la pajarilla que, entristecida, pía y revuela por la desaparición de su cría, como la gata y la perra, enfurecidas y acometedoras con quien trate de arrebatarles la suya, pierden luego, no sólo el sentimiento, sino el recuerdo de los seres a que tan unidos estuvieran por los vínculos de la sensibilidad.

Huelga, a nuestro juicio, la clasificación de las sensaciones en internas y externas; porque, verificadas siempre dentro del espíritu, todas son de la primera clase, ora procedan de impresión sobre el cuerpo del senciente, bien sobre otro distinto.

Tampoco nos parece aceptable la división de las mal llamadas externas en instructivas (las visuales, las auditivas y las táctiles), porque -dicen- en ellas la impresión material da por resultado inmediato el percibir e instruirse; y afectivas (las olfativas y gustatoria), porque la verifican en el sentir -La impresión recibida y transmitida por cualquiera de los instrumentos orgánicos al receptáculo central cerebral, no bien en éste, tendrá virtualidad para suscitar coincidentemente el doble fenómeno intelectivo y sensacional, la percepción y la sensación, aunque predomine la primera, acerca de la vista, el oído y el tacto; y la segunda, en punto al olfato y al gusto: por la vista nos informamos del hermoso paisaje y del árido arenal; por el oído del concierto musical y del rugir de las fieras; por el tacto, de la superficie epidermática de una mujer, y cualquiera puede decidir si en ello hay sólo datos para la inteligencia, o además, sensación y sentimiento, bien distintos los del pensil de los del desierto, los de la audición musical de los rugidos de las fieras, los correlativos al contacto de la mano de una beldad de salón y la de la fregatriz o lavandera: por el olfato y por el gusto, respectivamente, afectan a nuestra sensibilidad los olores y los sabores, pero no sin que por los mismos lleguemos a la percepción y al juicio respecto a la índole de los unos y de los otros, al grado de pureza en la masa aérea de una habitación, al estado de ciertas substancias alimenticias. Hay, sí, en lo correspondiente a la vista, al oído y al tacto, predominio de lo intelectivo, mas no exclusión de lo sensacional, y viceversa, en cuanto al olfato y al gusto.




ArribaAbajo5 -Sentidos

La palabra sentido es de empleo tan frecuente y vulgar como raro el encontrarla definida con verdad o exactitud, que ni resultan al denominar con aquel vocablo los medios orgánico-instrumentales para los hechos de sensibilidad, ni tampoco cuando se supone que cada sentido es una clase real, positiva de sensaciones y percepciones: ambas, como fenómenos, se dan individual y particularmente; considerarlas en sintético conjunto equivale a prescindir de las diferencias, a atenerse a lo común, a abstraer hasta llegar a generalizar, y en tal concepto, sentido designa a entidades creadas por nuestra potencia intelectiva, y así hemos de considerar a los de la vista, del oído, etc., cual generalizaciones de los concretos hechos visuales, auditivos, táctiles, olfativos y gustatorios.

Sin dejar de atender al sentimiento en sus dos aspectos de armonía y disonancia, atracción y repulsión, agrado y desagrado, placer y dolor, se ha establecido diversificada y múltiple clasificación de aquel sentimiento, de la que tomaremos únicamente lo bastante conexionado con nuestro objeto educador-instructivo.




ArribaAbajo6 -Clases de sentimientos

Según ya manifestamos, el sentimiento puede iniciarse en sensación provocada por algo que impresione desde el mundo exterior o desde el mismo cuerpo, del senciente, por motivos exclusivamente anímicos y también corpóreo-espirituales o de la vida de relación, del hombre en su totalidad: cabe considerarlos de procedencia físico-exterior, físico-interior, anímicos puros y mixtos o de la íntegra persona humana.

Los sentimientos anímicos puros asumen, como ya dijimos, lo más noble y sublimado de nuestra sensibilidad; emanan de cualquiera de las fases de la inteligencia como de las de la voluntad, y pueden acusar exceso o deficiencia, placer o dolor, amor o desamor; la atención, puesta en tal o cual objeto, el juicio y el raciocinio, con los distintos resultados comparativos a que conducen; la memoria con sus recuerdos, y la imaginación con sus retratos, nos afectan grata o desagradablemente; la razón, al dar con la verdad que persigue, nos hace experimentar delicias inefables, así que nos atormenta el demasiado retardo en el encuentro y en uno u otro caso, la psíquica labor nos retiene, nos domina hasta no apercibirnos del curso del tiempo, ni de que sonó la hora del alimento o descanso corporal; o de acudir al espectáculo incitante, pero del que se prescindiría o se prescinde, por no suspender lo que ocupa y subyuga: bien conocidos son, por otra parte, los goces o los torcedores de la conciencia, en conformidad a nuestros actos, y es asimismo notorio cómo la sensibilidad funciona en consonancia con las resoluciones de la voluntad.

El amor a sí se esparce en múltiples derivaciones de afinidad o de repulsión, agentes de energía o debilidad, de grandeza o empequeñecimiento, de bien o de mal: egoísmo, desprendimiento y generosidad; envidia y emulación; ira, mansedumbre e impasibilidad; soberbia, orgullo, arrogancia y altanería; humildad, humillación, adulación, servilismo y abyección; vanidad, presunción, petulancia y pedantería; recato, modestia y sencillez; decoro, pundonor, dignidad y honradez; bajeza, desvergüenza, desfachatez y cinismo; codicia, avaricia, economía, fausto, opulencia y despilfarro; temeridad, arrojo, valor, cobardía, miedo y pusilanimidad; actividad, diligencia, pereza, indolencia y molicie; gula, glotonería, embriaguez, templanza y poquedad; series, que podríamos aumentar, de palabras no tomadas como expresiones de los valores ideológicos, sino de los sensitivos que las corresponden; palabras de las que unas representan el término medio de la virtud y otras el vicio por demasía o por defecto.

En orden a la naturaleza, establecen corrientes de atracción o de repulsión entre nuestra alma y la bóveda celeste, el valle, la floresta, el río, el arroyuelo...; el torrente, la catarata, el precipicio, el abismo, el peñascal; experimentanse plácidas tendencias hacia el respeto y la protección de las plantas y animales útiles, a combatir sin ensañamiento los nocivos, a inmolar sin crueldad los alimenticios, o, por el contrario, dañosa propensión a tronchar el arbolito, desprender el inmaturo fruto, atormentar a inofensivos animalitos.

Son sentimientos sociales los que nos enlazan o relajan con respecto al prójimo en su unidad o conjunto: paternidad, filialidad, fraternidad, amor conyugal, paisanaje, compañerismo, provincialismo, regionalismo, patriotismo, humanitarismo, amistad, enemistad, rivalidad, encono, odio, gratitud, ingratitud, benevolencia, compasión, caridad, respetuosidad...

El sentimiento religioso, el amor de los amores, deficiente siempre ante lo infinito de su divino objeto, depurado de las escorias de la superstición, exento de las sañas y furores del fanatismo, se deshace en inefables e inagotables raudales con que se llena de ventura el alma, tanto como en la del descreído, del impío sólo se conciben, no más existen los horrores del vacío, la soledad espantosa de la nada, las tenebrosidades y el hálito glacial de donde no alumbran ni templan los benditos rayos de la fe, de la esperanza y de la caridad.




ArribaAbajo7 -Pasiones

El sentimiento es calor contra la frialdad del cálculo, impulso para el vuelo de la imaginación, aliento en lo asiduo y laborioso de las resoluciones, energía y animación para la vida; pero calor, impulso, aliento, energía y animación que pueden no revestir su procedente grado o sobrepujarlo hasta el punto de enardecer, extraviar, arrebatar o consumir; ofuscando la razón, obscureciendo la conciencia, atenuando o anulando el poder volitivo, tornando en paciente en la medida con que debiliten o esclavicen las energías por que somos racionales, conscios y libres agentes -El sentimiento, en uno y otro caso, por defecto o por exceso, constituye deformación, desorden, enfermedad anímica, conocida con el nombre de pasión (de pathos o estado del que sufre, padece, se halla enfermo).

Somos, en efecto, juguete de nuestras pasiones: sin duda que la razón señalará y la voluntad rechazará lo repugnante de la embriaguez; y, sin embargo, el por ella dominado proseguirá destruyendo su vigor corporal, degradando su alma, blanco de escarnio y desprecio -Somos también víctimas de las pasiones de los demás: sin duda que la razón señalará y la voluntad rechazará lo mísero y destructivo de la envidia y de la animosidad; y éstas, sin embargo, continuarán poniendo asechanzas, sembrando calumnias, empañando famas, minando reputaciones -La pasión tiene todavía su más allá, el apogeo de su imperio, cuando no prescinde de la razón ni anula la voluntad; pero las pone a su servicio, las hace cooperar para el plan y el hecho de maldito fin, por ejemplo, de horrible venganza, fría y detenidamente meditada, cumplida con firmísima decisión.

Habrá pasiones donde y mientras subsista el hombre; mas procuremos conocerlas en lo que son y producen, quebrantarlas en lo posible, impedir que se desentiendan de la razón, dominen la voluntad, se coloquen en el puesto del libre albedrío: hagase todo lo dable para que la niñez educanda se forme concepto fiel de la bienhechora energía del sentimiento, así que del funesto influjo de las enfermedades de la sensibilidad.




ArribaAbajo8 -Justo límite del sentimiento

Amese cada cual; que la caridad bien ordenada principia por, después de a Dios, aplicársela a sí mismo; pero no nos coloquemos en el centro de egoísta circuito, abierto a las afluencias de lo grato, cerrado a lo desagradable, que se asigna a los demás -Sintámonos estimulados por las adquisiciones, los triunfos, las glorias ajenas; procuremos, en mayor o menor grado, análogas obtenciones; pero al reconocernos incapaces de lograrlo, no nos desquitemos con el maldecir, difamar, odiar al envidiado -Procuremos que nuestra exterioridad se ajuste a la belleza, al agrado, al buen gusto; pero no incurramos en las ridiculeces, ni motivemos las burlas, secuelas de la vanidad -Formemos concepto de nuestra valía, hagamos por acrecentarla lícitamente; pero no nos entreguemos a los exabruptos del orgullo, de la altivez, de la soberbia -Seamos guardadores de nuestro decoro, de nuestro pundonor, de nuestra dignidad, de nuestra honra; mas no extrememos el vigilante celo hasta el punto de negarnos a lo que en verdad no lastima, ni humilla, ni deprime, hasta el extremo de hacernos vidriosos, susceptibles, pendencieros -Hagamos al cuerpo prudente concesión de goce material; pero no caigamos en el encochinamiento de la gula, en la glotonería del buitre, en la asquerosa embriaguez -Cultivemos y aun hagamos surgir el anhelo por la economía y el ahorro; pero sin degenerar en la desnuda, mísera y cruda existencia del avaro, atento sólo a atesorar y más atesorar; sin las destrucciones de la opulencia, del fausto, del derroche, que llevan a la pobreza a quien de por vida podría disfrutar holgada posición -Contraigamos amistades, no nos aislemos en medio del concierto social; pero sin tomar la apariencia por realidad, sin establecer compañía para el vicio, la disipación -Que circule y obre el naturalísimo, entrañable y sublime sentimiento de la paternidad; pero sin que ofusque y no deje percibir los defectos que desde muy temprano deben ser notados y corregidos en los hijos, o sin motivarlos con demasiada condescendencia, regalo o mimo, con imprudente fomento del amor a sí, en la edad infantil.

El anterior paralelo podría extenderse indefinidamente, siempre con línea de lo beneficioso que seguir, pero siempre también con sus dos pendientes laterales; en la una las deficiencias, las atrofias, lo negativo; en la, otra el exceso, la exuberancia, lo hipertrófico -Basta sin embargo, lo expuesto para el objeto que nos informa y el fin que perseguimos.




ArribaAbajo9 -Belleza

Aquella recta línea a recorrer en el curso del sentimiento es para éste el objetivo propio, el destino natural: cada cual de las tres direcciones generales de la actividad anímica implica un fin peculiar: el de la verdad, para la inteligencia; el de la belleza, para la sensibilidad; el del bien, para la voluntad; y como aquellas direcciones lo son de entidad única y realmente indivisible, han de guardar entre sí las íntimas afinidades de lo que no constituye sino notas de una misma esencia, del orden, de la regularidad, de la armonía, que la inteligencia encuentra en la verdad, la sensibilidad experimenta en la belleza y la voluntad quiere como bien.

Vease por qué en la Naturaleza como en el Arte la belleza se siente mejor que se explica; por qué lo bello forma elemento de trinidad anímica con lo verdadero y con lo bueno; por qué en la dirección, en la calidad y en la intensidad del sentimiento, hemos de procurar impresionarnos gratamente o a virtud de adherirnos a lo bello; por qué entre lo abstracto, nebuloso, indeterminado de las definiciones de la belleza, figuran la de Platón, que la llamó esplendor de la verdad; la de Kant, o el símbolo del bien; la de Santo Tomás, o la proporción debida en las cosas; por qué, en fin, en cuantas de aquellas definiciones se formularon y formulan, late el concepto de que la belleza es en la Naturaleza el resplandor de la sabiduría y del poder del infinito Creador, y en el Arte, la acertada y fiel copia de la obra del divino Artífice.

La belleza tiene también su tratado discursivo, racional, denominado Estética; pero considerada ésta, no en el sentido psicológico que venimos dándola, sino como ciencia de aquella belleza natural y teoría fundamental y filosófica del Arte.






ArribaAbajoCapítulo VIII

Prasología.



ArribaAbajo1 -Prasología

Prasología (de praxis o práctica, y logos, discurso o tratado) es la parte de la Psicología experimental en que se estudia la propiedad, potencia o facultad general del alma que decide nuestras prácticas, hechos, actos: la voluntad o aptitud para querer o no querer el objeto de la resolución.




ArribaAbajo2 -Verdadero concepto de la voluntad

Psicólogos de gran nota asignan a la voluntad valor, prepotencia y superioridad que no le corresponden, llegando a asertar que en el orden racional preside a las otras dos modalidades del espíritu; que determina a la inteligencia a atender, a pensar, así que señala particulares inclinaciones a la sensibilidad; que si su energía se debilita, languidece la totalidad anímica; que es una, idéntica e igual en todos los hombres, como si la unidad y la identidad, notas características de la indivisible y simplicísima alma no correspondiesen al trino conjunto del despliegue de la actividad de la última; como si las flojedades o eclipses de lo intelectivo no se reflejaran en lo sensitivo y volitivo, y recíprocamente -Continuando la serie de las excelencias de la voluntad elevanla a la categoría de estado de nuestra personalidad o que la constituye por completo, y con sus esfuerzos dilata la esfera de nuestro valer: es todo el hombre.

En contraposición a tamañas demasías, otros asientan que la voluntad se asemeja a ciertas aves de amplio, vano y engañador plumaje; que si la inteligencia le negase sus deliberaciones y la sensibilidad su temple y fortalecimiento, veríase reducida a cosa vaga, obscura y glacial, a algo así como el ciego e irresponsable apetito orgánico.

Prescindese desde ambos lados de lo imprescindible; suponese separado lo inseparable; olvidase que la unidad, la identidad, la superioridad, la personalidad se dan en el alma, en la conciencia, único e indiviso foco de que emanan, en obligada y perenne coincidencia, la luz intelectual, el calor del sentimiento y el fallo de la voluntad; que siempre estas tres irradiaciones se encuentran en conjunción, correspondencia y reinflujo; que la inteligencia necesita del temple del sentimiento y de la energía de la voluntad para no ceder ante lo frío y dificultoso del cálculo; el sentimiento de luminoso guía y de prudente freno, y la voluntad de motivo y de sostén en sus resoluciones.

Resalta sin duda la inteligencia cuando nos encaminamos especialmente hacia la verdad y el saber; el sentimiento, si es afectiva la meta del proceso anímico, y la voluntad si se trata de obrar; pero nunca pensamos sin querer hacerlo y sin experimentar placer o desagrado; ni sentimos, apagada la antorcha mental y ausente la voluntad; ni queremos, en completo apartamiento de inteligencia y sensibilidad: no seccionamos lo indivisible, para pensar sin sentir ni querer, ni recíprocamente, sino que, en trinidad indestructible, pensamos, sentimos y queremos conjuntamente.

Hasta lo que nos individualiza o imprime carácter se reviste de tanto mayor valor cuanto más se acerca a lo cabal la armonía en los tres órdenes fenomenales de una sola causa anímica, consciente, racional: la concentración excesiva en el estudio suele dejar inadvertidos o incompletos deberes de sentimiento y actos de voluntad; el predominio del sentir produce la sensualidad y el sentimentalismo, así que el de lo volitivo, la obstinación o la veleidad.

La voluntad, en especulativa abstracción, prescindiendo de lo imprescindible, considerándola desligada de lo con ella en íntima adherencia, es como posición estática, firme equilibrio, actitud hacia lado alguno inclinada, si bien para poder hacerlo en el sentido, cualquiera que sea, que señale el libre albedrío. Pero tal independencia de cofactor, tan íntegro e ilimitado poder funcional, no encarna en la realidad, y, de ser positivo, anularía nuestra superior naturaleza; nos pondría hasta por bajo de la planta y del bruto, que cumplen su destino; nos dejaría inertes la razón, el sentimiento, la conciencia; al azar de ciega dinámica, perturbando el cósmico orden, la ley universal; circulando sin órbita, dejados de la mano de Dios; más bien engendros del mal que creación predilecta del Autor del bien, impuesto como su objeto a todas las criaturas.




ArribaAbajo3 -Momentos o fases del proceso volitivo

Nuestras determinaciones no han de ser producto exclusivo de la voluntad, nuestros actos emanan del alma, concurriendo a la predisposición y acuerdo la totalidad anímica y al cumplimiento la cabal personalidad, siendo momentos, etapas, fases del proceso: actitud apropiada de la voluntad, deliberación, resolución y ejecución.

La primera de aquellas fases es la firmeza de voluntad, el dominio de sí mismo, la resistencia bastante para que nada venza la rectitud que, pues excluye previo derrotero especial, se adaptará dócilmente al que proceda.

En tal estado o predisposición, si se dibuja un hecho a ejecutar, un propósito (de pre y ponere o puesto delante) sobre el que haya de resolverse si es factible y digno de hacerse, se estará en el segundo momento, en la deliberación.

Deliberar (de de y librare o pesar) es discurrir, considerar, premeditar, pesar en la conciencia; y, en efecto, se atiende, se reflexiona, se compara, se aplica al objeto la facultad que califica y justiprecia, la razón; se tienen en cuenta las prescripciones emanadas de la Verdad absoluta y del supremo Bien; la sensibilidad se muestra atractiva o repulsiva; pensamiento y sentimiento se ponen de parte o en contra del objeto a que se han aplicado: fue la deliberación.

Siguela la resolución, el acuerdo o fallo volitivo, la estricta volición, y a ésta, la ejecución, fuera ya del proceso anímico, aunque producto de él, en la que pueden cooperar distintas partes del cuerpo, otras personas que la volente, animales, cosas de la Naturaleza o del Arte; ejecución que a veces no tiene lugar por falta de medios instrumentales, de posibilidad o por anular la decisión ulterior, con plausible acuerdo, si así gana la moralidad; no se deja, al fin, la línea del deber.

En el proceso volitivo entran, pues, la inteligencia, la sensibilidad y la voluntad; presentan activas las tres modalidades generales del alma, que es la que delibera y resuelve; y de aquí el que la conciencia moral signifique hermosa y trina conjunción del pensamiento, del sentimiento y de la volición; el primero, haciendo visible la bondad o la malignidad del acto; el segundo, en el respectivo sentido de placer o dolor, alegría o remordimiento; la tercera, acorde con su naturalísimo y prístino impulso, o contradiciendose, rebelándose contra sí misma al optar por la claudicación moral.




ArribaAbajo4 -Aspiración genuina del alma humana

-El alma, en consecuencia, sólo abona, defiende y ama el bien; de su parte se coloca intelectiva y sensitivamente; no deja de quererle, ni aun al retirarse de él; es su ideal, su amor y su aspiración; ponerse de su lado es ocupar el puesto y guardar la actitud peculiar; volverle la espalda, obrar contra propensión innata, dejarse arrastrar por ajena tirantez, perder la propia libertad, someterse, con repulsa de la razón y del sentimiento, con violencia de la personalidad: «Yo -dijo San Pablo- no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero» -Imaginémonos a padre desdichado que, dejando a su familia en hambre y desnudez, y él en sentimiento rayano a la desesperación, la casualidad le brinda medio ilícito, pero con todas las seguridades del cabal secreto, de hacerse con suma considerable; repletese sus bolsillos; lleve al hogar la jubilosa nueva de pronto ropaje y alimento; pero retornará no con satisfacción, sí con el torcedor del remordimiento; deje en su sitio lo no suyo, y todas las amarguras de la extremada pobreza no le borrarán la más perenne y prepotente de las dichas, la de la conciencia -Nuestra alma quiere el bien, como aspira a la verdad, como ama la belleza; rechaza el mal, como huye del error y le repugna la fealdad: decidirse por el bien es optar por lo único a que, de por sí, asiente nuestra superior naturaleza, usar de la prístina libertad; entregarse al mal, quedar en esclavitud de aquel error, del material apetito, de la descomedida e innoble pasión; obrar degenerados, caídos en baja y maldita servidumbre.




ArribaAbajo5 -Libertad absoluta; ídem moral

Infierese que si la libertad absoluta, inacondicionada, suelta de toda correlación, es árbitra y capaz de elección del bien o el mal, es muy otra la que realmente nos cuadra y enaltece, en armonía, en integridad anímica, acordes la razón, el sentimiento y el querer; actuando la triple virtualidad de la conciencia moral, cumpliendo el deber, colaborando para el orden universal en nuestra vida corpórea, espiritual y relativa, en el concierto social, entre las demás criaturas con que el Hacedor nos puso en correspondencia.




ArribaAbajo6 -Responsabilidad, mérito y demérito moral

Y pues obramos conscientes y libres, tenemos medios propios y revelados de conocer el bien; le percibe, ama y quiere nuestra alma, y el desecharle implica desobedecerla, y a más, a la divina Autoridad, han de imputársenos como sujetos los hechos que a conciencia resolvemos; somos responsables de los mismos; ha de asignársenos el mérito o el demérito a ellos subsiguiente.

Bella y seductora teoría la del bien por ser bien, sin el más ligero matiz o asomo de egoísta interés; alma soberanamente dueña de sí misma, segurísima de su imperio sobre el apetito, la sensualidad, la pasión, la de San Francisco Javier al exclamar, elevando sus preces al Altísimo: «No me tienes que dar por que te quiera; -porque aunque lo que espero no esperara, -lo mismo que te quiero te quisiera.» Pero como el alcance de la posible libertad sale de los límites del bien, somos fuertemente impelidos hacia el mal y contadísimos los que vencen los funestos impulsos, cuentan con toda la necesaria posesión de sí mismos que el nombrado Santo, se explica y justifica el premio, cual eficaz auxiliar y merecido lauro del triunfo, así que el castigo, correlativo a la responsabilidad, elemento contenedor y medio de arrepentimiento: mejor, pues, que reprochar, por informadas en egoísmos y temores individuales, las recompensas y las correcciones aflictivas, será remarcar y censurar la desmoralizadora frecuencia con que se otorgan las primeras y el estado de los centros penales, por lo común, focos y escuelas teórico-prácticas de corrupción.




ArribaAbajo7 -Guías natural y sobrenatural de la voluntad

-Suponemos se traslucirá en cuanto venimos exponiendo que consideramos la voluntad respecto a los actos morales y que, reconociendo los fueros de la razón, nos atenemos a que tiene limitador perímetro, fuera del que se pierde en la negra tiniebla de la indeterminación, hasta con alma privilegiada y rica en saber; que para el inmenso núcleo social son casi o sin casi cosas ignoradas, inadvertidas o incumplidas la posesión de sí, el propósito bien delineado, la deliberación detenida y madura; no olvidando que el sentimiento se enturbia y bastardea a falta de ilustración que le depure y encauce. Hay, por tanto, que admitir cómo proceden, favorecen y ayudan las indicaciones, los preceptos de origen sobrehumano, sin los que la generalidad caminaría a obscuras, al azar, empujada por el apetito, la concupiscencia, la pasión, al abismo de la desdicha personal y común.

Atendiendo asimismo a que escribimos con especial destino a los educadores de la infancia, a los que han de modelar el alma de quienes la ofrecen embrionaria, de cortísimo alcance y ejercicio racional; de quienes los más no experimentarán otra cultura regular, metódica, ordenada que la recibida en la escuela, insensata y dañosa resultaría la abstracción en la Normal y en la primaria del sentido religioso sobre el grave y trascendental punto que tratamos.




ArribaAbajo8 -Llagas sociales

Dase hoy un fenómeno tan generalizado como tristísimo y perturbador, que no pasará en indiferencia y desapercibimiento de los hombres de espíritu cultivado, sano y observador. Se agrandó la esfera del intelectualismo; los conocimientos ganaron en latitud, intensidad y difusión; pero se va materializando el sentir; el querer se encamina cada día más resuelto hacia la riqueza tangible, el goce sensual: el malestar cunde, pocos se reconocen en su centro y satisfechos con su suerte y lugar social; el anarquismo se extiende bastante más de lo percibido por mirada ligera y superficial; apenas nadie se sustrae al anhelo nivelador y en orden ascendente; la clase inferior pugna por ganar la altura de la media y ésta la de la más elevada; el oficial envidia al maestro y el maestro al propietario; el subalterno, en las dependencias públicas, al jefe, y el jefe al que tiene por encima; y si se reputa imposible la igualación por marcha ascensional, se procura el desciende, para nuestra identidad de talla. Ni siquiera precisa, al objeto de justipreciar los desconsoladores asertos precedentes, aguzar la penetración de cómo se piensa, se siente y se quiere; basta fijarse en el mutuo y graneado tiroteo de asechanzas, envidias y otras mezquinas pasiones; en los relatos de irregularidades, amaños, filtraciones..., que a diario hace la prensa periódica; en las demasías que resaltar suelen en viviendas, esparcimientos, porte personal: no parece sino que los despliegues intelectuales, los anhelos, las ansias, los esfuerzos volitivos, tienen por ideal predilecto, si no único, lo sensacional.

Y cuando el mal se extendió tanto y se anticipa de tal suerte que, por doquier, quienes aún no salieron de la infancia, raquíticos de cuerpo y deformes de alma, enfermos en el uno y en la otra, liliputienses tenorios, libertinos en ya corrupto agraz, torpes, deslenguados, obscenos...; fuman, galantean, escandalizan...; cuando todo ello da la clave de las miserias del presente y de las desventuras del porvenir, apremia el remedio, proporcionado a la gravedad de la dolencia y que no ha de dictar de por sí solo, un yo cada vez en mayor afluencia central de egoísmos, apetitos y satisfacciones materiales; remedio que debe buscarse principalmente en la inspiración, en la ley del Autor de la verdad, de la belleza y del bien: eduquemos, iluminemos el alma; acrecentemos el tesoro intelectual; demos curso al sentimiento; respetemos las prerrogativas de la voluntad; mas siempre muy atentos a que lo verdadero, lo bello y lo bueno tienen su esencia absoluta y su residencia plena en Dios.

Como no nos dictan ofuscaciones de escuela, ni acomodamientos de partido, ni superstición de ningún género, añadiremos que las groseras excrecencias morales, el predominio del corpóreo sensualismo, no residen solamente en quienes no se molestan por ocultarlas, si que también en quienes discurren y utilizan el más hábil y engañador modo de llevar las deformidades del alma bien por detrás de brillante y simpática mascarilla, de inexistente pero ostentada virtud; en quienes, a la callada, con el posible secreto, descienden hasta el fangoso seno de inmundas pasiones, adoran a su yo, no les afecta y antes bien explotan la desdicha del prójimo: de beatífica faz y réprobo fondo; en menudeo de confesión y perenne impenitencia; sin preocuparse de que obras son amores y no vanas ficciones.




ArribaAbajo9 -Instinto

La acción fatal, ciega, sin que de ella se aperciba el actor, no constituye personalidad, ni responsabilidad, ni otra cosa que el instinto, la ley a que pasivamente se halla sometido todo ser orgánico; ley cumplida por íntimo, espontáneo e irresistible impulso, sin perfeccionamiento ni progreso, de la propia manera por cualquier individuo de una misma especie; ley conducente a la conservación del uno y de la otra -Nos consta por propio experimento que planta parásita, poco distanciada de a la que ha de adherirse, la encamina sus tallitos y llega a ponerselos en contacto inmediato, así como otra trepadora los dirige, por ejemplo, a cercano objeto donde enroscarse en ascendente espiral -Las arañas tejen sus telas, las abejas fabrican sus panales; los castores, sus viviendas; las aves, sus variadísimos nidos, con inmutables habilidad, forma y tamaño, en el transcurso de los siglos -El hombre cierra instantánea, inadvertida e instintivamente los párpados, si un cuerpo extraño amenaza al aparato de la visión; echa los brazos hacia adelante al tropezar y correr peligro de caer; obra a veces tan en ausencia de deliberación, de racional y libre voluntad, que, ante la perspectiva de ahogarse, lejos de asirse sin dificultar el movimiento de quien acude a salvarle, se le aferra y perecen los dos; que a la voz de ¡fuego! en un teatro, todos se agolpan, se derriban, se amontonan, sucumben no pocos, cuando con serenidad, dejándose guiar por la razón, en corto tiempo nadie quedaría sin salida.

Pero el animal posee y aplica algo más que el instinto: éste le impele, sí, a elaborar la tela, el panal, la vivienda...; mas en su trabajo funciona el elemento inmaterial; atiende, recuerda, imagina, quiere en manera restringida, sin razón ni conciencia, de que carece; en exclusivas relación y aspiración a lo corpóreo o sensacional, de cuyos límites no sale -En cambio el hombre domina los instintos; se abstiene de alimentos y bebidas que apetece; aplaza el llevarlos a su boca, aunque se los demanden imperiosas el hambre y la sed; resiste de por vida el intervenir para la reproducción específica, por más que no anule las aptitudes y las tendencias instintivas o no quebrante su propósito, por inadvertencia, flaqueza o incontrarrestable necesidad.




ArribaAbajo10 -Inclinación

Inclinación es -en el sentido en que aquí tomamos la palabra- tendencia, empuje y torcimiento individual hacia determinada clase de actos, buenos o malos, por lo que ha de observarse a lo que propende cada niño y educarle conducentemente a que aquel personal impulso no quebrante la voluntad e influya en las resoluciones más que la racional deliberación.




ArribaAbajo11 -Apetito

Apetito (de ad o tendencia y petere o pedir, extender la mano para recibir lo pedido) es el estado correspondiente a deseo o necesidad que reclama satisfacción -Así como el alma apetece la verdad, la belleza y el bien, el cuerpo experimenta lo propio respecto a las exigencias individuales y especificas, y como los apetitos sensuales influyen sobre la voluntad y aun la ganan con detrimento del deber, ha de procurarse regularlos en una sana, bienhechora, moral educación.




ArribaAbajo12 -Deseo

Deseo es un movimiento interior, íntimo, psíquico, procedente de la espontaneidad anímica, que se dirige a la voluntad, la solicita se ponga de su parte para conseguir algo sensible o inmaterial, debiendo ella revestirse de la fuerza suficiente, al objeto de no ceder a las seductoras, pero ilícitas tentaciones del deseo: el esparcimiento, después de cumplir lo de obligación; las condescendencias paternales, en cuanto no degeneren en funesta debilidad; el fumador consumado y consumido por la mediana clase de lo que usa y que tropieza con caja de ricos habanos, podrá, con venial falta, sustraer alguno, si pertenecen a su padre o hermano; en modo alguno fuera de éstas o análogas circunstancias atenuantes.

Acrecentado el deseo, se torna en anhelo, en respiración precipitada de las pasiones, «del aliento del espíritu, del vaho del alma» Otra variedad en la progresión creciente de aquel deseo, es el ansia o angustia anímica, el impulso desiderativo en sus últimos grados de vehemencia, y que se distingue del anhelo en que éste es como rapidez en la impulsión, y aquélla, congoja, opresión, padecimiento: se desea con ansia la riqueza, por ejemplo, mediante alto premio de lotería; se trabaja con anhelo para enriquecerse.




ArribaAbajo13 -Capricho

Capricho (según Litré de capra y en sentido de salto de cabra) es el frecuente e infundado mudar o saltar de los actos volitivos; y, con más exactitud, cualquiera de los últimos, no informado por la razón, sino por genialidad, porque sí.




ArribaAbajo14 -Ejemplo

Ejemplo (de exemptum o sacado hacia afuera, mostrado, expuesto) es el hecho o línea de conducta que se exterioriza, se exhibe y promueve la imitación, sobre todo de parte de sujetos que, por deficiencia de edad o de cultura, son de escasa fuerza de voluntad y motivos de deliberación -Desempeña importante papel en la obra de la educación.




ArribaAbajo15 -Hábito

El hábito proviene de la repetición sucesiva de una misma serie de actos y aumenta cada vez más la tendencia a ejecutarlos, hasta punto menos que espontáneamente, casi sin conciencia -Es base fundamental de cultura, de aprendizaje, de educación, de perfeccionamiento, de progreso; pero, si de índole perniciosa, allana el camino e impele para transitar por reprobadas vías; la virtud es el hábito de obrar bien; pero asimismo el vicio, el de proceder mal -Como el hábito no cohonesta las acciones pecaminosas ni exenta de responsabilidad, en cuanto lo somos de haberlo contraído y de no desarraigar el nocivo, de aquí el vivo celo y sumo esfuerzo que a su tratado ha de dedicar el educador -Con fundamento dijo Hegel que los malos hábitos son los únicos que hacen perder al hombre una parte de su libertad; pero que el del bien, el de practicar lo que la moral aprueba, es la libertad misma.




ArribaAbajo16 -Carácter

El conjunto y la correspondencia de los hábitos iniciados en la edad primera y robustecidos y arraigados en las sucesivas; de las inclinaciones, de los deseos, de los caprichos y de las pasiones predominantes en cada uno, da por resultado el individual carácter.




ArribaAbajo17 -El alma y el cuerpo al nacer

Si la relación que lo indicado guarda con la voluntad explica y aconseja su no omisión en el tratado prasológico, del propio modo no debe prescindirse de ciertos casos, períodos temporales y estados en que la responsabilidad moral amengua o desaparece.

Cuantos se preocuparon y preocupan por lo que es y cómo se constituye el hombre en la sucesión de las generaciones, vienen fijándose en el punto inicial de la existencia del cuerpo y del alma; formulándose demasías que llegan hasta la deificación, por considerar a nuestro espíritu como partícula de la divinidad, suponerlo emanado de la substancia misma de su Autor o determinación -dicen- de aquella indeterminada substancia divina, y también cayendo en el grosero y enorme error de que el alma se deriva de los padres y es por éstos transmitida al procrearse, cual si de actos y elementos materiales pudiera resultar la antítesis de la materia.

Atengámonos al Génesis bíblico respecto a la primera pareja humana, y en cuanto a las sucesivas, a que Dios no abandona su obra, sino que la asiste con su Providencia: para no verlo, precisa estar ciego, no apercibirse de cómo sólo interviniendo sabiduría y poder infinitos se dan estructuras tan complejas cual la de nuestro cuerpo; tan admirables cual la fragante y matizada flor; tan portentosas cual las no perceptibles a la simple vista, pero que el microscopio enseña su variado organismo.

Nuestra razón y nuestra fe nos señalan, pues, la procedencia del alma, su creación en el momento en que ha de unirse al cuerpo, momento acerca del que Santo Tomás supuso será el mismo en que aquel cuerpo llegó al estado de organización propiamente humana.




ArribaAbajo18 -Marcha gradual al estado de discernimiento moral

El niño aparece al mundo con su doble naturaleza, latente la espiritual y en espera hasta que comience a servirla su instrumentación corporal. Sin tardar mucho, se hace patente el funcionar de los nervios sensitivos y motrices, de los órganos de los sentidos, de los músculos y de los huesos; la criatura ve, oye, agita manos y pies, llora, sonríe, grita, se alegra, se entristece, se sorprende; luego pronuncia palabras sueltas; más tarde las combina en oraciones, cláusulas y períodos; habla, exterioriza las primicias de sus actividades anímicas; se asiste al alba, a la aurora, al matutino crepúsculo de la vida racional; pues quien palabrea, oraciona o entró en lenguaje oral articulado, peculiar de nuestra especie; usa signos privativos de un espíritu superior, ya en rudimentaria función.

Si entre los tres y seis años de edad observamos a los párvulos en una de sus escuelas, encontraremosles alegres, en apariencia jugando, pero realmente en el punto de partida de educación e instrucción metodizadas: la pelota, la esfera, el cubito...; el papel, que pliegan, recortan, pican y sobre el cual dibujan; el jardín, en que siembran, plantan, escardan..., les sirven de recreo, y a la vez, de medios de adquirir conocimientos de Religión, Moral, Historia, Matemáticas, Ciencias físico-naturales...; de motivos para atender, comparar, juzgar, raciocinar, inducir, deducir, analizar, sintetizar, conocer con razón y a conciencia, encauzar el naciente sentimiento hacia el amor al trabajo y otras virtudes individuales y sociales; decidir la voluntad por la práctica de lo útil, del bien; aunque en las primeras zonas de su prístina esfera, siguen ya la línea de nuestro destino, marchan como hombres. Y si así se despliega y funciona su actividad anímica, entro los tres y seis años de edad, que el proceso se revestirá de mayor variedad, latitud e intensidad en el siguiente período trienal o de la escuela elemental, es tan palmario e innegable como que en ésta y en la de párvulos el niño verifica la distinción de gran número de hechos y de cosas, llegó al discernimiento, en el sentido absoluto que le da la Academia de la Lengua, al decir que es «juicio por cuyo medio percibimos y declaramos la diferencia que existe entre varias cosas».

Sin embargo, filósofos, psicólogos, pedagogos y legisladores convienen, muy fundadamente, en que el grado y el alcance de la vida moral del niño, mientras el plazo a que nos hemos referido, no bastan para reconocerle en propia y bien deliberada resolución de sus actos; nuestro Código penal establece que no delinque y está exento de responsabilidad el menor de nueve años, ni tampoco el mayor de esta edad y menor de la de quince, a no ser que haya obrado con discernimiento, en cuyo caso se le impondrá pena discrecional, siempre inferior en dos grados, por lo menos, a la señalada por la ley al delito que hubiere cometido.

No porque en el primer decenio de la vida se encuentre lo racional en las primeras jornadas de su excursión terrena, ha de considerarsela en las condiciones indispensables para reputar al individuo íntegramente responsable de sus actos. Si procede cual hemos indicado, debese a la directa y decisiva mediación de la personal guía educadora: retiresele ésta, quede entregado a sí mismo y obrará a merced de lo sensacional, juguete de las inclinaciones infantiles, del apetito, del deseo, de la pasión naciente, nada duradera, como fugaz explosivo, pero que al estallar, maltrata, hiere, aunque agresor y agredido jueguen muy en breve, lo mismo que si entre ambos nada hubiera acontecido.

La fuerza de voluntad es torcida por múltiples impulsos apetitivos y desiderativos, derrumbada por el anhelo, la ansiedad, la pasión; la deliberación adolece de deficiencia suma en el proceso reflexivo; la razón dista todavía mucho del estado de capacidad para justificar y dirigir los móviles hacia el cumplimiento del deber; la conciencia moral no presta ni con mucho luz y calor bastantes al objeto; el discernimiento, cuya definición académica dejamos transcrita, no es el referente a la distinción del bien y el mal, de la responsabilidad, del daño, de las consecuencias de los hechos, las más desconocidas en la edad a que nos referimos y desde luego no percibidas, en cuanto la previsión apenas si en la niñez se extiende más allá de las impresiones y efectos inmediatos, de satisfacer al goloso paladar, cuando se le proporcionan dulces, puestos al alcance; de jugar, cuando se ahueca y destruye el tierno arbolito; de entregarse a propensión natural cuando se dispara el canto que quién sabe dónde ha de chocar o a quién herirá. ¿Cómo discurrir que mide y medita los efectos de los hechos en los demás, el niño que no lo verifica con respecto a los que le afectan directa, inmediata y decisivamente, si a poco de perder al autor de su existencia, de quedar en glacial orfandad y crudo desamparo, ríe, grita, corre, salta, juega, cual si fuera el más feliz de los mortales?

El momento en que el proceso volitivo ha de ser considerado como digno de imputación y responsabilidad, no se precisa con la exactitud que el orto y el ocaso solar, porque ello depende de variables circunstancias del individuo y de la cultura: hay quien a los diez años obra con aplomo, serenidad, sangre fría y premeditación propias del adolescente o adulto, y, por el contrario, quien llega a tres lustros cumplidos sin apenas haber perdido las características notas infantiles: en las comarcas a que alcanza poco el oleaje mundanal, se arribará a la pubertad con extraordinaria pobreza intelectual, pero también a salvo de corruptores ejemplos sociales, al paso que el continuo roce, la múltiple e incesante comunicación, propia de las ciudades, da el fenómeno contrario.

Deducese que lo que viene ocupandonos es de interesante conocimiento y aplicación por el Maestro, que ha de estudiarlo concienzudamente, observarlo en la niñez, cuya modelación se le encomienda; fijándose con atención suma, no sólo a fin de acomodar su acción a las tendencias, a las pasiones, a las particularidades de cada discípulo, sino por si se le llama a informar como perito pedagógico, hacerlo con acierto, buen acopio de datos, cabal suficiencia, sin cooperar con su torpe dictamen para el fallo contra justicia, con lesión sobre la inapreciable fama del procesado, con descrédito para sí mismo y aun para la clase a que pertenece.




ArribaAbajo19 -Vigilia, sueño, soñar o ensueño y sonambulismo fisiológico

El ser dotado de vida la despliega en todas sus fases y direcciones, responde a los agentes y estimulantes, da curso a su actividad y ejercicio a sus aptitudes, entra en comunicación con lo que le rodea y se le relaciona: está así en vigilia.

Pero no obra, no acciona y reacciona sino a expensas de sus energías, que se desgastan, amenguan y, por tanto, necesitan sucesiva restauración, a cuyo efecto, aquel ser cierra sus comunicaciones con los demás, se concentra en sí, se consagra a reponerse: pasa al estado de sueño.

Ambas correlativas y periódicas fases de la vida llegan a ser consideradas por algunos hasta en el planeta que habitamos, y del que dicen que, como dotado de acción y producción, relacionado con el centro del sistema a que pertenece, vela cuando y donde le baña, acalora o ilumina directamente el Sol; reposa en caso contrario, y refleja una y otra situación sobre los seres que le pueblan, con tanta menor eficacia cuanto más se alzan los últimos en la escala de la relativa superioridad, cuanto mayor sea su espontaneidad, su propio movimiento, su libertad de determinación.

Velan y duermen las plantas, patentizándolo en sus hojas, en sus flores, en sus emisiones gaseosas, en el curso de sus jugos vitales; velan y duermen los animales, y aun sueñan, según lo atestigua la experiencia sobre los de ciertas especies; vela y duerme el hombre, que es en quien nos interesa aquí estudiar las dos caras del fenómeno.

El cuerpo humano, mientras su vigilia, es organismo en ordenada, armónica función, yendo a compás el sistema nervioso en sus mitades, secciones generales o subsistemas cerebro-espinal y ganglionar y con los sistemas óseo y muscular; llevando al aparato digestivo lo que ha de experimentar los cambios conducentes al acondicionamiento para la renovación celular, la conservación orgánica -El espíritu, durante dicho estado, ejercita en acorde nota las modalidades de su poder, atiende, piensa, compara...; todo bajo la obra directriz de la razón, las resoluciones de la voluntad, el mediar del sentimiento, el informe de la conciencia -Y como cuerpo y espíritu coviven, están en unión, no accidental como el jinete y su cabalgadura, sino substancial, de íntima compenetración o correspondencia, han de acomodarse, concertarse recíprocamente en su vigilia, facilitando el primero dóciles y despiertos instrumentos al segundo para que le reciba sus influencias, así que las del mundo exterior; exprese sus pensamientos y ejecute sus resoluciones, deliberando y dictando el alma lo necesario al buen ejercicio del cuerpo, al empleo de sus virtualidades, a la conservación material del individuo y de la especie: la vigilia íntegra del hombre implica, pues, el movimiento en la vida de relación, en el medio de correspondencia mutua, en los sistemas nervioso y locomotriz voluntario, que también se desgasta al actuar, y, en consecuencia, también le precisa la reparación -He aquí un triple aspecto de la vigilia, en el que ha de procurarse armonía, porque el desequilibrio para en desorden, en quebranto o en lesión del elemento físico o del psíquico, o de ambos a la vez, en el uno por carta de más y en el otro por carta de menos.

Tal trifurcación de la vigilia motiva diversidad, asimismo trina en el sueño, durante el que las facultades anímicas aflojan la intimidad de sus lazos y atenúan su actividad punto menos que hasta la suspensión; el cuerpo se mete en su interior, se entrega a su cuidado, se sustrae hasta lo sumo de lo demás, continuando en cambio el proceso nutritivo, la digestión, la circulación, la respiración, lo respectivo a conservarse; prosigue la función del subsistema ganglionar, mas hacen paréntesis en las suyas el cerebro-espinal, los órganos sensacionales, el conjunto óseo-muscular: el hombre duerme, y si lo verifica en tan cabal manera, estará en sueño general, íntegro, beneficioso en su mayor grado.

Ni el cuerpo ni el espíritu suspenden completamente su actividad en el sueño: ya hemos visto que el primero no interrumpe su vida vegetativa y añadimos que el espíritu se queda como en guardia y los órganos de relación, dispuestos a volver de pronto al servicio anímico: si la posición es molesta, se la cambia, sin cesar el sueño; si la ropa demasiada, molesta o sofoca, se la ahueca o retira; el más ligero resplandor, si extraño o no habitual, despierta súbitamente al acostumbrado a dormir en estancia iluminada y aun a la luz directa del sol; el más leve ruido, si también inusitado, a quien se entrega a sueño profundo cerca del rodar de carruajes o el martilleo de herrería: hasta se mide el tiempo, se torna a la vigilia a la hora en que uno se levanta de ordinario o a la extraordinaria que la voluntad señaló al acostarnos.

En ocasiones, frecuentísimas, el cuerpo duerme y el alma prosigue o reanuda su ejercicio, a veces tan regular y felizmente, que se verifica en forma correcta e inspirada, que nos ha acontecido y acontece el conciliar el sueño corporal, pero continuando nuestras reflexiones o volviendo a ellas sin despertar, fenómeno actualmente muy repetido, sobre la materia que nos ocupa y en cuya labor entran porciones que no desdicen de las correspondientes a la vela, obtenidas con vencimientos de dificultades antes no salvadas, con aclaración de dudas sin resolver al dormirnos; cual si la razón y la conciencia, por nada distraídas ni enturbiadas, acrecentasen su poder -Esto, que algunos presentan como testimonio de posibilidad de vida espiritual pura, ha hecho a otros preguntar si, en tales casos, el cuerpo duerme y el espíritu sigue despierto.

No sólo actúan los elementos investigador y reflexivo, si que también la memoria, que aporta datos, pues que nadie sueña acerca de lo que ignora en absoluto; del propio modo que la imaginación exhibe al soñador un animado mundo de entidades y de hechos de la vida individual, doméstica y social, alegres o tristes, placenteros o dolorosos; ora festejos o espectáculos, bien enfermedades, agonías, fallecimientos, cortejos fúnebres o inhumaciones: la sensibilidad y la voluntad aparecen asimismo en su indefinida serie de variedades y gradaciones fenomenales.

Tal es el soñar o ensueño, aunque a menudo verse sobre lo que ni por asomo ocupara en la vigilia, y que puede revestirse de intensidad y efecto suficientes a provocar la acción de los órganos y aparatos de la vida relativa. En este caso, no sólo se tiene la imagen de lo soñado, sino que se realizan actos, se habla, se canta, se ríe, se llora, se anda..., se está en lo que pocos dejarán de conocer por su propia experiencia, en el sonambulismo fisiológico, único de que habremos de ocuparnos, porque otro no precisa a nuestro objeto y no sentimos aficiones de magnetizadores, de hipnotizadores.

A veces, hablamos fuerte y distintamente, sin extraordinario esfuerzo, sin que se interrumpa el dormir; otras, por el contrario, pugnamos por hacerlo, y a lo más, llegamos al inarticulado grito, penoso, despertando con malestar, también sentido cuando en vano queremos movernos; pesadillas comúnmente ocasionadas por dificultad en las funciones digestiva, circulatoria y respiratoria, o en los niños, por el necio relato de terroríficos cuentos, del mismo modo que los adultos suelen soñar acometidas, robos, asesinatos, si de ello conversaron no mucho antes de acostarse o vieron la comisión de análogos hechos.

Nos es indudable que, sin dejar la cama, sin más que alargar el brazo, se coge de la mesa de noche la copa o el recipiente urinario, bebiendo agua o ejecutando evacuación líquida, respectivamente, sin, al efecto, cesar el dormir; así que conocemos mucho a quien, soñando jugar a la pelota, asestó un regular puñetazo a su acompañante personal.

Pero los que sufren el sonambulismo en la forma, repetición y grado necesarios para que se les tome por sonámbulos, en el sentido que generalmente se entiende, abandonan el lecho, recorren departamentos de la casa, se entregan a ciertas ocupaciones, abren ventana o balcón y se asoman, acaso con un niño en los brazos; salen y andan por el tejado, bajan la escalera y proceden con seguridad y acierto, perdidos al despertarles bruscamente.

Los actos realizados en el curso del sonambulismo no acusan responsabilidad, puesto que no los mide la voluntad firme, bien asesorada, libre y a conciencia de ellos: no cabe, por otra parte, inferir que denuncian los ejecutados en la vigilia, en cuanto suele soñarse lo que jamás se realizó -Mucho más probable es que cada cual sueñe acorde con sus inclinaciones, deseos habituales, temperamento, carácter: el cobarde, que huye, evita o recibe el golpe; el de índole contraria, que se atiene a que da dos veces quien da primero o gana el pleito quien pega antes: nos libraríamos, pues, de criado que, sonambuleando, se entregara al hurto, y de tomar por compañera a la que en aquel estado, semejase plaza que acaba por rendirse.




ArribaAbajo20 -De otros estados personales que amenguan o anulan la responsabilidad personal

Danse otras situaciones personales en que la voluntad no funciona íntegra y regularmente, y, por tanto, la responsabilidad se tiene como disminuida o nula; situaciones de que diremos algo, porque encajan en la materia prasológica y porque el Maestro interviene con motivo de algunas de aquéllas, ya como educador, bien como perito antropogógico.

Comúnmente se las sintetiza en dos: la imbecilidad o cuando las facultades del alma se presentan embotadas, decaídas y a un punto menos que en cesación de su actividad, y la locura o cuando funcionan en desorden, extravío, exaltación.

Los consagrados facultativamente a la cura de tan terribles lesiones o enfermedades, hacen de ellas otra clasificación, atendiendo a su origen; para decidir si cabe combatirlas con fundada esperanza de éxito y, caso afirmativo, estudiar y aplicar los oportunos remedios: en lo poco que expongamos nos atendremos a esta división técnico-experimental.

Imbecilidad (de in o sin y bacillus, báculo o bastón) -Alma falta del apoyo, del esencial medio del cerebro, atrofiado, deforme, incapaz para su objeto, ya desde el nacer o desde muy pronto, por lesión, desfiguración motivada por funestas presiones en el tierno cráneo, por nocivas influencias climatológicas, cual en los infelices cretinos de los suelos montañosos, etc., etc.

La incapacidad, la impotencia, la parálisis mental a que nos referimos, puede llegar hasta el punto de que su mísera víctima apenas revele otros movimientos que los de la vida vegetativa y ésta sin prolongarse comúnmente más allá de los treinta años de edad, mucho más corta todavía, si mano ajena no ayudara al paciente en operaciones tan indispensables como las de vestirse, desnudarse, acostarse, levantarse, comer, beber y desprenderse con cierta limpieza de los residuos de la nutrición. El así imbécil, tiene el espíritu inerte, tenebroso y frío, sin luz intelectual, ni sensitivo calor, ni determinación de la voluntad; no habla, casi anda; alma como muerta en vida y que cuanto antes se desentienda de un cuerpo que no la sirve, cesará más pronto el sufrir de los allegados a quien ni conoce, ni quiere, ni goza, ni padece.

Tal es la idiocía o idiotismo; tal es el idiota, el apartado, en sentido etimológico; y bien lo está de todo el infeliz que casi de nada se apercibe, pues nada le afecta ni decide -Llamasele asimismo estólido o estulto o macizo, espeso, en cuanto su cerebro semeja, por lo escasísimo de sus efectos, a masa tan compacta cual inmóvil: denominasele igualmente estúpido, absorto, estupefacto, como clavado en un punto u objeto de mirada y atención, aunque sin ver ni percibir.

Pero no es lo más generalizado esta hórrida plenitud de la imbecilidad: sin dejar de existir, ella presenta múltiple escala entre sus afectados. En los a quien menos falta para el cabal idiotismo, ya algunos puntos luminosos salpican, interrumpen el negro fondo de la conciencia; ya la sensibilidad emite cierto calor, ya la voluntad esboza resoluciones, ya se rudimenta el lenguaje articulado, ya se anda, aunque con torpeza; ya las manos se prestan a lo más fácil y común de su rico, variado y precioso servicio -Acentuándose más el día, la vida del alma, crecen la cifra y la diversidad de los tontos, memos, simples, bobos, babiecas, sietemesinos...; gran multiplicidad, numerosos sumandos, cuya masa supuso Salomón rayana con lo infinito, juicio en que se habría confirmado más y más, a vivir en los tiempos presentes, de tanta acción y exhibición social, de tantas colocaciones y tantos colocados, de tantos empleos sin hombre.

Dentro de la escala de la imbecilidad, cabe, pues, responsabilidad íntegra, atenuada y nula, cabe acrecer o amenguar la opacidad mental, según el trato y ocupaciones que se asignen al desdichado imbécil; cabe la educación y también la instrucción; cabe habilitar para la agricultura, las artes, etc.; lo que deben tener muy en cuenta padres y mentores: lo que no cabe es que los reputados con justicia de tontos, hagan gran cosa en nada que reclame predominantes talento y saber: podrán doctorarse, ocupar la tribuna o la poltrona, dar materiales a la imprenta; pero a cualquiera será dado, sin el más leve riesgo de sufrimiento, ofrecerse a que le claven en la frente los milagros que hagan como oradores, estadistas, literatos...; que lo que natura no da, Salamanca no presta.

Hay un estado análogo, en lo que de él se exterioriza o salta a la vista, a la imbecilidad, que, como ésta, tiene su plenitud y sus grados de mayor a menor, pero que se distingue de ella en su procedencia y en que admite curación. Proviene de grandes desgastes o perturbaciones cerebro-mentales y es más propio, en consecuencia, de la edad madura y aun caduca, si bien se registran casos, demasiado repetidos en esta época de impaciencias y apresuramientos paternales, de adolescentes o impúberes despejados, estudiosos, con brillantes notas académicas, que de repente se emboban, se alelan, sufren la pena merecida por imprudentes jefes de familia y a veces también por los excesos de una precoz licenciosidad.

El padecimiento a que nos referimos es el que por afamados y eminentes alienistas recibe el nombre de demencia, generalmente extensivo a toda clase de enajenaciones mentales.

La demencia implica siempre empobrecimiento, debilidad, atenuación de las energías de la vida relativa y espiritual: el demente es una ruina, un resto de lo que fue el funcionar de los instrumentos sensacionales y motrices, de la inteligencia, de la sensibilidad y de la voluntad.

A veces, no pasa la demencia de decaimiento en las actividades indicadas; pero si la inteligencia resulta impotente para los grandes cálculos, las prolongadas y profundas reflexiones, la formación y asociación de las ideas abstractas y generales, sigue capaz para lo de esfera menos elevada del atender, del pensar y del conocer; la razón vale aún para guía en el mayor número de las acciones; el sentir dista bastante de haberse apagado; la voluntad prosigue libre y responsable; el individuo puede continuar en funciones y quehaceres ordinarios, no de gran trascendencia, cálculo, concentración mental -En ocasiones, el decaimiento se acentúa hasta el grado de insegura y nada penetrante atención, memoria borronosa, imaginación en que ya se delinea muy poco; razón, voluntad y conciencia que desfallecen; sujeto que si conserva reducida y perezosa habla, se viste, se desnuda..., se vale a sí mismo, quienes le rodean deben darse por satisfechos con tales vestigios de lo que el paciente disfrutó -Por último, que el lenguaje articulado casi, o sin casi, se extinga, que el alma se anuble y postre, que la luz intelectual apenas se deje percibir, que se mire impasible hasta a lo antes entrañable, que la voluntad no se determine, que hasta se dé la parálisis en la vida de relación; y se estará en el eclipse total del alma, en la plenitud de la demencia, en estado que se confundiría con el idiotismo, a no conocer su origen; pero estado del que la naturaleza o la ciencia pueden redimir al enfermo, cesando entonces aquel eclipse, volviendo a la luminosidad, al calor, al movimiento de la hermosa vida racional.

Existe otra clase de enajenación mental -también, como la demencia, enfermedad idiopática o de las que forman unidad en la serie de las dolencias humanas, no son síntoma ni efecto peculiar de otra- que, reverso de aquella demencia, consiste en la hipertrofia y desarreglo explosivo de la vida cerebral-anímica; en las demasías e irregularidades funcionales del alma y de sus órganos instrumentales: es la comúnmente llamada locura, alienación, enajenación, pero que suele particularizarse con el nombre de manía.

De locos o maniacos está lleno el mundo, dicen unos; la sociedad es un inmenso manicomio, afirman otros; asertos cuyo triste realismo puede cualquiera comprobar de por sí, sin más que fijarse en tantos y tantos lunáticos, idos, chiflados..., maniacos como andan sueltos, a pesar de que, no inofensivos, cual los imbéciles y dementes, se les pone a buen recaudo cuando se muestran peligrosos, acometedores.

El maniaco, en grado máximo, acusa un como desbordamiento personal: sus sentidos y su imaginación lo someten a alucinaciones y fantasmas, a quienes ve y oye, que le amenazan o le acarician, lo llaman o le repelen; a los que contesta iracundo o acobardado, a los que hace frente o de quien huye despavorido; percibe delectadores conciertos u horribles algarabías; sus ideas chocan, se atropellan, se asocian disparatadamente; su lenguaje corresponde al desbarajuste de lo expresado; sus movimientos tienen bruscas paradas o se aceleran hasta lo sumo; su musculatura despliega asombrosa fuerza: movimiento en torbellino, sin línea directriz y cuya prolongación conduce al aniquilamiento de las energías, a la anticipada muerte.

De ordinario, la manía no se pronuncia ni generaliza tanto; afecta predominantemente a lo intelectivo, sensitivo o volitivo y aun presenta unidad de forma y de carácter (monomanía), si bien, cualquiera que sea su especialidad, el alma toda, como simple o indivisa, ha de resentirse.

Lesionada la inteligencia, el paciente se juzga filósofo, matemático, naturalista, inventor...; así que, cuando la sensibilidad, tienese por desposado con la Estética, y autor de admirables creaciones artísticas; se considera objeto de amores, odios, protecciones, venganzas; vesele triste, receloso, en lipemanía; o alegre, feliz, rico.... en keromanía -Reputase poseído del demonio (demonomanía), o convertido en gato, perro, lobo; llegando hasta a internarse en los montes, ladrando, aullando, comiendo la carne y bebiendo la sangre del ser viviente en que hace presa (zoantropía).

Como tipos de monomanía se citan, entre otros: la homicida o impulso ciego, irresistible que, contra voluntad, razón y conciencia, obliga al enajenado a herir, a matar; la antropofágica, que le conduce hasta a devorar carne humana; la suicida, a atentar contra sí mismo; la piromática, a incendiar; la necromática, a profanar y destrozar en cementerios y cadáveres; la kleptomática, al robo; la erotomática, al delirio amoroso y aun al empuje de la mujer hacia el hombre y viceversa (ninfomanía y satiriasis); la dipsomanía o propensión invencible a las bebidas alcohólicas; y la estupidez monomaníaca, cual el caso citado, tratado y curado por el célebre alienista Esquirol, de quien asegura permaneció buen plazo sin vestirse, desnudarse, comer, hacer nada de por sí, en parálisis que, restablecido, afirmaba era obediencia a imperiosa e interior voz, que le decía: Quieto; que si te mueves, eres perdido, perecerás.

A más de los padecimientos idiopáticos que privan al hombre de su genuina condición de racional, libre y consciente, existen otros sintomáticos o indicadores y efectos de ciertas dolencias, estados fisiológicos o acción de determinadas substancias; cual se nota, por ejemplo, a causa de fiebres, histérico, epilepsia, catalepsia, narcóticos, anestésicos y abuso del alcohol.

Las bebidas que contienen al último, obran sobre el cerebro, lo alteran, desordenan sus funciones, excitan y también aplanan las energías espirituales; embriagan, cuando por exceso o nociva composición, dejan de ser provechosas y se tornan en perjudiciales.

La embriaguez a que ahora nos referimos no es la ebriosidad dipsomaníaca o dipsomanía, antes citada entre las enfermedades idiopáticas, causas de desarreglos, irresistibles impulsos, caídas del paciente; sino el efecto de determinaciones voluntarias, de que queda responsable el individuo.

Un sujeto -muchos, por desgracia- debe a Dios buena organización cerebral, poderes anímicos en regular función; pero, porque quiere, porque no se hace fuerte contra la tendencia que le encamina hacia brutal y degradante hábito, abusa de licores que, en dosis y en tiempo oportunos, accionan favorablemente sobre el organismo, y el exceso le motiva anormalidad vital. Hasta cierta cantidad y repetición de las libaciones, el bebedor se presenta locuaz, ocurrente, chistoso, alegre, chispeante; más allá, la excitación nerviosa, lo convulsivo, ojos que centellean, rostro encendido, lengua que no respeta secretos, empaña reputaciones, taja, provoca, insulta; actitud temible, peligrosa para los que se encuentren junto al beodo. Después, el delirium tremens, o el aplanamiento; las alucinaciones de los sentidos, los fantasmas imaginativos, el aparente giro de los objetos en torno del ebrio, las eses al andar; o el asqueroso babeo, el tumbo, el abyecto estado del hombre en degradación tal, que le hace semejar al cerdo, como ha dicho un notable escritor.

Consecuencias, la mengua o desaparición del patrimonio, la incapacidad para el trabajo, la miseria, los malos tratamientos, la desventura en el hogar, la pérdida de la salud, la comisión del crimen, el calabozo, el manicomio y la muerte anticipada para la víctima de la embriaguez.

Renunciamos a ocuparnos de la última en el sentido de responsabilidad, de cómo se la ha considerado en los distintos períodos históricos, pueblos historiados, publicistas y códigos penales; y terminamos manifestando que los educadores domésticos y escolares han de tener muy presente lo que les incumbe respecto a las perturbaciones anímicas, por nosotros tratadas a la ligera, acerca de las que no omitirán nada de lo de su parte, a fin de que la imbecilidad no crezca y sí se atenúe lo posible; de que los indicios de locura, los rasgos de la manía sean combatidos no bien se les advierta; de que el loco sea sometido cuanto antes a facultativo tratamiento; de que los niños adquieran intuición clara y fiel de la embriaguez y sus consecuencias; piensen, sientan y quieran lo procedente sobre las bebidas alcohólicas; se pongan en guardia contra los abusos de las mismas; experimenten repulsión hacia el acceso, permanencia, juegos y consumo en el malhadado centro que lleva el nombre de taberna.








ArribaAbajoParte segunda


ArribaAbajoCapítulo IX

Educación.



ArribaAbajo1 -Educación y cortesanía

La Educación humana -de la que nos ocupamos con cierta amplitud en el capítulo preliminar- es en síntesis el hecho y el resultado de favorecer y guiar nuestros elementos y aptitudes para que cumplan los respectivos objetos que les asignó el Creador.

Bien poco ejercicio de razón precisa para convencerse de que la educación tiene que ser preservadora y curativa o higiénica y medicinal. No facilita aquel desarrollo, y sí le dificulta o daña, quien no aparta de donde o de lo que puede obstruirle o entorpecerle; quien, producido el desarreglo, el desvío o la caída, no se preocupa por el restablecimiento del orden funcional, por la vuelta del extraviado a la línea que debe recorrer, por levantar a lo que salió de su verdadera base de sustentación. No merece el nombre de educador, y sí el calificativo que le suponga en abierto divorcio de su ministerio, quien, con su ineptitud, torpeza o negligencia, conduce al estado de donde habría de alejar, ocasiona el mal que hubo de prever o impedir, le agrava en vez de atenuarlo y aun hacerle desaparecer.

Y ¡cuánto se da de esto, que constituye el viceversa de la genuina y bienhechora educación! Madres y agentes familiares ignorantes y descuidados, no sólo prescinden de lo conducente a la posible evitación de desórdenes corporales más o menos graves, no sólo tratan a ciegas y con culpable indiferencia lo respectivo a alimentos, bebidas, vestidos, temple, limpieza, ejercicio, descanso y demás decisivo sobre la frágil vida de la niñez, que por varios años depende de su custodia y está a merced de sus naturales cuidadores; sino que motivan desfiguraciones óseas, musculares..., que duran y mortifican por toda la existencia terrena; que achican o perturban el uso de la razón; del propio modo que gran parte de la numerosa mortandad infantil, se ocasiona en el desacierto y abandono doméstico -Apenas es secreto para nadie que la generalidad de los locales escolares, por carecer de dimensiones, de aire respirable y de luz, originan enfermedades, propagan y conservan las epidemias, producen frecuentes miopías; sirven para la atrofia y las dolencias, más bien que para el desenvolvimiento humano y la preservación y cura de las últimas. Tampoco es raro ni ignorado el que ciertos maestros, haciendo todavía menos de lo que los es dable en punto a limpieza, ventilación, posiciones de sus discípulos, más bien que alejarles, les enderezan el mal, adaptando la enseñanza y la correlativa instrucción al rutinarismo y a la inconsciente memoria orgánica; entorpecen las más fecundas y superiores energías del alma; así como se concibe funesta deficiencia en evitar la nociva ejemplaridad o en corregir cuando se manifiestan el vicio, la pasión, la enfermedad moral.

La higiene y la medicina forman, pues, partes integrantes en la educación del uno como del otro elemento de nuestra doble naturaleza; pero no se necesita incluir el concepto en la gráfica definición de la primera; comprendese, aunque tácito, en manera innegable, al decir que aquella educación ha de favorecer y guiar el desarrollo: mal haría esto quien, en lugar de impulsar, promover y allanar, detuviera, sofocase, dificultara; en vez de corregir y volver al orden turbado, le alterase o agrandara el desarreglo.

La obra, el cultivo educador no es un trabajo estéril, sino fecundo, de fructificación, de lo que hemos dicho resultado, y que el educando patentiza en su palabra, en su porte, en sus maneras, en su trato, en lo que constituye otro concepto expresado también con el vocablo educación, nombrado el efecto con el designativo de la causa y del hecho que le producen. En este sentido de cortesanía, urbanidad, reviste bastante importancia e incumbe al educador, por lo que la mencionaremos repetidamente en nuestras sucesivas consideraciones, aunque no con la riqueza de pormenores y reglas correspondientes a un especial tratado de la materia.




ArribaAbajo2 -Simultaneidad de la labor educadora

Nos ocupamos, cual todos los pedagogos, del total contenido de la educación en secciones aparte, porque así lo exigen el método y la claridad del discurso y para facilitar la comprensión al lector; pero el educador no puede proceder tan separadamente. La substancial y mutua compenetración de cuerpo y alma, así que los efectos que sobre el uno y la otra producen ciertos agentes, obligan a educar respetando aquella conjunción: los órganos de los sentidos, por ejemplo, imponen de un lado el cultivo corporal, y de otro el del alma, que, inmediatamente después de la impresión, de la transmisión y de la recepción, actúa como consciente, senciente y volitiva; las bebidas alcohólicas, verbigracia, obran sobre el elemento animal, pero asimismo sobre la razón, el sentimiento y la voluntad -Esto así, con respecto a cuerpo y alma en simultaneidad, se ofrece, si cabe, en manera más pronunciada con referencia a cada cual de ambos, en cuanto el primero, organismo, tiene como tal en íntima correspondencia y reinflujo sus diversos órganos y funciones; y la segunda, simple e indivisible, piensa, siente y quiere ante cualquier objeto que la mueve: la inteligencia o el alma en su ejercicio y marcha para el conocimiento, es decir, en su aspecto sometido a más múltiple división convencional, atiende o se fija, piensa o funciona, compara, razona, analiza o sintetiza, induce o deduce, percibe, entiende, penetra, conoce, conserva y reproduce, mas conjuntamente; y no obrará con acierto ni con éxito el educador que no procure y consiga que el educando, ante el objeto de su actividad mental, despliegue su espíritu en aquel hermoso concierto de modalidades, de fases de entidad una e indivisa.

Ni el pedagogo, a pesar de las conveniencias de la separación, que ya indicamos, puede sustraerse por completo al tratado de ciertos extremos en concepto psico-físico, y de ello aparecerán varios comprobantes en el decurso de esta nuestra obra.




ArribaAbajo3 -Leyes pedagógicas

Con las denominaciones de preceptos, leyes o principios son conocidos ciertos conceptos o aseveraciones generales, que constituyen puntos fundamentales de partida o basamentos de la edificación educadora, de los que no debemos prescindir y los cuales vamos a exponer.

El niño se presenta al mundo con su doble naturaleza -Lo enseña la fe, lo comprende la razón y lo comprueba la experiencia: inmediatamente después de la salida del claustro materno y de sumirse el recién nacido en el medio ambiente, le impresiona la diferencia de contacto y temple, experimenta sensación dolorosa, que expresa con llanto; y como lo sensacional no corresponde al elemento corpóreo, se evidencia que el alma inicia su actividad a la vez que nuestra vida terrena. A poco, comienza el percibir plácida o asustadamente ciertos sonidos y llamativos colores; sin tardar gran plazo, el pequeñito conoce a la madre, a la nodriza, a la niñera, a quienes ve con mayor proximidad y frecuencia, lo que revela el ejercicio de la memoria, del propio modo que el de la sensibilidad las alegres sonrisas que aquéllas promueven, y el de la voluntad el bien manifiesto empeño de coger ciertos objetos o rechazar otros: se está en el crepúsculo del día anímico, por más que cosas, hechos, percepciones, conocimientos, recuerdos, sensaciones, voliciones, se confundan en la sombra propia del inicial momento del proceso luminoso; la conciencia se halle entre la niebla de la indeterminación.

La educación comienza con la vida -Probado que el educando es con sus dos elementos desde que nace, la educación ha de obrar sobre él en tal doble concepto desde que es dado a luz; y de que obra, en efecto, se persuadirá cualquiera sin más que fijarse en que educar implica proteger; y tan se protege desde el instante del nacer, como que si así no se hiciera solícita, amorosa, inmediata y constantemente, el niño perecería. Aun en el sentido que de ordinario se asigna a la palabra educación, verificase muy en breve, produciendo cerca de aquel niño sonidos agradables; moviendo ante su vista objetos brillantes, acercándoselos, alejándolos; suscitando sonrisas; abriéndole los brazos, para que tienda a posarse en ellos; acariciándole, llamándole, interrogándole, para que conteste con su mirada, sus labios, sus manitas; promoviéndole las primeras ideas y palabras, juicios y oraciones...

Las etapas de la educación han de nivelarse con las del desarrollo del educando -El corazón dicta a la madre cómo ha de atemperarse a tan fundamental e importantísima ley pedagógica; y así, sin plan preconcebido, sin apenas darse cuenta, por la sublime inspiración del amor, asiste y contribuye al progresivo desenvolvimiento de su caro brote desde que su cuerpo apenas se mueve y su alma casi se manifiesta, hasta que anda, habla, raciocina, conoce. Llega el período de la cultura del párvulo, y, entre juegos y recreos, con habilidad, se prosigue y avanza considerablemente la gimnasia corporal y también la anímica en todos sus aspectos, pues ni uno solo deja ya de revelarse en función y efectos; y esto palmario, no ha de serlo menos lo extenso y variado del campo psico-físico sobre que ha de cultivar el maestro de escuela elemental -La clave, la garantía de buen éxito está en la ley pedagógica que nos ocupa: quien procediere con relación a superior altura de aquella en que se encuentren en un momento dado las aptitudes y las funciones del educando, actuaría en el vacío, puesto que su acción tendría lugar por encima del objeto de la misma, y no sólo no contribuiría para el desarrollo del último, sino que le perjudicaría, en cuanto la inactividad embota y paraliza.

La educación ha de ser gradual -Consecuencia esta ley de la anterior, significa que en el vital asunto sobre que discurrimos no ha de procederse a saltos, sí tan paso a paso, tan progresiva e insensiblemente, que apenas se perciba el avance constante, indefinido y en cuyo término se mire y admire el vasto espacio que se ganó.

La educación ha de ser íntegra, ha de abarcar por completo todas y cada una de las constitutivas partes del educando -El cultivo anímico debe alcanzar a todos los aspectos del espíritu racional consciente, senciente y volitivo, moral y religioso, de la misma manera que procede dispensar al cuerpo los cuidados, las reparaciones, los perfeccionamientos que le precisan para prestar dócil, pronto, resistente y vigoroso el continuo servicio que con esencial necesidad le demanda el alma; para el bienestar del individuo; para el cumplimiento del propio cometido doméstico y patriótico; para que, atendiéndole en el grado y correlación correspondientes, resulte obedecida la voluntad del Hacedor, que de nada superfluo y a sofocar y aniquilar, dotó a su predilecta criatura.

La educación ha de ser armónica, tratando a cada constituyente del hombre conforme al orden de importancia relativa y consiguiente subordinación, así que procurando con acierto y decisión anular el desequilibrio en que pudieran encontrarse algunos de aquellos constituyentes -Procediendo así, impulsando y guiando de esta manera a nuestro complejísimo ser, al racional microcosmos, el instinto cumplirá su protector e impulsor ministerio; las funciones y las energías meramente animales pretenderán y realizarán lo conducente a la conservación individual y específica, así que a la vida relativa; pero la parte más noble, elevada y directiva tornará en virtudes las ciegas tendencias, impondrá la abstención, dictará lo conducente al cumplimiento de la ley, a la existencia del orden, a la práctica del bien -El ideal educador no consiste en prevenir al educando contra lo sabroso y escogido del manjar, lo confortable del abrigo y de la vivienda, lo muelle del lecho, las mutuas y naturales atracciones de los sexos, sino en acondicionarle, disponerle firmemente a rehusar sin violencia el plato, el vestido, la morada que no convengan en determinadas circunstancias o que no puedan proporcionarse sin transgresión moral, para no sumirse en la glotonería, en la lujuria, en las fangosidades del vicio y de la concupiscente pasión; para comer lo necesario al vivir, para ponerse a cubierto contra las inclemencias y peligros del medio ambiente; para cooperar en la conservación de la especie dentro de la virtuosa regla del santo matrimonio.

La ley pedagógica que nos ocupa no sólo preceptúa un tratamiento educativo que favorezca la armonía entre los elementos educados, sí que también conducente a borrar, en lo sumo posible, el desequilibrio que otro haya producido, intencional o torpemente, o que exista de por sí en el individuo sobre quien se actúa; bien entre un cuerpo débil y enfermizo y alma de extraordinarias energías, o al contrario; ora entre los factores del primero, predominando el temperamento sanguíneo, el nervioso, el linfático, etc.; ya entre las manifestaciones anímicas, memoria orgánica o de signos, sobre la racional; superioridad de cálculo, de razón con respecto a la retentividad, o viceversa.

Es, pues, doble y fundamentalísimo deber del educador favorecer y guiar en plena integridad todo aquello de que naturalmente se encuentra dotado el educando, y además, seguir marcha y usar procedimientos en verdad encaminados a que cada factor de la entidad humana ocupe su lugar, desempeñe su función, aparezca con el valor relativo peculiar de su dependencia o principalidad.

Lo precedente no significa que se borren las distintas o contrapuestas y marcadas aptitudes y tendencias individuales, que en el conjunto humano presentan otra hermosa y bienhechora armonía dentro de la variedad; que impulsan y acondicionan para múltiples y necesarias ocupaciones de la vida; que los padres han de observar y tener en cuenta, así que los maestros notarlas y aconsejar a virtud de las mismas, para que, con acierto, con fruto, con vocación, se consagre luego a cada niño al aprendizaje y quehacer habitual más en armonía con sus aficiones y aptitudes.

La educación no contraría las naturales condiciones del desarrollo en el educando, así que tampoco ciertas inclinaciones de éste, del propio modo que, lejos de conducirle al fingimiento, ha de suscitar su ingenuidad, ha de conseguir se exhiba espontáneo o cual sea en sí y captarse su confianza -Deducese directa e inmediatamente esta ley pedagógica, de las que la preceden y del prístino objeto de aquella educación. Si, cual dejamos asentado, se recomienda y aun preceptúa que los ciclos o procesos evolutivos de la obra educadora vayan al nivel de los del desarrollo; si éste y sus agentes auxiliares y directivos han de ser graduales, íntegros y armónicos, claro está que se impone en manera inexcusable respetar el natural desenvolvimiento y evitar cuanto pueda conducir a que el educando lo vele u obscurezca, en cuanto es palmario que sólo así se decidirá con acierto qué ha de hacerse para rectificar las torcidas direcciones, destruir o al menos atenuar las hipertrofias o vicios por exceso, avivar y apresurar lo amortecido o paralizado; todo ello aparte de que educar es favorecer la natural marcha evolutiva, y mal impulsará quien reprime, violenta, va contra la corriente; de que guiar implica conducir por el debido derrotero, y en modo alguno demasía en el freno contra el espontáneo movimiento -Hasta la bienhechora acción sobre las malas tendencias individuales ha de realizarse con suavidad y en forma apenas sensible; que el proceder brusco o fuerte suele dar en la rebeldía o en la rotura -En cuanto a las especiales aptitudes del individuo y de la que es resultante la vocación, lejos de sofocarlas ni quebrantarlas, hay, según ya dijimos, que utilizarlas para el ulterior destino terreno de quien salientes las posee pero regulándolas con las demás, aspirando a la consecución de la armonía; que el predominio de ésta o de la otra predisposición no se acompañe de debilidades en otras correlativas y de falta de apego hacia el ejercicio de las últimas, lo que influiría en daño del trabajo y del resultado de la aptitud, que resalte como especialidad.

Vale e influye tanto el disponer de la espontaneidad y de la confianza del educando, que ordinariamente se formula sobre ambas prendas esta otra ley pedagógica: La educación exige TRANSPARENCIA Y PROPIA ACCIÓN del objeto racional y libre sobre que se elabora -De una parte, sin percibir clara y fielmente el proceso funcional, no cabe conocer ni, por tanto, proceder contra los rozamientos, los desarreglos del organismo; y de otra, no alcanzan los poderes del educador a obtener ni lo más ínfimo del desarrollo original; le es dable únicamente impulsar y encaminar aquellos de que el Hacedor dotó a la criatura, impulso y dirección sólo posibles en cuanto la última se mueve, obra como agente primitivo, fundamental de sus evoluciones y perfeccionamientos. Tuvierase esto más en cuenta, y no pocos maestros dispondrían de los preciosos recursos de que ellos mismos se despojan; no serían engañados por hipócritas ficciones; no tendrían por obediencia la exterioridad antitética con la latente rebeldía que oculta, ni por muestra inequívoca de virtud, pérfida y opaca mascarilla, tras la que se diversifica y crece el vicio; no impedirían tampoco con antipedagógica impaciencia, asperezas y aun injustificadas reconvenciones o castigos, el que el discípulo discurra despacio, con serenidad y diafanidad de espíritu, resolviendo de por sí las dudas, llegando a las soluciones; lo contrario de lo que acontecer suele, o que el adocenado profesor da anticipadamente las respuestas, escribe las cantidades, manifiesta la clase del problema, indica su planteamiento; no se circunscribe a enseñar, a ayudar, a facilitar; imposibilita el que el alumno aprenda, conozca; daña a la instrucción tanto como a la educación, especialmente a la intelectual.






ArribaAbajoCapítulo X


ArribaAbajo1 -Educación corporal

Puede decirse que de por sí se define la educación corporal, pues salta a la vista que la frase significa el concepto promovedor, directivo, higiénico y medicinal de aquella educación, con el aditamento ideológico que implica el adjetivo corporal, o sea con relación al cuerpo.




ArribaAbajo2 -Su punto de partida y su primer agente

La educación física comienza con la vida, en el sentido riguroso de la palabra; que los excesos o inconveniencias de la mujer en cinta, sobre alimentación, tareas, posturas, movimientos, compresiones, etc. se irradian sobre el embrión humano que aquélla lleva en su seno, le deforman, le imperfeccionan y a veces le matan antes de nacer.

Aparte de los altos motivos de amor, razón, conciencia, ley divina y ley humana; la naturaleza, en patentes aptitudes, necesidades y funciones, manifiesta con plenitud de claridad que el hijo completa la madre, que ésta ha de proseguir prestando el manjar de la vida al que es carne de su carne, substancia de su substancia: el caudal lácteo cambia de derrotero, asciende al seno y llega al vértice pectoral en premiosa espera de los labios que, en inconsciencia, por mero instinto, han de formar parte integrante de naturalísima bomba, aspirar, hacer la succión, descargar las llenas pomas, para el sostén del que de por sí no puede subsistir.

El íntimo y perenne contacto con el amamantado presupone variada e incesante serie de vitales atenciones, de solicitudes, de salvadora custodia; el percibir sus primeras sonrisas, ideas, sonidos, el punto de partida y la pausada, pero progresiva marcha anímica, así que de los rudimentos del lenguaje; el notar los albores del sentimiento religioso...

Avanza el niño en edad y desarrollo; cabe confiarlo y se le confía a hermanos mayores, a niñera; pero sin que la vigilancia maternal se retire tanto, que resulten posibles y probables los descuidos, los riesgos, las caídas y otros más o menos graves accidentes; luego se comparten con el maestro las funciones de la educación y de la enseñanza, pero sin que cesen donde se inician y tienen su natural asiento, donde han de proseguir hasta que el educando se emancipe, se constituya en familia, se vea en condiciones de actuar como educador.

Esta bienhechora observancia de la ley, esta hermosa perspectiva del orden, este gran panorama de ventura, no se despliega por todas las familias. Las hay para las que no parece sino que el destino es el goce sensible; el ideal, agrandarlo y refinarlo hasta lo sumo; los medios, la fortuna, que ha de alimentar los apetitos y concupiscencias de la carne; la inteligencia, que ha de discurrir y hallar centros y ocasiones para el placer material; la sensibilidad, para saborearlo, la voluntad para decidir en pro de tan torpe empleo de la vida. En el epicureísta proceso de la misma, serían molestos obstáculos los frutos conyugales; pero los apartan primero nodrizas y niñeras; después, ayos o institutrices; luego la colegial reclusión. En tanto, la nupcial pareja vuela libre por dorados, floridos, armoniosos espacios, en los que también se desenvuelven tempestades; y así, llega el día en que los internados, ya púberes, sin amor y desamados, regresan al desconcertado hogar, y a poco, son presentados al gran mundo, en que realizarán el aprendizaje conducente a ser dignos sucesores y excelentes imitadores de sus celosísimos y amantísimos padres.

Aun entre clases y familias para quienes la fortuna limita sus dones, se dan casos y cosas propias del que vive fuera de su centro, remedos de alto tono, siquiera impongan el sacrificio de lo esencial y debido, en aras de lo superfluo, de lo incorrecto, irregular, pecaminoso. Al efecto, suelen ser de plantilla la nodriza y la niñera; los oropeles brillan en el costoso vestir, aunque lo higiénico y preciso falte en el interior de la vestimenta y del dormitorio; menudean las exhibiciones en paseos, recepciones privadas y espectáculos públicos, en la medida que la alimentación decrece hasta el grado de que las fisonomías denuncien la anemia, de que el tiempo consagrado con largueza a las demasías del esparcimiento, falte para el cuidado suficiente e inmediato de la tierna prole, para basar su cultura y proseguirla en edificador concierto con el maestro.

Así los raquitismos y deformidades en la educación fundamental; así el crecer del vicio y el disminuir de la virtud; así los empobrecimientos físicos y morales del individuo, de la familia y de la sociedad.

Las precedentes consideraciones no significan anatema absoluto de la lactancia extraña: lo envuelven contra ella, cuando es decidida en evitación de desgastes físicos y de obstáculos contra la insaciable ansia de placer material; no, si la aconsejan y aun preceptúan motivos que no deben o no pueden desatenderse, por ejemplo, falta de salud en la madre o de cualidades nutricias en su leche; ciertas enfermedades crónicas, hereditarias o contagiosas, defectos que, cual la sordomudez, retrasarían en el niño aptitudes y funciones de la importancia que el habla.

Ensalzamos tanto la lactancia materna, porque ella es el punto de partida y el foco generador de solicitudes, de atenciones, de vigilancias, de cultura infantil, en que estriba el futuro bien material y moral del lactado, y cuya abstracción origina raquitismo de cuerpo, de alma o de ambos y hasta la muerte prematura del infeliz entregado a manos frías, torpes, descuidadas, mercenarias.

Entraremos ya de lleno en el tratado de la educación física con referencia especial al Magisterio, pero de lectura provechosa en la familia, puesto que si no hacemos una Pedagogía materna, hemos de incrustar en el contenido de nuestra obra bastante doctrina y regla utilizables por la que, natural educadora de la niñez, se dispone de ordinario muy deficientemente para el buen cumplimiento de su decisivo y augusto ministerio.




ArribaAbajo3 -Alimentos, condimentos y bebidas

Objeto fundamental de la educación impulsar y dirigir el desarrollo del educando, ha de serlo su alimento material, sin el que el cuerpo no sólo no crece, sino que ni aun vive.

La máquina experimenta desgastes, destrucciones que hay que reparar; necesita calor, fuerza, elemento motriz que precisa proporcionar. En aquella reparación y en este impulso entran los cuerpos simples de que nos ocupamos en el capítulo primero; pero no como tales, sí combinados, ora en la propia materia alimenticia, bien coasociándose en el natural laboratorio químico de que estamos dotados por el Hacedor.

De entre los aludidos cuerpos simples, los que en mayor dosis y continuidad figuran en nuestra reparación de materia y de fuerza, son el oxígeno, hidrógeno, carbono y ázoe, que, en su cuádruple y proporcionada concurrencia, dan el principio alimenticio, nutritivo, plástico, reparador, azoado del organismo, así como la combinación terciaria o falta de ázoe, el respiratorio, hidrocarbonatado, innutritivo, inazoado.

Nos proporcionan el primero la albúmina, la fibrina, la caseína, la gelatina y la condrina, del reino animal, y las mismas albúmina, fibrina (gluten) y caseína (legumina), del vegetal; así que el segundo, la grasa, la manteca, el azúcar y la miel, provenientes de animales, y aquella azúcar, con más, fécula o almidón, dextrina, aceite y goma, derivados de plantas; o de origen mineral, por ejemplo: la sal común.

De entre las incontables especies animales y vegetales en que existe substancia apta para nuestra alimentación azoada e inazoada, muchas no se utilizan por su inconveniente estado, por lo difícil de obtenerlas, por su corta dosis nutricia, por contener algo nocivo, por indigeribles y por otras causas de tan prolija como innecesaria enumeración.

Lo empleado con el doble objeto reparador e impulsor que nos ocupa, se clasifica así: Carnes: de buey, vaca, ternera, carnero, oveja, cordero, cerdo, liebre, conejo, pavo, gallina, paloma, perdiz, merluza, congrio, besugo, bacalao, sardinas, barbo, trucha, tenca, anguila... -Leche y huevos -Legumbres, cual garbanzos, judías, lentejas, guisantes, habas... -Cereales, como trigo, arroz, maíz... -Verduras o tomate, pimiento, pepino, col, coliflor, cardo, lombarda, lechuga, escarola, calabaza, nabo, patata... -Frutas o pera, ciruela, uva, dátil, melón, manzana, naranja, grosella.... nuez, avellana, almendra, coco, etc., etc.

Especialistas en la materia han estudiado y consignado la cantidad que un hombre adulto, sano, en condiciones ordinarias o de tipo común, pierde de su organismo y de las fuerzas orgánicas, por espiraciones laríngeas, transpiración cutánea, excrementos sólidos y líquidos, etc.; valuando en unos 1.500 gramos la resta cotidiana y expresando qué parte de ella, según las observaciones y cálculos, corresponde al carbono, cuál al ázoe y cuál al agua u oxígeno e hidrógeno, con algo de fósforo, azufre, hierro, etc.; datos sin duda inseguros y variables, aunque sólo se atienda a las diferencias de edad, sexo, temperamento, ocupación, estado de salud y otras que saltan a la vista; pero dato importante, como base para la determinación de la cantidad, calidad y clase de los alimentos.

Así se ocupan de los últimos los especialistas aludidos, y señalan las cifras medias de carbono, de ázoe y de agua, con los de sus orígenes animal o vegetal o que las han de prestar, que exige, en promedio, la reparación diaria del hombre en las condiciones antes indicadas.

Y van más adelante: discurren sobre los resultados del análisis químico de determinadas substancias, y asientan que la leche es el primero de los alimentos, por la debida proporción en que asocia lo azoado o nutricio a lo carbonatado o impulsivo y de calorificación; proporcionalidad en la que se la asemejan los huevos y proporcionalidad -añadimos nosotros- establecida por la infinita sabiduría del Hacedor, que rodeó al ser corpóreo, embrionario o en el primer período de su vida, de apropiadísimo manjar. Añaden que, verbigracia, el pan rebaja las cantidades relativas de sus primordiales constituyentes, por exceso del carbono sobre el ázoe, lo contrario de lo que se da en la carne, infiriendo que la acertada mezcla de ambos es régimen o clase alimenticia susceptible de sustentarnos; y en efecto, forma la base, lo más predominante y generalizado de la alimentación -Y así prosiguen su trabajo determinativo, aplicándole hasta a materias que, si bien se las deglute y figuran en la digestión, apenas si nutren ni calorifican.

Estudio es éste de palmaria importancia y notable beneficio, en cuanto importa tanto como aprovecha conocer la naturaleza, componentes y virtudes de lo que ha de tener ingreso, elaboración, curso y efecto en nuestro cuerpo, y porque ciertos temperamentos, estados patológicos, circunstancias individuales, aconsejan y aun reclaman, para restablecer la salud o conservar la vida, régimen dietético de pocas o de sólo una substancia; pero estudio también en el que no necesitamos internarnos ni podríamos hacer otra cosa que apoyarnos en la suficiencia ajena, para evitar los resbalones y caídas a que está expuesto quien marcha por lo que conoce bien poco.

Aparte lo excepcional, nos es característico el servirnos de multiplicidad, de indefinida serie de productos animales y vegetales para nuestra alimentación: lo revelan la natural cualidad de omnívoros, lo diverso de nuestro conjunto dentario y aun la estructura del aparato bucal y digestivo; lo aconseja el favorecer el apetito mediante la variedad; lo exigen nuestra previsora adaptación a todos los climas y regiones terráqueas, el subsistir en puntos y períodos críticos, el tratamiento reparador en enfermedades y convalecencias, lo difícil o imposible de adquirir carnes ni siquiera suficiente pan por las clases menesterosas y hasta la multiplicación, diversificación y refinamiento de las sensaciones gratas y cuya impresión inicial se verifica en el órgano gustativo, por los individuos, las familias y las colectividades a que mima y regala la fortuna.

De lo que no nos creemos relevados es de ligeras indicaciones sobre cómo obran en nuestro organismo las agrupaciones alimenticias que principalmente se consideran, y que son: La fibrinosa, respectiva al material alimenticio en que abunda la fibrina, cual en la carne de ciertos mamíferos y aves en plenitud de desarrollo: nutre y excita en grado considerable al organismo; acrecienta su energía y temperatura, así que la de las actividades mentales -La gelatinosa o comprensiva también de carne de los mismos animales, pero en su primera edad, cual el cordero, el cabrito, el gazapo..., del propio modo que de intestinos, partes inferiores de las extremidades y tegumentos de cuadrúpedos adultos: excita y calorifica menos que nutre; afofa y engendra humores blancos -La albuminosa animal, suma de moluscos, huevos, sesos, bofes, etc.; bastante nutricia y muy digerible, excepto cuando endurecida por exceso de cocción, apenas desenvuelve calor, ni excita, ni menos irrita -La adiposa, constituida por mantecas o grasas, de efecto casi nulo para la reparación de los tejidos, en cuanto predomina en ellas lo hidrocarbonatado y las atacan débilmente los jugos gástricos, por lo que dificultan la digestión estomacal y llegan bastante íntegras al tubo intestinal, para acelerar el curso de lo contenido más de lo conveniente -La píscea o de pescados, en general menos nutritiva que la fibrinosa y de no gran desarrollo calorífero -Y la láctea, cuya procedencia se indica por su nombre y cuyos buenos efectos alimenticios ya dejamos indicados -Con relación a los productos del reino vegetal cabe admitir estas clases: Leguminosa, considerablemente reparadora, sobre todo si se ablanda suficientemente y no aparece íntegra y desprendida su cascarilla, cual se advierte en judías y garbanzos mal cocidos o de mediana calidad -Cereal, muy estimable por su abundancia y universal empleo, aunque más bien dotada de carbono que de ázoe o más calorificadora que nutritiva -Tuberculosa, de inferior virtud que la precedente, lo mismo en el aspecto plástico que en el impulsivo, comprende una especie de gran aprecio y beneficio popular: la patata, el pan del pobre, cuyas deficiencias en calidad se suplen con la fácil y barata proporción de la necesaria cantidad -Mucilaginosa o resultante del mucílago de las verduras, tan débil para reparar y templar como a propósito para servir a la indigestión, al cólico, a la disentería -Acídula, de frutas inmaturas, como el agraz, o siempre predominando lo ácido, más bien refrigerantes que alimenticias -Sacarina de fruta u otra materia vegetal azucarada, sin virtud para restaurar el desgastado organismo, pero sí para impulsarlo, acalorarlo y hasta irritarlo -Y oleosa, que caracteriza el aceite de aceituna, avellana, almendra, nuez, etc.; repara, es azoada, pero de laboriosa digestión, por resistirse al efecto disolvente de los jugos gástricos.

Combinadas las clases alimenticias, cabe que den medio proporcional conveniente al objeto a que responden; que, así, resulte la base común de la alimentación de la generalidad; que el pobre se proporcione lo necesario a su conservación corporal; que el rico regale variadamente su apetito; que el uno y el otro le exciten con la diversificación. Ha, sin embargo, de tenerse en cuenta que ciertas mezclas, cual la de ácidos y leches, son siempre peligrosas y que algunos componentes de otras deben entrar en dosis relativamente cortas, cual los azucarados, oleosos y mucilaginosos al natural o verduras en crudo.

Ni precisa realizar, ni aun el aficionado y autorizado en análisis químico realiza, previo cálculo u operación para la mezcla; del propio modo que, importante o decisiva la cantidad de cada sumando y la total suma para la digestión y sus efectos en el organismo, no se la fija con fiel peso o exacta medida. El buen sentido individual, con respecto a sí mismo, y además, el de las madres acerca de sus tiernos e inconscientes hijos, bastanse de ordinario, con un buen metro-balanza, el de la continencia, la moderación en el comer y en el beber. Quien se entrega a las demasías de la gula, el habitual o característicamente glotón, funde su fortuna, y lo que es más grave, su naturaleza; cansa o inutiliza el complejo aparato digestivo, perturba su cabeza, embota o trastorna su espíritu; quien, por el contrario, deja en déficit la alimentación, destruye, en cuanto no repone, su organismo; amengua sus fuerzas; cae en la anemia, punto de partida hacia la prematura muerte: si la escasez alimenticia es triste y obligado efecto de la pobreza, compasión y caridad en los que la observan; pero si aquella escasez procede de exceso en lo destinado al lujo, a la diversión, al juego, anatema contra quien, sacrificando lo esencial a lo superfluo, se quebranta, se arruina y motiva lo propio en sus inmediatos allegados.

Que el hacer punto final en la comida cuando aún queda un pequeño resto de apetito, es prenda de buena digestión, pasa como aserto corriente y se explica bien, porque el aparato y los jugos digestivos, dentro del orden de la naturaleza, actúan desembarazada, activa y regularmente, mientras no se les obliga hasta lo excesivo e innecesario; al paso que tras este límite, están la fatiga muscular, lo penoso del movimiento, la insuficiencia de las secreciones, y por tanto, la saciedad, la elaboración deficiente, la indigestión y hasta la congestión o la apoplejía.

Tan no cabe precisar la cotidiana ración individual, como que la varían la edad, el sexo, el grado de robustez, de asimilación y desasimilación, las tareas a que cada cual se consagra, etc., etc.

Ni aun el hambre es indicador seguro de la necesidad de reparar las pérdidas: a veces no se manifiesta, por la falta de salud, por alteraciones en el mecanismo digestivo, por la abusiva frecuencia en el comer en cortas cantidades o por otras causas; y sin embargo, los tejidos o las energías no se hallan en su debida integridad.

Denominanse condimentos ciertas materias sólidas o líquidas que, contengan o no substancia nutricia o calorífica, despiertan o acrecientan el apetito, mejoran lo grato del sabor, modifican las cualidades y efectos del núcleo alimenticio y aun favorecen la digestibilidad.

Los más comunes y aun necesarios son el aceite, las mantecas y otras grasas, la sal y el azúcar -Los tres primeros, emolientes y laxantes, ablandan la materia sólida que ha de masticarse y digerirse; facilitan la formación del bolo alimenticio, y después, de la papilla quimosa: aplacen al gusto hasta el punto de que sin ellos se hace penosa e irresistible la comida, y así, figuran en la generalidad de guisos, fritos, asados, pastas, ensaladas, etc -La sal, también de generalizado y con frecuencia indispensable empleo, estimula, es otro de los agentes favorables a la digestión, en cuanto promueve las secreciones salivales y estomacales, excita la sed y se cree que aminora la parte acuosa del caudal sanguíneo -El azúcar es igualmente de mucho uso; ayuda al apetito y a la emisión de humores gástricos, pero produce calor que puede conducir hasta la irritación -Debemos citar, además, los condimentos o estimulantes ácidos, como el vinagre y zumo de limón; aromáticos, cual la canela, el azafrán y la nuez moscada, y picantes, por ejemplo, la pimienta, la guindilla y el ajo.

El material alimenticio se lleva a la boca, ora crudo y al natural, bien en ensalada, ya cocido, en guiso, frito o asado; se toma a la temperatura natural, caliente o después de enfriado, todo lo que, lo mismo que su procedencia, estado y manera de presentarlo al despacho, la batería de cocina, vajilla y demás instrumentos de la mesa, marca precauciones y cuidados que dicta la higiene y se encaminan a evitar se altere la salud.

Aunque ya acompaña al material alimenticio sólido buena dosis de agua, que figura en la propia constitución del mismo o que entra en las confecciones culinarias, no basta a satisfacer cabalmente nuestra necesidad de deglución de líquido; nos precisa suplemento considerable de substancia en el último estado; se nos imponen, por tanto, las bebidas.

La principal de todas es el agua, que en su prístino, íntegro, puro estado, contiene hidrógeno y oxígeno en la debida proporción, siendo insípida, inodora e incolora. Para beberla con el efecto conveniente a nuestra economía, podrá contener levísimas dosis de carbonatos, yoduros y de algunas otras substancias minerales; ha de estar a la temperatura media, ni muy templada ni muy fría, exceptuando ciertas condiciones personales o motivos de su uso; ha de hallarse aireada; ser potable o dulce, cociendo, por ejemplo, las legumbres, disolviendo bien el jabón y si ebulle o se la evapora, no dejando materia a ella extraña.

Cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra; brota del núcleo de ésta; circula en ríos, arroyos y arroyuelos; desciende de la atmósfera; yace quieta en variedad de depósitos, y, sin embargo, no siempre hemos de beberla, como que la de los mares es inadecuada para el objeto y mucha de la de los demás senos tampoco responde al último.

Utilizase, claro está que en cuanto potable y con otras cualidades que le son imprescindibles: La de los manantiales, conviniendo que después de cierto curso o depósito en el exterior, a fin de que se airee y adapte al temple atmosférico, porque de otro modo, es relativamente templada en el invierno y fría en el verano -La de ríos en que no desagüen los vertederos de las poblaciones ni reciban residuos de ciertas fábricas; ríos cuyo caudal será tanto más provechosamente bebible cuanto más éste se golpee a virtud de acentuada corriente, sea su lecho arenisco o pedregoso, no incluya en su masa el producto de cercanos deshielos ni gérmenes nocivos de procedencia orgánica -La de lluvia, no recogiendo la de los primeros momentos, sobre todo después de las sequias estivales, porque suele comprender extrañas y perjudiciales adherencias, ni cuando viene directamente desde los sucios, impuros tejados, ni la de las tempestades, cargadas de perniciosas sales, y, por fin, cuidando mucho de la buena conservación en los depósitos, y sin olvidar que, sean éstos grandes tinajas, sean pozos, se prestan poco a la recomendable y recomendada aireación -Los últimos pueden contener, y contienen de ordinario, agua que llega hasta ellos al través de capas permeables, arrastrando parte de los componentes de las últimas, por lo que no siempre son bebibles, y sí raro que, aparte su crudeza, no incluyan sales u otras extrañas materias que las hagan nocivas o al menos peligrosas y ocasionadas a cólicos.

En las aguas estancadas abundan seres de los reinos vegetal y animal, así que restos de los mismos, descompuestos, corruptos, putrefactos, nocivos a nuestra salud, por lo que no deben comprenderse en nuestro material alimenticio, ni tampoco las selenitosas, ni las calcáreas, ni las medicinales o minerales, salvo respecto a éstas, como y cuando lo dicten los facultativos -Infierese, pues, lo juicioso y fundamentado de No bebas agua que no veas -y conozcas bien, debe adicionarse.

Cuando la necesidad obliga, se recurre a procedimientos conducentes a tornar en utilizable el agua que en sí no lo es: se la filtra, para purificarla; se la golpea o somete a chorro, para airearla; se la hierve, para matar las nocivas materias orgánicas; y hasta la salada del mar es dulcificada, haciéndola pasar al estado de vapor y retornándola a su peculiar o líquido, y también congelándola con el subsiguiente deshielo.

Forman otro importante grupo de bebidas las alcohólicas, cuyo componente característico es el alcohol, y que constan, además, de agua y materias colorante, salina, glucosa o azucarada y azoada. Las hay fermentadas, como el vino, que procede de la uva; la sidra, de la manzana; la perada, de la pera, y la cerveza, de la cebada, y por destilación, de las que la más común es el aguardiente.

Característico, según hemos dicho, el alcohol de las bebidas a que da calificativo, lo es también de sus efectos en mayor o menor grado, por lo que, razonando sobre él, las consideraciones son aplicables a las últimas en tesis general. El alcohol se detiene relativamente poco en el estómago, pero lo bastante a consumir los jugos gástricos; también deja muy luego el tubo intestinal y se mezcla a la masa sanguínea, para con ella circular por todo el organismo, combinándose con el oxígeno que encuentra a su paso, produciendo combustiones, resultando agua y ácido carbónico, elevando la temperatura, cual se manifiesta hasta en la epidermis, acelerando las funciones respiratoria y circulatoria, excitando el sistema nervioso y con él los movimientos, las energías; pero acción extraordinaria, anormal, artificiosa, que acrecienta aquellas fuerzas a expensas de sí mismas y que es sin tardar seguida de la reacción, del empobrecimiento, de la debilidad, de la postración.

Resalta en lo precedente la moderación y el tino con que deben usarse las bebidas alcohólicas. La más generalizada, el vino tinto, conviene en las comidas de las personas adultas, más aún a las de complexión débil; el mismo, y principalmente los blancos, secos o generosos, en el curso de ciertas dolencias, en las grandes postraciones, en el período de convaleciente y a los ancianos. Recomiendase asimismo el común y en prudenciales dosis, a los que consagran el día a fatigosas ocupaciones, en los intermedios entre comida y comida; pero nunca como compensación del propio caudal alimenticio; que éste cuesta menos, nutre más y no destruye como el primero.

Observando lo funesto que tornan al vino de las tabernas sus malignas adulteraciones, el abuso que de aquél en las últimas se hace, los vicios y aun los crímenes que se le correlacionan, se reconocerá lo temible y repulsivo de la estancia y servicio en tales establecimientos, del propio modo que, a sabiendas de que el aguardiente no amengua y sí aumenta la sed, no nutre y sí consume, y reaviva, y acalora para postrar y enfriar después, procede ser excesivamente parco en su libación, así que en la de las mixturas de alcohol, melazas, hierbas, etcétera, tan a propósito para irritar y ensuciar el aparato digestivo, perturbar el cerebro y las funciones anímicas.

Existen además bebidas emulsivas, acídulas, aromáticas, etc., de las que no reputamos necesario a nuestro objeto sino su simple indicación.

Sin duda que cuanto acabamos de exponer no es materia genuina de la estricta educación; mas como no cabe discurrir acerca de la misma en el importante particular que venimos tratando, de hacer caso omiso de lo manifestado, se le ha incluido en el lugar de mayor afinidad al efecto.

Presentaremos ahora en forma concisa, sentenciosa, lo referente a aquella educación en los diversos aspectos de su íntegro sentido, incluso el de urbanidad, dejando al buen criterio del lector el distinguir cuáles de nuestros asertos son recomendaciones directas al adulto, de los encaminados a que se les utilice en la cultura infantil; cuáles son de posible observancia, en general, de los que no tendrán en cuenta -si bien les convendría tenerlos- el pobre o el potentado o de los que se prescinde con funesta frecuencia en las clases medias, aunque, podrían y les convendría observarlos -Ellos son:

La madre de familia está natural y religiosamente obligada a amamantar a sus hijos, exceptuando cuando en verdad no pueda o no deba hacerlo; pero, aun en este caso, ha de versela entrañable y atentísimo custodio y sin relevarse de cuidados que nadie como ella cumplirá.

La lactancia no debe extenderse más allá de su propio período; el tránsito a la variada alimentación infantil no será bruscamente súbito, sino que antes de hacer punto final a la primera, se establecerá insensible y gradualmente, discreta combinación de ella con substancias líquidas, papillosas, de fácil digestión.

Poco a poco ha de entrar el niño en la ordinaria comida familiar, evitando hábil, pero eficazmente, que la excesiva condescendencia de los mayores dé cuerpo y fomento al No me gusta, al caprichoso rechazar de más o menos manjares, con peligro de hacerse un día violencia para usarlos de por fuerza o de desecharlos, contra la buena educación.

Se comerá sólo a las horas oportunas, desayuno, comida y cena; aunque mientras el período del crecimiento corporal, se tome corta dosis entre el primero y la segunda, así que entre ésta y la última, se meriende, lo que se justifica asimismo en los adultos, en días largos, consagrados a fuertes trabajos materiales.

Cargas estomacales, aunque ligeras, extemporáneas, amenguan el apetito necesario en el momento correspondiente, y entonces se toma menos de lo respectivo al desgaste de materia y de fuerza, y además, se chocan y dificultan la digestión sin terminar y la que ha de iniciarse.

Hagase cese en el ingerir cuando aún queda algo de apetito; que ello es garantía de digestión satisfactoria, en cuanto la cantidad a disolver y transformar no superará, en estado ordinario o normal, a las energías y jugos de los agentes a funcionar; al paso que los fatigan y resienten las demasías de la incontinencia, por otra parte causa de graves accidentes, de desórdenes intelectuales y de rebajamiento moral.

Hemos de acostumbrarnos desde pequeños a no comer sino lo en rigor preciso cuando el interior corpóreo nos revela tácita, pero claramente, mala predisposición, así que a prescindir sin violentarse de lo que la propia experiencia o el dictamen autorizado nos lo reputen de nocivo o peligroso.

Retraigámonos lo hábil y correctamente factible de la generalizada y antihigiénica costumbre de celebrar los gratos acontecimientos o recuerdos con demasías gastronómicas, que a la postre o en sus efectos, resultan castigo para el aparato digestivo y hasta el total organismo.

Cuidese mucho y en lo posible -de por sí quien se halla en edad y condiciones oportunas y por los mayores en favor de los pequeños-, que cada cual acomode los componentes de su alimentación a su temperamento, a las circunstancias individuales.

Abstengámonos de la mezcla de substancias incompatibles sin el riesgo de indigestión, cual los ácidos y la leche.

Bebase el agua en dosis prudencial mientras la comida, evitándola hasta lo sumo en el ulterior proceso digestivo, al que a veces paraliza aquélla, como al caer en una marmita, corta la ebulliciente cocción.

Seamos prudentes con la estancada o en depósito, cuya naturaleza y condiciones del contenido desconozcamos, y rehusemos la de que nos consten sus desfavorables cualidades, siquiera lo extremado de la sed nos obligue a discurrir medio transitorio de refrescar o humedecer la boca.

Hagase comprender a los niños lo que todos hemos de observar o que es peligrosa el agua recientemente originada de nieve o hielo, más aún si se los deshace en la boca.

Aquélla no ha de tomarse, exceptuando ciertos estados personales, sino a temperatura media, un tanto fresca, no muy fría, con especialidad en instantes de fatiga o acaloramiento.

Cuando se la refresca en botijos y es bebida a chorro, ofrece la ventaja de airearse en su tránsito desde el último a la boca, pero ésta de por fuerza demasiado abierta, la impresión experimentada y las circunstancias en que se empuja al aire hacia el interior del aparato respiratorio, exponen a afecciones faríngeas, laríngeas, bronquiales y aun pulmonares.

Puede usarse el agua marcadamente fría, pero en cortos sorbos y a intervalos; mas no sin peligro, apurando de una vez y a grandes tragos considerable cantidad.

La de horchatas, las acídulas, refrigerantes, congeladas o poco menos, no han de tomarse en momentos de sudor, ni sin que se haya hecho la digestión estomacal.

Durante la infancia ha de procurarse la abstención de bebidas alcohólicas y cuando recomienden el vino las condiciones especiales del niño, se le dará en tiempo y cantidad convenientes; inspirando desde los primeros años aversión al abuso y a los efectos de los líquidos espirituosos, así que a la permanencia, trato y recreo en las tabernas.

El te, no muy caliente, tonifica y favorece a la digestión, y también promueve el vómito, cuando aquélla se puso en dificultad o imposibilidad de verificarse -El café excita el sistema nervioso y no conviene a aquellos en que el último determina el temperamento -Uno y otro pierden sus virtudes para quien se habitúa a tomarlos cotidianamente.

El ama de casa o persona de su merecida y suficiente confianza, velará por que las materias alimenticias estén a buen recaudo contra quienes las busquen con propósito de hurto o de comer fuera de hora; por que no se descompongan, por que las sólidas como las líquidas sean adquiridas en condiciones satisfactorias para el consumo, por que no se abuse de los condimentos, por que en la cocina campeen la limpieza, la buena preparación y el cuidado contra peligrosas mezclas, equivocaciones y formación de óxidos intoxicadores.

Llegado el momento de la comida, ésta ha de verificarse, mientras sea posible, en su forma ordinaria, alrededor de la mesa, sentados y no de pie; ni sudorosos, ni fatigados, ni presa de emociones fuertes, debiendo evitarse durante el acto discursos y altercados.

La mesa es ocasión de examen y de aprendizaje práctico sobre urbanidad, hábiles y delicados movimientos manuales; habiendo de tenerlo muy en cuenta para comportarse debidamente, así que para educar a la niñez en el recibir, hacerse o hacer platos, manejar a tiempo, con desenvoltura y limpieza la cuchara, el tenedor o el cuchillo, no mancharse ni manchar, guardar ciertas finezas, sin caer, por defecto, en desatención; ni por exceso, en empalagamiento; servir al huésped, sin marearle con demasías, ni prescindir de él hasta el grado de obligarlo a pedir pan, vino u otro indispensable artículo que se le hubiere concluido; ni tampoco, observarle con solicitud tan extremada, que le prive de la indispensable libertad.

Que no coman más los ojos que la boca, poniéndose hasta el punto de que sobre luego o de que falte a los demás.

No pringarse los dedos, ni hacerse relucientes boceras, ni dejar impresos en el vaso los grasientos labios, ni beber marcando fonéticamente la deglución de cada trago.

No comer a dos carrillos, ni con bocados de excesiva cantidad que impida su masticación y evoluciones, y aun asome o vuelva en parte al exterior.

La masticación será reposada y completa, a los objetos de formar el bolo alimenticio, de la mezcla y acción de los jugos salivales, de facilitar la ulterior digestión, de apercibirse de la existencia de cuerpo extraño -hasta en la sopa puede ocultarse alfiler de doméstica, esquirla, etc- y expulsarlo, antes de que lastime lengua, paladar o dientes, o peligroso, llegue a la faringe o más adelante.

Apercibidos de aquella extraña ingerencia, hemos de expulsarla, pero atrayéndola de manera hábil y en lo posible, inadvertida por los demás, hacia la parte anterior, aprisionándola entro los dientes de delante y luego con la punta de los dedos -De ser pelo, mosca o algún otro objeto de asco y hallarnos en casa ajena, procuremos no teñir de vergonzoso carmín al ama de aquélla, sino hacerla creer que la cosa no pasaba de espina, esquirla o algo no repugnante y propia adherencia de la materia alimenticia.

Hecha la comida, procede en pro de las sucesivas funciones digestivas, reposo o muy moderado ejercicio, nada de desazón, emociones fuertes, lecturas u otros trabajos mentales, fatigosas tareas, extemporáneos tragos de agua, ni siesta al desnudo que, destemplando el aparato en actividad, torne en cólico lo que habría sido normal y reparadora función; peligro que puede correrse, o mejor probabilísimo accidente, refrescando o aireándose, sometiendo el estómago a frías impresiones antes de terminada la cocción, que de ordinario no lo está hasta transcurridas tres horas, y a veces más.

En ocasiones, verificada regularmente la labor estomacal, surge malestar o dolores en el vientre, y al fin, diarrea, efecto de que la anormalidad se produce en el tubo intestinal, por constipación u otra causa de análogo efecto.

Ha de cuidarse mucho de que aquel estómago y el citado tubo se. encuentren preservados de la fácil y pronta acción del medio ambiente, merced al uso de faja, que abrigue, pero no oprima.

Terminaremos la serie de nuestros aforismos antropogógicos, con algunos referentes a la cavidad y contenido bucal.

La primera dentición es ocasionada a contingencias que alteran la salud y hasta comprometen la existencia de los niños y en provisión de las cuales debe, a veces, aplazarse el destete, acudir a los medios que dictan el amor y la experiencia maternales, así que a la intervención facultativa, caso necesario.

La segunda implica el aflojamiento y el movimiento de los a caer, su empuje por los que crecen y pugnan por su natural salida, mientras la que el obstáculo de los primeros y la intervención de los deditos del individuo cambian la propia dirección de los nuevos, los montan unos sobre otros, dan por resultante fea configuración, que ha de durar hasta su irreemplazable pérdida, y todo lo que evitarán, en cuanto cabe, el cuidado doméstico y la acertada y oportuna extracción.

Patenticese, en busca de la abstención de hacerlo, lo funesto que es a la dentadura cortar con ella hilos, bramantes, alambres; romper cuerpos duros, someterla a acentuados y seguidos cambios impresionales de lo cálido a lo frío, o viceversa, sobre todo con líquidos o helados.

La boca ha de limpiarse con frecuencia y en especial después de las comidas, enjuagándose con agua templada, del propio modo que conviene extraer los residuos que de la comida quedan entre diente y diente; pero con palillos de madera blanda, no dura y menos alfileres u otros objetos metálicos, a los que cuadra a la maravilla el designativo de mondadientes, pues en verdad los mondan o despojan del esmalte.

Es además higiénica y recomendable costumbre la de limpiarse la pieza dentaria con cepillito humedecido y al que se adhieran preparados en polvo de carbón, menta, quina, substancias, en fin, desinfectantes, antipútridas, depuradoras, habiendo de seguir a tal operación la enjuagatoria correspondiente.

La omisión de lo indicado motiva fetidez de aliento, caries, crudos dolores en el conjunto mandibular, extracciones de elementos caninos, incisivos y molares, a las que sólo ha de recurrirse cuando para ello existe real necesidad y confiándose a peritos en tal extirpación, a fin de que prevean, eviten y atajen, si se producen, los efectos de la hemorragia o de quedar lastimada la mandíbula. Por último, no sacrifiquemos al bien parecer y hasta a la moda, aquello de que nos ha dotado el Creador; no decidamos la desaparición de dientes en perfecto estado, para tapar el pequeño hueco producido por la falta de uno solo y hacernos con dentadura artificial; que ésta jamás reemplazará satisfactoriamente a la de la propia naturaleza; que tras el cambio suelen venir las ya inevitables y malas consecuencias; aparte el que extraer lo sano y bien engastado produce intensísimos dolores y expone mucho a serias contingencias.

El paso de la substancia nutricia o calorificadora desde el intestino a los vasos sanguíneos, su fusión y curso con el contenido de los últimos, la función respiratoria y sus efectos, así que lo respectivo a las secreciones, asimilación, etc., o se encuentra únicamente al alcance indirecto de la educación o lo tocaremos al tratar de varios de los extremos que van a ocuparnos.