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Tratado de Economía política. Tomo segundo

o exposición sencilla del modo con que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas.

Juan Bautista Say.

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Libro segundo.

De la distribución de las riquezas.

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Capítulo Primero.

Del fundamento del valor de las cosas, de la cantidad ofrecida, y de la cantidad pedida.

     En el libro precedente he expuesto los fenómenos principales de la producción. Se ha podido ver en él que la industria humana, auxiliada de capitales y de tierras, crea todas las utilidades, primeros fundamentos de todos los valores; y se ha podido ver asimismo en qué las circunstancias sociales y la acción del gobierno son favorables o perjudiciales a la producción.

     En este libro, sobre la distribución de las riquezas, se trata primero de estudiar la naturaleza de la cosa que se ha de distribuir, del valor: después procuraremos conocer según qué leyes este valor una vez creado, se distribuye en la sociedad y forma las rentas de las personas que la componen.

     Valuar una cosa es declarar que debe ser estimada tanto como otra cosa que se designa. Una cosa cualquiera, con tal que tenga valor, puede servir de término de comparación. Así una casa puede ser valuada en trigo lo mismo que en dinero. Si cuando se valúa una casa en ochenta mil reales en dinero, se tiene una idea algo más precisa de su valor, que cuando se valúa en dos mil fanegas de trigo, es únicamente porque el habito de apreciar todas las cosas en numerario, nos permite formar idea de lo que pueden valer ochenta mil reales, esto es, idea de las cosas que se pueden tener por ochenta mil reales, más pronto y con mayor exactitud que podríamos formarnos la de las cosas que se pueden tener en cambio de dos mil fanegas de trigo. Sin embargo, suponiendo que el precio de cada fanega de trigo sea de cuarenta reales estos dos valores son iguales.

     En toda valuación la cosa que se valúa es una cantidad dada, a la que no se puede cambiar nada. Una casa designada es una cantidad dada: es la cantidad de una cosa llamada casa, situada en tal lugar, y acondicionada de tal manera. El otro termino de comparación es variable en su cantidad, porque la valuación puede subir más o menos. Cuando se valúa una casa en ochenta mil reales, se hace subir a ochenta mil los reales que se supone que vale. Si se juzga a propósito el hacer subir la valuación a ochenta y ocho mil reales, o de reducirla a setenta y dos mil se hace variar la cantidad de la cosa que sirve para la evaluación. Lo mismo sería si el tal objeto se valuase en trigo. La cantidad de trigo sería la que determinaría el montante de la valuación.

     La valuación es vaga y arbitraria mientras no lleva consigo la prueba que la cosa valuada se estima en general en tanto como tal cantidad de otra cosa. El propietario de una casa la valúa en ochenta y ocho mil reales: un indiferente la valúa en setenta y dos mil. �Cuál de estas dos valuaciones es buena? Puede que ni una ni otra. Pero cuando otra persona, u otras diez personas están prontas a ceder en cambio de la casa una cierta cantidad de otras cosas, ochenta mil reales por ejemplo, o dos mil fanegas de trigo, entonces se puede decir que la valuación es justa. Una casa que se puede vender, si se quiere, en ochenta mil reales, vale ochenta mil reales(1).

     Si sólo una persona está dispuesta a pagar este precio, y si le es imposible, después de haberla adquirido, de volverla a vender por lo que le ha costado, entonces la ha pagado más de su valor. Siempre es verdad que un valor incontestable es la cantidad de cualquier cosa que se puede obtener, al momento que se quiera, en trueque de la cosa de que uno quiere deshacerse(2).

     Esto es lo que en el comercio, y todas las veces que las valuaciones se hacen en dinero, se llama precio corriente.

     Manifestemos ahora las leyes que para cada cosa determinan su valor o precio corriente.

     La necesidad que se tiene de las cosas, depende de la naturaleza física y moral del hombre, del alma que habita, de las costumbres y de la legislación de la sociedad de que es parte. Tiene necesidades del cuerpo, necesidades del espíritu y del alma, necesidades para sí y otras para su familia, y aun otras como miembro de la sociedad. Una piel de oso y de una rengífero son cosas de primera necesidad para un Lapón; y hasta el nombre de éstas es desconocido a un Lazaron de Nápoles. Éste por su parte puede carecer de todo con tal que tenga macarrones. Igualmente los tribunales en Europa se miran como el lazo más fuerte de la sociedad, y los habitantes indígenas de América, los Tártaros y los Árabes viven muy bien sin ellos. Aquí no consideramos estas necesidades más que como cantidades dadas, sin investigar sus causas.

     De estas necesidades, unas se satisfacen con el uso que hacemos de ciertas cosas que la naturaleza nos suministra gratuitamente, tales como el aire, el agua, la luz del sol. Podemos llamar a estas cosas riquezas naturales, porque la naturaleza sola hace la costa de ellas. Como se las da a todos nadie está obligado a adquirirlas a precio de un sacrificio cualquiera. No tienen pues valor cambiable.

     Otras necesidades no pueden ser satisfechas más que por el uso que hacemos de ciertas cosas a las que no se ha podido dar la utilidad que ellas tienen, sin haberles hecho sufrir una modificación, sin haber obrado una mudanza de su estado, sin haber por efecto de esto superado una dificultad cualquiera. Tales son los bienes que no obtenemos sino por los procedimientos de la agricultura, del comercio o de las artes. Estos son lo únicos que tienen un valor que se pueda cambiar. La razón de esto es evidente: son por el hecho solo de su producción el resultado de un cambio en que el productor ha dado sus servicios productivos para recibir este producto. Desde entonces no se pueden obtener de él más que en virtud de otro cambio, dándole otro producto que pueda estimar tanto como el suyo.

     Estas cosas pueden llamarse riquezas sociales, porque no es posible ningún cambio sin que haya en él una relación social, y porque sólo en estado de sociedad puede haber una garantía del derecho de poseer exclusivamente lo que se ha obtenido por la producción, o por el cambio.

     Observemos al mismo tiempo que las riquezas sociales, como riquezas, son las únicas que pueden ser objeto de un estudio científico: primero porque son las únicas que sean apreciables, o a lo menos las únicas cuyo aprecio no sea arbitrario: segundo porque ellas solas se forman, se distribuyen y se destruyen conforme a ciertas leyes, que podemos señalar.

     Después de haber enseñado en que consiste esta calidad que poseen ciertas cosas, y que se llama valor, o con más exactitud valor cambiable, como que percibimos ya su origen. Las riquezas sociales tienen un valor porque estamos obligados a comprarlas. �Con qué las pagamos? Con servicios productivos. Después de esta compra y una vez adquiridas a este precio, realmente somos más ricos, tenemos medios de satisfacer más necesidades, y si las riquezas que hemos adquirido por nuestros servicios productivos, no convienen a ninguna de nuestras necesidades, nos podemos servir de ellas para obtener lo que nos hace falta: las podemos cambiar por otros productos.

     Los otros productos que obtenemos en cambio, son por su parte resultados de algunos otros servicios productivos: de modo que los cambios que hacemos de dos productos, no son efectivamente más que el cambio de los servicios productivos, de que estos dos productos son el resultado. Cuando cambio quince fanegas de trigo por una de café, cambio los servicios productivos que han formado quince fanegas de trigo, por los que han formado una fanega de café(3)

.

     Resulta de esto que se establece un valor corriente un precio corriente para los servicios productivos como para los productos. Y en efecto si los servicios productivos que han creado quince fanegas de trigo pueden por medio de cambios, obtener por indemnización sea quince fanegas de trigo, sea una de café, pueden igualmente obtener todo lo que tiene el mismo valor que quince fanegas de trigo, es decir, por un supuesto, una vara de un tejido de algodón, cinco varas de cinta, una docena de platos &c.; y si sucediese que las quince fanegas de trigo no pudiesen obtener en cambio cabalmente esta cantidad de cada cosa, entonces los servicios productivos que han cooperado a la formación del trigo no recibirían una indemnización tan grande, como los que se habrían aplicado a la fabricación de los platos &c. Una parte de ellos se retirará de la primera de estas fabricaciones a favor de las otras, hasta que fuesen pedidos y pagados tanto como otro servicio análogo.

     Cada especie de servicio productivo tiene también un precio corriente que le es peculiar. El que en la producción de las quince fanegas de trigo, no puede pretender más que la decimaquinta parte de este producto, no pretende sino la decimaquinta parte de otro producto cualquiera que se puede comprar con las quince fanegas de trigo a la decimaquinta parte, que son veinte reales, y así de los demás.

     Se ve que el valor de una multitud de productos comparados entre sí es el que establece el valor corriente de los servicios productivos(4)

, y que no es el valor de los servicios productivos quien establece el valor de los productos, como lo han asegurado algunos autores(5), y como es la utilidad del producto quien le hace buscar, quien le da un valor, la facultad de crear esta utilidad es quien hace buscar los servicios productivos, que les da a ellos un valor; valor que equivale para cada uno de ellos, a la importancia de su cooperación, y cuyo total forma para cada producto lo que se llaman gastos de producción.

     La utilidad de un producto no está limitada a una sola persona, a lo menos conviene a una clase de la sociedad, como ciertos vestidos, o a la sociedad entera, como la mayor parte de los alimentos que convienen a los dos sexos y a todas las edades. Por esta razón la petición que se ha hecho de un producto, de un servicio productivo, de una cosa cualquiera, abraza cierta cantidad de ellos. La petición de azúcar en Francia dicen que llega a más de quinientos mil quintales por año. Aun para cada individuo, la petición que se ha hecho de cierto producto en particular puede ser más o menos grande. Sea la que quiera esta cantidad la llamamos cantidad pedida. Por otra parte la cantidad de este mismo producto, que puede ser hallada o fabricada, y por consiguiente subministrada a quien tiene necesidad de él, se llamará cantidad ofrecida, cantidad en circulación.

     Pero debe hacerse una restricción relativamente a estas dos cantidades. No hay ninguna cosa, agradable o útil que no pueda ser pedida en cantidad indebida: porque �quién es la persona que no esté dispuesta a recibir lo que puede contribuir a su utilidad o a su satisfacción? �Qué es lo que restringe efectivamente la petición? Es la posibilidad de pagar, de suministrar bastantes productos para adquirir aquellos que se desean obtener. Aun cuando cada uno de los mozos de cordel de un pueblo grande pidiese un coche de seis caballos para hacer con más comodidad su oficio, esto no haría subir un ochavo el precio de los caballos ni el de los coches.

     Pero estas cosas por medio de las cuales se podría adquirir el producto deseado, son limitadas para cada persona, porque son productos de las fincas productivas del adquiriente, y éste por rico que sea, sus fincas productivas y los productos que saca de ellos tienen límites.

     Las fortunas, en todo país crecen por grados insensibles, desde las más pequeñas, que son las más multiplicadas, hasta la mayor que es única. Resulta de esto que los productos que son todos deseados por la mayor parte de los hombres, sin embargo no son pedidos en realidad, y con la facultad de adquirirlos, más que por cierto número de ellos; y por estos, en más o menos abundancia. Resulta también que el mismo producto o muchos productos, sin que-su utilidad llegue a ser mayor serán más pedidos a medida que estarán a un precio más bajo y que exigirán menos servicios productivos para ser completos, porque entonces el número de sus consumidores puede extenderse. Y al contrario las clases que piden son tanto menos numerosas cuanto el valor del producto va subiendo. Si en un invierno riguroso, se consigue hacer chalecos de lana de punto de aguja que no cuesten más que veinte y cuatro reales, es probable que todas las gentes a quienes quedaran veinte y cuatro reales después que habrán satisfecho todas las necesidades, que son o que miran como más indispensables que un chaleco de lana, comprarán uno. Pero todos aquellos a quienes después de haber satisfecho sus necesidades más indispensables, no les quede más que veinte reales no podrán comprarle. Si se consigue fabricar los mismos chalecos por veinte reales el número de sus consumidores se aumentará de toda esta última clase. Este número se aumentará aun si se llega a poderlos dar a diez y seis reales, y así es como los productos que en otro tiempo no se usaban más que por los más ricos, las medias v. gr. actualmente se han extendido a casi todas las clases.

     Lo contrario se verifica cuando una mercancía aumenta de precio, sea por causa de los impuestos o por otro cualquier motivo. Deja de tener el mismo número de consumidores, porque en general no se puede adquirir sino lo que se puede pagar, y las causas que hacen subir el precio de las cosas, no son las que aumentan las facultades de los adquirentes. Así es como en Inglaterra clases muy numerosas se hallan privadas casi enteramente de la ventaja de consumir vino natural, y aún muchas otras mercancías. Es necesario para poderse procurar allí estos géneros, sacrificar una cantidad tan grande de productos o servicios productivos, que sólo las personas a quienes les sobran muchos pueden hacer semejante sacrificio.

     En tal caso, no sólo disminuye el número de consumidores, sino que cada consumidor reduce su consumo.

     Hay tal consumidor de café, que cuando este género aumenta de precio, puede no estar precisado a renunciar enteramente al placer de esta bebida; pero reducirá solamente su provisión acostumbrada: en tal caso es preciso considerarle como formando dos individuos; uno dispuesto a pagar el precio pedido, y otro renunciando a pedirle.

     En las especulaciones comerciales el comprador como no se provee para su propio consumo proporciona sus compras a lo que espera poder vende r: pero como las mercaderías que podrá vender son proporcionadas al precio a que podrá darlas, comprará tantas menos cuanto el precio será más subido, y tantas más cuanto el precio será más bajo.

     En un país pobre las cosas de utilidad muy común, y de precio poco subido exceden frecuentemente las facultades de una gran parte del pueblo. Hay países en que los zapatos, aunque baratos, no pueden compralos la mayor parte de los habitantes. El precio de este género no baja al nivel de las facultades del pueblo: este nivel es más bajo que los gastos de producción de los zapatos. Pero como los zapatos en rigor no son indispensables para vivir, las gentes que no están en estado de poderlos comprar, llevan abarcas o andan descalzos. Cuando por desgracia sucede esto con un género de primera necesidad, una parte de la población perece, o a lo menos deja de renovarse. Tales son las causas generales que, limitan la cantidad de cada cosa que puede ser pedida.

     En cuanto a la cantidad ofrecida, no es sólo aquella cuya oferta se ha hecho formalmente; es la cantidad de una mercadería que sus poseedores actuales están dispuestos a ceder en cambio de otra, o si se quiere, a vender al precio corriente. Se dice también, de esta mercancía que está en la circulación.

     Tomando estas palabras en su sentido riguroso una mercadería no estaría en circulación más que en el momento que pasa de las manos del vendedor a las del comprador. Este tiempo es un instante, o a lo menos puede considerarse como instantáneo. No altera en nada las condiciones del cambio, porque es posterior a la conclusión del contrato. No es más que el por menor de la ejecución. Lo esencial consiste en la disposición en que está el poseedor de la mercancía de venderla. Una mercadería está en circulación cada vez que busca un comprador, y busca un comprador frecuentemente con mucha actividad sin cambiar de puesto.

     Así todos los géneros que ocupan los almacenes de venta y las tiendas están en circulación.

     Asimismo cuando se habla de tierras, de rentas, de casas que están en circulación, esta expresión no tiene nada que deba sorprender. Aun una cierta industria puede estar en circulación, y tal otra no estar, cuando la una busca en que emplearse, y la otra ya lo ha hallado.

     Por la misma razón una cosa sale de la circulación al momento que está destinada, sea a ser consumida, se a ser llevada a otra parte, sea en fin cuando se destruye por accidente. Sale igualmente cuando su poseedor cambia de resolución, y la saca de ella, o cuando la tiene a un precio que equivale a no querer venderla.

     Como no hay mercadería realmente ofrecida más que la que se ofrece al precio corriente, aquella que por su coste de producción saldría más cara que al precio corriente, no será producida, ni será ofrecida. La cantidad ofrecida será tanto más considerable cuanto el precio corriente será más alto, y disminuirá a medida que el precio corriente bajará.

     Independientemente de estas causas generales y permanentes, que limitan las cantidades ofrecidas y pedidas, las hay pajareras y accidentales, cuya acción se combina siempre más o menos con la acción de las causas generales.

     Cuando el año anuncia ser bueno y fértil en vino, los vinos de las cosechas, y aún antes que se haya consumido ni una gota de la nueva cosecha, bajan de precio, porque se ofrecen más, y se piden menos. Los mercaderes temen la concurrencia de los vinos nuevos, y se dan prisa a sacarlos a vender. Los consumidores por la razón contraria, agotan sus provisiones sin renovarlas, lisonjeándose de que más tarde las tendrán más baratas. Cuando a un mismo tiempo llegan muchos navíos de países lejanos y sacan a vender sus importantes cargamentos siendo la oferta de las mismas mercancías más considerable de lo que era antes relativamente a lo que se buscan, su precio baja.

     Por una razón contraria cuando hay motivo de temer una mala cosecha, o que los navíos que se esperaban han naufragado, los precios suben a más de los gastos de producción. Hay también monopolios, que permiten la naturaleza o las leyes, que impiden perpetuamente el que ciertas cosas sean ofrecidas en igual grado, que otras análogas. Tales son los vinos de ciertos terrenos privilegiados. Los servicios productivos de estas tierras constantemente son menos ofrecidos, y más pedidos que los de las otras. El servicio de correos está lo mismo en casi todos los países, a un precio de monopolio.

     En fin, sean las que quieran las causas generales u particulares que determinan la mayor o menor cantidad de cada cosa que se ofrece o se pide, esta cantidad es la que en los trueques influye fundamentalmente en los precios, los cuales no son más, como se tendrá presente, que el valor corriente expresado en moneda. Cada cosa útil y agradable sería indefinidamente pedida. si la dificultad de adquirirla, o el precio no pusiesen límites a esta petición, y no la restringiesen. Por otra parte sería indefinidamente ofrecida, si el mismo límite, el precio, no limitase la oferta y la restringiese, porque no puede dudarse que en lo tocante a cosas susceptibles de ser producidas, se ofrecería indefinidamente lo que se compraría, sea el precio el que se quiera. La petición pues ensancha el límite del lado de la carestía; y la oferta al otro extremo de la línea, le ensancha por el lado de la baratura: pero por las dos partes, las fuerzas disminuyen a medida que el límite se aleja, y el punto en donde la acción de estas dos fuerzas se contrarresta, es aquel en que se detiene el límite de la carestía y el de la baratura, esto es el precio.

     Esto es lo que se expresa por esta fórmula: En todo lugar y en toda época el precio de una cosa sube tanto más cuanto la cosa es menos ofrecida, y más pedida, y tanto menos cuanto es más ofrecida y menos pedida. O por esta otra fórmula: El aumento de precio está en razón directa de la cantidad pedida, e inversa de la cantidad ofrecida.

     Puede suceder que la utilidad de una cosa, esto es, la necesidad que se tiene de ella no pueda subir su precio al punto a que le harían subir sus gastos de producción. En tal caso esta cosa no se produce. Costaría más que lo que valdría. No creo que en París el precio que se quería pagar por el cavial(6) igualase los gastos de producción que costaría este plato. La petición que hay de él es tan limitada, que no llega al límite de su precio, y así no le hacen, pero en otras partes le preparan porque se consume en gran cantidad.

     Cuando una ley fija el precio de las cosas más bajo que los gastos de producción, la producción se suspende, porque nadie quiere trabajar para perder: los que vivían de este género de producción se mueren de hambre, si no hallan otra cosa en que emplearse, y las que podían pagar su producto según su valor natural se ven forzados a no disfrutar de él. Estableciendo una tasa o máximo, se suprime una parte de la producción y una parte del consumo, esto es, una parte de la prosperidad social, que consiste en producir y consumir.

     Aun los productos existentes ya no se consumen de un modo tan conveniente. Primero, porque el propietario los sustrae cuanto puede de la venta. Después la mercancía pasa no donde hay más necesidad de ella, sino donde hay más ansia, más maña y más falta de probidad, y frecuentemente se hace ofendiendo los derechos más comunes de la equidad natural y de la humanidad. Si sucede una carestía de granos, el precio del trigo sube, pero se concibe sin embargo que el obrero sea redoblando su trabajo, sea aumentando su salario, puede ganar con que comprarle, al precio corriente. Durante esto los magistrados fijan el precio del trigo a la mitad de su precio natural. �Qué es lo que sucede? Que otro consumidor, cuya provisión estaba ya enteramente hecha, y que por consiguiente no habría vuelto a comprar trigo si se hubiese mantenido a su precio natural, ha sido más ligero que el obrero, y ha comprado sólo por precaución, y para aprovechar la baratura, la porción del obrero, que se la lleva con la suya. Él tiene una provisión doble, y el otro no tiene ni una siquiera. La venta no se ha arreglado según las facultades y las necesidades, sino según la agilidad.

     No se debe pues admirar que la tasa de los géneros aumente la carestía.

     Una ley que fija el precio de las cosas a la tasa en que se fijarían naturalmente, no sirve para nada, sino para inquietar el espíritu de los productores y consumidores, y por consiguiente para desarreglar las proporciones naturales entre la producción y las necesidades; proporciones que abandonadas a sí mismas, se establecen siempre de la manera más favorable a la una y a las otras.

     La esperanza, el temor, la malicia, el deseo de obligar, todas las pasiones y todas las virtudes pueden influir en el precio que se da o que se recibe. Sólo por una estimación puramente moral se puede apreciar las perturbaciones que resultan de ellas en los cálculos positivos, que son los únicos que nos ocupan en este momento.

     Tampoco nos ocuparemos de las causas puramente políticas que hacen que un producto se pague más que su utilidad real. En esto sucede como en el robo y el despojo, que hacen su papel en la distribución de las riquezas; pero que están bajo el dominio de la legislación criminal. Así la administración pública, que es un trabajo, cuyo producto se consume, a medida que nace para los administrados, puede pagarse muy cara cuando la usurpación y la tiranía se apoderan de ella, y precisan a los pueblos a contribuir con una suma mayor que la necesaria para mantener una buena administración. Este caso es el mismo que aquel en que un productor no tuviese concurrentes, bien los hubiese espantado con la fuerza, o que algunas circunstancias particulares le hubiesen libertado de ellos. Él daría a sus productos el precio que querría, y los haría subir hasta los límites de las facultades de sus consumidores, si reunía a los derechos del monopolio los de la autoridad. A la ciencia política y no a la economía política le toca el enseñar los medios de precaver esta desgracia.

     Asimismo, aunque sea a la ciencia moral, a la ciencia del hombre moral, a quien toca enseñar los medios de asegurarse de la buena conducta de los hombres en sus relaciones mutuas, cuando parece necesaria la intervención de un poder sobrenatural para conseguirlo, se pagan los hombres que se dan por intérpretes de este poder. Si su trabajo es útil, esta utilidad es un producto que no deja de tener su valor; pero si por esto los hombres no son mejores, no produciendo este trabajo utilidad ninguna, la porción de rentas de la sociedad que sacrifica para el sustento del sacerdocio, es un gasto perdido, es un trueque que se hace sin recibir nada en cambio.

     Por más cuidado que pongo en limitarme a mi asunto es preciso que algunas veces toque por necesidad los confines de la política y de la moral, aun cuando no sea más que para indicar los puntos de contacto.



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Capítulo II

Del origen de nuestras rentas.

     En el primer libro de esta obra, he dicho como los productos salen de las fincas productivas que poseemos, esto es, de nuestras facultades industriales, de nuestros capitales y de nuestras tierras. Estos productos forman la renta de los propietarios de las fincas, y les suministran las cosas necesarias para su existencia, que no se les dan gratuitamente ni la naturaleza ni sus semejantes.

     El derecho exclusivo que se tiene de disponer de una renta nace del derecho exclusivo que se tiene sobre la finca. En donde no existe este derecho no hay ni finca ni renta: no hay riquezas, porque las riquezas son los bienes que se tienen, de que uno tiene la posesión exclusiva: así no se tiene nada en donde la posesión no esta reconocida y garantida, en donde la propiedad no existe de hecho.

     Para estudiar la naturaleza y la marcha de las riquezas no es necesario conocer el origen de las propiedades o de su legitimidad. Que el poseedor actual de una tierra o el que se la ha transmitido, la hayan tenido a título de primer ocupante, o por violencia, o por fraude, el efecto es igual relativamente a la producción y a la distribución de las rentas.

     Puede notarse solamente que la propiedad de las fincas, que llamamos facultades industriales, y la propiedad de aquellas que componen nuestros capitales, tiene algo de más incontestable y de más sagrado que la propiedad de las tierras. Las facultades industriales de un hombre, su inteligencia, su fuerza muscular, su maña, son dones que la naturaleza le ha hecho a él incontestablemente y a nadie más. Y cuanto a sus capitales y a sus acumulaciones, estos son valores que él ha ahorrado sobre sus consumos. Si él los hubiese consumido o destruido, jamás habrían sido la propiedad de nadie: nadie pues puede tener derecho a ellas. El ahorro equivale a la creación, y la creación forma el derecho más incontestable.

     Las fincas productivas unas son enajenables como las tierras y los utensilios de las artes: los otros no, como las facultades personales. Las unas pueden consumirse, como los capitales en muebles: las otras no pueden consumirse como los bienes raíces. Otras no se enajenan ni se consumen, hablando propiamente; pero pueden destruirse como el talento que muere con el hombre.

     Los que pueden consumirse, como los valores muebles que sirven para la producción, pueden consumirse para reproducirse, y entonces se quedan fondos productivos, o bien se consumen improductivamente, y entonces salen de la clase de fincas productivas, y se convierten sencillamente en productos destinados a una destrucción más o menos rápida.

     Aunque las riquezas de un particular se componen tanto de sus rentas, como de sus fincas productivas, no se considera que altera su fortuna cuando consume sus rentas, con tal que no gaste sus fincas. Porque las rentas consumidas pueden reemplazarse sin cesar, porque las fincas conservan perpetuamente, mientras existen, la facultad de dar nuevos productos.

     El valor corriente de las fincas productivas se establece por los mismos principios, que el valor de todas las demás cosas, esto es, a proporción de la oferta y de la petición. Conviene sólo notar que la cantidad pedida no puede tener por motivo la satisfacción que se puede sacar del uso de una finca: un campo o una fragua no dan directamente ninguna satisfacción apreciable a su poseedor: su valor dimana del valor del producto que puede sacarse de ellas, el cual se funda en el uso que se puede hacer de este producto, además de la satisfacción que se puede sacar de él.

     En cuanto a las fincas que no se pueden enajenar, tales como las facultades personales, como no pueden nunca llegar a ser objeto de un cambio, su valor tampoco puede apreciarse más que por el valor que son susceptibles de producir. Así la finca de las facultades industriales; de que un obrero puede sacar un salario de doce reales diarios, o, poco más de cuatro mil reales, puede valuarse como un capital en el fondo perdido que produce una renta como éste.

     Después de habernos formado ideas generales, y por decirlo así, superficiales y exteriores de las fincas y de las rentas, si queremos penetrar más íntimamente en su naturaleza, encontraremos y superaremos algunas de las principales dificultades que presenta la Economía política.

     El primer producto de una finca productiva no es un producto propiamente dicho: es sólo un servicio productivo, de que compramos un producto. Los productos no deben considerarse sino como los frutos de un cambio en que damos servicios productivos para obtener los productos. Entonces sólo es cuando la renta primitiva parece bajo forma de producto; y si cambiamos aun otra vez estos productos primeros por otros, la misma renta se muestra bajo la forma de los nuevos productos que este trueque último nos ha procurado.

     Así para fijar nuestras ideas con imágenes sensibles, de 300 fanegas de trigo que han salido de un campo un cierto año dado, doscientas fanegas, más o menos, podrán mirarse como resultados de los servicios de los capitales, y de la industria de aquellos que han contribuido a esta producción, y las cien fanegas restantes como resultado de la parte que el campo habrá tenido en la misma producción. La primer renta del propietario del campo será la cooperación, el servicio hecho por su instrumento, por su tierra: habrá dado esta cooperación a su arrendador mediante cien fanegas de trigo: he aquí el primer trueque. Y si el propietario mismo o el arrendador por él, consiguiente al trato hecho entre ambos cambia las cien fanegas del propietario por dinero que le trae, siempre es la misma renta, pero transformada en una suma de dinero.

     Este análisis nos era necesario para llegar a conocer el verdadero valor de la renta. En efecto �qué viene a ser el valor según la definición dada en el último capítulo? Es la cantidad de una cosa cualquiera, que se puede obtener en cambio de la cosa de que quiere uno deshacerse. En materia de renta �cuál es la cosa de que uno se deshace para obtener su renta? Los servicios productivos que nacen incesantemente de los fondos que se poseen. �Qué se obtiene en este cambio que llamamos producción? Los productos. El valor de la renta es pues tanto más considerable cuanto se obtiene no un valor más grande en productos, sino mayor cantidad de productos, una masa mayor de utilidad producida.

     La cantidad de productos y no su valor es, como se ve, la que hace la renta de las naciones mirada en masa(7). En cuanto a las rentas de los particulares no es precisamente lo mismo; porque en razón de las variaciones en el valor recíproco de los productos, la renta de un particular puede crecer a costa de la de otro particular.

     Si cada uno pudiese vivir de los productos que componen sus rentas sin hacer ningún cambio, entonces sus rentas serían siempre proporcionadas no al valor cambiable, sino a la cantidad de sus productos, a la masa de utilidad que habría producido. En una sociedad un poco adelantada no sucede así; se consumen mucho menos los productos que uno ha creado, que los que se compran con los que uno ha creado. Lo que hay más importante para cada productor es pues la cantidad de productos que no son de su creación, y que podrá obtener con sus servicios productivos de que dispone. Si mis tierras, mis capitales y mis facultades están empleadas, por ejemplo, en el cultivo del azafrán, siendo nulo mi consumo de azafrán, mi renta se compone de la cantidad de cosas que podré comprar con mi cosecha de azafrán, y esta cantidad de cosas, será más considerable si el azafrán se encarece; pero también la renta de los compradores de azafrán se disminuirá de todo el excedente de precio que conseguiré hacerles pagar.

     El efecto contrario se verificará si me veo precisado a vender mis productos a bajo precio. Entonces la renta de los compradores se hace más considerable, pero es a costa de la mía.

     Cuando economizo sobre mis gastos de producción, esto es, cuando economizo sobre los servicios productivos y que hallo medio, por ejemplo, de hacer producir a una fanega de tierra lo que antes producían dos, de hacer en dos días lo que antes hacía en cuatro &c. desde este momento la renta de la sociedad se aumenta de todo lo que ahorro sobre los servicios productivos, es decir, que los servicios productivos ahorrados pueden emplearse a un aumento de producción. �Pero a provecho de quién es este aumento de renta? a provecho mío mientras consigo tener secretos mis procedimientos, a provecho del consumidor cuando la publicidad de los procedimientos me obliga, por la concurrencia, a bajar mi precio a nivel de los gastos de producción.

     Sean las que quieran las transformaciones que los cambios hacen sufrir al valor de los sujetos productivos que componen primitivamente toda mi renta, esta renta existe siempre hasta que se destruya por el consumo. Si mi renta es el servicio productivo de una tierra, existe aún después que se ha cambiado por la producción en sacos de trigo: existe aun cuando estos sacos de trigo se han cambiado en pesos duros, aunque el comprador de mi trigo le haya consumido. Pero cuando he comprado una cosa con estos duros, y he consumido o hecho consumir esta cosa, desde este instante el valor que componía mi renta ha dejado de existir: mi renta esta consumida, destruida, sin embargo que los pesos duros en que fue transformada pasajeramente subsistan aun. No se ha de creer que se ha perdido sólo para mí, y que continúa a existir para aquellos a cuyas manos han pasado los pesos duros. Se ha perdido para todo el mundo. El poseedor de estos mismos duros no ha podido obtenerlos sino a costa de otra renta, o de una finca de que ha dispuesto.

     Cuando se añade a un capital los valores que provienen de una renta, dejan de existir como renta, y ya no pueden servir para la satisfacción de las necesidades de su poseedor: sólo sirven para el aumento de sus rentas; existen como capital, son consumidas al modo de los capitales, consumo que no es más que una especie de cambio, en donde se reciben los valores producidos por los valores consumidos.

     Cuando alquila uno su capital, o su tierra, o su tiempo se abandonan al locatario o empresario los servicios de estas fincas productivas mediante una suma o una cantidad de productos determinada de antemano. Es una especie de contrato alzado en el que el locatario puede ganar o perder, según la renta real (los productos que ha obtenido de las fincas, de que se le ha dejado el uso) vale más o menos que el precio que paga por ellos. Pero por esto no hay doble renta producida. Aun cuando un capital prestado a un empresario, diese a éste diez por ciento al año, en vez de cinco por ciento que tal vez pagaba al que le prestó, la renta que dimana del servicio hecho por el capital no sería sin embargo de diez por ciento; porque esta renta comprende al mismo tiempo una retribución por el servicio productivo del capital; y otra por el servicio productivo de la industria que le pone en acción.      En resumen, la renta real de un particular es proporcionada a la cantidad de productos de que puede disponer, sea directamente por sus fincas productivas, sea después de haber efectuado los cambios que ponen su renta primitiva en forma consumible. Esta cantidad de productos, o si se quiere, la utilidad que reside en ellos, no puede valuarse más que por el precio corriente que los hombres les dan. En este sentido la renta de una persona es igual al valor que saca de sus fincas productivas, pero este valor es tanto mayor relativamente a los objetos de su consumo, cuanto éstos son más baratos, porque entonces este mismo valor la hace dueña de una cantidad mayor de producto.

     Por la misma razón la renta de una nación es tanto más considerable cuanto el valor de que se compone (esto es el valor de todos sus servicios productivos) es mayor, y el valor de los objetos que se han de comprar con ella es más pequeño. El valor de los servicios productivos también es considerable por necesidad, cuando la de los productos lo es poco; porque no se ha de perder de vista, que componiéndose el valor de la cantidad de cosas que se pueden obtener en un cambio, las rentas (los servicios de las fincas productivas de la nación) valen tanto más, cuanto los productos que obtienen son abundantes y a bajo precio.



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Capítulo III.

De las variaciones reales, y de las variaciones relativas en el precio.

     El precio de una cosa es la cantidad de moneda que vale. Su precio corriente es, en cada lugar, el precio a que esta segura de tener compradores. Digo en cada lugar, porque la relación entre la necesidad que se tiene de una cosa, y la cantidad que uno puede procurarse de ella, varían de un paraje a otro.

     El precio que se saca vendiendo una cosa representa todas las cosas que se pueden adquirir por el mismo precio. Así cuando digo que el precio de una vara de paño es ciento sesenta reales, quiero decir que esta vara de paño cambiándose puede procurar, un producto compuesto de ocho piezas de a cinco pesetas, o la cantidad de un otro cualquier producto que se podría procurar por ocho piezas de cinco pesetas. Para mayor sencillez pongo en mis ejemplos el precio en dinero, en vez de las cosas que se podrían, si se quisiese, tener por este precio: estas cosas, y no su precio, son el verdadero término del cambio.

     precio de las cosas entendido así, puede ser ya su precio de compra o ya el de su renta: en otros términos el precio que ha sido menester pagar para tenerlos, o el precio que se puede sacar de ella si se quieren vender.

     La primera vez que se ha obtenido un producto cualquiera, esto es; cuando se le ha creado, el precio que se ha pagado por él, es el precio que cuestan los servicios productivos de que es fruto, o los gastos de su producción.

     Subiendo de este modo al precio que cuesta un producto creado, se llega a otros productos; porque �qué es el precio de los servicios productivos sino otros productos? Cuando compro los jornales de los obreros para hacer una vara de paño, �qué doy a estos obreros para pagar su trabajo? Los productos que son necesarios para su subsistencia, o el dinero por cuyo medio los comprarán; el cual también es un producto.

     Se puede pues decir que la producción, como todos los cambios subsiguientes, se resuelve en un cambio de productos y que todos estos cambios se hacen según el precio corriente de cada producto.

     Pero he aquí una circunstancia importante, y a que es menester tener grande atención, porque por no haberla apreciado como conviene se han cometido muchos errores, se han dado muchas explicaciones falsas, y escrito libros enteros que apoyados en bases ruinosas, no hacen más que descarniar a los que estudian la Economía política.

     Si necesito para producir una vara de paño comprar servicios productivos por ciento sesenta reales, la vara de paño, me sale a ciento y sesenta reales; pero si llego a producir esta tela con sólo los tres cuartos de estos servicios productivos, si supongo que (reduciendo, para mayor sencillez, todos los servicios productivos a una sola especie) en vez de veinte jornales de los obreros, consigo concluirla con quince jornales, la vara de paño no saldrá más que a ciento y veinte reales, pagando igualmente bien los jornales.

     Se ve con esto que el precio corriente de los servicios productivos ha podido no variar, y que sin embargo los gastos de producción de este producto han variado, pues que en esta nueva producción y no he pagado el mismo producto más que ciento y veinte reales en vez de pagarle ciento y sesenta. Esta diferencia entre los gastos de producción y el precio corriente del producto, presentando para este género de producción provechos superiores a los beneficios ordinarios, atrae necesariamente hacía sí, más medios productivos que los otros, y la cantidad ofrecida viniendo desde entonces a ser más considerable, el precio coriente del producto baja hasta que haya bajado a nivel de los gastos de producción(8).

     Así a esta variación de precio, es a lo que llamo variación real, porque es absoluta, porque la baja no lleva consigo un encarecimiento equivalente en el objeto con que el cambio se ha consumado: que se la puede concebir, y que se verifica verdaderamente sin que los servicios productivos, ni los productos conque se compra el producto que ha variado, hayan ellos mismos cambiado de precio.

     No sucede lo mismo con los cambios que se hacen de los productos entre sí una vez creados, y sin atender a sus gastos de producción. Así cuando el vino del año pasado, que se vendía no ha un mes a ochocientos reales la barrica, no se vende ya más que a seiscientos reales, el dinero y todas las mercancías que reclama el que tiene vino de venta han subido relativamente a él; porque los servicios productivos de que es resultado su vino, que valían ochocientos reales, no le pueden producir más que seiscientos, y las otras mercaderías a proporción: no puede sacar que los tres cuartos de lo que le habrían dado antes. En el caso precedente, la misma cantidad de servicios productivos le han procurado la misma cantidad de otra cualquier cosa, porque los servicios productivos que dan ciento y veinte reales, después que han costado los ciento y veinte reales son también pagados como los que producen ciento y sesenta después que han tenido este coste.

     La primera pues de estas variaciones enriquece una nación, y la segunda, que no es más que relativa, no cambia nada a su estado de riqueza. Efectivamente, si en el primer caso, todas las personas que tienen paño que comprar son más ricas sin que las que tienen paño que vender sean más pobres, la masa de riquezas (sea el que quiera su número) ha aumentado: y si en el segundo caso la ganancia del uno es necesariamente compensada por una pérdida equivalente en los otros, la masa de riquezas no ha variado.

     En el primer caso se han comprado más productos sin hacer más gastos, y sin que la renta de los productores ni de los compradores haya sufrido ninguna alteración: en este caso uno es realmente más rico: se tienen más medios de gozar sin haber gastado más medios de producir: la suma de las utilidades ha aumentado: la cantidad de producto es más considerable por el mismo precio: todas estas expresiones son sinónimas.

     Si se preguntase de donde se toma este aumento de goces y riquezas que no cuesta nada a nadie, respondería que es una conquista hecha por la inteligencia humana sobre las facultades productices y gratuitas de la naturaleza. Unas veces es el valerse de una que se dejaba perder infructuosamente, como en los molinos de agua, de viento, en las máquinas de vapor: otras veces es el uso más bien entendido de las fuerzas de que disponíamos ya, como en los casos en que una mejor máquina nos hace sacar mejor partido de los hombres, y de los animales. Un negociante que con el mismo capital halla medio de aumentar sus negocios, se parece al ingeniero que simplifica una máquina o la hace más productiva.

     El descubrimiento de una mina, de un animal, de una planta que nos proporcionan una nueva utilidad, o remplazan con ventaja las producciones más caras o menos perfectas, son conquistas del mismo género. Se han perfeccionado los medios de producir, se han obtenido sin más gastos productos superiores, y por consiguiente mayor dosis de utilidad cuando se ha remplazado la tintura del pastel por el índigo, la miel por el azúcar, y la púrpura por la cochinilla.

     En todas estas perfecciones y en todas las que sugerirá el tiempo venidero, hay que notar que los medios de que dispone el hombre para producir, haciéndose más poderosos en realidad, la cosa producida aumenta siempre en cantidad a medida que disminuye en valor. Se verá al instante las consecuencias que se deducen de esta circunstancia(9).

     La baja real puede ser general, y todos los productos a un tiempo; como puede ser parcial, y no afectar más que ciertas cosas en particular. Procuraré hacer comprender esto con ejemplos.

     Supondré que en los tiempos en que estaba uno precisado a hacer las medias a la aguja, un par de medias de un hilo de calidad determinada costaban lo que ahora decimos ser veinte y cuatro reales. Esto sería para nosotros una prueba que las rentas raíces de la tierra en que se cogía el lino, los beneficios de la industria y de los capitales de los que le cultivaban, los beneficios de los que le preparaban y lo hilaban, los beneficios en fin de la persona que hacía las medias ascendían a la suma total de veinte y cuatro reales por par de medias.

     Se inventa el telar de hacer medias; supongo que entonces se tienen dos pares de medias por veinte y cuatro reales en vez de un par. Como la concurrencia hace bajar el precio a nivel de los gastos de producción, este precio es un indicio que los gastos causados por el empleo de los fondos, de los capitales y de la industria necesaria para hacer dos pares de medias, no son aún más que de veinte y cuatro reales. Con los mismos medios de producción se han obtenido dos cosas en vez de una.

     Y lo que demuestra que ésta es una baja real es que todo hombre sea de la profesión que se quiera puede comprar un par de medias dando la mitad manos de sus servicios productivos. Efectivamente un capitalista que tenía un capital que le daba cinco por ciento estaba obligado, cuando quería comprar un par de medias, a dar la renta anual de cuatrocientos ochenta reales, y ahora sólo tiene que dar la de doscientos cuarenta. Un comerciante a quien el azúcar le costaba ocho reales la libra tenía que vender tres libras para comprar un par de medias, y ahora sólo tiene que vender libra y media; por consiguiente no ha hecho más que el sacrificio de la mitad de los medios de producción que consagraba antes a la compra de un par de medias.

     Hasta ahora en nuestra hipótesis, este producto es el único que ha bajado. Hagamos igual supuesto para el azúcar. Se perfeccionan las relaciones comerciales, y una libra de azúcar no cuesta más que una peseta en vez de dos. Digo que todos los compradores de azúcar, comprendido el mismo fabricante de medias, cuyos productos han bajado también, no tendrán necesidad de consagrar a la compra de azúcar más que la mitad de los servicios productivos con que antes compraban el azúcar.

     Es fácil de convencerse de esto. Cuando el azúcar estaba a dos pesetas la libra; y las medias a seis, el fabricante de medias tenía que vender un par de medias para comprar tres libras de azúcar; y como los gastos de producción de este par de medias tenían un valor de seis pesetas, compraba en realidad tres libras de azúcar al precio de seis pesetas de servicios productivos, lo mismo que el negociante compraba un par de medias al precio de tres libras de azúcar, esto es, de seis pesetas de servicios igualmente productivos. Pero cuando uno y otro género han bajado a la mitad no ha sido necesario más que un par, esto es, un gasto en coste de producción igual a tres pesetas, para comprar tres libras de azúcar, esto es, los gastos de producción iguales a tres pesetas, para comprar un par de medias.

     Pero si dos productos que hemos puesto en oposición, y que hemos hecho que el uno se compre por el otro han podido bajar ambos a un tiempo, �no podrá uno deducir que esta baja es real, que no es relativa al precio, recíproco de las cosas, que estas cosas pueden bajar a un tiempo, unas más, otras menos, y que lo que se paga de menos en este caso no cuesta nada a nadie?

     Esta es la razón porque en los tiempos modernos, aunque los salarios, comparados al valor del trigo, sean con corta diferencia los mismos, las clases pobres del pueblo están sin embargo provistas de muchas cosas que no disfrutaban ahora cuatrocientos o quinientos años, lo mismo que de muchas partes de su vestido y de sus muebles, que realmente han bajado de precio: esta es también la razón de por qué están menos bien provistas de otras ciertas cosas que han tenido una subida real, como es la carne y la caza(10).

     Una economía en los gastos de producción indica siempre que hay menos servicios productivos empleados para dar el mismo producto, lo que equivale a más producto por los mismos servicios productivos. De esto siempre resulta un aumento de cantidad en la cosa producida. Parecería que este aumento de cantidad pudiendo no ser seguido de un aumento de necesidad de parte de los consumidores, podría resultar de él una depreciación que haría caer el precio corriente del producto a menos de los gastos de producción, aunque éstos se hubiesen minorado cuanto era posible. Temor quimérico. La menor baja de un producto extiende de tal suerte la clase de sus consumidores, que siempre, por lo que sé, la petición ha excedido lo que los mismos fondos productivos, aun perfeccionados, podían producir, y que siempre ha sido menester, a consecuencia de las perfecciones que han aumentado el poder de los servicios productivos, destinar otros nuevos a la confección de los productos que habían bajado de precio.

     Este es el fenómeno que nos ha presentado ya la invención de la imprenta. Desde que se ha encontrado este modo expedito de multiplicar las copias de un mismo escrito, cada copia cuesta veinte veces menos que lo que costaba una copia manuscrita. Bastaría para que el valor de la petición subiese a la misma suma que el número de libros fuese sólo veinte veces mayor de lo que era. Creería estar muy distante de la verdad aun cuando dijese que es cien veces mayor.

     De modo que en donde había un volumen que valía sesenta pesetas, valor de hoy día, hay ahora ciento, que siendo veinte veces menos caros, valen sin embargo trescientas pesetas. La baja de los precios que procura un enriquecimiento real no ocasiona una disminución, ni aun nominal, ni de las riquezas.(11)

     Por la razón contraria, un encarecimiento real, proviniendo siempre de una cantidad menor de cosas producidas por medio de los mismos gastos de producción (además que hace que los objetos de consumo estén más caros relativamente a las rentas de los consumidores, y por consiguiente los consumidores más pobres) no compensa con el aumento de precio de las cosas producidas, la disminución de su cantidad.

     Supongo que por consecuencia de una epizootia o un mal régimen veterinario, una raza de ganado, la oveja, por ejemplo, se hace cada vez más rara, su precio aumentará, pero no a proporción de la reducción de su número; porque a medida que se encarecerá, la petición de este género disminuirá. Si llegase a haber cinco veces menos ovejas que hay actualmente, podría muy bien que no se pagase más que doble de lo que cuestan ahora; pero donde hay ahora cinco ovejas producidas que pueden valer juntas cuatrocientos reales, a ochenta reales cada una, no habría más que una que valdría ciento y sesenta reales. La disminución de las riquezas que consisten en ovejas, a pesar del aumento de precio, se habría hecho en este caso en la proporción de cuatrocientos a cieno y sesenta, es decir, a menos de la mitad, a pesar de lo que se ha encarecido(12)

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     Se puede pues decir que la baja de los precios, cuando es real, lejos de acarrear una disminución en el valor nominal de las cosas producidas, aumenta este valor; y que la subida real lejos de aumentar la suma de las riquezas nominales la disminuye, sin hablar de los goces que en el primer caso se multiplican, y se reducen en el segundo(13).

     Y si uno estuviese inclinado a creer que una baja real, esto es, de los servicios productivos menos caros, disminuye las ventajas de los productores, precisamente tanto como aumentan las de los compradores, se equivocaría. La baja real de las cosas producidas se convierte en beneficio de los consumidores, y no altera las rentas de los productores. El fabricante de medias que da dos pares en vez de uno por seis pesetas , tiene tanto beneficio en esta suma como habría tenido si éste hubiese sido el precio de un solo par. El propietario de una tierra recibe el mismo arriendo cuando una cultura mejor multiplica los productos de su tierra, y hace bajar el precio de ellos. Y cuando, sin aumentar la fatiga de un trabajador, halló medio de doblar la cantidad de obra que él hace, el trabajador gana siempre el mismo jornal aunque el producto es más barato.

     En esto encontramos la explicación y la prueba de una verdad que no se percibía sino confusamente y que estaba también contestada por muchas sectas, y por un gran número de escritores y es que un país es tanto más rico y mejor provisto, cuanto aja más en él el precio de los géneros(14).

     Pero supongo que se insista, y que para probar la exactitud del principio se lleve el supuesto al extremo. Si de economía en economía, se dirá, los gastos de producción se reducen a nada, es claro que ya ni habría renta para las tierras, ni intereses para los capitales, ni provechos para la industria, y desde entonces ya no habría más renta para los productores. En este supuesto digo que tampoco habría productores. Estaríamos relativamente a todos los objetos de nuestras necesidades como estamos relativamente al aire y al agua que consumimos sin que nadie tenga necesidad de producirlas, y sin que estemos precisados a comprarlas. Todo el mundo es bastante rico para pagar lo que cuesta el aire: todo el mundo sería bastante rico para pagar lo que costarían todos los productos inimaginables: esto sería el culto de la riqueza. No habría Economía política; ya no habría necesidad de aprender por qué medios se forman las riquezas: uno se las encontraría ya formadas.

     Aunque no haya producto, cuyo precio sea nulo, y que no valga más que el agua común, los hay sin embargo que han tenido bajas prodigiosas en su precio, como el combustible en los parajes en que se han descubierto minas de carbón de piedra y toda baja análoga a esta, está en el camino del estado de abundancia completa de que acabo de hablar.

     Si cosas diversas han bajado diversamente, unas más otras menos, es evidente que han debido variar en sus valores recíprocos. La que ha bajado, como las medias, ha cambiado de valor relativamente a la que no ha bajado, como la carne: y las que han bajado tanto una como otra, como las medias y el azúcar en nuestro supuesto, aunque hayan cambiado de valor real, no han variado de valor relativo.

     Tal es la diferencia que hay entre las variaciones reales y relativas. Las primeras son aquellas en que el valor de las cosas cambia con los gastos de su producción: las segundas son aquellas en que el valor de las cosas cambia relativamente al valor de las otras mercancías.

     Las bajas reales son favorables a los compradores sin ser perjudiciales a los vendedores, y las subidas producen un efecto opuesto; pero en las variaciones relativas, lo que el vendedor gana lo pierde el comprador, y recíprocamente. Un comerciante que tiene en sus almacenes cien mil libras de lana a peseta la libra posee cien mil pesetas, si por efecto de una necesidad extraordinaria las lanas suben a dos pesetas la libra, esta porción de su caudal será doble, pero todas las mercancías con que se trocará la lana perderán tanto de su valor relativo cuanto la lana ha ganado en él. En efecto el que necesita de cien libras de lana, y que habría podido tenerlas vendiendo cuatro fanegas de trigo por cien pesetas, se verá precisado desde este momento a vender ocho. Perderá éste las cien pesetas y que ganará el mercader de lana: la nación por esto no será ni más rica ni más pobre(15)

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Cuando tales ventas se verifican de una nación a otra, la nación vencedora de la mercancía que ha subido, gana todo lo que monta la subida, y la nación que compra pierde precisamente la misma cantidad. En virtud de esta subida no existen en el mundo más riquezas, porque para esto era necesario que se hubiese producido alguna nueva utilidad, y que se la hubiese puesto precio. Por eso es preciso que el uno pierda lo que el otro gana: esto es también lo que sucede en toda especie de agiotage fundado en las variaciones de los valores entre sí.

     Llegará probablemente un día, en que los Estados europeos, más ilustrados sobre sus verdaderos intereses, renunciarán a todas las colonias súbditas suyas, y enviarán colonias independientes a los países equinocciales más vecinos de Europa, lo mismo que a los de África. La vasta cultura que se hará de los géneros que llamamos coloniales, se los facilitará a la Europa, con suma abundancia y probablemente a precios muy módicos. Los comerciantes que tendrán provisiones hechas a los precios antiguos perderán en estas mercancías, pero cuanto perderán ellos se ganará por los consumidores, que gozarán durante cierto tiempo de estos productos a un precio inferior a los gastos que habrán tenido: poco a poco los comerciantes remplazarán las mercancías caramente producidas con mercancías iguales pero que provienen de una producción mejor entendida y los consumidores disfrutarán entonces de un precio más bajo, y de una multiplicación de goces que ya no costarán nada a nadie, porque las mercancías costarán menos a los negociantes, y así las venderán más baratas, y por lo contrario resultará el que la industria se extenderá mucho, y se abrirán nuevos caminos para hacer fortuna(16)

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Capítulo IV.

De las variaciones nominales en los precios, y del valor propio del oro, de la plata y de la moneda.

     Hasta ahora hablando de la subida o baja de una mercancía, aunque he expresado su precio en dinero, no he puesto atención en el valor del dinero; y en efecto no hace papel ninguno en la subida o baja real, ni aun en la subida o baja relativa de las otras, mercancías. En el fondo un producto no se compra sino con otro producto, aun cuando se paga en dinero. Cuando la lana dobla de precio, se paga con una cantidad doble de otra mercancía, bien se haga el cambio directamente, bien se emplee el dinero como intermedio. Un panadero que podía adquirir una libra de lana por el precio de seis libras de pan que vendía por una peseta, estará precisado a sacrificar doce para tener las dos pesetas para pagar la lana.

     Ahora si nos conviene comparar, no los valores de las medias del azúcar, de la carne de la lana, del pan, entre sí, sino el valor de una de estas mercancías con el dinero mismo, veremos que el dinero, lo mismo que las demás mercaderías, ha podido experimentar y tenido en efecto una variación real relativamente a los gastos de producción y una variación relativa al valor de las otras mercancías.

     Desde que se han descubierto las minas de América habiendo bajado la plata a cerca del cuarto de su valor antiguo, ha perdido los tres cuartos de su valor relativamente a una mercancía como el trigo que no ha bajado de precio. Esta es la razón porque tiene uno que dar ahora cuatro onzas de plata para tener una fanega de trigo, que se compraba el año de 1500, por una onza poco más o menos. Una mercancía que desde dicha época hubiese bajado ha mitad de su precio cuando el dinero ha bajado de los tres cuartos, tendría relativamente a la plata un valor doble, del que tenía entonces, porque si esta mercancía costaba entonces una onza de plata, sino hubiese bajado costaría hoy día cuatro onzas de plata; pero como ha bajado de la mitad, no será su precio de venta más que dos onzas de plata, esto es, el doble en plata de lo que se vendía antiguamente.

     'Tales son los efectos de las variaciones reales, y relativas del valor de la plata, pero independientemente de estas variaciones, las ha habido grandes en el nombre que se ha dado en diversas épocas a una misma cantidad de metal puro. Es preciso desconfiar mucho de él en el aprecio de los valores reales y relativos.

     En 1514 se compraba una fanega de trigo mediante una onza de plata, ahora es preciso dar cerca de cuatro onzas. He aquí una variación de valor de la plata relativamente al del trigo. Una onza de plata se llamaba entonces treinta sueldos(17); si la cantidad de plata hubiese continuado a llamarse con el mismo nombre, cuatro onzas de plata se llamarían ahora ciento veinte sueldos o seis francos. De modo que el trigo, (suponiéndole a seis francos la fanega) sería más caro relativamente a la plata, o la plata menos cara relativamente al trigo. No habría habido variación nominal.

     Pero cuatro onzas de plata en vez de llamarse seis francos, se llaman actualmente veinte y cuatro francos, luego ha habido, además de la variación relativa, una variación nominal, una variación que ha consistido sólo en el nombre. El valor real y relativo de la plata ha bajado a la cuarta parte: el valor nominal de la moneda ha bajado al decimosexto de lo que representaba en 1514.

     No se puede, como se ve, por una valuación en moneda, formarse idea del valor de una cosa, más que durante el tiempo y la circunscripción de donde no sólo el nombre de la moneda pero ni el valor de su materia, ha cambiado: de otra manera no se tiene más que una valuación nominal, esto es, que no valúa nada: decir que la fanega de trigo valía treinta sueldos es dar un aprecio no presenta una ninguna idea, o que presenta una falsa, si se pretende hacer creer con estas palabras que el trigo tenía entonces un valor igual a treinta sueldos de los actuales. Los nombres de las monedas no sirven en las valuaciones, sino en cuanto dan un indicio de la cantidad de metal puro contenido en el precio anunciado. Sirve como aprecio de las cantidades, pero es preciso excluírle absolutamente en todo aprecio de los valores cuando se trata de otro tiempo y de otro lugar.

     Apenas es necesario hacer notar el influjo que ejerce sobre las fortunas nacionales y particulares una mudanza de nombre dado a diversas porciones de metal: ésta no puede aumentar ni disminuir los valores reales, ni aun los relativos de los metales ni de ninguna otra mercancía. Si llegamos a dar el nombre de dos duros a una onza de plata, que es sólo un duro, será necesario pagar con dos duros lo que habría valido sólo uno, esto es, en ambos casos una onza de plata: el valor de la plata no habrá cambiado; pero cuando se haya hecho una venta pagable a término y estipulada en duros, podrá uno estar expuesto a recibir por cada duro media onza de plata en vez de una onza, que habían entendido el comprador y el vendedor. Esta mudanza de nombre hará injustamente perder a unos lo que hará ganar a otros. No hay ganancia que no cueste nada a nadie más que la que resulta de una producción verdadera, o lo que viene a ser precisamente lo mismo, de una economía en los gastos de producción.

      Si se quisiese saber de dónde le viene al oro, a la plata y a la moneda su valor propio, recordaría que la moneda es una mercancía, cuyo valor está fundado sobre sus usos, como el de todas las demás mercancías. Vale tanto más cuánto su uso es más extenso, cuanto es más necesaria y cuánto su cantidad es menor. Vale tanta menos cuanto se halla en circunstancias contrarias.

     Aunque el oro y la plata sirven para hacer monedas, no pueden servir como tales cuando están en barras: son una mercancía que es la materia primera de las monedas, pero que no es moneda. Como en el estado actual de las cosas, cualquiera no puede hacer moneda de una barra, el metal acuñado puede valer mucho más que igual peso de metal en barra, si la cantidad pedida de metal acuñada es mucho más extensa, que la petición del mismo metal sin acuñar. Pero el metal en barras no puede valer sensiblemente más que el mismo peso de metal acuñado, por la razón, que con una pieza de moneda cualquiera puede hacer una barra.

     Si el valor del metal acuñado, siendo el peso igual, no ha excedido jamás considerablemente el valor del metal en barras, este efecto no debe atribuirse más que a la solicitud que los fabricantes de moneda (los gobiernos) han puesto en dar su hechura a la materia primera para disfrutar del beneficio que resulta de esta hechura, cuando el metal acuñado vale mucho más que en barras.

     Tales son los dos motivos que hacen que el metal acuñado nunca baje y rarísima vez suba mucho de su valor en barras. Buscando pues las causas de las variaciones que han sobrevenido o que han de sobrevenir en el valor intrínseco del oro y de la plata, explicaremos las variaciones de su valor como moneda.

     Hemos visto ya en el tomo primero que cuando la cantidad de metales preciosos puesta en circulación se hizo diez veces mayor cuando se descubrió la América, su precio no bajó al décimo de lo que era antes. Esto dinamó de que las necesidades del comercio, de las artes y del lujo, que recibieron un grande incremento hacia la misma época, aumentaron mucho la petición de esta especie de mercancías.

     Todos los estados grandes de Europa estaban sin ninguna industria: la circulación de los productos, ya sea de los que hacían oficio de capitales, ya de aquellos que debían suministrar al consumo anual, era muy corta. De repente la industria y la producción adquieren una actividad grande en toda Europa. La mercancía sirviendo de materia primera a las monedas y de intermedio en los cambios, debió ser más pedida cuando los cambios llegaron a ser más considerables y más frecuentes. Al mismo tiempo se descubrió el camino de Oriente por el Cabo de Buena-Esperanza: fue un tropel de gentes las que se dirigieron hacia-estas regiones nuevas: sus géneros se nos hicieron cada vez más necesarios; pero los asiáticos no necesitaban ninguna de nuestras mercancías de Europa, ni recibían en cambio más que metales preciosos: por consiguiente el comercio de las Indias absorbió una inmensa cantidad de ellos.

     Sin embargo como los productos se aumentaban, la riqueza aumentaba por todas partes; los mercaderes que llevaban algunos fardos, se convirtieron en comerciantes opulentos: los pescadores de Holanda contaban entre ellos hombres de millones: las mercancías más exquisitas, que hasta entonces se habían reservado para los Príncipes, se extendieron hasta los más pequeños particulares: los muebles fueron más brillantes, y llegó el caso de poder emplear en adornos y en utensilios una cantidad muy grande de oro y plata. Si entonces no se hubiera descubierto las minas de América, no puede dudarse que el valor de estos metales habría subido mucho.

     Se descubrieron las minas. Entonces fue bueno que aumentasen el uso y necesidad de los metales preciosos, la cantidad de ellos que se esparció, aumentó aún más rápidamente, y el mercado fue abundantemente provisto de este género de mercancías. De aquí provino esta baja considerable en su valor que hemos notado ya, baja que habría sido mucho mayor sin las circunstancias sobre que acabamos de dar una ojeada: así el valor de la plata, y su precio en mercancías, en vez de bajar en razón de diez a uno, bajó sólo en la razón de cuatro a uno.

     Locke no atendió a esto cuando dijo que como hay en el mundo diez veces más plata que había en el año de 1500, es preciso necesariamente dar diez veces más de la que se daba para comprar las mismas mercancías(18). Aun cuando Locke hubiera citado uno, dos u tres hechos para apoyar esta aserción, por eso no habría sido más exacta; porque podían hallarse dos, tres u veinte especies diferentes de géneros, la petición de los cuales, igualmente que la de la plata, hubiese llegado a ser en tiempo de Locke, relativamente a la cantidad ofrecida dos veces y media mayor que lo que era en 1500(19)

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     Pero lo que podría ser verdad en un número corto de casos, no lo sería en cuanto a la mayor parte de los productos, de los cuales unos no se piden más que en mil quinientos, y otros se han aumentado a proporción de lo que se piden, y han conservado por consiguiente el mismo valor cambiable, excepto algunas pequeñas variaciones dimanadas de otras causas.

     Esto prueba, digámoslo de paso, que en Economía política los hechos particulares deben siempre apoyarse del raciocinio. Para que un raciocinio fuese destruido por los hechos, sería necesario que se considerasen todos los hechos relativos a este raciocinio, y todas las circunstancias que pueden cambiar la naturaleza de estos hechos; lo que casi es imposible.

     La Enciclopedia comete el mismo error cuando dice (en el art. Moneda que una familia que se hubiese servido de la misma cantidad de vajilla de plata desde mediados del siglo XVI hasta ahora no poseería en vajilla más que la décima parte de lo que poseía entonces, suponiendo que no hubiese perdido nada de su peso. Poseerla cerca de la cuarta parte de su antigua propiedad, porque el valor de esta plata reducida a diez centésimos de lo que era por su abundancia, ha subido a veinte y cinco centésimos por la petición superior que se ha hecho de esta materia(20)

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     Nótese que la mayor parte del dinero acuñado está constantemente en circulación según el sentido que hemos visto que se debe dar a esta palabra. En esto difiere de la mayor parte de las demás mercancías que no están absolutamente en circulación más que durante el tiempo que están en manos de los comerciantes, y que llegando a las de los consumidores dejan de circular. Jamás se busca la moneda para consumirla sino para comprar, aun la moneda que hace oficio de capital. Así es que el querer comprar, es ofrecer moneda, es querer dejarla en circulación. La única moneda que no está en circulación es la que se acumula y aun ésta no sale de la circulación más que temporalmente.

     Por lo que hace a la plata en vajilla, en bordados, en joyas no está en circulación más que durante que están de venta estas cosas, y cesan de estar de venta al momento que llegan a manos de sus consumidores. Siendo la plata una mercancía empleada por todas las naciones civilizadas del globo, y pudiendo transportarse con facilidad, entre todas las mercancías es la que tiene salidas más extensas. Por consiguiente las cantidades nuevas introducidas en la circulación hacen poco efecto en ella a no ser inmensas. Cuando Xenofonte en su discurso, sobre las rentas de Atenas, alienta los Atenienses a beneficiar las minas del Ática, diciéndoles que la plata no es como las demás mercancías, y que no disminuye de valor a proporción que se aumenta su masa, quiere decir que no disminuye sensiblemente de valor. Efectivamente las minas del Ática no eran bastante ricas para que el metal que se sacaba de ellas, influyese en el precio de la plata existente en aquella época en todos los estados florecientes que había en las costas del Mediterráneo, en la Persia y en la India. El comercio que unía estos diferentes países con la Grecia debía mantener en esta última el valor de la plata a una altura con corta diferencia uniforme; y las minas del Ática, echando un chorrito de metal en esta masa, eran como un riachuelo cuyas aguas van al mar.

     Xenofonte no conocía, ni podía preveer el efecto que produciría el torrente de las cordilleras cuando llegará a inundar el mundo.

     Si la plata pudiese servir inmediatamente al sustento de la vida, como el trigo y los frutos, el descubrimiento de muchos manantiales abundantes de esta mercancía no habría hecho bajar su valor. La tendencia del género humano a aumentarse hasta el nivel de sus medios de subsistencia, habría aumentado la petición de ella hasta el nivel de la producción. Si la cantidad de trigo llegase a ser diez veces mayor, la petición de trigo sería también diez veces mayor, porque nacerían hombres para comerle y el trigo, relativamente a los demás géneros, guardaría, en los años comunes, con corta diferencia su mismo valor.

     Esto explica el por qué las variaciones del valor de la plata son lentas y considerables. Son lentas a causa de la extensión de las salidas que hacen poco sensibles las variaciones en la cantidad del género. Son considerables, porque los usos de la plata siendo limitados, la petición que se hace de ellos no puede seguir su aumento cuando es rápido.

     Además de los usos de la plata para moneda, hay lo de utilidad, bajo forma de utensilios, de muebles y ornatos, y bajo de esta forma se emplea tanto más cuanto las naciones son más ricas. Los usos de la plata en moneda son extendidos a proporción de la cantidad de bienes muebles e inmuebles que hay que hacer circular: así se emplearía también más plata acuñada en los países ricos que en los otros, sin algunas circunstancias que desarreglan de un modo singular esta regla.

     1.� En los países ricos, la actividad de circulación de la plata y de las mercancías permite el contentarse, a proporción de la masa de negocios, de una cantidad menor de moneda. Tal suma sirve para diez cambios, que no habría operado más de uno en un país pobre(21)

. La cantidad de bienes que hay que hacer circular, aumentándose, no ha traído tras sí un aumento proporcionado en la necesidad que se ha tenido de moneda. La circulación verdaderamente ha sido más extensa, pero se ha hecho trabajar más el agente de la circulación.

     2.� En los países ricos es en donde el crédito suple más fácilmente a la circulación. En el capítulo XXII del libro precedente hemos visto como los billetes de confianza pueden reemplazar en caso necesario sin inconvenientes una parte del numerario de un país.(22)

Cuando esta circunstancia se verifica, el uso de la moneda, y por consiguiente la petición que se hace de ella para este uso, disminuyen considerablemente; y nótese bien que no son sólo los billetes de confianza los que remplazan el numerario en un país en donde el pueblo es activo e industrioso, sino también todas las especies de obligaciones particulares, las ventas al fiado, las cesiones de los créditos que tienen las partes y los simples registros por debe y ha de haber.

     Las necesidades de dinero, y por consiguiente las peticiones que se hacen de él, jamás se aumentan en la misma proporción que se multiplican los demás productos, y puede decirse en verdad, que cuanto más rico es un país, menos plata hay en él, comparativamente a otro país.

     Si la cantidad producida influyese sola sobre el valor cambiable de una mercancía la plata valdría cuarenta y cinco veces menos que el oro porque la cantidad de plata que dan las minas, es cerca de cuarenta y cinco veces mayor que la cantidad de oro que se saca de ellas(23). Pero la plata es más pedida que el oro, se emplea por muchas más gentes y en muchos más casos: por esto su valor no baja nunca de un decimoquinto del valor del oro.

     Una parte de la petición de los metales preciosos proviene de la pérdida de materia que proviene de su uso, porque aunque sea del número de las mercancías que se desgastan menos, sin embargo se desgastan; y cuando se considera el número prodigioso de pedazos de oro y de plata de que se sirve uno casi en todas partes y a cada momento, sea en moneda, en cucharas, vasos, tenedores, platos y alhajas de todo género, no puede dudarse que lo que se desgasta, aunque sea muy poco a poco, al cabo es un total de consideración. No lo es menos la cantidad que se emplea en dorar y platear. Smith dice que en sólo las fábricas de Birmingham en Inglaterra se emplea anualmente cerca de cinco millones de reales de metales preciosos en dorar y en hojuela(24). Es menester contar también con lo que se emplea en los bordados, en tejidos, en doraduras de libros y en otros usos, en cuyos objetos todo lo que se emplea nunca puede recogerse para volver a servir. No es sólo eso �cuántas cantidades enterradas, cuyo conocimiento muere con los dueños �Cuántos tesoros tragados diariamente por el mar en los naufragios!

     Si la mayor parte de las naciones del mundo continúan en aumentar sus riquezas, como lo ha hecho incontestablemente de tres siglos acá, sus necesidades de metales preciosos irán en aumento, sea en razón en la perdida que tienen con el uso, que será tanto mayor cuanto más extenso será su uso; sea en razón de la multiplicidad, y de la superioridad del valor total de las otras mercancías, que exigirán mayor masa de moneda para subvenir a las necesidades de su circulación. Si el producto de las minas no sigue los mismos progresos, los metales preciosos aumentarán de valor, y se dará menos cantidad de ellos en sus cambios con todas las otras mercancías.

     Si el producto de las minas aumenta en la misma proporción que la industria, el valor de los metales preciosos permanecerá el mismo; que es con corta diferencia lo que ha sucedido de dos siglos acá. En todo este tiempo el producto de las minas ha ido siempre aumentando, y la petición también ha aumentado siempre(25)

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     Si el producto de las minas va más ligero que el incremento de las demás riquezas, como parece, el valor de los metales preciosos bajará relativamente a todos los demás valores: las monedas se harán más embarazosas; pero será más general el disfrutar del uso de los utensilios de plata y de oro.

     Sería muy largo y muy molesto el refutar todos los malos raciocinios, todas las falsas explicaciones a que da lugar todos los días la confusión de las diversas variaciones que hemos distinguido, no sin alguna dificultad. Basta que el lector atento, se halle ahora en estado de refutarlas, y de apreciar las operaciones que tienen por objeto el influir sobre las riquezas obrando sobre los valores.

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