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Capítulo V.

Como se distribuyen las rentas en la Sociedad.

     Las razones que determinan el valor de las cosas y que obran del modo indicado en los capítulos precedentes, se aplican indiferentemente a todas las cosas que tienen valor, hasta a las más fugitivas, se aplican por consiguiente a los servicios productivos que dan la industria, los capitales y las tierras en el acto de la producción. Los que disponen de uno de estos tres orígenes de producción son mercaderes de este género, que llamamos aquí servicios productivos: los consumidores de los productos son los compradores de ellos. El valor de los servicios, como el de cualquier otra cosa, sube siempre en razón directa de la petición, y en razón inversa de la oferta.

     Los empresarios de industria no son, para decirlo así, más que intermedios que reúnen los servicios productivos necesario; para tal producto a proporción de la producción que se hace de tal producto(26).

     El cultivador, el fabricante o el negociante comparan perpetuamente el precio que el consumidor quiere y puede dar de tal o tal mercancía, con los gastos necesarios para producirla: si se deciden a producirla, establecen una producción de todos los servicios productivos que deberán concurrir a ella, y suministran así una de las bases del valor de estos servicios.

     Por otra parte los agentes, de la producción, hombres y cosas, tierras, capitales u gentes industriosas, se ofrecen más o menos, según diversos motivos, los examinaremos en los capítulos siguientes, y forman de este modo la otra base del valor que se establece por estos mismos servicios(27).

     Cada producto acabado paga, con su valor, la totalidad de servicios que han concurrido a su creación. Muchos de estos servicios han sido pagados antes de la conclusión del producto, y ha sido necesario que alguno lo anticipase: otros han sido pagados después de la conclusión del producto, y su venta: en todos los casos, lo han sido con el valor del producto.

     �Se quiere un ejemplo del modo como el valor de un producto se distribuye entre todos los que han concurrido a su producción? Tomese el de un reloj: y veamos desde el origen el modo cómo se han tenido hasta las partes más pequeñas, y cómo se ha pagado su valor a cada uno de los muchos que han contribuido a su producción.

     Se verá primero que el oro, el cobre y el acero que entran en su composición se han comprado a los que benefician las minas, que han encontrado en este producto, el salario de su industria, el interés de sus capitales y la renta raíz de sus minas.

     Los mercaderes de metales que las han obtenido de estos primeros productores, los han vendido a obreros de relojería y han sido reembolsados de lo que habían adelantado, y pagados de las ganancias de su comercio.

    Los obreros que trabajan las diferentes piezas de que se compone un reloj, las han vendido a un relojero, que pagándolas ha reembolsado los gastos hechos de su valor, igualmente que el interés de estos mismos gastos, y ha pagado las ganancias del trabajo hecho hasta allí. Una suma igual a estos valores reunidos ha bastado para hacer este pago completo. El relojero ha hecho lo mismo con los fabricantes que le han suministrado la muestra, el cristal &c.: y si hay ornatos, con los que le han dado los diamantes, los esmaltes y todo cuanto se quiera poner en el reloj.

     En fin el particular que compra el reloj para su uso, reembolsa al relojero todo lo que había adelantado, con sus intereses, y además lo que debe ganar por su talento y su trabajo industrial.

     El valor entero de este reloj y aún antes de estar acabado, estaba diseminado entre todos sus productores, que son mucho más numerosos que he dicho, y que se imagina comúnmente, y entre los cuales Puede hallarse alguno, que no puede figuraselo, tal como el mismo que compró el reloj, y que le lleva en su bolsillo. En efecto, este particular �no puede haber pues to sus capitales en manos de uno que beneficia minas, o de un comerciante que hace traer los metales o de un empresario que hace trabajar un gran número de obreros, o por último de una persona que no es nada de esto, pero que bajo mano ha prestado a una de estas gentes una porción, de fondos que había tomado a interés del consumidor del reloj?

      Se ha notado que no es absolutamente necesario que el producto se haya acabado, para que muchos de sus productores hayan podido sacar el equivalente de la porción de valor que le han dado; y en muchos casos ellos lo han consumido mucho tiempo antes que el producto haya llegado a su término. Cada productor ha hecho, al que le ha precedido, el adelantamiento del valor del producto, comprendida la hechura que se le ha dado hasta entonces. Su sucesor en la escala de producción, le ha reembolsado a su vez lo que ha pagado, y además el valor que la mercancía ha recibido pasando por su mano. En fin, el último productor, que por lo común es un mercader por menor, ha sido reembolsado, por el consumidor del total de lo que había adelantado, y además la última hechura que el mismo ha dado al producto.

     Todas las rentas de la sociedad se distribuyen del mismo modo.

     La porción de valor producido que saca de este modo el propietario de la finca se llama provecho de la finca; algunas veces abandona este provecho a un arrendador mediante un arriendo.

     La porción sacada por el capitalista, y por el que ha que hecho adelantos por pequeños y cortos que hayan sido, se llama provecho del capital; algunas veces presta su capital por algún tiempo, y abandona el provecho de él mediante un interés.

     La porción sacada por los que ponen la industria, se llama provecho de la industria; algunas veces abandonan este provecho mediante un salario(28).

     Así cada uno toma su parte de los valores producidos, y esta parte hace su renta. Los unos reciben esta renta por partes pequeñas, y la consumen a medida que la reciben. Es el mayor número; casi toda la clase obrera se halla en este caso. El propietario de una finca y el capitalista, que no trabajan por sí mismos, reciben su renta, de una sola vez, o en dos veces, o en cuatro cada año, según los pactos hechos con el empresario a quien han prestado su tierra o su capital. Sea el que quiera el modo como se percibe la renta, siempre es de la misma naturaleza, y su origen siempre es un valor producido. Si el que recibe unos valores cualesquiera con los que provee a sus necesidades, no ha concurrido directa ni indirectamente a una producción, los valores que consume son un don gratuito, o una expoliación; no hay otro medio.

     De este modo es como el valor entero de los productos se distribuye en la sociedad. Digo su valor entero, porque si mí provecho no sube más que a una porción del valor del producto a que he concurrido, lo restante compone el provecho de mis co-productores. Un fabricante de paños compra lana a un arrendador, paga las hechuras de varios obreros, y vende el paño un precio que proviene de ellas a un precio que le rembolsa lo que había adelantado, y le deja un beneficio. No mira que como beneficio, como que sirve a componer la renta de su industria, más lo que le queda neto, después de cubrir sus desembolsos: pero estos desembolsos no sido más que los adelantos que han hecho a otros productores de diversas porciones de rentas, de que se reembolsa con el valor en bruto del paño. Lo que ha pagado al arrendador por la lana, era la renta del cultivador, de sus pastores y del propietario de la finca arrendada. El arrendador ni mira como producto neto, más que lo que le queda después que sus obreros y su propietario han siso pagados ; pero lo que él les ha pagado ha sido una proporción de las rentas de ellos mismos; esto era un salario para el obrero , y un arrendamiento, para el propietario, esto es, para el uno la renta que sacaba de su trabajo, y para el otro la renta que sacaba de tierra. El valor del paño es el que ha reembolsado todo esto. No se puede concebir ninguna porción del valor de este paño, que no haya servido para pagar una renta(29)

. Su valor entero ha sido empleado en esto.

     Por eso se ve que esta expresión producto neto no puede aplicarse más que a las rentas de cada empresario particular, pero que la renta de todos los particulares juntos, o de la sociedad, es igual al producto bruto que resulta de las tierras, de los capitales, y de la industria de la nación. Lo cual arruina el sistema de los economistas del siglo XVIII, que no miraban como renta de la sociedad más que el producto neto de las tierras, y que concluían que la sociedad no tenía que consumir más que un valor igual a este producto neto; como si la sociedad no tuviese que consumir un valor todo entero, que ella ha creado(30).

     Si no hubiese más renta en una nación que el excedente de los valores producidos sobre los valores consumidos, resultaría de esto una consecuencia verdaderamente absurda, esto es, que una nación que hubiese consumido, en el año tantos valores como habría producido, no habría tenido renta. �Un hombre que tiene ochenta mil reales de renta, se considera acaso como que no tiene renta cuando se come la totalidad de sus rentas?

     Todo el provecho que un particular saca de sus tierras, de sus capitales y de su industria en el espacio de un año, se llama su renta anual.

     La suma de las rentas de todos los particulares de que se compone una nación, forma la renta de esta nación(31). Equivale al valor en bruto de todos sus productos, menos el valor de los productos que esta nación ha exportado; porque una nación está relativamente a otra, como un particular relativamente a otra, como un particular no tiene más beneficio que lo que sus productos exceden a lo que él ha adelantado. Sus adelantos, pagan verdaderamente una renta a otros particulares; pero éstos son extranjeros las porciones de rentas que uno les paga hacen parte de las rentas de la nación de que son miembros.

     De este modo, por ejemplo, cuando un francés envía cintas al Brasil por cuarenta mil reales, y que en retorno trae algodón, es preciso deducir de los productos que resultarán para la Francia de este comercio, la suma que se ha exportado para pagar el producto del Brasil. Supongo que por cuarenta mil reales de cintas francesas se hayan obtenido cuarenta fardos de algodón, y que estos cuarenta fardos, puestos en Francia, hayan producido cuarenta y ocho mil reales; en este producto no hay más que ocho mil reales para renta de la nación francesa, y cuarenta mil para las rentas de la nación brasileña.

     Si todos los pueblos de la tierra no fueran más que una sola nación, lo que he dicho de la producción interior de una sola nación, sería verdadero para esta república universal: sus rentas serían iguales al valor en bruto de todos sus productos. Pero al momento que se consideran separados los intereses de cada pueblo, conviene admitir la restricción que acabo de indicar. Ésta nos manifiesta que un pueblo que importa mercancías por mayor valor que las que exporta, aumenta sus rentas de todo el excedente, porque este excedente compone los beneficios de su comercio con el extranjero. Cuando una nación exporta cien millones en mercancías, e importa por ciento y veinte millones (lo que puede suceder sin que haya remesa ninguna de dinero de una parte a otra) hace un beneficio de veinte millones, contra la opinión de los que creen aún en la balanza del comercio(32).

     Aunque muchos productos no tengan larga duración, y se hallen consumidos antes de espirar el año; más digo, que estén consumidos en el instante mismo de su producción, como los productos inmateriales, y por eso su valor no deja de ser parte de la renta anual de un país. �Acaso estos no son valores producidos que se han consumido para satisfacer algunas de nuestras necesidades? �Qué otra cosa se necesita para que se tengan por rentas?

     Para valuar las rentas de un particular, o de una nación, se sirve uno del mismo artificio que emplea para valuar otra cualquier masa de valores que se nos presenta bajo diversas formas, como una herencia por ejemplo. Se valúa cada producto separadamente en dinero. Cuando se dice por ejemplo, que las rentas de la Francia, ascienden a treinta y dos mil millones de reales, no quiere decir esto que la Francia produce por su comercio, una suma de reales igual a los treinta y dos mil millones. Puede tal vez que no importe por cuatro millones, ni tal vez por un real. Se entiende sólo por esto que todos los productos de la Francia durante un año, valuados en dinero cada uno en particular equivaldrían a una suma de treinta y dos mil millones. La moneda se emplea en esta valuación sola porque estamos más habituados a formarnos por medio de ella una idea más aproximada del valor, esto es, de lo que se puede tener por una suma determinada de dinero: si no fuera por esto sería igual el valuar las rentas de la Francia en ochocientos millones de fanegas de trigo, que vendría a ser lo mismo cuando la fanega de trigo valiese a cuarenta reales.

     La moneda sirve para hacer circular de una mano a otra los valores que son porciones de renta o porciones de capital; pero ella por sí no es una renta anual, porque no es un producto añal. Es el producto de un comercio más o menos antiguo. Este mismo dinero circulaba el año pasado, el precedente, el siglo último; no ha adquirido nada desde este tiempo: y aun si el valor de este metal ha declinado, la nación tiene una pérdida en esta porción de su capital: lo mismo que un negociante que tuviese sus almacenes llenos de una mercancía cuyo precio bajaba, vería disminuir más bien que aumentar esta porción de su fortuna.

     Así, aunque la mayor parte de las rentas, esto es, de valores producidos, se resuelven durante un momento en moneda, no es esta moneda, ni es una suma de dinero la que compone la renta: la renta es el valor con que se ha comprado esta suma de dinero; y como este valor se halla muy pasajeramente en forma, de dinero, las mismas monedas sirven muchas veces al año para pagar o recibir porciones de renta.

     Hay también porciones de renta que jamás toman la forma de dinero. Un fabricante que da de comer a sus obreros les paga parte de su salario en comida; este salario, que es la renta principal del obrero, se paga, se recibe y se consume sin que se haya transformado ni un solo instante en dinero.

     En los Estados Unidos y en otras partes hay cultivadores que sacan del producto de la hacienda arrendada el sustento, el abrigo y el vestido de toda su familia; reciben toda su renta en especie, y la consumen lo mismo sin haberla transformado en dinero.

     Creo que esto basta para guardarse de la confusión que podría nacer del dinero que se saca de su renta, con la renta misma: y quedará sentado que la renta de un particular o de una nación, no es el dinero que reciben en cambio de los productos creados por ellos, sino más bien estos productos mismos o su valor, que es susceptible de tomar por los cambios la forma de un saco de duros, como otra cualquiera forma.

     Todo valor que se recibe en dinero o de otro modo y que no es el precio de un producto creado en el año no hace parte de la renta de este año; es un capital, una propiedad que pasa de una mano a otra, sea por medio de un cambio, de un don o de una herencia. Una porción de capital o una porción de renta, se pueden transmitir y pagar en efectos muebles, en tierras, en casas, en mercancías o en dinero: la materia no es lo que nos ocupa, ni es lo que constituye la diferencia de una finca a una renta: lo que hace la renta es ser el resultado, el producto de una finca, de un capital, o de un trabajo industrial.

     Se pregunta algunas veces si lo que uno ha recibido como beneficio, como renta de sus tierras, de sus capitales o de su industria puede servir para pagarla renta de otra persona. Cuando ha cobrado uno cien duros de su renta, si con este valor adquirido, se compran por ejemplo, libros, �cómo es que este valor-renta, transformado en libros, y que se consumirá bajo esta forma, sirve sin embargo para componer la renta del impresor, del librero y de todos los que han contribuido a la confección de los libros, renta que ellos consumirán por su parte? He aquí la solución de esta dificultad.

     El valor-renta, fruto de mis tierras, de mis capitales o de mi industria, y que he consumido en forma de libros, no es el mismo que el de los libros. Ha habido dos valores producidos: primero el de mis tierras que ha sido producido en forma de trigo por el cuidado de mi arrendador, y que le ha cambiado por duros que me ha traído: segundo el que resulta de la industria y capitales del librero, y que ha sido producido en forma de libros. El librero y yo hemos cambiado estos dos valores, y cada uno le ha consumido por su parte, después de haberles hecho pasar por las transformaciones que convenían a nuestras necesidades.

     Por lo que hace al productor que crea un producto inmaterial, como el médico y el abogado, el valor que dan, su consejo, es un producto de sus conocimientos y talento, que son fincas productivas: si es un negociante quien compra este consejo, el negociante da en cambio uno de los productos de su comercio transformado en dinero. Después uno y otro consumen cada uno por su parte el producto de su renta, pero transformado del modo que les ha convenido más.



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Capítulo VI.

Qué géneros de producción pagan más bien los servicios productivos.

     El valor de los productos que, como acabamos de ver, reembolsa a los diversos productores lo que han adelantado, y además les deja comúnmente el beneficio que compone su renta, no deja un beneficio igualmente bueno en todos los géneros de producción. Tal producción dará a la tierra, al capital, a la industria que se ha consagrado a ella, una pobre renta, y otros darán a proporción beneficios más considerables.

     Verdad es que los productores procuran siempre emplear sus servicios productivos en lo que da mayor beneficio, y de este modo con la concurrencia hacen bajar los precios que la petición tira a hacer subir; pero sus esfuerzos no siempre pueden proporcionar de tal suerte los servicios a las necesidades, que sean en todos casos igualmente recompensados. Tal industria siempre es rara en un país, en donde el pueblo no es propio para ella; muchos capitales se hallan destinados de manera que no pueden nunca concurrir a otra producción que a aquella a que se han destinado en su origen: en fin la tierra puede rehusarse a un género de cultura, cuyos productos hay muchas gentes que los piden.

     Es imposible seguir las variaciones de los beneficios en todos los casos particulares: pueden padecer variaciones extremas por razón de un descubrimiento importante de una invasión, de un sitio. El influjo de estas circunstancias particulares se combina con el influjo de las causas generales, pero no las destruye. Un tratado, por voluminoso que se suponga, no podría preveer todos los casos particulares que pueden influir en los valores de las cosas y pero puede designar las causas generales, y aquella cuya acción es constante, y después cada uno puede, según los casos que se presenten, apreciar las modificaciones que han resultado o que deben resultar de las circunstancias.

     Esto podrá parecer extraordinaria a primera vista; pero si se examina se hallará generalmente verdadero, que los mayores beneficios no vienen de los géneros más caros, y de que uno puede más fácilmente carecer, sino más bien de los más comunes e indispensables. En efecto la petición de éstos se sostiene necesariamente, la necesidad lo exige; y aun se aumenta a proporción que los medios de producción se aumentan; porque la producción de los géneros de primera necesidad es principalmente la que favorece la población. Al contrario, la petición de las superfluidades, jamás aumenta a proporción que se aumentan los medios de producción de ellas: si el ser muy de moda hace subir el precio corriente a mucho más que el precio natural, esto es, que el montante de los gastos de producción, una moda contraría le hace bajar a mucho menos que ellos: las superfluidades no son, ni aun para los ricos mismos, más que de una necesidad secundaria y la petición que se hace de ellas está limitada por el corto número de gentes que las usan. Por último, cuando una causa accidental cualquiera pone a las gentes en precisión de reducir su gasto, cuando las depredaciones, los impuestos, la carestía llegan a reducir las rentas de cada uno en particular, �cuáles son los gastos primeros que se suprimen? Primero se corta el consumo de aquellas cosas que menos falta le hacen a uno. Esto basta para explicar por qué los servicios productivos que se consagran a la producción de las superfluidades, en general se pagan menos que los otros.

     Digo en general, porque en una gran capital, en donde las necesidades del lujo se hacen sentir con más intención que en otras partes, en donde se obedece algunas veces con más sumisión a los decretos ridículos de la moda que a las leyes eternas de la naturaleza, y en donde hay hombre que se priva de comer, por llevar vueltas bordadas, se concibe que el precio de las bagatelas puede algunas veces pagar muy generosamente las manos y capitales que se aplican a su producción. Pero excepto ciertos casos, y comparando siempre los beneficios de un año con otro, y con los no-valores, se ha notado que los que tienen empresas de bagatelas tienen los beneficios más medianos, y que sus obreros son los más medianamente pagados.

     En Normandía y en Flandes los encajes más hermosos están trabajados por gentes miserabilísimas, y los jornaleros que fabrican en León los brocados de oro están cubiertos de andrajos. No consiste esto en que muchas veces no dejen estos objetos beneficios considerables: se ha visto fabricantes de sombreros de capricho que se han enriquecido; pero si se toman juntos todos los beneficios que han producido las superfluidades, si se deduce de ellos el valor de las mercancías, que no se han vendido, y el de las mercancías, que habiéndose vendido bien, se han pagado mal, se hallará que este género de productos es el que en el total da beneficios más mezquinos. Las modistas más acreditadas con frecuencia han hecho quiebra.

     Las mercaderías de uso general convienen a mayor número de personas, y se despachan en la mayor parte de las situaciones de la Sociedad. Una araña no puede hallar lugar más que en las casas grandes, mientras que no hay casa tan miserable donde no haya candeleros, y así la petición de candeleros siempre está corriente, siempre más activa que la de arañas, y así aun en los países más opulentos, hay un valor mucho mayor en candelero, que en arañas.

     Los productos cuyo uso nos es más indispensable son sin contradicción, los géneros que nos sirven de alimento. La necesidad que se tiene de ellos renace cada día: no hay profesiones más constantemente empleadas que las que se ocupan de nuestro sustento. Y así a pesar de la concurrencia, en estas profesiones es en las que se tienen los beneficios más seguros(33). Los carniceros, panaderos y salchicheros de París que tienen conducta se retiran todos más o menos pronto habiendo hecho su fortuna. He oído decir a un corredor que tenía muchos negocios, que la mitad de bienes raíces y casas, que se venden en París y en sus alrededores se compran por estas gentes.

     Los particulares y naciones que entienden sus intereses, a no tener razones muy fuertes para obrar de otro modo, prefieren por consiguiente, dedicarse a la producción de los artículos que los comerciantes llaman corrientes. El señor Edén, que negoció para la Inglaterra en 1786 el tratado de comercio concluido por el señor de Vergennes, se gobernó por este principio cuando pidió la libre introducción en Francia de la loza común de Inglaterra. �Algunas miserables docenas de platos que os venderemos, decía el agente inglés, serán un resarcimiento bien débil de los servicios magníficos de porcelana que nos venderéis a nosotros.� La vanidad de los ministros franceses consintió en ello. Al cabo de poco se vio llegar la loza inglesa, ligera, barata y de forma sencilla y bonita: hasta las casas más pobres procuraron comprarla, trajeron loza por muchos millones, y esta importación se repitió, y se aumentó cada año hasta la guerra. Las remesas de porcelana de Sevres, han sido poca cosa en comparación de esto.

     La salida de los artículos corrientes no solamente es la más considerable, sino que es la más segura.

     Jamás ha habido mercader que por mucho tiempo se haya visto apurado para vender lienzos para camisas.

     Los ejemplos que he escogido en la industria manufacturera son los equivalentes en las industrias agricultora y comercial. Se produce y se consume en Europa por un valor mucho mayor en lechugas que en ananás, y los soberbios chales de Cachemira son en Francia un objeto de comercio muy limitado, comparativamente a las simples cotonadas de Rúan.

     Es pues un mal cálculo para una nación el hacerse comerciante de los objetos de lujo, y recibir en retorno las cosas de utilidad común. La Francia envía a la Alemania modas y bagatelas que usan pocas personas y la Alemania le suministra cintas de hilo, y otras mercerías, limas, hoces, palas, tenazas, y otras cosas de quincallería de uso general: así sin los vinos, sin los aceites de Francia, sin los productos siempre renacientes de un suelo favorecido de la naturaleza, y sin algunos otros objetos de una industria mejor entendida, la Francia sacaría de la Alemania menos beneficio, que la Alemania saca de ella. Lo mismo puede decirse del comercio de Francia con el Norte.



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Capítulo VII.

De las rentas industriales.

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�. I

De los beneficios industriales en general.

     Hemos visto (en el lib. 1. cap. 15.) los motivos que favorecen la petición de los productos en general. Cuando los productos, sean los que quieran, son pedidos con mucha ansia, los servicios productivos, únicos medios con que se pueden obtener, son pedidos también con mucha ansia y esta petición activa aumenta necesariamente el precio común de ellos: esto mira a los servicios productivos tomados en masa. La industria, los capitales y las tierras dan en general mayores beneficios, siendo todas las demás cosas iguales, cuando la petición de los productos es más activa, cuando la comodidad es mayor y cuando la producción es más activa.

     En el capítulo precedente hemos visto que la petición de ciertos productos es siempre más sostenida que la de ciertos otros. De esto hemos deducido que los servicios que se consagran a estos géneros de producción, siendo todas las demás cosas iguales son mejor, recompensados que los otros.

     Continuando siempre en particularizar más, examinaremos en este capítulo, y en los siguientes los casos en que los beneficios de la industria son más o menos grandes relativamente a los de los capitales o a los de las tierras, y recíprocamente, y las razones que hacen que los beneficios de un empleo de la industria, bien de los capitales o bien de las tierras, son mayores o menores que los beneficios de tal otro empleo.

     Y primero comparando los beneficios de la industria con los de los capitales y los de las tierras, hallaremos que son mayores donde los capitales abundantes exigen una gran cantidad de cualidades industriales como sucedía en Holanda antes de la revolución. Los servicios industriales se pagaban allí muy caros, aún lo son en los países, como los Estados Unidos, donde la población, y por consiguiente los agentes de la industria ; a pesar de su rápida multiplicación, se queda atrás respecto de lo que reclaman las tierras sin límites, y los capitales diariamente engrosados con un ahorro fácil.

     La situación de esos países es en general aquella en que es mejor la condición del hombre, porque las personas que viven de los beneficios de sus capitales y de sus tierras, puede soportar lo módico de los beneficios mejor que los que viven de sólo su industria; los primeros además del recurso de comer de sus frutos, tienen el de aumentar algunos beneficios industriales a sus demás rentas, mientras que no depende de un hombre industrioso, que no tiene más que esto, el juntar a su renta industrial el beneficio de los capitales y el de las tierras que no tiene.

     Si pasamos ahora a comparar entre sí los servicios industriales, hallaremos que las causas que limitan la cantidad puesta en circulación de cada género de servicios industriales pueden reducirse a una de éstas tres categorías.

     1.� O los trabajos de esta industria traen consigo riesgos, o sólo disgustos.

     2.� O no dan una ocupación constante.

     3.� O exigen un talento o habilidad que no son comunes.

     No hay una de estas causas que no tire a disminuir la cantidad de trabajo, puesto en circulación en cada género, y por consiguiente a aumentar el precio natural de estos beneficios. Apenas se necesita apoyar con ejemplos proposiciones tan evidentes.

     Entre lo agradable o desagradable de una profesión es menester contar la consideración o el desprecio de ella. El honor es una especie de salario que hace parte de los beneficios de ciertas condiciones. En un precio dado, cuanto más abundante es esta moneda, tanto más rara puede ser la otra, sin que el precio se disminuya. Smith nota que al literato, al poeta y al filósofo casi se les paga eternamente en consideración. Sea con razón o por preocupación, no es así enteramente con las profesiones de cómico, de bailarín y en muchas otras. Es pues preciso darles en dinero lo que se les niega en consideración. �Parece absurdo, a primera vista, añade Smith, que se desdeñen sus personas, y que con frecuencia se premien sus talentos con la más suntuosa liberalidad. Sin embargo, lo uno es consecuencia necesaria de lo otro. Si la opinión o la preocupación del público llegase a cambiar tocante estas ocupaciones y su sueldo pecuniario bajaría al instante. Cuantas más gentes se aplicarían a esta industria, tanto más su concurrencia haría que bajase su precio. Talentos de esta clase hasta cierto punto, sin ser comunes, no son tan raros como se cree: muchas gentes los poseen, que tendrían a menos el hacer de ellos un objeto de lucro: y un número mucho mayor sería capaz de adquirirlos, si se les diese tanta estimación como dinero.(34)

     Si en ciertos países los empleos de administración dan aún tiempo honores y dinero, es porque no son el objeto de una libre concurrencia, como las demás profesiones de la sociedad. Se consiguen sólo por favor. Una nación ilustrada sobre sus verdaderos intereses no concede este doble precio a servicios algunas veces bastante medianos, y da poco dinero a aquellos a quienes confiere grandes honores y mucha autoridad.

     Todo empleo que no es constante es mejor pagado, porque es preciso que se le pague a un tiempo, por el momento en que está en ejercicio, y por el momento en que espera que se le necesite. Un alquilador de coches se hace pagar los días que trabaja más que lo que parece que exigen el trabajo que se toma, y el interés del capital que emplea; por esto es preciso que los días que trabaja gane por aquellos en que está ocioso. No podría pedir otro precio sin arruinarse. El alquiler de los disfraces es muy caro por la misma razón, porque el carnaval paga por todo el año.

     Una mala comida cuesta muy cara cuando se viaja por un camino de travesía, porque es menester que el posadero gane por aquel día y el siguiente.

     Con todo la inclinación natural del hombre a lisonjearse y creer que si hay una suerte dichosa le ha de caber a él, determina ciertas profesiones más trabajo que el beneficio, que se puede hacer en ellas, parece que debería llamar.

     �En una lotería equitativa, dice el autor de la Riqueza de las naciones, los billetes buenos deben ganar todos los billetes en blanco: en un oficio en que veinte personas se arruinan por una que sale bien, la que sale bien debería ganar ella sola el beneficio, de las otras veinte.(35)� Pero en muchos empleos está uno muy distante de ser pagado según esta tasa. El mismo autor cree, que por bien pagados que estén los abogados de reputación, si se computase todo lo que se ha ganado por todos los abogados de una ciudad grande, y todo lo que se ha gastado por ellos, se hallaría la suma de la ganancia muy inferior a la del gasto. Si los que trabajan en esta profesión subsisten es por alguna renta que tienen de otra parte.

     �Será necesario hacer notar, que estas diversas causas de diferencias en los beneficios, pueden obrar en un mismo sentido, o en sentidos opuestos? �Qué en el mismo sentido el efecto es más sensible; y que en sentido opuesto la acción de la una, combate la acción de la otra ? Es suficientemente claro, por ejemplo, que la satisfacción que se tiene en una profesión puede compensar la incertidumbre de sus productos; y que en aquellas en que no hay una ocupación continua, si juntan además el ser peligrosas, hay doble causa para que el salarlo se aumente.

     La última, y tal vez la principal causa del aumento de beneficios industriales en general, es el grado de habilidad que suponen.

     Cuando la habilidad necesaria para ejercer una industria, sea como jefe, o como subalterno, no puede ser fruto más que de un estudio largo y costoso, y este estudio no ha podido verificarse más que en cuanto se han consagrado a él ciertos adelantos, y el total de estos adelantos es un capital acumulado. En este caso el salario del trabajo ya no es un salario sólo, es un salario aumentado del interés de los adelantos que este estudio ha exigido: este interés aún es superior al interés común, porque el capital de que se trata aquí está puesto a fondo perdido, y no subsiste más que mientras el hombre vive: es un interés vitalicio(36).

     He aquí por qué todos los empleos temporales, y de facultades que exigen que se haya recibido una educación liberal son mejor recompensados que aquellos en que la buena educación no es necesaria. Esta cualidad es un capital de que se deben cobrar los intereses, independientemente de los beneficios ordinarios de la industria.

     Si hay hechos que parecen contrarios a este principio se pueden explicar: a los clérigos se les paga poco(37); sin embargo cuando una religión se funda en dogmas muy complicados, o en historias muy obscuras, no se puede ejercer el ministerio religioso sin largos estudios, y ejercicios multiplicados: es así que estos estudios y ejercicios no pueden verificarse sin un adelanto de un capital: luego parece que sería menester, para que la presión clerical pudiese perpetuarse que el sueldo del clérigo pagase el interés de un capital, independientemente del salario de su trabajo a que parece están limitados los beneficios del clero bajo, especialmente en los países católicos. Pero es preciso no olvidar que la sociedad es quien adelanta este capital, manteniendo a su costa los estudiantes de teología. En este caso, el pueblo que ha pagado el capital, halla gentes para ejercer esta industria, mediante el simple salario de su trabajo, o lo que es necesario para su manutención; y su manutención no comprende la de una familia.

     Cuando se necesitan para ejercer cierta industria, no sólo estudios costosos, sino también disposiciones naturales poco comunes, esta consideración hace aún mucho más raros, relativamente a la petición y por consiguiente mucho más caros los trabajos que tienen relación a ella. En una nación grande, apenas hay dos o tres personas capaces de hacer un cuadro muy hermoso, o una bellísima estatua: así se hacen pagar con corta diferencia lo que ellos quieren, si la petición es algo fuerte: y aunque hay, sin contradicción ninguna, una porción de su beneficio que representa el interés de los adelantos empleados en la adquisición de su arte, esta porción de beneficio es pequeña relativamente a la que obtiene su talento. Un pintor, un médico, un abogado célebre han gastado, sea ellos mismos o sus padres, ciento y veinte, o ciento y sesenta mil reales para adquirir el talento que hace su renta: el interés de esta suma es diez y seis mil reales o más: si ganan ciento veinte mil, sus cualidades industriales solas están pagadas con ciento cuatro mil reales anuales. Y si se llaman bienes o fortuna todo lo que da las rentas se puede valuar su fortuna en un millón cuarenta mil reales a diez por ciento aun cuando no tengan un cuarto de patrimonio.



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�. II.

De los beneficios del sabio.

     El sabio, el hombre que conoce el partido que se puede sacar de las leyes de la naturaleza para utilidad del hombre recibe una muy pequeña parte de los productos de la industria, a la que no obstante los conocimientos, de que él conserva el deposito, y de los que extiende los límites, son tan prodigiosamente útiles. Cuando se busca la razón de esto se halla, (en términos de economía política) que el sabio pone en algunos instantes en circulación una inmensa cantidad de su mercancía, y de una mercancía que se desgasta poco con el uso, de manera que no tiene uno-necesidad de recurrir, de nuevo a él para hacer nueva provisión de ella.

     Los conocimientos que sirven de fundamento a una multitud de procedimientos de las artes, son con mucha frecuencia el resultado de estudios penosos, de reflexiones profundas, de experimentos ingeniosos y delicados de los químicos, de los físicos y de matemáticos más célebres. Pues bien, estos conocimientos están contenidos en un corto número de páginas, que pronunciadas en las lecciones públicas, o publicadas por medio de la imprenta, se encuentran puestos en la circulación en cantidad muy superior al consumo que puede hacerse de ellos, o más bien se extienden como se quiere, sin consumirse, y sin que uno no tenga necesidad, para procurárselos, de recurrir de nuevo a aquellos de quienes originariamente han emanado.

-- En conformidad a las leyes naturales que determinan el precio de las cosas, estos como contentos superiores serán medianamente pagados, es decir, sacarán una pequeña cuota parte en el valor de los productos a que habrán contribuido, por eso todos los pueblos bastante ilustrados para comprender cuán útiles, son los trabajos científicos, siempre han resarcido a los sabios, con favores especiales y con disminuciones lisonjeras, del poco beneficio que les produce el ejercicio de su industria , o el empleo de sus talentos naturales o adquiridos.

     Algunas veces un fabricante descubre el modo ya sea en de dar más belleza a sus productos; ya sea para producir más económicamente las cosas conocidas y apoyado en el secreto que guarda, hace durante muchos años, durante su vida, y aún deja a sus hijos ganancias, que exceden mucho la tasa común de los beneficios de su arte. Este fabricante hace en este caso particular dos géneros de operaciones industriales, la del sabio, de que reserva para él solo las ventajas, y la del empresario. Pero hay pocas artes en que tales procedimientos puedan permanecer secretos por largo tiempo, lo que al fin es un beneficio para el público porque los procedimientos secretos mantienen alto el precio de las mercancías que ellos concurren a producir, y el número de consumidores, a quienes es permitido el disfrutar de ellas, más bajo del punto a que deberían llegar según la naturaleza de las cosas(38).

     Se comprende que no he querido hablar aquí más que de las rentas que se tienen como sabio. Nada hay que estorbe que el sabio sea un propietario de bienes raíces, capitalista o jefe de una industria , y el que tenga otras rentas bajo estos diversos aspectos.



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�. III

De los beneficios del empresario de industria.

     En este párrafo no se tratará más que de los beneficios de un empresario de industria, que deben mirarse como el resultado solo de su industria . Si el dueño de una fábrica tiene una porción de su capital empleada en ella, le pongo por lo que hace a esta porción en la clase de capitalista, y la porción de beneficios que hace en consecuencia hace parte de los beneficios del capital empleado(39).

     Es muy raro que el que percibe un beneficio de empresario, no perciba al mismo tiempo por su cuenta los intereses de un capital. Es raro que el jefe de una empresa haya tomado de los extranjeros el capital total de que hace uso. Si hay algunos de los utensilios comprados con sus propios capitales, o si hace algunos adelantos por medio de sus propios recursos, entonces saca una porción de renta como empresario, y otra porción como capitalista. Estando los hombres muy inclinados a no sacrificar ninguna porción de sus intereses, aquellos mismos que no han examinado por menor sus derechos, saben hacerlos valer en toda su extensión.

     Nuestra obligación, en este momento, es el aclarar la porción de renta que el empresario percibe como empresario. Indagaremos más adelante lo que este mismo u otro percibe como capitalista.

     Se tendrá presente que el empleo de un empresario de industria tiene relación a la segunda operación que hemos reconocido como necesaria para el ejercicio de una industria cualquiera: operación que consiste en hacer aplicación de los conocimientos adquiridos para la creación de un producto que debemos usar(40). Se tendrá presente también que esta aplicación es necesaria en la industria agrícola, en la manufacturera, y en la comercial, y que en esto consiste el trabajo del arrendador o cultivador, del fabricante y del negociante. La naturaleza pues de los beneficios de estas tres clases de hombres es lo que queremos examinar.

     El precio de este trabajo se arregla como el precio de todas las demás cosas, por la relación que hay entre la cantidad pedida de este género de trabajo de una parte, y la cantidad que se ha puesto en circulación, o la cantidad ofrecida de la otra.

     Tres causas principales limitan esta última cantidad, y por consiguiente mantienen a un precio alto esta especie de trabajo.

     El empresario de la industria es el que ordinariamente necesita hallar los fondos de que ésta exige el empleo. No saco yo la consecuencia de que es necesario que sea rico, porque puede ejercer su industria con fondos prestados, pero es menester a lo menos que pueda pagar, que sea conocido por hombre inteligente y prudente, lleno de orden y de probidad; y que por la naturaleza de sus relaciones, esté en disposición de procurarse el uso de los capitales que no posee por sí.

     Estas condiciones excluyen muchas gentes del número de las concurrentes.

     En segundo lugar, este género de trabajo exige cualidades morales cuya reunión no es común. Requiere juicio, constancia, conocimiento de los hombres y de las cosas. Se trata de apreciar convenientemente la importancia de tal producto, la necesidad que se tendrá de él, los medios de producción;, se trata de poner en movimiento algunas veces un grandísimo número de individuos, es menester comprar o hacer comprar las materias primeras, reunir los obreros, buscar los consumidores, tener un espíritu de orden y de economía, en una palabra el talento de administrar. Es menester tener una cabeza acostumbrada al cálculo, que pueda comparar los gastos de producción con el valor que tendrá el producto cuando se haya puesto en venta. En el curso de tantas operaciones hay obstáculos que superar, inquietudes que tolerar, desgracias que reparar, y expedientes que buscar. Las personas que no reúnen las cualidades necesarias hacen empresas con poco suceso: estas empresas no se sostienen, y su trabajo no tarda en estar fuera de circulación. No queda en ella por consiguiente más que el que puede continuarse con buen suceso, es decir con capacidad. De este modo es como la condición de la capacidad limita el número de gentes que ofrecen el trabajo de un empresario.

     Hay más: las empresas industriales van siempre acompañadas de un cierto riesgo; por bien conducidas que se las suponga pueden fallar: el empresario puede, sin culpa suya, comprometer en ella su fortuna, y hasta cierto punto su honor. Nueva razón que limita por otra parte la cantidad ofrecida de este género de servicios, y los hace algo más caros.

     Todos los géneros de industria no exigen en el que los emprende la misma dosis de capacidad y de conocimientos. Un arrendador, que es un empresario de cultura, no está obligado a saber tantas cosas, como un negociante que trafica con países lejanos. Con tal que el arrendador esté al corriente de los métodos prácticos de dos o tres especies de cultivo, de que dimana la renta de la tierra arrendada, puede salir de su empresa. Los conocimientos necesarios para dirigir un comercio con países distantes son de orden más elevado. No se ha de conocer sólo la naturaleza y cualidades de las mercancías sobre que se especula, sino también formarse idea de la extensión de las necesidades, y salidas que tendrán en los parajes donde se propone venderlas. Por consiguiente es preciso estar constantemente al corriente de los precios de cada una de estas mercancías en los diferentes lugares del mundo. Para formarse una idea exacta de estos precios, es preciso conocer las diversas monedas, y sus valores relativos que se llama el curso de los cambios. Es indispensable conocer los medios de transporte, la extensión de los riesgos anejos a ellos, el montante de los gastos que ocasionan, los usos, las leyes que gobiernan los pueblos con quien tiene uno relación: por último, es preciso tener bastante conocimiento de los hombres, para no engañarse en la confianza que se hace de ellos, en las comisiones de que uno les encarga, y en las relaciones, sean las que se quiera, que se mantienen con ellos. Si los conocimientos que forman un buen arrendador son más comunes que los que hacen un buen comerciante, se deberá uno admirar de que los trabajos del primero se paguen con un cierto salario, comparados con los del segundo.

     No quiere esto decir que la industria comercial en todos sus ramos exija cualidades más raras que la industria agrícola. Hay mercaderes por menor que siguen por rutina, como la mayor parte de los arrendadores una marcha muy sencilla en el ejercicio de su profesión, pero también hay ciertos géneros de cultura que exigen un cuidado y una sagacidad poco común. Al lector le toca el hacer las aplicaciones. Trato de sentar los principios sólidos, y después se puede sacar de ellos una multitud de consecuencias más o menos modificadas por las circunstancias, que ellas mismas son las consecuencias de otros principios establecidos en otras partes de esta obra. Así como en astronomía sé que todos los planetas describen arcas iguales en espacios iguales de tiempo; pero el que quiere preveer con alguna exactitud un fenómeno en particular, debe contar con las perturbaciones que reciben por la cercanía de otros planetas, cuyas fuerzas atractivas se deriva de otra ley de la física general. A la persona que quiere aplicar las leyes generales a un caso determinado, le toca contar con el influjo de cada una de aquellas cuyo influjo está reconocido.

     Veremos, al hablar de los beneficios del obrero, qué ventajas tiene sobre él el jefe de la empresa por la posición de uno y otro, pero es bueno notar las otras ventajas de que puede sacar partido el jefe de una empresa, si es diestro. Él es el intermedio entre todas las clases de productores, y entre éstos y el consumidor. Administra la obra de la producción, es el centro de muchas relaciones, se aprovecha, de lo que los otros saben y de lo que ignoran, y de todas las ventajas accidentales de la producción, en esta clase de productores es también donde se adquieren casi todas las grandes fortunas, cuando el evento favorece su habilidad.



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�. IV.

De los beneficios del obrero(41).

     Los trabajos sencillos y groseros pueden hacerlos todos los hombres con tal que vivan y estén sanos, la condición de vivir es la única que se exige para que semejantes trabajos sean puestos en la circulación. Esta es la razón porque el salario de estos trabajos no sube en todo, país más que a lo que es rigurosamente necesario para vivir en él, y que el número de concurrentes sube en él siempre a proporción de la petición que hay de ellos, y con frecuencia excede; porque la dificultad no está en nacer sino en subsistir. Desde el instante que no es necesario más que nacer para saber hacer un trabajo, y que este trabajo basta para proveer a la existencia, ésta se verifica.

     Sin embargo hay una cosa que notar. El hombre no nace con la talla y fuerzas suficientes para hacer ni aun el trabajo más fácil. Esta capacidad a que no se llega hasta la edad de quince o veinte años poco más o menos, puede considerarse como un capital que no se forma sin acumular anual y sucesivamente las sumas consagradas a criarle(42). �Quién ha acumulado estas sumas? Por lo común son los padres del obrero, las personas de la profesión que él seguirá, o de una profesión análoga. Luego es preciso que los obreros de esta profesión, ganen un salario algo superior a su pura existencia, es decir, que ganen con que mantenerse, y además con que criar sus hijos.

     Si el salario de los obreros más groseros no les permitiese mantener una familia y criar sus hijos, el número de estos obreros no se mantendría completo. La petición de su trabajo sería superior a la cantidad de este trabajo que podría ser puesta en circulación: la tasa de su salario subirla hasta que esta clase se hallase de nuevo en el estado de criar un número de hijos suficiente para satisfacer a la cantidad de trabajo pedido.

     Esto es lo que sucedería si muchos obreros no se casasen. Un hombre que no tiene mujer ni hijos, puede dar su trabajo más barato que otro que es esposo y padre. Si los celibatos se multiplicasen en la clase obrera, no sólo no contribuirían a aumentar la clase, sino que impedirían que otro pudiesen hacerlo. Una disminución accidental en el precio de las manos, por razón de que el obrero celibato puede trabajar más barato, sería seguida después de un aumento mayor, por la razón de que el número de obreros disminuiría. Y así aun cuando no conviniese a los jefes de el emplear obreros casados, porque son más arreglados, les convendría, dado que debiese costarles algo más, para evitar mayores gastos de manos, que tendrían que hacer si la población disminuyese.

     No quiere esto decir que cada profesión tomada en particular, se reemplace regularmente con los hijos que nacen en su seno. Los muchachos pasan de una a otra, principalmente de las profesiones rurales a las análogas en las ciudades grandes, porque los niños se crían a menos coste en el campo: sólo he querido decir que la clase de los obreros más simples saca necesariamente de los productos a que concurre no sólo una porción suficiente para existir, sino también para reemplazarse(43).

     Cuando un país declina, cuando se encuentran en él menos medios de producción, menos luces, actividad o capitales, entonces la petición de los trabajos groseros disminuye por grados: los salarios bajan más que lo necesario para que la clase obrera se perpetúe, decrece en número, y los discípulos de las otras clases, cuyos trabajos disminuyen en la misma proporción, refluyen en las clases inmediatamente inferiores. Al contrario cuando la prosperidad aumenta, las clases inferiores no sólo se reemplazan con facilidad ellas mismas, sino que suministran nuevos discípulos a las clases inmediatamente superiores, de los cuales algunos más afortunados, y dotados de algunas cualidades más brillantes toman aun un vuelo más alto, y se colocan frecuentemente en las situaciones más elevadas de la sociedad.

     Las manos de las gentes que no viven únicamente de su trabajo son más baratas que las de los que tienen título de obreros. Están mantenidas: el precio de su trabajo por lo que hace a ellas no se arregla por la necesidad de vivir. Hilanderas hay en las aldeas que no ganan la mitad de lo que gastan por poco que sea; son madres o hijas, hermanas, tías o suegras de un obrero, que la mantendría aunque no ganase absolutamente nada. Si no tuviese más que su trabajo para subsistir es evidente que tendría que doblar el precio o morirse de hambre, o en otros términos, que el trabajo se habla de pagar doble o no se verificaría.

     Esto puede aplicarse a todas las obras de mujeres. En general se las paga muy poco, porque un grandísimo número de ellas se mantienen de otra cosa distinta de su trabajo, y pueden poner en la circulación el género de ocupación de que son capaces, a precio más bajo que el que debería tener según la extensión de sus necesidades.

     Lo mismo puede decirse del trabajo de los Monjes y del de las Religiosas. En los países en que los hay es una fortuna para los verdaderos obreros que no se fabriquen en los conventos más que fruslerías, porque si hiciesen obras de industria corriente, los obreros en el mismo género que tienen que mantener familia no podrían dar las obras a tan bajo precio sin riesgo de perecer de necesidad.

     El salario de los obreros de las fábricas frecuentemente es mayor que el de los obreros del campo; pero está sujeto a crueles alternativas. Una guerra, una ley prohibitiva haciendo cesar de golpe las peticiones, sumergen en la miseria los obreros que estaban ocupados en satisfacerlas. Una sola mudanza de moda es una fatalidad para clases enteras. Los cordones de los zapatos substituidos a las hebillas, sumergieron en la desolación las ciudades de Sheffield y de Birmingham(44).

     La variación en el precio de las manos o hechuras más comunes, en todo tiempo se ha mirado como una grandísima desgracia. En efecto, en una clase algo superior en riqueza, y en talento (que es una especie de riqueza) una baja en la tasa de beneficios obliga a reducciones de gastos, o tal vez lleva consigo la disipación de parte de los capitales que estas clases tienen comúnmente a su disposición. Pero en las clases en que la renta está a nivel con las necesidades más rigurosas, la disminución de renta es una sentencia de muerte, si no para el obrero, a lo menos para parte de su familia.

     Así se ha visto a todos los gobiernos, a no ser que se gloríen de descuidarlo todo, apoyar la clase indigente cuando un acontecimiento repentino ha hecho bajar accidentalmente el salario de los trabajos comunes a un precio más bajo de la tasa necesaria para el mantenimiento de los obreros. Pero con mucha frecuencia los efectos de los socorros no han correspondido a las miras benéficas de los gobiernos, por falta de un discernimiento justo en la elección de los socorros. Cuando se quiere que sean eficiente, es preciso por comenzar por conocer la causa de la disminución del precio del trabajo. Si es durable por su naturaleza, los socorros pecuniarios y pasajeros no remedian nada; no hacen más que retardar el término de la desolación. El descubrimiento de un procedimiento desconocido, una importación nueva o bien la emigración de cierto número de consumidores son de este género. Entonces lo que se ha de procurar es dar a los brazos desocupados ocupación que sea durable, favorecer nuevas ramas de industria , formar empresas en parajes lejanos, fundar colonias, &c.

     Si la disminución de las manos no es de naturaleza duradera, como la que puede ser resultado de una cosecha buena o mala, entonces debe uno limitarse a conceder socorros a los desgraciados que padecen por esta oscilación.

     Un gobierno o los particulares benéficos sin reflexión tendrían el sentimiento de ver que sus beneficios no correspondían a sus miras. En vez de probar esto con el raciocinio, procuraré hacerlo perceptible con un ejemplo.

     Supongo que en un país de viñas abundan tanto los toneles, que es imposible el emplearlos todos. Una guerra o una ley contraria a la producción de vinos han decidido a muchos dueños de viñas a cambiar de cultura en sus tierras; tal es la causa durable de la superabundancia de trabajo de tonelería puesto en circulación. No se cuenta con esta causa, y se acude al socorro de los obreros toneleros, ya sea comprando toneles, aunque no se necesiten, ya sea distribuyendoles socorros con corta diferencia equivalentes a los beneficios que acostumbraban hacer. Pero las compras sin necesidad y los socorros no pueden perpetuarse, y al momento en que lleguen a cesar, los obreros se hallan en la misma posición penosa de que se ha querido sacarlos. Se habrán hecho sacrificios y gastos sin ningún provecho más, que el haber retardado un poco la desesperación de estas gentes.

     Por un supuesto contrario la superabundancia de toneles es pasajera, como por ejemplo por una mala cosecha. Si en vez de dar socorros pasajeros a los toneleros, se les favorece para que se establezcan en otros parajes, o para que se empleen en algún otro ramo de industria, sucederá que el año siguiente abundante en vinos habrá carestía de toneles: su precio será exorbitante, y se arreglará por la avaricia y el monopolio; y como la avaricia y el monopolio no pueden producir toneles, cuando los medios de producción de este género están destruídos, una parte de los vinos pondrá perderse por falta de vasos. Y así sólo por una conmoción y por una consecuencia de nuevas agitaciones la fabricación de ellos volverá a ponerse a nivel de las necesidades.

     Se ve pues que es preciso cambiar de remedio según la causa del mal, y por consiguiente conocer esta causa antes de escoger el remedio.

     He dicho que lo necesario para vivir es la medida del salario de las obras más comunes y groseras; pero esta medida es muy varia: los hábitos de los hombres influyen mucho sobre la extensión de sus necesidades.

     No me parece seguro que los obreros de ciertos cantones de Francia puedan vivir sin beber un solo vaso de vino. En Londres no podrían dejar de beber cerveza: esta bebida es de tal suerte de primera necesidad que los mendigos piden allí limosna para poder ir a beber un poco de cerveza como en Francia para tener un pedazo de pan; y tal vez este último motivo, que nos parece muy natural parece impertinente a un extranjero que llega de un país en donde la clase indigente puede vivir de patatas de manioc o de otros alimentos aún más viles.

     La medida de lo que es menester para vivir depende pues en parte de los hábitos del país en que se halla el obrero. Cuanto menor es el valor de su consumo y cuanto más baja puede ser la tasa ordinaria de su salario, tanto más baratos son los productos a que él concurre. Si quiere mejorar su suerte y aumentar su salario, el producto a que él concurre se encarecerá, o bien se disminuye la parte de los otros productores.

     No es de temer que el consumo de las clases de los obreros se extienda mucho, gracias a su posición poco ventajosa. La humanidad desearía verlos vestidos a ellos y a su familia según el clima y la estación: querría que en su alojamiento tuviesen el espacio, la ventilación y el calor necesario para la salud: que su alimento fuese sano, abundante, y que aun pudiesen tener cierta elección y alguna variedad; pero hay pocos países donde unas necesidades tan moderadas no se crea que exceden los límites de lo estrictamente necesario, y donde por consiguiente puedan ser satisfechas con el salario que se acostumbra a dar a la última clase de obreros.

     Esta tasa de lo estrictamente necesario no varía sólo por razón del género de vida más o menos pasable de los obreros y de su familia, sino también por razón de todos los gastos mirados como indispensables en el país en que se vive. Así es que acabamos de poner entre los gastos indispensables la crianza de los hijos: hay otros menos imperiosamente mandados por la naturaleza, pero recomendados en igual grado por los buenos sentimientos, tal es el cuidado de los viejos. En la clase obrera hay mucho descuido en esto. La naturaleza para perpetuar el género humano no ha hecho más que entregarse al impulso de un apetito violento, y a la solicitud del amor paterno; los viejos, de quienes ya no tiene necesidad, los ha abandonado a reconocimiento de su posteridad, después de haberlos hecho las víctimas de la falta de previsión de su juventud. Si las buenas costumbres de una nación hacen indispensable la obligación de preparar en cada familia algunas provisiones para la vejez, como se las conceden en general a la infancia, la urgencia de las primeras necesidades será así algo más extensa, y la tasa natural de los salarios más bajos será algo mayor. A los ojos del amante de la humanidad debe parecer cruel que no siempre sea así, y gime éste al ver que el obrero no sólo no prevé la vejez, pero ni tampoco los accidentes, las enfermedades y el que puede imposibilitarse. Este es el motivo para aprobar y fomentar esas asociaciones de previsión, en que el obrero deposita diariamente un cortísimo ahorro para asegurar una suma para el momento en que la edad o las enfermedades vienen a privarle de poder trabajar(45). Pero es preciso que para que las tales asociaciones tengan buen éxito, que el obrero considere esta precaución como de absoluta necesidad: que mire la obligación de llevar sus ahorros a la caja de la asociación tan indispensable como el pago de su alquiler o el de las contribuciones: de esto resulta entonces una tasa necesariamente algo más alta en los salarios para que puedan bastar para estas acumulaciones, lo cual es un bien. �Pero se puede esperar este bien en los países donde las costumbres y el gobierno excitan a porfía al obrero a llevar a la taberna, no sólo lo que podría ahorrar, sino muchas veces la más pura sustancia de su familia, en cuyo seno debería hallar todos los placeres? Las vanas y costosas diversiones de los ricos no siempre se pueden justificar a los ojos de la razón; �pero cuánto más funestos son los gastos del pobre! La diversión de los indigentes siempre está sazonada con lágrimas, y las francachelas del populacho son días de luto para el filósofo.

     Independientemente de las razones expuestas en el párrafo precedente y en éste, y que explican por qué la ganancia de- un empresario de industria (aun del que no tiene ningún beneficio como capitalista) sube en general a más que la de un simple obrero, hay otras que sin duda son menos legítimas en el fondo pero cuyo influjo no puede menos de reconocerse.

     Los salarlos de los obreros se arreglan contradictoriamente por un pacto hecho entre el obrero y el jefe de la industria : el primero procura que se le dé más, el segundo procura pagar lo menos posible; pero en esta especie de debate de parte del amo hay una ventaja independiente de las que tiene ya por la naturaleza de sus funciones. El amo y el obrero tienen igualmente necesidad uno de otro, porque el uno no puede hacer ningún beneficio sin el auxilio del otro; pero la necesidad del amo es menos inmediata, y menos urgente. Hay pocos que no puedan vivir muchos meses, y aun muchos años sin hacer trabajar un solo obrero; siendo así que hay pocos obreros que puedan, sin estar reducidos a la suma miseria, pasar muchas semanas sin trabajar.

     Es muy difícil que esta diferencia de posición no influya en el arreglo de los salarios. El señor Sismondi en una obra publicada después que se dio a luz la tercera edición de ésta(46), propone algunos medios legislativos de mejorar la suerte de la clase obrera. Parte del principio que el salario bajo de los obreros se convierte en provecho de los empresarios que los hacen trabajar; y de aquí deduce que cuando aquellos se hallan miserables no es la sociedad quien debe cuidar de ellos, sino los empresarios que los emplean. Quiere que se obligue a los propietarios de tierras, y a los grandes arrendadores a mantener en todo tiempo, a los obreros del campo y que se obligue a los fabricantes a mantener los que trabajan en los talleres. Y para que la seguridad que tendrían los obreros de una manutención suficiente para sí y para su familia, no los multiplicase más de lo necesario concede al mismo tiempo a los empresarios encargados de ésto el derecho de permitir o impedir.

     Estas proposiciones, dictadas por una laudable filantropía, no me parecen admisibles en la práctica. Sería renunciar a todo respeto a la propiedad el gravar una parte de la sociedad con el mantenimiento de otra clase: y sería violarla aún mucho más el conceder a uno, sea el que se quiera, un derecho sobre la persona de otro que es la más sagrada de todas las propiedades. Impidiendo siempre más o menos arbitrariamente el matrimonio de unos, se hará más prolífico el matrimonio de otros. Por otra parte no es verdad que sean los empresarios de industria los que se aprovechan del precio bajo de los salarios. Los salarios bajos consiguientes a la concurrencia, hacen bajar el precio de los productos, y los consumidores de los productos, esto es la sociedad entera, es quien se aprovecha de este bajo precio. Luego si por consecuencia de este bajo precio, los obreros indigentes cargan sobre ella, se encuentra también ésta indemnizada con el menor gasto que hace con los objetos de su consumo.

     Hay pues males que resultan de la naturaleza del hombre y de las cosas. El exceso de población respecto a los medios de subsistencia, es uno de ellos. Este mal, guardada proporción, no es más considerable en una sociedad civilizada, que en una reunión de salvajes. Acusar de él al estado de sociedad es una injusticia: lisonjearse que se podrá uno libertar de él es una ilusión: trabajar en disminuirle es una ocupación noble, pero no es menester que no remediarían nada, y que tendrían peores inconvenientes que el mal.

     No hay duda que el gobierno cuando puede hacerlo, sin provocar ningún desorden, sin ofender la libertad de las transacciones, debe proteger los intereses de los obreros, porque son menos que los de los amos protegidos por la naturaleza de las cosas; pero al mismo tiempo si el gobierno es ilustrado se mezclará lo menos posible en los negocios de los particulares para no añadir a los males que vienen de la naturaleza los que provienen de la administración.

     Y así protegerá los obreros contra la colusión de los amos, con no menos cuidado que protegerá a los amos contra los malos designios de los obreros. Los amos son menos en número, y sus comunicaciones más fáciles. Al contrario los obreros no pueden entenderse sin que sus ligas, tengan el aire de una revolución que la policía procura al instante ahogar. El sistema que funda las ganancias principales de una nación en la exportación de sus productos, ha conseguido también que se miren las ligas de los obreros como funestas a la prosperidad del estado en cuanto ellas producen un aumento de precio de las mercancías de exportación, que perjudica a la preferencia que se desea tener en los mercados extranjeros. Pero �qué prosperidad es aquella que consiste en tener miserable una clase numerosa en el Estado, con el fin de proveer a precio más bajo los mercados de los extranjeros que se aprovechan de las privaciones que se impone la misma sociedad!

     Se encuentran jefes de industria que, siempre prontos a justificar con argumentos las obras de su avaricia, sostienen que el obrero mejor pagado trabajaría menos, y que es bueno que esté estimulado por la necesidad. Smith, que había visto mucho y perfecta mente bien observado, no es de su parecer: dejaré que se explique él mismo.

     �Una recompensa liberal del trabajo, dice este autor, al mismo tiempo que favorece la propagación de la clase laboriosa, aumenta su industria , que semejante a todas las cualidades humanas, se aumenta por el valor del fomento que ella recibe. El alimento abundante fortifica el cuerpo del hombre que trabaja: la posibilidad de aumentar su bienestar, y de asegurar su suerte para en adelante despierta el deseo, y este deseo le excita los esfuerzos más vigorosos. En todos los parajes, en que los salarios son altos, vemos los obreros más inteligentes y más expeditos: lo son más en Inglaterra que en Escocia, más en las cercanías de las ciudades grandes que en los pueblos distantes de ellas. Es verdad que algunos obreros cuando en cuatro días ganan con que vivir durante toda la semana, huelgan los otros tres; pero esta falta de conducta no es general: es más común ver que los que están pagados por piezas arruinan su salud en pocos años, porque trabajan con exceso(47)�.



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� V.

De la independencia nacida entre los modernos de los progresos de la industria.

      La Economía política ha sido la misma en todos tiempos. Aun en las épocas en que los principios de ella eran desconocidos, obraban del modo expuesto en esta obra: causas iguales eran seguidas de resultados semejantes. Tyro se enriquecía por los mismos medios que Amsterdam. Pero lo que ha variado mucho, a consecuencia del desenvolvimiento de la industria, es el estado de las sociedades.

     Los pueblos antiguos no eran en la industria agrícola tan inferiores a los modernos con mucha diferencia, como en las artes industriales. Y así, como los productos de la agricultura son los más favorables a la multiplicación de la especie humana, entre ellos había muchos más hombres sin ocupación que entre nosotros. Los que no tenían sino pocas o ningunas tierras, no podían vivir de la industria y de los capitales que les faltaban; y demasiado altivos para ejercer entre sus conciudadanos los empleos serviles que ellos abandonaban a los esclavos, vivían de empréstitos que nunca se hallaban en estado de poder pagar, y clamaban por la división de bienes, cuya ejecución no era practicable. Era preciso para satisfacerlos, que los hombres demás consideración en cada estado los condujesen a la guerra, y cuando volvían a la ciudad, los instituyesen con los despojos de los enemigos o a su propia costa. De aquí los disturbios civiles que agitaban los pueblos de la antigüedad, de aquí sus perpetuas guerras; de aquí el tráfico de los votos; de aquí este grandísimo número de clientes de un Mario y de un Sila, de un Pompeyo y de un César, de un Antonio y de un Octavio, hasta que el pueblo romano entero formó por último la corte de un Calígula, de un Heliogábalo y de muchos otros monstruos que se veían obligados a alimentarle, oprimiéndole al mismo tiempo.

      La suerte de las ciudades industriosas de Tyro, de Corintho y de Cartago, no era precisamente la misma; pero debían sucumbir delante de las ciudades guerreras menos ricas que ellas, más aguerridas y que obedecían al impulso de la necesidad. La civilización y la industria, fueron siempre presa de la barbarie y de la pobreza, hasta que por último Roma misma desapareció ante los Godos y los Vándalos.

      La Europa sumida en la barbarie en la edad media, sufrió una suerte más triste aún; pero análoga a la de los primeros tiempos de la Grecia y de la Italia. Cada Barón o cada propietario tenía bajo diversas denominaciones, unos hombres protegidos por él, que vivían en sus tierras, y seguían sus banderas em las guerras intestinas y en las extranjeras.

     Me metería a historiador si señalase las causas que han contribuido gradualmente al progreso de la industria, desde los tiempos de barbarle hasta nosotros; y así sólo haré notar la mudanza que ha habido y las consecuencias de esta mudanza. La industria ha sugerido a la masa de la población los medios de existir sin estar dependiente de los grandes propietarios, y sin amenazarlos perpetuamente. Esta industria se ha alimentado de los capitales que ella misma ha sabido acumular. Desde entonces ya no ha habido esos protegidos o sea clientes: el ciudadano más pobre no ha tenido necesidad de patrono, y se ha puesto para subsistir bajo la protección de su talento. Las naciones se mantienen por sí mismas, y los gobiernos sacan actualmente de sus súbditos los socorros que ellos les daban en otro tiempo.

     Los buenos sucesos obtenidos por las artes y por el comercio han hecho conocer la importancia de ellos. Ya no se ha hecho la guerra para saquearse y destruir las fuentes mismas de la opulencia: se ha combatido para disputárselas. De dos siglos acá, todas las guerras que no han tenido por motivo una vanidad pueril, han tenido por objeto el arrancar a otro una colonia, o bien una rama de comercio. Ya no son naciones bárbaras que han saqueado naciones industriosas y civilizadas; son naciones civilizadas que han luchado entre sí; y la que ha vencido se ha guardado muy bien de destruir los cimientos de su poder despojando de ellos el país conquistado. La invasión de la Grecia por los Turcos en el siglo XV, parece que debe ser el último triunfo de la barbarie sobre la civilización. La porción industriosa y civilizada del globo por fortuna ha llegado a ser demasiado considerable relativamente, a la otra, para que debamos temer semejante desgracia. Los progresos mismos de la guerra no permiten ya ningún suceso durable a los bárbaros.

     Queda aún que hacer el último progreso, y se deberá al conocimiento más generalmente extendido de los principios de la Economía política. Se reconocerá que cuando se dan combates para conservar una colonia o un monopolio, se corre tras una ventaja que siempre se paga demasiado cara: se percibirá que jamás se compran los productos de afuera, aun cuando sean de colonias súbditas, sino con productos de lo interior: que por consiguiente a lo que se debe atender sobre todo es a la producción interior, y a que esta producción nunca es tan favorecida como por la paz más general, las leyes más suaves y las comunicaciones más fáciles. En adelante la suerte de las naciones dependerá no de una preponderancia incierta y siempre precaria, sino de sus luces. Los Gobiernos no pudiéndose mantener sin el auxilio de los productores, cada vez caerán más en su dependencia: toda nación que sepa hacerse dueña de sus subsidios, siempre estará segura de ser bien gobernada, y toda autoridad que no quiera conocer el estado del siglo, se perderá por querer luchar contra la naturaleza de las cosas.

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