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Parte segunda

La escuela



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El local de la escuela


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Capítulo I

Caracteres y condiciones generales de los edificios destinados a escuelas



Consideración de la escuela como medio

Considerada la escuela con relación a la Higiene, no es otra cosa que el medio en que unos cuantos niños reunidos, pasan gran parte del día. Es, como la habitación, un medio artificial, menos funesto y más clemente (no siempre, por desgracia) que el medio natural, al que modifica de acuerdo con las exigencias que surgen de la necesidad de conservar la salud y la vida.

Para comprender mejor el papel higiénico de la escuela, conviene que digamos algo respecto del medio en general.

Entienden los higienistas por medio el conjunto de las circunstancias exteriores que, obrando más o menos directamente sobre nuestro organismo, influyen en las funciones que éste debe realizar y, en lo tanto, en su desarrollo y su salud. Y ha de tenerse en cuenta que semejante influencia llega hasta el punto de modificar al hombre, no sólo con relación a la vida del cuerpo, sino también por lo que respecta a la intelectual y a la moral.

Tal es, pues, lo que se entiende por medio natural, el que, como de lo dicho se colige fácilmente, lo constituyen la atmósfera que nos rodea, los vientos, los climas, la luz, el calórico y la electricidad, así como las aguas y los terrenos, y cuanto, como estos elementos, determina la naturaleza del lugar que habitamos.

Aunque el aire completamente libre esté reconocido como el más adecuado para el mantenimiento de la salud y la conservación de la vida, por lo mismo que es el más puro, y la luz más saludable sea la del campo, en cuanto que es enteramente difusa y nacida de un solo foco aparente, no puede negarse que la vida al aire libre, en pleno despoblado, es de todo punto insostenible.

Así lo comprendió ya, o mejor, lo sintió el hombre primitivo, al que vemos ocupado, no bien toma posesión de la tierra, en procurarse un medio que le proteja contra las inclemencias y molestias con que pródigamente nos brinda el medio natural, y que son debidas, ya a condiciones permanentes, ora a causas accidentales. No a otro fin responden, lo mismo las cavernas que habitaran los hombres prehistóricos como los suntuosos palacios levantados a impulso de la civilización más refinada. Proporcionarnos un medio artificial que nos ponga al abrigo de las incomodidades, perjuicios y daños que se originan del medio natural; tal es el objeto de la habitación, cualquiera que sea el nombre con que se la designe, considerada desde el punto de vista de la Higiene física.

Son, por lo tanto, las habitaciones hijas del instinto de conservación, y como medio artificial, comprenden una masa de aire circunscrito, cuyas condiciones de salubridad, temperatura, humedad, etc., puede variar el hombre a voluntad, según las necesidades de nuestro organismo, puesto que mantener este organismo en perfecto estado de funcionamiento para conservar su salud y su vida, es el objeto a que preferentemente responden las habitaciones.

Pero claro es que cualesquiera que sean las condiciones en que se construya una habitación, no debe perderse de vista la necesidad de aproximarla todo lo posible al medio natural, despojado de los inconvenientes que ofrece y atendiendo sólo a la acción benéfica que ejerce sobre el organismo humano, para el cual el aire puro es un alimento vivificante, y la luz solar un poderoso agente dispensador de salud. De aquí que el ideal de una habitación que verdaderamente responda a su objeto, sea acercarla cuanto se pueda a las condiciones propias del aire libre, con oxígeno bastante que respirar y luz suficiente para colorear la sangre y los tejidos de nuestro organismo y activar sus funciones vitales. Y no es menos evidente, por otra parte, que para que la habitación se aproxime al ideal indicado, precisa tener en cuenta los agentes modificadores que, como la humedad, el calor excesivo, los vientos, el suelo, la electricidad, etc., dan al medio natural las condiciones desfavorables que con las casas se aspira a modificar.

Ocioso parece advertir que lo que decimos relativamente a la habitación es aplicable a la escuela, si bien con las modificaciones que la diversidad de fines impone respecto de la segunda. Porque aunque la escuela sea, como la habitación, un medio artificial, y como ésta se halle destinada a preservar a los niños de las inclemencias que en determinadas ocasiones y circunstancias se originan del medio natural, es lo cierto que responde a fines especiales que requieren condiciones especiales también.

No sólo por la aglomeración de individuos, sino asimismo por la vida que éstos están llamados a hacer, difiere la escuela notablemente de la habitación ordinaria. Dentro de la escuela se impone a la actividad de los niños direcciones a que raras veces se encuentra sometida en el hogar doméstico, y de las cuales se originan cuidados higiénicos que no es dado desatender sin que se comprometa seriamente la salud de los educandos, harto comprometida ya por el solo hecho de la aglomeración. Los ejercicios intelectuales en general, y muy particularmente los de lectura y escritura, con referirse a la actividad anímica, reclaman de un modo imperioso el auxilio de la Higiene física, que en muchos casos reviste a la vez el carácter de Higiene moral. Y prescindiendo de este segundo aspecto de la cuestión -por todo extremo importante y digno de ser atendido- la experiencia enseña, mediante la elocuencia de estadísticas, harto dolorosas, por cierto, que a las malas condiciones de los locales destinados a escuelas se deben muchas de las enfermedades que diezman a las nacientes generaciones, o cuando menos, que privan a multitud de niños de la robustez y la energía, de la salud de que tanto han menester para la realización de su vida: el linfatismo, el escrofulismo y hasta la tisis, con la miopía y otra clase de oftalmías (enfermedades todas muy comunes en los niños) son con frecuencia resultado funesto de las malas condiciones de los edificios -que en muchos casos no merecen otro nombre que el de tugurios- destinados a escuelas, es decir, a cultivar, dirigir y perfeccionar lo mismo las facultades intelectuales y morales que las físicas de la niñez; de aquí gran parte de las dolencias, tan gráficamente llamadas enfermedades escolares70,que hacen que la delicada planta humana vegete más que viva, se desarrolle lánguida y torcidamente, y al cabo se sienta acometida de muerte prematura.

Las indagaciones y las experiencias hechas a este respecto han levantado en todas partes enérgicas protestas, a las que, por lo menos, se 'debe el resultado de que se piense seriamente en los medios de atajar mal tan lamentable.

Al efecto, se han estudiado, y en la actualidad se estudian minuciosamente, las condiciones que deben reunir los edificios escolares, en vista de las exigencias que impone la conservación y aun la mejora de la salud de los alumnos, y sin desatender, antes bien teniéndolas muy en cuenta, las que nacen del fin especial de la escuela, que ciertamente no se hallan en contradicción con las otras, pues en este punto la Higiene y la Pedagogía marchan de completo acuerdo, por más que olvidos o exclusivismos tan perniciosos como reprensibles, puedan hacer creer lo contrario en determinadas ocasiones.




Obstáculos que se oponen a la construcción de edificios escolares adecuados: el intelectualismo

Que la obra con tanto vigor comenzada en el sentido que indicamos, tropieza en su camino con obstáculos de consideración, es notorio: no hay reforma, por beneficiosa que sea, que no los encuentro en mayor o menor escala. A que los locales escolares sean lo que de consuno piden la Higiene y la Pedagogía se oponen en todas partes no pocos inconvenientes, que son otras tantas causas determinantes del abandono en que todavía se tiene, así en el hogar doméstico como en la escuela, la educación física; inconvenientes entre los cuales figura en primera línea el sentido intelectualista a que en la introducción hemos hecho referencia, y que tan maltrecha trae a nuestra educación primaria, limitando su acción y, por ende, restringiendo su alcance y haciendo que resulte deficiente en alto grado, y asaz defectuosa. Mientras que la Pedagogía práctica se halle sometida al funesto imperio del intelectualismo, no se concederá dentro de la escuela toda la atención que se debe a los intereses del cuerpo -que a su vez son intereses del alma- y los ejercicios físicos se mirarán, cuando más, como un accesorio o cosa de puro lujo; no hay que esperar, mientras que semejante estado de cosas subsista, que se abandone por completo, para los edificios escolares, el antiguo patrón que aquel sentido les trazara, y según el cual la escuela es estrecha cárcel en la que parecen conjurarse todo linaje de enemigos contra la salud del cuerpo y la del espíritu, y aun contra los mismos intereses de la instrucción y la disciplina.

Por virtud del sentido, por todo extremo irracional, que imprime a la educación ese funesto intelectualismo a que nos referimos, así como de lo menguadamente atendidas que se hallan nuestras escuelas, desde el punto de vista económico, los locales a ellas destinados distan mucho de ser lo que exige el interés de las nuevas generaciones, y, por ende, constituyen un contrasentido pedagógico e higiénico. Con muy raras excepciones, se hallan reducidas en absoluto nuestras escuelas a las salas, o para hablar con más propiedad, a la sala de clase; y aun considerándolas dentro de estos tan reducidos y absurdos límites, resulta que en la gran mayoría los locales son rematadamente malos.

Así al menos nos autoriza para creerlo, no sólo el cuadro que presentan las escuelas que hemos visto, y las de que tenemos noticias exactas, sino también la Estadística general de primera enseñanza correspondiente al decenio que terminó en 31 de Diciembre de 1880 (publicada por la Dirección del ramo), según la cual, de 22.327 locales de escuelas públicas, 13.200 son propios, y 9. 127 alquilados, con lo que dicho se está que los últimos no han de reunir las condiciones necesarias. Tomando en conjunto ambas clases, los califica la Dirección en 4.933 buenos, 11.265 regulares y 6.129 malos, pero teniendo buen cuidado de poner a estas calificaciones el siguiente correctivo, muy digno de tenerse en cuenta71:

«Respecto a la calificación de las condiciones de los locales, así propios como alquilados, dice, se considera que de los primeros son buenos 3.517 y de los segundos 1.416.

»Esto es lo que los Inspectores manifiestan en los resúmenes que han formado de las contestaciones dadas por los maestros y maestras; pero la Dirección no tiene inconveniente en afirmar que más bien ha habido exceso de benevolencia que de rigor en estas apreciaciones. Sin incurrir, pues, en exageración pesimista, se puede dar por seguro que los 3.517 locales propios y 1.416 alquilados que figuran en el concepto de buenos, están muy lejos de serlo, si por tales se ha de tener solamente a los que reúnan las condiciones de orientación, capacidad, luz y ventilación, que con las dependencias necesarias, como jardín, patio, letrinas, etc., exigen las reglas de Higiene aconsejadas para la construcción de escuelas, y observadas en otras naciones.

»Del mismo modo debe opinarse respecto de los locales calificados de regulares: de los 6.544 propios y 4.721 alquilados que reciben la indicada denominación, muchos, muchísimos estarían con más acierto incluidos en la categoría de malos. Afirmación indiscreta e inoportuna podrá a algunos parecer esta amarga verdad, y acaso haya quien crea que mejor sería admitir sin discusión lo que en el cuadro aparece, puesto que esos son los informes de los funcionarios públicos a quienes se ha encomendado esta clasificación; pero ¿qué merece más severa censura? ¿Aceptar datos de cuya certeza la Administración no está segura, contribuyendo a erróneas apreciaciones de aquello mismo que hay el deber de investigar, o exponer lealmente el valor y la significación de las cifras agrupadas sobre este u otro punto, anticipándose así a la opinión que en cada ciudad, en cada pueblo y en cada aldea han de formar, de cierto, los que visitan las escuelas?

»Si ha de llegar el día de las reformas, si las leyes han de ser la realización de las aspiraciones de la opinión pública, si el país, en fin, ha de imponerse costosos sacrificios, es preciso que la verdad de las cosas aparezca y se diga sin rebozo en las publicaciones oficiales; porque toda Administración inteligente, celosa e interesada en el progreso de los servicios que tiene a su cargo, está en el deber de preparar el camino de los adelantos, exponiendo con lisura todos los defectos y todos los males que entorpecen su marcha y debilitan su acción».

La penuria en que viven muchos municipios y aun el Estado mismo, la ignorancia en que acerca de estas cuestiones viven hasta personas que pasan por cultas y que tienen intervención en los negocios públicos en general y en los concernientes a la educación en particular, y, en fin, el poco celo que muestra la generalidad por el progreso y la mejora de las escuelas y, dentro de ellas, por lo que se refiere al cuidado y desarrollo del cuerpo, son otros tantos obstáculos que con el intelectualismo, dificultan la construcción, en la medida que exigen nuestras necesidades, de edificios escolares adecuados.




Los arquitectos y las construcciones escolares

Añadamos a estos obstáculos otro que, no por ser de naturaleza distinta, deja de tener importancia. Nos referimos a la especie de dictadura que ejercen los arquitectos en lo que a las construcciones escolares se refiere, y por virtud de la cual suelen resultar infecundos, para el fin de que ahora tratamos, sacrificios cuantiosos.

Nada más común en punto a edificaciones escolares, que prescindir del consejo de las personas competentes, y por ello posponer los intereses de la educación a los del gusto o el capricho arquitectónico. A mayor abundancia, es también cosa corriente aplicar a dichos edificios reglas generales comunes a otros de distinta índole, sin cuidarse para nada de aquellas especiales que nacen del fin peculiar de la escuela. Por virtud de este predominio casi exclusivo de la Arquitectura sobre la Pedagogía y la Higiene, las escuelas, aun las edificadas últimamente en los países más adelantados y que más se preocupan de estos asuntos, distan mucho de ser lo que debieran, no obstante invertirse en ellas recursos considerables.

Así, es cosa corriente sacrificar el espacio, la luz y la ventilación de que tanto necesitan los niños, a las exigencias de un decorado aparatoso, y preocuparse mucho del orden arquitectónico que ha de ostentar la fachada de una escuela, al mismo tiempo que se olvidan los lugares de recreo y de limpieza; o bien sacrificar las dimensiones de las clases, por ejemplo, al empeño de sostener una simetría y una regularidad que no hacen al caso. Escuela hay, de las modernamente levantadas, que por su construcción apelmazada y la sombría severidad de su aspecto, más parece fortaleza, y que en cambio del excesivo espesor de sus muros y la inopinada riqueza de ciertos inútiles decorados, tiene por único lugar de esparcimiento y fuente de luz y oxígeno, un patio verdaderamente liliputiense, aprisionado entre cuatro elevados muros y en el que apenas pueden jugar veinte niños, no obstante que la escuela debe tener muchos más de ciento. Común es también ver clases recargadas de adornos -que, por lo general, son una ofensa al buen gusto y sirven de depósito y fuente de miasmas nocivos- en las que la ventilación se efectúa trabajosa e incompletamente, y la luz, con ser escasa, reúne las peores condiciones posibles.

Semejantes defectos, o mejor contrasentidos, a virtud de los cuales se derrochan en cosas inútiles, desatendiendo de un modo lamentable las necesarias, recursos valiosos que, bien aprovechados, serían manantial de beneficios para la salud del cuerpo y del alma de la población escolar, se deben a esa especie de omnipotencia que se atribuyen los arquitectos, entre los cuales escasean bastante los que tienen idea de lo que es la escuela, y más aún los que son capaces en el desempeño de su profesión, de someterse a las exigencias que se originan del fin especial a que responden los edificios escolares72.

Claro es que en determinados puntos relativos a la construcción de estos edificios, el arquitecto es el sólo competente. Pero en cuanto a los que dicen relación con las condiciones pedagógicas o higiénicas de las escuelas, no es sólo a él a quien incumbe resolver. Pues aun en el caso de estar debidamente informado de las necesidades de una escuela, su autoridad encuentra un limite en el derecho que tiene la Pedagogía a determinar las bases fundamentales a que ha de someterse la construcción. Él es, sin duda, quien debe dar forma a ésta, o más bien dicho, al programa que para realizarla determine el maestro o las personas que para el caso representen los intereses de la educación y la enseñanza, personas entre las cuales debiera figurar siempre la encargada de regentar la escuela73.

Por lo mismo, importa mucho al maestro no carecer de los conocimientos relativos a las condiciones que necesitan reunir las casas- escuelas, sino por el contrario, poseerlos en la medida suficiente para hacer valer con fruto el derecho que asiste a la Pedagogía para intervenir y resolver en muchas de las cuestiones concernientes a los edificios escolares.

A llamar la atención de los maestros sobre estas cuestiones se encaminan las observaciones que siguen, las cuales estimamos que pueden ser también útiles a los arquitectos mismos, a las corporaciones provinciales y municipales que tienen alguna intervención en los asuntos de la primera enseñanza, y a cuantas personas se interesan por el bien del país, que depende en gran manera de las condiciones en que se lleve a cabo el desarrollo moral y físico de las nuevas generaciones.




Condiciones generales

A las que principalmente debe atenderse en la construcción de una casa-escuela, son: el emplazamiento y la naturaleza del terreno; la influencia que los alrededores pueden ejercer sobre la misma, así bajo el aspecto de lo físico como en lo tocante a la moralidad; la independencia de la escuela con relación a cualquiera otro edificio; la orientación, los materiales y el modo de construcción; la época en que debe ocuparse el edificio después de terminado; las dimensiones y la distribución de la escuela, y, en fin, el aspecto general de la misma.

Todos estos puntos, que entrañan cuestiones relacionadas íntimamente, lo mismo con la Pedagogía que con la Higiene, serán objeto del presente capítulo, puesto que ellos determinan las condiciones generales que deben presidir a la construcción de los edificios destinados a escuelas.




Emplazamiento y terreno

Lo relativo al emplazamiento y al terreno, entraña problemas de verdadera importancia con respecto a la Higiene y aun a la Pedagogía, que es necesario tener muy en cuenta. Si la experiencia y los conocimientos científicos muestran que una casa situada en lugar bajo y mal ventilado, y levantada en terreno húmedo es perjudicial a la salud, la razón natural dice que las escuelas en que concurran las mismas circunstancias, nada tendrán de sanas, máxime si se tiene en cuenta que los niños son mucho más impresionables que los adultos a la acción de los agentes exteriores, y la escuela se presta más que la habitación ordinaria a la producción de miasmas nocivos, por razón del número de personas que en ellas se aglomeran. A estas indicaciones que hace la Higiene hay que añadir las que recomienda la Pedagogía, para la cual no es indiferente en modo alguno que la escuela se halle más o menos próxima a los lugares céntricos, ni que se encuentre o no sometida a la influencia del ruido exterior, sobre todo cuando éste sea muy grande.

De todo esto se infiere la necesidad de preocuparse del lugar en que se haya de emplazar la escuela, y de la naturaleza del terreno en que se piense hacer el emplazamiento.

Así, el de una escuela debe procurarse en lugar algo elevado, en que haya aire suficiente y puro, y que sea de fácil y sano acceso. Ha de tenerse en cuenta que una atmósfera húmeda es siempre malsana, por lo que deben evitarse los aires húmedos, bajo cuya influencia se elaboran y propagan con particular intensidad los gérmenes de infección y de contagio, o sea, los miasmas. Y a este propósito, es conveniente recordar que la humedad de los edificios depende en gran manera de la naturaleza del terreno. Con un suelo húmedo no puede haber escuela salubre, pues cuando los muros de un edificio se sumergen en terrenos húmedos, las leyes de la capilaridad determinan en ellos la ascensión de los líquidos, que al cabo, de unas a otras partes invaden toda la construcción. De aquí que una escuela situada en terreno húmedo y no bien desecado, tenga las paredes húmedas y la atmósfera interior se halle saturada de agua, mediante todo lo cual se resiente grandemente la salud de los niños, en los que se determinan, por esas causas, ciertas enfermedades, tales, por ejemplo, como los reumas, los males de la vista, las bronquitis y después las diversas manifestaciones del linfatismo y el escrofulismo, y hasta la misma tisis74.

Importa, en lo tanto, que el terreno que se elija para el emplazamiento de una escuela sea, además de elevado y de fácil y sano acceso, de naturaleza nada húmeda, a cuyo efecto debe huirse del arcilloso, que por razón de su impermeabilidad conserva las aguas de lluvia y las despide mediante los rayos del sol, en forma de vapores: los terrenos preferibles, bajo este respecto, son los arenosos, y mejor aún los calcáreos, que por más que no dejen de ofrecer inconvenientes, son los más secos y saludables de todos. Pero como otras circunstancias impiden muchas veces la elección de un terreno de buenas condiciones de salubridad, hay que aceptar con frecuencia un suelo húmedo, en cuyo caso no queda más remedio que procurar su saneamiento, valiéndose al intento de los medios usuales en las respectivas localidades.

El mejor medio de sanear un suelo húmedo consiste en la construcción de sótanos o cuevas75. Mas como este procedimiento no es siempre posible, por razón principalmente del gasto que exige, lo más común es elevar algo sobre la superficie del suelo el piso de la escuela; hágase o no esto, es muy conveniente abrir zanjas para el desagüe.




Situación de la escuela

Suele recomendarse que el lugar en que se emplace una escuela sea central, lo cual responde a la idea de facilitar la concurrencia de los alumnos. Pero en los pueblos pequeños no es siempre esto necesario, máxime cuando muchas veces por satisfacer esta prescripción, se faltaría a otras de las que más adelante señalamos, relativamente a los lugares que deben buscarse o huirse como buenas o malas vecindades para la escuela; por lo mismo, no ha de tenerse siempre en cuenta semejante exigencia en poblaciones de mayor vecindario, en las que, cuando sea posible y las distancias no resulten demasiado grandes, convendría llevar las escuelas a los puntos de mejores condiciones, aunque no sean centrales; claro es que esto no puede decirse en absoluto tratándose de los párvulos, para los que las distancias algo grandes ofrecen inconvenientes y dan lugar a que, unas veces por el agua y el frío, y otras por el calor, los retengan las madres en sus casas.

Lo que sí debe huirse en todo caso, es de los lugares ruidosos y de mucho tráfico: de los primeros, porque perturban no poco los trabajos de los niños, a los que fácilmente se les distrae, por razón de lo movible y excitable de su atención; y de los segundos, por el peligro que pueden ofrecer a los alumnos a la entrada y salida de la escuela.




Influencia de los alrededores

Para determinar el emplazamiento de una escuela, precisa tener en cuenta, además de la naturaleza del terreno, la influencia que sobre la salud y la moralidad de los niños pueden ejercer los alrededores de la misma escuela, respecto de los cuales tienen que hacer algunas recomendaciones la Higiene y la Pedagogía de consuno. Prueba esto una vez más que en materias de educación hasta lo que parece más insignificante entraña algún interés.

Entre los lugares que rodean o deben rodear la escuela, hay algunos que son favorables a ésta y que, por lo tanto, deben procurarse, como, por ejemplo, las arboledas y los jardines, siempre que no alimenten la humedad, interceptando la luz, el calor y el aire; pues, como dice un antiguo proverbio, allí donde no entra el sol, entra el médico, y estos elementos son indispensables para la conservación de la salud76: las plazas y otros sitios espaciosos, en los que el aire se renueva fácilmente y se mantiene puro, son también una vecindad buena para la escuela. Por el contrario, debe alejarse ésta todo lo posible de los sitios malsanos, como cementerios, muladares, pantanos, fábricas, etc.

Los edificios cercanos y muy elevados, sobre todo si se trata de calles estrechas, son inconvenientes para la escuela, a la que impiden recibir luz suficiente y aire renovado. Para evitar los males que se originan de esta especie de prisión, que no proporciona a la escuela otra cosa que mala luz, y una atmósfera húmeda y mefítica, se aconseja por algunos (el doctor Javal, principalmente), como condición muy importante, que entre la escuela y los edificios que la rodeen, sobre todo tratándose de los del lado por donde deba entrar la luz a las clases, haya una distancia igual al doble de la altura que tengan las construcciones más elevadas. Aunque semejante precepto se ha formulado mirando especialmente a la iluminación de las clases, por lo que antes hemos dicho debe comprenderse que tiene también no poca importancia por lo que respecta a la humedad y la renovación del aire, pues que las edificaciones muy elevadas mantienen la primera y estorban la segunda: de aquí las enfermedades de los niños que se crían en los pisos bajos de las casas situadas en calles estrechas y de edificios muy altos, y los dolores reumáticos tan frecuentes en los porteros de las mismas casas.

Si la escuela debe ser para el niño un lugar sano y fortificante en todos conceptos, donde al mismo tiempo que pueda trabajar en paz y jugar al aire libre y puro, ni su cuerpo ni su alma se hallen expuestos a influencias deletéreas, así dentro de su recinto como a la entrada y salida del edificio, es a todas luces evidente que también debe evitarse a la escuela la vecindad de aquellos sitios en que los alumnos puedan recibir malas impresiones morales, como las poco edificantes que suelen proporcionar las tabernas, cárceles, casas de gentes de mal vivir y otros lugares por el estilo.




Aislamiento del local

La de la independencia, en cuanto sea posible, es otra de las condiciones que deben tenerse muy en cuenta en las edificaciones escolares. En este sentido se recomienda que la escuela quede aislada de todo otro edificio, por lo que sería lo mejor edificarla en medio del jardín o campo de juego, cuando lo hubiere; aun éste mismo estará separado tres o cuatro metros de las edificaciones contiguas. En todo caso, cuando la escuela haya de dar al exterior, se procurará no levantarla sobre la línea de las demás edificaciones, sino que se remeterá, todo lo que se pueda, para evitar las indiscreciones de los transeúntes, y que los niños se distraigan con el ruido del exterior. Claro es que en la línea de edificación se colocará una verja o valla que haga sus veces, y que el espacio que medie entre ella y la escuela, que deberá quedar al descubierto, se utilizará como jardín, patio, etc., según sus condiciones. Cuando la escuela se levante en el centro del jardín o campo de juego, se rodeará éste también con verja y celosía sobre base mural, que en las poblaciones rurales pudiera sustituirse por seto vivo.

De todos modos, ha de procurarse un acceso fácil y cómodo a la escuela, cuya entrada no debe hacerse por escalera que tenga más de uno o dos peldaños suaves y anchos; preferible a esto es, cuando el piso esté algo elevado sobre el terreno, una pequeña rampa, cubierta de una capa de asfalto o de cemento que no alteren ni el agua ni el calor del sol, a fin de evitar los efectos de la humedad, y la suciedad que de otro modo se llevaría a la escuela.




Orientación

En cuanto a la orientación o exposición del edificio-escuela, punto estrechamente ligado con el emplazamiento, es un problema que hay que considerar con relación a tres puntos de vista, a saber: 1º, la necesidad que tienen los niños de recibir la luz solar; 2º, la influencia que la acción de esta luz ejerce sobre la vista, según más adelante veremos; y 3º, la necesidad que todo edificio tiene para ser salubre, de los rayos del sol. Por lo tanto, una escuela bien expuesta debe recibir los rayos del sol en sus muros, para que estén bien secos; en sus ventanas, para que las clases y demás dependencias se hallen bien iluminadas y saneadas; y en el patio o jardín, para que los niños se hallen bañados durante sus recreaciones por la luz del sol, la que al colorear sus rostros, les fortifique en todo su organismo.

No pueden en realidad fijarse de un modo preciso las reglas que deben determinar la orientación de las escuelas, en cuanto que, en último término, dependen de las condiciones peculiares de cada localidad. Así, en el Norte puede ser la mejor exposición la del Mediodía, la cual sería muchas veces intolerable en el Sur. Teniendo, pues, en cuenta las condiciones modificadoras que quedan apuntadas, puede prescribirse como regla general: la exposición Sur en los países fríos, Norte en los países cálidos y Sudeste y Nordeste en las regiones medias; la opinión general aconseja que se evite la orientación Sudoeste, reputada como la peor de todas77.

Así, pues, lo esencial en este punto de la orientación es procurar que la escuela se halle bañada por los rayos del sol, en la forma que de indicar acabamos, ponerla al abrigo de los fríos y los calores excesivos, así como de las lluvias y de los vientos húmedos y de los que en cada comarca se hagan notar más por sus malos efectos: no pueden darse reglas más precisas relativamente a este particular.




Materiales y modos de construcción

También reviste importancia, tratándose de las edificios para escuelas, como con motivo de toda otra construcción, la elección de los materiales, respecto de los cuales debe darse la preferencia, siempre que se pueda, al hierro fundido sobre las maderas, y a los duros y resistentes sobre los flojos; cuando lo permitan las condiciones en que la edificación se realice, deben sustituirse por el hierro fundido las maderas que se emplean para las armaduras, los muros de travesías, los tabiques, las vigas, etc.

Debe tenerse en cuenta que las piedras extraídas recientemente de la cantera son por largo tiempo un receptáculo de humedad, y que los ladrillos mal cocidos tienen la condición de ser muy aptos para absorber y transmitir el agua del suelo y de la lluvia; el asperón es siempre húmedo. Lo son también los yesos nuevos, pues contienen una cantidad de agua equivalente a dos tercios de su peso: será, pues, el mejor el que menos agua requiera para su empleo, debiendo sustituírsele, allí donde haya peligro de humedad, por cal hidráulica, cemento romano, portland, etc. Por la parte exterior es conveniente dejar los muros de modo que resulten permeables, por lo que deberá quedar al descubierto el material que lo permita, como, por ejemplo, la piedra y el ladrillo. Interiormente ha de procurarse la impermeabilidad de los muros, a cuyo efecto conviene emplear, siempre que las circunstancias lo permitan, el estucado, que además se recomienda por cuestión de limpieza; y cuando esto no sea posible, se sustituirá con la pintura al óleo y al temple, en las condiciones que para otros fines se determinarán más adelante: las ventanas y puertas de madera se pintarán del propio modo; pero la parte exterior habrá de estarlo necesariamente al óleo.

Para los cimientos se emplearán piedras duras y hormigones, proscribiéndose en absoluto todo material poroso, blando y, sensible a la acción de las humedades, como, por ejemplo, las tobas, las piedras de yeso, la magnesita, los adobes, etc.

Los muros de fachada no debieran construirse con entramados de madera, sino de piedra y ladrillo, proscribiéndose asimismo los tapiales y adobes: en el caso de que la economía lo exija, lo que se hará es construir machos o pilastrones de material duro y resistente, unidos por arcos del mismo, y tabicar los entrepaños con materiales más flojos; de cuyo modo puede combinarse la piedra de sillería con el ladrillo, y éste con la mampostería o las tierras sin cocer. Siempre que sea posible debe colocarse un zócalo de piedra, y cuando no pueda ser de ésta, se revestirá el que se haga de ladrillo con un tendido de cemento. Los muros mal expuestos es necesario fortalecerlos contra la lluvia y las filtraciones, y al efecto se les debe impregnar de sustancias que, como el aceite de linaza y el alquitrán, por ejemplo, sean poco húmedas. Por esta razón debe preferirse el yeso que menos agua requiera para su empleo, que será el mejor, y allí donde más peligro haya de humedad, debe sustituirse por el cemento o el portland, pues el yeso es muy higroscópico, y al cabo de algún tiempo la humedad que retiene produce en los muros salitre, el cual nada tiene de sano. Los pisos de madera sirven también para preservar de la humedad que puedan contener los suelos, sobre todo si entre éstos y ellos se coloca una capa de portland o de cemento.

En cuanto a los tejados, parece lo más recomendable el barro cocido de su color natural, o sean las tejas comunes, pues las negras absorben demasiado el calor solar, inconveniente que ofrecen también las pizarras, que además resultan de difícil reposición y caras, y los metales, que ofrecen, aparte de éstas, la desventaja de las dilataciones y contracciones que experimentan78.

Que los cimientos deben levantarse sobre terreno firme, escrupulosamente reconocido, y que la construcción necesita ser sólida y estar dispuesta de modo que garantice el edificio contra las influencias de la lluvia, de los vientos dominantes y de la humedad, parece ocioso hasta indicarlo. No estará demás, sin embargo, que añadamos, para dar una idea del modo con que deben llevarse a cabo estas construcciones, que cuando el terreno firme se halle muy profundo, se empleará para los cimientos el sistema de pilas y arcos, o el pilotaje, según los casos. Cuando se trate de sanear el terreno por causa de la humedad, lo mejor es construir sótanos, los cuales deben cubrirse con bóvedas de ladrillos, dejándoles lumbreras que contribuirán a su saneamiento.

Cuando la escuela tenga varios pisos, debe cuidarse de hacerlos sordos, esto es, que el superior no transmita al inferior los ruidos que en él se produzcan, lo cual se consigue dejando un espacio hueco o rellenando la parte que queda bajo del entarimado, de arena, ceniza u otros cuerpos que sean malos conductores de las vibraciones: un procedimiento análogo pudiera emplearse para impedir que se transmitan los sonidos entre las clases contiguas, disposición que debe procurarse evitar.

Es una exigencia en la construcción de las escuelas, que los muros no presenten aristas, sino que las esquinas que tengan estén redondeadas, lo mismo que los ángulos o rincones de las diversas piezas, que tendrán igual disposición, particularmente las de las clases, por motivos de limpieza y razones acústicas. Para casos de incendio o de cualquier alarma, se cuidará de que las puertas se abran con facilidad, siempre hacia fuera: las de entrada al edificio hacia la calle, y las de las clases y demás dependencias hacia el patio, el jardín, las galerías, etc., según los casos; al interior, las mejores puertas son las de dos hojas que se abren a uno y otro lado.




Prevenciones respecto de los edificios recién construidos

Una recomendación tiene que hacer la Higiene respecto de los edificios recién construidos, que es aplicable a las escuelas. La habitación mejor construida resulta húmeda algún tiempo después de terminadas las obras, y ya hemos visto las enfermedades que se originan por causa de la humedad.

Débese esto a que las piedras pierden con lentitud el agua de cantera, y la mezcla y el yeso se secan con más lentitud todavía. Resulta de aquí que habitar un edificio recién construido es ir, como vulgarmente se dice, a enjugar los yesos, y, en lo tanto, a exponerse a contraer las enfermedades a que acabamos de referirnos79. A este propósito debe tenerse en cuenta lo que dice el doctor Cruveilhier:

«Recuerdo que habiendo ido a asistir por causa de dolores articulares y de parálisis a unas pobres gentes que ocupaban hacía poco tiempo piezas recién construidas, me pareció interesante indagar qué cantidad de agua podía suministrar, en un tiempo dado, una pequeña superficie -cuatro decímetros próximamente- de yeso húmedo, que cubrí con una campana de cristal, y recogí muy cerca de 40 gramos de agua condensada, en el espacio de quince días, lo que representa una evaporación de 3 kilogramos 600 gramos, o de tres litros y medio próximamente, en una pieza de 3 por 4 metros».

De estas indicaciones se desprende la conclusión de que no debe habitarse un edificio hasta pasado algún tiempo después de terminadas de las obras, tiempo que variará (de uno a cuatro meses, por ejemplo) según los países y las estaciones. Aunque las escuelas no ofrezcan bajo este respecto los mismos peligros que las casas, puesto que en ellas no han de pasar los niños la noche, es conveniente evitar el peligro indicado, no exponer a los niños a que enjuguen los yesos. Y no debe olvidarse que los medios que frecuentemente se emplean (braseros y algún otro aparato de calefacción) para secar la humedad de los edificios recién construidos, no dan siempre los resultados apetecidos, porque se utilizan poco tiempo, de lo que resulta que se secan las superficies de las paredes, pero no el espesor de los muros, con lo que se deja subsistente el mal que trata de evitarse; por esto no se puede fiar mucho en la eficacia de los medios indicados.




Dimensiones y distribución de la escuela

La transformación que en su manera de ser experimenta la escuela, de acuerdo con las exigencias de la Pedagogía y la Higiene, impone respecto de los locales, otras condiciones, además de las dichas, que cada día que pasa se consideran como más imperiosas. El molde antiguo resulta por demás estrecho para la nueva escuela. Requiere ésta, según los cánones de la moderna educación, mucho ambiente y mucha luz, por lo que es obligado extender sus dominios más allá de las clases, puesto que fuera de ellas y en muchos otros lugares, se han de realizar gran parte de los fines que concurren a la obra total de la educación.

De aquí un primer precepto, según el cual debe concederse toda la extensión que se pueda a los edificios escolares, de modo que se obtenga un área bastante a dar para cada alumno ocho metros cuadrados, por lo menos, de la superficie total (diez piden los reglamentos franceses). Según Mr. Trélat, por debajo de esta proporción disminuirán las ventajas higiénicas, cualesquiera que sean los artificios a que se recurra para conservar la extensión de los vacíos entre las construcciones80.

Sin que nosotros estemos lejos de creer que, como afirma un publicista de gran autoridad en estas materias81, «las áreas máximas hoy calculadas en Europa han de parecer dentro de poco mezquinas», no podemos desconocer que, dado lo que actualmente se concede, es bastante lo que pide Mr. Trélat, y que a lo que hoy por hoy se puede aspirar es a acercarse a ello todo lo posible, siempre teniendo en cuenta las condiciones locales y los recursos con que se cuente. Pues es claro que en las grandes poblaciones (precisamente donde mayor área debieran tener las escuelas), en las que es subido el precio del terreno, habrá en muchos casos y durante no poco tiempo, que contentarse y aun darse por satisfechos con una superficie menor a la señalada, aunque, adoptando un criterio más racional del que suele servir de guía en estas cuestiones, se compense el aumento de terreno con la disminución de gastos innecesarios o inútiles, como los de lujo y decorado de las fábricas, por ejemplo.

La mayor extensión superficial que hoy requieren los edificios destinados a escuelas, responde, no sólo a la necesidad -que ya hemos reconocido- de atender a las exigencias de la higiene física, sino también a otras condiciones inherentes a toda educación que aspire a serlo en verdad. Donde no hay espacio para que los niños puedan satisfacer en las debidas condiciones la actividad física, ni lugares de aseo, ni sitios de verdadera recreación; donde sólo se cuenta, en fin, con las clases, la cultura que reciban los alumnos, con no pasar de ser un mero formalismo, no podrá menos de resentirse por exceso de deficiencia.

Así, pues, toda escuela que responda a su genuina misión, debe tener, además de las clases (cuyo número se ajustará al de los alumnos, según lo que más adelante decimos, y a los grados que abrace)82 otras dependencias, tales como el vestuario, en donde los niños dejen sus ropas de abrigo y gorras; el lavabo, que en caso de necesidad podrá formar con la anterior una sola pieza; el patio descubierto, en el que tengan lugar los juegos y las recreaciones y que en los días de mal tiempo podrá sustituirse por una sala de juego; el jardín o mejor campo para satisfacer a ciertas exigencias de toda regular cultura; los retretes y urinarios, y en caso de que los niños hayan de comer en la escuela (como acontece en las de párvulos), el comedor y la cocina; un vestíbulo para recibir a los niños y una portería, cuando la importancia de la escuela la requiera, completan las dependencias necesarias para que haya una verdadera escuela, en la que en determinados casos suele haber también un gimnasio83.

Detrás del edificio debe estar situado el patio descubierto, el jardín para la enseñanza y el campo de juego. La sala de juego que en determinados días ha de reemplazar a este campo, y en defecto de éste, al patio descubierto, no deberá nunca ser central, esto es, situada delante de las clases, las cuales deberán comunicar con el jardín o el patio, y en todo caso, recibir luces directas y tener vistas como las indicadas, al campo o a punto que ofrezca un horizonte dilatado y todo lo agradable posible. Deben tener por algún lado comunicación las clases con la sala de juego, que en todas o casi todas las localidades de España puede sustituirse, en caso de necesidad, con un cobertizo convenientemente orientado, al Mediodía, por ejemplo. La habitación del maestro, cuando se halle situada, en la misma escuela, estará todo lo independiente que sea posible de ésta, a fin de que no se confunda lo que a una y otra corresponda84. Las clases deben situarse siempre en la planta baja, requisito que es de todo punto indispensable tratándose de párvulos; así, pues, si estuviese reunida una escuela de esta clase con alguna otra de diferente grado, y hubiese necesidad de instalar clases en otro piso, las de párvulos quedarán en el bajo, teniendo éstos entradas distintas y sitios diferentes de recreo, a fin de que no se confundan con los demás niños. La cocina, el comedor y los lugares comunes deben estar alejados de las clases todo lo posible, y claro es que entre las dos primeras de estas dependencias y los retretes y urinarios debe mediar también una distancia conveniente, si se han de guardar las conveniencias que la Higiene aconseja.




Aspecto general

Por lo que atañe al aspecto general de la escuela, ya se ha dicho antes que el edificio debe ser en vez de ostentoso, sencillo y modesto, y en lugar de pesado y severo, ligero y risueño: téngase en cuenta que la severidad del aspecto no es garantía, como suele pensarse, del respeto que a la escuela debe tener el alumno, al que más bien se inspira con ese aspecto severo a que nos referimos, temor y cierto despego hacia el lugar al que debe ir diariamente gustoso y alegre. Lo que importa es dar a la escuela un aspecto que haga atractiva a los niños la estancia en ella.

Las condiciones indicadas no excluyen en manera alguna la de la elegancia debida a la armonía de las líneas, las proporciones y los colores bien combinados. Sin excluir, pues, esto, antes bien procurándolo en el mayor grado posible, ni caer en decorados churriguerescos, y como tales ridículos y de mal gusto, se procurará que la escuela ofrezca un aspecto que, lejos de ser serio, sea risueño: mientras más ligera y esbelta sea la construcción, mientras más y mayores superficies de iluminación ofrezca, más agradable y atractiva será la escuela para los niños. Las escuelas que presentan el aspecto duro y amazacotado de una fortaleza, o la rígida severidad de una catedral, están muy lejos de responder a su fin, aparte de resultar muy costosas. Todo lo que haya de gastarse de más por virtud de estas edificaciones tan mal entendidas, debe emplearse en dotar a la escuela de terreno suficiente, inundarla de luz y rodearla de árboles, de flores y de agua, de todo lo que revele que se trata de la morada de la inocencia y la alegría85.

Da una idea de lo que debe ser la casa-escuela, bajo la relación de su aspecto general, el tipo verdaderamente práctico de una rural, debido a la sociedad austriaca de Amigos de la escuela, y cuya descripción es como sigue:

«El edificio es exteriormente de aspecto muy modesto, pero alegre. Se ofrece a la vista tapizado en su mitad de vid silvestre y de plantas trepadoras, y adornadas las ventanas con macetas de flores. Alrededor del edificio hay un jardín, que se puede hacer más o menos extenso, en el cual se encuentran, no sólo legumbres para uso del maestro, sino pequeñas colecciones de cereales, de flores, de árboles frutales y de sombra, de viñas, etc.; de estos ejemplares, unos están destinados a las lecciones de agricultura, de horticultura y arboricultura que deben darse a los niños; los otros constituyen los pequeños jardines de los alumnos: en estas parcelas es en las que hacen sus primeras experiencias metódicas de jardinería los escolares que más se distinguen en ese orden de lecciones.

»Delante de la casa hay unas barras paralelas y otros aparatos sencillos que sirven para los ejercicios gimnásticos al aire libre. Si la localidad es lo bastante rica para hacer el gasto de un gimnasio cubierto, encuentra el modelo construido y amueblado conforme a las prescripciones de los profesores más autorizados. Los ejercicios peligrosos o los que no, son más que divertidos, desaparecen para que sólo tenga lugar un curso, graduado, razonado y metódico de movimientos y ejercicios musculares realmente higiénicos.

»Encima de la puerta de entrada hay una inscripción gótica que en forma de salutación, dice a los alumnos: Aprended, trabajad, creced y prosperad. En el umbral mismo de la clase, esta otra: No entres aquí sin reflexión; ten tu ojo abierto y tu alma pura. En cada piso, en cada sala, nuevas inscripciones recomiendan el trabajo, la piedad, el amor a los padres, a la patria, a la humanidad, etc.

»Todo el piso bajo se halla destinado a la habitación del maestro, que es sencilla, pero muy risueña, muy aseada y muy bien distribuida.

»En el primer piso se halla la clase, clase única, pues se trata de una escuela de aldea, de una escuela mixta: cuatro ventanas a la izquierda, a Levante, y dos atrás, dan una luz abundante, sin fatigar la vista. Además de la clase hay todavía en el mismo piso una segunda pieza más pequeña, que sirve de sala de colecciones y de sala de costura, que en el centro, tiene mesas, y alrededor de las paredes vitrinas y estantes para libros y colecciones de botánica, de zoología, de mineralogía, etc.»86.






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Capítulo II

Las clases: sus condiciones pedagógico-higiénicas



Consideraciones previas: importancia exagerada que se atribuye a las clases, y sus límites

Imbuida la Pedagogía tradicional del intelectualismo a que antes de ahora hemos hecho referencia, reduce toda la escuela a la clase, de la que solamente se preocupa, con lo que ipso facto declara suprimida y, en lo tanto, sin valor alguno, la educación física. No puede realizarse ésta en escuelas que sólo constan de las clases, o que a lo sumo, tienen algunas dependencias más, destinadas a servicios cuya especialidad no permite suplir aquella falta. Y aun allí donde se ha dispuesto de terreno suficiente para otras dependencias, todo se ha subordinado y hasta sacrificado a la clase, a la que se ha dado una importancia exagerada, considerándola, a la manera que lo hace Narjoux, como «el elemento constitutivo de la escuela, el centro alrededor del cual se mueven los demás servicios escolares, cuyo papel es ayudar y facilitar el buen funcionamiento de la clase», o afirmando, como Riant, que ésta es «el elemento capital en la concepción y en la realización del plan de la escuela», porque, según añade con sentido bien erróneo, «en la clase es donde los niños van a estar reunidos seis horas al menos durante el día».

Se comprende que suceda esto allí donde no existan otros lugares en que los alumnos puedan realizar ejercicios y actos propios de la vida escolar, según la entiende la Pedagogía moderna; pero donde estos lugares existan o puedan tenerse, no hay razón para subordinarlo y aun sacrificarlo todo a la clase, que al fin no es más que uno de los elementos de los varios que deben concurrir a suministrar la cultura propia de la escuela.




Contrasentido en que incurren los que todo lo reducen a la clase

Como quiera que sea, y dejando para más adelante la determinación del papel que en la vida de la escuela juegan otras dependencias, es lo cierto que por virtud del influjo intelectualista y de otras causas que ya se han señalado, todo el interés de los edificios escolares se ha circunscrito a las clases. Y por un contrasentido, tan irracional como frecuente en estos asuntos, sucede que las clases, con constituir como el punto de mira de las construcciones escolares, carecen casi siempre de las condiciones pedagógicas y, sobre todo, higiénicas más indispensables.

Por lo que a nuestro país respecta, basta para convencerse de ello, recordar lo que acerca de la clasificación de los locales de escuelas se ha dicho más arriba, y tener presente que la casi totalidad de éstas apenas si cuentan con otra dependencia que la sala de clase.

Y aquí se nos ofrece de nuevo motivo para lamentarnos de la falta de sentido con que suelen proceder los arquitectos. Porque, dejando a un lado los edificios alquilados o de pobre construcción, resulta con frecuencia en los que se levantan en desahogadas condiciones, que, como dice el mismo Riant, aparte del lujo inútil de la fachada, se encuentran vestíbulos pretenciosos, escaleras de efecto, que conducen a clases exiguas, mal colocadas y en las peores condiciones imaginables, por lo que respecta a la cubicación, la luz y la ventilación. Este sacrificio de la clase (entiéndase bien, de la clase, considerada para los que así proceden como el elemento capital y hasta exclusivo de la cultura que la escuela está llamada a suministrar), ha dado motivo para que en más de una ocasión exclamen los maestros franceses: «Los arquitectos parecen olvidar el verdadero fin de la escuela: la sala de la clase se encuentra como sepultada y perdida en el resto del edificio».

Resulta de todo esto, que hasta para los que parten de la exageración de no ver en la escuela nada más que la clase, en la inmensa mayoría de los casos deja ésta mucho que desear -aun en las que el lujo sobra- por lo que respecta a sus condiciones pedagógicas e higiénicas. No sólo ha hecho omisión el intelectualismo de las necesidades del cuerpo, sino que ha desconocido las más imperiosas del espíritu y de la disciplina. Con tal de que los niños, más o menos incómodos y mejor o peor hacinados, puedan recibir y dar las lecciones, le importa poco que desfallezca el espíritu de los escolares, merced a un trabajo ingrato en demasía por su continuidad y las malas condiciones en que lo prestan, y que el cuerpo se debilite por falta de actividad, alterándose sensiblemente la salud por esta causa, por la luz inadecuada, cuando no dañosa o mala, y por el envenenamiento lento que suele producir la atmósfera mefítica que en tales clases no puede por menos que respirarse.

Y en las clases que semejantes condiciones reúnen no puede haber ni disciplina, ni verdadero desarrollo intelectual, ni siquiera enseñanza.

Comprendiéndolo así la nueva Pedagogía, y teniendo, por otra parte, en cuenta las exigencias de la Higiene física, -exigencias a que es menester dar mayor satisfacción cuando la escuela se halla reducida al lugar que ocupa la clase,- trabaja por dar a ésta las condiciones que resumimos a continuación.




Resumen de las condiciones que necesitan reunir las clases

Son estas condiciones muy complejas y todas ellas revisten capital interés relativamente a la salud de los alumnos.

Ante todo, si se quiere disponer la clase de modo que responda a las exigencias de una buena Higiene, es menester determinar previamente el número de alumnos que haya de contener, para en su vista darle la superficie y aun la forma más convenientes, en relación con la población escolar y las necesidades orgánicas. De estas condiciones dependen en gran manera las acústicas, de que también deben estar adornadas las clases y que se imponen por virtud de exigencias pedagógicas e higiénicas a la vez. La extensión superficial multiplicada por la altura de las clases, determina la cantidad de aire respirable que puede haber constantemente en las mismas en relación con el número de alumnos, por lo cual es preciso fijarse en dicha altura, la cual dará la cubicación total de la clase de que se trate y la parcial que corresponda a cada alumno. La masa de aire que entre en las clases, la temperatura de ellas y la luz que reciban los escolares, constituyen otros tantos agentes que la Higiene no puede prescindir de tener en cuenta por la influencia tan directa que ejercen al respecto de la salud, especialmente en las escuelas; de aquí la necesidad de atender a la ventilación, la calefacción y la iluminación de las clases, cuyas ventanas y puertas desempeñan en las mismas importantísimo papel, por lo que el aire, a la luz y a otros puntos atañe. Últimamente, de las condiciones que reúnan las paredes, el techo y el pavimento de las salas de clase, así como del aseo y buen aspecto de éstas, dependen otras que se relacionan directamente con la higiene de la vista, de la respiración y aun de todo el organismo y hasta con la parte moral y con determinadas conveniencias pedagógicas, por lo que importa asimismo tenerlas en cuenta.

A dar algunos preceptos que sirvan de guía para la determinación, con conocimiento de causa, de las condiciones enumeradas, se encaminan las observaciones que siguen, de las que no puede ni debe prescindirse en un tratado de la índole del presente, por lo mismo que la Pedagogía y la Higiene de consuno conceden mucha importancia a los puntos a que se contraen.




Número de alumnos por clase

Aunque la solución de este problema no sea de la exclusiva competencia de la educación física, asiste a la Higiene escolar indisputable derecho, no ya para tenerlo en cuenta, sino para intervenir en él y aun para poner ciertas limitaciones.

Si cada niño ha de disponer en la escuela de un espacio dado de terreno para que su salud no se menoscabe, claro es que al proyectarse una clase se necesita conocer el número de los alumnos que a ella hayan de concurrir, para con arreglo a él determinar las dimensiones; y si la clase se halla preparada, se está en el caso de conocer estas dimensiones para en su vista determinar el máximo de alumnos concurrentes. No debe olvidarse que en las clases numerosas es muy difícil llenar estas condiciones, por el mucho espacio que requieren, y que cuando se llenan resultan, por lo general, excesivamente grandes, con detrimento de la disciplina y hasta de la enseñanza, e infringiendo a la vez ciertas reglas relativas a la acústica, que entran por mucho en el aprovechamiento de los alumnos y en el orden de la clase.

Se ve por esto que las exigencias higiénicas hacen difíciles las clases muy numerosas, las que a su vez son un obstáculo para el maestro y para la cultura que deben recibir los discípulos. Afortunadamente, en esto, como en tantas otras muchas cosas, la Pedagogía marcha de acuerdo con la Higiene, pues cada día es más acentuada y más general entre los maestros y las personas que se ocupan en estos asuntos con algún interés y seriedad, la tendencia en favor de las clases poco numerosas. Se reconoce que una buena educación no puede serlo sino por virtud de la intervención directa del maestro, cuyas fuerzas tienen su límite, que se rebasa cuando es crecido el número de los escolares. Y no se saquen a plaza para contrarrestar esta verdad, los milagros que se atribuyen a los sistemas de enseñanza mutuo y mixto; porque aparte de que con ellos lo más que puede hacerse es dar enseñanza -nunca educación- siempre se echará de menos el influjo fecundo de la acción directa del maestro, y la higiene se verá desatendida (por lo que se ha dicho de las clases numerosas), sin que por ello dejen de agotarse más de lo que debieran las fuerzas del que enseña87.

El principio más racional para la determinación del número de los alumnos que debe contener una clase, parece ser el de que no haya en ella ninguno con quien el profesor no pueda entenderse directamente, a la vez que le entiendan los demás. Pero este principio no deja de ofrecer en la práctica inconvenientes de importancia. Aun aplicado con rigor, resultaría en no pocos casos un número excesivo de alumnos; y si esto no es lo que más pudiera temerse, no debe ocultarse que lo contrario originaría verdaderas dificultades prácticas, como se comprenderá fácilmente teniendo en cuenta que aplicando dicho principio a una de nuestras clases más generales-de ochenta alumnos, por ejemplo-habría que subdividirla en tres o cuatro, por lo menos, lo cual implica exigencias de local y personal imposibles de poder satisfacer en mucho tiempo.

Así, pues, hay que recurrir a otro medio para la determinación del número de alumnos por clase. Este medio consiste en fijar el máximo de escolares para cada una, con lo cual se da en parte satisfacción al principio antes dicho, pues que cualquiera que sea ese máximo -sobre todo si es algo restrictivo- habrá que multiplicar las escuelas, o mejor, las clases, lo que permitirá distribuir a los niños en secciones formadas de acuerdo con aquel principio.

Se sostiene por algunos -Narjoux, por ejemplo- que la población de una clase nunca debiera exceder de veinte alumnos. Este es un ideal cuya realización nos parece todavía remota, por lo que no podemos tomar el guarismo que lo representa como base de nuestras observaciones: en el mismo caso se encuentra el máximo de treinta y tres alumnos por clase propuesto por la Liga de la enseñanza belga para su escuela modelo. Más cerca de la realidad se halla M. Trélat, que parte del número de cuarenta alumnos por clase. Esto es todavía pedir mucho, sobre todo en nuestro país, por lo que nosotros, aunque nos guste más el número de cincuenta (es lo que se pide en Francia), fijaríamos hoy por hoy dicho máximo en sesenta alumnos, número que se halla consignado en varios reglamentos escolares -los de Suiza, por ejemplo- y que además de ser lo legal entre nosotros, es el que más se aproxima al término medio general que resulta de comparar nuestra población escolar con el número de las escuelas en que se halla repartida88. Y debe tenerse en cuenta que el número de sesenta que proponemos quedará reducido en la práctica a menos de cuarenta y cinco, pues que, por término medio, ascienden a más del 25 por 100 las faltas de asistencia89.




Superficie y forma de las clases

Determinado el número de niños que debe contener la clase, tenemos ya uno de los factores necesarios para determinar las dimensiones superficiales de la misma; pero falta fijarla superficie que debe darse a cada alumno.

Respecto de este punto hay también variedad de prácticas y de opiniones. Un metro cuadrado por alumno prescribía la antigua ley belga y se prescribe en los reglamentos escolares de varios países, habiendo algunos en que se señala menos, como, por ejemplo, Sajonia y Dresde, que no conceden más de 70 centímetros cuadrados por alumno. Las últimas disposiciones francesas señalan 1 m 25; en Suiza, 1'45, y en Suecia, 1'5290; la superficie más racional, teniendo en cuenta las exigencias del nuevo mobiliario, que requiere más espacio que el antiguo, es la de 1'50 propuesta por el Consejo superior de higiene de Bélgica; M. Narjoux, después de hacer cálculos en vista de las necesidades de dicho material, la fija en 1'40, y suprimiendo luego los pasos longitudinales entre las filas de mesas-pupitres (supresión que no hay inconveniente en llevar a cabo), la reduce a 1'25, que es el término medio que nosotros adoptaremos para nuestros cálculos (M. Trélat adopta el mismo tipo), advirtiendo que es lo menos que debe pedirse, y que siempre que se pueda, o el mobiliario lo requiera, no debe concederse a cada alumno una superficie menor de 1'50.

Con el tipo que hemos adoptado (1 m 25), las clases de sesenta alumnos requieren una extensión superficial de 75 metros91.

Falta ahora por determinar la forma que debe darse a esta superficie, pues no es indiferente que sea una u otra. La más generalmente admitida es la de un rectángulo poco prolongado, pues no conviene que las clases sean muy largas, si el maestro ha de vigilarlas bien y su voz ha de llegar a todas partes, y si la luz ha de inundar todos los lugares. En este sentido, la longitud de una clase no debiera nunca exceder de 10 metros, como indica M. Chaumont y propone para su escuela-modelo M. Erismann.

Así, pues, la superficie propuesta por nosotros (75 metros cuadrados) podría arreglarse dando a la clase una longitud de 10 metros por 7,50 de latitud. En caso de tener que modificarla, debe tenderse a disminuir la primera dimensión amentando la segunda, guardándose siempre una proporción análoga cuando la clase haya de tener menos de sesenta alumnos (y en lo tanto menor superficie), y procurando no aumentar la longitud o aumentarla lo menos posible, cuando la extensión superficial con que se cuente sea mayor de 75 metros.




Condiciones acústicas de las clases

Las dimensiones arriba propuestas, en las que sin perder de vista los ideales de la Pedagogía y la Higiene hemos procurado atemperarnos a lo más práctico, tienden a satisfacer las exigencias que se imponen desde el punto de vista de la Higiene del oído, a la que también ha tocado su turno en los estudios que se han hecho y se hacen relativamente a la Higiene escolar, según de ello dan testimonio las observaciones y conclusiones que a continuación transcribimos, debidas al doctor Gellé, que ya había sido precedido en este camino por el doctor Weil, de Stuttgard.

M. Gellé ha observado 1.400 casos de sordera en las escuelas, y estima que la proporción de 30 por 100 dada por el doctor Weil para el número de niños afectados de sordera más o menos grande, es muy elevada, y que apenas es de 20 o 25 por 100, lo que ya es considerable. «Los dos oídos, dice, son casi siempre afectados al mismo tiempo. El alumno cuyo oído es muy débil, pierde rápidamente la audición de los sonidos consonados, y se hace desde entonces incapaz de comprender el ruido que hiere sus oídos, quedando cerrada para él una de las puertas de la inteligencia. Sin embargo, si se examinan esos niños en el comedor o en la recreación, parecen lo mismo que sus compañeros: su oído no es insuficiente más que para la clase».

Por multitud de experiencias llega el doctor Gellé a mostrar esas diferencias en la aptitud para oír, y en vista de todo ello, deduce consecuencias, o mejor reglas prácticas, que importa conocer a los maestros, y de las cuales se refieren a la disposición de los locales de las clases las siguientes:

«En cuanto sea posible, es preciso evitar ciertas vecindades, tales como una calle ruidosa, una fábrica de la misma índole, paradas de carruajes, etc., y asegurar el aislamiento de las clases en las escuelas que tengan varias.

»Nunca deberá colocarse la estufa en el centro de la clase, porque la corriente de aire caliente, ascendiendo, deteriora el sonido que, según Helmholtz, se transmite mejor en un aire homogéneo.

»Más allá de siete a ocho metros se multiplican en los dictados las faltas por inaudición. Se adoptará, pues, esta dimensión para el lado mayor de la clase, y nunca se darán lecciones en los patios cubiertos (salas de juego)».

Los inconvenientes que pudieran resultar por tener las clases la mayor longitud que antes se ha dicho, pueden evitarse con las precauciones que hemos indicado al tratar de los preceptos higiénicos que relativamente a la audición, exigen los ejercicios intelectuales (cap. II de la primera parte).




Altura y cubicación de las clases

El punto relativo a la altura tiene más importancia de la que a primera vista parece, como se comprende observando que, determinada la superficie de una clase, de la elevación que se le dé depende que el volumen de aire de la misma sea mayor o menor, lo cual no es indiferente, puesto que se trata del alimento respiratorio que ha de ofrecerse a los niños, alimento que se altera cuando el aire es insuficiente en cantidad y se halla confinado, como es frecuente que suceda en las clases, cuya cubicación -que es de lo que se trata- reviste por lo mismo capital importancia, y constituye uno de los problemas más interesantes de la Higiene escolar.

Al respecto de este punto de la cubicación de las clases, se ha pensado en dar a éstas una capacidad tal, que cada alumno tenga durante su permanencia en ella la cantidad de aire que por su respiración debe consumir. En realidad no es posible alcanzar semejante resultado no contando más que con las dimensiones (superficie y altura) de la clase. Se sabe que un individuo consume, por término medio, 10 metros cúbicos de aire por hora, y como en las clases están los niños cuando menos hora y media, resulta que cada escolar necesita 30 metros cúbicos92: esto requiere para los 60 alumnos una capacidad de 1.800 metros cúbicos, capacidad que es punto menos que imposible dar a las clases, a menos que sean muy grandes y alberguen pocos niños, cosas ambas que hemos visto distan mucho de la realidad.

Esto no obstante, y sin dejar de acudir al medio supletorio de la ventilación -según más adelante veremos- se procura dar a las clases la mayor cubicación posible, habida consideración al número y edad de los niños que a ellas concurren y a las condiciones que antes se han indicado.

Y también con relación a este punto varían grandemente las prescripciones reglamentarias y los resultados que la práctica ofrece en varios países. Desde 0 m 420 cúbicos por alumno que dan ciertas escuelas de los Estados-Unidos, hasta 25 m que suministran algunas alemanas, hay una escala en la que pueden hallarse todos los tipos que se deseen. Sin embargo, las opiniones más autorizadas y los reglamentos mejor entendidos varían entre los 3 y 8 metros cúbicos por alumno93, siendo de 7 m 500 el término medio más generalmente admitido por los higienistas, los cuales piden que esta cubicación se aumente en un metro por cada año que los escolares tengan más de siete, y en dos, también por año, desde los trece de edad en adelante94.

Si se tiene en cuenta que el aire de las clases puede renovarse constantemente, no sólo por los medios de ventilación que luego se dirán, sino también, y de un modo total, mientras los niños están fuera de ellas -lo que en un buen sistema escolar debiera verificarse de hora en hora, por lo menos- y que por estos modos se conseguirá que la masa de aire no llegue a viciarse totalmente, nos parece que con una cubicación de 5 a 6 metros, que en la práctica es lo más frecuente, habrá la cantidad de aire necesaria para prevenir la asfixia lenta que trata de evitarse, y que tan sensiblemente influye en la salud de la población escolar.

Esto permitirá, por otra parte, dar a la escuela una altura proporcionada, la cual, cuando por atender a las exigencias de la cubicación es exagerada, no deja de ofrecer inconvenientes, en particular por lo que atañe a las condiciones acústicas.

Las prescripciones que rigen en Francia acerca de la materia, fijan esa altura en cuatro metros como mínimo, lo cual nos parece tanto más deficiente, cuanto que, como hemos visto, la superficie de la clase es de 1 m 25 por alumno. Desde este tipo hasta el de 6 y 7 metros que han adoptado algunos países del Norte, se notan no pocas diferencias. La ley belga prescribe que la altura de las clases sea de 4 m 50, lo cual conforma con la puesta en práctica en varios países y, en cierto modo, con la opinión de M. Chaumont, según el cual, en las salas cuya altura excede de ésta, hay lugar a resonancias que son tan perjudiciales para la voz, como desagradables al oído. Opinamos, por lo que en la práctica hemos podido observar95, que estos inconvenientes no se darán con la altura de cinco metros, que en muchos casos será preferible a la otra, por falta de la necesaria superficie y sobra de alumnos, y también por motivos de la luz que deben recibir las clases.

Con esta última altura, y partiendo de la superficie adoptada (75 m, o sea, 1'25 por alumno), resultaría una cubicación para toda la clase de 375 metros, o sea 6'250 por alumno. La altura de 4'50, nos daría un volumen de aire equivalente a 337 m 500, que da una cubicación de 5'625 por escolar: en ambas cifras pueden considerarse representados los tipos más prácticos y más comunes.




Ventilación

Cualesquiera que sean las condiciones de las clases, es necesario acudir a la ventilación, mediante la cual puede renovarse constantemente el aire de las mismas, y ofrecerlo a los niños en condiciones aptas para la respiración. De este modo se remedia la deficiencia de que en punto a cubicación, hemos visto que necesariamente tienen que resentirse las clases más holgadas, y el alimento respiratorio que se suministre a los niños, y que les es tan necesario para la conservación de la salud y el mantenimiento de la vida, no ofrecerá los peligros que para una y otra ofrece una atmósfera formada de aire confinado, esa atmósfera infecta que al poco tiempo de comenzar los ejercicios suele formarse en muchas clases, en las que las personas que no están acostumbradas a ella perciben al momento un olor mefítico -el olor a hombre que describe Zola- que les pone en guardia y les hace temblar por la salud de las pobres criaturas sometidas a la acción deletérea de agente tan nocivo. Es, por lo tanto, necesario de todo punto ventilar las clases, lo cual puede practicarse de varios modos, que en realidad se reducen a estos tres sistemas: natural, mecánico y artificial.

El primero, o sea la ventilación natural, no es, en último término, más que un modo de aeración que se obtiene abriendo las puertas y las ventanas, o algunas partes de éstas, y estableciendo corrientes de aire por semejante modo; reputado, con razón, como el más sencillo, el más fácil y el más eficaz, aun por los mismos que no lo prefieren -Narjoux por ejemplo96- no deja de ofrecer algunos inconvenientes, puesto que es el que más sometido se halla a las variaciones de la temperatura exterior, y no en todos los días puede utilizarse. El segundo, o la ventilación mecánica, es debido a una canalización que sirve de orificios de evaluación a una o más chimeneas de tiro; fundado este sistema en el dato, que no es exacto, de que la clase es un espacio perfectamente cerrado, no da siempre el resultado que se busca, ofreciendo además el inconveniente de las chimeneas, las cuales, por otra parte, no funcionan más que unos cuantos meses del año. Por último, el tercero, o sea la ventilación artificial, separa la calefacción de la ventilación como dos operaciones distintas, y se pone en práctica por medio de aparatos que, por lo complicados y caros, no son aplicables a las escuelas.

No obstante los inconvenientes a que se refiere el ilustrado arquitecto de la ciudad de París, somos de parecer que, dadas las condiciones climatológicas de España y las circunstancias de la gran mayoría de nuestras escuelas, es preferible a todas la ventilación natural, cuyos sencillos procedimientos no son los peores, si se comprende todo el partido que de ellos puede sacarse, y con frecuencia son los únicos posibles, pues no debe olvidarse que en la inmensa mayoría, en la casi totalidad de las escuelas antiguas, y en muchas de las nuevas, no se han tomado disposiciones especiales para asegurar una buena y completa renovación del aire, por otros medios que no sean los peculiares de la ventilación natural en sus más rudimentarios procedimientos.

Conviene no confundir la ventilación natural con un gran movimiento de aire. La ventilación propiamente dicha consiste en la distribución uniforme de aire puro por toda la pieza de que se trate, que es a lo que debe aspirarse en las clases, en las cuales puede obtenerse semejante resultado de varias maneras.

Una de ellas, y la más sencilla, consiste en abrir las puertas y las ventanas, siempre que se lleve a cabo de una manera regular. En estío, por ejemplo, debe realizarse esto varias veces por hora, durante la estancia de los alumnos en la clase, teniendo cuidado de no establecer corrientes nocivas de aire, para lo cual pueden abrirse alternativamente las ventanas de la derecha y las de la izquierda. Cuando los niños salgan de la clase -lo que en un buen sistema de educación tendrá lugar a lo menos una vez por mañana y otra por tarde durante las horas de clase -se abrirán simultáneamente las ventanas y puertas opuestas, lo que puede y debe practicarse lo mismo en invierno que en estío, y proporciona una completa renovación del aire. Si la clase no tiene ventanas más que en un lado (véase lo que respecto de esto decimos al tratar de la iluminación), deben colocarse ventiladores en el opuesto.

Cualquiera que sea la estación, es necesario renovar el aire de las clases, aun hallándose en ellas los alumnos; y como no siempre pueden estar abiertas las ventanas y las puertas, precisa acudir a otros medios, cuales son los ventiladores, de los que consideramos como los más aceptables los que consisten en separar el último de los cristales superiores de cada una de las hojas de las ventanas, cristales que al efecto serán movibles, estarán sujetos en su base y se abrirán a modo de postigos horizontales, por arriba y hacia adentro, a fin de que las corrientes de aire entren por la parte superior, y no alcancen a los niños ni a las personas mayores que pueda haber en la clase: los ventiladores de rueda producen una circulación de aire que, sin duda alguna, es muy útil; pero en las escuelas ofrecen el inconveniente de distraer a los niños, por el movimiento y el ruido que producen.

Estos medios, que son elementalísimos y pueden ponerse en práctica en todas las clases bajo la dirección del maestro, se completarán en las escuelas que se hallen en construcción o que permitan la obra correspondiente, con otros muy sencillos también, y que son necesarios para que la ventilación resulte completa.

Consiste uno de ellos en practicar aberturas en número suficiente, y de un diámetro apropiado, de trecho en trecho, en los dos lados mayores de la clase, una un poco más arriba del suelo y la otra en el lado opuesto, ras con ras con el techo; estas aberturas tendrán un enrejado metálico, y pueden regularse mediante un registro, dando, las de abajo, el aire puro y más frío, y las de arriba, salida al aire viciado, el cual, por su temperatura más elevada, tiende siempre a elevarse hacia el techo.- De este modo se corrige la falta que ofrecen los medios que antes hemos indicado, y que consiste en que estando las ventanas y, en lo tanto, los ventiladores, a cierta altura, no se renueva todo lo que debiera el aire de las partes bajas de la clase.

El mismo resultado puede obtenerse por otro procedimiento, también sencillo, si bien algo más costoso; consistente en establecer en los muros exteriores orificios que comuniquen con las clases por medio de tubos o canales de barro cocido, que se abren en el pavimento para verter en la clase el aire puro del exterior; también en este caso se regula por medio de registros la cantidad de aire que deba introducirse, y su distribución. El aire viciado sale por el techo, por la abertura en forma de embudo, de un tubo que se eleva metro y medio por encima del tejado, y se halla doblado bruscamente por su extremidad superior abierta, la cual es movible como una veleta, a fin de presentar siempre su orificio al lado opuesto al punto por donde sopla el viento. Se determina o activa la salida del aire viciado, en invierno mediante el calor de la estufa (aquí resulta lo que se llama ventilación de invierno combinada con la calefacción), estufa cuyo tubo se dirigirá hacia el destinado a dar paso a dicho aire, y en estío manteniendo encendidos algunos mecheros de gas en el interior de este mismo tubo, a fin de desenvolver en él una corriente ascendente.

Este procedimiento participa algo de la ventilación mecánica, por el papel que en él juega la estufa. En caso análogo se encuentra el aparato de esta clase que tan buenos resultados da en Inglaterra, y que Mr. Robsons, arquitecto de la dirección de las escuelas de Londres, recomienda para los edificios en que al construirse no se hayan previsto las necesidades de la ventilación.

Consiste el aparato en cuestión en una cornisa metálica hueca que da la vuelta a la clase, y se halla dividida en toda su longitud en dos canales superpuestos y separados. El aire puro penetra por un orificio que atraviesa el muro, en el canal inferior, del que de una manera insensible desciende a la clase mediante numerosas aberturas practicadas en la cornisa. El canal superior comunica con el tubo de la chimenea, al cual dirige el aire viciado que recibe, por una serie de aberturas pequeñas semejantes a las del canal inferior.- Este medio reúne, a su condición de ser económico, la ventaja de no exigir la atención de nadie: es un aparato de self-acting, que funciona enteramente solo.

Todavía se emplea en Inglaterra otro sistema de ventilación, también muy sencillo. Es el llamado Varley, y lo constituye un tubo de cine perforado, que comunica con el aire exterior y pasa alrededor de la cornisa por tres lados de la clase. En el lado restante hay otro tubo que comunica con la chimenea y obra como tubo de extracción del aire viciado.

Repetimos, para terminar este punto, que no debe confundirse la ventilación con la aeración de las clases. Si ésta no debe olvidarse en manera alguna, ha de tenerse en cuenta que aquélla consiste, así en la introducción del aire puro como en la salida del viciado, y que a ambos fines debe atenderse en las escuelas, pues que los dos son necesarios para la salud de los niños. Sin duda que el aire de una habitación nunca puede ser tan puro como el del exterior, al cual debe aproximarse todo lo posible, a cuyo efecto ha de procurarse que el volumen del aire renovado sea de unos 20 metros cúbicos por alumno y por el tiempo que dure la clase al menos, ya que no pueda ser siempre por hora. A esto tienden los medios que hemos indicado, respecto de los cuales debemos advertir al maestro que la solución del problema está menos en la elección de un aparato complicado y dispendioso, que en la inteligencia y aplicación sensata de los medios y recursos que se posean.




Calefacción

Aunque su empleo no sea muy frecuente en las escuelas españolas, por virtud de nuestras condiciones climatológicas, es lo cierto que en varias provincias no puede prescindirse de ella en determinados meses del año. La necesidad del caldeo de las clases es una razón más que puede aducirse en abono de la ventilación; pues del mismo modo que la respiración y la exhalación cutánea disminuyen el oxígeno del aire y el vapor de agua, produciendo miasmas dañosos de respirar, así la combustión en los hogares se realiza por un consumo de oxígeno a expensas del aire de la clase y por la producción de gases impropios para la respiración, tales como el ácido carbónico, el óxido de carbono, el hidrógeno carbonado y los vapores hidrocarburos. Pero a pesar de estos inconvenientes, que deben tenerse en cuenta para la ventilación de invierno, no puede prescindirse durante éste de caldear las clases, en las que en ciertos meses, que en España no pasan, por regla general, de cuatro o cinco97, es necesario mantener una temperatura constante, superior a la del medio natural.

Para determinar esta temperatura precisa tener en cuenta, no sólo la facilidad con que se eleva en las clases numerosas por virtud de la respiración y exhalación cutánea de los alumnos, sino también la conveniencia de que en ningún caso sea muy alta, como por un exceso de celo o por falta de la debida experiencia, suele acontecer; pues cuando en los días de gran frío se caldean mucho las clases, se establece entre la temperatura de ellas y la exterior una diferencia que, por los cambios bruscos a que da origen, suele ser muy perjudicial para la salud de los niños, muy especialmente para la de los pobres, que van a la escuela mal abrigados y aun descalzos. Así, pues, tanto por ésta como por otras razones (la de lo mucho que las combustiones contribuyen a viciar el aire), opinamos que siempre que se pueda, que siempre que el abrigo de los muros y la techumbre, así como el calor que los niños produzcan, basten para mantener una temperatura conveniente, no se empleen otros medios de caldeo en las clases. La temperatura a que aquí nos referimos, y que debe ser constante, será de 16º centígrado como máximo, y de 12 como mínimo. Para poderla apreciar debidamente debe haber en cada clase un termómetro, aparato que, según la frase muy exacta de M. Riant, es a este respecto el único juez infalible y desinteresado.

Entre los diferentes medios que se recomiendan para el caldeo de las clases, parecen los mejores, por ser los menos ocasionados a accidentes, los aparatos llamados caloríferos, mediante los que se templan las habitaciones, haciendo uso del aire y del vapor de agua, que se llevan a las clases por medio de ciertos aparatos exteriores a ellas (el último de esos elementos está reputado como el más higiénico y menos peligroso), generalmente colocados debajo del pavimento, y con el auxilio de conductos y orificios convenientemente dispuestos. Las ventajas que estos sistemas de calefacción pueden proporcionar (dar a las clases una temperatura igual, no requerir dentro de ellas aparatos que siempre presentan obstáculos y son ocasionados a accidentes sensibles, economía de combustible, etc.), están compensadas, y a veces superadas, por los inconvenientes que ofrecen: son costosos, exigen muchos cuidados, y el primero seca mucho el aire, por lo que hay que humedecerlo constantemente. De aquí que lo más práctico sea recurrir a las estufas.

Y decimos a las estufas, porque los braseros (medio primitivo, que todavía figura en no pocas clases) son por muchos conceptos perjudiciales, por los gases nocivos que despiden, que pueden dar lugar a atufamientos y aun a la asfixia, y los accidentes a que se prestan, sobre todo tratándose de niños: su proscripción absoluta de las escuelas es una medida que se impone como de sentido común. En cuanto a las chimeneas, si realmente constituyen un excelente instrumento de ventilación, que a la vez asegura la purificación y el caldeo de la atmósfera, son un medio de calefacción insuficiente, por lo mismo que renuevan más el aire, sobre todo cuando las clases son grandes y el frío es intenso; si, en efecto, la gran potencia de su tiro es un elemento precioso de ventilación, esto mismo contribuye a llevar al exterior todo el calor producido en el interior, resultando de ello un obstáculo para que la temperatura se eleve98.En las escuelas resultan las chimeneas dispendiosas, además de caldear muy mal y de ser fijas, lo cual obliga a colocarlas en un lugar determinado, de lo que resulta un obstáculo para la disposición interior de las clases, para las que en ningún concepto deben considerarse como aparatos apropiados de calefacción.

Concretándonos a las estufas (que es el medio de caldeo más conveniente para la generalidad de nuestras escuelas), debe tenerse en cuenta que las comunes, las que sólo son de hierro fundido, si muy poderosas para la calefacción, en cuanto que ceden una gran porción del calor producido, ofrecen, en cambio, el grave inconveniente de enrojecerse fácilmente, y no hay para qué recordar que el hierro enrojecido es permeable al gas, y que, en lo tanto, la estufa que se halla en semejante caso deja escapar el ácido carbónico y el óxido de carbón, que tan nocivos son para la respiración. Para evitar semejante peligro, se ha recurrido al medio de poner a la estufa ordinaria un revestimiento interior de ladrillos refractarios, para impedir que el hierro se enrojezca y se haga permeable a los gases nocivos. Con ser este medio más sencillo y menos dispendioso, da resultados análogos a los de la estufa de porcelana y a la que se ha adoptado como el tipo de la escolar, cuyo mecanismo consiste en separar el hogar de la atmósfera por una doble envoltura, de modo que resulte un espacio vacío, que se deja así o se llena de arena. Bajo esta idea está concebida la estufa-calorífero de Geneste, adoptada por la municipalidad de París para sus escuelas99.

Pero como quiera que sea, y partiendo del hecho de que las estufas revestidas interiormente de ladrillos refractarios, así como las de porcelana y la que hemos llamado escolar, son más lentas en caldear la atmósfera y en enfriarse, y de una acción más dulce y más templada, a la vez que evitan la permeabilidad de los gases nocivos, que se trasmiten por difusión en la atmósfera de las clases (por lo que las creemos superiores a las primitivas), no debe perderse de vista que las estufas, cualquiera que sea el tipo que se adopte, ofrecen dos graves inconvenientes: el desecamiento de la atmósfera y la posibilidad de la asfixia. Para corregir el primero se acude al medio (que nunca debe olvidarse en las clases) de saturar la atmósfera de éstas de vapor de agua, a cuyo efecto basta colocar sobre la estufa una vasija llena de agua: como ha podido comprenderse, esto es innecesario con el calorífero Geneste. Pero respecto del otro inconveniente, no es tan fácil prevenirlo, porque un poco de hollín en el tubo, un error, un olvido en la disposición de la llave, bastan para suprimir el débil tiro del aparato y determinar la alteración mortal del aire. Esa misma debilidad de tiro, que hace que la estufa resulte tan económica, hace siempre posible la asfixia lenta. Todo esto obliga a aconsejar que nunca se abandone la estufa a la dirección de los niños o de personas inexpertas100.

Otro consejo hay que dar al maestro, cual es el de que para obtener una temperatura igual en todas las partes de una clase de grandes dimensiones, se necesita más de una estufa, pues si este aparato calienta de una manera rápida y bastante igual el aire de una pieza, es a condición de que ésta no sea muy grande; cuando lo es y no hay más que una estufa, produce dentro de ella temperaturas diferentes.

Por último, cualquiera que sea la clase de estufa que se adopte, no debe colocarse muy cerca de los alumnos, de los que debe distar metro y medio, o por lo menos 1'25, que es el mínimo que se fija en algunos reglamentos escolares.




Iluminación natural

El problema de la iluminación diurna de las clases, reviste capital importancia por las relaciones que tiene con la salud de los niños, y es al presente objeto de serias investigaciones por parte de higienistas y pedagogos.

Aparte del influjo que la luz solar ejerce respecto del sentido de la vista, según tuvimos ocasión de notar cuando de las enfermedades escolares tratamos, hay que tener en cuenta el papel tan principal que ese agente desempeña en toda nuestra economía. Así como del aire, necesitamos de la luz para vivir y para conservar nuestra existencia en estado de salud. Enseña la fisiología que al hombre le sucede, al respecto del punto que nos ocupa, algo de lo que a las plantas acontece: se descoloran, languidecen y marchitan éstas en la oscuridad, en la que a su vez el hombre pierde el color de la sangre, ve palidecer sus tejidos, se siente invadido por el linfatismo, ejecuta con dificultad sus funciones y se halla predispuesto a enfermedades escrofulosas, al raquitismo y a la tisis. Por el contrario, el influjo beneficioso de la luz se revela en el hombre mediante el coloramiento de la piel, de la que es uno de los estimulantes propios, directos e inmediatos, y también por una mayor actividad de la nutrición y un buen desarrollo de las formas del cuerpo. Este desarrollo se encuentra embarazado en el niño por la privación de luz, que a la larga determina en él cierta degradación física101, pues que ella le impide recorrer normalmente las fases de su desarrollo, como se lo impide a ciertas especies inferiores de animales, como la salamandra y el renacuajo, por ejemplo. Añadamos que la luz desarrolla calórico, por lo que bajo otros conceptos influye en nuestra economía.

De estas indicaciones se infiere la necesidad de que en las escuelas no falte, sino que abunde la luz solar; que haya en ellas mucha, mucha luz, que a la vez que asegure el bienestar físico de los niños, provoque en ellos la alegría, que es el alma de todas las acciones de la niñez.

Y lo que decimos de la escuela en general, con igual, o con mayor razón hay que afírmarlo respecto de las clases en particular, por lo mismo que en ellas pasan los niños una gran parte de las horas que permanecen en la escuela (siempre más de lo que les conviene y generalmente todas estas horas), y por lo mismo también que en las clases tienen lugar ejercicios que, practicados con luz escasa o inconveniente, pueden producir en los escolares determinadas afecciones102.

Concretándonos, pues, a las clases, hay que considerar, por lo que a su iluminación diurna respecta, tres puntos que constituyen otros tantos problemas a cuál más interesante, que son al presente objeto de detenido estudio y luminosas controversias.

Trátase, mediante el primero, de determinar qué luz debe preferirse, si la del Norte, la del Este, la del Mediodía o la del Oeste. Mientras que unos prefieren la del Norte, por ser la más difusa y la más igual y estable durante el día, otros se resuelven en favor de la del Este: en lo que resulta haber mayor conformidad de pareceres, es en considerar como la peor la del Oeste. Pero, por importante que sea este punto, harto se comprende que su resolución se halla ligada a la de la orientación que se dé a la escuela, en conformidad con lo que oportunamente hemos dicho, procurando evitar que las luces lleguen a las clases por el Oeste, sino haciendo de modo que se reciban en cualquiera de las direcciones comprendidas desde el Norte al Sur, dejando ésta siempre para el último caso, y prefiriendo la primera cuando a ello no se opongan condiciones climatológicas excepcionales. Si por motivo de estas condiciones hubiese de adoptarse una luz S.-S. O., debiera procurarse que no pase de 400 lo que exceda del Sur.

El segundo problema a que nos referimos, ha sido más controvertido que el primero, sin duda por ser más importante, y se refiere al lado o lados por donde los alumnos deben recibir la luz, sobre todo durante los ejercicios de escritura. Desechada unánimemente la luz que se recibe por delante y la de detrás, así como la cenital103, el problema queda planteado entre los que prefieren la unilateral de la izquierda, y los que sostienen ser más conveniente la bilateral. La opinión más generalmente admitida es la que considera como la mejor la unilateral, a la que, esto no obstante, atribuyen algunos cierta influencia nociva sobre la vista104. Pero la verdad es que éstos son los menos, y que militan en favor de ella más ventajas que en pro de la bilateral. En efecto; esta proporciona al alumno dos luces contrarias, de las que cada una proyecta su sombra y su penumbra, de lo que pronto resulta una fatiga para los órganos visuales que luchan por unificar sus dobles impresiones y por acomodarse a una luz que les ofusca: resultado de esto es al cabo la miopía. La luz unilateral por la izquierda, ofrece la ventaja capitalísima de ser la más favorable al trabajo, porque suprime la sombra de la mano, y el alumno la recibe de lleno en la posición que toma al escribir: exige grandes espacios de iluminación, y más que ninguna requiere luz septentrional105.

Finalmente, el tercero de los problemas mencionados hace referencia a la cantidad de luz que debe penetrar en las clases. Después de las indicaciones fisiológicas que preceden, parece que la solución del problema, que nos ocupa estriba en dar a las clases la mayor cantidad de luz que se pueda; pero como en ciertos casos esta cantidad pudiera resultar excesiva, y por lo mismo recibirse de un modo inconveniente y perjudicar la vista en determinados ejercicios, lo que parece una solución no lo es en realidad. Para obtenerla se ha tratado de establecer cierta relación entre la superficie de la clase y el total de las superficies de iluminación (huecos de las ventanas) o entre estas superficies y los alumnos. Esta última solución procede de los alemanes, los cuales han sentado como principio que por cada alumno debe haber en la clase 60 centímetros de superficie de iluminación. Así, para los 60 escolares que nosotros hemos asignado a cada clase, debería tener ésta 36 metros de superficie de iluminación, o sea, muy cerca de la mitad de la extensión superficial de la sala. Para las escuelas de párvulos, en que los niños no escriben, por lo general, y en que puede procederse con mayor libertad respecto a la disposición de las ventanas, que cabe abrirlas en ambos lados, no vemos inconveniente en adoptar dicho tipo y otro mayor, si se quiere; pero para las demás lo creemos exagerado, por las dificultades que puede ocasionar respecto de la forma y tamaño de las ventanas y acerca de otros puntos de la construcción. Teniendo, sin duda, en cuenta estos inconvenientes, se parte otras veces de la superficie total de la clase para determinar la de iluminación, prescribiéndose que ésta sea la tercera, la cuarta o la quinta parte de aquélla106. Optando por el término medio, que es el más generalmente adoptado, a una clase de 75 metros de superficie, deberá darse algo más de 18 metros cuadrados de superficie de iluminación. Según sea esta superficie (mayor o menor en conformidad con la total de la clase), habrá más o menos ventanas, y éstas serán más o menos grandes (lo que también depende de que se abran en un solo lado o en ambos, y de la altura de la clase), a cuyo efecto deben tenerse en cuenta las condiciones que se indican a continuación.




Las ventanas

Tienen por objeto no sólo la iluminación sino también ayudar a la ventilación de las clases; de aquí que no sea indiferente cuanto a su forma y disposición se refiere.

El primer punto que importa considerar tratándose de las ventanas, es el relativo a su situación, y dicho se está que aceptando, como nosotros aceptamos, la iluminación unilateral, deben abrirse las ventanas en uno de los lados mayores de las clase, de modo que, colocadas las mesas paralelamente a los menores, los alumnos reciban la luz por el lado izquierdo. En clases donde no se practiquen ciertos ejercicios (en la generalidad de las destinadas a párvulos), pueden abrirse ventanas en los dos lados mayores, y aun tratándose de aquellas en que la luz unilateral sea una exigencia, no habría inconveniente en que las hubiese también en ambo lados para satisfacer exigencias de la ventilación; pero a condición de que las del lado de la derecha sean menos y estén más altas que las de la izquierda, y de que permanezcan durante ciertos ejercicios (los de escritura principalmente) cerradas, o con las persianas o los visillos echados, a fin de anular los efectos de la luz que por ellas se reciba, o cuando menos, que resulte la llamada luz diferencial, mediante la cual predomine la que reciban los alumnos por el lado izquierdo, que es la que ha de aprovecharse en dichos ejercicios107.

En cuanto al número de ventanas de que debe constar una clase, depende en primer término de la longitud de ésta, y en segundo de que se abran en uno solo o en ambos lados; pero siempre teniendo en cuenta que la superficie de iluminación que resulte, haya una o más ventanas, no debe ser menor de la cuarta parte de la superficie de la clase, aumentándola cuando sea necesario, para que resulten bien iluminadas todas las mesas. Cuando las ventanas estén situadas en los dos lados mayores, dicha superficie de iluminación tendría que ser mayor en razón a que la apreciable para determinados ejercicios será sólo la que arrojen las ventanas del lado de la izquierda. Lo que a continuación decimos respecto de las dimensiones de las ventanas precisará más lo indicado acerca de su número; bien entendido que hemos de referirnos a las ventanas abiertas en uno solo de los lados mayores de la clase.

Y a fin de poder dar una regla que sirva de guía para la determinación de dichas dimensiones, importa ante todo fijar la altura a que ha de quedar del suelo el apoyo o antepecho de las ventanas. En algunos reglamentos escolares se prescribe que esta altura sea de un metro veinte centímetros a metro y medio, con el fin, también defendido por algunos pedagogos, de evitar las distracciones que ocasiona a los niños la vista de lo que ocurre al exterior. Sin duda que tratándose de escuelas cuyas ventanas den a lugares ruidosos y de mucho tránsito, la prescripción no deja de ser prudente, más todavía que por las distracciones de los escolares, por los malos espectáculos que a éstos suelen ofrecérseles, y por las indiscreciones de los transeúntes, sobre todo de los muchachos que vagan por las calles. Pero tratándose de clases que dan al interior del edificio (patio, jardín, campo de juego), y, en general, de las escuelas rurales, no tiene razón semejante prescripción, porque, como la experiencia enseña y Narjoux hace notar108, es bastante más difícil poner en calma y volver al trabajo a los niños perturbados por un ruido cuyas causas desconocen y no pueden explicarse, que a los que se hallan en condiciones de poder satisfacer su curiosidad109. Fundándose en esto, y en que la contemplación de la naturaleza sugiere a los niños, además de cierto plácido contento, observaciones de que un maestro inteligente podrá sacar partido para sus lecciones de cosas, empieza a generalizarse la opinión de que en las clases que se encuentren en las condiciones indicadas por nosotros, el antepecho de las ventanas no se eleve sobre el suelo más de sesenta a ochenta centímetros; disposición que se ha adoptado en las escuelas de Suiza y en muchas de Bélgica, y que estimamos más conveniente que la otra: si por razón de la luz o para precaver accidentes si la clase se hallase situada en piso alto, hubiera de modificarse la indicada disposición respecto de salas en que tengan lugar ejercicios de escritura, dicha altura no deberá exceder de poco más de un metro110.

Partiendo, pues, de esto, y de que las ventanas estarán situadas en uno de los lados mayores de la clase, a la izquierda de los alumnos, sus dimensiones deben acomodarse a las prescripciones que siguen. Por lo que a la altura respecta, la opinión más admitida es que sea la mayor posible, al punto de que algunos recomiendan (Narjoux entre ellos), que el dintel de la ventana debe elevarse hasta el nivel mismo del techo y aun confundirse con éste en la misma línea, porque de semejante modo la luz llega de más alto y es la mejor; además, dicha disposición permite que llegue directamente al techo una gran masa de aire que barre y, en lo tanto, limpia su superficie: en nuestro sentir basta con que la altura de la ventana se eleve a las dos terceras partes de la clase; así, por ejemplo, si ésta tuviese 5 metros de alto, como hemos propuesto, la ventana deberá tener próximamente 3 metros 33 centímetros. «La experiencia ha mostrado, dice M. Trélat, que esta disposición (dar a las ventanas una altura igual a las dos terceras partes de la de la sala), permite que la luz llegue al fondo de la clase y alcance a las mesas más separadas de las ventanas, con una intensidad luminosa sensiblemente igual a la que reciben las mesas cercanas a aquéllas»111. Por lo que al ancho de éstas respecta, debe ajustarse al largo del muro en que se abran, y al número de las que deba haber. Suele recomendarse que las ventanas sean anchas al punto de que resulten apaisadas; pero como esto depende de las dos condiciones indicadas, el principio que debe presidir a la determinación de esta dimensión es el de que sea tal, que multiplicada la total que arrojen todas las ventanas por la altura de éstas, dé una superficie de iluminación igual a la cuarta parte, por lo menos, de la de la clase, y, sobre todo, que el ancho total de todas las ventanas sea igual al desenvolvimiento de las series de mesas bancos, tomadas de flanco, que haya de haber en la clase, de modo que la luz las ataque a todas paralelamente, y que ninguna mesa, ninguna parte de ella quede en la penumbra y con medias luces, sino que una luz igual, pura y plena, bañe en el momento del trabajo a todos los escolares y sus pupitres. Para esto, y sobre todo si las ventanas no son muy anchas, como las que recomienda Narjoux112, lo que debe hacerse es disponerlas de modo que estén lo más cerca posible unas de otras, separadas por entrepaños todo lo estrechos que permita la necesidad de dar solidez a la habitación, o por simples cruceros, los cuales, más estrechos, pueden también emplearse para dividir en dos o más partes de arriba abajo las ventanas cuando resulten muy anchas, y por motivos de gusto o solidez se quiera darles otra forma.

Otras disposiciones hay que adoptar todavía en una clase con relación a las ventanas, al respecto de la luz, la cual no conviene que sea demasiado viva. Cuando por serlo y ofender a la vista (como frecuentemente acontece con la del Mediodía), sea necesario mitigar sus efectos, se emplearán persianas, visillos, transparentes, etc., según los casos. Pero siempre que haya necesidad de disminuir la luz, y sobre todo tratándose de la que se reciba por la izquierda del alumno, se preferirá hacerlo por la parte inferior de la ventana, a fin de que quede libre la que se reciba por arriba; pues además de que ésta es mejor y alcanza a todos los escolares, la de abajo es desfavorable a la vista, en cuanto que, en el caso de suprimirse o mitigarse la otra, caerá sobre los ojos del alumno y los fatigará: a este efecto, debe emplearse el sistema de visillos que se desenvuelven de abajo arriba, como el que se usa en algunos coches. Las vidrieras de las ventanas deben ser de cristales comunes, no empleándose en ellas los raspados o esmerilados que suelen usarse para templar la viveza de la luz, o para impedir que desde fuera se vea lo que hay dentro de una habitación113.

En cuanto a la ventilación, oportunamente hemos dicho la forma de los ventiladores que deben emplearse. Además de los dos postigos superiores y horizontales que estos ventiladores suponen, la parte restante de la ventana estará dividida una o dos veces en sentido vertical, de modo que forme puertas, que se abrirán hacia afuera o hacia adentro, según el lugar adonde den las ventanas.




Iluminación artificial

Aunque no es muy común emplearla en las escuelas primarias, haremos aquí algunas indicaciones respecto de ella, por la aplicación que puedan tener a las clases de dibujo establecidas en algunas de esas escuelas, así como a los cursos de adultos, que generalmente se dan de noche.

Por lo que al combustible respecta, el gas hidrógeno parece que tiene la preferencia para el alumbrado de las clases, sobre todo si son de dibujo. Aunque los quinqués y las lámparas de petróleo dan buena luz, y ofrecen la ventaja de la baratura, no son convenientes, y deben proscribirse severamente de las clases por los olores que despiden, que contribuyen a viciar la atmósfera, y porque además se prestan a accidentes peligrosos por la rápida combustión del mineral que los alimenta; bajo estos respectos son ventajosas las luces alimentadas con aceite vegetal, que en cambio no dan tan buena luz y resultan caras. No obstante la preferencia que le damos, no se halla exento de inconvenientes el alumbrado de gas, que si por una parte ofrece las ventajas de un aseo absoluto, gran economía de tiempo y dinero, servicio fácil y gran potencia de luz, es por otra peligroso por lo que se presta a las explosiones, y porque además despide olores nocivos para la salud, aunque no tantos como los aceites minerales, y como éstos produce mucho calórico y ácido carbónico114. De aquí que en las clases donde se adopte sea menester tomar algunas precauciones.

Dichas clases han de ser, en primer lugar, espaciosas y estar bien ventiladas: a este último efecto debe haber siempre abiertos ventiladores y tener convenientemente practicados orificios de evacuación para el aire viciado, cuyo número estará en correspondencia con el de mecheros. Para proteger la cabeza de los alumnos contra el exceso de temperatura, aconseja el doctor Vernois que se deje entre la mesa de trabajo y el reflector una distancia que experimentalmente ha podido fijarse en 1 m 39, 40, o 50 centímetros; distancia a la cual la visión es perfecta y el aumento de calor nulo, pues el aire caliente tiene siempre tendencia a elevarse, y no a descender, y al mismo tiempo se sustrae el alumno a la acción directa y fatal del centelleo. Para cada ocho o diez alumnos debe haber un mechero, el cual estará provisto de una pantalla que haga reflejar la luz hacia la mesa, y de un tubo que impida las oscilaciones de la llama: cristales verdosos dan una luz atenuada, muy dulce para los ojos. Precauciones análogas deben adoptarse respecto de cualquiera otro combustible que se emplee (y no se olvide que cualquiera que sea ofrecerá aumentados considerablemente los inconvenientes propios del gas, el que, en caso de necesidad, podrá reemplazarse por el aceite vegetal, proscribiéndose en absoluto el mineral). En cuanto a la disposición de la luz, debe atemperarse a lo que hemos dicho con ocasión de la iluminación diurna.

Sean las que quieran las precauciones que se tomen, la iluminación que nos ocupa resultará siempre más o menos fatigosa y, en lo tanto, perjudicial para la vista, por lo que lo mejor es que los niños y aun los adultos trabajen lo menos posible con luz artificial.




Las puertas

Ya al tratar de «los materiales y modos de construcción» (cap. I de esta segunda parte), se han hecho algunas indicaciones respecto de las puertas en general, con cuyo motivo recomendamos como preferibles las de dos hojas que se abran hacia dentro y hacia fuera, y cuando no en ambos sentidos, al exterior sin género alguno de duda, por lo que esta disposición favorece, en vez de entorpecer, la pronta evacuación de las habitaciones en caso de alarma.

Tratándose de las puertas de las clases, se necesita que a las dichas unan otras condiciones, por el papel importante que desempeñan respecto de la ventilación, la colocación del mobiliario y la vigilancia que el maestro necesita ejercer sobre todos los niños.

Insistimos en que las puertas de las clases deben ser de dos hojas, por las razones antes apuntadas; pues el inconveniente que les atribuye M. Narjoux, de que no abriéndose constantemente más que una hoja es estrecho el paso que dejan para la entrada y salida de los niños, se remedia haciendo la puerta bastante ancha, de modo que, abierta nada más que la mitad, deje espacio suficiente para el paso de dos niños (unos 80 centímetros), y abierta toda permita la pronta evacuación de la clase cuando sea menester. Deben estar situadas las puertas de manera que no establezcan corrientes de aire que puedan perjudicar a los alumnos: la mejor situación sería detrás de éstos, es decir, en el muro frente al en que se halle colocada la mesa del maestro, al cual permitirá semejante disposición que vigile bien la entrada y salida de los niños; en todo caso, cuando hubiese o fuero menester más de una puerta, se cuidará de no disponerlas unas enfrente de otras, y en caso de que esto no pudiera ser, se evitarán las corrientes de aire por medio de canceles o biombos, si es posible colocados al exterior de las clases, para no ocupar un espacio que en éstas se necesita siempre por último, ha de procurarse que las puertas estén siempre corrientes en sus goznes, pernios, etc., a fin de que los niños las puedan abrir y cerrar bien, sin producir ruidos y sin inferirse daño en las manos, como con harta frecuencia acontece115.




Las paredes y el techo

Estas partes de las clases se relacionan no sólo con la higiene de la vista, sino también con la de la respiración.

Bajo el primer concepto importa considerar el color de las paredes y del techo, que no debe ser blanco, como algunos pedagogos aconsejan, fundados en que es el que mejor refleja la luz; sino que, por el contrario, debe ser un medio color mate, como, por ejemplo, el caña, el verde claro y el perla, que no irritan la vista como el blanqueado, todavía en uso en muchas escuelas.

Por razón de limpieza (y aquí entra la parte relativa a la respiración) se recomienda que tanto las paredes como el techo de la clase, ofrezcan una superficie enteramente lisa, y no tengan adornos de los que suelen emplear los arquitectos, pues que con no ser propios de una escuela, dificultan la limpieza y se convierten en focos de miasmas nocivos. Para que las superficies de las paredes y del techo sean todo lo lisas posibles se recomienda el estuco, que además de ser impermeable y prestarse poco a los depósitos de miasmas, facilita grandemente el lavado. Cuando no pueda emplearse el estuco, sobre el yeso que comúnmente se usa para las paredes, se dará una mano de pintura al óleo, que también se recomienda al respecto de la higiene, en cuanto que, como el estuco, permite el lavado; y si tampoco pudiera ser esto, se empleará la pintura al temple, que es más económica y permite su renovación -y por lo mismo la de la limpieza de paredes y techo- a menudo y por completo (una vez por año debiera realizarse al menos este operación): las condiciones de la escuela y los recursos con que se cuente, decidirán cuál de estos procedimientos deba adoptarse.

Por lo demás, ya hemos dicho que para la mejor renovación del aire y para que la limpieza pueda efectuarse con más facilidad, los ángulos que forman las paredes con el techo y entre sí, han de estar redondeados, lo mismo que las esquinas de los muros, que nunca debieran presentar aristas.

Alrededor de las clases debe ponerse un friso de madera de un metro o más de altura, según la edad de los alumnos que deban asistir a ellas, pintado de modo que, como las paredes, pueda también lavarse: en muchas partes suele ser este friso de tela-pizarra u otra materia de las que se emplean para los encerados, con el fin de aprovecharlo para varios ejercicios, lo cual nos parece conveniente.

Últimamente, debe tenerse en cuenta, en lo tocante a las paredes de las clases con relación a la higiene, lo que decimos más adelante a propósito del material de enseñanza y con motivo de la costumbre de exponerlo en dichas paredes.




El pavimento

Debe disponerse de modo que preserve los pies de los alumnos del frío y de la humedad; he aquí por qué no son convenientes, sino prejudiciales, los suelos de ladrillos, baldosas, baldosines y piedra, desechados hoy por esas y otras razones, no obstante que se prestan más que otros a la limpieza. Es preferible el entarimado de roble, encina o pino, según lo permitan los recursos de la localidad. Este medio, con impedir la humedad y mitigar el frío, ofrece, sin embargo, algunos inconvenientes, que conviene tener en cuenta para evitarlos.

Uno de ellos es el del ruido que se produce andando por un entarimado; para evitarlo, se asentará la madera sobre una capa, de un decímetro al menos, de carboncillo, cok cribado, granzas u otros materiales que, a la vez que servirán para dicho objeto, desempeñarán el papel de preservar el pavimento de la humedad. Para evitar el polvo que los entarimados producen (y éste es otro de los inconvenientes a que hemos aludido) y que tan nocivo es para la vista y la respiración, se impregnará la madera con aceite de linaza o con una preparación que hoy se emplea mucho, cuya base es el caucho, que tiene la ventaja de prolongar casi indefinidamente la duración de la madera.

Al intento de alejar los dos inconvenientes mencionados -el ruido y el polvo- se ensaya el pavimento de adoquines o cuñas de madera (encina, roble u otra análoga) por el estilo del que hay en muchos portales de casas grandes, y aun se emplea para las calles.

Las condiciones del nuevo mobiliario escolar no exigen inclinación alguna en el suelo de las clases cuando el pavimento es de madera; pero si éste fuese de ladrillo o piedra, deberá dársele una muy ligera a fin de facilitar la salida de las aguas que se empleen para su limpieza, a cuyo efecto se practicarán en el muro correspondiente los desagües necesarios, los cuales servirán al mismo tiempo de ventiladores y ayudarán a que el piso se seque más pronto.




Aseo y buen aspecto de las clases

Aunque refiriéndonos a la escuela en general hemos tratado ya de estos dos puntos, creemos pertinente volver a tocarlos a propósito de las clases.

Del aseo y buen aspecto de éstas cabe afirmar lo mismo que dijimos con relación a los individuos, cuando tratamos de la transcendencia moral de la higiene del alumno, a saber: que lo exterior es como signo y reflejo de lo interior. De aquí, que por el aspecto que ofrezca una clase pueda juzgarse a priori, en casi todos los casos, de la aptitud, celo y demás condiciones del maestro que la regente, y de lo que pueda ser la clase misma pedagógicamente considerada.

El maestro no debe perder de vista que el aseo y buen aspecto de la clase no pueden menos que ejercer saludable influencia en los alumnos, así con relación a lo fisiológico, como en lo tocante a lo moral, por causa esto último de la eficacia que tienen siempre los buenos ejemplos. Ha de pensar, por otra parte, que cuidando del aseo y la limpieza de la clase contribuye a preservar la salud de los alumnos, como procurando que todo esté en ella ordenado y dispuesto con el mejor gusto posible, coadyuva a proporcionar a los mismos buenas impresiones, de que el espíritu no podrá sacar sino provecho. Así, pues, y teniendo presente la influencia que todo lo indicado puede tener en la formación de buenos hábitos, hay que convenir en que el aseo y buen aspecto de las clases constituyen partes integrantes y del mayor interés de la higiene física y moral del educando.

En lo tanto, nunca se recomendará lo bastante a los maestros que pongan especial empeño en atender a ambas exigencias. Deben hacer cuanto de ellos dependa para que todo se halle de continuo aseado y limpio, al mismo tiempo que con orden y respirando buen gusto, en cuanto lo consientan los elementos de que dispongan. Procurarán, no sólo que suelo, muebles, paredes y cuantos objetos contenga la clase nada dejen que desear al respecto de la limpieza, sino también que cada cosa se halle en su sitio y todo esté colocado ordenada y armoniosamente, con arte, si vale decirlo así: no hay que olvidar lo que antes de ahora hemos dicho acerca del aspecto agradable que debe ofrecer la escuela, y la influencia que en la cultura y la buena educación de los niños ejerce el gusto estético, cuyo valor pedagógico no se estima todavía por la generalidad en lo mucho que vale. Con la limpieza debe respirarse en las clases la poesía, pero la poesía que surge de la sencillez y la modestia combinadas con la armonía en el conjunto y la regularidad y la gracia en los pormenores.

Tal es lo que queremos decir a los maestros al recomendarles que procuren mantener sus clases aseadas y presentando buen aspecto. Del maridaje de estas dos condiciones se origina para los niños un factor de gran influencia en la vida escolar: el atractivo. ¿Qué auxilio más influyente y eficaz podrán obtener los educadores para toda la labor que implica la nobilísima y transcendental obra a que se hallan consagrados?






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Capítulo III

De otras dependencias de la escuela aparte de las clases: sus condiciones pedagógico-higiénicas



Indicaciones previas

En los dos capítulos que preceden a éste lo hemos dicho reiteradas veces: para que la escuela primaria satisfaga, siquiera no sea más que medianamente, las exigencias del fin que en ella aspira a realizarse, necesita no circunscribirse a las clases, en lo que al local concierne, sino, por el contrario, ensanchar sus áreas y multiplicar sus dependencias.

Pero aun entre las personas que reconocen esta verdad, hay todavía muchas que, aparte de las clases, no conceden a las dependencias de la escuela la importancia que tienen, hija de lo que todas ellas contribuyen, en mayor o menor grado y más o menos directamente, a la consecución del fin que en esa institución se persigue. Empero si en la escuela todo es o debe ser educación, y todos cuantos elementos haya en ella deben concurrir a realizarla sin olvidar ninguno de sus aspectos, ninguna de sus exigencias, la razón natural declara que lo mismo que de las condiciones pedagógico-higiénicas inherentes a las salas de clase, hay que cuidar de las que tengan las demás dependencias del edificio donde se halle instalada la escuela.

No hay para qué detenerse ahora en hacer ver la necesidad de que ésta conste de las dependencias a que aludimos, punto acerca del cual se han hecho ya indicaciones suficientes, que recibirán su natural desenvolvimiento en lo que decimos más adelante al tratar de cada una de ellas. Pero no parecerá fuera de propósito que afirmemos aquí -y con ello explicamos el por qué del presente capítulo- que las dependencias en cuestión requieren para llenar su peculiar objeto en correspondencia con el total de la escuela, al que siempre ha de subordinarse, condiciones especiales, cuya falta es causa de que dicho objeto se bastardee, se cumpla sólo en parte o resulte contraproducente, todo lo cual es, por desgracia, harto común que acontezca.

No puede, en efecto, ser indiferente para la misión que la escuela primaria está llamada a desempeñar, que el patio y el jardín sean pequeños o grandes, que el comedor, la cocina y los retretes se hallen más o menos próximos a las clases y a otras dependencias y estén dispuestos, por lo que a su construcción atañe, de éste o el otro modo, que las escaleras afecten tal o cual forma, y así de las piezas restantes. Todas ellas tienen sus peculiares exigencias, cuya influencia en el régimen pedagógico de la escuela es a todas luces evidente, por lo que importa mucho satisfacerlas en lo posible, para lo cual es preciso estudiarlas.

Tal es el objeto de las observaciones que siguen, en las que señalamos las principales condiciones pedagógico-higiénicas que deben adornar a las dependencias que, aparte de las clases, debe haber y son más comunes en las escuelas primarias.




Vestíbulo

Es muy conveniente esta pieza, que a la vez que sirve para recibir a los niños que llegan a la escuela antes de las horas de clase, y preservarlos del frío y del calor, desempeña en muchas partes el papel de sala de espera para las personas que van a buscar a los alumnos, las cuales suelen quedarse, cuando el vestíbulo falta y dicha sala no existe, como es común que suceda, a la puerta de la escuela, lo que no es del mejor efecto, así para los transeúntes como para los que tienen que estar sufriendo a pie parado las inclemencias del tiempo.

Toda escuela, y por lo menos las de alguna importancia, debe tener vestíbulo, situado de modo que preceda a las dependencias principales, aislándolas y separándolas de la entrada exterior para evitar el ruido de la calle y estableciendo entre dicha entrada y los servicios interiores la debida separación y la comunicación necesaria; si la hubiese, en él debería establecerse la portería.

Las dimensiones del vestíbulo deben ser proporcionadas al número de niños que asistan a la escuela, y su pavimento por el estilo del de las clases. A todo alrededor debe haber bancos, siendo además conveniente que las paredes se hallen adornadas, como en muchas escuelas de Alemania, Bélgica, Inglaterra y Suiza, con inscripciones, mapas, atlas de varias clases, etc., a fin de que sirvan de instrucción, no sólo a los alumnos, sino a las personas mayores que les acompañen. Parece inútil añadir que deben ser ventilados y estar caldeados según la estación y las circunstancias lo exijan.




Guardarropas

Son unas dependencias destinadas a que los alumnos depositen sus gorras, abrigos, paraguas, delantales y blusas de trabajo. El decoro y aseo de las clases no consienten que en ellas retengan los niños las prendas indicadas, que además de no ofrecer el mejor aspecto y servir muchas veces de embarazo, constituyen verdaderos depósitos de miasmas nocivos. De aquí la conveniencia de los guardarropas, cuyo número debería ser igual al de las clases que haya en la escuela116. Tanto en este caso, como en el de que no haya más que uno, ha de procurarse situarlos de modo que sirvan de vestíbulo a las clases, pero sin comunicar directamente con ellas; tendrán dos puertas, una para la entrada y otra para la salida de los alumnos. Si la escuela careciese del vestíbulo de que antes se ha hablado, los guardarropas desempeñarán su oficio, por lo que a los alumnos respecta.

Para la colocación de las gorras y abrigos, blusas, etc., deben estar provistos los guardarropas de perchas numeradas todo alrededor, y a la altura conveniente. Lo mejor sería unos roperos de madera con sus respectivas perchas y un cajón, o simplemente una tabla en la parte superior para la colocación de algunos de los objetos que los niños suelen llevar a la escuela.

Los guardarropas no necesitan tener grandes dimensiones, pero sí bastante luz y una buena ventilación: el pavimento, las paredes y el techo como se ha dicho para las clases, no olvidando la limpieza, que debe ser minuciosa y esmerada. Cuando las proporciones del local no permitan otra cosa, pueden establecerse los guardarropas en una galería, siempre que sus dimensiones y ventilación lo consientan, y cuando ni esto pueda ser, se instalarán en el vestíbulo, como prescriben las disposiciones francesas, por ejemplo, respecto de las escuelas rurales.

La costumbre de guardar con las ropas las comidas que los niños llevan a algunas escuelas es inconveniente y a todo trance debe desterrarse.




Sala de espera

Allí donde las condiciones del local lo consientan, sería conveniente esta dependencia, por. las razones apuntadas al tratar del vestíbulo, en cuyo caso podría reducirse éste. Es aplicable a la sala de espera lo que hemos dicho al dar idea de las condiciones que debieran tener los vestíbulos cuando, además del peculiar suyo, desempeñen el oficio propio de la pieza que ahora nos ocupa, y muy en particular lo concerniente al decorado de las paredes.




Despacho del maestro

El principal objeto de esta pieza, que debe ser independiente y estar situada cerca de la entrada, y sí posible fuera, en comunicación con la clase, es el de recibir el maestro a las familias de sus alumnos, al intento de oír las reclamaciones o advertencias que le dirijan, y de hacer él las que por su parte considere necesarias; nada de lo que es conveniente que tenga lugar en las clases. Además de esto, que da al despacho el carácter de locutorio (así se le llama en algunas partes), puede servir la pieza que nos ocupa, para que el maestro prepare sus trabajos y tenga sus libros y papeles, así como los registros de matrícula y otros documentos concernientes a la escuela, y aun el material de enseñanza que, por las razones que oportunamente se darán, no deba estar en las clases.

Si la escuela posee biblioteca, en el despacho del maestro puede instalarse en el caso de que no tenga destinado un lugar a propósito. Para ciertas advertencias y amonestaciones de las que es necesario dirigir a los alumnos, y para juntas de profesores, si hubiere más de uno, tiene también aplicación el despacho o locutorio, que por lo demás, no es menester de ordinario que sea grande.

Por todo lo indicado, no faltan pedagogos que consideren tan indispensable como la clase el despacho del maestro, que tanto puede contribuir a fomentar las relaciones que éste debe mantener con las familias de sus educandos, a los intentos que reiteradamente se expusieron en la introducción y la primera parte de este libro, y que pueden resumirse en el de hacer más extensa, continua y eficaz la acción educadora que ejerza respecto de los niños117.




Dependencias de aseo: lavabos y baños

Son necesarios en toda escuela en que se aspire a suministrar a los niños una regular cultura, y a darles los hábitos de aseo de que con diferentes motivos hemos hablado en el decurso de este trabajo.

Es lo común reducir estas dependencias a los lavabos, respecto de los que no faltan quienes pongan de relieve su inutilidad, fundados en el poco o ningún uso que de ellos se hace en las escuelas que los tienen. Este hecho, que Riant denuncia con relación a muchas escuelas francesas, y que nosotros pudiéramos reproducir respecto de algunas españolas que conocemos, no es razón suficiente para que deje de insistirse en la necesidad de los lavabos en las escuelas (máxime cuando se debe a hábitos que es necesario combatir), como tampoco lo es la aducida por algunos otros -el Sr. Repullés, por ejemplo- al afirmar que debiendo venir el niño de su casa completamente aseado, si se le obliga a lavarse a su entrada en la escuela, poquísimos irían a ella con el necesario aseo118. Pero debe tenerse en cuenta, por una parte, que a los alumnos que se presenten limpios no hay para qué obligarles a lavarse, y por otra, que durante el curso de los ejercicios escolares no les faltan a todos ocasiones para ensuciarse. Es además un error creer que los lavabos han de servir casi exclusivamente para reparar las faltas que se noten en la especie de revista de limpieza que suele tener lugar en las escuelas a la entrada de los alumnos; siendo así que esta revista debiera repetirse al terminar las horas de clase a fin de mandar a los escolares a su casa tan limpios como vinieron de ella y más en muchos casos. Esto aparte de las ocasiones en que durante las horas de clase sea menester que los alumnos se laven y limpien.

Por todo lo indicado, estimamos que en una escuela regularmente organizada no debe faltar la pieza de aseo que nos ocupa (que tan gran papel juega en las construcciones escolares de Inglaterra y Bélgica) en la que, además de agua abundante y las necesarias toallas, encuentren los niños jabón y cepillos para las uñas, las ropas y el calzado. Con un poco de celo que el maestro despliegue respecto del uso que de estos objetos debe hacerse, bastará para que sus alumnos estén en la escuela con el obligado decoro, así como para que adquieran esos hábitos de limpieza a que antes nos hemos referido, y que tan necesarios les son para su salud y su cultura moral.

La pieza en que se instalen los lavabos debe estar cerca de los roperos, en cuanto sea posible, y de los retretes, a fin de facilitar la limpieza de los niños cuando hagan uso de éstos, y cuando entren en las clases y salgan para sus casas (según las condiciones del local, se podría instalar en el guardarropa o en el patio cubierto de que más adelante se habla), debiendo ser el suelo de piedra o asfalto, y mejor del cemento llamado portland, con la inclinación necesaria para dar salida a las aguas. Los lavabos serán todo lo sencillos posible, empleándose el hierro, el mármol, la porcelana y el cinc con preferencia a toda otra clase de materiales. A haber proporción se colocarán en el centro de la pieza, y no debería haber menos de una jofaina por cada veinte niños. En la misma pieza o inmediata a ella, convendría tener una fuente de agua potable, sin perjuicio de las que fuera bueno que hubiese en algunas otras dependencias, como, por ejemplo, el patio o jardín y el comedor. Claro es que en las escuelas en que no exista la pieza de que tratamos, se suplirán los lavabos con estas fuentes, que nunca debieran faltar; pero no ha de perderse de vista que en una u otras condiciones, y con celo y buen deseo, se puede instalar, aun en las escuelas peor dotadas, un lavabo, siquiera no tenga pieza especial ni reúna las circunstancias indicadas.

Como pieza de aseo, a la vez que de higiene preventiva, debe considerarse el cuarto de baños, que ya poseen algunas escuelas, a los efectos indicados en la primera parte de este libro. De las condiciones de esta pieza no hay que decir más sino que estará resguardada de las corrientes de aire, y, por consiguiente, ser abrigada, que su suelo será de cemento que permita secar fácilmente el agua, a la que debe procurarse la salida mediante la inclinación y desagüe convenientes, y que a las bañeras de cinc son preferibles, por su mayor limpieza, las pilas de mármol; no debe faltar en esta pieza un aparato para graduar la temperatura del agua, la cual, siempre que se pueda, ha de caer a las pilas por grifos, en vez de llevarse a mano, pues esto da lugar a derrames que siempre producen humedad.

Por último, «en lo relativo al aseo debe comprenderse el del local mismo, que necesita siempre una pieza aparte, muy clara, ventilada y seca, para guardar los enseres de limpieza, frecuentemente depositados en el primer escondrijo que viene a mano, prefiriéndose por lo común, el más oscuro y sucio, a fin, sin duda, de formar con todo esmero un nuevo foco de infección, y añadir esta causa más de insalubridad a las muchas otras que por desgracia hay que combatir en las escuelas»119.




Retretes y urinarios

Son de todo punto indispensables, y las dependencias que más requieren condiciones y cuidados de carácter higiénico, que con frecuencia se desatienden, por lo que suelen ser semejantes lugares verdaderos focos de infección.

La situación más conveniente de estas dependencias, es el interior de la escuela, en comunicación con él y con el patio o campo de juego, en el que muchos aconsejan que se instalen, siempre teniendo en cuenta, respecto de los urinarios, que deben estar al abrigo de los rayos del sol y no al descubierto, como en algunas partes sucede (esto no acontece respecto de los retretes, donde verdaderamente existen), pues la acción de los rayos solares precipita singularmente la descomposición de los líquidos, por lo que con frecuencia se recomienda exponerlos al Norte120, preservándolos en todo caso de las aguas pluviales.

Concretándonos ahora a los retretes, empezaremos por decir que su número no debiera ser menor de uno por cada 25 alumnos para los niños y uno por cada 15 para las niñas, diferencia que se explica por los urinarios que acompañan a los excusados de los primeros: si este número no fuera posible, por ser muy numerosa la escuela, se dispondrán cuatro para la primera centena de alumnos y dos por cada centena de las restantes121. Estarán separados entre sí por tabiques de 1 m 80 a 1 m 80 de elevación, y dispuestos de modo que, si bien el niño no sea visto desde fuera, no quede completamente cerrado ni sea difícil entrar en caso de malestar o enfermedad repentina; por término medio, bastará con que los asientos tengan 70 centímetros de ancho por 80 de largo, con una altura proporcionada a la edad de los alumnos, de modo que éstos puedan quedar sentados en una posición cómoda apoyados los pies en el suelo. En cuanto a los recipientes, que cuando fuese posible debieran estar colocados sobre agua corriente, deben adoptarse los más sencillos, siempre que llenen las condiciones que son necesarias, como, por ejemplo, los automotores, que funcionan fácilmente, son baratos y limpios, y más aún los de sifón, que son el límite de la sencillez. Los tableros de los retretes serán con preferencia a la piedra, mármol o pizarra, de madera dura, dispuesta de modo que pueda fregarse bien, o encerada, como ciertos pavimentos; pero en muchas escuelas no dejará de ofrecer esto inconvenientes por lo que al aseo respecta, en cuyo caso se dará la preferencia a la piedra y al portland, por ejemplo. Las paredes se revestirán, al menos hasta cierta altura (metro y medio, por ejemplo) de azulejos, y cuando no, de asfalto o de un cemento que impida la humedad y permita el lavado, como el hidráulico y el portland. De esta misma materia, de asfalto, de pizarra o de otra piedra, deberá ser el pavimento, el cual ofrecerá cierta inclinación para verter las aguas a un sumidero oportunamente colocado.

En cuanto a los urinarios, les son aplicables estas últimas prescripciones, siendo muy conveniente que estén bañados en la superficie por agua corriente que descienda por la pared a todo lo largo de ellos, y dispuestos por plazas mediante divisiones hechas por tabiques sencillos, de modo que cuando haya en ellos varios niños no se vean unos a otros.

Para la desinfección de retretes y urinarios se empleará, además de los correspondientes inodoros, el agua, que en estos lugares debe abundar, y chimeneas de tiro espontáneo, cuando no pueda ponerse en práctica el medio preferible de la de tiro forzado por la combustión permanente de gas: el ácido fénico, el cloruro de cal, la cal viva y otras materias por el estilo (entre las que se recomienda por su baratura y fácil manejo el sulfato de hierro, llamado también caparrosa, disuelto en agua), se usarán con frecuencia como desinfectantes, no olvidando que los mejores de éstos son un aseo esmerado y continuo, luz en abundancia y una ventilación permanente y muy activa. Las puertas, ventanas y demás obras de carpintería de taller deben pintarse al óleo.

Las dependencias que nos ocupan, deben reunir invariablemente, ora se trate de una escuela de primer orden, ya de la de la más modesta aldea, estas condiciones: 1ª, facilidad para la vigilancia; 2ª, limpieza; 3ª, salubridad, y 4ª, economía en la instalación.




Patio o campo de juego

Responde esta dependencia a la necesidad que tienen los niños de recrearse, de jugar, durante el tiempo que permanecen en la escuela, siendo, por otra parte, antihigiénico tenerlos todo ese tiempo encerrados en las clases, por las razones que oportunamente hemos expuesto. De aquí la necesidad de estos lugares de recreo y esparcimiento, donde los escolares ejercitan su actividad física y realizan la gimnástica propia de su edad, o sea el juego, al aire libre122. Responde también el patio de recreo (préau découvert, que dicen los franceses) a la idea de proporcionar a los edificios de escuela la conveniente aeración y la salubridad necesaria, fines que no cumple cuando es reducido.

Por todos estos motivos, el patio descubierto necesita tener la mayor extensión superficial que sea posible darle, siempre en relación con el número de alumnos que concurran a la escuela. Lo general es fijar esta extensión en cinco metros cuadrados por escolar (tres en las escuelas de párvulos); pero esta proporción, con ser la más prudente, varía según la índole de la escuela de que se trate y los recursos con que se cuente, si bien estos dos términos suelen estar en contradicción, pues mientras que las escuelas rurales no tienen tantas exigencias al respecto que nos ocupa, en ellas es más fácil que en muchas de las urbanas (en las que debiera ser mayor que en las otras el campo de juego) adquirir el terreno necesario para éste, por razón de su bajo precio. Como mínimo, aun tratándose de las escuelas rurales, se piden dos metros cuadrados por alumno (y aun uno para los niños más pequeños), lo que nos parece muy poco, sobre todo para las urbanas; en cuanto al máximo, hay algunas en que se llega a dar a cada escolar diez metros superficiales, proporción que no encuentran exagerada los maestros suizos123.

Ha de procurarse que estos patios tengan una forma lo más regular posible (la rectangular y la elíptica son las más adecuadas), sin rincones ni obstáculos que impidan la necesaria vigilancia respecto de todos los niños. El suelo ha de ser en ellos sano y seco, a cuyo efecto, y si la humedad lo requiriese, se practicarán en él las oportunas obras de saneamiento; en todo caso ofrecerá la necesaria inclinación para que las aguas no se detengan, y deberá estar cubierto de una capa de arena ni muy fina ni muy gruesa: si la extensión del campo fuese grande, sería preferible hierba muy corta para que se conserve bastante seca. Es conveniente también que esté plantado de árboles, pero de modo que éstos no estorben el juego de los niños, ni perjudiquen la libre circulación del aire, ni hagan del patio un lugar sombrío en que la luz no sea todo lo abundante que debe ser: en los países fríos y húmedos, como los del Norte, pueden ser perjudiciales las plantaciones de árboles, necesarias, por contrarios motivos, en las comarcas meridionales. En este patio debe haber, instalada de modo que no ofrezca peligros, una fuente de agua potable, que a la vez que para beber, sirva a los alumnos para lavarse, cuando sea necesario. Por último, contra el parecer de algunos, estimamos conveniente que en este patio haya, sobre todo si es algo extenso, algunos bancos (de hierro con el asiento de celosía de madera, parecen los más recomendables), situados de modo que no sean un obstáculo para los juegos de los alumnos124.




Jardín o campo de trabajos

Aunque responda también a la idea de dar a la escuela condiciones de salubridad y de atractivo, así como a la de proporcionar a los escolares medios de esparcimiento y alegría, su objeto principal -sobre todo donde exista el patio que acaba de ocuparnos- es el de servir para la enseñanza, y no meramente -como es muy común pensar- para las de la botánica, horticultura y jardinería, por ejemplo; sino para muchas otras, entre las que figuran hasta aquellas que parece que no cabe darlas en otro lugar que en las clases. Sin desconocer que el jardín se presta más para unas enseñanzas que para otras, creemos que importa aprovecharlo para casi todas las que son objeto de la escuela, en la medida que cada una lo consienta y cuando el estado del tiempo lo permita, pues en este caso siempre resultará provechoso al respecto de la higiene del cuerpo y del espíritu, tener las lecciones al aire libre y en medio de elementos que a la vez que contribuyan a hacerlas variadas y atractivas, pueden muchas veces imprimirles el carácter práctico y experimental que requiere la enseñanza propia de la moderna escuela primaria.

Partiendo de esto, así como también de la idea de que el jardín contribuye con el patio a la cultura física de los niños y a satisfacer los instintos de actividad de éstos -lo mismo que a proporcionar al maestro medios para influir en sus discípulos, estudiarlos y conocerlos a fondo- conviene no olvidar que el cultivo de la tierra por los alumnos figura como uno de los fines principales a que responden los jardines escolares, y que con él se aspira, a la vez que a ejercitar las fuerzas físicas de los educandos, a darles una enseñanza práctica y viva de botánica, de agricultura y jardinería, de topografía y aun de geografía, mineralogía y zoología.

En tal sentido, necesita el jardín reunir condiciones especiales, entre las que se impone como la primera la de su extensión, que nunca debiera ser menor que la del patio. Para la práctica del cultivo convendría destinar zonas en las que los niños en común se ejerciten en la horticultura, la jardinería, etc.; siendo además obligado disponer parcelas, según el sistema de los Jardines de la infancia de Frœbel, para el cultivo individual, cuya extensión podría variar, según las edades de los a niños a quienes se destinaran y el terreno de que se dispusiese, desde 0'70 o 0'80 a 2 metros cuadrados. Árboles de varias clases, con preferencia los comunes y de mayor aplicación (frutales y de madera, por ejemplo), y minerales y animales en las mismas condiciones, deben contribuir a aumentar la alegría y los medios de enseñanza del jardín escolar, en el que no debiera faltar una estufa para el cuidado de determinadas plantas, así como tampoco estanques o peceras (un aquarium, por ejemplo), agua para beber y para el riego, y un lugar donde conservar los instrumentos destinados al cultivo125.




Campo escolar

En las escuelas que hayan de tener el patio y el jardín de que hemos hablado, o que no cuenten más que con un solo espacio abierto, deben unirse ambas dependencias para constituir lo que la Pedagogía designa con el nombre de Campo escolar, en el que se albergarán cuantos elementos hemos dicho que han de formar parte del campo de juegos y del de trabajos, con las mismas condiciones que se han indicado. Y es evidente que con semejante reunión se obtendrán ventajas positivas. Aparte de que con ella resultará beneficiada la salubridad del edificio y podrá facilitarse la distribución de la escuela, es innegable que la mayor extensión de terreno abierto que en conjunto habrá de obtenerse por virtud de ello, supone desde luego un medio más apto para la consecución de los fines que antes se han indicado. Con lo que aquí proponemos se evitará el peligro, que ya señala Riant, de que el patio sea especie de «estanque de aire corrompido e inmóvil», y de que el jardín se tome no más que como lugar destinado a dar determinadas enseñanzas, y que, por ende, no sea permitido a los niños moverse en él con entera libertad. En vez, pues, de hablarse de «patio» y de «jardín» como de cosas distintas, en lo que debe pensarse es en el campo escolar, donde se den unidos ambos elementos con la mayor amplitud posible.

En este supuesto, para la parte destinada al campo de juegos se escogerá la situación que se considere más conveniente, el centro, por ejemplo, dando a su superficie la extensión, la forma y las condiciones que se indicaron al tratar del patio: al rededor del espacio libre se plantarán los árboles y se colocarán los asientos, pudiendo situarse la fuente en el centro, si en la parte destinada a jardín no hubiese sitio más a propósito. El área restante se destinará a lo que hemos dicho que debe constituir el jardín o campo de ejercicios, en el cual se comprenderá, si la hay -como es obligado en una buena construcción escolar- la zona continua que debe rodear a la escuela; zona que, además de aislar y sanear el edificio, servirá para la enseñanza de la botánica, para ciertos ejercicios de horticultura y jardinería, etc., según los casos; cuando no haya más terreno disponible, esta zona (que debiera tener una anchura igual al doble de la altura del edificio que rodee) será la única parte destinada a jardín o campo de trabajos, a fin de no mermar la extensión debida al campo de juegos, en el que los niños han de correr y saltar, entregarse a ciertos ejercicios gimnásticos sin aparatos, jugar a la pelota y los bolos, etc.

Así entendidos los campos escolares, y no olvidando ninguno de los fines que hemos señalado al tratar en particular del patio y el jardín126, son todavía más aplicables a ellos que a éste, las siguientes frases de M. Gasquín, pronunciadas con motivo de la organización material de las escuelas127:

«El jardín, dice, ¿cómo deciros la utilidad y el encanto que ofrece? Es la alegría y la poesía de la escuela. ¡Ved esas calles rectas y sombreadas, esos cuadros llenos de plantas de huerta, esos espaldares cubiertos de frutos obtenidos por vuestros cuidados! ¡Qué felicidad pasearse por en medio de esas riquezas al alcance de todos, puesto que son tan fáciles de producir! ¡Escuchad los pájaros que adornan la copa de los árboles cercanos! ¡Qué placer para vuestros alumnos contemplar los polluelos que guardan con amor, y que aprenderán desde luego a respetar! ¡Ved todavía esas plantas trepadoras que tapizan las ventanas de la escuela, conservando en ella por el estío la frescura más deliciosa!... ¡Cómo todo este paisaje alegre y risueño está destinado a hacer agradable la estancia en la escuela a los alumnos y a los maestros!... En Alemania, en los Kindergarten (Jardines de la Infancia de Frœbel), que son las salas de asilo de la comarca, cada niño dispone de un pequeño cuadro de jardín, en el que puede cultivar las plantas que quiera. ¿Veis ese jardinero de cinco años preparar por sí mismo su terreno, limpiarlo, abonarlo con gran cuidado y arrojar en él algunas semillas? ¡Con qué inquieta solicitud va todas las mañanas a visitar su jardín! Un día ¡oh felicidad! ve despuntar el nuevo retoño, todavía humedecido por el rocío de la noche: ¡con qué amor lo contempla! ¡cómo se afana por preservarlo de todo daño! ¡cómo también se inunda su corazón de reconocimiento hacia Dios! -Ya se comprende cuán fecundo es este pequeño jardín en enseñanzas útiles para la infancia. He aquí fluir la idea de limpieza y cuidado, el sentimiento de afección y gratitud; he aquí todavía, a poca distancia, la idea de trabajo, tan esencial, tan saludable para el bienestar de los individuos, que comienza a germinar en el cerebro del niño... Es, mediante el jardín, como el maestro hará que sus alumnos amen la vida sencilla del campo, y que aprecien la bienhechora influencia que ejerce sobre la salud, la moralidad y la familia; sus lecciones de agricultura y horticultura tendrán en esta parte por resultado definitivo hacer que el habitante de la campiña tenga más apego a su aldea, y combatir las tendencias impertinentes que arrastran a la población rural hacia las ciudades»128.




Patio cubierto o sala de juegos

Es como el complemento del patio descubierto o campo de juegos, al que sustituye en los días de lluvia y en los que no sea conveniente exponer a los niños a los rayos del sol. Afortunadamente la benignidad de nuestro clima hace innecesarios los gastos que en otros países exige esta dependencia, bastando sólo para que los alumnos tengan sus recreaciones durante los indicados días, con un cobertizo o tinglado, a la manera de los de nuestras antiguas escuelas de párvulos, expuesto al Sur o al Este, según las localidades. Este cobertizo, que debe estar unido al patio descubierto o campo de juego, será proporcionado al número de niños (todo lo espacioso posible), y tener el suelo cubierto de una capa de arena algo más gruesa que la de aquél, al que debe asimilarse en lo posible, pues a lo que ha de aspirarse, mediante él, es a no privar al niño de los beneficios del aire libre, sino a guarecerle contra las inclemencias del sol, de la lluvia y de la nieve.

En esta sala de juegos o cobertizo, dicen algunos que pueden establecerse los lavabos y roperos, y aun tener lugar las comidas que los alumnos hagan en la escuela. Claro es que en muchos casos se impondrá esto como una exigencia de la falta de local, y no habrá otro remedio que conformarse con ello; lo cual no obsta para que advirtamos que tanto lo uno como lo otro, ofrece inconvenientes, por los obstáculos que los lavabos, perchas y mesas ofrecen para el juego de los niños, y los miasmas que se desprenden de las sustancias alimenticias y de las ropas; esto aparte de que para comer no estarían en el cobertizo los niños tan al abrigo de las corrientes de aire como es necesario que estén cuando se hallan en reposo después de haber hecho algún ejercicio corporal. Semejante multiplicidad de servicios ha desnaturalizado el verdadero carácter del patio cubierto (y de aquí las quejas que en Francia empiezan a producirse contra los llamados préaux couverts), del que nunca debiera prescindirse en las escuelas con las condiciones y los fines que dejamos apuntados, no debiendo ser nunca su altura menor de 4 metros.

Los inconvenientes a que aquí nos referimos podrían evitarse dando al patio descubierto mayor extensión que la que generalmente se pide (1 m 25 no más por alumno se prescribe en los reglamentos franceses para las escuelas primarias y 80 centímetros para las maternales), de modo que permitiera reservar parte del cobertizo a los servicios que fuera preciso llevar a él por falta de sitio apropiado en la escuela, formando para ellos a modo de tinglados especiales, mediante las oportunas divisiones, que en tal caso deberían hacerse de la manera más sencilla posible.




Gimnasio

Dado el carácter que en nuestra opinión debe tener la gimnasia en las escuelas primarias (que desde luego no implica la necesidad de útiles y aparatos), no requiere una dependencia especial; el campo escolar o los patios cubierto y descubierto de que se ha hablado, bastan para el objeto; en las mismas clases, a falta de otras dependencias, pueden tener lugar muchos de los ejercicios de la llamada gimnasia de sala.

Si hubieran de usarse aparatos, es de necesidad una pieza destinada a gimnasio, pues no es conveniente practicar en todo tiempo al aire libre los ejercicios de esa índole, y aun el tinglado o patio cubierto de que hablamos más arriba ofrece peligros en muchos casos, por lo que respecta a la salud de los niños, si no se toman las debidas precauciones; de aquí que muchos higienistas prefieran los gimnasios cubiertos a los descubiertos.

Para evitar dichos inconvenientes debe destinarse a gimnasio un local especial cerrado y bastante espacioso, compuesto de una pieza que sirva como de vestuario, y de la sala de ejercicios, que será alta de techo, clara y bien aireada, teniendo el suelo enarenado, o bien cubierto con una capa de corcho o de aserrín.

Tanto por lo que respecta a la disposición del local, cuanto por lo que atañe a los aparatos de que consten los Gimnasios escolares, una vez aceptados (y nosotros indicado queda que no somos partidarios de ellos, y preferimos la gimnasia natural del niño practicada siempre que se pueda al aire libre), deben ser sumamente sencillos y todo lo atractivos que sea posible.

Cuando no haya sala especial para este servicio, pueden colocarse en el patio cubierto los aparatos y útiles del gimnasio que posea la escuela.

Tratándose de la gimnasia, y para reforzar lo que respecto de la forma que deben revestir los ejercicios corporales propios de las escuelas, dijimos en el cap. II de la primera parte de este libro, creemos oportuno trasladar aquí las siguientes observaciones del doctor Bouvier:

«Los ejercicios corporales son seguramente, dice, un excelente medio de fortificar la constitución en la infancia; pero ¿no se hace un abuso nocivo aplicando a esta edad la gimnasia de los zapadores-bomberos, de los soldados y de los marineros? ¿No se pueden desterrar de la educación física de los niños esas actitudes violentas, esas inflexiones exageradas de las coyunturas, esas suspensiones forzadas por los miembros superiores, esas ascensiones peligrosas, esas volteretas de titiriteros, en una palabra, todo lo que exige esfuerzos que no guardan proporción con el estado de los órganos del movimiento en esa edad tierna, y reemplazarlo por esa especie de gimnástica pedagógica que se emplea hoy en los países en que más se ha profundizado este asunto?»129.




Comedor

Es una pieza indispensable en aquellas escuelas donde los niños almuercen o coman, pues de ningún modo debe consentirse que lo hagan en las clases, y verificarlo en cualquiera otra parte, sería poco aseado.

Cuando en una escuela exista comedor, ha de procurarse que se halle todo lo más apartado posible de las clases, a fin de que no lleguen a ellas los miasmas que despiden los alimentos. La costumbre de instalar los comedores en las galerías debe desterrarse a todo trance.

El suelo del comedor no debe ser de madera, y si lo fuere, se cubrirá con hule norte-americano, por razón de limpieza; la piedra, el asfalto y el portland es lo preferible. Por el mismo motivo deben evitarse en las paredes y techos los decorados que puedan convertirse en depósitos de miasmas. Cualesquiera que sean sus condiciones, el comedor requiere una ventilación grande, pero natural, pues la artificial no es necesaria: como los niños permanecen poco tiempo en él, se pueden tener abiertas casi constantemente las ventanas aun en la estación del frío; en las demás estaciones pueden estar siempre abiertas.

En cuanto a las mesas, no han de ser muy largas, al intento de facilitar la entrada y salida de ellas (y esto es tanto más necesario, cuanto que los bancos deben tener respaldo) y que los niños coman formando como familias; su número se determinará por el de alumnos, teniendo en cuenta que cada uno ocupará de 30 a 40 centímetros. Los tableros de las mesas serán con preferencia de mármol blanco o gris, o de pizarra como más baratos; si por razón de economía fuesen de madera, se cubrirán con hule blanco.

Sería de desear que, no sólo en las escuelas de párvulos, donde son de notoria necesidad, sino en las elementales y aun superiores, hicieran los alumnos el almuerzo o comida del mediodía, según las localidades, a fin de tenerlos más tiempo sometidos al régimen pedagógico. En este caso, dicho se está que el comedor seria una pieza indispensable en toda escuela medianamente organizada, y desde luego lo es, aparte las de párvulos, en todas aquellas a que concurren niños que viven muy lejos del pueblo donde se hallan establecidas130.




Cocina

El comedor implica la cocina necesaria para calentar los almuerzos o comidas, toda vez que en opinión de los higienistas, son de digestión penosa y fatigan el estómago los alimentos fríos.

La cocina debe estar en las escuelas situada cerca del comedor y aun comunicar con éste por ventanillos o postigos, mediante los cuales se entreguen las cestas, tarteras, etc., a los niños, y éstos no tengan necesidad de entrar para nada en ella. En el centro se colocará una hornilla grande, a ser posible de hierro fundido, económica y sencilla, puesto que no ha de servir más que para calentar determinados alimentos. Basares suficientes para la colocación de los almuerzos (que en manera alguna debe consentirse que los niños depositen, como en algunas partes se acostumbra, en la pieza donde dejan las gorras y abrigos) y un fregadero con agua, completarán la disposición de esta pieza, que ha de estar convenientemente ventilada, con salida al exterior para los humos, a fin de que no se propaguen éstos y los olores que despidan los alimentos al comedor y demás habitaciones.

En la Escuela Normal Central de Maestras se han establecido dos cocinas, cuya disposición, por lo que al fogón y los basares respecta, es útil conocer. He aquí su descripción, hecha por persona competente131:

«Con tal objeto (el de calentar los almuerzos) se ha adoptado un fogón especial, muy recomendable para casos análogos, consistente en una plancha perforada sobre tubos de gas, construida, con arreglo a las instrucciones de la Escuela, en los talleres de la Compañía Madrileña de Alumbrado y Calefacción, bajo la dirección de D. José Serena.

«Ofrece esta cocina notorias ventajas desde el punto de vista de la limpieza, por la rapidez con que se enciende y adquiere una elevada temperatura, así como por la posibilidad que ofrece de consumir sólo el combustible estrictamente necesario. Una fila de huecos para las tarteras tiene llaves en todos ellos, en vez de una general, para encender sólo los mecheros de los sitios ocupados, cuando el número de los almuerzos no sea divisible por cuatro. Merced a este sistema, se gasta apenas una peseta en calentar trescientos almuerzos en pocos minutos.

«Para la colocación de los almuerzos, se han instalado unos estantes de tela metálica clara, frente a huecos siempre abiertos, que producen una ventilación muy completa, bastante a impedir el olor nauseabundo, propio de la mezcla de comidas en sitios donde el aire no circula con rapidez».

También es muy curiosa y económica la cocina últimamente construida para el servicio de los Jardines de la infancia, de Madrid.




Escaleras

Ya se ha indicado antes la conveniencia de que se establezcan en la planta baja de los edificios las escuelas, o al menos, aquellas piezas que, como las clases, cuartos de aseo, etc., necesiten frecuentar los alumnos. Pero como no siempre es factible lo que recomendamos aquí, sino que, por el contrario, es muy común que se tengan que utilizar pisos altos hasta para instalar en ellos las clases -en lo cual no nos referimos ciertamente a los locales alquilados, sino a los que se levantan de nueva planta- no hay más remedio en muchos casos que servirse de las escaleras, las cuales tienen cierta importancia al respecto higiénico-escolar, en cuanto que en ellas se producen no pocos de los accidentes que tienen lugar en la escuela (luxaciones, contusiones, fracturas, etc.), lo que depende con frecuencia, no tanto del atolondramiento o irreflexión de los alumnos, como de las malas condiciones de construcción de esa parte del edificio.

En este sentido, hay que fijar la atención de un modo especial en cuanto se refiere a la manera de construcción y las disposiciones particulares de las escaleras que tengan los edificios escolares, máxime si deben servirse de ellas mucho los alumnos.

En primer lugar, estas escaleras deben ser rectas, sin parte alguna circular; los peldaños en abanico, o escaleras de caracol, son de todo punto, inconvenientes en las escuelas, por la propensión que ofrecen a las caídas. Deben distribuirse en tiros o tramos rectos (sería conveniente que no pasaran de dos), divididos por mesetas de descanso, y no excediendo cada uno de 13 a 15 peldaños o escalones. La longitud de éstos debe ser tal, que permita subir y bajar por ellos dos niños por lo menos (en las escuelas numerosas, más de dos) colocados en fila, y al mismo tiempo quede el espacio necesario para que baje y suba sin obstáculo alguna otra persona; así, su longitud no debiera ser nunca menor de metro y medio. La altura de los escalones será de unos 16 centímetros y el ancho de 28 a 30. Los peldaños no deben ofrecer aristas en sus bordes, sino tener éstos redondeados, a fin de que si los niños se caen se produzcan el menor daño posible, por lo cual es preferible el empleo de la madera al de la piedra o pizarra, máxime cuando el pulimento que por el uso adquieren estos últimos materiales, da lugar a que los alumnos se escurran y caigan. Las barandillas, cuando deba haberlas, se colocarán de modo que impidan que los niños se dejen resbalar por ellas, suspendiéndose con las manos y teniendo encorvado el cuerpo. Al efecto, se aproximarán todo lo posible (unos 13 centímetros) los balaustres que la formen, con lo que al mismo tiempo se impedirá que los niños pasen por entre ellos la cabeza; sobre el pasamanos, y en correspondencia con los balaustres (aunque no es menester que, haya tantos como de éstos), se atornillarán botones de hierro, al intento de impedir que los niños se deslicen por él, como antes hemos dicho que suelen hacer cuando no hay algo que lo estorbe. Cuando la escalera no permita barandillas, se colocarán a ambos lados pasamanos de madera, redondeados y pulimentados, y sujetos a los muros por medio de anillas y que hagan el mismo oficio que los botones de hierro en aquéllas, esto es, impedir que los niños se dejen resbalar por el pasamanos.

El lugar de acceso a la escalera debe ser un sitio cómodo y lo más amplio posible (el vestíbulo fuera lo mejor). También ha de tenerse en cuenta la necesidad de que resulte bien iluminada toda la caja de la escalera, desde el punto de arranque de ella hasta la última mesilla de arriba.

Concluyamos lo concerniente a la escalera con esta observación de M. Pécaut, que recomendamos a los maestros: «Todas las precauciones indicadas, dice, son insuficientes si una severa disciplina no obliga a los alumnos a subir y bajar con orden, sin correr, sin apretarse, sin alborotar y sin dejar sus juegos cuando ponen el pie en el primer peldaño, ni volver a ellos hasta que han acabado de bajar. A este precio solamente se evitarán accidentes con frecuencia muy graves y a veces mortales».

En esto, como en tantos otros puntos, depende todo principalmente de la aptitud y el celo del maestro, es verdad; pero como todos no están adornados de esas tan preciadas y decisivas condiciones, y como, por otra parte, para evitar el peligro, lo primero es evitar la ocasión, y el mejor maestro no puede hacer milagros cuando tiene que atender a ochenta, ciento y aun doscientos alumnos, la previsión más rudimentaria aconseja arreglar las cosas de modo que todos los maestros marchen lo mejor posible con ellas, teniendo la menor suma que se pueda de cuidados y responsabilidades.




Habitación del maestro

Tiene el maestro por la ley derecho a que, además de su sueldo, se le facilite habitación decente y capaz para sí y su familia. De dos maneras se atiende, así en España como en el extranjero, a satisfacer esta exigencia legal: o proporcionando al maestro su vivienda en el local mismo de la escuela, o asignándole, por vía de indemnización, una cantidad determinada para alquilar una casa donde la encuentre.

Generalmente, siempre que se ha pensado en construir un local para escuela, se ha tenido en cuenta la habitación del maestro. Y claro es que a la vez que se haya procurado darle las necesarias condiciones higiénicas, ha debido tenerse en cuenta también la influencia que puede ejercer sobre el resto de la escuela bajo el doble aspecto higiénico-pedagógico. De aquí las prescripciones -no siempre cumplidas- de que la morada del maestro se halle todo lo separada y todo lo aislada posible de las dependencias que constituyen la escuela propiamente dicha, que se procure que tenga entrada diferente, y otras por el estilo. Pero de algún tiempo a esta parte se ha manifestado una tendencia contraria a dicha práctica y favorable a la otra, o sea, a la de que el maestro viva fuera de la escuela.

Los partidarios del hospedaje de los maestros en la escuela no aducen en abono de su opinión más razones que la de estar dispuesto así por un precepto legal (cosa que no es completamente exacta)132 y ser este precepto «una indicación pedagógica para que puedan vigilarse cuidadosamente los niños, «lo que no vemos razón para que no suceda -y «a todas horas»- como añaden otros, cuando vive fuera de la escuela el maestro, el cual siempre tendrá los mismos deberes, y está en todo caso en la obligación de permanecer en la escuela la totalidad del tiempo que deban permanecer en ella los niños, entrando antes y saliendo después que ellos. Así lo practican los muchísimos maestros que viven fuera de la escuela, y esta práctica se halla abonada por razones pedagógicas, higiénicas y económicas de valía, como puede observarse por el resumen que de ellas se hace en un opúsculo antes de ahora citado por nosotros133:

«En efecto, dice, el interés de la salud reclama que, a las causas constantes de insalubridad de todo local escolar, por perfecto que sea, no se agreguen las que trae consigo la habitación de una familia, a veces demasiado numerosa para la capacidad de su vivienda, y siempre elemento que vicia día y noche un aire harto necesitado de renovación, después de su empobrecimiento durante las horas de clase. La respiración, la cocina, las bajadas de aguas sucias, son otros tantos agentes de infección; sin contar con que, por ejemplo, estas bajadas ofrecen graves inconvenientes por la dificultad de conducirlas con completo aislamiento y perfecta incomunicación con las paredes del edificio, necesitado de constantes reparaciones a causa de esta humedad, doblemente malsana.

»Verdad es que, en punto a economía, tampoco hay sistema más caro. En primer lugar, el coste de la construcción de la vivienda representa, por término medio, 1/5 del de la construcción total. No creemos se haya llegado entre nosotros, hasta ahora, al verdadero escándalo citado por Narjoux134 de grupos escolares para 1.000 alumnos, construidos en París hace pocos años al precio de 500.000 francos, de los que 100.000 representan el de las viviendas para los maestros, las cuales miden además 600 metros; espacio nada despreciable, que habría podido -de querer a toda costa construirlo- destinarse a otros departamentos, de que carece por cierto dicho grupo. En otra ciudad importante, Nevers, los alumnos ocupan 350 metros, y las habitaciones de los maestros 720. Por la mitad del gasto, capitalizado al interés usual de los alquileres, se habrían tenido habitaciones tan buenas, por lo menos, y en mejores condiciones bajo otros aspectos. Pero, aun sin alcanzar esas enormes cifras, entre nosotros, donde tan poco caso se hace del maestro, no es raro con todo, hallarlo mucho mejor instalado que sus alumnos.

»Este sistema favorece, además del exceso en la construcción, ciertos abusos, como la aplicación del combustible y otras partidas del material de la escuela al uso particular del profesor; las frecuentes obras, ya de reparación, ya de mejora, comodidad y hasta ornato, propias de todo aquel que gasta en su provecho lo ajeno, y exigidas muchas veces por cada nuevo maestro, a causa de la diferente composición de su familia respecto de la de su antecesor.

»Con ser de tal entidad estas razones, todavía ofrecen gravedad mayor las que pueden con toda exactitud llamarse pedagógicas. La facilidad con que el maestro pasa de su casa a la clase, es exactamente la misma con que ejecuta el movimiento contrario, y más de uno la aprovecha para descuidar su obligación, dejándola confiada a los auxiliares y aun a simples instructores, para descansar en su cuarto o entregarse al cuidado de sus atenciones domésticas. Donde una organización más racional permite a los niños alternar en la escuela el juego y el trabajo, o tomar allí su comida, es, sobre todo, visible este abandono.

»Además, el maestro transformado en conserje de la escuela, obligado a acomodar las condiciones de su vida a las de una habitación que puede no servirle, y a hallarse en un sitio contrario quizá a su comodidad, no sólo pierde en gran parte la libertad exterior y social de su persona, sino la de su misma vida íntima, puesta de manifiesto a cada paso, por mucho que se la quiera separar de la vista de los niños. Menoscábanse de esta suerte la dignidad y reserva de su hogar, y frecuentemente su respetabilidad y autoridad; aun suponiendo que guarde en su traje y demás por menores las conveniencias que no siempre guardan personas acostumbradas a mirar la clase como un departamento más de su casa.

»Por último, y para no hacer ya interminable esta enumeración, debiendo favorecerse por todos los medios posibles la sustitución del sistema de colegios de internos por el de enviar los niños a vivir con los profesores (como hasta en Francia, y sobre todo en Inglaterra y Alemania se verifica), quienes los reciben en corto número, y a cuyo lado siguen haciendo vida de familia, en lugar de la de cuartel o de convento, mal organizados, obligar al maestro a que habite en la escuela equivale a impedirle que busque casa mayor y más cómoda, en todos conceptos, para un fin en que, con notable servicio de la educación, puede mejorar a la vez su condición y estado.

»Así se comprenden sin sorpresa las tendencias que en estos últimos años se vienen indicando en todas partes contra el hospedaje de los maestros en la escuela, y los ensayos, más o menos decididos, para remediar sus inconvenientes. En Francia, los hombres de más autoridad en arquitectura escolar, Viollet-le Duc, Trélat, Narjoux, se pronuncian contra el sistema antiguo; en Inglaterra, se da a los maestros vivienda aparte, aunque por lo común cerca de la escuela; en Holanda, el movimiento separatista cunde rápidamente, hasta el punto de que la ley de 1878, que ha organizado los jardines de niños, previene que sólo por excepción vivan sus directoras y profesoras en el local; en Alemania -más adelantada que Austria en esto- son muy raros los ejemplos de habitación en la escuela, salvo en los locales antiguos y rurales, y más raros son aún en Suiza, sobre todo en los cantones germánicos».

Conformes en un todo con las atinadas indicaciones que preceden, inspiradas en un alto sentido pedagógico, y en un gran interés en favor de los maestros, sólo debemos añadir que no siempre la práctica permitirá que el maestro viva en local diferente de la escuela; v. gr.: en aldeas y otras poblaciones pequeñas en que no se encuentre habitación adecuada, o donde los recursos no permitan construir una separada ni aun pagar el alquiler respectivo. De todos modos, bueno es formar opinión sobre punto que tanta importancia entraña, y en los casos de nuevas construcciones escolares prescindir de la casa del maestro, y cuando por los motivos apuntados o por otros, esto no pueda ser, atemperarse cuanto sea dable a esta idea, estableciendo toda la separación y toda la independencia posibles entro dicha casa y las dependencias que realmente constituyen la escuela, según preceptúa nuestra legislación135 de acuerdo con la de otros países, con la de Holanda, por ejemplo, en la que se prohíbe que exista comunicación alguna interior entre el local de la escuela y la habitación del maestro136.




Indicaciones respecto de otras dependencias, y, en general, del número y la clase de las que deben tener las escuelas según las localidades en que radiquen

Las que hemos mencionado son las piezas más comunes y necesarias de la escuela, y por muy satisfechos podríamos darnos si en todas partes hubiera siquiera la mitad de las indicadas. No faltan escuelas que las reúnan todas, y hasta que tengan algunas dependencias, más, tales como clases especiales para el dibujo, la música y los trabajos profesionales (las labores de las niñas, el modelado y otras ocupaciones manuales, etc.); biblioteca y museo, salón de actos, salas de profesores y alguna otra.

Nada decimos respecto de las condiciones de estas nuevas piezas, porque, aparte de que son muy pocas las escuelas en que se encuentran, basta lo dicho acerca de otras para que se comprenda en qué han de consistir, y porque, hoy por hoy, su discusión no conduce entre nosotros a ningún resultado práctico; harto pedir es que aquellas de nuestras escuelas que pasan como las mejores se hallen provistas de las dependencias más arriba mencionadas.

Esta consideración nos sugiere algunas observaciones, que estimamos pertinente exponer.

Seguramente que a muchos de los lectores parecerán excesivas las dependencias que asignamos a la escuela, sin duda porque no tienen bien en cuenta todas las exigencias que impone a ésta la obra de la educación, que por lo mismo que es muy compleja, requiere elementos y medios varios y numerosos, si ha de realizarse en las condiciones que la Pedagogía y el sentido culto de nuestros tiempos declaran de consuno ser de todo punto necesarias. Merced a las direcciones que el actual movimiento pedagógico ha impreso a la educación, la escuela primaria se transforma al presente en toda su manera de ser, y la legislación de todos los países empieza a preocuparse con señalada preferencia de cuanto atañe a las condiciones materiales e higiénicas de las casas-escuelas, ensanchando su recinto y aumentando el número de sus dependencias, que según las últimas disposiciones que se han dado en Francia acerca del particular, deben ser para las escuelas elementales, las siguientes:

1º, un vestuario distinto, o un vestíbulo que pueda servir de vestuario, 2º, una o más clases; 3º, un patio cubierto con un gimnasio, y si hay lugar a ello, un pequeño taller para el trabajo manual elemental; 4º, un patio de recreo y un jardín, en todas partes donde sea posible; 5º, retretes y urinarios; y 6º, habitación para el maestro, y para los auxiliares cuando los hubiere.

Para las escuelas que tengan más de tres clases, se pide además de lo dicho:

1º, habitación para el conserje; 2º, una pieza de espera para los padres; 3º, un despacho para el maestro; 4º, una sala para los auxiliares o adjuntos; 5º, una sala para el dibujo, con un gabinete para depósito de modelos; 6º, un taller para el trabajo manual en las escuelas de niños, o una sala de costura y de corte en las de niñas, y 7º, un gimnasio137.

Como las exigencias de la educación son las mismas por lo que al particular que nos ocupa respecta, en todas las escuelas y con todos los maestros, claro es que el número de piezas que se señalen como mínimo, debiera ser el mismo en todas partes, salvo las alteraciones que implique el que los niños coman o no en la escuela, lo cual se reduce a que haya o no comedor y cocina. Pero como sin perder de vista el ideal que se persigue, se debe tener siempre en cuenta la realidad y lo factible, entendemos que en el estado actual de cosas, acusaría cuando menos carencia de sentido práctico pedir lo mismo para todas las escuelas, sin atender para nada a las diferencias que fatalmente se establecen entre ellas por virtud de las condiciones de las localidades en que radican. Por esto nos parece más aceptable -aunque no conformemos enteramente con la distribución que hace- que lo dispuesto en la legislación francesa (lo que acaba de copiarse), lo que propone Mr. Narjoux, al dividir las escuelas, para los efectos de las dependencias de que deben constar, en tres clases o tipos, a partir de la de aldea, que considera como la más modesta, y es por lo tanto, para la que pide menos a ese respecto138.

Las escuelas de aldea serán durante mucho tiempo las más modestas, y en punto a educación física, las que menos exigencias tengan, sin que por esto neguemos que es menester completar y elevar la cultura que en ellas se suministra, y dotarlas de buenos, de excelentes maestros, de los mejores maestros, si fuera posible. Pero por el considerable número que de ellas existe en todos los países, por la pobreza de que, en general, se resienten las respectivas localidades, y porque el Estado no puede atender debidamente a todas, no hay que pedir para ellas, hoy por hoy ni en bastante tiempo, las mismas condiciones materiales que para las urbanas, a pesar de la baratura del terreno en dichas localidades, lo cual se llalla compensado por las dificultades que en las mismas ofrecen ciertas construcciones. Por otra parte, en las aldeas no tiene la escuela tantas exigencias como en otras poblaciones en lo tocante a la cultura física; pues viviendo los niños continuamente en el campo -bien puede decirse así- no requieren las mismas condiciones que en los pueblos genuinamente urbanos, las dependencias que tienen por objeto casi exclusivo favorecer el desenvolvimiento físico de los niños.- Claro es que en esto no nos referimos a las dependencias de aseo (que en las indicadas localidades son tan precisas o más si cabe que en otras), ni al patio y jardín, en cuanto tienen por objeto algunas enseñanzas o la cultura del espíritu en general. Tampoco son tan precisas en las escuelas de aldea otras dependencias que, como los despachos, recibidores, salas de trabajo y de museos, por ejemplo, constituyen en las de otros centros de población una verdadera necesidad.

Afirmaciones análogas a las que acaban de hacerse respecto de las escuelas de aldea cabe hacer (siempre aumentando algo, se entiende) con relación a las establecidas en localidades que, sin dejar de ser rurales, son de alguna más importancia.

Así, pues, con arreglo a estas indicaciones, creemos que al efecto de determinar el mínimo de las dependencias que debieran tener las escuelas, pudieran clasificarse éstas en los siguientes tres tipos:

PRIMER TIPO.- Se refiere a las escuelas incompletas o de aldea, que deberán tener por lo menos, las siguientes dependencias:

(a) Un vestíbulo, que puede hacer las veces de vestuario, y servir para que los niños se resguarden de la intemperie en los días de mal tiempo, por lo que se procurará siempre que sea lo más espacioso posible;

(b) Una sala de clase, que reúna, en cuanto quepa, las condiciones higiénico-pedagógicas que oportunamente se determinaron;

(c) Un cobertizo que sirva para las recreaciones, cuando no sea posible tenerlas al aire libre;

(d) Un campo escolar, del que una parte debe quedar libre para las recreaciones y juegos, y la otra preparada para que sirva de medio de enseñanza139;

(e) Unos lavabos que, cuando no tengan dependencia especial (basta con un tinglado), pueden establecerse en un pasillo, en el cobertizo y aun al aire libre, en el campo escolar;

(f) Retretes y urinarios; y

(g) La habitación para el maestro, que en las poblaciones de que se trata tendrá que formar parte casi siempre de la escuela (cuando ésta se construya ad hoc), y debe situarse en la parte alta de ella, en el caso de que la hubiere.

Cuando se disponga de medios para establecer más dependencias, debe darse la preferencia al despacho del maestro, que consideramos necesario, y puede servir, además de lo que su nombre indica (recibir a los padres de los alumnos, reprensiones y advertencias a éstos, trabajos del profesor), para tener los libros de éste y de la escuela, conservar las colecciones y material de enseñanza, etc.

SEGUNDO TIPO.- Corresponde a las escuelas rurales completas establecidas en poblaciones de más importancia que las anteriores, y deben constar de:

(a) Un vestíbulo en las condiciones y con los objetos indicados al hablar de las escuelas de aldea, separando de él, cuando se pueda, los vestuarios.

(b) Una o más salas de clases, según el número de alumnos, y teniendo en cuenta las condiciones higiénico- pedagógicas oportunamente dichas;

(c) Un despacho para el maestro, con los fines antes indicados, y que sea lo suficientemente capaz para que pueda instalarse en él la Biblioteca y el Museo de la escuela140;

(d) Un patio cubierto o cobertizo para los descansos, recreaciones y juegos en los días de mal tiempo;

(e) Un patio descubierto o campo de juego;

(f) Un jardín o campo de trabajo, que coopere con las clases a suministrar la cultura que deben recibir los alumnos141;

(g) Unos lavabos convenientemente instalados;

(h) Los retretes y urinarios necesarios, según la población escolar; y

(i) La habitación para los maestros, y en caso de que no hayan de vivir en la escuela, para el guarda o conserje, que será necesario siempre que ésta tenga varias clases.

En las escuelas de párvulos es de toda necesidad añadir a las dependencias enumeradas el comedor y la cocina, que también fuera conveniente establecer en las escuelas elementales (completas e incompletas) a que asistan niños que tengan que andar grandes distancias para ir a ellas.

TERCER TIPO.- Corresponde a las escuelas urbanas, que deberán tener:

(a) Un vestíbulo con las condiciones mencionadas, y que pueda servir de sala de espera;

(b) Una o másclases, según el número de alumnos, y con las condiciones ya dichas;

(c) Un vestuario o guardarropa para cada una o cada dos clases;

(d) Una sala de estudio, que a la vez que para instalación del Museo, y la Biblioteca y depósito de material, sirva para reunión de los maestros y actos públicos;

(e) Un despacho para el maestro director;

(f) Una sala para los trabajos manuales142;

(g) Un patio cubierto para las recreaciones, descansos y juegos, en el que puede establecerse el gimnasio, si hubiere de tenerlo la escuela, por más que en nuestra opinión no hace falta;

(h) Un patio descubierto o campo de juego, para los mismos fines;

(i) Un jardín o campo de trabajos, con el destino antes indicado143;

(j) Un cuarto de aseo en el que se hallen los lavabos, los cuales debe haberlos, siempre que sea posible, en algunas otra partes, como el cobertizo y el jardín, por ejemplo144;

(k) Los retretes y urinarios precisos, según lo que antes se ha dicho; y

(l) La habitación para los maestros, y en otro caso (que fuera lo mejor por las razones que ya se han expuesto, y para dejar toda la amplitud necesaria a la escuela) para el conserje, cuando lo haya, el cual debe vivir de todos modos dentro del establecimiento.

En cuanto a las escuelas de párvulos, repetimos lo indicado con relación a ellas, al tratar de las rurales.

Si después de esto se tiene presente lo que oportunamente hemos dicho respecto de cada dependencia en particular, de la manera cómo deben instalarse y del modo de sustituirse entre sí algunas de ellas, se comprenderá que no es pedir demasiado lo que acabamos de proponer. Y claro es que allí donde se cuente con recursos, pueden aumentarse las dependencias que asignamos a cada tipo, lo que desde luego consideramos como una exigencia tratándose de las escuelas superiores de uno y de otro sexo, en las que nunca debiera haber menos de las que quedan indicadas para las urbanas en general.

En suma; por mucho que hoy quiera restringirse el número de piezas que hayan de tener las escuelas de nueva construcción, no podrá ser tanto que se prive a éstas de las dependencias que hemos considerado como indispensables, y siempre ha de resultar que se proyectarán algunas más que las clases. De aquí, que en lo primero que habrá que pensar será en adquirir el mayor terreno posible, en que las áreas sean todo lo extensas que se pueda, reduciendo las clases a sus justos y naturales límites, a fin de no sacrificarles otros elementos tan necesarios como ellas para la buena y cabal educación, y aun para la mera enseñanza de los niños.







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