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Libro Primero, Parte Tercera, Sección X.

 

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Primer experimento.

 

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Sexto experimento.

 

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Séptimo y octavo experimento.

 

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Para prevenir toda ambigüedad debo hacer observar que cuando yo contrapongo imaginación a memoria me refiero a la facultad que presenta o imagina ideas. En otros casos, en particular cuando la opongo al entendimiento, me refiero a la misma facultad, excluyendo sólo nuestros razonamientos demostrativos o probables.

 

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Monseñor Rollin.

 

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Se podría pensar que era totalmente superfluo demostrar esto si un autor ya muerto, que ha tenido la buena fortuna de lograr alguna reputación, no hubiese afirmado que una falsedad tal era el fundamento de todo crimen y fealdad moral. Para que podamos descubrir la falacia de esta hipótesis necesitamos tan sólo considerar que una conclusión falsa se obtiene de una acción únicamente mediante una obscuridad de los principios naturales que hacen que una causa se halle detenida de un modo oculto en su actuación por causas contrarias y que hace incierta y variable la conexión entre dos objetos. Ahora bien: como una incertidumbre y variedad análoga de causas tiene lugar también en los objetos naturales y produce un error semejante en nuestro juicio, si la tendencia a producir el error fuera la verdadera esencia de la moralidad y del vicio los objetos inanimados podrían ser viciosos e inmorales.

Es en vano argüir que los objetos inanimados obran sin libertad y elección, pues como la libertad y la elección no son necesarias para hacer que una acción produzca una conclusión errónea, no pueden ser en ningún respecto esenciales a la moralidad y no puedo ver fácilmente cómo, dado este sistema, pueden ser traídas bajo consideración. Si la tendencia a causar el error es el origen de la inmoralidad, serían siempre inseparables esta tendencia y la inmoralidad.

Añádase a esto que si yo hubiera tenido la precaución de cerrar la ventana antes de permitirme ciertas libertades con la mujer de mi vecino no hubiera sido culpable de delito o inmoralidad alguna, ya que quedando mi acción completamente ignorada no poseería una tendencia a producir una conclusión falsa.

Por la misma razón, un ladrón que roba mediante una escalera, por una ventana, teniendo el mayor cuidado imaginable de no causar perturbación alguna, no es en ningún respecto criminal. Pues o no es percibido, o si lo es es imposible que pueda producir un error, y nadie le tomará, dadas estas circunstancias, por otra persona de la que realmente es.

Es un hecho notorio que los bizcos producen verdaderamente errores en los otros y que nos figuramos que saludan a una persona o hablan con ella, cuando en realidad se dirigen a otra. ¿Son, pues, por esto inmorales?

Además podemos observar fácilmente que en todos estos argumentos existe un claro razonamiento en círculo. Una persona que toma posesión de los bienes de otro y usa de ellos como si fuesen propios declara en cierto modo que son los suyos, y esta falsedad es la fuente de la inmoralidad de la injusticia. Pero ¿son la propiedad, el derecho o la obligación inteligibles sin una inmoralidad precedente?

Una persona desagradecida para con su bienhechor afirma en cierto modo que no ha recibido jamás favores de él. Pero ¿de qué manera? ¿Es quizá porque su deber consiste en ser agradecido? Sin embargo, esto supone que existe una regla precedente del deber y la moral. ¿Es quizá porque la naturaleza humana es generalmente agradecida y nos hace concluir que una persona que causa un daño jamás recibe un favor de la persona dañada? Pero la naturaleza humana no es, en general, tan agradecida que justifique esta conclusión; o si lo fuese, ¿es una excepción de la regla general criminal en cada caso, por la única razón de ser una excepción?

Sin embargo, lo que bastará totalmente para destruir este sistema caprichoso es observar que nos deja abandonados a la misma dificultad al dar una razón de por qué la verdad es virtuosa y la falsedad viciosa que al explicar el mérito o fealdad de una acción. Concederé -si así se quiere- que toda inmoralidad es de esta supuesta falsedad de la acción con la única condición de que se me presente una razón plausible de por qué una falsedad tal es inmoral. Si se considera como es debido la materia, nos hallaremos ante la misma dificultad que en un principio.

Este último argumento es muy concluyente; porque si no existiese un mérito o fealdad evidente unido a esta especie de verdad o falsedad, ésta no podría jamás tener una influencia sobre nuestras acciones. ¿Pues quién piensa dejar de cometer una acción porque otros pueden sacar falsas conclusiones de ella? ¿O quién ha realizado alguna porque puede dar lugar a conclusiones verdaderas?

 

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Como una prueba de qué confuso es nuestro modo de pensar corrientemente sobre este asunto podemos observar que los que afirman que la moralidad es demostrable no dicen que la moralidad radica en las relaciones y que las relaciones son distinguibles por la razón. Tan sólo dicen que la razón puede descubrir que una acción tal en tales relaciones es virtuosa y que otra acción es viciosa. Parece que piensan de un modo suficientemente sólido si son capaces de introducir la palabra relación en la proposición sin preocuparse de si se lo proponían o no. Sin embargo, me parece que aquí el argumento es claro. La razón demostrativa descubre tan sólo relaciones. Pero la razón, según esta hipótesis, descubre también el vicio y la virtud. Por consiguiente, estas cualidades morales deben ser relaciones. Cuando censuramos una acción en una situación dada, el objeto total y complejo constituido por la acción y situación debe realizar ciertas relaciones en las que consiste la esencia del vicio. Esta hipótesis no es inteligible de otro modo. ¿Pues qué descubre la razón cuando declara que una acción es viciosa? ¿Descubrirá una relación o un hecho? Estas cuestiones son decisivas y no pueden ser eludidas.

 

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En lo que sigue, natural se contrapone a veces a civil, a veces a moral. La oposición revelará siempre el sentido en que se toma.

 

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Ninguna cuestión es más difícil en filosofía que determinar, cuando se presenta para un fenómeno un cierto número de causas, cuál es la principal y predominante. Rara vez existe un argumento preciso para basar nuestra elección, y los hombres deben contentarse con guiarse por una especie de gusto o fantasía que surge de la analogía y de la comparación de casos similares. Así, en el presente caso existen sin duda motivos de interés público para las más de las reglas que determinan la propiedad; pero aun sospecho que estas reglas se fijan principalmente por la imaginación o por las propiedades más frívolas de nuestro pensamiento o concepción. Explicaré estas causas, dejando al lector la elección para que pueda elegir entre las derivadas de la utilidad pública o las que se derivan de la imaginación. Comenzaremos con el derecho del poseedor presente.

Una cualidad que ya he observado en la naturaleza humana es que cuando dos objetos aparecen en íntima relación entre sí, el espíritu se inclina a atribuirles una relación adicional para completar su unión; esta inclinación es tan fuerte que nos hace caer frecuentemente en errores (tales como el enlace de pensamiento y materia) si hallamos que pueden servir para este propósito. Muchas de nuestras impresiones son incapaces de ser referidas a un lugar o de determinación espacial, y, sin embargo, suponemos que estas mismas impresiones poseen un enlace espacial con las impresiones de la vista y del tacto meramente porque se hallan enlazadas por causalidad y están ya unidas en la imaginación. Puesto que podemos fingir una nueva relación, y hasta una relación absurda, para completar una unión, será fácil imaginar que si existen relaciones que dependen del espíritu se enlazarán prestamente con la relación precedente y que se unirán mediante un nuevo lazo objetos que estaban ya unidos en la fantasía. Así, por ejemplo, al ordenar los cuerpos jamás dejamos de colocar los que son semejantes en una relación de contigüidad, o al menos en puntos de vista correspondientes, porque experimentamos una satisfacción uniendo la relación de contigüidad a la de semejanza o la semejanza de situación a la semejanza de cualidades. Esto se explica por las propiedades conocidas de la naturaleza humana. Cuando el espíritu se halla determinado a reunir ciertos objetos mientras queda indeterminado en su elección de objetos particulares, dirige, naturalmente, su mirada a los que se hallan relacionados entre sí. Estos se hallan ya unidos en el espíritu, se presentan a la concepción al mismo tiempo, y en lugar de requerir una nueva razón para su enlace requerirían una razón muy poderosa para hacernos no tener en cuenta su afinidad natural. Tendremos ocasión de explicar esto más adelante, cuando tratemos de la belleza. Mientras tanto podemos contentarnos con observar que el mismo amor de orden y uniformidad que ordena los libros de una biblioteca o las sillas en una sala contribuye a la formación de la sociedad y al bienestar del genero humano, modificando la regla general concerniente a la estabilidad de la posesión. Como la propiedad constituye una relación entre una persona y un objeto, es natural fundamentarla en cualquier relación precedente, y como la propiedad no es más que una posesión constante asegurada por las leyes de la sociedad, es natural añadirla a la posesión presente, que es una relación que se le asemeja. Por esto tiene, pues, su influencia. Si es natural enlazar toda suerte de relaciones, lo es más aún enlazar las relaciones que son semejantes y que se hallan relacionadas entre sí.

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