Entrevista a Miguel Méndez M.
|
Lupe
Cárdenas ¿Dónde y
cuándo nació?
|
Miguel Méndez M.
Nací en Bisbee,
Arizona, un 15 de junio de 1930, sobre los que han pasado ya 58
veranos de hervor batiente. Cincuenta y ocho años que ya no
tengo, pues los que tengo en perspectiva no se enumeran a priori. Ya ve, si el
cerebro no da para consideraciones filosóficas, el tiempo,
sí. Por favor, no me mencione la palabra vejez.
|
LC: ¿El
ambiente de su familia tuvo algo que ver en su decisión e
inclinación como futuro escritor?
|
MMM: Sí,
en parte influyó mi familia en ésta mi
vocación que traigo o me trae a rastras. En mucho
también cuenta lo «circunstancial», esto para
que vea que he leído a Ortega y Gasset.
|
LC:
¿Qué libros de ficción leía en su
infancia y en sus años de formación?
|
MMM: Alguna vez
le platiqué que cuando se repatriaron mis padres nos
asentamos en el ejido de El Claro, Sonora, mis papás
desempacaron cajas llenas de libros y un fonógrafo RCA
Victor. Vivíamos en una casa muy pobre, de veras, pero rica
en letras. Allí leí a Julio Verne, Salgari, Amicis y
muchísimos más. Mi madre me enseñó a
leer cuando yo tenía cinco años de edad. Mi
afición prendió de inmediato y allí me tienen
engullendo libros por los ojos, por eso ahora que soy «relativamente joven» los tengo como
portamonedas.
|
LC:
¿Cuándo comenzó a escribir?
|
MMM:
Después de los diez años empecé a escribir por
mera diversión. Jugar con las palabras y fabricar
imágenes me entretenía como un deporte. Luego
pretendí incursionar en el ámbito de las ideas. Lo de
narrar no sé ni cuándo llegó. Creo que a los
tres años.
|
LC:
¿Cuál fue la causa principal y el motivo decisivo en
su vocación de escritor?
|
MMM: La causa
principal que despertó en mí la afición a
escribir fue la de construirme un mundo interior, vasto y siempre
en expansión. Algo así como un niño que se
construye una casa en la cima de un árbol frondoso, para
desde allí ver y meditar aislado del mundo exterior. Tiene
que haber otras causas variadas y complejas que no me da gana de
averiguar por perezoso que soy.
|
LC:
¿Qué estudios hizo?
|
MMM: Bueno, eso
de «hizo» suena muy concluyente. Siempre estoy atareado
en esto que atañe a la literatura. Pero sí, como
punto de partida, base y despegue de éste mi empeño
en borrronear letras, obtuve de la escuela primaria de El Claro,
los seis años correspondientes. El quinto año lo
estudié en Arizpe, Sonora, pueblo antiquísimo, por
tal de interés.
|
LC: Estos
estudios, ¿tuvieron influencia en su vocación de
escritor y cómo?
|
MMM:
Naturalmente que sí. De allí derivé la
habilidad para leer y escribir. Cada libro es un maestro y la
escritura la clave para expresar lo que generalmente no se platica
a viva voz.
|
LC: ¿En
qué lengua comenzó a escribir y en cuál
escribe ahora?
|
MMM: Yo navego
espacialmente en mi universo interior, pasajero en la nave
«lengua española» y, claro, conozco los diversos
niveles lingüísticos que a modo de satélite se
dan en torno y al margen de ésta.
|
LC: ¿Hay
alguna lengua «oficial» en la ficción chicana
que sea distinta a cualquier otra cultura y literatura?
|
MMM: En el caso
nuestro, mosaico de lenguas oficiales, dables en regiones o
expresión de grupos, cada autor responde a la que le es
idóneo, ni más ni menos. Lo que nos identifica en
común es un tanto la coincidencia en la temática que
deriva del acontecer propio del microcosmos chicano. Bien puede
enfatizarse el que mi español está coloreado con los
matices correspondientes a la zona fronteriza Arizona-Sonora.
|
LC:
¿Cree que la lengua en que escribe uno es importante como
símbolo de la cultura del pueblo chicano sobre el que
escribe?
|
MMM: Primero,
como hemos dicho, el escritor debe necesariamente de escribir en la
lengua que mejor domine, de otro modo la cosa no resulta muy
auténtica. Nos importa de manera vital a los chicanos,
mexicanoamericanos, mexicanos preservar nuestra cultura ancestral.
Esto significa tener carácter e identidad de consistencia
sólida. Con carácter, es decir, sin ambigüedades
y confusiones de ninguna índole, podemos trazar metas
elevadas y alcanzarlas, porque el combustible es ése:
carácter o, en otras palabras, fortaleza del
espíritu.
|
LC: En general,
¿ por qué escribe?
|
MMM: Cuando me
siento agotado de tanto escribir me hago esa misma pregunta.
Quizá escribo más que todo por gusto, pasión
humanista, sensualidad, vanidad, soberbia, ambición, y vaya
usted a saber, por qué otros motivos, de ésos un
tanto sombreados en las tenebrosidades recónditas del
inconsciente. A lo mejor hay también en mí un
señor feudal o algún desgraciado esclavo, o los dos a
la vez. Total, que si no heredamos traumas o conflictos desde otras
generaciones, pues con leer a psicólogos o psiquiatras los
adoptamos.
|
LC: ¿Hay
algún motivo externo que le obliga a escribir? (como, por
ejemplo, otros escritores, familia, ganancia, «publish or perish»,
etc.).
|
MMM: Esos
motivos que enumera, en el fondo no me perturban para nada. Como le
he platicado, publiqué a los 38 años de edad. Para
entonces tenía acumuladas centenares de páginas
inéditas. Ahora con mis 18 años de profesor
universitario quizá me influyan esos motivos que
señalas. De proletario a burgués tienen que darse
cambios, ¿no cree?
|
LC:
¿Encuentra usted que el ambiente social, como la vida del
chicano o el mainstream, le motivan a escribir?
|
MMM: Para dar
vuelo a mi escritura derivo de un acontecer vastísimo
antecedentes literarios desde la época medieval,
tradición oral de tipo universal también localista y,
claro, lo que respecta particularmente a mi mundo inmediato,
suroeste de los Estados Unidos y noroeste de México.
Enfocó, pues, mi fantasía desde muchas perspectivas,
incluidas las que usted mencionaba.
|
LC: ¿Hay
algún motivo político que le invita a escribir?
|
MMM: En mis
obras hay, en efecto, una dosis cargada de significados
políticos. Sin embargo, motivos políticos para
competir por algún puesto en el gobierno no, no y no. No
anda por ahí mi vocación. Con muy honrosas
excepciones, los políticos de carrera no actúan de
manera justa e inteligente.
|
LC: El
movimiento chicano de los '60 y '70, ¿tuvieron alguna
influencia en sus obras?
|
MMM: En esos
años que menciona yo no había leído a autores
chicanos, ni me enteraba cabalmente de los acontecimientos
políticos que afectaban a la comunidad chicana.
Influyó en mis obras la misma circunstancia que
propició el surgimiento del movimiento chicano. Alguna vez
un joven, de ésos que jamás han tocado una pala y que
tienen manos finas de señoritas, me preguntó
reclamante que si dónde había estado cuando el
movimiento chicano; le contesté la verdad: fabricando casas
de ladrillos. He conocido el mundo del obrero en vivo. Con todo
respeto para los teóricos, me quedo con mi experiencia de 24
años de proletario para dictaminar sobre la entraña
de la vida del trabajador. Lo demás me viene como
pantalón de pachuquito.
|
LC: ¿De
otra parte, hubo algún motivo fuerte interno que le
empujó a que escribiera? ¿Cuál fue?
|
MMM: Entre
otros motivos le indiqué en la pregunta 1 lo de la
pasión humanista y otras cosas. No me haga trabajar de
más; ya es mucha la juventud que he acumulado.
|
LC:
¿Cree que tenía y todavía tiene algo que decir
a los lectores?
|
MMM: Tengo todo
un mundo que comunicar a los lectores, apenas voy empezando; ahora
que si ellos no quieren leer lo que escribo, pues están muy
en su derecho. Tanto mejor si leen mis escritos.
|
LC: Si no
hubiera encontrado el vehículo literario que encontró
para expresarse ¿de qué otra forma podría
haber comunicado sus mensajes?
|
MMM:
Quizá haciendo ademanes y gestos; de otro modo no sé
cómo. Como cantante, dibujante, danzante, escultor,
etc.,
nomás no podría. Ya lo intenté,
¡qué desastre!
|
LC: ¿Se
arrepiente de haber escrito lo que escribió o cómo lo
escribió, o hubiera querido cambiar de
orientación?
|
MMM: No tengo
nada de qué arrepentirme. Escribo como me da mi real gana,
sin oídos a consignas o pareceres gratuitos. Lo que pudo
haber sido es más válido para una canción
llorona.
|
LC: Entre las
dos razones que le motivaron a escribir, ¿cuál fue la
más fuerte, la interna o la externa?
|
MMM: Las dos
razones son correlativas: las de lo externo motivan las interiores
y viceversa. De modo que las dos se reducen a una. No en vano estoy
plateado (del cabello). Le doy permiso para que se reía de
mi filosofía.
|
LC: Dejando la
humildad de lado, ¿quiere que se te recuerde como escritor?
o, dicho de otra manera, ¿le ha contagiado la «fiebre
de la inmortalidad» como les ha pasado a otros
escritores?
|
MMM: La
inmortalidad aquí entre mis congéneres me importa un
soberano bledo; me importa la otra. Orgullosamente le digo: creo en
Dios, soy cristiano, católico por herencia y no me mueve de
manera enfermiza el quedar santón laico en la memoria de la
humanidad, ni por milenios, centurias o décadas. Por el
tiempo que me recuerden me da igual que sea como minero, campesino,
obrero de la construcción, maestro o escritor. A escoger. Yo
desde el Más Allá les sonreiré o, en su
defecto, les pelaré los dientes (los míos).
|
LC: En general,
¿para quién escribe?
|
MMM: En mis
primeros años de escritor aficionado almacené muchas
páginas con muy diversos contenidos. Publicar entonces era
más difícil que ahora para nosotros. A mí me
parecía algo imposible. No escribía para
ningún tipo de lector en particular. Ahora escribo
sencillamente, para el que desee disfrutar o sufrir de mis
obras.
|
LC: Cuando
está escribiendo, ¿tiene en mente al lector?,
¿qué clase de lector?
|
MMM: El lector
que tengo en mente es el aficionado a la lectura que quiere saber
de estos parajes, enterarse un tanto de la trayectoria que
delineamos a través de nuestra experiencia de fronterizos.
La historia y fenómenos inherentes pueden rastrearse en
nuestros libros embarcados en anécdotas graciosas o
dramáticas. Me gustaría que nos leyeran los humildes,
los explotados, para que se vean en un espejo; pero éstos
generalmente no leen por falta de costumbre, energías,
dinero para comprar libros, tiempo o conocimiento de las
letras.
|
LC: ¿Le
preocupa el crítico durante el proceso creativo, o
después de haber escrito, o nunca le preocupa?
|
MMM: Suele
darse esporádicamente el crítico que todo lo juzga
negativamente, que agrede a ciegas; a éste hay que
compadecerlo, porque sufre algún tipo de frustración
aguda. El crítico a lo cirujano es divertido, emplea la obra
literaria como conejillo de indias para experimentar, escribe
entonces análisis muy sabios. Gracias a su magistral manejo
del bisturí, como resultado la obra en cuestión pasa
a un segundo o tercer término en importancia y el escrito
del crítico se convierte en teoría de primer orden,
muy brillante, sabia y valiosísima para la posteridad.
Entreveo a otro crítico: el de la erudición por la
erudición. De éste he obtenido las
bibliografías más variadas y extensas en cuanto a
autores y teóricos literarios. En otra ocasión le
diré del crítico geométrico, el
pitagórico que dibuja líneas, cuadros, conos,
etc. para
decir de estructuras literarias. No sé por qué no hay
críticos de críticos, sería divertido y
necesario además. La verdad, fuera de broma, la labor del
crítico es creativa y determinante. Sin el crítico,
el escritor permanece en las tinieblas, como dicen por ahí.
Es como una carreta sin ruedas. No obstante, la verdad
íntegra es que mientras escribo no tomo en cuenta al
crítico para nada, pero lo respeto; lo que pasa es que me
gusta hacer chistes de las gentes así muy rígidas,
circunspectas y casi perfectas. Otro detalle es que los
críticos que se ocupan de mis escritos son mis amigos.
Cómodo, ¿verdad?
|
LC:
¿Cómo catalogaría su obra: como documento,
como objeto de placer, como producto artístico o simplemente
como una obra literaria total?
|
MMM: Mi obra es
modesta. Como toda obra creo que contiene los elementos que
menciona. ¿Qué obra literaria es total? Ni lo mande
Dios que me ande con esas presunciones. Para mí la total
sería la que concierne a todo el acervo literario habido y
por haber desde el principio de los siglos hasta el mero cabo (si
no escribo bien, por lo menos dramatizo).
|
LC:
Hipotéticamente hablando, ¿escribiría si
supiera que no iba a tener un público lector adecuado o
apropiado?
|
MMM: Como le he
dicho, entre cigarro y cigarro y sorbos de café, ¿o
de cerveza? Escribí por muchos años sin
público lector; igual seguiría escribiendo dado el
caso. El lector es variadísimo, para mí tan
importante el que disiente de lo que escribo como el que lo
aplaude.
|
LC: En general,
¿sobre qué temas escribe?
|
MMM: Digamos
que escribo sobre la vida. Esto en sí implica todos los
temas dables en la mezcolanza de realidades y ficciones.
Ciertamente, el fondo y marco de mis modestos escritos han sido
mayormente los panoramas fronterizos del campo y citadinos. Para
ser más específico, hasta hoy he escrito
enfáticamente del dolor del hombre pequeño, del
humillado que subsiste en la frontera (de ambos lados) y
paradójicamente de la picaresca natural a estos lares.
|
LC: ¿Hay
algún tema sobre el que quisiera escribir y sobre el que no
ha podido escribir? ¿Por qué?
|
MMM: Sobre
muchos temas y géneros quiero incursionar: teatro,
poesía, ensayo, además de novela y cuentos. Planeo
ahora una futura novela desarrollada en varios planos: mi vida de
obrero y de maestro universitario, etc. Bueno, esto es alternando
episodios con respecto a una y otra experiencia. Ahora escribo la
novela El circo que se perdió en el Desierto de
Sonora.
|
LC:
¿Cree que hay temas prohibidos o delicados sobre los que le
parece que no debe escribir?
|
MMM: Como todo
escritor, selecciono los temas que son congruentes con mi credo,
sensibilidad, vocación, etc. No concibo vedas, prohibiciones,
límites en cuanto a temas, siempre y cuando lo escrito sea
bien elaborado, literariamente hablando.
|
LC:
¿Qué temas importantes no ha tocado todavía la
literatura chicana? ¿Por qué no?
|
MMM: Creo que
un tema que no hemos tocado decididamente es el del cuestionamiento
o sentido crítico de nuestra actitud en común,
movimientos sociales, liderazgos, filosofías, etc. Una novela por
ejemplo sobre «El movimiento chicano» visto desde su
interioridad, sería interesantísima, nos daría
conocimiento íntimo de nuestras pasiones y actitudes
prejuiciosas para con nuestra misma gente y postulados,
pondría de relieve a los falsos mesías de mucho ruido
y «caíta» nueces («caíta»:
nada, del dialecto yaqui). No me alargaré más, en
favor de la brevedad.
|
LC:
¿Cree que el escritor en general, y el chicano en
particular, es libre de escribir sobre lo que quiera? O, dicho de
otro modo, ¿cree que el público lector o la sociedad
le impone al autor chicano límites?
|
MMM: No tengo
potestad para opinar sobre lo que creen otros escritores. En cuanto
a mí, como reza el decir de nuestra gente: me viene guango
escribir de lo que me dé la gana. No veo ni la penumbra al
público lector, ni a ninguna sociedad que nos lea.
Sólo nos leen a nivel estudiantil, gracias a la
recomendación de profesores que juzgan importante lo
nuestro. Independientemente de los estudiantes, nos leen muy
contados lectores. No hombre, qué límites ni
qué ojo de hacha. ¿Quién los
pondría?
|
LC:
¿Necesita una atmósfera o ambiente adecuado o ideal
para poder escribir?
|
MMM: Para
escribir prefiero, naturalmente, algún lugar aislado. Sin
embargo, cuando estoy determinado, empeñoso en algún
proyecto literario escribo donde sea, a cualquier hora, solo, en
silencio o bien rodeado de gentes ruidosas. A la novela El
sueño de Santa María de las piedras la
escribí durante dos veranos, a todas horas, entre gritos,
risas, ruido de esté reos, televisor, rezongas de adultos,
carreras y chillidos de mocosos, sobrinos, vecinos, y párale
de contar. Pero yo, peregrino por esos mundos de Santa
María, ignoré el exterior cubierto y aislado por las
soledades desérticas presentes al conjuro de mi desnutrida
fantasía.
|
LC:
¿Cuáles fueron los primeros pasos o etapas en la
gestación de su obra? ¿Controla usted esta primera
etapa del proceso? ¿Cómo diseña o planea la
obra en gestación?
|
MMM: Si una
novela es obra de ingeniería, como suponen por ahí,
entonces los trazos o delineamientos previos se elaboran
necesariamente de modo subjetivo. Yo diría que una vez
designado el tema y puestos en movimiento los primeros personajes,
ambos, ellos y yo marchamos de común acuerdo descubriendo un
mundo altamente revelador por su contenido insólito. Si
surge alguna desavenencia, la superamos fácilmente. Ahora
que si algún personaje se me rebela y rehúsa
disciplinarse, pese a toda sugerencia, pues yo, arbitrariamente,
como supremo, lo mando a chiflar a su mami.
|
LC: Una vez
comenzada la obra, ¿controla usted la obra/personajes o
ella/ellos le controlan a usted?
|
MMM: Esta
pregunta quedó aclarada en la anterior respuesta. Para que
no pase en vano le diré: escribir una obra literaria es
esculpir una estatua, todo consiste en que le quite al
mármol lo que le sobra.
|
LC: Se dice que
una obra de arte es una «creación». ¿En
qué consiste esa función de creador?
|
MMM: A esta
pregunta se le pueden dar varias definiciones, válidas
todas. Se me ocurre que la función del creador consiste no
sólo en reflejar la vida y el ambiente que lo rodea,
fotográficamente; sino, además, en entrever y dar
alma a la interioridad de lo que describe. Para dar cuenta de la
esencialidad humana, el artista toma de la realidad un
mínimo y un mucho de la ficción, porque es por medio
de la fantasía, el espíritu creador, la
intuición, que se logran síntesis no dables en la
rutina cotidiana.
|
LC:
¿Cuánto de «pura ficción»,
cuánto de «realidad o experiencia personal» y
cuánto de «pueblo» hay en sus obras y en
qué proporción?
|
MMM: Soy malo
para los números, y lo de los porcentajes me pierde. Hay
mucho de todo eso en mis escritos. La mezcolanza que menciona se da
en un todo ya integrado, y definir la dosis sería tarea de
laboratorio.
|
LC: Cuando
escribe, ¿qué relación ve usted y qué
porcentaje le da a sus obras entre forma artística y
contenido temático?
|
MMM: Cuando
escribo no me preocupan en nada absolutamente tales
consideraciones. Una vez que termino algo, trato de entender cada
ingrediente y generalmente no lo logro. Esa labor se la dejo a
personas inteligentes y laboriosas como usted y demás.
|
LC:
¿Cuánto de consciente y cuánto de inconsciente
hay en su obra?
|
MMM: A lo mejor
en mi obra llegan a darse en igual proporción lo consciente
y lo inconsciente, aunque también creo que esto varía
de un escrito a otro. En general, se dan los dos elementos en mi
obra, como en la de otros escritores. Otra vez le dejo a usted las
matemáticas.
|
LC:
Después de terminada la obra, ¿se ve reflejado en
ella? ¿La reconoce como criatura suya o la ve como algo
ajeno a usted?
|
MMM: No me
anarciso en mis obras. Las termino, y ya. Luego emprendo otras. He
opinado que los libros son como hijos de un autor; que nacen de la
edad que tiene el escritor cuando las echa al mundo. Por lo
demás, quedan a su suerte para ser honradas, ignoradas,
vilipendiadas, celebradas y todo lo que termine en
«adas», sin que el pobre autor pueda hacer mejor cosa
por ellas.
|
LC: Una vez que
la obra «se desprendió» de usted, ¿se
siente que ha perdido algo integral tuyo o parte de tu persona, o,
al contrario, que ha acumulado o ganado algo en su vida?
|
MMM: El
escribir es también cultivar la fase más elevada en
cuanto al ejercicio del lenguaje y constituye un instrumento
valiosísimo para el desarrollo intelectual. Amén de
otras muchas razones, creo que resulta ganancioso el crear obras
para lo espiritual, porque en tratándose de regalías
se imponen los puntos suspensivos...
|
LC:
¿Quisiera añadir algún otro comentario
más sobre usted mismo, sobre su obra, sobre los
críticos o sobre el público lector? ¿Algo que
no se haya incluido en esta entrevista?
|
MMM: Lo que
importa en todo caso es la obra, el autor es secundario. Si
ésta es merecedora, pues bien, y si no, pues a mí en
lo particular no se me quita lo bromista. Me da tranquilidad el
saber que escribo siempre con intención noble para con mis
congéneres.
|
Entrevista a Estela Portillo-Trambley
|
Lupe
Cárdenas ¿Cuándo y en
dónde nació usted?
|
Estela Portillo-Trambley
Nací en El Paso, Texas. Exactamente, en «El Segundo
Barrio». Pero no nos quedamos allí por mucho tiempo.
Yo me crie con mis abuelos. Mi abuelo tenía una tienda o
mercadito al que le puso el nombre de «El amigo de los
pobres». Él murió cuando yo tenía seis
años. A partir de entonces, mi abuela y yo fuimos a vivir a
una parte del pueblo en donde la mayor parte de la gente era
«gringa». Eramos algo así como extranjeros en
aquella colonia, pero nos gustaba, y muy pronto nos
acostumbramos.
|
LC: Su ambiente
familiar, ¿le influyó a que usted se hiciera
escritora?
|
EPT: De un modo
explícito, no. Pero me rodeó un ambiente de
fantasía. Tenía entonces una abuela, la que me crio,
a quien llamaba «Mamachita», que me narraba cuentos
cuando yo me sentaba en sus rodillas o junto a ella. Era como una
magia, porque ella comenzaba un cuento y, poco a poco, le iba
añadiendo nuevos elementos. A mí me encantaba esta
experiencia y, tengo que confesar, que fue una de las experiencias
más maravillosas que tuve en mi niñez. Por otro lado,
mi madre era una lectora insaciable, y ella me leía
poesía. Ella leía autores franceses, como Beaudelaire. También
tocaba el piano y componía música. De modo que esta
atmósfera me dio y desarrolló un gusto por todo lo
artístico, y me di cuenta de que me encantaba. Estas
experiencias se convirtieron en parte esencial mía y, de
algún modo, descubrí que, en el futuro, me
involucraría en la tarea artística.
|
LC:
¿Qué clase de libros leía usted en su
niñez y en sus años de formación?
|
EPT: No hay que
perder de vista el hecho de que yo era una «mexicanita»
que iba a una escuela «americana». Ya sabía leer
bien, porque mi abuela y mi madre se dedicaban mucho a la lectura y
me enseñaron a leer antes de que yo fuera a la escuela. En
este ambiente de lectura hallé seguridad, porque el mundo
que me rodeaba estaba repleto de prejuicios contra todo lo
mexicano. Considerando la actitud de los americanos, nosotros no
debíamos ser inteligentes. Al contrario, debíamos ser
perezosos. En una ocasión, yo estaba sacando las mejores
calificaciones de mi clase y fui a ver a mi maestra y le dije que
yo también quería ser maestra. Era mi profesora de
inglés. Todavía me acuerdo de su nombre. Se llamaba
Mrs. Simms, y yo la veneraba
porque, cuando leía, lo hacía divinamente. Le dije:
«Me gustaría ser maestra como usted».
También yo sabía que ella me quería, porque yo
era buena estudiante, pero ella me miró fijamente y me dijo:
«Oh, querida mía, ustedes no van al colegio. Ustedes
no pueden llegar a ser maestros». Y, para decir la verdad, en
ese tiempo no había maestros hispanos en las escuelas. Todos
eran «americanos». Y entonces me di cuenta de que,
aunque había maestros y maestras buenos y que nos alagaban,
en realidad también tenían una actitud de
condescendencia con nosotros. Y, precisamente y a causa de esto, yo
encontraba refugio en la lectura. Algo me ocurría
psicológicamente porque, en mis lecturas, yo misma me
convertía en parte del cuento. El verme como una pobre
mexicanita, que vivía en una colonia de blancos, no era tan
real para mí como los libros que yo leía, como
Anne of Green
Gables, The
Wizzard of Oz, y todos los libros de Frank Baum. Yo
leía todo lo que un niño de la clase media
«americana» debía leer. Y, de hecho, fue mi
madre la que me llevó a la biblioteca y me dijo: «Lee
estos libritos y, cuando termines, lee este otro grupo de
libros». Y me acuerdo perfectamente que volvíamos a
casa, y que ella llevaba un montón de libros para ella,
entre los cuales había cuatro para mí. Los
leíamos todos en una semana y, después,
volvíamos a la biblioteca. De este modo ella hizo de
mí una ávida lectora. De algún modo ella me
creó un mundo en el cual yo no aceptaba prejuicios. Eso era
algo que quedaba fuera de mi mundo de magia. Me protegía,
creo, y quizás, por eso mismo, yo no me daba cuenta del
racismo que me rodeaba. De este modo, cuando mi madre y yo
íbamos a la biblioteca a buscar libros, la mayor parte de
los libros que escogía y traía eran los de
Conan Doyle y Agatha Christy, la escritora del
misterio. Mi madre era una mujer que había sido educada en
Santa Fe y Loreto, escuelas bilingües, situadas en El Paso. Mi
abuela envió a mi mamá allí para que
aprendiera a leer bien en inglés y en español, lo
cual fue otra gran influencia en mí. A pesar de que no
aprendí de ella el español que debiera, ella, sin
embargo, nos hablaba y leía en español. Yo tuve muy
pronto mis primeros contactos con libros, y de ahí
brotó mi interés por la escritura. Creo que hay un
viejo adagio árabe que dice: «Si
tú miras a una higuera que da higos, también
tú darás frutos». Como resultado de mis muchas
lecturas, también yo comencé a escribir.
|
LC:
¿Cuándo comenzó usted a escribir?
|
EPT: Yo
comencé a escribir cuando fui a la universidad. A pesar de
lo que las maestras nos decían, de que las muchachitas
mexicanas no iban al colegio, yo me las arreglé para hacer
estudios superiores. Fui a la universidad, y me especialicé
en inglés. Me acuerdo que cuando fui a ver a mi consejera o
asesora, ocurrió lo mismo. Me dijo: «Vamos a ver,
tú te llamas Estela Portillo y, por tanto, vas a
especializarte en español, ¿verdad?». Yo le
contesté: «No, señora, yo quiero especializarme
en inglés». En ese tiempo no había tal cosa
como que una mexicana se especializara en inglés. Ella
repitió: «¿Estás segura?». Y yo
contesté: «Sí, estoy muy segura». Y
durante los tres próximos años todos mis consejeros
trataron de persuadirme de que cursara estudios en el departamento
de español, porque yo era «mexicana». Pero yo me
rehusé siempre a hacerlo. Esto no quería decir que no
fuera una idea maravillosa [estudiar español], sino que la
realidad era que yo había leído ya muchas obras de
las literaturas americana e inglesa, y esto me ayudó a ser
lo que soy.
|
LC:
¿Cuál fue la razón principal o motivo decisivo
por el cual usted se hizo escritora?
|
EPT: Yo creo
que todo ser humano necesita de alguna válvula-de-escape o
salida, especialmente cuando uno se encuentra sumergido en los
problemas de la vida, a los que uno tiene que hacer frente. Si todo
lo que uno tiene que ofrecer es ser ama-de-casa, o ser maestra para
poder ganarse la vida, alimentar a los niños, limpiar la
casa y barrer el piso, esto produce un tremendo vacío dentro
de uno mismo, como si uno no tuviera esencia propia. En realidad es
como si uno aceptara una especie de esclavitud. Yo sabía que
había leído mucho y que había comenzado a
escribir poesía, de seguro muy mala, sin embargo, y a pesar
de ello, me presenté a un certamen en la universidad.
Gané varios premios, aunque se trataba de una revista de
estudiantes universitarios, y continué escribiendo
más. Pero el verdadero esfuerzo y dedicación a la
escritura vino más tarde, después de la muerte de mi
hijo. Me creí entonces que me volvía loca. Durante
todos mis embarazos, yo cerraba las puertas y leí a mucho
sobre una disciplina u otra [...]. Obtuve mi diploma de
M. A. en Aldous Huxley, muerto
después de haber escrito un libro intitulado Island [...]. Leí ese
libro, y él murió muy pronto después, y mi
hijo después de él. Lo volví a leer, porque yo
no quería pensar en mi hijo muerto, tener que guardar su
ropita y soñar acerca de su sepelio, y cosas semejantes, lo
cual me causaba mucho dolor. O sea, que pensaba en Aldous y, súbitamente, se
me ocurrió pensar que él verdaderamente no
había escrito una utopía, sino que la había
tratado solamente por la superficie. Lo que yo tenía que
hacer era estudiar la historia, y tratar de combinar lo bueno del
Oriente con lo bueno del Occidente. Se sabe o dice que el Occidente
tiene un fundamento político, mientras que el Oriente tiene
una base filosófica. El Este no posee un avance
tecnológico como el nuestro, pero, en cambio, tiene
más humanismo y, al contrario, el Oeste es más rico,
la gente vive más años y registra menos mortandad
entre los niños. Hay aquí muchas ventajas materiales,
pero creo que el mundo del Oeste está mucho más
deshumanizado, a causa de las estructuras políticas. Las
estructuras filosóficas del Este nunca deshumanizan, al
contrario, añaden humanismo al hombre. Por eso
comencé a estudiar todo lo que podía sobre el mundo
del Este: sus filosofías, sus historias, y sus religiones.
Después hice lo mismo con las culturas del Oeste. Más
tarde me atrevía hacer lo que Aldous no hizo: escribir una
utopía verdadera y no sobre una isla ficticia en medio del
Océano Pacífico en donde él coloca esta
sociedad perfecta. En lugar de eso, yo podía crear la
realidad de la historia, modificando los dos mundos. Sabía
que me volvía loca, o algo parecido, porque realmente no
podía llevar a cabo el proyecto. Era imposible [...]. En
fin, lo que hice fue estudiar estas dos concepciones
cósmicas del mundo y, como resultado, la gente no quiere
[discutir conmigo], porque yo les puedo vencer con mis argumentos
sobre cualquier tema. También estudié estos mundos,
porque me sentí obligada a hacerlo, y también porque
creo que, de algún modo, el arte es el medio por el cual el
hombre se puede escapar de toda jerarquía y puede limpiar
sus heridas en un bosque o en cualquier otro lugar y,
después, puede redefinirse como ser humano. Por esto
estudié todo lo perteneciente al arte, a la música, a
la literatura, y seguí el mismo modelo de lo que hice con el
estudio de la historia: sinteticé todo. Así puedo
saber por qué tal escritor escribió de la manera que
escribió durante su vida, basándome en la historia y
en su psicología [...]. Hasta hoy día quizás
todavía esté pasando por esta especie de locura, pero
como resultado me siento muy feliz por tener un sentido preciso de
quién soy, de qué estoy hecha y cuál es mi
actitud ante la vida y la muerte. Esta forma de pensar me otorga
una enorme confianza en mí misma. Después de haber
escrito esta maravillosa utopía, que resultó ser una
mezcolanza increíble, puedo decir que ya no descubrí
más, pero de todo ello saqué esta maravillosa manera
mía de ver al mundo y su funcionamiento. De pronto
descubrí que, desde Platón, se habían escrito
muchas utopías, todas ellas tratando de alcanzar una
sociedad perfecta y, de pronto, me asaltan las palabras de
Toynbe: «El hombre es una fibra de luz, si estudia desde el
día que nace hasta el día que se muere. Cuanto
más aprende, más se dé cuenta de lo poco que
sabe». De modo que, al final de su vida, él es como
una fibra y un rayo de luz en un mar de oscuridad, y la magia
maravillosa del misterio, y el milagro de la creación, le
será siempre desconocido, porque el hombre es un ser
diminuto a quien no le es dado comprender todo. Vive rodeado de una
lucecita, y todo el conocimiento que acumula, aunque él sea
muy inteligente, aunque sea un Einstein, su conocimiento es como
una gota en el océano. Y así debe de ser. El hombre
no puede saber los misterios de la creación, porque es un
ser insignificante y, aunque sepa mucho, al fin de cuentas, no sabe
gran cosa.
|
LC:
¿Cómo pudiera usted caracterizar su trasfondo
pedagógico?
|
EPT:
Permítame comenzar por la siguiente premisa. Yo nunca fui
una persona educada hasta que terminé mis estudios
universitarios. Después estudié por mi propia cuenta.
No asistí a una universidad de primera categoría. Lo
que pudiera decir es que la universidad me otorgó los
diplomas de bachillerato y de magisterio y cómo hacer
investigación. Creo que esto fue lo más grande que la
universidad me proporcionó. En cuanto a que la universidad
me ofreciera un amplio conocimiento, de ningún modo.
Terminé mis estudios universitarios y comencé la
enseñanza y el aprendizaje de muchas más cosas de las
que la universidad hubiera querido enseñarme. De este modo,
volví a mi antiguo hábito de la lectura.
|
LC: Sus
estudios, ¿ejercieron alguna influencia en su
vocación de escritora? Y si así fue,
¿podría explicarnos cómo ocurrió
eso?
|
EPT: Creo que
el acto de vivir, ciertamente, y la educación universitaria
también tuvieron influencias en mi vocación de
escritora. En especial porque, como dije, mi especialización
en inglés me llevó a leer todo lo que había
que leer en literatura inglesa y en la literatura mundial, excepto
la literatura hispánica. Creo que pude terminar de leer
Don Quijote para una clase de español que
tomé, pero fue todo. Para reformular la pregunta un poco,
diré que la educación no le enseña a uno que
debe ser escritor, o que debe desarrollar el arte de escribir, o
que practicar cualquier otro arte, porque yo creo que el escribir
no es un talento, sino un artificio por parte del individuo. Yo
creo que la catálisis ocurre cuando uno reúne un
cierto número de experiencias o intuiciones, como dicen los
orientales, y de pronto le llega a uno una ráfaga de
comprensión, de concientización, de la cual uno no
tenía noticia. De pronto, estas intuiciones o ráfagas
fuerzan a uno a escribir, porque cree uno que eso es algo nuevo que
tiene que compartir con alguien. En cuanto a mí, yo no
recibí ninguna inspiración por parte de los maestros
o profesores, ni de mis compañeros de estudios. Alguna vez
leo un libro, por ejemplo, del escritor Emerson, que era un
predicador, y de pronto me viene una intuición sobre este
autor que cree que el hombre debe ser independiente para poder
realizarse completamente, etc., y después me doy cuenta de que
Emerson, al profesar el trascendentalismo, deja fuera algo muy
importante, como la realidad de la vida, porque él se
dedicó solamente a la pura abstracción. De este modo
me di cuenta de que Emerson patinaba sobre ideas, y me recordaba a
una bala vacía, a un casquillo, a una bala sin sangre, y
llegué a la conclusión de que uno puede patinar sobre
todas las ideas que quiera, pero éstas están
descarnadas, y no contienen la realidad. Para aquel entonces ya yo
había tomado clases sobre Emerson, Thoreau y otras tantas
personalidades. Siendo especialista en inglés, uno tiene que
sufrir todas esas lecturas y, sin embargo, yo aprendí algo
de ellos, porque, de pronto, pude separar el trigo de la
cizaña, como cuando uno separa el arroz de los frijoles, la
diferencia entre abstracción y realidad, y qué es lo
que más importa. Después de todo esto, dejé de
ser creyente en Emerson y en Thoreau. Sí, Thoreau, el pobre hombre que
trató de vivir lo que Emerson predicó y que, a causa
de ello, murió de tuberculosis, porque él
quería una independencia completa, la que obtuvo, aunque
parcialmente. También hice propósito de escaparme de
las abstracciones, porque, cuando uno lee, tiene la tendencia de
recoger materiales aislados y construir edificios sobre
abstracciones, que vienen a ser castillos de arena en el aire y que
no van a ninguna parte. Es un hábito del cual fue
difícil deshacerme, y del cual estoy muy consciente. Creo
que mis escritos han cambiado, porque, hasta cierto punto,
logré poner de lado estas abstracciones, aunque
todavía continúan siendo las bases de mis creencias,
de mi filosofía y de todo lo demás, pero que, de
todos modos, no explican la vida. Estos momentos de
concientización, de intuiciones galvánicas,
experimentando las cosas u objetos, como dicen los orientales,
fuerzan a uno a escribirlas. Así que me ocurrió, de
esta manera, y como ya dije, de que los estímulos que me
indujeron a escribir fueron la vida y el aprendizaje.
|
LC: ¿En
qué lengua comenzó usted a escribir? ¿En
qué lengua escribe ahora?
|
EPT: Siempre he
escrito en inglés. Nunca creí que dominaba la lengua
española. La puedo hablar adecuadamente, y alguna gente dice
que la hablo muy bien. La mayor parte de las veces traduzco
adjetivos del inglés al español para poder hablar de
una manera inteligente. La verdad es que mi padre siempre
insistió que aprendiéramos inglés. Él
era un de esos inmigrantes que quería subir la escala social
y hacerse «americano» inmediatamente. De este modo,
pudo obtener más dinero, mudarse a una casa mejor,
etc., e
insistía en hablarnos siempre inglés. A esto
habría que añadir la gran afición que yo
tenía por la lectura, lo que me motivó a aprender
inglés de tal modo que me fue fácil. Uno tiene que
dominar la lengua para poder ser escritor. Quizás haya
alguien que no esté de acuerdo conmigo, porque escriben en
un estilo simple y hermoso, pero, en mi experiencia de escritura
contorsionada, yo tengo que dominar la lengua y dar saltos mortales
con ella. Tengo que emplear la palabra precisa en el preciso
momento. De este modo, me siento segura en inglés, porque
ahora es mi lengua. Me gusta el español y me encanta
hablarlo, pero nunca lo llegué a dominar y, por tanto, no lo
empleo en mis escritos.
|
LC:
¿Cree usted que hay una lengua «oficial» en la
literatura y para la literatura chicana, que la diferencia de otras
literaturas y culturas?
|
EPT: Ante todo
me gustaría dar mi propia definición de lo que es
«lengua». Creo que cualquier tipo de lengua, si
funciona para un grupo dado, es lengua. Es una lengua
legítima, adecuada y puede tener toda la hermosa y el poder
de aquélla que se llama «lengua dominante». Creo
que en la literatura chicana se usa mucho el caló, la lengua
callejera, la mezcla de inglés y español, y este tipo
de lengua tiene su propia hermosura. Me gustaría poder usar
este tipo de lengua, pero sería un artificio por mi parte si
la usara. Uso la lengua literaria, porque esa lengua soy yo. Por
ejemplo, cuando escribí mi drama Black Light, me acuerdo que estaba
en Albuquerque con Jorge Huerta y un grupo de jóvenes
actores que iban a desempeñar el papel de pandilleros.
Cuando les leí las partes que les correspondían a
ellos se echaron a reír hasta rodar por el suelo.
Súbitamente me di cuenta de que la lengua literaria no se
prestaba para aquella situación específica. Tuvieron
que emplear a una persona a que me ayudara a escribir el
diálogo para esos «batos», que requería
ese tipo de lengua callejera. Creo, por tanto, que esa lengua
particular tiene gran validez. Sin embargo, también creo que
el abuso de ciertos términos, especialmente de
términos explosivos, es una crítica que yo tengo
contra esta clase de lengua, porque me parece que el uso exagerado
de este tipo de léxico se debe a una falta de conocimiento
más amplio de otros términos, o sea, que no tienen un
vocabulario amplio. El hecho de que esta lengua de la calle tiene
vida y es orgánica, no quita que sea limitada como
lengua.
|
LC:
¿Cree usted que la lengua que un escritor o escritora emplea
es importante como símbolo de la cultura sobre la que
él/ella escribe?
|
EPT: Para
comenzar, la reacción que despertó en mí esa
pregunta fue: «repítala, por favor». Creo que lo
que usted está preguntando es si el inglés es una
lengua «simbólica» para mí. Yo sé
que los símbolos es algo que existe y también
sé que se usan mucho. Proceden del subconsciente y se
emplean en la lengua y en la escritura. Pero no creo que el
escritor piense en símbolos y sobre símbolos. Por lo
menos, yo no. Yo no puedo decir que esto simboliza eso o aquello.
Al menos yo no quiero aceptar que lo que escribo es un
símbolo o es simbólico. Quiero convencerme de que lo
que trato de escribir está basado en experiencias.
Así que no me percato de que sean símbolos, al menos
no soy lo suficientemente inteligente para contestar adecuadamente
sobre si los símbolos son o no importantes. Creo que la
lengua ciertamente está hilvanada y entrelazada con la
cultura y, tal cual, es auténtica y suficiente para
representar una experiencia dada. Cuando los chicanos escriben en
caló, en inglés o en español, o en la lengua
del barrio, todas estas lenguas tienen cierta autenticidad.
¿Por qué yo escribo en inglés? Como dije
antes, yo no me percataba muy bien de la vida del barrio ni de su
lengua, porque yo, desde la edad de siete años, me
escondí detrás de los libros. Mi mundo era el
inglés y mis experiencias eran en inglés, aún
cuando mis padres me hablaban en español. El inglés
fue la lengua dominante en mí, aún en aquello que
ellos decían en español. Me encanta la cultura
chicana, me encanta su música, sus expresiones
idiomáticas, sus canciones y el ritmo mismo de la lengua.
Todo respira alegría, pero, en esencia, yo no soy eso. Yo
soy una criatura rara que vivió metida en un libro y
salió con la lengua de ese libro. Esta última fue una
cultura alterna para mí, aunque mis experiencias fueron las
del pueblo mexicano. Así que no pude vocalizar esas
experiencias mexicanas o chicanas, porque las tendría que
expresar en inglés en cada momento. Sí, creo que la
literatura chicana debe tener en cuenta la lengua de los chicanos.
Esto es lo que les da una belleza verdadera, la vida de una
historia o cuento, de un personaje, de la comunicación
espiritual entre los individuos involucrados. Pero no creo que
alguien que escriba en inglés y tenga un sentimiento y amor
por esa cultura, asimile la cultura simplemente porque escribe en
inglés. Yo creo que capto la experiencia chicana, aunque
escribo en inglés.
|
LC: ¿Por
qué escribe usted?
|
EPT: Yo escribo
para mantenerme cuerda, para escaparme de la trivialidad diaria y
para madurar a través de las experiencias de mis personajes.
También incluyo muchas ilusiones y deseos que no se pueden
realizar en la vida, pero que se pueden representar en la
ficción. Así que, desde el punto de vista de la salud
mental, el escribir me ha servido de terapéutica, que es lo
que me mantiene con un espíritu positivo ante la vida. Soy
una persona positiva. Escribir me ha convertido en un ser positivo,
y una de las razones por las cuales soy una persona positiva hacia
otros es porque tengo que amar a mis propios personajes, sean
protagonistas o antagonistas. Tengo que quererlos, tengo que ver su
humanidad, y esto es un poder que lleva a uno a todas partes. Es
como si yo manipulara las vidas reales de la gente, no que yo las
manipule en la vida real, sino que, en el mundo de la
ficción, ellos tiene que tomar una dirección. Yo soy
la que los sigo. Tomo una protagonista, una mujer naturalmente, le
doy ánimo, el atrevimiento, la vida al filo de la vida que
yo misma no pudiera vivir, simplemente porque yo vivo en un espacio
y costumbres que me di a mí misma y quizás porque soy
una cobarde, pero de todos modos, y de pronto, me convierto en esa
criatura que puede hacer todo, que puede trascender cualquiera cosa
y que puede meterse en lo más profundo de los sentimientos.
Esta experiencia añade algo en mi vida como persona. Yo soy
todas las protagonistas en mis escritos, aún esas que matan,
esas que aman y esas que temen, y, sobre todo, esas que sufren. Un
día mi sobrina había acabado de leer el manuscrito de
unos cuentos míos y dijo que le habían gustado, pero
que eran muy tristes. No me había dado cuenta de que estos
cuentos de mujeres triunfadoras eran tristes. Pero, después
de todo, todas las situaciones van marcadas por un estrato socavado
en la lucha por la vida, pero la tristeza ni es pesada ni es
negativa. Es una verdad universal que, a pesar de las luchas
inherentes que definen la vida, la vida vale la pena vivirla y a la
gente vale la pena amarla. Y esto, para mí, vale más
que el dinero, porque tengo un sentido de lo que yo puedo ser.
|
LC: ¿Hay
alguna fuerza o motivo externo que le impele a usted a escribir
(por ejemplo: otros escritores, la familia, los beneficios
monetarios, el «publicar o perecer», etc.?
|
EPT: Cuando
comenzaba a escribir, tenía yo una falsa impresión
creyéndome que los escritores hacían mucho dinero.
Pero la clase de obras que yo escribo no producen dinero. Mis
novelas no son del tipo sensual que se venden en los supermercados.
A mí me interesa la obra literaria, porque eso es lo que yo
soy. Soy producto de la obra literaria, por eso me encanta el buen
lenguaje y el buen gusto. Mis libros no son best sellers, ni se convierten en
shows de la
televisión. Por tanto, tuve que aceptar el hecho de que
siempre sería pobre. Al principio quería obtener
algún beneficio monetario, pero nunca lo logré. Hoy
me doy cuenta de que el escribir literatura tiene en sí un
valor intrínseco y de que desarrollar ideas que
acompañan a los personajes vivos y colocar a éstos en
situaciones conflictivas, en donde se encuentra una solución
y desarrollo, es un medio terapéutico para mí. Me
otorga mucha paz y alegría esta experiencia y
relación con los personajes. Todos los escritores de
ficción tienen esta experiencia. Los escritores son sus
personajes, y poder hacer estas cosas, que no puedo hacer por
pertenecer a la clase media de ama-de-casa, es como escaparse en un
vuelo.
|
LC:
¿Cree usted que el ambiente social, como la experiencia
chicana o la cultura dominante, le incita a escribir?
|
EPT: Me criaron
en la clase media, soy de la clase media y la cultura dominante me
ha influido, sobre todo a través de las lecturas que hice.
Nunca me consideré una chicana per se, porque estuve aislada de la
cultura chicana. Estuve muy involucrada, especialmente como
especialista en literatura inglesa, en la cultura dominante, y en
realidad fui una de las primeras hispanas en especializarse en
inglés, como compañera de clase de un grupo de
«gringos». Allí estaba yo, la única
chicana, creyéndome americana. Una de las razones es que yo
no experimenté el racismo horrible que me rodeaba. Era yo
demasiado ingenua para darme cuenta de este fenómeno racial,
porque estaba totalmente involucrada en la experiencia de la
literatura americana. Creía que era solamente americana,
cuando, de pronto, me di cuenta que realmente no lo era, que era
una ciudadana de segunda clase. Yo era muy idealista, y no muy
espabilada. De manera que, cuando pienso en cómo me
sentía yo en aquel tiempo, diré que me sentía
distante de la experiencia chicana. Me encanta la experiencia que
tuve de niña, como miembro de una familia hispana, de las
bodas y de las quinceañeras. Las experiencias con mi
mamá y mi abuela. Especialmente cuando mi mamá
hacía tortillas para el desayuno. Servía jugo de
naranja, huevos y tocino, pero también había
frijolitos y tortillas. La mezcla era evidente, porque incluso mis
padres se habían americanizado. De alguna manera, entonces,
y a causa de la influencia que los libros que leía tuvieron
en mí, yo misma me iba aislando. Y, para decir la verdad,
cuando yo comencé a escribir, no escribía para
chicanos. Desarrollé el tema hispano simplemente porque yo
era hispana. Me convencí a mí misma de que esto es lo
que conozco y esta es mi experiencia. [...]. En realidad, nunca me
creí chicana, pero una vez que Quinto Sol comenzó a
publicar mis obras, y a llamarme «chicana», me
creí en la obligación de cargar con ese apelativo.
Traté de recordar todas mis experiencias pasadas del barrio.
De hecho, cuando por primera vez se publicó mi The Day of the Swallows
me fui al barrio para oler el adobe, porque me traía
memorias de ese olor delicioso del adobe húmedo cuando le
daba el sol, y de mi abuela cuando regaba las plantas de su
jardín al mediodía. Me sentaba en el zacate y
percibía ese maravilloso olor que se haría parte de
mí para el resto de mi vida. Las voces de las abuelitas y de
los muchachitos jugando y hablando en español. Todo esto era
música que yo había olvidado. Quería recobrar
todo esto, por mucho tiempo quise volver a ser chicana, pero me di
cuenta de que no podía ser, porque no viví la
experiencia chicana, por haberme aislado yo misma. Y fue,
naturalmente, lo libresco en mi naturaleza que, durante la mayor
parte de mi vida, creó otra experiencia nueva para mí
y en mí. Yo siempre fui la heroína, y nunca me
creí inferior a una heroína. Esto ha sido uno de mis
pecadillos más grandes. Me es difícil no creerme una
heroína, porque ésta fue una de las cosas que mi
abuela me metió en la cabeza. Nunca me creí una
pequeña y pobre mexicanita que no tenía
oportunidades. Me creí una heroína, porque mi abuela
me hizo creer que lo era. Siempre me llamaba
«Estrellita» y me decía que yo era maravillosa,
y esto me dio tanta confianza que funcionó como un puente.
Me imaginé como un río caudaloso y que necesitaba un
puente para agarrarme de él en la vida con toda su pobreza,
sufrimientos y racismo. Cautelosamente caminaba yo sobre este
puente, que mi abuela y mis libros me habían construido,
porque ante mis propios ojos yo no era una
«mexicanita», sino una heroína sacada de un
libro. Quizás todo esto no indique exactamente de donde
provengo yo, pero trato de ser honrada. Esto y ésta es
Estela Portillo.
|
LC:
¿Tiene usted alguna causa política que la motiva a
escribir?
|
EPT: Yo defino
la política muy claramente y, naturalmente, mi
política involucra a la gente que ha sido explotada,
esclavizada y abusada como víctima de la sociedad que
ejecuta su poder de una manera errónea. Yo incorporo la
política en un sentido global, y no de la manera en que los
gringos han tratado a los chicanos. [En mi política] indico
el contraste entre pobres y ricos. Mi punto de vista no ha sido la
política del chicano explotado. Nunca la concebí de
esa manera. Estudié bastante bien la historia, y, para
mí, la explotación existió desde el tiempo de
los egipcios. En lugar de las diez «maravillas» del
mundo, yo les llamo los diez «horrores» del mundo,
porque estos horrores fueron construidos a costa de las vidas de
millones de gente humilde y pobre para satisfacer la
ambición y orgullo de un rey. Yo no considero esto como
grandeza ni como historia la que define lo mejor del ser humano.
Podría decirse que, de alguna manera, todos somos animales
políticos, pero tengo una conciencia clara de todo esto,
porque estoy políticamente informada. Yo puedo sentir con
exactitud lo que los políticos o grupos hacen para manipular
a las masas. En un sentido paradójico, aunque soy una
persona política, creo que la política no tiene nada
que ver con el arte. Creo que todo arte es una forma de
expresión que el ser humano posee para escaparse de aquello
que es política, porque todo lo que es política, y
que implica poder, lleva consigo la deshumanización. Y si el
hombre se considera como debe considerarse, tiene que hacerlo a
través de la expresión artística. El arte
expresa nuestra humanidad para pelear contra la
deshumanización que implica el proceso político. De
manera que, en mi definición personal del arte, yo no
incluyo la política, en el sentido de usar el arte como una
expresión de un punto de vista político. Cuando se
emplea el arte para politizar, se degrada y se viola. El arte no se
creó ni practicó para eso. De acuerdo a mi
definición, el arte es una forma de expresar la
pequeñez del hombre, su vulnerabilidad, de crear la belleza
para poder luchar por la sobrevivencia. Y esto es lo más
grandioso del hombre. De modo que no es algo político, pues
el arte expresa lo más elevado del ser humano, su progreso y
su hermosura. Por eso, el arte no se puede definir en
términos políticos. Cuando yo escribo, no quiero ni
pretendo ofrecer una aseveración política, aunque
parezca lo contrario. En mi Black Light hablo de cómo el mundo
«gringo» aisló al mundo chicano en una isla de
pobreza, de la cual no puede escapar. La razón por la cual
el chicano no puede alzarse sobre este nivel de pobreza se debe a
que todos los días de su vida se encuentra ante la derrota,
y el gringo no comprende esto, porque su propia vida no es una
derrota. Él posee todos los beneficios de las experiencias
positivas y el apoyo de la cultura dominante y es aceptado como
miembro de la mayoría. Pero cuando la mayoría priva a
la minoría de su cultura, destruye su sentido de dignidad.
¿Cómo puede esperarse que la mayoría llegue a
realizar algo? Una de las cosas que me encorajinan es el sello que
le dan a los mexicanos de perezosos, de que no sirven para nada y
de que no quieren trabajar, siendo, en realidad, lo opuesto. La
verdad es que el hombre blanco es quien lo estranguló,
quitándole lo mejor que tenía: la dignidad y la
autoestima. Así que, en el fondo de mi alma, tengo esta
impresión de quién es el verdugo y de quién es
la víctima, pero, al fin de cuentas, mi obra no se ocupa
directamente de lo político. Hay una afirmación
política, pero no es intencional. En breve, yo trato de no
mezclar la política con el arte.
|
LC: El
movimiento chicano de los 60 y 70 ¿ha tenido alguna
influencia en su obra literaria?
|
EPT: Me
hallé atrapada en el flujo literario de esos tiempos, y me
pusieron en el contexto de ser una escritora chicana. Yo
podía comprender su movimiento como una forma de protesta y
de coraje contra el gringo, aunque yo, como indiqué antes,
me había aislado y resguardado desde mi niñez de ese
prejuicio o racismo. Más tarde me di cuenta de lo
estúpida que había sido y de que siempre hubo
prejuicio. Me encontré varias veces ante la pared de la
derrota, es decir, de no poder ser miembro de una fraternidad o
sororidad, ni de poder obtener una carrera que me hubiera gustado,
simplemente por haber gente cruel, y por el hecho de ser mexicana y
pobre. En aquel entonces yo no estaba consciente de estas formas de
rechazo. De los libros extraje imágenes de quién yo
me creí que era, y eso me dio valor y confianza para no
sufrir una destrucción y derrota total. Así era yo, y
sentía orgullo. Pero eso no quiere decir de que el racismo
no existiera. Éste pesaba mucho sobre el chicano, porque le
tocó directamente y fue muy destructivo. Tenían
razón los chicanos para estar encorajinados y presentar sus
quejas contra el hombre blanco, que tiende a ser avaro, poderoso y
manipulador. Fundamentalmente yo acepté el movimiento
chicano y lo que los chicanos estaban haciendo, pero, con todo, me
encontraba desprendida. La razón principal era que, dentro
de mi simplismo de persona de clase media, había ignorado
estúpidamente los rechazos que existían en ese
tiempo, por tener una enorme confianza en mí misma. No
consideraba yo esto como algo hiriente por parte del gringo.
Siempre pensé que, estando en la escuela o en cualquier otra
situación, yo podía hacer lo que hacía el
gringo, y todavía mejor. Y, aunque parezca un poco
jactancioso, esta fue la realidad, porque siempre pude pensar un
poco mejor que ellos. Una de las razones por qué yo escribo
en inglés, no es tanto por ser la lengua dominante, sino por
el horrible sello que, históricamente, nos dieron e
impusieron. Algunas veces, cuando doy alguna presentación
como ponente invitada, siempre hay alguien que me alaba algo de lo
que digo en alguno de mis libros. Quizás haya sido en
Wisconsin, o en algún otro lugar por allá, cuando me
encontré entre un grupo de maestros de inglés. Una
maestra se lamentaba que ella no podía leer un libro
mío, porque estaba en español. Yo, naturalmente, le
respondí diciendo: «De ninguna
manera, porque yo escribo en inglés». A todos le
sorprendió de que yo escribiera en inglés. Es una
especie de ceguera que ellos tienen en cuanto a nuestras
capacidades y talentos. Este incidente me explica el enojo de
algunos escritorios chicanos y del movimiento mismo. Y la mayor
parte del movimiento, al principio al menos, era la voz de los
hombres, de los varones, en literatura y en todo lo demás.
De esta manera tomó la apariencia de oposiciones, entre el
chicano y el hombre blanco, aunque no siempre había sido
éste el caso. Esta división se creó para poder
protestar. Una vez que me encontré en el torbellino del
movimiento, yo clamaba de que era [una mujer] chicana, y no
encontraba dentro de mí misma las razones suficientes para
manifestar el mismo rencor de los hombres. Yo aplaudía todo,
no me gustaba necesariamente el tipo de literatura que se
escribía al principio, que era mayormente de tono
político, en donde se sacrificaba el arte en aras de un
mensaje político, pero ellos tenían el derecho de
hacerlo. Yo me involucré, ciertamente, porque fui la primera
chicana a quien le publicaron sus obras durante ese período
del movimiento. Me convirtieron en el modelo de las mujeres en las
universidades, que, por aquel tiempo, no tenían modelos. De
esta manera, pues, me convertí en el primer peldaño o
apoyo para que ellas pudieran crear y escribir. Y ésta es la
cosa más cercana a mi participación en el movimiento
chicano.
|
LC:
¿Hubo algún motivo interno que le empujó a
escribir? Si así es, ¿cuál fue?
|
EPT: A
mí me confirmaron como una «escritora chicana»,
porque los mismos chicanos publicaron mis obras durante el
período del movimiento. Pero yo hubiera escrito aún
cuando no hubiera habido ese movimiento, porque yo no
escribía temas políticos. Mi libro Rain of Scorpions no tiene
nada de política. En aquel entonces yo escribía sobre
tristezas, como indiqué antes que había notado mi
sobrina. Era debido a unas épocas de enajenación y de
soledad en mi vida, que se reflejan en mis personajes, aunque yo no
creía que el libro fuera así de triste.
|
LC:
Después de escribir los libros que escribió,
¿todavía tiene usted alguna cosa que transmitir a sus
lectores?
|
EPT: Espero que
sí, porque, en tanto que escritores, transmitimos siempre
aquello que nosotros somos, hasta el punto y momento en que nos
encontramos. Espero que siempre que tomo la pluma y comienzo a
escribir algo nuevo, yo me he hecho y convertido en una persona
más humana y más completa, y que esto se refleje en
mis escritos. También espero que yo pueda y logre aceptar
más y más a la gente, a pesar de sus idiosincrasias y
diferencias. Ciertamente espero que lo que escribo hoy sea mejor
que lo que escribí ayer, por la simple razón de que
sé más, he aprendido más, tengo más
experiencia y, quizás por esto mismo, yo sea una escritora
más gentil, más comprensiva con mis personajes.
Espero que cada vez que escribimos seamos personas diferentes.
Ciertamente, yo no me considero la misma persona hoy de la que era
cuando escribí Rain of Scorpions.
|
LC: Si usted no
hubiera encontrado el vehículo literario para expresarse,
¿en qué otra forma hubiera comunicado sus ideas y
mensajes?
|
EPT: Hubiera
sido una bailarina. Siempre quise ser una bailarina o una actriz.
Actué mucho a un nivel local, pero más que nada me
gusta la música y el baile. De todos modos, creo firmemente
que yo hubiera sido parte de otra forma artística. Mi madre
se enojaba conmigo, porque era maestra de música, y
quería que yo aprendiera a leer las notas, y yo me rehusaba.
Algunas veces ella tocaba en recitales, y cada uno de los
estudiantes aprendía una pieza. Ella me pedía que
ejecutara una pieza difícil de Liszt o Mozart. Entonces ella
se sentaba y me la tocaba, y yo la aprendía de oído.
Mi comportamiento le frustraba, porque ella sabía que yo
tenía un oído muy bueno para la música. Ahora
me doy cuenta exacta de lo que ella intentaba, porque cuando yo
escribí tres de mis dramas, compuse ocho canciones para uno
de ellos. Admito sin ambages que soy una bárbara. Puedo
escribir versos, música y más, y puedo escribir en la
llave de C, pero muy limitadamente, porque no sé las doce
notas de la escala o lo que se necesita para poder componer
variedades musicales. Esto me frustra en gran manera, por no
haberle hecho caso a mi madre en ese tiempo. Creo que en aquel
tiempo tenía más talentos para la música y el
baile que para escritora. En mi juventud, el baile, la
música y el canto eran más espontáneos,
intuitivos e instintivos en mí. Me encantaba. Y, para
contestar a la pregunta, sí, definitivamente sí,
habría otra forma de arte para poder expresarme.
|
LC: ¿Se
arrepiente usted de haber escrito lo que escribió y
cómo lo escribió? ¿Quiso alguna vez cambiar la
dirección de sus escritos?
|
EPT:
Descontando otro libro que nunca se publicó, después
de Hirarchy,
aunque no me he arrepentido de ello por haber aprendido mucho,
estoy convencida de que el arte de escribir consiste en
re-escribir. Uno aprende al no escribir bien, pues tiene que volver
a empezar, hasta que le salga bien. Si usted me conoce, como
aquellos que me conocen bien, sabrá que Estela se esconde en
una esquina y que nunca saldrá de allí hasta que
pinte todo el piso. Por tanto, yo creo en la re-escritura. No me
arrepiento de nada de lo que yo he escrito, porque, mientras lo
hacía, creía en ello. De lo que sí me
arrepiento es de la falta de artificio, de técnica y de no
saber cómo separar la ficción de las ideas. Mis
primeras obras fueron un montón de ideas descabelladas, que
intentaba de forzarlas en los lectores a través de los
personajes ficticios, y esto es un suicidio para el artista.
Tardé muchos años para poder liberarme de este
defecto. Pero usted podrá ver la diferencia en la nueva
versión de Rain of Scorpions, en donde no aparece la
retórica acostumbrada. Y esto es algo bueno, porque la
ficción, en su forma esencial, no debe ocuparse de las
ideas, sino de las personas, de su caracterización y de sus
problemas. Esto no quiere decir que no me sienta orgullosa de
algunas cosas que he producido. Pero, a causa de que comencé
a escribir como una persona de ideas, como una autora libresca,
tengo que admitir que la honradez conmigo misma brillaba por su
ausencia en mi ficción literaria. Eran ideas,
creación de personajes basados en ideas, en lugar de crear
seres humanos sacados de la realidad y transformarlos en personajes
ficticios. Creo que no me ajustaba lo suficiente a la tierra y a la
gente del pueblo. Creo que yo no había acumulado bastantes
experiencias sobre la gente y sus problemas. Era más bien
una protegida ama-de-casa de la clase media, que creaba personajes
salidos de la cabeza. Ésta no es la forma de hacerlo.
Tardé unos quince años en darme cuenta de ello, pero
ya mejoré mucho en mis escritos. Creo que ahora sé
bien mi oficio. Fue una lástima que esto ocurriera tan
tarde, aunque todavía tengo que vigilarme. Uno de mis
objetivos y propósitos es escribir un libro que sea tan real
y tan verdadero que pueda tocar las cuerdas de la sensibilidad de
todos, sin prejuicios de cultura, de lengua y de experiencias.
Finalmente, espero continuar en este proceso de cambio y de
mejoramiento. Posiblemente caiga de bruces más veces, pero
me levantaré y volveré a empezar. Esto es lo que me
gusta hacer.
|
LC: De las dos
razones principales que le motivaron a escribir,
¿cuál cree usted que fue la más poderosa, la
interna o la externa?
|
EPT: Uno se
encuentra entre la acción y la reacción. La
experiencia externa es la acción, y la interna es la
acción, aún cuando la reacción sea algo
físico. La acción se internalizó antes de
hacerse física. El individuo tiene mucha vida interna en
él/ella y una gran capacidad de comprender sentimientos y
sensaciones. Hay muchos escritores que se alimentan de las
experiencias internas, porque de aquí brotan los mejores
sentimientos e ideas o, dicho con más precisión, los
conceptos y la espiritualidad. He leído a muchos hombres
escritores muy buenos, motivados por fuerzas externas, obteniendo
así buenos resultados. La mujer, sin embargo, tiende
más a dejarse influir por las experiencias internas. El
hombre, a causa de que es «más físico»,
logra mejores obras basándose en las experiencias externas.
Como mujer, la interna ligazón me caracteriza a mí,
aún en el momento que estaba escribiendo la escena de la
violación en mi novela Trini. En aquella
ocasión, hablé con un amigo que enseñaba
literatura creativa en la universidad de Texas, en El Paso, y que
me aconsejó: «Estela, debes comprender que esa escena
de la violación requiere mucho trabajo, como una
cámara cinematográfica que toma diferentes
ángulos, aspectos y acciones, y que se requiere movimientos
rápidos. ¿Por qué no tratas de usar solamente
verbos, porque el verbo es el elemento de acción más
importante? Emplea verbos únicamente para describir cada una
de las acciones externas, como un marco que lleva a otra
acción externa». Practiqué el consejo y, me
llevó mucho tiempo, pero creo que produje uno de los mejores
personajes que salieron de mi pluma, por haber seguido este
consejo. Lo conseguí al ocuparme de lo externo, describiendo
así la violación en sus aspectos crudos de terror y
de crueldad. Las experiencias internas y externas son necesarias en
la escritura literaria. No importa realmente si la
motivación es externa o interna, porque creo que el
escritor, en diferentes ocasiones y situaciones, se deja llevar por
una u otra motivación, y él o ella internaliza lo
externo o externaliza lo interno. En definitiva, ambas está
entrelazadas.
|
LC: Dejando de
lado la humildad, ¿quisiera usted que se la recuerde como
escritora, o, dicho de otra manera, le ha contagiado la fiebre de
la inmortalidad, como le ocurrió a muchos otros
escritores?
|
EPT: ¿La
inmortalidad basada en las obras literarias? ¡Qué
quiere que le diga! No, no creo que yo pueda vivir eternamente
porque haya escrito varios libros. No creo que sean tan importantes
ni que lleguen a crear temblores sísmicos. Son sencillamente
experiencias narradas y escritas. Para mí, la palabra
«inmortalidad» quiere decir mucho más de lo que
le puedan otorgar a uno sus libros. Es, esencialmente, la
comprensión entre la mismidad y la diferencia que existen
entre la vida y la muerte. Ésta es mi teoría, pero no
sé si usted la quiere escuchar o no. A través de mis
estudios sobre la teoría psicológica y
filosófica de Jung -él
es tanto filósofo como psicólogo- creo en la
conciencia colectiva y, por tanto, no creo en la muerte. Creo que
nuestro aspecto físico es una mera construcción del
Ego, de nuestras identidades y de lo que somos. Yo soy esto y
aquello, y esto es sencillamente una fachada necesaria que tiene
que inutilizarse mientras el cuerpo se halla en esta tierra. Pero
el ser humano es mucho más que esta apariencia
física. Y no estoy hablando de Dios, del cielo o del
infierno. El mismo término de «espiritualidad»
está muy ajada y desgastada, porque en realidad no sabemos
exactamente lo que es. Creo que vivimos una vida dentro de otra, y
que siempre crecemos y nos desarrollamos en esta vida, y cuanto
más conocemos y comprendemos este mundo, la vida y la
muerte, más cuenta nos damos de que no hay tal cosa como la
muerte. La conciencia que tengo ahora, de acuerdo a la
teoría junguiana, una vez que el cuerpo muere, el nombre y
los logros no tienen importancia. Pero el cuerpo que muere es un
conglomerado de experiencias, sentimientos y conocimientos que,
fundamentalmente, se liberan al morir el cuerpo. Se convierten en
una conciencia humana mucho más grande. En otros
términos, es como una enorme nube de experiencias humanas
que estuvo acumulándose por miles de años, que
permitió que nosotros nos desarrolláramos, que nos
espiritualizáramos y que, gracias a ello, llegáramos
a obtener un conocimiento de nosotros mismos y de Dios mucho
más amplio. Entonces, para que el ser humano haga frente a
esto, y como hombre que es, necesita de las experiencias colectivas
de toda la humanidad que se encuentran en esta nube de
conocimiento, de sentimientos y de sensaciones [...]. Lo que
él [el ser humano] hace es desgajar una parte de esa
conciencia colectiva. En esto consiste nuestra inmortalidad. No se
trata de un nombre, de un ser humano solamente, o de sus
experiencias individuales, sino de la totalidad de todos los seres
humanos, de toda la conciencia colectiva de la humanidad [...]. Y
en esto consiste la vida: el entusiasmo de vivir y de alcanzar esa
conciencia cumulativa de todos los seres humanos. Por tanto, yo no
moriré, sino que viviré eternamente, seré
inmortal.
|
LC:
¿Para quién escribe usted?
|
EPT: Para
mí, por razones terapéuticas. Pero, sobre todo,
porque puedo crear personajes y experiencias que amplían y
desarrollan mi ser como persona. También escribo para otros,
porque creo que la gente joven que lee mis cuentos puede aprender
o, por lo menos, puede tener alimento para la imaginación
sobre sus vidas y experiencias. Recuerde de que la ficción
llega hasta las regiones más profundas de la experiencia
humana, hasta esos ríos de sentimientos, sensaciones y
pensamientos, sean negativos o positivos, que requieren una
cantidad enorme de comprensión. Una vez que estos elementos
se conjuran en un cuento o en un personaje, se le entrega al lector
una píldora de vida que él/ella digerirá. Y
este hecho vale la pena, estas pastillitas pueden ayudar al
crecimiento de otros seres humanos. ¿Cómo
podría negarse, por ejemplo, que estas experiencias vitales,
incluyendo las encerradas en los libros, nos convierten en lo que
somos? Me atrevería, incluso, a decir que los individuos
más corteses y gentiles son los que han sido buenos
lectores. Yo, por ejemplo, he aprendido mucho sobre la vida interna
y los pensamientos sacados de los libros. Entrégame una
persona que no lee y te devolveré una persona que
será inflexible, desatisfecha e intransigente, porque no se
puede aprovechar de las cosas más bellas que ofrece la vida
y el arte. Así, cuando se escribe una pieza literaria, o un
personaje se desarrolla y se convierte en un ser humano o en
él se encarnan estos sentimientos humanos, uno adquiere una
sensibilidad más pronunciada y, por consiguiente,
respetará más a sus congéneres. La lectura,
como experiencia, se hará un hábito. La vida nos
otorga experiencias con las cuales nos desarrollamos, pero la
literatura las refina y las enriquece. A través de los
libros adquirimos esas semillas de prudencia y de sabiduría
que crecerán junto a las experiencias que la vida nos
otorga.
|
LC: Cuando
usted escribe, ¿tiene en mente al lector? En particular,
¿qué clase de lector?
|
EPT: Cuando yo
comencé a escribir, no había tomado ninguna clase de
literatura creativa. Escribía como cualquier salvaje y,
claro, todo me salía mal. Después de haberme
disculpado continuamente por mi Rain of Scorpions siempre que iba a congresos
o tenía que hacer alguna presentación, antes de la
segunda versión -de la cual me siento orgullosa-
decidí tomar alguna clase de literatura creativa. Así
que me inscribí en la universidad aquí, en El Paso.
Lo primero que el profesor dijo a la clase fue que
eligiéramos una «audiencia» antes de comenzar a
escribir el proyecto. Yo me metí de lleno a ello y me
preguntaba, «¿quién va a ser mi
audiencia?». Me dije que era escritora chicana, y, por tanto,
que mis lectores serían chicanos. En aquel entonces, fui
sincera conmigo misma. Pero ahora no, ahora escribo para todos.
Pero insistieron en que no podía escribir para todos, que
tenía que seleccionar una audiencia. Lo que el profesor
quería decir, se me reveló pronto. Lo que el profesor
debiera haber dicho es: «¿Escriben ustedes para una
audiencia que les compre los libros? O sea, ¿escriben
ustedes para un mercado?». Esto es lo que significaba buscar
una audiencia. Pero yo creo que el escritor que labora honradamente
con las experiencias humanas, o que quiere compartir algo que
él/ella aprendió, o que lo que escribe
añadirá algo a las personas que lo leen, ya tienen
una audiencia per
se. Esos escritores están escribiendo para otros
seres humanos. Así que su audiencia es aquélla que
ella misma selecciona el libro y lo lee. No es aquel libro que un
ama-de-casa compra en el supermercado, ni aquel otro que escoge la
televisión para hacer de él una mini-serie. Esto no
debe motivar a un escritor comprometido con el arte. Cuando la
cuestión o pregunta de «buscar una audiencia» se
propone en una clase de literatura creativa, lo que, entonces,
realmente significa esto es: «¿Para qué mercado
escribe usted?». El mundo es la audiencia del escritor, y
cualquiera persona que lea el libro, esa es la audiencia que el
escritor debe querer.
|
LC: ¿Se
preocupa usted del crítico antes, durante y después
del proceso creativo? ¿O no piensa en él para
nada?
|
EPT: Para decir
la verdad, yo nunca pienso ni pensé en los críticos.
Y cuando algunos estudios críticos escriben algo, como por
ejemplo algún escrito de María Sobek, que,
según dicen, es una experta en mis obras, porque
escribió sobre Black Light, después de leerlo me dije:
«¡Qué hermoso, toda esta lengua tan hermosa!
Pero, ¡qué pena que no haya entendido el drama».
Los críticos son unas personas magníficas, pero, de
algún modo, me producen terror, porque intelectualizan y
proyectan de sí mismos en la obra algo que no existe ni
existió en la obra misma. Quizás puedan ver algo
más de lo que yo vi cuando la escribí, o
quizás yo sea miope y ellos no, o quizás ellos
interpreten la obra basados en otras experiencias. Sea lo que
fuere, los críticos ven las cosas de diferente manera, y
ésa será una prerrogativa que ellos tienen. Sin
embargo, ellos son necesarios, porque nos proporcionan la
oportunidad de vernos a nosotros mismos, aunque no los
entendamos.
|
LC:
¿Cómo categoraría usted su obra literaria:
como documental, como un objeto de placer estético, como un
producto artístico o, simplemente, como una obra de
arte?
|
EPT:
Definitivamente, no como «obra de arte», porque la obra
de arte exige mucho más de lo que yo hago. Un Van Gogh es
una verdadera obra de arte, es el arte mismo. Pero cuando usted es
un ama-de-casa de la clase media con hijos y esposo y, al mismo
tiempo, tiene que trabajar en la sociedad, una no puede sacrificar
todo esto por el arte. Dudo, entonces, que un escritor que
está involucrado por completo en la vida rutinaria llegue a
producir una verdadera obra de arte. Por otra parte, mi obra
tampoco es un «documental». No podría calificar
de documental a un producto artístico, porque
«artístico» es un término muy vago, en el
sentido de «el valor que se le da o que tiene el producto
mismo». En cuanto a lo de «placer
estético» diría que sí, que mi obra es
ante todo un placer estético. Escribo porque recibo un gran
placer al escribirla, y porque me saca de mi propio mundo y me
transporta a otro, fuera de mí mismo.
|
LC:
¿Continuaría usted escribiendo si supiera que nadie
leería sus obras?
|
EPT: Sí.
Yo escribo para comprenderme a mí misma, y para construir
una base sobre la cual ser lo que quiero ser y para llegar a ser lo
que no soy y quiero ser. Creo que siempre me encuentro en un estado
de llegar-a-ser, en lugar de haber-llegado. Como me digo a
mí mismo: si hay una audiencia, magnífico, y si no
hay lectores, es triste. Pero continuaré escribiendo.
|
LC:
¿Sobre qué temas escribe usted?
|
EPT: Sobre
mujeres, sobre los pobres que sufren, sobre la humanidad que sufre,
porque creo que esta gente humilde tiene más humanidad que
los que no sufren, con una capacidad de espíritu que
transciende cualquier situación que pueda destruirlos.
Escribo sobre la derrota de los pobres y sobre las razones por las
cuales no pueden escaparse de esa derrota, del poder que encuentran
en sus vidas derrotadas y sobre la destreza que tienen para
buscarse unos a otros y amarse. Escribo sobre viajes espirituales,
como en Trini, una joven humilde. Ella no era una persona
intelectual, ni tenía una mente desarrollada, pero ella
emprendió un viaje, el de su vida, buscando algo más
que un pedacito de tierra en la cual poder plantar semillas. Quiero
que el lector descubra en esta joven simple la belleza y el valor
para enfrentarse y resolver sus conflictos, el aprecio por las
cosas más sencillas en la vida y su profunda capacidad para
criar a sus hijos. Ella fue una mujer verdaderamente de la tierra.
De hecho, el primer título que le di a esta novela fue el de
La mujer de la tierra. También escribo acerca de
dioses y de mitología. Con frecuencia echo mano de la
mitología. Ciertamente me valgo del «realismo
mágico», pero esto no es una cosa que yo hago
consciente y deliberadamente. Esto es algo que me viene
inconscientemente, por ser hispana, porque la psique mexicana o
hispana acepta el milagro y la magia de lo desconocido. Ésta
es una de las cualidades maravillosas de los hispanos.
También escribo sobre figuras históricas y
feministas, como Sor Juana. Escribo sobre el barrio, sobre las
mujeres y cómo ellas se enfrentan a sus conflictos y los
transcienden. No escribo nada autobiográfico, pero, de
algún modo, creo que escribo sobre mí misma, o sobre
la mismidad que yo quisiera haber sido.
|
LC: ¿Hay
algún tema especial sobre el cual usted quisiera haber
escrito, pero que no escribió?
|
EPT: No escribo
autobiografías, solamente sobre personajes ficticios que
normalmente están basados en otros individuos. Me
gustaría poder escribir algo sobre el tema propio, sobre
mí misma, pero soy una cobarde. No creo que tenga el valor
para hacerlo. No sé si porque mis propias experiencias son
muy triviales y monótonas, o porque soy tímida.
Quizás sea debido a que cometí muchos errores en la
vida, y no pude vivir con elegancia frente a esos errores.
Quizás llegue el día en que saque todas mis
experiencias personales y diga: «Ésta es Estela
Portillo-Trambley». No tengo la
menor idea si la gente pudiera aguantar un libro así, o
no.
|
LC:
¿Cree usted que hay temas prohibidos o demasiado delicados
sobre los que usted o cualquier autor no debe escribir?
|
EPT: No, el
arte debe ser libre para expresarlo todo. Sin embargo, espero que
esto no incluya el material «desviado». Yo no creo que
pudiera tratar lo referente a lo desviado, aunque ya lo
traté en el drama The Day of the Swallows. Tengo que confesar de que no
sabía qué es lo que traía entre manos y, por
consiguiente, me salió todo mal. En lugar de eso,
traté de buscar la belleza en el ser humano, pero tiene que
ser una belleza natural. Quizás sea yo un poco
hipócrita, porque creo que el verdadero ser humano puede
tratar sobre todo tema, incluyendo lo desviado. Para decir la
verdad, yo no sabría cómo tratarlo, porque no tengo
ninguna experiencia y comprensión de ello. Por otra parte,
existen todos esos prejuicios socavados que uno puede reconocer
como parte de uno mismo. Así que la razón principal
por la cual yo no trato ese tema de la desviación es porque
yo no entiendo nada de eso.
|
LC:
¿Qué temas importantes no ha tratado la literatura
chicana, y por qué no?
|
EPT: No he
leído toda la literatura chicana, pero he visto muy poco
escrito sobre la clase media. Me he enterado, por medio de otros
escritores, que no se puede escribir sobre ella, porque los
chicanos que viven en la clase media se encuentran muy
cómodos y, por tanto, su vida resulta descolorida y
aburrida. Esto puede ser verdadero hasta cierto punto, pero no es
cierto que haya tal cosa como completamente
«cómodo». Los problemas de la clase media
tienden a ser más sutiles y, en contraste, el sufrimiento de
la clase pobre puede ser un sujeto de belleza para el escritor,
porque hay mucho de generalización al decir que todos los
pobres sufren de la misma manera. De nuevo, la palabra
«desviado» me viene a la mente. Creo que hay mucho de
«desviación» en la experiencia de la clase media
que nunca se discute, porque la esconden muy bien. No tengo
conocimiento de que exista literatura chicana sobre la clase media,
pero, ciertamente, me gustaría ver más literatura
sobre este tema y asunto.
|
LC:
¿Cree usted que el escritor, en particular el escritor
chicano, se encuentra libre para escribir sobre lo que quiera?
Expresado de otra manera, ¿cree usted que el público
o la sociedad le impone límites al escritor chicano?
|
EPT: Parte del
público general impone límites al esperar que salga
algo malo de la pluma del escritor chicano. El público, en
general, está a la expectativa que el escritor chicano
emplee lenguaje grosero, violencia y crítica contra el
gringo. De hecho, la literatura chicana comenzó así.
Tengo la impresión, sin embargo, que el público en
general no lee mucho la literatura chicana. Una de las razones,
como excusa, es porque esperan que el chicano emplee mucho
español, o que no entienden lo que contiene la obra, o que
no pueden relacionarse a la experiencia chicana. No creo que el
escritor chicano deba engañarse ante esta opinión.
Uno escribe sobre lo que sabe, y el lector saca sus conclusiones.
Ni el escritor debe preocuparse si lo que escribe va o no va a
desagradar al lector por ésta o aquélla razón.
Todo lo que debe hacer el escritor es qué clase de escritor
es, cómo manejar el lenguaje y si tiene o no intuiciones y
valores que se desarrollan en la obra, desembocando en un resultado
positivo. No, yo no creo en poner límites. El escritor no
debe permitirlos, ni permitírselos.
|
LC:
¿Siente usted necesidad de escribir?
|
EPT: Sí,
necesito escribir, tengo que escribir. Termino un proyecto y,
después, me meto en otro. Acabo de re-escribir Rain of Scorpions, cuando
estaba ya metida en mi novela Massiani. Tan pronto como la
sometí al editor me sentía mal, y tuve que meterme en
otro proyecto. Entonces comencé a re-escribir mi drama Sor
Juana, que resulta ser el «show» de una sola mujer, y
la razón es porque ya había re-escrito los otros
dramas. Los dramas Black Light y El Puente Negro/Black Bridge los
re-escribí, por lo menos, siete veces cada uno. Siempre
estoy ocupada, escribiendo un nuevo proyecto o re-escribiendo uno
viejo. Cuando termino una pieza, no necesariamente comienzo otra.
En mi organización personal, a veces saco material nuevo del
viejo. Primero lo pienso, lo aporreo y hablo sobre ese material.
Después dejo que los personajes hablen y que hagan cambios
que, a lo mejor, no entran dentro del plan que me tracé
desde el principio, y que no es necesariamente el mejor. De este
modo, cambio ciertas circunstancias, trabajándolas
mentalmente. Es algo semejante a los nueve meses de embarazo.
Vuelvo a manosear o digerir el trabajo, sueño con él
y lo cambio muchas veces en mi mente antes de ponerlo por escrito.
Sin embargo, y al mismo tiempo, estoy escribiendo otro proyecto
[...]. Siempre estoy involucrada en algún proyecto y siempre
lo estaré, porque es parte mía, soy yo fuera de
mí misma. En este momento soy Sor Juana, y lo encuentro como
algo maravilloso, porque, en el momento presente, me siento una
mujer anciana con nietos. Los alimento, los regaño, los
baño mientras me enfrento con mi hija de once años,
que tiene la tendencia a ser mandona. En medio de todo esto, tengo
que ocuparme de todos los problemas de la vida, que son un tanto
mundanos. De pronto, puedo apartarme de todo este ajetreo diario y
me convierto en una heroína histórica. Esto me parece
necesario en la vida, porque me hace sentir que soy una persona
especial, y necesito sentirme así.
|
LC:
¿Necesita usted algún lugar especial para poder
escribir?
|
EPT:
¡Ésta sí que es una pregunta buena e
interesante! Algunas veces la gente universitaria me invita, y me
veo rodeada de hermosas casas y bellos jardines. Generalmente la
anfitriona no escribe como yo. Es sencillamente una persona bien
acomodada, y yo siento envidia. Y, de pronto, me doy cuenta que yo
no podría escribir en un lugar así. Tengo que estar
entre ollas, entre nietos, y entre ruidos y gente que me grita.
Además de esto, tengo un trabajo a tiempo completo fuera de
casa, de manera que tengo que buscar tiempo para escribir, por
ejemplo, los domingos por la mañana. En fin, me doy cuenta
de que escribo mejor bajo presión que si tuviera mucho
tiempo libre y tranquilo. Y aún suponiendo que tuviera todo
el tiempo libre que quisiera para escribir, y un lugar perfecto,
como una lago con cisnes y un bello escenario, no creo que pudiera
escribir. Creo que me volvería perezosa, y me
entregaría únicamente al gozo. Pero trabajar bajo
presión es la forma a que me acostumbré desde el
principio. O sea, que trabajo y produzco más y mejor bajo
presión. El único momento en que no escribo es cuando
repaso, pienso, medito y creo yo misma mis personajes. Esto lo hago
mientras manejo el carro o cuando estoy sentada en mi oficina, y no
hay nadie. Es una oficina hermosa y pacífica, y me gusta
estar allí. En esos momentos es cuando permito que mis
personajes se formen y se desarrollen, y mis argumentos se vayan
formando adecuadamente. Por tanto, yo no necesito esos lugares
especiales que tienen otras personas. Puedo escribir rodeada de
bullicio y de vida.
|
LC:
¿Cuáles son los pasos preliminares en la
gestación de su trabajo? ¿Controla usted esos pasos
iniciales del proceso creativo? ¿Cómo diseña
usted una obra nueva?
|
EPT: Acabo de
describir cómo moldeo yo a los personajes, sobre qué
clase de personas son o van a ser. He oído decir de algunos
escritores que tienen tan bien desarrollado y creado un personaje
que éste salta solo ante el autor y le dice a éste
qué es lo que hay que hacer. Yo nunca tuve esa experiencia.
Mis personajes se enfrentan a un conflicto de una manera dada, y
después tienen que decidir y escoger entre varias opciones.
Ellos tiene cierto control, pero porque yo los conozco muy bien,
i.
e., quiénes son, qué son,
etc., y
yo sé qué es lo que van a elegir. O sea, no son ellos
los que me guían a mí ante lo que yo debo escribir,
sino que se trata de una elección que ya está
prefijada por mí, de acuerdo a sus propias vidas. Antes de
escribir, ya tengo yo bien pensados a mis personajes. Como
ejercicio, siempre uso bloques de papel amarillo y pluma. La
primera vez que escribo, no puedo hacerlo en una máquina de
escribir. Tengo que escribir a mano tres veces cada capítulo
o acto, antes de decidir pasarlo a la máquina o la
computadora. Una secretaria y tipógrafa me hace esto
último. En ese momento preciso, el personaje más
importante es el protagonista. Tengo que conocer completamente su
personalidad integral, y que sus reacciones sean verdaderas y
honradas. Sin esto, no podría yo escribir nada. Así
que tengo un período de encubación antes de
transcribirlo por escrito. Pero, después de ponerlo por
escrito, entonces lo dejo de lado por algún tiempo, porque
en el momento de escribirlo creo que es un personaje perfecto o una
situación maravillosa. Así que lo meto en un
cajón, y lo dejo descansar mientras hago otras cosas.
Después de unas dos semanas, vuelvo a repasarlo
cuidadosamente, y siento repugnancia. Me pregunto,
¿cómo pude yo haber escrito esto? Y la repugnancia me
fuerza a retocar y refinar el capítulo escrito. Lo vuelvo a
repetir dos o tres veces más. Éste es, en pocas
palabras, mi proceso creativo. No es un proceso simple y sencillo.
Sin embargo, aún cuando reboso de alegría, a veces es
un puro dolor. Mucho dolor.
|
LC: Cuando una
obra está comenzada, ¿tiene usted el control
completo?
|
EPT: Uno tiene
que tener el control de los personajes. No puede dejar que se les
desvíe o resbalen. Uno cree que el personaje lo controla,
pero no, no puede ser. Se trata de un control consciente por parte
del autor. El personaje hará ciertas cosas y, luego, el
autor tiene que retroceder y pensar, ¿por qué ella,
el personaje, hace esto o aquello, y cuáles serán las
consecuencias de estas acciones? Y una tendrá que dejarle
dos o tres alternativas. Pero es una cosa deliberada, una tiene que
controlarla deliberadamente. Es como una carrera, uno controla el
carro, el caballo, cualquier juego. Tiene que controlarlo para que
tenga éxito. Me gustaría pensar, en fin, que mis
personajes me controlan a mí y que escribieran mis obras,
pero se trataría de un deseo irreal de mi parte.
|
LC: La obra de
arte es una «creación». ¿Cuál es
la función del creador o de la creadora?
|
EPT: Producir.
De nuevo no me siento cómoda con la expresión
«obra de arte». Pero, en fin, su función
sería la de producir una obra de arte que añada algo
a nuestra sensibilidad y a nuestra humanidad. Debe ser algo que
eleve y transcienda nuestras exigencias y nuestros deseos mundanos.
Me gustaría decir que la obra de arte prueba que los seres
humanos están hechos de un material refinado y que podemos
hacer cosas que, como seres humanos ordinarios, no hacemos.
Sé que usted estará pensando que algunos de mis
personajes son asesinos, pero matan con fineza y calidad, y por
causas humanas y nobles. Sus disculpas o justificaciones son
legítimas y, en algunos casos, hasta sinfónicas.
|
LC:
¿Cuánto de «pura ficción»,
cuánto de «realidad o experiencia personal» y
cuánto de «experiencia colectiva chicana» hay en
sus obras, y en qué proporciones?
|
EPT: Todas
estas cualidades o elementos se encuentran en mis obras. La
experiencia personal es algo que se crea. Yo no saco estas
experiencias de mi vida real. Pensándolo bien, sí,
son experiencias personales, por ejemplo, cuando una mujer sufre
soledad, pobreza, ama a los niños, la importancia de la
crianza, el amor a la tierra y el aprecio de las cosas más
simples y pequeñas. Todo esto forma parte de las
experiencias de mis personajes. Todos los elementos mencionados en
la pregunta son necesarios para escribir una historia, excepto en
lo tocante a «la experiencia chicana», por el simple
hecho de que no todos los cuentos y escritos míos tocan el
tema y experiencia chicanas. La ficción pura
implicaría argumentos e historias que fueron totalmente
inventadas. Por ejemplo, Peter Pan o «en tierras que
nunca existieron», en donde todos los aspectos del cuento no
tienen nada que ver con los seres humanos. Ficción pura
también quiere decir crear algo que no es
autobiográfico. Tiene que ver con la creación de un
reino o un mundo que puede ser ficticio de tal manera que, aunque
real, es ficticio en las relaciones interpersonales de los
personajes y en sus circunstancias particulares. Tomemos, por
ejemplo, el uso del realismo mágico. ¿Por qué
sale o emerge de nosotros sin esfuerzo alguno? La cualidad
mística del milagro que se encuentra en todas mis novelas,
en todas mis obras, especialmente en Trini, eso
sería pura ficción. Es pura ficción, porque no
sabemos lo suficiente acerca de este realismo mágico. Es
parte de lo desconocido, es el oscuro lado de lo desconocido que no
comprendemos, por eso se le llama milagro o mística. Por eso
lo conocemos intuitiva e instintivamente. Por lo menos, las mujeres
lo sentimos y lo conocemos. Y por esta razón es pura
ficción, porque es algo que no podemos decir que ocurra en
la vida ordinaria. Y la experiencia real, la experiencia vital
puede ser ficción pura en el sentido de que la experiencia
vital es la que amplía al personaje o que le otorga
dimensiones más amplias. En pocas palabras, todos esos
elementos son necesarios y son parte de la historia en la obra. La
ficción, a veces, se yuxtapone a la realidad, y los
escritores que dicen que están escribiendo ficción,
porque sus personajes son ficticios, lo que están haciendo
en realidad es escribirse a sí mismos dentro de los
personajes. Pasan por una experiencia profunda, como una
experiencia vital interna, y después se la pasan a la
protagonista, si la protagonista es una mujer, y si una mujer
está escribiendo. No creo que una mujer pueda meterse dentro
del pellejo de un protagonista masculino, por ser mujer. Lo
contrario también es cierto en el caso de los hombres.
Trataron de meterse dentro del pellejo de las mujeres, pero no creo
que lo hicieran bien.
|
LC: En sus
obras, ¿qué relación ve usted y qué
porcentaje le da en términos de forma artística y de
contenido temático?
|
EPT: Si por
«forma artística» quiere decirse el conocimiento
del «oficio» de escritor, tendría que contestar
yo que no hay «una forma única». Estando
consciente de su oficio, y ejecutando bien y técnicamente la
obra -como seguir fielmente la regla que dice que ésta es la
manera correcta de crear a un personaje- en esto consiste el
conflicto, estas son las acciones que se presentan, estas son las
acciones concluyentes, esta es la estructura, todos estos elementos
son muy necesarios cuando se escribe en un formato tradicional. La
estructura, por ejemplo, es esencial a una novela que describe la
historia de un ser humano que se enfrenta a un antagonista que es
capaz, a su vez, de enfrentarse, destruir o trascender a ese
antagonista. Virginia Wolf, por otro lado, a veces emplea «el
fluir de la conciencia» en sus obras. Y parece como si ella
tomara varias direcciones con esta técnica. Así que
uno tiene que preguntarse, ¿en dónde están los
hilos que dan unidad a su obra? Usted no podrá verlos
fácilmente, pero llega a la conclusión de que
ésta es la naturaleza artística de Virginia Wolf, la
de tomar varios caminos. Ella se encuentra, de esta manera, en su
medio ambiente. Yo, no. Yo empleo mi oficio para construir una
forma artística que vaya a un lugar previsto, en particular,
buscando alguna conclusión. Yo no estoy consciente de esto
mientras lo estoy haciendo. Más tarde, escrutino mi obra con
ojos críticos y yo, como yo misma, me pregunto, ¿me
he desviado, es vaga, es verídica, es honrada? Y, algunas
veces tengo que contestarme: no, no es. Entonces, vuelvo sobre el
trabajo, y lo rehago. De manera que, en medio de todo, me detengo
y, con ojos críticos, determino si voy bien o no. Estoy muy
consciente del tema, de la forma y de la estructura, pero no soy
terca e intransigente sobre la forma que la obra debe tener. Dicho
de un modo simple, escribo una obra o un cuento sin cambiarlo
demasiado. Después, más tarde, me distancio de ella y
la examino para ver si tiene todos esos elementos.
|
LC: Cuando
usted escribe, ¿qué le influye más, lo
consciente o lo inconsciente?
|
EPT: Si uno
está influido por el consciente, tiene que tener una
sensibilidad enorme, y el uso completo de los sentidos. Tiene que
extraer los sentimientos de la gente con mucha perspicacia. Y esto
es una cosa muy difícil de hacer. Creo que es mucho
más fácil dejar que las ideas broten del
subconsciente. Y realmente fluyen con facilidad. El subconsciente
se presta muy bien a los problemas que se presentan al
protagonista. También enriquecen al consciente, pero, si uno
escribe sobre la vida, tiene que tener mucho cuidado para indicar
que ése es el mundo del consciente, la realidad misma y las
reacciones de esa realidad que pasan del trasfondo a la superficie
o primer plano. Yo empleo ambos, pero me gusta usar más el
consciente. Una de las razones por las cuales no fui muy buena
dramaturga es porque usaba mucho el consciente. Es muy
cómodo dejarse caer en el subconsciente, simplemente porque
hay mucho material en esa fuente.
|
LC:
Después de que una obra está terminada, ¿se ve
usted reflejada en ella? ¿Puede verla como su propia
«creación» o como algo fuera de usted?
|
EPT: Lo que yo
escribo, soy yo, una versión diferente de mí misma.
Uno de mis otros «yoes». De nuevo tengo que decir que
es una forma terapéutica, en el sentido de que puedo sentir
algo muy diferente de lo que experimentamos en la vida diaria. Yo
no veo ni considero mis obras como algo fuera de mí, o como
algo que Dios regaló al mundo. Yo no soy ninguna artista
mesiánica. Yo solamente sé que acabo de escribir una
obra sobre una protagonista que es mejor que yo, más
seductora que yo y más sobresaliente que yo. En otros
términos, ella puede hacer todo mejor que yo. Esto me otorga
un gran placer, especialmente cuando una sabe que no puede, como
persona, alcanzar ese nivel alto. Pero el escritor puede alcanzar
esto y más a través de sus personajes. Y esto es
exactamente lo que yo hago. Y una vez que la obra se
terminó, yo digo: «Esto soy yo».
|
LC: Una vez que
la obra se ha «desprendido» de usted, ¿siente
como si una parte integral de usted se ha perdido o, por el
contrario, que usted ha acumulado o ganado algo en el proceso?
|
EPT:
Definitivamente, sí. He ganado algo en el proceso. El
desarrollo de la protagonista fue mi propio desarrollo, y sus
experiencias son mis experiencias, añadidas a las
dimensiones que existían ya. No he perdido nada. Lo
gané todo.
|
LC: ¿Le
gustaría añadir algún otro comentario sobre
usted misma, sobre sus obras, sobre los críticos, sobre los
lectores?
|
EPT: Espero que
mi libro Rain of
Scorpions, es decir, la nueva versión, sea
leída por muchos. Es una novela que fue ignorada por casi
todos, allá por los años '70. Leyeron otros cuentos
cortos míos, pero Rain of Scorpions nunca fue analizada ni criticada. Por
una parte, me alegro de ello, porque estaba muy mal escrita. Pero
espero que alguien la lea ahora. Ya se han hecho algunas
reseñas sobre esta nueva versión, bastante buenas, de
manera que espero que el público la lea, porque trata de la
sabiduría y de la prudencia.
|